Ay, qué bueno es este hombre. Ocho libros lleva. Ocho libros suyos que he devorado con pasión, con avidez infantil y complacida por la certeza de disfrutar siempre con su forma de llevarme por sus tramas y su Nápoles de ayer y de hoy.
Esta vez al comisario protagonista le acompañan cinco bastardos. Cinco policías que, como él, cargan con pasados conflictivos. Turbios, enigmáticos, indeseables en sus lugares de origen, van a parar a la comisaría maldita de Pizzofalcone. Los bastardos de Pizzofalcone. Todos ellos con algo que ocultar, con vidas secretas inconfesables, todos ellos furiosos y heridos, dispuestos a cualquier cosa para redimir su pasado y encontrar un equilibrio para sus pasiones.
Cuando les asignen el asesinato de Cecilia de Santis, una dama de la alta sociedad, empezarán a buscar por donde siempre: el dinero y el odio. Buscarán en las relaciones cansadas, en los rencores nimios que se van acumulando, año tras año, hasta formar una masa compacta de frustración y desprecio. Buscarán en los contratos y sus intereses, en el estatus que da el dinero y la pose y al que, una vez alcanzado, ya es imposible renunciar. Buscarán por donde buscan todos. Pero quizá sólo ellos, los despreciados bastardos de Pizzofalcone, sepan buscar también donde nadie busca. En las mentiras, en los suspiros y en la piel que se ofrece sin reticencia. Quizá sólo ellos prueben a buscar en el amor. Porque tal vez ahí, precisamente, esté la razón de todo, "en una amistad de hace tiempo, en una mirada que alguien fijó en los ojos de otra persona durante más de una fracción de segundo. Porque así es como se genera una ilusión, con una mirada y una fracción de segundo. Y se imagina algo, y se acuna ese algo en brazos como un recién nacido para que crezca, y se alimenta ese algo hasta que se hace grande y ocupa todo el espacio."
Recibí este libro ilusionado, como un niño al que le plantan delante una de sus tartas favoritas y le dicen: es para ti. Pero la ilusión se convirtió en asombro, en incredulidad, y al instante en risas de felicidad cuando leí la faja promocional que la editorial le había puesto y descubrí que era una frase, sacada de este mismo blog, de la reseña que escribí sobre el primer libro de la serie, El método del cocodrilo. Y ahora, cada vez que paso por delante del libro en la librería, no puedo evitar guiñarle el ojo al bueno de Maurizio de Giovanni, pensando que la librería Benedetti le recubre la cintura con elogios, y no hay mejor reclamo que una librería rendida a la maestría de un autor.
Recibí este libro ilusionado, como un niño al que le plantan delante una de sus tartas favoritas y le dicen: es para ti. Pero la ilusión se convirtió en asombro, en incredulidad, y al instante en risas de felicidad cuando leí la faja promocional que la editorial le había puesto y descubrí que era una frase, sacada de este mismo blog, de la reseña que escribí sobre el primer libro de la serie, El método del cocodrilo. Y ahora, cada vez que paso por delante del libro en la librería, no puedo evitar guiñarle el ojo al bueno de Maurizio de Giovanni, pensando que la librería Benedetti le recubre la cintura con elogios, y no hay mejor reclamo que una librería rendida a la maestría de un autor.