jueves, 25 de marzo de 2021

INVISIBLE

Cuando tenía siete u ocho años, un niño de nuestra clase se dedicaba a aterrorizar a los demás. Era el típico matoncillo de recreo, el que levantaba las faldas a las niñas, te tiraba un vaso de agua en tu dibujo justo antes de entrar en clase o te arrinconaba en el baño amenazándote con pegarte y no te dejaba salir hasta haberte obligado a suplicárselo entre lágrimas. 

Un día, para consolarme de alguna fechoría sufrida en mis tiernas carnes, no recuerdo qué adulto me dijo que en realidad el muy bribón era muy débil. Muy frágil. Que necesitaba amedrentar a los demás para no sentirse inferior, para ocultar su fragilidad. No lo entendí del todo pero sé que me hizo bien. Le perdí parte del miedo. Y, sobre todo, el respeto que se había ganado en toda la clase a base de golpes. 

Esta novela está dedicada a todos aquellos que han sido humillados públicamente en el colegio. Aquellos que han recibido golpes, zancadillas, empujones. Que han sido forzados a meter la cabeza en un váter sucio lleno de pis y que han pasado media hora después tratando de limpiarse la cara y la ropa para tratar de volver a clase con algo de dignidad. Aquellos que han recibido amenazas delante de todo el mundo y han visto cómo nadie salía a defenderles, por miedo a convertirse ellos en víctimas también. Aquellos que han preferido pensar que se habían vuelto invisibles y que los demás no los veían para tratar de explicar que sus amigos no reaccionaran a su sufrimiento. 

Abusones los hay por todas partes. En la librería también, qué remedio. Su violencia se transmite en el tono de voz, en el uso de imperativos, en los gestos y miradas. Yo procuro fijarme bien para que la cordialidad con que se envuelven no me despiste. Hay pocas cosas que me molesten más que reírle las gracias a un matón de patio de escuela. Y a partir de ahora voy a recomendar mucho esta novela, sobre todo para chicos y chicas de entre doce y quince años, porque de una manera tremendamente entretenida señala una realidad que la mayoría de nosotros hemos vivido y ante la que pocos hemos sabido reaccionar a esas edades. 

Cuando hace unos años reapareció aquel abusón de mi infancia en un grupo de whatsapp de antiguos alumnos, con la misma actitud chulesca y avasalladora, todo el mundo le hizo el vacío hasta que uno de los administradores se hartó y le bloqueó. Fue algo natural, compartimos todos un silencioso suspiro de alivio. Y me alegré. Me alegré mucho. En algún momento de nuestras vidas todos habíamos interiorizado lo que señala Eloy Moreno en esta novela, todos habíamos aprendido a desconfiar de la violencia de los débiles y a ponerle freno sin dudar.




lunes, 22 de marzo de 2021

LLÉVAME A CASA

"Ellos habían venido al mundo no a hacer florecer sus respectivas individualidades, sino a pasar un testigo, proyectando así su linaje campesino hacia un futuro abstracto pero, para el padre y la madre, incuestionable. Y llegó Juan, sin hijos a la vista, y les dijo que se quedaran con el testigo. Que lo dejaran encima del televisor, sobre el paño de ganchillo. Que hicieran con el testigo lo que les diera la gana, que él se marchaba". 

Con este simple párrafo, Jesús Carrasco describe la fractura que han vivido tantos miles de familias españolas con la emigración del campo a la ciudad en los últimos sesenta años y que ha cambiado radicalmente la forma de entender las relaciones entre padres e hijos y toda la idea de responsabilidad dentro de la familia. 

Esta novela te sacude, te zarandea. Te dice: mira, ahí están tus padres, tan sólidos, tan inamovibles y ancestrales como las montañas y los árboles milenarios. Y tan necesitados de tu apoyo y tu cariño, aunque su forma de entender el mundo te parezca que haya caducado, aunque su lenguaje y su obstinación no los entienda ya nadie que no sea de su generación, igual que ya nadie excepto ellos dicen perras y duros como si el siglo XXI no hubiera terminado de llegar para ellos. Aunque necesites romper los vínculos cuando se vuelvan asfixiantes y airear tus raíces en tierras menos compactas, menos duras y pesadas. Ellos envejecen, enferman, se repliegan, y es responsabilidad tuya cuidarles, y poner tu proyecto de vida en pausa, si es preciso, para devolverles lo que en su día recibiste. Saldar esa deuda. 

Esta novela de Jesús Carrasco abandona los escenarios apocalípticos y extraños de Intemperie y La tierra que pisamos y nos sitúa en un pueblo de la provincia de Toledo, uno de esos pueblos de los que la juventud ha desertado y cuyos habitantes ven pasar su vejez rumiando sus reproches hacia esos hijos que no les visitan. Esos hijos que no se sienten interpelados por el bienestar emocional de sus padres. Que no se sienten responsables porque han aprendido a verlos como discapacitados emocionales. Esos padres, educados en la guerra y en el hambre, "entregados al trabajo en las fábricas, en las tierras y en la casa como única manera de estar en el mundo, sin espacio para otra cosa que no sea asegurar primero el pan y luego algo de herencia". 

Padres que no saben dirigirse a los demás "con la limpieza franca del amor, sino a través de los laberintos del miedo". Y que educaron a sus hijos en la rudeza de no dar nunca las gracias ni pedir las cosas por favor, porque en la familia hay confianza. Una confianza hecha de pudor, de contención, de silencios, de mirar hacia otro lado con disgusto cuando alguno se sale del guion y suelta una lágrima o expresa imprudentemente una emoción con palabras. 

Esta novela te sacude, te zarandea. Porque tras los padres que describe están los padres o los abuelos de casi todos nosotros, hombres y mujeres que esconden tras su natural brusquedad la necesidad de saber que cuando empiecen a perder pie sus hijos van a acudir a sostenerlos, una ilimitada necesidad de apoyo y de cariño que a las generaciones más jóvenes a menudo nos cuesta mucho ver. 

Me ha parecido maravillosa la poesía de esta novela. Poesía contenida y precisa, que cincela las escenas y perfila lo cotidiano con una belleza profunda y sencilla. Y convierte esta turbia historia de familia y enfermedad en una historia de amor, amor contra el silencio y la represión emocional, porque aunque la vida se diluya a la par que la memoria "hay que revolcarse por el suelo en la pelea, gritar para espantar el miedo, romperse la voz y los puños defendiendo lo que amas". 




jueves, 18 de marzo de 2021

NO DIGAS NADA

Patrick Radden Keefe: "Hay una tendencia a la negación, un deseo de coger el pasado y dejarlo debajo de la alfombra con la esperanza de que desaparezca. Pero no se va, no desaparece. No hablar del pasado no lo elimina y no le quita su poder. De hecho, en conflictos como éste, en el que hay tantas personas todavía vivas que pueden recordar, el silencio casi hace lo contrario, le da más fuerza”. 

Para combatir ese silencio, Patrick Radden Keefe ha escrito esta magnífica obra de no ficción narrativa, una historia contundente y apasionante que, partiendo de un caso concreto de secuestro y asesinato, recorre la historia del terrible conflicto que marcó treinta años de la historia de Irlanda del Norte y que los británicos eufemísticamente llamaron Troubles, Problemas, pero que la población percibió, especialmente en la década de los setenta, como una verdadera guerra. 

Es muy tentador trazar paralelismos entre el conflicto de Irlanda del Norte y el de Euskadi. Y aunque es verdad que ambos se desarrollaron a la vez, estuvieron marcados por el terrorismo y terminaron en una paz frágil con profundos pactos de silencio, leyendo este libro uno se da cuenta de hasta qué punto lo de Irlanda fue en realidad otra cosa. Otra cosa mucho más aterradora, si cabe. 

La historia arranca con las protestas de los republicanos católicos que exigían igualdad de derecho civiles. Corría el año 1968 y, tomando como inspiración las manifestaciones por la igualdad racial en Estados Unidos, los católicos reclamaban acabar, entre otras cosas, con la discriminación laboral, con la discriminación en la asignación de viviendas, con un sistema electoral que les perjudicaba y con su infrarrepresentación en las fuerzas policiales y en la política. Las manifestaciones fueron reprimidas y la indignación prendió. El IRA resurgió de sus cenizas, ahora escindido en dos grupos radicalizados y enfrentados entre sí, y en los años siguientes buena parte de la población de Irlanda del Norte, tanto católicos como protestantes, se acostumbró a vivir en un estado de terror constante, con un enemigo difícil de identificar y rodeados de una violencia indiscriminada y arbitraria. 

Los que más sufrieron, como a menudo sucede, fueron las mujeres y los niños, encerrados en casa, tirándose al suelo del salón al sonido de ráfagas de disparos o al estruendo de las explosiones, temiendo que en cualquier momento estallaran las ventanas o se viniera abajo el techo de una bomba, mirando a todos lados antes de atreverse a salir de casa. 

Patrick Radden Keefe



El IRA en Belfast estaba protegido por un muro de silencio. La población local prefería el caos y las bombas de los irlandeses católicos antes que colaborar con los británicos, a los que consideraban fuerzas de ocupación. Cooperar con los británicos, para la sociedad irlandesa republicana, llevaba implícito un profundo estigma social. Y a menudo conllevaba una condena de muerte. Ser acusado de chivato, al igual que pasaba en Euskadi en los años de plomo, ponía una diana en tu cabeza. 

Después de leer este libro no sorprende que en Irlanda del Norte la paz no haya traído la reconciliación. Terrorismo de los católicos del IRA que quieren que los británicos se vayan de Irlanda del Norte, terrorismo de los protestantes lealistas que quieren que los británicos se queden, terrorismo de Estado del gobierno británico azuzando (apoyando y financiando) a los lealistas contra el IRA y ensuciando una y otra vez una guerra ya indescriptiblemente sucia. Demasiados frentes de terrorismo y ninguna comisión por la verdad para empezar a repartir responsabilidades y cerrar heridas. Nunca imaginé la cantidad de cadáveres que esconden las clases políticas británica y norirlandesa en sus armarios. Y la tranquilidad con que lo niegan todo, aunque les pongan las pruebas encima de la mesa. 

Más de dos décadas después del acuerdo de paz, el tribalismo sigue estando muy presente en Irlanda del Norte. Se ve en la virulencia con la que ambas partes defienden sus banderas y se aferran a lo que representan. Los "muros de la paz" separan en Belfast comunidades católicas de comunidades protestantes, manteniendo un nivel de calma artificial, "como si de animales en un zoológico se tratara". La sombra del IRA siempre ha planeado sobre el Sinn Féin, el principal partido nacionalista de izquierdas en Irlanda del Norte. Más del 90% de los niños en Irlanda del Norte sigue asistiendo a colegios segregados por confesión. Muchos republicanos siguen considerando que Irlanda del Norte es territorio ocupado y hacen ondear banderas palestinas, pretendiendo equiparar la presencia británica en el país con la presencia israelí en los territorios palestinos. 

Me ha entusiasmado el pulso narrativo de este libro. Lo he leído absorto, como si fuera una novela policiaca. Sencillamente, no podía parar, ni para tomar notas ni para buscar información extra. Y el poso que deja es profundo y no da tregua. 
¿Qué hacemos con la memoria?
¿Puede la violencia mejorar una sociedad?
¿Cómo llorar a una madre muerta si su cuerpo sigue desaparecido?
¿Cómo cerrar las heridas si los que las infligieron no asumen su responsabilidad?





lunes, 15 de marzo de 2021

LOS INCURSORES

Cuando una señora mayor, con el ganchillo en el regazo, se sienta en su butaca junto al fuego en una tarde oscura de invierno y empieza a contarte una historia, el tiempo se detiene. Y si la historia habla de unos seres diminutos que viven en los subsuelos de las casas y se alimentan de las pequeñas incursiones que hacen a la despensa y a la cocina cuando nadie está mirando, la imaginación de cualquier niño rompe todas sus ataduras y se lanza a correr desbocada campo a través en pos de más aventuras. 

Por supuesto, cuando te cuentan una historia tan extraordinaria como esta, tienes siempre dos opciones: creértela o no creértela. Un consejo: a las señoras mayores que se sientan contigo junto al fuego con el ganchillo en el regazo siempre es más divertido creerlas. Y hacer caso de los latidos de tu corazón, que a menudo se ponen a brincar como locos mucho antes de que la cabeza ordene adecuadamente las palabras y las entienda. 

Los incursores existen, claro que sí. ¿Cómo explicar si no la desaparición constante de ciertos pequeños objetos de una casa? ¿Qué pasa con los clips, los imperdibles, las gomas de borrar y los lápices y todas esas cosas que los padres están cansados de comprar una y otra vez? ¿Adónde van las horquillas y las monedas de un céntimo que dejas en la encimera? Está comprobado que si dejas de abrir un cajón el tiempo suficiente nunca te lo encontrarás como lo habías dejado. Y la respuesta no está en la magia ni en el olvido, sino en unos seres diminutos, que, como tú y como yo, ríen y juegan y se preocupan, toman el té y aprenden a leer, pero tan tan tan chiquititos que duermen cómodamente en una caja de puros. 

Esta novela está maravillosamente escrita y además rebosa encanto, gracia y humor. Gracias a la chispa de la mejor ironía británica, estos seres diminutos están más vivos y tienen más personalidad que muchos otros personajes "grandes" de novela. Es un canto al esfuerzo recompensado. A la perseverancia y el ingenio. Y esta edición preciosa de Blackie Books no hace más que añadir atractivo a este clásico que voy a recomendar mucho a niños y niñas de entre nueve y doce años. Y a adultos que, como yo, piensen que hacerse una alfombra con papel secante o una cómoda con una caja de cerillas son ideas sencillamente inigualables.  



jueves, 11 de marzo de 2021

SIEMPRE HAN HABLADO POR NOSOTRAS

¡Cómo me ha gustado este libro de Najat El Hachmi! He devorado sus 131 páginas del tirón, sin pararme apenas a tomar notas, y eso que de cada capítulo pueden brotar multitud de debates de una actualidad más que candente. La premisa es muy sencilla: el feminismo es un movimiento universal que vela por la igualdad entre hombres y mujeres en todos los países, independientemente de su identidad cultural, religión o tradición. Y esto, que parece obvio, quizá está dejando de serlo en esta nueva ola de feminismos que, en su intento de no imponer un "feminismo neocolonialista", defienden el respeto a los rasgos culturales aunque estos atenten, como han atentado siempre, contra los derechos de las mujeres. 

La autora cuenta qué supuso para ella crecer en una comunidad musulmana en España a finales de los años ochenta, el choque cultural entre su familia conservadora y la libertad, aparentemente sin límites, que le ofrecía su país de acogida. Aquí encontró unos referentes feministas que la guiaron en su aspiración por labrarse una identidad alejada de la religión y sobre ese feminismo universal asentó sus principios y su forma de vivir. Ahora, treinta años después de su llegada a España, observa cómo se está resquebrajando esa idea de que los derechos de las mujeres deberían ser los mismos en todas las culturas. "Ante el peligro de que las chicas [musulmanas] criadas en Europa rompiéramos sin miramientos todas las normas de sumisión que nos han inculcado, han aparecido nuevos discursos, velos que se presentan como nuevos pero que no son más que transformaciones de las viejas, antiguas y rancias normas de conducta". 

Najat El Hachmi alerta de que, en nombre de la conservación de la identidad y del respeto por la diversidad, está regresando el viejo machismo ancestral de toda la vida, ahora recubierto de una capa de modernidad y legitimado por mujeres jóvenes que han decidido buscar en la tradición la raíz de su identidad. ¿Es respetable una cultura que niega la igualdad de género? ¿No será que en nuestro esfuerzo por que no nos acusen de racistas o de islamófobos estamos aprendiendo a aceptar que en nombre del Islam se siga maltratando a las mujeres?

Las tres religiones monoteístas siempre han coincidido en su misoginia primigenia. Las mujeres son representadas, por naturaleza, como débiles e indignas de confianza, por lo que sólo una educación represiva podrá domesticar su esencia malvada. El feminismo, por lo tanto, aunque pueda coexistir dentro de los credos monoteístas y suavizar sus postulados patriarcales, siempre excederá sus límites, pues su reivindicación universal es algo que ninguna religión monoteísta contempla, ni en su teoría ni en sus prácticas. 

Con pasión y claridad, El Hachmi señala que dejar de reivindicar la igualdad total entre hombres y mujeres por respeto a la diversidad cultural es un error. Ninguna identidad puede estar por encima de los derechos de las mujeres. Y aboga por un feminismo universal que defienda las aspiraciones de todas las mujeres en todo el mundo, el feminismo que le enseñó el camino de la libertad a una joven Najat de familia musulmana que nunca más volvió a ponerse el velo. 




lunes, 8 de marzo de 2021

LA ECONOMÍA DOBLE X

A menudo, cuando uno defiende la igualdad de género se topa con un muro de escepticismo. Un muro hecho de ideología. Muchísima gente tiene tan asumidos los roles de género sexistas que para aceptar el daño que producen tendrían que aceptarse a ellos mismos como perpetuadores de ese daño. Y esto hace que se sientan atacados por algo que no alcanzan a distinguir de su forma natural de entender la vida y que no admitan la necesidad de un cambio. 

Pero, ¿y si defendiéramos la igualdad de género no sólo por ética o justicia sino por simple interés económico? La necesidad de una economía sana es algo que hasta la persona menos receptiva a los derechos de las mujeres puede compartir. Y a menudo, es un tema que interesa especialmente a aquellos que menos inclinación tienen por las cuestiones sociales. Este ensayo es para ellos. Para todos los que piensan que la igualdad de género es una tontería o algo del pasado y que lo que importa es la economía. Ay, amigos, pero ¿qué economía puede importar si de una manera estructural desestima la participación de la mitad de la población? 

Linda Scott sostiene en La economía Doble X que la igualdad de trato económico para las mujeres pondría fin a algunos de los males más costosos que existen, y generaría al mismo tiempo prosperidad para todo el mundo. Suena improbable porque parece demasiado fácil. Suena a slogan de campaña electoral populista. Pero Linda Scott argumenta, con una cantidad abrumadora de datos, que la teoría es así de simple. Basta repartir de forma más equitativa el control económico del mundo entre hombres y mujeres para generar riqueza y resolver conflictos. Así de simple. De terriblemente simple. 

La economía es el campo más dominado por hombres en las universidades de todo el mundo. En las universidades los economistas aprenden que su especialidad está muy por encima de las desigualdades de género y tienden, a menudo inconscientemente, a menospreciar y a desestimar a las mujeres como colectivo. Teniendo en cuenta el impacto descomunal que los economistas tienen en la configuración de nuestras sociedades, esta misoginia tradicional tan arraigada sólo puede perpetuar la desigualdad. 

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Foro Económico Mundial han estudiado la correlación entre la igualdad de género y la viabilidad económica de las naciones, con un resultado recurrente: a mayor igualdad de género, mejor nivel de vida. Pero la igualdad no es la consecuencia de un buen nivel de vida, sino la causa: es la liberación de las mujeres la que enriquece la economía de los países, y no la prosperidad de las naciones la que trae consigo la igualdad de género. 

Linda Scott demuestra que los gastos sociales en mejorar la vida de las mujeres y equipararlas en salarios, derechos y oportunidades, no es un gasto sino una inversión. Una inversión que, además, siempre provoca unos beneficios gigantescos. Y si los economistas lo rechazan no es por falta de datos, de estadísticas y de ejemplos: es simple y llanamente por ideología. 

Como ya insistía Caroline Criado Perez en La mujer invisible, combatir la desigualdad ya no es sólo una cuestión básica de ética, justicia y dignidad. Este ensayo nos enseña que es una cuestión económica urgente. El coste económico que supone en todo el mundo la violencia contra las mujeres y no tenerlas en cuenta en la toma de decisiones a nivel público es brutal y lo puede entender cualquier hombre que entienda un gráfico con estadísticas, aunque carezca de toda moral y empatía. Ya no hay excusa. Sólo prejuicios y el deseo de permanecer en la ignorancia para perpetuar un privilegio masculino criminal.




jueves, 4 de marzo de 2021

NEGRA. LA VIDA DESCONOCIDA DE CLAUDETTE COLVIN

Alabama, 1955. 
En el autobús, los primeros diez asientos están reservados para los blancos. El resto, para los negros. Si una persona blanca se ve obligada a quedarse de pie, tendrás que cederle tu sitio. Y como legalmente un blanco no puede sentarse al lado de un negro, todos los negros que ocupan esa fila tendrán que levantarse. Si no lo hacen, el conductor puede parar el autobús y amenazarles a gritos. Si siguen sin levantarse, el conductor o cualquier otro blanco pueden llamar a la policía, que entrará y les amenazará a gritos. Y cumplirá su amenaza. 

Si eres una mujer, eres menos que un hombre. Si eres una mujer negra, eres menos que nada. Y no quieres pasar por un cárcel por desafiar a un blanco. Cualquier desafío a un blanco es un delito. Y no se respeta a las mujeres negras delincuentes. ¿Y si tienes quince años? ¿Qué pasa entonces?

Este libro ilustrado cuenta la historia de Claudette Colvin, una chica negra de quince años que, unos meses antes que Rosa Parks, se atrevió a desafiar las leyes segregacionistas en Alabama negándose a ceder su asiento en el autobús a una persona blanca. Fue condenada por ello y posteriormente olvidada. Olvidada por un embarazo temprano. Porque su "inestabilidad" mental no era buena para el movimiento. Porque el movimiento por los derechos civiles estaba destinado a proteger a todos los negros, pero sobre todo a los negros que, como Rosa Parks, fueran íntegros, intachables, virtuosos, distinguidos y profundamente comprometidos con los valores cristianos. 

Esta también es la historia de un movimiento por los derechos civiles de los negros que en buena medida dejó a las mujeres al margen. Aunque fueran ellas las que iniciaran las protestas, las que tuvieran la valentía, como Claudette Colvin y Rosa Parks, de enfrentarse a unas leyes injustas a riesgo de acabar en la cárcel, eran ellos los que después tomaban el liderazgo moral de las reivindicaciones, eran ellos los que las protegían a ellas, frágiles, débiles, y se erigían en líderes morales. 

Una historia que demuestra que cualquier movimiento político en beneficio de la sociedad que no cuente con la participación activa de las mujeres no solamente se miente a sí mismo sino que no tiene sentido. 

Claudette Colvin




lunes, 1 de marzo de 2021

LA CALLE

Lutie Johnson piensa que es joven y fuerte y que nada se le va a resistir. Confía ciegamente en el sueño americano, ese que dice que si te esfuerzas lo suficiente y planificas bien tu vida, ganarás dinero y serás feliz. Trabaja para una familia blanca y sólo ve a su hijo cuatro días al mes, pero gracias a ella salen todos adelante. Tiene agallas, tiene orgullo, responde con una mirada desafiante a los silbidos admirativos de los hombres que acompañan su paso resuelto por la calle y piensa en el futuro como un libro en blanco por escribir. Un libro en blanco que ella, con su bella mano negra, pudiera escribir. Un libro en blanco como un sueño: el sueño americano.

Pero el sueño americano, con su énfasis en el esfuerzo y la igualdad de oportunidades, desgraciadamente no está al alcance de todos los americanos. Y si no, que les pregunten a todas esas mujeres negras que se pasan todo el día limpiando y cocinando en las mansiones de los blancos, para volver a casa y seguir limpiando y cocinando toda la tarde y la noche para los suyos. Mujeres que llenan las aceras sucias y bulliciosas de Harlem, cargadas con las compras, caminando con pasos lentos y precavidos para tratar de amortiguar los pinchazos en sus pies hinchados. "Cargadas y exhaustas mientras sus maridos deambulan por el barrio bien vestidos, relajados y ociosos, o se apuestan a la entrada de algún edificio para ver cuál de las muchachas que pasa por delante ocupará el lugar de la parienta que se tira el día entero fuera de casa". Y es que, ¿qué otra cosa podía hacer una mujer cuando su marido no encontraba trabajo? ¿Dónde queda el sueño americano cuando ese libro en blanco que cada una de esas mujeres iba a escribir está ya lleno hasta los márgenes de las mismas palabras: trabajo, agotamiento, humillación, suciedad, pobreza, suciedad, pobreza, pobreza?

La historia transcurre en Harlem, el barrio negro de Manhattan, un gueto sucio, inhóspito, violento y deshumanizado. Y más concretamente, en la calle 116, el personaje principal de la novela, una calle atestada de gente dañada y herida por toda una vida de humillación y servidumbre que no sabe desahogar su frustración más que en el alcohol y la violencia. La calle se hace cargo de los niños mientras las madres trabajan. Y los educa en su escuela, la más despiadada y salvaje escuela a la que los niños tendrán la oportunidad de asistir. Una escuela que les enseñará prácticamente todo lo que necesitarán para sobrevivir en el mundo y de la que la mayoría no logrará salir jamás. 

Estamos en 1944, en plena guerra mundial, y cuando uno de los personajes blancos se pone a animar a un empleado suyo negro a unirse en la lucha por el bien de su país, no termina de entender por qué éste se encoge de hombros y le mira con rabia. Una rabia que se pregunta por qué iban a luchar ahora por un país que lleva toda la vida humillándolos y despreciándolos. Al fin y al cabo, por qué luchar contra los alemanes, si "lo que están haciendo ellos ahora en Europa se lleva haciendo en este país desde que existe". 

La calle, fantásticamente traducida por Íñigo F. Lomana, es la novela más poderosa y rotunda que he leído en muchísimo tiempo. Trata de pobreza, de racismo y de machismo. Tres violencias superpuestas contra las que es prácticamente imposible rebelarse. La realidad que describe Ann Petry es un abismo aterrador. Un abismo al que la mayoría no estamos dispuestos a asomarnos y que sigue existiendo, maquillado y embellecido por un siglo XXI de aparente progreso, pero en esencia el mismo. 

Escrita en 1947, La calle vendió más de un millón de ejemplares y se convirtió en un fenómeno social. Es un clásico estadounidense que da un puñetazo en la mesa y grita basta. Basta ya de condenar a las mujeres a esta espiral de violencia. Basta de vender un sueño americano que sólo pueden hacer realidad aquellos que nacen con la piel blanca y muchos ceros en la cuenta del banco.