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lunes, 25 de enero de 2016

LOS BASTARDOS DE PIZZOFALCONE

Ay, qué bueno es este hombre. Ocho libros lleva. Ocho libros suyos que he devorado con pasión, con avidez infantil y complacida por la certeza de disfrutar siempre con su forma de llevarme por sus tramas y su Nápoles de ayer y de hoy. 

Esta vez al comisario protagonista le acompañan cinco bastardos. Cinco policías que, como él, cargan con pasados conflictivos. Turbios, enigmáticos, indeseables en sus lugares de origen, van a parar a la comisaría maldita de Pizzofalcone. Los bastardos de Pizzofalcone. Todos ellos con algo que ocultar, con vidas secretas inconfesables, todos ellos furiosos y heridos, dispuestos a cualquier cosa para redimir su pasado y encontrar un equilibrio para sus pasiones. 

Cuando les asignen el asesinato de Cecilia de Santis, una dama de la alta sociedad, empezarán a buscar por donde siempre: el dinero y el odio. Buscarán en las relaciones cansadas, en los rencores nimios que se van acumulando, año tras año, hasta formar una masa compacta de frustración y desprecio. Buscarán en los contratos y sus intereses, en el estatus que da el dinero y la pose y al que, una vez alcanzado, ya es imposible renunciar. Buscarán por donde buscan todos. Pero quizá sólo ellos, los despreciados bastardos de Pizzofalcone, sepan buscar también donde nadie busca. En las mentiras, en los suspiros y en la piel que se ofrece sin reticencia. Quizá sólo ellos prueben a buscar en el amor. Porque tal vez ahí, precisamente, esté la razón de todo, "en una amistad de hace tiempo, en una mirada que alguien fijó en los ojos de otra persona durante más de una fracción de segundo. Porque así es como se genera una ilusión, con una mirada y una fracción de segundo. Y se imagina algo, y se acuna ese algo en brazos como un recién nacido para que crezca, y se alimenta ese algo hasta que se hace grande y ocupa todo el espacio."

Recibí este libro ilusionado, como un niño al que le plantan delante una de sus tartas favoritas y le dicen: es para ti. Pero la ilusión se convirtió en asombro, en incredulidad, y al instante en risas de felicidad cuando leí la faja promocional que la editorial le había puesto y descubrí que era una frase, sacada de este mismo blog, de la reseña que escribí sobre el primer libro de la serie, El método del cocodrilo. Y ahora, cada vez que paso por delante del libro en la librería, no puedo evitar guiñarle el ojo al bueno de Maurizio de Giovanni, pensando que la librería Benedetti le recubre la cintura con elogios, y no hay mejor reclamo que una librería rendida a la maestría de un autor.





lunes, 23 de marzo de 2015

RICCIARDI Y LA DIFUSA FRONTERA ENTRE LO CORRECTO Y LO INCORRECTO

El sargento Maione camina por las calles de Nápoles, vestido de civil, buscando al hombre que mató a su hijo. Aún no sabe qué desvelos o venganzas guían sus pies. Otro hombre, recién fallecido, cumplió condena en su lugar, un hermano mayor del crío que ahora busca, criminal confeso que buscó expiar sus pecados asumiendo el delito de un alma inocente. Con la ley ya no puede castigarlo. Sólo sus propias manos podrían. 
El sargento Maione se esconde en la oscuridad de un zaguán para espiar la felicidad del hombre que mató a su hijo. Lo ve sentado en su humilde taburete, tallando piezas de madera ante la mirada encandilada de un corro de niños. Lo ve abrazar a su hijo pequeño, a su mujer. Y por primera vez en su vida, en su interior, lo correcto y lo incorrecto empiezan a cambiar de sitio, a moverse sin orden ni concierto, difuminándose y transformándose en conceptos volátiles e inasibles como los globos escapados de la mano de un niño, volando desordenados en el cielo gris. 

El comisario Ricciardi camina por las calles de Nápoles, sin abrigo ni sombrero, debatiéndose entre la posibilidad de dos amores. O de ninguno. Por un lado, una chica dulce que le ofrece paz, cariño y una vida tranquila que apacigüe su espíritu atormentado. Por el otro, una mujer irresistible que le ofrece fuego, torbellinos y una vida apasionada a la que entregarse para olvidar sus noches en vela. 
Y pese a su convicción de que el amor engendra monstruos y que su íntimo e inconfesable sufrimiento lo condena a una vida de soledad, el comisario Ricciardi siente que ya no distingue bien entre lo correcto y lo incorrecto, que el deber se difumina siempre ante las emociones imprevisibles y que su voluntad se ha vuelto ligera y volátil como esos globos que se escapan de las manos de los niños y terminan coloreando el cielo gris de la ciudad de Nápoles. 

Quinta y sexta novela, respectivamente, de la serie protagonizada por el comisario Ricciardi, Con mis propias manos y Y todo a media luz se adentran en el año 1932 con nuevos casos, nuevos desafíos para nuestros queridos investigadores, que cada vez tienen más problemas para mantenerse al margen de la sombra fascista que se cierne inexorablemente sobre la sociedad italiana, intoxicando de miedo y de rabia sus vidas siempre al límite.



domingo, 15 de junio de 2014

EL MÉTODO DEL COCODRILO

Hay un hombre viejo caminando por las calles oscuras de Nápoles. Nadie le ve, nadie le oye, porque no es nadie. Los transeúntes viven hacia dentro, mirando hacia sus propias preocupaciones, nadie se fija en nadie, Nápoles es una ciudad con mil muros, en la que cada persona es una extraña para el de al lado y para sí misma. 
Hay un hombre viejo que no para de hacer cálculos y comprobar horarios. Tiene una pistola y un propósito. Vive escondido entre la multitud, se seca las lágrimas desprendidas involuntariamente de su ojo izquierdo con pañuelos que luego olvida en los lugares del crimen. 
Hay un hombre viejo que escribe cartas de amor a una persona inalcanzable, mientras planea su venganza, a la vista de todos y escondido por todos. Le llaman el cocodrilo, por sus lágrimas falsas y por su sangre fría. Y es verdad que ya no siente nada.
Hay un hombre viejo al que ya no le importa salvar a nadie ni que le salven. Ya no le importa nada. 

"El método del cocodrilo" es el primer libro de Maurizio de Giovanni ambientado en un Nápoles actual. Hasta ahora, todas las novelas de este autor que nos habían ido llegando estaban protagonizadas por el maravilloso y enigmático comisario Ricciardi y transcurrían a principios de los años treinta. Novelas intensas y melancólicas de las que di me entusiasta opinión en este post
Con este cambio de época, pasamos de la sordidez del Nápoles fascista a una ciudad donde el primer sospechoso de cualquier asesinato siempre es la Camorra. Pero no perdemos nada con el cambio de protagonista: el inspector Giuseppe Lojacano, trasladado desde Sicilia por una acusación falsa de vender información a la mafia, no tiene nada que envidiar al comisario Ricciardi. De hecho, podría ser su nieto o su bisnieto, porque ambos comparten la melancolía, una ternura insólita agazapada detrás de su fachada imperturbable y un dolor sordo proveniente de su pasado en el que se esconde una inocencia asustada y temerosa de los sentimientos. 
De Giovanni tiene el don de hacer que sus personajes pasen a formar parte de ti y te lleven como en volandas por sus miedos, sus alegrías y sus frágiles esperanzas. Y tiene el don de cerrar sus libros como si hubiera envuelto su historia para regalo, con mimo y con mucho cuidado, prestando atención a todos los detalles, el dobladillo del papel, la longitud y colocación de las pequeñas tiras de celo, todo presentado con sobriedad, elegancia y mucha delicadeza. No son dones muy comunes.



lunes, 23 de diciembre de 2013

EL MISTERIO DEL COMISARIO RICCIARDI

Ya tenemos a la ciudad de Nápoles vestida de todos los colores de las estaciones: tiritando empapada bajo el precario refugio de un portal, floreciendo en la canción a pleno pulmón que sale de la boca roja de una joven lavandera, buscando con una sonrisa explícita el huidizo frescor de la sábana donde prolongar sus juegos de amor, y por último, petrificada de frío en los ojos sin vida de un pobre niño de la calle. El invierno, la primavera, el verano y, ahora, El otoño del comisario Ricciardi, completan el ciclo anual de los casos de este joven inspector que se ha convertido en mi gran amor literario de la literatura policíaca.

Debo reconocer que, hace año y medio, cuando empecé a leer El invierno..., la primera impresión fue de desconfianza. Me gustaba irme hasta el Nápoles de 1931, con su Mussolini y su miseria, me gustaba el lenguaje depurado y melancólico, me gustaban la sencillez y la elegancia del estilo, pero ¿un comisario que tiene el don, o la maldición, de escuchar las últimas palabras de los que han sufrido una muerte violenta? ¿Escucharlas eternamente, cada vez que pasa por el lugar de la tragedia? Para que te tragues algo así tienen que darte algo a cambio, no puede ser gratuito. Es una apuesta arriesgada la del escritor que se atreve a presentarte semejante incongruencia. Apela a tu imaginación, a tu capacidad de soñar, de dejar de lado tu diario materialismo y abrir los ojos a la magia, a lo que no tiene nombre y desbarata tu percepción de las cosas. Apela a las corrientes subterráneas del instinto, a lo que vive en cada uno de nosotros en permanente huida, y que se resiste a ser explicado. Y tiene éxito. Al menos conmigo lo tiene, venció mi resistencia en unas quince páginas y desde entonces me tiene totalmente a sus pies, rendido a las voces moribundas que guían sus pasos y tatúan su vida de tragedia. Entiendo que la apuesta de Maurizio di Giovanni, como toda seducción, es imperfecta, y haya gente que se cierre en banda a la posibilidad de cierta magia en la literatura. Que retire, espantada, todas sus fichas de la partida y no se juegue ni medio céntimo a la jugada de Ricciardi. Yo, si se trata de magia, peco siempre de imprudente y desde aquel inicio de El invierno..., todas mis fichas son suyas.

No es habitual encontrar una belleza musical en la técnica narrativa. Y no me refiero solamente a la sonoridad de las frases o al tintineo de ciertos adjetivos. Es un belleza pulcra y sencilla, despojada de cualquier artificio, que transmite una melancolía lírica sin estridencias, como un aria popular italiana cantada con sentimiento por una joven lavandera. Y esa musicalidad está también presente en la armonía al enlazar los capítulos, en los paralelismos y en las repeticiones, en la sutil simetría de las frases que hace que la historia fluya sin esfuerzo alguno. La fluidez en las novelas me parece un logro superlativo. Me cuesta mucho encontrarla y cuando lo hago, suele ser en escritores relativamente desconocidos o de género, como Stephen King o Amor Towles, o en clásicos de principios del siglo XX, como Edith Wharton o Irène Némirovsky. La mayoría de los libros que leo, incluyendo los libros que más me gustan, parecen estar escritos a trozos. Sé que esto es una perogrullada, nadie escribe un libro del tirón. Pero la magia de la fluidez está en conseguir que lo parezca. Esa maravillosa sensación de que el escritor se ha sentado en su confortable silla, ha sonreído, convencido del poder de su historia, ha alzado elegantemente los brazos y se ha puesto a escribir sin dudar, de un solo trazo, hasta terminarlo. Crear esa ilusión de continuidad me parece algo admirable y raro, y creo que Maurizio di Giovanni tiene esa capacidad.

Hay muchos temas en estos cuatro libros. Hay una infinita compasión por los pobres, por los indefensos de la violencia cotidiana, por los muertos olvidados y sepultados por toneladas de pasiones repetidas. Compasión, también, por el amor asustado que se alimenta de miradas por la ventana, sueños indecisos y tímidas pasiones imprudentes. Hay una brutalidad sistemática por parte del régimen fascista, que corrompe y envilece jugando con el miedo de los que aún tienen algo que perder. Hay también un cinismo contestatario e imprudente que no sabe callarse la rabia y la amargura, que es capaz de cultivar, en la soledad de la noche, una integridad furiosa más poderosa que el terror.

Y hay, sobre todo, un misterio: el propio comisario Ricciardi. Detrás de sus ojos verdes y helados, que parecen ver siempre más allá de las cosas y las personas, se esconde un secreto, algo que los lectores no sabemos, que el propio personaje desconoce y, lo que es mejor, que ni siquiera el autor es capaz de controlar. Es un misterio que se insinúa en su forma de moverse, en su cabeza siempre descubierta en medio de la multitud de sombreros, en su obstinación de permanecer a la intemperie, tanto física como emocional, en lo que desea y lo que teme, en lo que no se atreve a confesarse, en su reticencia y en su elegancia, en lo que intuimos. Y esa es la verdadera fascinación de los libros, el vértigo de su adicción: apela a un misterio interior propio que no soy capaz de descifrar y cuyo poder, con cada parcial resolución de los casos, no hace más que intensificarse. Y mientras tanto, yo sigo arrastrando el montón de mis fichas a su lado de la partida: sé que, salga lo que salga, con Ricciardi siempre gano.