jueves, 27 de junio de 2019

LOS SALVAJES

Krim está muerto por dentro. Tiene un don excepcional para la música pero nadie lo entiende. Y la sociedad se ha encargado de hacerle saber que para lo demás no está a la altura. No es lo suficientemente inteligente, no es lo suficientemente maduro, no es lo suficientemente francés. Un día llega su primo mayor, un hombre de éxito ambiguo con un aplomo y una seguridad aplastantes, y se dirige a él de igual a igual. Recoge los añicos de su autoestima y los ensambla de nuevo a base de llamadas, de consejos, de palmadas en la espalda. Le trata como a un ser humano digno de atención. Le trata como si fuera inteligente, maduro, capaz. Le trata como si no necesitara para nada ser francés. Y a partir de ese momento, la gratitud de Krim crece y crece hasta explotarle en el pecho. Y ya siempre estará dispuesto a hacer cualquier cosa por él. Cualquier cosa. Hasta matar al presidente de su propio país.

Qué barbaridad. Ya no recuerdo cuánto tiempo hacía que no leía un libro-huracán como este. O mejor dicho, una tetralogía-huracán como esta (publicada en tres volúmenes en español). Me ha recordado al Millenium de Stieg Larsson, y también a esa brutal intensidad de los libros de Pierre Lemaitre. Genera la ansiedad por seguir leyendo de los mejores thrillers políticos. Cerrar el libro al terminar un capítulo es tan difícil como apagar la tele después del final de un episodio de Homeland.

Eso sí, un Homeland a la francesa. A la magrebí, incluso. La escena inicial del primer libro es un ejemplo salvaje de cómo una boda argelina puede ser perfectamente francesa, y al mismo tiempo no serlo nunca del todo, pues la asimilación cultural siempre se da de bruces, como en casi todos los países europeos, con la xenofobia y el clasismo. Los diálogos vuelan en todas direcciones, lanzando multitud de chispas capaces de provocar todo tipo de tragedias, y la red de personajes se extiende y se extiende como en las mejores novelas universales. 

Bajo la potencia y el lirismo, hay una rabia escondida en los personajes de Sabri Louatah. Una rabia que quiere hacer que las llamas prendan, ser el combustible que extienda hacia la sociedad el incendio que millones de árabes llevan sufriendo en sus cabezas desde que llegaron a Francia y fueron tratados como seres inferiores.

Estas cuatro novelas, que se leen de un tirón frenético, apelan a nuestras sociedades occidentales actuales con la contundencia de un puñetazo: la infiltración de la extrema derecha en las instituciones con el fin de menoscabarlas y sabotearlas desde dentro; la corrupción de una élite política que sólo gobierna para engrosar sus cuentas bancarias, extender sus redes clientelares y perpetuar su poder; el uso por parte de dirigentes políticos de los medios del Estado para espiar a rivales políticos, proteger delincuentes, borrar pruebas de sus delitos y controlar los medios de comunicación. 

Estas cuatro novelas se pueden leer como novelas de playa apasionantes. Pero dejan el regusto de que hay algo perverso y malévolo en nuestras sociedades, tejiendo hilos entre bambalinas, sirviéndose de la inteligencia y de la estupidez y de las máscaras que hagan falta para perpetuarse en el poder y seguir favoreciendo sus propios intereses. 




lunes, 24 de junio de 2019

MARÍA ANTONIETA

Clientes y amigos saben bien que uno de nuestros autores favoritos es Stefan Zweig. Este año Óscar, Patricia y yo nos dimos el placer de viajar a Viena, entre otros motivos para cenar en el Café Central, donde Zweig solía reunirse con los más importantes intelectuales de su época en la época dorada de la cultura hasta que llegó el horror del nazismo.

En ese viaje descubrimos que a mí me faltaba por leer esta biografía de María Antonieta y a Óscar la de María Estuardo, ambas de Zweig. ¡Teníamos que corregir esa omisión! Cumplimos, y después de recomendaros encarecidamente la de María Estuardo, que leí hace ya tiempo, como la mejor novela de intriga y conspiración que recuerde, os traigo ahora mi lectura de María Antonieta, con la que tantas cosas he aprendido. 

Uno de los muchos méritos que tiene la literatura de Zweig es que sabe despertar el deseo de seguir investigando sobre los temas que trata, incluso después de terminar sus libros. Después de acabar María Antonieta, la necesidad de conocer mejor el inicio y desarrollo de la Revolución Francesa me llevó al ensayo La Europa revolucionaria 1783-1815, de George Rudé.

En mayo de 1770, a una María Antonieta de tan solo catorce años la casaron con Luis XVI, un año mayor que ella. Eran dos niños sin preparación y con caracteres que no les hacían precisamente los más adecuados para ser algún día reyes de Francia. Ella, encantadora y superficial, solo buscaba diversión, sin tener la más mínima conciencia del mundo que existía fuera de su pequeño círculo de cortesanos. Jamás le interesó saber cómo vivía la gente corriente y nunca vivió fuera de sus palacios... hasta que llegó la Revolución y con ella despertó de aquel sueño. Los tres últimos años fueron aterradores para aquella reina que creyó que todo se le debía. 

Luis XVI, su marido, un Borbón de pocas luces, como han sido tantos en esa dinastía, tenía buenos sentimientos. Lo que de verdad le hubiera gustado es no ser rey y que le dejaran una parcela de tierra para dedicarse a cazar. Un pequeño problema físico, una fimosis, le impidió consumar su matrimonio hasta siete años después de casarse ¡menos mal que alguien más lúcido que él le dijo que era algo sencillo de resolver con una sencilla operación!

Su indecisión, su falta de determinación política y su cobardía le hacían oscilar de un lado a otro sin tener nunca nada claro. La población tenía la impresión de que hacía causa común con el clero y la nobleza cuando en realidad tenía al duque de Orleans como uno de sus enemigos. Con un marido y rey de estas características, María Antonieta, con más carácter pero sin implicarse en ninguno de los problemas políticos o económicos de su nueva patria, eligió vivir una vida al margen de su marido y su país, gastando enormes sumas de dinero para sus caprichos, especialmente en la construcción del palacio de Trianon que convirtió en su residencia personal, al margen de Versalles, dando la espalda a la corte.

Stefan Zweig

En una época de catástrofe económica (1787-1789) debida a las malas cosechas, la primera chispa que encendió la Revolución fue la declaración de bancarrota del gobierno después de la guerra de América. La revuelta fue aristocrática contra la Corona y el gobierno real, apoyada por el clero, también se fomentó el odio contra una reina que sentían ajena y que derrochaba a manos llenas las arcas del Estado, autorizada por su marido. Voltaire, Montesquieu y Rousseau influyeron en la opinión popular, consiguieron que se pusiera de moda ser escéptico e irreligioso. Hardy, un librero de París, recogió expresiones anticlericales en su diario de la década de 1780 y quizá fue el caldo de cultivo para que años después se iniciara, no de golpe, sino poco a poco, ese movimiento político propiciado por las clases "respetables" de Francia para reparar viejos agravios y reformar instituciones anticuadas, un levantamiento espontáneo y regenerador contra el despotismo, la miseria agobiante y la injusticia del Antiguo Régimen. Los escritos de la Ilustración minaron creencias y lealtades tradicionales, dejando el sistema debilitado y en peligro.

La Revolución Francesa ha tenido tanto impacto en la historia de la Humanidad que el personaje tan atractivo de María Antonieta ha quedado diluido y la imagen que más ha trascendido es la de la guillotina que acabó con su vida. Al final, en esos tres últimos años de su vida, tan atormentados, demostró una entereza y un carácter que nunca tuvo Luis XVI. Con un poco más de valentía y de claridad de ideas, su destino creo que hubiera sido mucho más benévolo.

Como siempre, una magnífica biografía de Zweig para disfrutar de una época que nos pilla un poco lejana pero que transformó radicalmente tantas cosas a partir de entonces.





jueves, 20 de junio de 2019

VOZDEVIEJA (firma invitada)

¡Cómo nos gustan las historias! Que nos las cuenten cuando aún no somos capaces de descifrarlas de entre el código escrito que las esconde; empezar a crearlas, de pequeños, en nuestros juegos con nuestros amigos, nuestros muñecos, nuestros coches de juguete, nuestros videojuegos; verlas en las pantallas grandes del cine y en las pequeñas de la televisión; leerlas si adquirimos el maravilloso hábito lector que nos lleva de viaje durante horas por mundos que vamos inventando gracias a la imaginación de otros... 

Y precisamente porque nos gustan las historias, porque la vida no sería lo mismo sin las narraciones en las que nos zambullimos, creamos unas expectativas tan altas sobre lo que leemos o vemos. Por eso firmamos peticiones de Change.org para exigir que los guionistas de nuestra serie favorita cambien el final o nos indignamos si la trama no ha seguido el camino que habríamos deseado, el que habíamos ya hecho nuestro. Porque recibir historias como sujetos pacientes hace que finalmente acabemos convirtiéndonos en sus creadores.

Con todas las novelas que tienen un punto controvertido o van en contra de lo políticamente correcto ocurre como con esas series cuyos guiones se quieren cambiar. Con Vozdevieja, quizás los lectores esperen que su protagonista sea de otra manera, no se la creen o se indignan cuando la irreverencia lo inunda todo. Sin embargo, la irreverencia de Vozdevieja es lo que a mí me cautivó desde que empecé a leerla.

He de decir que siento predilección por las historias de niños, esas que los expertos denominan novelas de formación y en las que los lectores somos testigos de la evolución de los personajes. En pocas ocasiones ese personaje es una niña, así que ¡bien! Cuando empecé a leer esta novela pensé que además de estar ante uno de mis géneros favoritos, me identificaría más fácilmente con su protagonista, Marina.

Marina y yo, sin embargo, tenemos, a simple vista, muy poco en común. Y eso es lo que me atraía aún más de esta novela: ir descubriendo mi propia infancia casi olvidada, o idealizada, o pasada por el filtro del recuerdo adolescente o adulto gracias a los ojos de Marina, a esa narradora gamberra y a la vez reflexiva. Porque ese es uno de los grandes hallazgos de esta novela: la mezcla de tonos. El humor y la ironía de carácter escatológico (una niña obsesionada con cagar y con el porno), el registro coloquial (casi vulgar) del habla de la calle en la Sevilla del verano del 93, la reflexión sobre la enfermedad, las relaciones familiares y la pérdida constituyen un totum revolutum delicioso en el que quedarse a veranear de por vida.

Además del humor, que se escurre a raudales de entre las páginas de este libro, me gusta mucho su ambientación: ese verano tórrido y seco, los días de playa en Marbella, la vuelta al edificio de hormigón de Sevilla, las noches jugando “a la fresca”… Aunque sigue la línea de otras novelas clásicas sobre el paso de la infancia a la adolescencia o la adultez, Vozdevieja le ofrece al género la chispa de perversión que les falta a los otros. Contrapone esa inocencia que damos por hecho en la infancia con la picardía de su personaje, que combina a la perfección además con su carácter de repipi y niña buena ante los ojos del mundo.

En la complejidad de este personaje, Marina libra una batalla interior consigo misma: atreverse a hacer lo que desea o huir de las situaciones que le plantean algún conflicto. Y en esa batalla que libra la acompañamos y, de alguna manera, crecemos con ella. A pesar de que en nuestras expectativas de lectores con una larga experiencia en la vida, las niñas de nueve años no puedan obsesionarse con el sexo o no puedan filosofar sobre la vida y la muerte.

Enhorabuena, Elisa Victoria, por haber creado un personaje tan rico en sus contrastes y que nos ha enseñado a tirar por tierra nuestras ideas preconcebidas sobre la infancia, etapa que en el fondo no recordamos con nitidez, sino que hemos reconstruido e idealizado gracias a las miles de historias que en nuestra vida como consumidores de narraciones hemos disfrutado.



lunes, 17 de junio de 2019

JONAS FINK

Le decía a Patricia el otro día que este es un cómic para los que no leen cómics. Tiene un dibujo clásico y expresivo, con un colorido que recuerda vagamente a los años cincuenta y sesenta, la historia avanza a toda máquina sin dejar por ello de detenerse en pequeños detalles emocionantes y no puede ser más universal en sus temas: represión, injusticia, amor eterno, revolución y los libros y la cultura como tablas de salvación para un sociedad deseosa de liberarse de la dictadura. 

Sí, es un cómic que recomendaría a cualquiera que no esté acostumbrado al género. Porque lo tiene todo para gustar a cualquiera y a la vez es una de las obras gráficas más ambiciosas y apasionantes que he leído nunca. "Una de las cumbres del cómic europeo", dicen los críticos. Pues no me extraña. 

Jonas Fink es hijo de un médico condenado a prisión por negarse a ser cómplice de la dictadura comunista que se impuso en Checoslovaquia a partir de 1949. Expulsado de la escuela, condenado a trabajar para escapar de la miseria, pronto encuentra en los libros una forma de evasión y de traer a casa un sueldo de subsistencia. Entabla amistad con un pequeño grupo de chavales que se reúnen en un parque para leer en voz alta libros prohibidos, sin ser del todo consciente del peligro que eso supone en una Praga atenazada por la represión y la paranoia de las delaciones. 

Vittorio Giardino ha dedicado a esta obra más de veinte años de su vida. Una obra sobre la historia de Praga desde 1949 hasta 1968, sobre los muros que los hombres levantan entre países y entre personas, por miedo a que su idea del mundo pueda ser puesta en entredicho. Los políticos checos decían: "Los individuos pueden equivocarse, pero el Partido nunca". Y esta historia es un ejemplo magnífico de la sombra que esta religión soviética extendió sobre los países de Europa del Este a partir de 1949 y que destrozó la convivencia y la esperanza en el futuro de tres generaciones. 

Por último, es un homenaje a las librerías como focos de resistencia. Librerías como refugios, como trincheras desde las que defender la palabra y la idea de futuro. Y me ha gustado pensar que esta pequeña librería madrileña en la que trabajo, y desde la que leo y escribo, es de alguna forma heredera de la librería praguense que aparece en este cómic. Heredera en promover la libertad de expresión, en enarbolar la bandera del compromiso contra cualquier tipo de censura y en tratar de combatir, década tras década, la ignorancia y el autoritarismo. 



lunes, 10 de junio de 2019

EL MAR LO VIO

El osito de Sofía, más que un juguete, era un amigo. Con él salía al parque, con él daba largos paseos por el bosque y con él vio el mar por primera vez. Qué larga era la playa, qué suave la arena y el mar... ¡Qué día más perfecto! 

Hasta que llegó la tormenta. Su padre le cogió la mano, recogieron rápidamente sus cosas y salieron corriendo para evitar la lluvia y las ráfagas de viento. Tanta prisa tenían que ninguno de los dos se dio cuenta de que el osito de Sofía se había caído de una bolsa y se había quedado en la playa, a merced del temporal. 

Y ahí se quedó, sentado en la arena. Solo. Hasta que el mar lo vio y lo acogió con su marea para protegerlo y ayudarle, prometiéndole que lo llevaría de vuelta a casa. ¿Lo lograría? ¿Volvería Sofía a ver algún día a su amigo?

Tom Percival ha escrito una historia sencilla y emotiva sobre cómo los afectos de la infancia pueden durar una vida entera. Y la ha ilustrado con una delicadeza extraordinaria, inspirándose para alguna de las escenas en cuadros de pintores holandeses que se encuentran en el Rijksmuseum. 






jueves, 6 de junio de 2019

MI ÁNTONIA

Había leído otras novelas de esta brillante escritora que me habían gustado (Pioneros, Sapphira y la esclava, El puente de Alexander), pero en ninguna había encontrado la emoción que ha despertado en mí este personaje maravilloso, Ántonia, que me ha enamorado. Es valiente, generosa, entrañable, una cálida fuente de vida, como fueron muchos de los pioneros que poblaron el interior de Estados Unidos. Willa Cather ha creado un espacio, una atmósfera, unos personajes llenos de vida. 

Esta novela, basada en recuerdos personales de la autora, trata sobre la memoria y sus procesos, recreados con una magistral técnica y sensibilidad. Ántonia llega a los quince años a Nebraska desde su Bohemia natal con sus padres y hermano, vive las penurias de la miseria en una tierra inhóspita, ardiente en verano y gélida en invierno. A su padre, un músico de gran sensibilidad que no conoce ninguna de las formas de cultivar la tierra, casado con una mujer mezquina y de pocas luces, le resulta imposible adaptarse al medio. En cambio, su hija es resistente y sale adelante en todas las circunstancias.

Jim Burden, un muchachito cuatro años más joven que Ántonia, es el narrador de la historia que transcurre por la etapa de juventud y llega a la madurez cuando Ántonia es madre de familia numerosa. Cuando eran jóvenes solían ir a cazar codornices y patos pero cuando se reencuentran muchos años más tarde Ántonia le confiesa que desde que empezó a tener hijos las armas le dan miedo y no es capaz de disparar a ningún ser vivo. Jim le contesta que la joven reina de Italia le dijo lo mismo a un buen amigo suyo, antes era una gran cazadora y ahora solo practica el tiro al plato. Entonces, estoy segura de que es una buena madre, le contesta Ántonia.

Willa Cather nació en Winchester, Virginia, en 1873, en una familia de origen irlandés, y pasó su infancia en Nebraska, en los años de la primera gran colonización de inmigrantes checos y escandinavos. Para poder estudiar en la universidad de su ciudad tuvo que disfrazarse de hombre y cambiar su nombre por el de William. Vivió durante cuarenta años con su pareja Edith Lewis. Se ganó la admiración de William Faulkner y Truman Capote. Ganó el Premio Pulitzer en 1922 por Uno de los nuestros. Fue viajera, periodista, maestra, dirigió diversas publicaciones y aunque su literatura está a la altura de la de Henry James, sin duda el hecho de ser mujer influyó en que siempre se la haya prestado menos atención. Es hora de recuperarla y disfrutarla. 


Willa Cather




lunes, 3 de junio de 2019

TODA LA LUZ, TODA LA SANGRE

Después de una hora abriendo libros de poesía y leyendo poemas al azar, me encuentro con este autor, que no conozco, y de pronto, al primer poema, es como comprender un paisaje después de ver pasar delante de mí multitud de planicies que no entiendo. (Un mar, un malecón, la pasión de unas olas que rompen y rompen contra el olvido y el tiempo.) Ver un paisaje. O quizá un estado de ánimo. El impulso de un poeta que le escribe a otra poeta a través de los siglos: 

"Nada ha borrado el agua, Juana, de lo que fue dictando el fuego.
Han pasado los años y los siglos, y por aquí están todavía tus ojos
ávidos, rigurosos y dulces como un puñado de estrellas". 

Sor Juana Inés de la Cruz no sabía nada de tangos pero sí de ritmos y de fuego, así que se me ocurre poner en el portátil uno de esos tangos melancólicos de Piazzolla que hace tanto que no escucho mientras sigo leyendo. El acordeón se despereza bajo la caricia insistente del piano, y los versos de este poeta cubano siguen desplegando el paisaje de su carta, tendiendo puentes entre siglos y países: 

"Lo que querías saber, todavía queremos saberlo,
y ponemos el ramo de nuestro estupor
ante la pirámide solar y lunar de tu alma..."

La música crece en síncopas que parecen adioses, homenajes a una tristeza universal:

"...como un homenaje a la niña que podía dialogar con los ancianos
de ayer y de mañana
y cuyo trino de plata alza aún su espiral
entre besos escritos y oscuridades cegadoras."

Nocturna, la música de Piazzolla. Furtiva, como el amor de los marineros cada vez que tocan tierra:

"En tu tierra sin mar, ¿qué podría el agua
contra tu devorante alfabeto de llamas?
De noche, hasta mi cama de sueños, va a escribir en mi pecho,
y sus letras, donde vienes desnuda, rehacen tu nombre sin cesar."

Termina el tango como empezó, con el fuego intermitente del acordeón y el fluir constante del agua del piano, sugiriendo que todo pervive si se enciende y se sostiene con la intensidad necesaria. Y se me queda en la memoria el paisaje de este poema de amor, dulce y abrupto como el tango de Piazzolla. El único paisaje que hoy me emociona:  

"Nada ha borrado el agua, Juana: el fuego
quema aún como entonces – hace años, hace siglos."