jueves, 29 de abril de 2021

SOBRE EL DUELO

La muerte de un ser querido te desarraiga. Te priva de esa tierra firme que somos todos para las personas que nos quieren, te deja de repente en mar abierto, a merced de una soledad inimaginable. Una parte de ti mismo ha dejado de existir y no sabes qué hacer con ese vacío. 

La muerte de los padres nos desconecta con nuestra infancia. De repente perdemos la fuente más fiable de nuestros primeros años de vida y nuestra identidad se tambalea, como una iglesia a la que privan de sus contrafuertes. A partir de ese momento ya no podremos recurrir a nadie para que afiance nuestros recuerdos, para que añada detalles coloridos a nuestras mejores anécdotas infantiles, y empezaremos a inventar esos recuerdos, a crear el mito de nuestra infancia, una época perdida ya del todo ahora que los padres no están para mantener la llama viva de su memoria. 

"La pena es un tipo de enseñanza cruel. Aprendes lo poco amable que puede ser el duelo, lo lleno de rabia que puede estar. Aprendes lo insustancial que puede resultarte el pésame. Aprendes lo mucho que tiene que ver la pena con el lenguaje, con la incapacidad del lenguaje y con la necesidad del lenguaje". 

No hay palabras para la muerte. Para lo que nos queda a los que la contemplamos. Y, sin embargo, son las palabras las que nos salvan. Esas palabras imposibles que no existen. Son las palabras las que nos agarran del brazo y nos llevan hacia la superficie, hacia el aire y la luz y la vida que siguen su curso, cruelmente, como si nada hubiera pasado. Incluso hacia la risa, hacia la alegría, esa monstruosidad que espera, pacientemente, a que acabemos de llorar para volver a abrazarnos con su ligereza imprescindible. 

También lloramos a través de la risa. El mismo día de la muerte hablamos con nuestros amigos o hermanos y bromeamos. Nos reímos. Recordamos momentos graciosos. Ahuyentamos a la muerte. Aunque la tristeza aguarda siempre ahí, en cada sombra, en cada risa que se apaga al agotarse la broma. La tristeza que también es rabia. Ira profunda. ¿Por qué ahora? ¿Por qué ella? ¿Por qué él? ¿Por qué yo? El duelo no tiene que ver con quien muere. Tiene que ver con quien sobrevive. Con los cuerpos vivos que laten, inflamados de pérdida, y que pasarán el resto de su vida tratando de alcanzar una realidad que ya no existe. 

"¿Es posible volverse posesiva con el propio dolor? Quiero llegar a conocerlo, quiero que me conozca. El vínculo con mi padre me era tan preciado que no puedo exponer mi sufrimiento hasta que haya delimitado su contorno". 

El padre de Chimamanda Ngozi Adichie murió en junio de 2020. Fue una muerte repentina, ella había hablado con él el día anterior. Vio su cuerpo inmóvil en una cama de un hospital nigeriano a través de la pantalla de su ordenador desde su casa en Estados Unidos. Y se rompió. Este librito es su homenaje.  





lunes, 26 de abril de 2021

LA HIJA ÚNICA

Hay una mujer embarazada a la que le anuncian que su hija no podrá sobrevivir al nacimiento. 
Hay una madre que ve en cada grito y pataleta de su hijo los gritos y los golpes de su exmarido. 
Hay dos palomas que incuban en un nido improvisado un huevo que quizá no sea suyo. 
Y hay una mujer mexicana que, decidida a no ser madre, y después de disfrutar de los sabores, olores y costumbres de medio mundo, vuelve a Ciudad de México para escribir una tesis y asentarse, y observar estas tres facetas de la maternidad, tres caras muy diferentes de un mismo prisma que quizá cambie su forma de ver su propia vida. 

La maternidad siempre está enredada en una maraña de emociones encontradas. Alegría, miedo, incertidumbre, dudas y culpa pueden teñir el amor de colores indescifrables. Y esta novela tiene el don de mostrarnos ese cuadro de colores imposibles desde la distancia adecuada para poder diferenciarlos, ponerles nombre e identificarlos con sabiduría y delicadeza. 

Me ha impactado la forma en que Alina, la mujer embarazada, acepta el diagnóstico que sentencia a su hija, y cómo empieza el duelo antes incluso de que nazca. Si va a morir nada más nacer, si el nacimiento va a ser también una muerte, quizá lo mejor sea prepararse cuanto antes. El dolor y el amor se mezclan aquí para llevarnos por caminos insospechados. 

He leído esta novela con una mezcla de calma y sobrecogimiento. Calma por el tono sosegado y sencillo de la prosa de Guadalupe Nettel. Y sobrecogimiento por esta historia tan tremenda, tan llena de aristas y de abismos por la que avanzan a tientas los personajes, buscando una luz al final del camino. 






jueves, 22 de abril de 2021

OLIVIA Y LAS PLUMAS

Hay algo en las ilustraciones de Esther Gili que me atrae sin remedio. Me sucede lo mismo que con ciertas personas: es verlas y me pongo contento, diluyen las preocupaciones como la luz del sol las pesadillas. Y lo mejor es que la Olivia de este cuento, creada por Susanna Isern, consigue lo mismo: con su búsqueda de plumas para unos peces en apuros aligera el corazón. 

¿Y para qué querrán unos peces tantas plumas? Pues quién sabe. Pero lo cierto es que en la charca donde viven y donde juegan a mordisquearle los pies a Olivia, cada vez hay menos agua. Y cualquier método es bueno para tratar de llegar al mar. Plumas, eso es lo que le pide el pez plateado a Olivia. Plumas, cuantas más mejor. Y allá va ella, en búsqueda de plumas para sus peces en apuros. 

Plumas rosas de flamenco, blancas de lechuza y negras de cuervo.
Plumas saladas de gaviota, mojadas de pingüino, charlatanas de cotorra. 
Plumas largas, cortas, rectangulares y redondas...

Plumas para que vuelen la imaginación... Y los peces. 



lunes, 19 de abril de 2021

LA NOCHE DE LA USINA

Hueles el polvo. La sequedad de la tierra. La llanura que te rodea como un mar quieto y amarillo sin olas ni mareas. Ves esa gasolinera aislada, una isla a punto de hundirse en la llanura que, sin embargo, insiste en mantenerse a flote año tras año. Tocas los billetes usados, traídos por amigos que se han puesto de acuerdo en ese proyecto loco, un grupito de boludos sin nada que perder que van a apostarlo todo a una carta la víspera de la tempestad del siglo. Un grupito de boludos en la pampa argentina que saben arrimar el hombro cuando hace falta. Hasta cuando el plan es tan descabellado que ni en las películas americanas parece verosímil. 

Sacheri tiene el poder de hacerte oler, ver y tocar. Y oír en cada página ese acento que a mí siempre me dibuja una sonrisa. Inmediatamente me voy allá, a ese país de gramática luminosa capaz de sufrir un corralito y de abrigar personajes con una humanidad que desarma y emociona. 

La Noche de la Usina es un secreto. Casi nadie me pide ya esta novela, a pesar de ser un Premio Alfaguara no muy lejano, y por eso guardo los ejemplares como en secreto, medio escondidos, como un licor dulce de contrabando. Y sólo lo saco cuando hay confianza, cuando alguien me pide recomendación de un libro que te atrape y te haga reír y no te deje hecho polvo y no sea la típica novela superficial de usar y tirar y con el que puedas aprender algo. Algo como qué hacer cuando un banquero te estafa y se va con la ilusión de tu vida y la de todos tus amigos más cercanos. Algo como respirar el duelo como si fuera líquido, líquido de un mar que cada día te arrastra más hacia el fondo. Algo como la idea loca de volver a levantarse y reunir al grupito de boludos que lo perdieron todo y decirles eh, lo apostamos todo a una carta y nos la jugaron. Pero la partida no acaba hasta que nosotros lo digamos. Algo tan dulce y embriagador como la venganza. 

La Noche de la Usina es un thriller, un western, una comedia negra y la mejor historia de una venganza después de El Conde de Montecristo. Nunca la épica tuvo un sabor tan cotidiano y nunca sonó tan alegre la búsqueda de la justicia social. 




jueves, 15 de abril de 2021

MISERICORDIA

En 1897, año de publicación de esta novela, la idea de igualdad era poco más que una palabra en las fachadas de los ayuntamientos franceses. Una palabra acompañada de otras dos (libertad, fraternidad) que seguían alimentando los sueños de muchos y los discursos de unos pocos pero que ya nadie creía que se pudieran reivindicar de una forma integral y creíble para mejorar ninguna sociedad. Nuestra constitución de 1978 le habría parecido un sueño al más revolucionario de los contemporáneos de Galdós. ¿Los ricos y los pobres son iguales ante la ley? ¿La vivienda es un derecho? Venga ya. Sueños y utopías. Y tendrían razón: tristemente, una constitución no garantiza que todo lo que dice tenga que aplicarse si otros intereses más poderosos están en juego. 

De la igualdad entre seres humanos, y de esos otros intereses que siempre han luchado contra ella, trata, entre otras cosas, este clásico de uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos. 

"Miseria, vergüenza, humillación, deber a todo el mundo, no pagar a nadie, vivir de mil enredos, trampas y embustes, no encontrar quien te fíe valor de dos reales". 

Ya bien entrados en el siglo XXI pensamos que casi nada de esto existe ya. Que las calles de Madrid llenas de mendigos y de pobreza extrema que describe Galdós son agua pasada, y que la modernidad ha pasado la bayeta a la miseria antigua para hacer brillar la pulcritud de esta nueva sociedad globalizada. Pero más que pasar ninguna bayeta, parece que lo que ha hecho en realidad es barrer esa miseria hacia donde no la veamos, hacia los rincones oscuros bajo los muebles donde no nos duela y se convierta en poco más que una frase que ya a nadie sobresalta pero que nunca está de más recordar: uno de cada cuatro españoles en 2020 sigue en riesgo de pobreza y exclusión. 

"-Es que tú no tienes vergüenza, Nina; quiero decir decoro, quiero decir dignidad. 
-Yo no sé si tengo eso, pero tengo boca y estómago natural, y sé también que Dios me ha puesto en el mundo para que viva y no para que me deje morir de hambre". 

Y de esto trata también esta novela. De la falta de dignidad que asociamos con la mendicidad, como si hubiera algo indigno en querer sobrevivir y tener el valor de pedir ayuda para conseguirlo. Y de aquellos que, acostumbrados a vivir de las rentas o de sus apellidos o de la consideración que creen que merecen de los demás, miran con repugnancia el esfuerzo diario de todos los que no tienen rentas ni apellidos ni consideración que exigir a nadie para salir adelante. 

Y, como siempre, aunque en las páginas de Misericordia desfilan multitudes ladrando de hambre y la piedad por su sufrimiento es el motor de toda la historia, Galdós no deja de reservar reflejos brillantes para el humor y esa inigualable ironía marca de la casa con la que dibuja a sus personajes y que convierte cada novela suya, incluso las menos logradas, en galerías de personajes inolvidables.

Ya tengo a Benina, la maravillosa protagonista de esta novela, conviviendo con Doña Perfecta, Marianela y Miss Fly en mi cabeza. Diciéndome, con su sonrisa bondadosa y libre de rencor, que los únicos que ven indignos e indecorosos a los mendigos son aquellos que piensan que si piden para comer es por su culpa. Los únicos, en fin, que no los conocen. 




lunes, 12 de abril de 2021

ALMA MAHLER

Se ha escrito muchísimo sobre esta fascinante mujer, incluso se han hecho películas, y esta biografía creo que nos ofrece una visión muy completa de sus luces y sus sombras. Estudió para ser compositora y pianista pero, por la presión social de su época y también de Gustav Mahler, su primer marido, sacrificó una carrera musical que prometía muchísimo para dedicarse a ser la musa e inspiración de hombres tan destacados como Gustav Klimt, Gustav Mahler, Walter Gropius (segundo marido y arquitecto fundador de la Bauhaus), Franz Werfel (escritor y tercer marido) y Oskar Kokoschka, con quien mantuvo una relación apasionada y tormentosa (cuando dejaron la relación, Kokoschka se hizo construir una muñeca exactamente igual a Alma con la que convivía. Fue una paranoia, pero Alma recurría con frecuencia a seguir relacionándose con él incluso estando casada con Mahler). 

Alma Mahler nació en 1879 en Viena y murió en Nueva York en 1964. Vivió una época que comprende las dos guerras mundiales y la guerra civil de España, en la que su último marido, Franz Werfel, tomó claro partido por la República y en cambio Alma sentía mayor afinidad por los fascismos, tanto de Italia como de España. Aunque no de forma clara, también se dejó influir por simpatizantes de los nazis, y, a pesar de que se casó con dos judíos, Mahler y Werfel, manifestó en muchas ocasiones un antisemitismo relativo, tan extendido en Austria en los años treinta. En 1938, cuando se percataron del gravísimo peligro que corrían, en una huida rocambolesca por el sur de Francia atravesaron a pie los Pirineos para pasar a España y llegar a Lisboa, desde donde embarcaron hacia Nueva York y su exilio dorado. 

Fue contemporánea de brillantes intelectuales y artistas con los que se relacionaba en los salones de sus casas, donde recibía de forma habitual a personajes como Thomas Mann, Elías Canetti, Joseph Roth, Erich María Remarque, Bruno Walter o Marlène Dietrich. Fue conservadora y monárquica, vivió el final del Imperio Austrohúngaro como una tragedia y tuvo la suerte de tener una infancia feliz al lado de su padre, el pintor Emil Jakob Schindler, protegido por la Corte, aunque en sus inicios pasara muchas penurias. Su padre murió cuando Alma tenía solo trece años, y su madre, cantante, se casó de nuevo con Carl Moll, un nazi que al final de la Segunda Guerra Mundial se suicidó junto a dos familiares más, al ver derrotado el nazismo. Alma nunca congenió con su padrastro, tuvo a su padre en el altar de su memoria.

Alma Mahler

El recorrido de esta biografía me ha llevado a recordar a otro insigne vienés, Stefan Zweig, contemporáneo de Alma y uno de mis escritores favoritos, que se exilió cuatro años antes que Alma y que no pudo soportar la idea de que el nazismo fuera a conquistar toda Europa. Después de trasladarse a Inglaterra y Estados Unidos, se fue a Petrópolis, Brasil, donde el 22 de febrero de 1942 se suicidó a los sesenta años. Si hubiera podido resistir tres años más, los que tardó en ser derrotado Hitler, habríamos podido disfrutar de muchas obras literarias más de este gran escritor. Sus biografías son maravillosos retratos que nos acercan no solo al alma de la persona biografiada sino, de una forma magistral, a su entorno. Fueron muchas, solo por poner tres ejemplos, las de María Estuardo, María Antonietta y Fouché. Su ensayo El mundo de ayer retrató esa primera mitad del siglo XX en ciudades como Viena, Berlín, París de una forma inigualable.

He disfrutado mucho con esta biografía siguiendo los pasos de Alma por una ciudad, Viena, que he visitado dos veces muy distintas. En la primera ocasión, hace varios años fue una visita rápida dentro de un recorrido por toda Austria llegando al Tirol, Baviera, Nuremberg, Munich y acabar en Praga, una ciudad que me deslumbró. No hacía mucho que tenía el recuerdo de París que sí he visitado varias veces y que siempre me ha parecido una de las ciudades más bellas del mundo.

Quizá no le presté la atención debida porque fui con una licenciada en Arte que me hizo disfrutar muchísimo de todo el viaje en su conjunto, arte y naturaleza. El segundo viaje lo dedicamos exclusivamente a Viena, sus cafés, sus museos, el precioso Prater, las dos orillas del Danubio, las huellas de Mozart, Beethoven, Goethe, Freud, los palacios imperiales, la catedral de San Esteban, el tranvía de la Ringstrasse. En la época de Alma, Viena era la capital cultural de Europa y hoy, por décimo año consecutivo, consigue el primer puesto como la mejor ciudad para vivir gracias a su calidad de vida.




jueves, 8 de abril de 2021

LAS LEALTADES

Todas las relaciones se basan en la lealtad. O, al menos, en una cierta idea de lealtad. Porque la lealtad se puede entender de muchas formas. Hay parejas para las que la lealtad consiste en compartirlo todo hasta tal punto que se olvidan de que su individualidad existe fuera del otro. Hay otras que consideran que la deslealtad sólo es un problema cuando deja de poder mantenerse en secreto. La lealtad rige cualquier vínculo afectivo y define nuestra forma de vivir en sociedad. Y, aunque hay tantas formas de entenderla como tipos de relaciones en el mundo, muchos de sus códigos se repiten una y otra vez y nos permiten entendernos desde el primer momento sin necesidad de firmar contratos llenos de cláusulas. 

En esta novela de Delphine de Vigan, elegante y terrible, Théo es un chico de doce años cuya lealtad hacia sus padres consiste en protegerlos de las miradas ajenas. Proteger la dejadez vital de su padre de la mirada rencorosa de su madre. Y protegerlos a los dos de la preocupación de sus profesores, aunque ese encubrimiento lo lleve directo a una soledad aterradora. En torno a este chico pálido y tímido, hermético ante la curiosidad de los demás, orbita el resto de personajes: dos parejas que esconden secretos inconfesables, su mejor amigo, dispuesto a asomarse a lo prohibido con tal de acompañarle, y su profesora, que arrastra un pasado que nunca deja de perseguirla. 

Delphine de Vigan escribe sobre los secretos. Sobre cómo compartirlo todo puede llegar a anular tu independencia, tu libertad y hasta tu identidad. Sobre cómo ocultar ciertas cosas puede llevarte a traicionar la confianza y el pacto implícito sobre el que se sustentan todos los vínculos afectivos. ¿Hasta dónde llega nuestra lealtad? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a ser cómplices del otro? ¿Hasta dónde estamos comprometidos a seguirlo, protegerlo, cubrirlo o encubrirlo? Todos escondemos algo innombrable susceptible de revelarse un día y poner a prueba la lealtad de las personas que nos rodean y obligarles a asumir tu vergüenza como suya si quieren quedarse a tu lado. 

Me encanta la capacidad de Delphine de Vigan para describir, con muy pocas palabras, los mecanismos de nuestra vulnerabilidad. Bajo una luz tamizada y delicada, nos muestra en toda su terrible crudeza la fragilidad que escondemos a los demás y a nosotros mismos y la lealtad necesaria para sostener nuestros inestables vínculos con los demás. 



lunes, 5 de abril de 2021

LAS GRATITUDES

Temblor. Fragilidad. Dulzura. Un cuerpo que antes era firme y resuelto ahora se ha convertido en esto. En este amigo poco fiable. Vulnerable, débil, vacilante. Se ha convertido en otro cuerpo. Otro cuerpo que es el mismo, pero transformado, a veces, en la sombra de aquel. En su recuerdo. 

Marie y Jérôme van a visitar a Michka a la residencia. Marie es su vecina, la nieta que nunca tuvo. Jérôme es un ortofonista que ayuda a Michka a no perder las palabras. Ambos saben que sus visitas no se deben sólo al deber ni al trabajo. Que hay algo más. Algo en la forma que tiene Michka de moverse, de mirar atentamente cuando le cuentan una historia. Algo que se parece a la gratitud. 

Hay algo en la coquetería instintiva de Michka que conmociona a Jérôme. Algo en esas señoras que se miran en el espejo y se recolocan un mechón rebelde y se frotan una mancha invisible de la chaqueta para recibirle con dignidad en ese lugar sin intimidad donde es tan fácil olvidarla. Con esos gestos Michka intenta mantener a raya la realidad. Que no se le escape. Porque lo cierto es que cada día nota que pierde cosas, ideas, frases, palabras. Nota que las mezcla, que las confunde. Tiene la sensación recurrente de haber extraviado algo y se pone a buscar, sin darse cuenta de que no sabe qué ha perdido. Guiada por esa sensación de pérdida, de extravío, busca algo sin saber qué es. 

Cada vez que Marie la visita lo nota. Las palabras de Michka se tropiezan, se confunden. Parten de su cabeza de una manera pero al pasar por su boca salen transformadas, rebeldes, desordenadas. Palabras que necesitan ser controladas, domesticadas de nuevo, acariciadas, para que obedezcan a una voluntad que está siendo asaltada por la revolución de la enfermedad. Asaltada y desertada. Las palabras se rebelan y abandonan sus puestos. Se van. Desaparecen. Y Jérôme sabe que su tarea no consiste en vencer la enfermedad ni en tratar de recuperar todas esas palabras en desbandada, sino en retrasar la pérdida, en contener el silencio, en conseguir darle a Michka más días, más semanas de palabras antes de que todas terminen por abandonarla. 

Delphine de Vigan ha escrito una novela emocionante, de una sensibilidad exquisita, sobre la pérdida y sobre la necesidad de expresar la gratitud. Sobre la urgencia de rescatar las palabras que nunca nos decimos, esas que siempre se quedan mudas y desordenadas en el borde del pudor, para tendernos las manos y tocarnos y decirnos, al final de todo: gracias.