lunes, 16 de junio de 2025

COMO LA PIEL AL SOL DE UNA LAGARTIJA

Xuana es una profesora jubilada, «retirada» al campo tras toda una vida dando clases en institutos de la ciudad. Un sábado por la mañana se encuentra con el cadáver de una chica tirado en el maizal junto a su casa e inmediatamente se convierte en una testigo muy incómoda para quienes no desean que el crimen se sepa. Xuana se siente «como una vieja dama de las novelas de Agatha Christie saliendo airosa entre un círculo de malvados y sospechosos». Constantemente ve su vida desde fuera, como si ella fuera una actriz y el mundo un decorado en el que ella tiene que desarrollar un buen papel. Un papel escrito de antemano. Por suerte, cuenta con una vecina excepcional, su querida Taresa, un personaje tan completamente distinto a ella que nada podría permitir imaginar lo buenas amigas que acabarían siendo. 

En esta novela hay una vaca llamada Frida que se revuelve y muge de madrugada porque está a punto de parir. Hay un hombre que, a efectos de Hacienda y del Ministerio de Interior, nació con veintitantos años, porque no hay ningún registro de lo que hizo o de quién fue cuando era joven. Hay otro hombre con un pasado que todo el mundo cree conocer y que volvió al pueblo para ser el amigo silencioso de todos. Y hay secretos, muchos secretos, como en todo pueblo que se precie, por muchos visillos que cubran las miradas a hurtadillas de todos los parroquianos. 

También hay tres guardias civiles más acostumbrados a mediar en trifulcas de bar que a interrogar a posibles testigos de asesinato. Y hasta una perrita nerviosa y adorable dispuesta a participar, aunque no se entere de nada, en una huida desenfrenada en mitad de la noche. 

Me ha divertido mucho este noir rural asturiano, que en realidad de noir tiene poco porque la prosa cuidada de Berta Piñán y la luz de sus personajes principales hacen que, además de que se te acelere el corazón, avances por esta historia con una buena sonrisa. 



jueves, 12 de junio de 2025

UN AÑO ENTERO

Cada vez que pienso en Leo Lionni se me viene a la cabeza la imagen de este ratoncito que conocí en Frederick y que desde entonces me acompaña siempre en la sección infantil de la librería. Así que cada vez que veo alguna novedad de este autor con su estilo inconfundible, una parte de mí vuelve a ser niño y a alargar las manos diciendo dame, dame, quiero, quiero. Y eso es lo que hice al sacar el primer ejemplar de la caja de novedades: lanzarme a leerlo ahí mismo. No hay tantos libros con los que uno pueda volver a ser niño siempre e inmediatamente. 

Un año entero cuenta la historia de Guille y Greta, dos ratoncitos gemelos que, el primer día del año, salen a dar su primer paseo por la nieve. Nada más salir se encuentran con un árbol que al principio confunden con el bastón de un muñeco de nieve. Pero el árbol, que se llama Fito, les saca pronto de su error. ¡Un árbol parlante! Y, a partir de ese momento, todos los meses del año vuelven a ver a este árbol tan particular, que se hace amigo suyo, y le cuentan los lugares por los que han pasado, cómo son las vacas, los caballos y las gallinas del granero donde viven, y el árbol les cuenta todas las cosas que vive él, sin moverse del sitio. Los ratones lo cuidan cuando el fuego lo amenaza y, a cambio, el árbol les regala su sombra en verano y sus frutos en otoño. Un año entero es la historia de amistad entre dos ratones y un árbol parlante, una historia bonita y tierna para los más pequeños. 





lunes, 9 de junio de 2025

¿POR QUÉ OBEDECER?

Hace unos días, volviendo a casa, me encontré con una cola inusual en la calle. Cuarenta o cincuenta personas esperaban pacientemente en la acera a que les atendieran en un restaurante de comida rápida que acababa de abrir. El reclamo era un descuento del 50% en todas las comidas. Ante esa publicidad, decenas de personas pensaron que era una oportunidad que no podían perderse. Se puede decir que obedecieron al reclamo. Probablemente muy pocas de esas personas habrían comprado comida para llevar ese día en concreto, pero al ver la publicidad muchos pensaron que tenían que «aprovechar» el descuento, convencidos de que gastando ese dinero iban a salir ganando, de algún modo. Convencidos de que se habían ahorrado la mitad del precio que les costaría esa comida a partir del día siguiente. Convencidos de que ese gasto, finalmente, era algo hasta cierto punto inevitable. 

A todos nos ha pasado, en algún momento. A todos nos pasa. Todos caemos en las redes de la publicidad y acabamos comprando cosas que no necesitamos solo porque nos hacen creer que comprándolas salimos ganando, y que sin ellas nos faltará algo. Que desaprovecharemos una oportunidad. Aunque todos somos libres de no hacerlo, todos acabamos obedeciendo, secuestrados por la seducción de la publicidad. 

Uno de los inventores de la publicidad de mercado fue Edward Bernays. Sus campañas publicitarias influyeron decisivamente en que la opinión pública se volviera favorable a la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial o en la incorporación de las mujeres al consumo de tabaco, convenciéndolas de que «los cigarrillos eran un signo de liberación, emancipación y seducción». En su libro titulado Propaganda, de 1928, explicaba las técnicas para transformar la opinión pública en un movimiento tan dócil como unánime. Entendió que la mayoría de la población no es plenamente consciente de sus actos, se siente segura cuando se deja llevar por lo que hace la mayoría a la vez que quiere sentirse en todo momento libre. El libro se convirtió en una obra de referencia para Goebbels, que la puso en práctica para apuntalar la dictadura nazi. El capitalismo siempre ha sido una inspiración inagotable para las ideologías dictatoriales. 

Este brevísimo ensayo de Georges Didi-Huberman nos plantea una cuestión fundamental de la filosofía. Nos pasamos la vida obedeciendo, pero rara vez nos preguntamos por qué y para qué. A veces obedecer es fundamental para una sana convivencia, pero otras nos somete al capricho de otra persona. A veces obedecer puede salvarnos la vida, pero otras nos aísla de los demás y nos arrebata la libertad de elegir e imaginar. A veces nos da espacio y a veces nos inmoviliza. El autor trata de responder a estas cuestiones señalando que la obediencia constante que nos impone el sistema capitalista a través de su maquinaria generadora de necesidades puede minar la libertad individual tanto como cualquier dictadura. 

Con ejemplos de La banalidad del mal (Hannah Arendt), de los experimentos sobre la obediencia a la autoridad de Stanley Milgram, o de El miedo a la libertad (Erich Fromm), este ensayo propone un enfoque crítico ante la obediencia. E insiste en que es crucial que nunca olvidemos preguntarnos por qué y para qué obedecemos. Así quizá podamos evitar convertirnos en sujetos sometidos al capricho y al interés de otros, ya sean políticos, empresarios o familiares. 





jueves, 5 de junio de 2025

LOS CIELOS RETRATADOS

Lo que más me gusta del cambio de hora de primavera es que cuando salgo de trabajar todavía puedo ver el cielo. Es la hora dorada, ese momento mágico que tanto aprecian los fotógrafos y que baña los árboles y los edificios de una tonalidad miel especialmente cautivadora. A veces me paro en medio de la calle y hago fotos, como un vulgar turista. Fotos del parque, de los edificios, de los pájaros y de los patos, fotos de las hojas de los árboles y también de las nubes que a cada minuto cambian de color. Fotos que guardo en el móvil con el mismo mimo que las fotos de los viajes más especiales que he hecho. Qué divertido: un turista que fotografía lo que ve todos los días. Y pienso que ser turista de mi vida cotidiana debe querer decir que me sorprende y me asombra como algo nuevo aquello que veo una y otra vez. Y no me parece tan mal. Bendito asombro, ojalá no se me acabe nunca. 

Este libro trata sobre esto. Sobre pararse a mirar el cielo y quedarse embobado por la luz cambiante de las nubes. Sobre esas nubes, por las que muy poca gente siente curiosidad, pero cuyos matices son infinitos para la mirada receptiva. Sobre las nubes y los diez géneros distintos que existen. Sobre el asombro necesario para poder apreciar la infinita belleza que nos rodea todos los días cada vez que alzamos la mirada. Y sobre cómo los pintores han retratado los cielos a lo largo de la historia, y qué nos dicen sus pinturas de su sensibilidad, de la naturaleza cambiante y de la historia del clima. 

Gracias a José Miguel Viñas, he aprendido a añadir la mirada del meteorólogo al observar los cuadros. Este meteorólogo comenzó a ofrecer al público esta mirada complementaria sobre el arte en 2007, en la sección «Buscando nubes en el Prado» del programa No es un día cualquiera, de Radio Nacional. Y en este ensayo ameno y sencillo hace un recorrido por los cuadros de la pintura europea que mejor captan la naturaleza voluble del cielo. Desde las atmósferas azuladas de Patinir hasta los cielos encendidos de Turner, pasando por los estudios de nubes de Howard y Constable y las nieblas románticas de Friedrich.  

La conexión entre ciencia y arte está poblando las mesas de novedades con libros interesantísimos y este es un magnífico ejemplo. Después de leerlo ya no será posible pasar por alto toda la información y la belleza que se esconde en los cielos retratados en los cuadros. 






lunes, 2 de junio de 2025

TODOS LOS COLORES DE LA OSCURIDAD

La realidad no es suficiente. Lo saben los artistas, que no se conforman con lo que ven y desean constantemente cambiarlo por otra cosa más bella y más real. Lo saben los escritores, cuyas vidas nunca son suficientes e inventan con palabras otras muchas vidas entrelazadas para enriquecerlas. Y lo sabe cualquiera que viva acechado por el recuerdo de una persona que no puede encontrar. Eso le pasa a Patch, el protagonista inolvidable de este novelón, que la vida que tiene no le basta. Se le rompe entre los dedos. Y para repararla busca en sus recuerdos. Y para no olvidar pinta cuadros bellísimos que son como llamadas de auxilio. Y para alcanzar algo de paz viaja y viaja por los caminos de Estados Unidos buscando aquella persona que perdió y que tiene que estar en algún sitio más que en su memoria. 

En un pueblito de Misuri en 1975, un adolescente al que llaman el pirata porque nació con un solo ojo y lleva un parche salva a una chica a quien un hombre adulto está intentando raptar, con tan mala suerte que nadie más vuelve a saber de él. Un reguero de sangre en el lugar del suceso hace a todo el pueblo temer lo peor. Pese a los esfuerzos de su mejor amiga, pasa un año entero hasta que Patch es rescatado. Y ya nunca volverá a ser el mismo. Cuenta que estuvo en un sótano, en la oscuridad, junto a una chica llamada Grace a quien escuchaba pero nunca veía. Y ahora la búsqueda de Grace se convierte en una obsesión y, a lo largo de dos décadas, en el hilo conductor de toda su vida. 

Esta es una de esas historias con mil vueltas y recovecos. Con personajes complejos que van desvelando capa a capa su humanidad, con sus flaquezas y sus virtudes. Es una novela de misterio, un thriller cargado de giros sorprendentes, una historia de amor y lealtad muy redonda. Tiene ese ritmo endiablado de las novelas de Dennis Lehane, también muy dado a escribir sobre personas desaparecidas. Y un protagonista que es capaz de dedicar su vida a perseguir un sueño movido por la gratitud, el amor y una emoción que nunca desfallece. 



jueves, 29 de mayo de 2025

LA BÚSQUEDA DE INTERLOCUTOR

Llevo mucho tiempo preguntándome qué es una conversación. En qué consiste hablar con alguien. Hablarle a alguien está muy claro lo que es. Nos rodean muchas personas a diario que se hablan las unas a las otras, usando las palabras ajenas para apostillar la idea propia sin escucharse de veras, sin lograr estar en un espacio de palabras compartido. Porque tengo claro que una conversación es un lugar. Tiene su propio cuerpo, hecho de palabras, silencios y toda la comunicación no verbal que hay entre ellos. Una conversación es un lugar, un espacio que se comparte. Y que se construye con el otro. También es algo único e irrepetible. Las palabras pronunciadas en una conversación no se pueden pronunciar en otra, porque entonces se convierten en un monólogo. Una conversación es un baile en el que dos personas mezclan palabras para crear algo nuevo que no existía antes. 

Ya, es fácil caer en las metáforas. Pero aquí va otra abstracción: en una conversación, tú no me hablas a mí, hablas con lo que digo. Es decir, reaccionas a mis palabras, no a mí, y mis palabras influyen constantemente en tu forma de pensar, de tal forma que mis palabras y las tuyas se complementan y se animan, bailan en una danza cuyo movimiento nace de la colaboración. Esto puede parecer una descripción artificiosa de algo cotidiano, pero mi experiencia me dice que muy poca gente "baila" verdaderamente cuando habla, porque no habla con otras personas, les habla a otras personas. 

«Toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo se reduce, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor». En esta antología de ensayos cortos, Carmen Martín Gaite escribe sobre nuestra necesidad de narrar nuestras vivencias y recuerdos y sobre la dificultad de encontrar a un interlocutor que pueda escuchar activamente nuestras narraciones. Que las acoja y las disfrute, que las provoque y que, con su sola capacidad de escucha, las aliente y las haga posibles. Una parte importante de nuestra identidad —y de nuestra salud mental— depende de que tengamos esa suerte. Y cuenta que escribir es un remedio a la frustración de no haber encontrado interlocutores para nuestra necesidad de narrarnos. Escribir es inventarnos a nosotros mismos y, a la vez, inventar al interlocutor que no hemos encontrado. Aunque no siempre funcione, a veces esta ficción es indispensable para sortear las monstruos de la soledad. Y, también a veces, no solo creamos interlocutores que no existen, sino que nos elevamos por encima de cualquier necesidad y nos convertimos en ese ser humano soñado y etéreo que no sufre ni daña ni ocupa lugar. 

«Meterse a escribir equivale exactamente a salir a dar un paseo, así cuando esté tumbada en la hierba mirando las nubes y notando que respiro con regularidad y acordándome de los que ya no respiran, sintiéndolos conmigo dentro de mi corazón, estoy escribiendo también, más que nunca, y las nubes recogen lo que escribo». 



lunes, 26 de mayo de 2025

TRES. UN ELOGIO DE LA AMISTAD

No debería haber relaciones obligatorias. Es decir, todas nuestras relaciones deberían basarse en una elección y no en un deber. Ver a alguien porque lo elegimos, no porque ya toca. La libertad de elección que reservamos para las amistades debería ser la norma de nuestra forma de relacionarnos en general. Pero, lamentablemente, no suele ser así. La mayor parte de la socialización, sobre todo a partir de los treinta y cinco años y en especial cuando se tienen hijos, gira en torno a la familia. Es una socialización regida por el deber y por la utilidad. La necesidad de romper con esta tendencia y de poner en el centro la socialización de la amistad es uno de los objetivos de este ensayo filosófico. 

Me entristece profundamente pensar que la vida consista en cumplir de una manera predeterminada una serie de objetivos inamovibles y previos a nuestro nacimiento. Para las personas de mi entorno social, estos objetivos serían, como mínimo: estudios, universidad, trabajo, vida conyugal, parentalidad, hipoteca, jubilación. Cualquier omisión conlleva un juicio colectivo, explicaciones sin fin, un silencioso (o no tan silencioso) señalamiento. Y, generación tras generación, hemos aprendido que vivir era esto y que salirse de la norma era equivocarse. Que atreverse a tener otros objetivos, o sencillamente no cumplirlos de la forma «correcta», era fruto de una rebeldía mal entendida, una manera infantil de despreciar injustamente un legado de vida valioso. Pocas cosas más tristes hay que preguntarle a una persona mayor qué soñaba con ser cuando era niña y que te responda «pues esto mismo que soy ahora, total, ¿qué otra cosa podría haber sido?». Esta ideología existencial se centra en vidas que orbitan en torno a la familia tradicional y a su enorme poder para transmitir valores conservadores. Conservadores porque se mantienen intactos de generación en generación y aspiran a ser válidos para siempre, ignorando los cambios sociales. Como defiende Geoffroy de Lagasnerie, imaginar una vida regida por parámetros más flexibles en la que puedan caber otros objetivos y prioridades pasa inevitablemente por la necesidad de emanciparse de cualquier relación obligatoria que perpetúe valores inamovibles.  

«La sociología habla de desposesión económica y de desposesión cultural para designar la forma en la que la sociedad limita las capacidades de acceso a determinados recursos y a las experiencias que los hacen posibles. ¿No cabría sugerir que hay también, junto a esos dos fenómenos, lo que podría definirse como mecanismos de desposesión existencial? Soportar la forma de vida que se adueña de nosotros y nos hace ser lo que somos es padecer la propia vida y soportar determinados modos de existencia cuando otros habrían podido convenirnos mucho más y hacernos más felices. En cierto sentido, es incluso dejar que la sociedad y los demás te roben la existencia, y puede que dejar que tú mismo, una determinada versión de ti mismo, te la robes». 

Geoffroy de Lagasnerie, sociólogo y filósofo, vive una relación de amistad a tres bandas con los escritores Édouard Louis y Didier Eribon desde 2012. Viajan juntos, se ven con mucha frecuencia, hablan o se escriben casi todos los días, piensan, crean e intervienen juntos en el espacio público, celebran juntos sus cumpleaños y los momentos tradicionalmente asociados a la familia, como las fiestas de fin de año. Más allá de la amistad, su relación se ha convertido en un modo de vida que pone en entredicho la primacía tradicional de la familia como relación significativa sobre el resto de relaciones elegidas. Y este libro parte de esta amistad tan particular para reflexionar sobre la homogeneidad de nuestra socialización y reivindicar una forma de vida más heterodoxa y más libre. 

Se podría pensar que la familia no tiene por qué conllevar necesariamente obligación y deberes. Que se puede disfrutar de la misma alegría, libertad y plenitud en familia que con amigos. Pero ¿es así? ¿Existen relaciones familiares igualitarias, respetuosas, recíprocas, libres de deudas y señalamientos, que nos enriquecen y nos hacen mejores y que no solo no nos privan de libertad sino que nos hacen más libres? Los estudios sociológicos dicen que no son habituales. Que las familias tradicionales son reductos normalizados y obligatorios de autoritarismo, represión y violencia psicológica. Y que todos, consciente o inconscientemente, tendemos a buscar lejos de la familia aquello que nos llena y nos hace felices. Y que lo hacemos con cierta culpa, porque nos han enseñado que la familia debe ser siempre más importante que la amistad. Este libro propone darle la vuelta a esa prioridad. Que lo importante sea lo que nos da felicidad y nos permite volar, no lo que nos corta una y otra vez las alas. 



jueves, 22 de mayo de 2025

LA ENEMIGA

Esta es la historia de una niña sola, desamparada y perdida en el París de los locos años veinte. Hija de una madre egoísta e indiferente y de un padre ausente y taciturno, la pequeña Gabri se cría sola, rumiando un descontento y una furia que no sabe identificar. «Desde que la chispa de la inteligencia prendió en sus ojos verdes, Gabri comenzó a observar a su madre con una natural malevolencia y ese extraordinario olfato de los niños para detectar lo secreto y lo anormal en la vida de sus padres». Por su propia experiencia, Irène Némirovsky sabía bien las consecuencias de tener unos padres así. Y, en especial, una madre egoísta y cruel. En la línea de El baile, esta novela cuenta la relación tormentosa entre una madre y una hija, marcada por un apego demasiado feroz para terminar bien. La escribió con veinticinco años, ya independizada de la tutela materna. Y es muy tentador leerla como un personal ajuste de cuentas con su propia infancia y adolescencia. 

Esa infancia sobrevuela muchas de las novelas de Némirovsky. Una infancia vivida entre la indiferencia y el reproche de las personas adultas. Me maravilla la capacidad que tenía esta autora, una de mis escritoras favoritas de todos los tiempos, de crear personajes complejos dispuestos a vengar cada ofensa recibida, provistos de «esa terrible mirada negra de los niños castigados que recuerda el relámpago de odio impotente en los ojos de los esclavos, y que los padres nunca perciben». Y la soledad sobrecogedora que sobreviene después de cada humillación. Y el deseo de morir, de acabar de una vez con el dolor, solo mitigado por el consuelo de la venganza. De la idea terrible, difusa pero cada vez más concreta, de la venganza. 

Otro de los temas recurrentes de Némirovsky es central en esta novela: la pasión amorosa, y su capacidad para elevar y envenenar. Describe con una precisión sobrecogedora e inmisericorde el deseo que nace en la adolescencia, un deseo tímido, aterrado y milagroso que un día salva y al siguiente, condena. Y, mezclado con una infancia traumática, puede rápidamente convertirse en «un deseo frenético de destrucción». 

Pocas novelas profundizan tanto y tan bien en la complejidad de los vínculos entre madres e hijas. Con la intensidad y la fuerza arrolladoras habituales en su autora, La enemiga es una novela sobre el daño que los padres pueden llegar a infligir en sus hijos, a menudo sin ser en absoluto conscientes de ello, ni tener la capacidad de reconocerlo después. 




lunes, 19 de mayo de 2025

EN EL JARDÍN DE LAS AMERICANAS

Damos por supuesta la educación universal de las mujeres, pero basta con mirar a nuestras propias madres o abuelas para darnos cuenta de que sigue muy viva la huella de la discriminación de género. Mujeres de la generación boomer que no llegaron a terminar secundaria, o que incluso ni llegaron a cursarla, son todavía la norma y no la excepción en España. Y pensamos que esa es la consecuencia natural de un atraso histórico que hasta la democracia no se pudo revertir. Sin embargo, la historia de la educación femenina en España dista mucho de ser un progreso lineal y continuo. Este ensayo de Cristina Oñoro demuestra que desde 1871 hasta 1936 pasamos de tener un país donde lo raro era que una mujer supiera leer a que las mujeres tuvieran un acceso relativamente fácil a la universidad. Mucho más fácil y, sobre todo, mucho más imaginable, que entre los años 1939 y 1965. Porque lo que una persona puede hacer está determinado por lo que pueda imaginar. Y la razón principal por la que tantísimas mujeres nacidas en los años treinta, cuarenta y cincuenta en España no tuvieron acceso a una educación secundaria y universitaria fue porque la dictadura les privó de la capacidad de imaginarla. 

Este ensayo apasionado y ameno cuenta la historia de un grupito de profesoras americanas y españolas que, entre 1871 y 1936 regalaron a varias generaciones de mujeres la capacidad de imaginarse como alumnas y universitarias. La capacidad de formarse como los hombres pero no para poder pensar como los hombres, hablar como los hombres o actuar como los hombres, sino para tener las mismas herramientas de las que ellos disponían y usarlas para forjar sus vidas como ellas quisieran. 

Este libro es un homenaje al hambre de conocimiento. La travesía a menudo es más interesante que el propio destino, que a medida que uno aprende, se va alejando más y más, hasta convertirse en algo secundario, innecesario, prescindible. Lo importante no es llegar a saber algo, sino todas las preguntas que ese algo pueda suscitar. Lo importante es la multitud de caminos que aparecen cuando uno se esfuerza en alumbrar su ignorancia con la llama de su curiosidad. A alumbrar a los demás con la llama de la curiosidad se dedicaron las mujeres que aparecen en este libro, desde Alice Gulick hasta María de Maeztu, pasando por Virginia Woolf o Emily Dickinson.  

Cristina Oñoro, que tanto nos hizo disfrutar hace tres años con Las que faltaban, ha escrito un ensayo entusiasta y ameno sobre la influencia que tuvieron mujeres e instituciones estadounidenses en el origen de la educación femenina en España. Una genealogía de mujeres que nos sigue hablando cara a cara, con su desparpajo y su valentía, para que nunca olvidemos de dónde venimos. 






jueves, 15 de mayo de 2025

LA HORA DEL ZORRO

Qué cosa preciosa, por favor. Si hay una autora capaz de envolverme en sus historias como en una manta delicada y profunda y salvaje esa es Katya Balen. Octubre, Octubre fue uno de mis libros favoritos de 2023 y lo sigo recomendando con el mismo brillo en los ojos que entonces. De llorar de bonito y de recomendarlo como si te fuera la vida en ello. Y ahora vuelve con una nueva historia sobre ese mundo salvaje tan especial que ha creado bajo la mirada de dos hermanas que ven el mundo como no lo ve nadie más. 

«Tengo el control y a veces lo pierdo y me da miedo y soy valiente y en eso consiste ser libre y salvaje». A la hora del zorro, Fen y Rey miran hacia las tierras salvajes y buscan sus raíces. Las buscan en los regueros de plata que deja la luna a su paso por el bosque. Las buscan en las sombras que se alargan como pequeños monstruos benignos y misteriosos que cantan las canciones calladas de la noche. Las buscan en la silueta parpadeante de una zorra que a veces aparece entre los árboles, una llama que se prende un segundo y al siguiente ha desaparecido y que parece decir: seguidme, ya veréis como conocéis el camino. 

Esta es la historia de dos hermanas que se cuentan historias. Todas empiezan por la misma palabra: imagina. «Imagina que había dos hermanas que no tenían madre. Para ir en su busca atravesaron las tierras salvajes, que estaban llenas de vida y de muerte, y encontraron extrañas criaturas y se cayeron de montañas y vieron rayos que llenaban el cielo entero. Imagina que se pelearon y que se separaron y se perdieron en los confines del mundo. Imagina que su historia no tenía ni principio ni desenlace, ni siquiera nudo. Imagina que era un caos y una belleza y un lío y una maravilla y lo salvaje. Pero se tenían la una a la otra y una vez habían tenido una madre que dibujaba como una de ellas y cultivaba como la otra y que dibujó sus caras y que asilvestró una tierra entera». 

La hora del zorro es una novela de una sensibilidad que te eriza la piel y te da ganas de llorar de lo perfecto que es este mundo de ficción, de lo frágil e inalcanzable que es para cualquiera que viva lejos de la vida salvaje. Trata sobre el cuidado y la memoria, sobre sentir que le importamos a los demás, que nos ven como realmente somos. A través de las palabras de Katya Balen, cruzas con sus personajes una mirada con los ojos fijos y atentos de una zorra y sientes con ellas un pequeño tirón, el escalofrío que las empuja hacia un mundo que no conocen pero que presienten como propio, como si algo en su interior anhelara volver a una raíz vibrante que las llama en un lenguaje desconocido. Y se preguntan, te preguntas, al ver desaparecer la llamarada color naranja de su cola, qué se sentirá al ser como ella. 





lunes, 12 de mayo de 2025

TE VEO, TE ESCUCHO, TE RECONOZCO

La gente se empareja por mil motivos distintos. Motivos que van cambiando con el paso del tiempo y la forma de entender el amor de cada generación. Pero quizá un motivo es bastante común a casi todo el mundo: la necesidad de que alguien nos vea y nos reconozca todos los días. Alguien que sea testigo de nuestra vida cotidiana. En la infancia nuestros testigos son nuestros padres. Si pasamos de vivir con nuestros padres a vivir en pareja, como es muy habitual, es la pareja la que asume ese rol. Y si esa relación se rompe y empezamos a vivir por primera vez solos, como también ocurre con frecuencia, nos enfrentamos por primera vez en nuestra vida al vértigo de no tener testigo. De salir de trabajar un viernes y que nadie sepa nada de nosotros hasta el lunes (a menos que forcemos planes cada fin de semana). El vértigo, nada agradable, de sentir que nuestra vida desaparece porque nadie nos ve, nadie nos escucha. Porque nadie está ahí para hacernos sentir vivos en su espejo. 

Necesitamos que otra persona sea testigo de nuestra existencia. Es nuestra memoria externa, nuestro equilibrio. Necesitamos que nuestras vivencias, nuestros logros, penas, esfuerzos, dudas, asombros, entusiasmos no pasen inadvertidos. Y no solemos ser muy conscientes de esta necesidad. El éxito de las redes sociales demuestra la inmensa recompensa que obtenemos cuando mucha gente nos ve constantemente. Este breve ensayo, centrado especialmente en la resolución de conflictos desde la experiencia de la autora como mediadora, hace hincapié en esta necesidad que compartimos todos de ser vistos, escuchados y reconocidos, y señala cómo el lenguaje que usamos, verbal y no verbal, es clave para evitar sentir y hacer sentir a los demás ese vértigo de la inexistencia. 

Teresa Arsuaga afirma que no aceptamos con facilidad la vulnerabilidad que provoca necesitar a los demás. Nuestra educación y nuestra cultura ensalzan la autonomía y la independencia como virtudes absolutas y nos enseñan que la autosuficiencia es imprescindible para una vida digna. Y esta enseñanza con frecuencia tiene el efecto negativo de hacernos creer que nuestro criterio es válido por sí mismo y no precisa de ajustarse constantemente a los de los demás para hacernos sentir bien. 

Cuando una conducta ajena nos duele, a menudo nos defendemos mediante la ofensa, que rápidamente se transforma en una actitud hostil y en un juicio. De alguien que no nos ha prestado la atención que necesitábamos, decimos inmediatamente que es egoísta, antes de pararnos a pensar si esa persona estaba al tanto de nuestra necesidad de atención, y antes también de comunicarle claramente esa necesidad. Nos cuesta pararnos a pensar hasta qué punto nuestra emoción se corresponde con una percepción realista de la situación. Y nos cuesta reconocer que los demás pueden no saber lo que necesitamos constantemente, y que es imprescindible hacérselo saber de forma constructiva y no esperar que nos adivinen en cada momento. 

¿Qué pasaría si cada vez que una conducta ajena nos hiere nos paráramos a pensar, antes de emitir un juicio, si puede tener relación con una necesidad nuestra insatisfecha? Es indudable que todos necesitamos ser vistos, escuchados y reconocidos. Pero no podemos dar por supuesto que todo el mundo va a estar pendiente constantemente de vernos, escucharnos y reconocernos en la medida en que nosotros lo necesitamos. Y ahí entra nuestra habilidad para comunicar nuestras necesidades a los demás y pactar un reconocimiento recíproco que satisfaga tanto a quien ve como a quien es visto. 

Los juicios son una forma de escalar la intensidad emocional. Y no resuelven ningún conflicto. Es más, lo enconan y lo exacerban. Este ensayo trata sobre cómo las acusaciones, los reproches, los juicios y las culpabilizaciones, a la vez que inflan nuestro ego haciendo que nos creamos mejores que el resto, nos alejan de ese reconocimiento que tanto necesitamos. Y subraya la necesidad de cuidar las emociones ajenas para legitimarlas y construir una comunicación basada en el reconocimiento de los demás y no en la defensa airada de lo propio. 

La mayoría hemos crecido creyendo que las certezas son indispensables para vivir en armonía, con seguridad y en paz. Defendemos nuestras verdades contra viento y marea, y además pretendemos inculcarlas en los demás. Sin embargo, como defiende Doris Lessing (citada por Teresa Arsuaga), esto suele producir un efecto adverso: las certezas nos llevan con demasiada frecuencia a la competición, a la confrontación y al conflicto. Para conseguir vivir con más libertad y renunciar a seguir atrincherados en las cárceles de las certezas absolutas y las verdades incuestionables, es necesario abrazar la vulnerabilidad y la incertidumbre. En definitiva: aprender a analizarse, a estudiar nuestro propio comportamiento bajo la luz del comportamiento de los demás, aceptar que nos equivocamos muy a menudo, responsabilizarnos de nuestros errores, pedir disculpas para reparar el daño que hacemos y aprender de todo ello es vital para vivir con más armonía con nosotros mismos y con los demás. 




jueves, 8 de mayo de 2025

CLARA SCHUMANN. LA ARTISTA Y LA MUJER

Clara Schumann es un mito. Ya lo era cuando empecé a estudiar piano, allá por los años noventa. Era la musa del gran compositor, la concertista inigualable. Todos sabíamos de su existencia, y no eran muchas las mujeres del siglo XIX que por aquel entonces tenían una fama tan extendida. En música, ninguna, creo yo. Todos sabíamos de su existencia, pero en realidad no sabíamos gran cosa. No sabíamos que había sido aplaudida por la élite musical de media Europa como niña prodigio. Que ningún pianista, hombre o mujer, tuvo tanto éxito en los escenarios europeos durante tanto tiempo, ni consiguió vivir de su arte de forma totalmente independiente. Que en muchos momentos eclipsó la fama del padre de sus hijos, el gran Robert Schumann, a quien muchos conocían sobre todo como el marido de Clara. Que vivió una vida complicada y trágica, sufrió la enfermedad mental y las muertes de su marido y de cuatro de sus ocho hijos, y a pesar de todo salió adelante y pudo mantener a toda su familia con su arte. Y que, además, fue una compositora admirada que, si no compuso más obras fue por falta de tiempo y de referentes de compositoras que hubieran hecho valer sus composiciones en igualdad de condiciones junto a las de sus colegas hombres. 

Esta espléndida biografía, amena y rigurosa, publicada originalmente en 1985 y traducida ahora por primera vez al español por Lucía Navarro Pla en la edición de Barlin Libros, vino a rescatar la figura de Clara Schumann para una generación educada en un feminismo normalizado y sedienta de referentes femeninos. El mito se coloreó, se amplió y lo bajamos de su pedestal para conocer la dimensión humana de la mujer que se escondía detrás y que era mucho más magnífica y admirable que la que habíamos idealizado. Y ahora me paseo por el parque escuchando en los auriculares las obras de Clara Schumann, que nunca había escuchado y nadie nunca me enseñó durante los años de conservatorio. Y me imagino a una Clara de doce años hipnotizando a toda la sociedad de Leipzig con sus polonesas, a una Clara de dieciséis componiendo de igual a igual junto a uno de los mejores compositores alemanes de su generación, a una Clara de veinte desafiando a su padre para casarse con ese compositor, del que siempre sería su mejor embajadora, a una Clara de treinta y siete, viuda y con siete hijos a su cargo que sacó fuerzas de la fatalidad para salir adelante dando giras maratonianas por toda Europa, a una Clara de sesenta años, convertida en una gloria nacional, con alumnos que viajaban de todas las partes del mundo para recibir sus clases, a la que llamaban la sacerdotisa

Por la infancia que tuvo, parecida en cierto modo a la mayoría de infancias de niños prodigio cuyos padres deciden explotar en beneficio propio, me ha recordado al cómic Niño prodigio, de Michael Kupperman. Su padre, un pedagogo con mucho talento, volcó sobre su hija de cinco años toda su ambición musical. La convirtió en el instrumento perfecto para mostrarle al mundo lo que él, Friedrich Wieck, era capaz de hacer. Su hija no era un ser humano de pleno derecho, su hija era su producto. Su logro más preciado. Aquello por lo que el mundo le iba a admirar. Y se desvivió para que así fuera, convencido de que todo lo hacía por ella. Y nunca entendió que Clara, con veinte años, se atreviera a desafiar su autoridad pretendiendo casarse con Robert Schumann. Nunca entró en sus planes que su hija tuviera voluntad propia y esta no coincidiera en todo con la suya. Qué desagradecida, pensó. Después de todo lo que le había dado. Había sacrificado veinte años de su vida para convertir a su hija en la pianista más brillante de su generación y ella se lo pagaba queriendo vivir su propia vida fuera de su dictado. 

Clara siempre necesitó tener una carrera artística propia para sentirse realizada. Y no dejo de pensar en lo radicalmente moderna que debió de ser esta actitud en su época. Asumió los roles de madre y esposa y cuidadora de su marido enfermo, tan exigentes, sin perder nunca de vista su independencia artística y económica en una época en la que esta era una verdadera rareza para una mujer. Si ya habría sido complicado para una mujer con una vida familiar tranquila triunfar como lo hizo, compaginar el éxito con sacar adelante a siete hijos y cuidar de un marido con una enfermedad crónica fue una auténtica proeza a la altura de la mujer formidable que era. 

La música siempre fue un refugio y un salvavidas para sobreponerse a la tragedia. Y, aunque muchos advirtieron frialdad y melancolía en su carácter, poco dado a las expresiones espontáneas de alegría, los adjetivos que usaban para describirla (serena, delicada, meticulosa, equilibrada, sociable, elegante, íntegra, sobria) no dejaban entrever el dolor que anidaba bajo su férreo autocontrol. Escucho sus obras ahora y pienso que qué pena que no tuviera acceso a ellas hace veinticinco años, cuando el interés por su música ya tenía material suficiente para haber despegado. Y qué suerte, también, poder contar hoy en día con tantas grabaciones distintas al alcance de cualquiera para admirar su música como se merece y disfrutarla en todo su esplendor, libre ya para siempre del estereotipo de la musa concertista del gran genio. 




lunes, 5 de mayo de 2025

CONTRAPASO 2. MAYORES, CON REPAROS

«Ante la supresión de la libertad: ¡lucidez, desobediencia, ironía y obstinación!». Este es el lema de Emilio Sanz, un periodista de sucesos que, aunque luce un pin de Falange en la solapa, tiene una visión muy crítica sobre el régimen de Franco. Se dedica a un tipo de crónica conflictiva para la dictadura: en la España perfecta no existen crímenes, no ocurre nunca nada malo y todo aquel que se atreva a ponerlo en duda será sometido a la censura apropiada. Pero no solo se censuran los sucesos, es decir, la realidad que al régimen no le gusta. También se censuran las películas. Y de cine trata esta segunda entrega de la serie Contrapaso que tan bien describe el Madrid de los años cincuenta y tantas alegrías nos da a los amantes del cómic, la novela policiaca y la crítica social. 

Madrid, octubre de 1956. Un censor eclesiástico aparece muerto en la butaca de un cine con un rollo de celuloide en la boca. Tirando de ese hilo, Emilio Sanz, León Lenoir y Paloma Ríos, los protagonistas de la primera entrega de Contrapaso, se meten sin saberlo en la investigación de un crimen de altos vuelos en el que se mezclan estraperlistas, especuladores, cineastas, jerarcas del régimen, idealistas y hasta la intocable hermana de Franco. Como telón de fondo, una multitud de gente humilde que solo aspira a un techo donde vivir, una clase desahuciada por una dictadura que no tolera su existencia. 

Teresa Valera ha vuelto a describir maravillosamente bien ese país en el que el patriotismo es el valor supremo al que se supeditan todos los derechos. Un país que funciona mediante el tráfico de influencias, es decir, haciendo y devolviendo favores. Y, dentro de ese país, su capital, el centro del poder que empieza a abrir sus fronteras sin saber que por sus costuras rotas siguen viéndose todas sus miserias. Una ciudad que recibe miles de emigrantes del campo todos los meses y no tiene casas para todos, ni voluntad de hacerlas. Una ciudad regida por mercaderes del sufrimiento ajeno. 

«¿De qué sirve oponerse a lo que todo el mundo acepta?». Quizá de nada. Pero no oponerse es morirse por dentro. Y eso sí que no sirve para nada. 




lunes, 28 de abril de 2025

NI SIQUIERA LOS MUERTOS

Una chica viene a la librería. Una chica que conozco desde que era niña y se quedaba al fondo sentada en el suelo, durante ratos larguísimos totalmente perdida entre las páginas de algún libro de fantasía. Me pide ahora una edición especial de un clásico y hablamos. Dos, tres minutos. No más. Y hay en ese tiempo escaso y volátil un gesto de alegría. Una duda, un asombro. Una forma de estar en el mundo que se expresa franca y transparente y que guarda en su esencia la mirada cándida de los niños. Y de repente me doy cuenta de que a veces basta con eso, una mirada, cuatro frases, dos o tres minutos de conexión sencilla con una persona para ampliar mi percepción de la realidad. O para ajustarla, recolocarla, devolverla al lugar amplio y sin fronteras desde el que merece la pena observar el mundo. 

La librería me permite tratar con decenas de personas distintas todos los días. La mayoría pasan sin dejar huella, vienen y se van como coches surcando la noche con los faros apagados. Pero unos pocos, como esta chica, portan una luz, una llama que ilumina y a veces hasta calienta, y que me recuerda lo importante que es iluminar el camino. Porque la oscuridad solo engendra oscuridad. 

Y de esto va esta novela, creo. De oscuridad que solo engendra oscuridad, pero también de ampliar la capacidad de imaginar, de hurgar en esa oscuridad para rescatar la luz que nos marque el camino. Juan Gómez Bárcena es uno de los escritores españoles más brillantes que he leído nunca. El mundo, con sus palabras, parece otro. Parece nuevo. «Juan mira todas esas cosas en silencio, como se mira el serrín que queda en el suelo después de tallar por mucho tiempo una esperanza». Serrín, esperanza. Una simple imagen y todo cambia de luz. 

La novela nos lleva al México de los primeros españoles. Han pasado unos años desde la conquista de Tenochtitlan. Los suficientes para hacer que Juan parezca un soldado viejo, un hombre que declina, como declina el recuerdo de lo que hubo antes de la llegada de los primeros cristianos. «En poco más de veinte años lo español ha barrido todo vestigio de lo azteca, como otra peste que se propagara muy deprisa». Una peste que diezma a los indios sin apenas tocar a los españoles. Una sombra que se extiende sobre el terreno regado por la violencia de Dios. El soldado Juan, que ya no es soldado y apenas es hombre, recibe el encargo inverosímil de capturar a un indio que se llama como él. 

El indio Juan. Hay algo en sus ojos, dicen, ojos de santo o de loco, que lo atraviesa a uno. Algo hermoso y terrible, fuego en ascenso. Una flor en erupción, un volcán que florece. Hay algo en sus ojos que atemoriza, dicen, como atemorizan sus palabras cuando hablan de Dios y la igualdad que Él quiso entre los hombres. Un indio que ostenta sabiduría solo puede perderse en los caminos de la herejía. Y más cuando se atreve, oh, terrible pecado, a ponerle palabras comunes a las Sagradas Escrituras para que todos la entiendan, y comienza a predicar la Biblia, a leerles la Biblia a los salvajes que aún no conocen rostro cristiano. Pero no toda la Biblia, no. Solo aquellos pasajes que son los que le incendian la mirada, aquellos pasajes que hablan de amor, de libertad, de esperanza y de todas esas herejías que el demonio le susurra en su oído. 

Así que hay que prenderlo. Lo ha dicho el inquisidor. Prenderlo y llevarlo a la autoridad para que lo juzguen. O su cabeza en un saco, que viene a ser lo mismo. Quién quiere otro Lutero en las Indias, otro predicador contra la violencia, otro visionario. Ese sueño hay que erradicarlo. «Es el sueño de un hombre que por su ambición y belleza parece casi divino: fundar un mundo que contra todo pronóstico siga girando sin el combustible de la plata y el oro. Un mundo en el que sea solo lo humano cuanto se gana y cuanto se pierde». 

Y Juan parte en busca del indio Juan, al norte, siempre al norte. Cada vez más al norte, en un viaje a una tierra imaginada que nadie conoce, y el indio Juan se vuelve un símbolo, una quimera, un sueño que se desvanece cada vez que se intenta atrapar, más al norte, siempre al norte, donde le esperan otros sueños, hechos estos de cristales rotos y voces que escupen odio y escupen sombras y escupen fuego.

Esta novela ofrece en cada página una calidad literaria excepcional. En la estela de Kanada, pero radicalmente distinta. Hay música en sus frases, una cadencia que me imagino que es la expresión natural de la forma de pensar del autor, porque no imagino que pueda ser producto del cálculo. Es una música que se repite, con frases que aparecen y vuelven a aparecer, como los temas musicales de una sinfonía. Una música inabarcable en la que las miradas están muy presentes. Miradas densas de horror y de vacío que ni siquiera los muertos pueden ignorar. Miradas capaces de reducir una esperanza a polvo, y, a la vez, de reconstruirla en una melodía que proyecta futuro. 





jueves, 24 de abril de 2025

LAS BONDADES DE LA NATURALEZA

Hace unos años, en un viaje a París con mi madre y P., tuvimos la suerte de poder hacer una excursión a los jardines de Monet en Giverny. Giverny es un pueblecito sobre el Sena, a una hora en coche de París en dirección a Normandía, que debe su fama a la casa museo de Claude Monet. La casa es muy bonita y está cuidada con el mimo y la exquisitez con que los franceses suelen cuidar su patrimonio. Pero los jardines son otra cosa. Son un ensueño. Atravesar el túnel que pasa bajo la carretera y acceder a la zona acuática es como traspasar un umbral de belleza que uno raras veces tiene la ocasión de ver. Pero no solo se ve: se huele, se escucha, se toca y se siente. Allí están los famosos nenúfares y el famoso puente japonés, que proyectan recuerdos de belleza en cualquier persona familiarizada con el impresionismo. Pero lo principal es la experiencia silenciosa del paseo sinuoso por ese jardín de agua que te transporta fuera de la realidad y detiene el tiempo. El viaje a París fue maravilloso, disfruté como siempre de mi ciudad favorita del mundo, pero en esta ocasión, creo que solo esa excursión a los jardines de Monet ya hizo que mereciera la pena todo el viaje. 

Y de esto va el ensayo que acabo de leer (gracias a P., que me lo regaló porque me conoce bien y aguanta con cariño estoico mis bombardeos de fotos de las plantas y flores que me encuentro en mis paseos). Del poder de la naturaleza para colmar todos tus sentidos, para transportarte a otro lugar y detener el tiempo, para darte fuerzas, serenidad, alegría, para sanarte, para potenciar tus capacidades y hacerte vivir más plenamente. La autora, Kathy Willis, fue directora científica del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres (en su pausa para comer podía recorrer el mundo entero en versión vegetal) y ha escrito este ensayo para enseñarnos hasta qué punto, desde un punto de vista científico, la interacción diaria con las plantas nos cambia la vida. 

Casi todo el mundo aprecia la naturaleza. (Digo casi porque aunque cueste creerlo, hay personas que nunca visitarían un parque por propia voluntad y no encuentran en los árboles y en las flores absolutamente nada que merezca una mirada). Casi todo el mundo está de acuerdo en que, aunque sea teóricamente, tener naturaleza cerca es preferible a no tenerla. Y Kathy Willis nos enseña que esta creencia popular tiene estudios que la respaldan y que la llevan mucho más allá de lo que solemos imaginar. Nos muestra, por ejemplo, que los pacientes que ven árboles desde las ventanas de su habitación se recuperan antes que los que solo ven asfalto o paredes de ladrillo. También disfrutan de mayor bienestar emocional y necesitan menos analgésicos. 

Pero, aparte de nuestro contacto visual con la naturaleza, el efecto de oler, oír o tocar ciertas plantas (incluso hablarles como les hablamos a nuestros animales domésticos) puede provocar cambios positivos medibles en nuestra salud física y mental. Si un estudio tras otro demuestra que tener espacios verdes a nuestro alrededor es tan beneficioso para nosotros, facilitar nuestro acceso a la naturaleza es en realidad una cuestión de salud pública. Y este libro es una llamada a los políticos para que se tomen en serio de verdad la salud de la gente e inviertan en naturaleza. No solo ganaremos en salud. También nos ahorraremos miles de millones de euros. 

Interactuar con la naturaleza de determinadas formas beneficia directamente nuestra salud. Ojalá en los próximos años se convierta en algo habitual y las políticas públicas nos permitan tener más contacto con la naturaleza para paliar dolencias físicas, mentales y sociales. No solo está en juego la salud de la población, también nuestra economía, porque seguir negando los beneficios de la naturaleza y expulsándola de los planes urbanísticos, sociales y sanitarios no solo perpetúa nuestra mala salud sino que nos arruina. 

Ojalá pueda volver a los jardines de Monet un día. Mientras tanto, leer este libro ha sido un perfecto recordatorio, riguroso, bien escrito y persuasivo, de que la naturaleza que nos rodea no solo es un bonito decorado para nuestras vidas, sino un elemento indispensable del que formamos parte y con una capacidad insospechada para procurarnos bienestar, salud, felicidad y todo aquello por lo que merece la pena vivir. 



lunes, 21 de abril de 2025

LA CASA DE PAPEL

Una profesora de universidad muere atropellada mientras hojea un volumen de Emily Dickinson. Es la destinataria póstuma de un misterioso ejemplar de La línea de sombra, de Joseph Conrad, llegado desde Uruguay en extrañas circunstancias, que va a parar a las manos de un compañero de departamento. Intrigado, este profesor inicia una pesquisa que le lleva a cruzar el Atlántico y descubrir los entresijos de un grupito de personajes que han dedicado su vida a los libros y que han apurado su pasión hasta sus más locas consecuencias. 

La casa de papel, de Carlos María Domínguez, es una nouvelle encantadora publicada por primera vez hace más de veinte años con inmenso éxito que ahora rescata la editorial Periférica. Es un libro para bibliófilos que nos habla de hasta qué punto podemos configurar nuestra vida en torno a la literatura. Es una joyita elegante, fluida, cálida, erudita y a la vez cercana, para gente que mima el disfrute de un libro con todos los sentidos, que apura el placer que dan hasta la última gota. Una novela sobre cómo la curiosidad de un hombre se enamora de una historia y se deja cautivar por el más improbable azar. 

«Bromeábamos con la idea de sumar la luz de las velas, solo en el caso de las obras anteriores a la luz eléctrica. Puede parecerle una excentricidad del todo innecesaria, pero pruebe a iluminar un cuadro al óleo con velas y advertirá que cobra un aspecto completamente distinto al de costumbre, por mejor iluminado que esté. Es un cuadro nuevo, las sombras cobran vida y se diría que ya no hay diferencia fundamental entre la luz que nace de los pigmentos y el aceite y el cuarto donde se encuentra. Los espacios se prolongan y usted ingresa a una dimensión reveladora. Algo similar ocurre con ciertos libros, ya que una página es, también, un formidable dibujo. Un juego de líneas y pequeñas figuras que se reiteran, de vocal en consonante, con sus propias leyes de ritmo y composición, y nunca es indiferente el cuerpo, la letra elegida, la medida de los márgenes, la solvencia del papel, la numeración a la derecha, centrada, la infinidad de detalles que le dan su prestancia. Por nueva que sea la edición y blanco el papel, a la luz de los cirios se tiñe de una pátina que introduce valores, matices, con maravilloso encanto». 

Para muchos, los libros no son solo un entretenimiento, un disfrute o una forma de conocimiento: los libros nos han hecho ser quienes somos. Y no podemos imaginar quiénes seríamos sin su influencia constante a lo largo de toda nuestra vida. Hay gente que lee para divertirse, para entretenerse, para formarse: los bibliófilos leemos para ser. Y, sin duda, por la influencia de ciertos libros somos capaces de casi cualquier cosa. Por ellos cruzaríamos sin dudarlo nuestra propia línea de sombra. 





jueves, 10 de abril de 2025

EL BALNEARIO

No iba a reseñar este libro. De hecho, a punto estuve de dejarlo a las veinte páginas del relato principal, el que da nombre al libro y por el que Carmen Martín Gaite ganó el Premio Café Gijón de novela corta en 1954. Pero seguí leyendo. Y cuánto me alegra haberlo hecho. Qué placer, qué auténtico placer de literatura. Creo que no hay escritora española del siglo XX que me guste más. Y estos relatos, junto con los de Emilia Pardo Bazán dedicados a la violencia contra las mujeres, creo que están entre los que más he disfrutado de toda la literatura española. 

Me ha gustado muchísimo cómo escribe la autora sobre el clasismo de los señores que no se juntan con gente de baja categoría. Y la vida resignada y apagada de esa clase baja cuya mayor escasez no es tanto de bienes como de aspiraciones y expectativas. Escasez de asombro y de ilusiones, de imaginarse vidas, de soñar vidas posibles y convencerse de que, a pesar de todo, quizá puedan hacerse realidad. Pero ¿cómo? ¿En qué calle, en qué ciudad? ¿En esta, dormida y triste, reprimida por la sombra de una guerra que ningún sol aclara?

Escribe sobre los pesares de la gente vulnerable. Sobre su tristeza íntima e inconfesable. Sobre su mansa aceptación de un mundo que les agrede, un mundo áspero y frío que no tiene piedad con quien no ha nacido en la familia adecuada. Sobre la fiebre de los pobres, que mata silenciosamente mientras los médicos bien vestidos suben las escaleras de las casas pudientes con sus jarabes e inyecciones. Y también sobre la fiera dignidad de los que quizá vivan en los portales de los edificios elegantes, pero no se sienten por debajo de nadie porque tienen sus dos apellidos y un cuerpo y una casa con un rayo de sol por las mañanas, y un oficio y una vida, suyos, no prestados, no regalados por nadie. 

Este es un libro de relatos sobre la maravilla que encierra lo cotidiano si se sabe mirar bien. Y qué bien miraba Carmen Martín Gaite. Qué privilegio aprender a mirar con sus ojos.  




lunes, 7 de abril de 2025

HAY GATOS EN ESTE LIBRO

Hay gatos en este libro. Es importante saberlo. Porque no hay solo uno, ni dos, ¡hay tres gatos! Y cada gato tiene su personalidad y sus gustos. Se llaman Chiqui, Luna y Andrés y, si quieres jugar con ellos, solo tienes que pasar la primera página. Bueno, la segunda, porque en la primera todavía no están. Bueno, en realidad en la segunda están solo a medias. Tendrás que pasar alguna solapa, despertar a Chiqui de su siesta, tener una fuerza hercúlea para descubrir a Andrés debajo de su enorme panza, digo, de la enorme solapa que lo tapa, y Chiqui te dirá que sigas pasando páginas, que hay lana bonita con la que jugar, ¡lana, lana, viva la lana! Eso es, ¡hurra, qué bien sabes pasar las páginas!, pero sigue, sigue, porque hay todavía más lana, y más y más, hala, pero mira eso, ¿y esas cajas de cartón? ¿Pero dónde se han metido Chiqui, Luna y Andrés? ¿No había gatos en este libro? Ah, que se han escondido en las cajas, los bribones. ¡Cómo les gustan las cajas! ¿Te animas a abrirlas para buscarlos? ¿Y a hacer una pelea de cojines? Vamos, ¡pasa la página, pasa la página! Y, ohhh, no puede ser, Chiqui se acaba de subir sobre la cabezota enorme de Andrés y se ha asomado a la página siguiente. ¿A que no sabéis lo que ha visto? ¿No? Ha visto PECEEEEES. ¿Pero también hay peces en este libro? ¿En serio, hay algo que no haya en este libro? 

Sí, hay algo que no hay en este libro. Ahora que he pasado todas las páginas y he cerrado las tapas y que Chiqui, Luna y Andrés no me oyen, os puedo decir que hay algo que desde luego no hay ni por asomo en este libro. Y os lo voy a decir bajito bajito, porque es un secreto secreto secretísimo. En este libro no hay... a-bu-rri-mien-to. 



jueves, 3 de abril de 2025

MI MARIDO

La protagonista de esta novela desearía vivir enamorada para siempre. En el éxtasis vertiginoso de las primeras semanas, cuando todo es una promesa de felicidad perfecta. Desearía que el amor fuera para siempre ese alfilerazo diario en el corazón, esa incomodidad deliciosa, ese pálpito que coquetea con la angustia y que en la mezcla de dolor y placer encuentra su delicia más pura. Desearía sentir todas las mañanas esa brutalidad tierna que nos lleva a querer caminar por el borde de un precipicio bailando nuestra mejor versión porque lo que vale y por lo que se reza es la adrenalina de lo desconocido y el placer oscuro y denso de conquistar para sí lo ajeno. 

La protagonista de esta historia lleva trece años felizmente casada con el padre de sus dos hijos, un hombre a todas luces perfecto por el que todas sus amigas suspiran en secreto. Y, sin embargo, quiere más. No está satisfecha. Nada satisfecha. Porque lo que más duele no es amar lo inaccesible. Lo más doloroso es amar lo que ya se tiene, y no sentirse nunca plena. Pero ¿cómo amar menos? ¿Cómo conformarse con el amor acostumbrado, con el amor normal y tranquilo que da la seguridad y la confianza? Ella quiere exaltación, dudas, celos, imprevistos, conflicto, que su marido se suba a la montaña rusa emocional con la que ella experimenta el amor y vivan al unísono al margen del tiempo. No basta con tener la vida soñada. Quiere que su amor loco sea correspondido con la locura adecuada. Y para conseguirlo está dispuesta a todo. 

¡Cómo me he reído con esta novela! Es una locura absoluta, de principio a fin. Y, a la vez, sospecho que describe una vida bastante real para mucha gente. Está claro que si hay algo capaz de obsesionarnos hasta desquiciar nuestro comportamiento es el amor romántico. Y la autora lo disecciona con un encanto divertido e intrigante que te atrapa desde la primera página. ¡Qué voz protagonista! Hace mucho que no me metía tan de lleno en un fluir de conciencia como este. 

Mi marido describe a un marido que es «la perla rara», «el príncipe azul». Un marido que apenas tiene voz propia en la novela porque el discurso de la narradora no tiene en cuenta nada más que su propia lógica en la que solo caben ella y sus necesidades. Ella y sus miedos. Ella y su obsesión por modelar a su marido según la imagen que se ha hecho de él y que necesita a toda costa para mantener la cordura. La suya es una vida dedicada a echar de menos. A fijarse en lo que le falta, en lo que podría haber estado mejor. Tiene una percepción agudísima de lo que está mal y una ceguera absoluta para lo que está bien. Un inconformismo que no es ya rebeldía, sino fervor por un dios muerto, puro vicio. 

Maud Ventura escribió esta novela durante tres años en el metro que la llevaba a su trabajo. Se inspiró en su vida y en personas que conocía, pero también en películas, libros (Annie Ernaux, sobre todo), anuncios, podcasts y todo aquello impregnado de la cultura del amor romántico que nos rodea. El resultado ha sido un exitazo impresionante en Francia. Ojalá nos haga reír y pensar con el mismo éxito también aquí.  




lunes, 31 de marzo de 2025

EL CUARTO DE ATRÁS

El cuarto de atrás es un lugar físico y metafórico. Es una habitación (la habitación de juegos infantiles de la casa de Salamanca de la familia Martín Gaite) donde se piensa y se sueña, pero también es como «un desván del cerebro» donde se acumulan sin orden ni concierto todo tipo de cachivaches aparentemente inservibles (recuerdos, sensaciones, intuiciones, miedos, euforias, proyectos) que, sin embargo, son la esencia de la vida. Todos tenemos un cuarto de atrás. Si no físico, al menos mental. Pero no todos son un refugio, como el de Carmen Martín Gaite. Un refugio para protegerse de la vida real, pero con ventanas para salir volando cuando la sed de aventuras nos invade. Ojalá todo el mundo pudiera tener un cuarto de atrás como el de este libro. 

En una noche de insomnio, la autora divaga por su memoria con la compañía de un misterioso visitante cuya identidad desconocemos. Busca, se pregunta, cuenta pequeñas historias y reconstruye parte de su infancia y juventud durante la guerra y la posguerra admitiendo que la memoria es un juego de espejos que no permite reconstruir el pasado ni llegar verdaderamente a conocerlo, pues «nunca se descubre del todo el secreto de lo que se tiene cerca».

¿Qué es la literatura: un desafío a la lógica o un refugio contra la incertidumbre? ¿O las dos cosas a la vez, quizá? La literatura de Carmen Martín Gaite es, para mí, un continuo ejercicio de juego y libertad. En cada libro late la necesidad de vivir liberada de las ataduras de las normas para todo. Educada en que «quedarse, conformarse y aguantar era lo bueno», ella quería salir, escapar y fugarse. Si no a la luz del día, al menos por «los vericuetos sombríos y secretos de su imaginación, por la espiral de los sueños». 

Algunas ideas que desarrolló diez años más tarde en Los usos amorosos de la posguerra española ya aparecen aquí como intuiciones y notas que va acumulando por temas en un cuaderno, un cuaderno que ha debido de dejar en alguna parte, perdido en ese infinito desván del cerebro, en su cuarto de atrás. Algunas de esas ideas siguen vivas en personas con las que tratamos habitualmente, por ejemplo la sombra alargadísima del miedo, de la reacción a la defensiva, anticipando constantemente un golpe imaginario. Todo ese vocabulario que gira en torno al deber, la precaución y la necesidad, y silencia lo que alude a la improvisación y al placer. 

Pero este libro no va de autoanalizarse, porque «¿qué sabe nadie de sí mismo? La vida da tantas sorpresas...». Martín Gaite tiene la maravillosa capacidad para diluir toda seriedad mediante una imaginación desbocada, una fantasía que no puede parar de crear, crear, crear en todas direcciones. Crear al azar y dejarse llevar por la emoción, por el arrebato del momento. Refugiarse o volar. 





jueves, 27 de marzo de 2025

NIELS LYHNE

Basta con salir de casa de tus padres una temporada durante la juventud, no hace falta que sean muchos años, a veces bastan unos pocos meses, para volver hablando un idioma que no entienden. Son las mismas palabras de siempre, son casi los mismos gestos, pero la inflexión ha cambiado ligeramente de tonalidad y ya no encuentran eco. Son recibidas con un silencio incómodo. Pero incómodo solo para ti. Para ellos es como si no hubieras dicho nada, como si no hubieras hablado. Tu idioma, el idioma que siempre has hablado con tus padres, y que has enriquecido con las nuevas experiencias, ya no sirve. Tienes que purgarlo para que te entiendan. Podarlo. Y te das cuenta de que la persona que ha vuelto a casa ya no es la misma. Pero tiene que ser la misma para que te acepten y te entiendan, así que dejas en la puerta todo lo aprendido, el asombro y el entusiasmo, la complejidad y la belleza, hasta la ambición y el aplomo, para que te vuelvan a aceptar en el rebaño uniforme de la familia. El mundo de afuera queda relegado a los cuentos, a las fábulas, a una primavera del espíritu que no tiene cabida en el invierno petrificado hacia dentro de la casa familiar. Querer meter dentro de casa esos cuentos y esas fábulas se vuelve una forma de invasión, de traición a la esencia familiar regida por la repetición de los mismos patrones día tras día, año tras año, generación tras generación. 

Esta novela terrible y maravillosa no trata sobre esto. Apenas dos párrafos sobre un personaje secundario esbozan esta idea, pero a mí me han dejado reflexionando un rato y me han llenado de palabras para escribir lo anterior. Es una de las infinitas virtudes de este libro: prender la llamarada de la conexión con lectores de todo tipo para que un capítulo, un simple párrafo, a veces una sola frase hagan perfilarse claramente en nuestra sensibilidad lo que antes estaba empañado por una intuición indefinida. 

Llegué a esta novela porque Stefan Zweig la admiraba. Era el Werther de su generación, decía. Y yo me imaginé inmediatamente un libro capaz de hacer temblar los cimientos sentimentales de millones de jóvenes que se lanzaban a vivir y a enamorarse en aquella Belle époque que quizá no era tan bella. Jens Peter Jacobsen, naturalista y botánico además de poeta y novelista, supo retratar como pocos la angustia y la desesperación latentes tras el maquillaje festivo y exquisito de una generación que parecía aspirar a tenerlo todo. Escribió sobre los anhelos y los sueños, sobre las ilusiones feroces que no encuentran lugar en la sociedad y son sofocadas con tristes resultados, o bien usadas para terribles y violentos fines. 

Esta novela me ha resonado por muchos motivos. Da vueltas en torno a eso que hoy llamamos amor romántico y que ya entonces era la religión que regía no solo las relaciones amorosas sino el desarrollo de la personalidad y la autoestima. «Nunca es prudente crearse dioses y entregar el alma al otro, pues hay dioses que no quieren bajar de su pedestal». El amor romántico como una rueda de servidumbre, una máquina de entregar la voluntad al otro para que se convierta en tu amo.

Niels Lyhne es un joven aspirante a poeta. La muerte de su tía Edele, de quien está enamorado platónicamente, le lleva a dar la espalda a la religión y abrazar el ateísmo. Busca desesperadamente dar un sentido a su vida a través del arte y del amor. Sin embargo, durante unas vacaciones a Fjordby, en la costa danesa, Niels y su amigo Erik se enamoran de Fennimore. Ese triángulo amoroso desembocará en una tragedia que determinará el destino de los tres.

Ha sido todo un descubrimiento. ¡Gracias de nuevo, mi querido Zweig! Niels Lyhne es un joven aspirante a poeta descrito con una prosa lírica y esplendorosa, preciosista como las pinturas de Klimt y la música de Mahler. Un joven que no sabe qué hacer con su talento y sus aptitudes, incapaz de adaptarse a la vida que le rodea, de encontrar un asidero para sus anhelos. «¡Ningún hogar en la tierra, ningún dios en el cielo, ninguna meta en el futuro!». Vive preso en la obsesión por buscar el florecimiento de su identidad a través de los sueños y anhelos y de inventar constantemente la vida en lugar de vivirla como viene. «Este eterno ir y venir a la caza de uno mismo, observando astutamente las huellas dejadas, en círculo, naturalmente; ¡aquel disimulado lanzarse al río de la vida y a la vez sentarse a pescar, a pescar la propia identidad con caña para luego izarse a uno mismo vestido con algún curioso disfraz! Ojalá le sobreviniera la vida, el amor, la pasión, para que no tuviera que inventársela, no pudiera componerla en verso, y ella lo inventara a él». Pero ¿qué vida real puede estar a la altura de la vida así imaginada? 

Y me ha maravillado la modernidad de ciertas ideas. No solo las que giran en torno al ateísmo, un tema recurrente en la novela, sino párrafos como este que demuestran una conciencia feminista (denunciando de paso el amor romántico) sin duda muy avanzadas para 1880, la fecha en que se publicó la novela: «¡Cuántas veces nos vemos obligadas a soportar que aquel al que amamos nos disfrace con su fantasía, nos corone con una aureola, nos ligue unas alas a la espalda y nos envuelva en un manto estrellado! Y entonces es cuando, por fin, nos encuentra dignas de ser amadas, cuando nos paseamos con toda esa parafernalia carnavalesca con la que ninguna de nosotras se encuentra a gusto ni puede ser ella misma, porque estamos demasiado emperifolladas y porque nos confunde a postrarse a nuestros pies y adorarnos, en lugar de tomarnos tal como somos y simplemente amarnos». «Así se construye el amor del hombre. Yo lo llamo violación de nuestra naturaleza. Lo llamo adiestramiento. El amor del hombre es domesticación». 

Pensé que no conocía de nada a Jens Peter Jacobsen, pero al leer la nota biográfica de la solapa descubrí que es el autor de los Gurresange, unos poemas musicados en 1911 bajo el título de Gurrelieder por Arnold Schönberg, y que durante la carrera me parecían el romanticismo llevado a su extremo. Una belleza que duele. Algo así es Niels Lyhne. Una historia que nos enseña que bajo las luces y la risa de aquella época dorada se agitaba un fantasma que no tardaría en despertarse con violencia. 




lunes, 24 de marzo de 2025

NOSOTROS, REFUGIADOS

Hannah Arendt escribió este breve ensayo en 1943. Llevaba dos años en Estados Unidos y la segunda guerra mundial aún era una incógnita, al igual que su situación legal en su país de acogida. ¿Le pasaría como en Francia, que la acogió desde su huida de Alemania en 1933, pero acabó internándola en 1940 en el campo de Gurs, en los Pirineos, como parte de la «escoria de la tierra»? ¿Tendría que volver a escapar y a huir como una criminal para salvar la vida? ¿Adónde huiría esta vez? ¿Su condición de refugiada la protegería o la señalaría? 

Arendt escribe sobre un problema existencial que afectaba a millones de personas en 1943. Un problema que no ha dejado de crecer y que, ochenta años después, sigue estando en el corazón de la mayoría de conflictos que envenenan nuestra convivencia, y que la extrema derecha, desde Israel hasta Estados Unidos pasando por Rusia y buena parte de Europa, está llevando a su paroxismo. ¿Puede una persona ser ilegal? ¿Tiene una persona derecho al asilo cuando su vida peligra? ¿En qué nos convierte negarle la hospitalidad a alguien sabiendo que fuera le espera la muerte segura? ¿La tierra es algo que se puede poseer y de lo que se puede excluir a los demás? 

«Vivimos en un mundo en el que los desnudos seres humanos como tales han dejado de existir hace tiempo. La sociedad ha encontrado en la discriminación el gran instrumento social de muerte que permite matar a las personas sin derramamiento de sangre: los pasaportes y las partidas de nacimiento». Ochenta años después, este gran instrumento social de muerte gana elecciones. 

Hannah Arendt escribe sobre la presión social que existe para que los refugiados se adapten lo más rápidamente posible a su nueva situación en su país de acogida y olviden cuanto antes los recuerdos de su lugar de origen. Y con qué avidez muchos lo hacen, cediendo a la presión o simplemente por mera cordura e instinto de supervivencia. Y a las pocas semanas hablan casi perfecto el nuevo idioma, y a los pocos meses su memoria destruye recuerdos sin piedad, como una excavadora aplanando los escombros de una ciudad bombardeada para construir sobre ella a toda prisa una nueva ciudad floreciente que en nada se parezca a la anterior. 

La voluntad de no significarse, por encima de todo. De pasar desapercibidos, de encajar en el nuevo molde de su vida. Qué reconocible ese empeño, casi esa desesperación instintiva por convertirse en uno más, en alguien de quien nadie recele, que no suscite miradas ni comentarios: alguien aceptable y aceptado. Para quien viene de lo triste y lo terrible, de un origen en llamas que se percibe como lo inaceptable, ser aceptado es el objetivo más urgente. Como cualquier niño que llega a un cole nuevo a mitad de curso y lo único que desea es pasar desapercibido e integrarse a toda costa para poder construir su identidad libremente y que su origen no quede pegado a su espalda como un estigma. Qué reconocible y qué triste que la presión social obligue a escoger a los refugiados entre la asimilación inmediata o el señalamiento, entre renunciar a su identidad o convertirse en un paria.  

«Perdimos la casa, es decir, la intimidad de la vida cotidiana. Perdimos el trabajo, es decir, la confianza de que somos de alguna utilidad en este mundo. Perdimos el idioma, es decir, la naturalidad de las reacciones, la sencillez de los gestos, la expresión espontánea de los sentimientos». Y, aun así, la mayoría de judíos alemanes que llegaban a Estados Unidos en esos años no querían que les llamaran refugiados. Eran emigrantes, y solo por poco tiempo. Pronto serían americanos. Estaban convencidos. O querían convencerse. Hannah Arendt escribe sobre el optimismo roto de los refugiados. Sobre su desesperada necesidad de seguir adelante y los sueños poblados de fantasmas que han dejado atrás. Han sido «testigos y víctimas de atrocidades que son peores que la muerte». En qué optimismo caben sus sonrisas, su voluntad de trabajar y perseverar. 

Cuando el nacionalismo más bárbaro y excluyente triunfa en las elecciones de la mayoría de los países occidentales, cuando el odio al diferente se normaliza y se jalea, cuando la mentira y la burla se convierten en estrategia política, leer a Arendt nos recuerda que esto ya pasó y que las heridas se pueden curar. Basta perseverar en encontrar, día tras día, las palabras adecuadas para señalarlas. Y la valentía necesaria para no mirar para otro lado.