Mostrando entradas con la etiqueta Debate. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Debate. Mostrar todas las entradas

jueves, 13 de junio de 2024

EL PRECIO QUE PAGAMOS

«Ya están aquí. El caos, con todo su poder de succión. El odio intrínseco está aquí. La aversión mutua. La violencia más cruel ya ha alcanzado nuestras calles, las carreteras, los colegios, los hospitales. También los que llaman mal al bien y al bien mal están ya aquí. Y la ocupación tampoco va a terminarse, según parece, en un futuro próximo, porque es ya más fuerte que cualquiera de las fuerzas que intervienen en la arena política". 

Este librito reúne una serie de textos cortos de David Grossman, quizá el escritor israelí más reconocido internacionalmente y candidato al Nobel desde hace ya varios años, sobre "la situación", eufemismo que se usa en Israel para referirse a la relación de su Estado con los palestinos. Unos textos que me han parecido muy interesantes, muy críticos con Israel y traspasados por una visión interna de quien lo vive sin distancia que, a menudo, desde nuestra lejanía nos olvidamos que existe. 

Grossman carga fuerte contra el gobierno ultraderechista de Netanyahu, que había llevado a Israel a una crisis interna y una polarización sin precedentes antes del 7 de octubre de 2023. Define la construcción de los asentamientos ilegales en Cisjordania como «la mayor catástrofe del Estado de Israel», un país convertido en los últimos años en «una realidad violenta, grosera, contaminante», estrangulado por la pinza mortal del fundamentalismo religioso y el nacionalismo de ultraderecha. 

La mirada de Grossman parte de una sociedad civil ilustrada y cosmopolita, laica y moderna, que se siente atemorizada y paralizada al haber visto cómo, tras las protestas más multitudinarias de la historia reciente del país que llenaron las calles en 2023, la guerra en Gaza ha eclipsado, con su salvajismo y su voluntad destapada de genocidio, cualquier reivindicación democrática. El precio que pagan es la violencia, la amenaza perpetua y la muerte, por vivir en un Estado que defiende la discriminación étnica y se sustenta en la dominación y el sometimiento de los palestinos. Y, aun así, Grossman siente su tierra en las entrañas y escribe sobre el dolor de seguir sintiendo Israel como su país, a pesar de ver que ya es más un fortín en guerra que un hogar, reconociéndose en sus contradicciones, en su violencia y sus delirios, en su infinita capacidad para imaginarse en identidades asesinas (recordando a Amin Maalouf) que a menudo colisionan con la realidad. 

Me ha sorprendido que siempre parece ver a los palestinos como los otros, un colectivo a respetar y con el que se impone la necesidad de convivir en paz y en igualdad de condiciones, pero siempre desde la diferencia y asumiendo que los judíos en Israel siempre merecerán ser tratados como víctimas y tendrán que ser mayoría para sentirse seguros. Es la defensa implícita de la etnocracia, que no reconoce su condición de potencia colonialista aunque acepte la ocupación, y que denuncia los excesos de una política cuya base etnográfica acepta y necesita. 

Sin embargo, pese a ciertas ambigüedades que a mí, desde fuera y con mucho menos conocimiento de la situación, me parecen equilibrismos un tanto sospechosos de etnocentrismo, me ha gustado mucho leer que otro Israel es posible y que hay esperanza, sí, todavía hoy, a una salida democrática e inclusiva de este horror. 



jueves, 9 de mayo de 2024

MIEDO

El refranero español es un compendio de sabiduría popular... y de nuestras miserias morales más cotidianas. "Piensa mal y acertarás" es la gasolina mamada desde la cuna que alimenta los motores de las mentes conspiranoicas, tan en auge en todo el mundo. Yo tuve la inmensa suerte de criarme con una madre ingenua (ahora voy con el melón de la ingenuidad), así que no puedo hablar de las delicias de haber crecido con la idea de que la desconfianza tiene premio y de que sospechar constantemente de la mala intención ajena es propio de la gente de bien. A mí me educaron para preguntar y descubrir y cultivar la curiosidad siempre. Para ser bueno y mirar con ojos de niño. Para sentirme aludido por otro refrán (otra perla), "de tan bueno, tonto", y reivindicar mi aspiración a la bondad aunque sea tonta, con el orgullo de quien está convencido de que, por mucho que corra el riesgo de que me engañen, es una forma honesta y constructiva de estar en el mundo. 

La ingenuidad me parece un valor imprescindible. Hay pocas facetas de un carácter más antipáticas que la de quien cree que se las sabe todas y va por la vida advirtiendo a los demás de las posibles mezquindades ajenas. La ingenuidad, como la inocencia, es una membrana frágil que se rompe con facilidad. Y cuesta un mundo recomponerla. Por favor, cultivémosla y cuidémosla como se merece. Nos va la salud, la alegría y hasta la capacidad de convivencia en ello. 

Patricia Simón escribe sobre la ingenuidad como una actitud capaz de crear el mundo cada mañana, de inventar un nuevo principio para cada historia y recorrer cada día un nuevo camino. Es un antídoto poderosísimo contra el miedo. Me ha gustado darle vueltas a esta idea. Ver cómo vuela en mi imaginación. Pensar en mi madre, una gran ingenua y la persona menos miedosa que conozco. Y en esas otras virtudes que nos pueden servir para contener la epidemia de miedo que brota de nuestra incertidumbre más profunda y aspira a gobernar el mundo. Virtudes como la confianza (piensa bien y acertarás), el asombro, la bondad, el buen trato, el civismo, la empatía, la generosidad, la hospitalidad. Y la ligereza, esa cosa con plumas que nos ensancha los pulmones y en la que P. me educa todos los días. «A mayor ligereza, menor miedo», escribe Patricia Simón, y no puedo dejar de asentir. Así lo siento yo. 

La retórica del miedo distingue dos vulnerabilidades enfrentadas: la nuestra, que hay que proteger a toda costa; y la de los demás, que no importa. Y así, rompe nuestra humanidad común y nos hace ver a los demás como enemigos, como agresores potenciales cuyo dolor no importa. «El dolor es real solo cuando consigues que otro crea en él. Si no lo logras, tu dolor es locura». Escuchar el dolor de los demás, prestarle atención y otorgarle la dignidad que merece. A eso aspira Patricia Simón, y en este libro lo transmite maravillosamente bien. 

Qué rápido nos hemos olvidado de lo dependientes que somos de los parias de la globalización. Esas personas con trabajos que durante la pandemia llamamos esenciales. «Esenciales, pero que el sistema siempre ha considerado prescindibles, intercambiables, desechables: los trabajadores y trabajadoras del campo, de la ganadería, de los mataderos, de la pesca; cajeras, reponedoras, limpiadoras; basureros, repartidores, transportistas; cuidadores y cuidadoras en el sentido más amplio de la palabra». Y cómo mejoraría nuestra humanidad si algún día fuéramos lo suficientemente humildes y generosos para asumirlo y reconocérselo. 

Para poder sentir las palabras que describen horrores, para leer «Se iban a morir igual» o «Más de diez mil niños palestinos asesinados por las bombas israelíes en seis meses» y no pasar a otra cosa como si nada, es necesario cultivar la sensibilidad, la mirada atenta y el esfuerzo por comprender que el sufrimiento de los demás también nos atañe a nosotros. Ahora y siempre. 

Patricia Simón ha escrito un libro que lleva a muchos otros libros, que abre muchas ventanas de emociones, de valores morales y de horizontes de humanidad hacia los que caminar. Un libro sobre el miedo, esa jaula que asfixia la vida de tanta gente. Un libro «sobre qué nos atenaza, por qué y quiénes se lucran de la fragilidad que nos provoca estar dominados por esta emoción». 





jueves, 15 de febrero de 2024

PEQUEÑAS HERIDAS MORTALES

"Los personajes no pueden salir de los libros a no ser que alguien les convoque. Alguien me ha convocado y escapo cada mañana de mi novela". Así empieza este libro de Belén Gopegui, una conversación " a modo de propuesta de amistad" que transita por el ensayo y el juego, que dialoga y propone y se lee como quien se toma algo en una terraza mientras mira la calle y juega a cambiar el mundo. Gopegui es el personaje. Y nosotros, lectores, su novela. Durante 123 páginas tendremos el privilegio de acoger a una protagonista de excepción. 

Me han gustado muchas ideas de este libro. Ha sido como pasear por una ciudad con algo interesante que descubrir en cada calle. Por ejemplo, ideas como la decadencia del placer provocada por la necesidad del propósito. Somos muchos los que sentimos, creo, que nuestro presente a menudo es sacrificado en el altar de un futuro incierto y dogmático. Y qué importante es tratar de defender la idea de un presente con las ventanas abiertas, esa idea de que "la vida y el amor dejan de interpretarse como un viaje con objetivos y destinos que alcanzar, y se ven como un baile que no buscan el aplauso sino el placer". No el reconocimiento, sino la libertad. 

Belén Gopegui hilvana los hilos de la poesía en un tapiz de filosofía y nos habla de la importancia del trato que damos a los demás, de cómo los vemos y qué esperamos de ellos. "Casi toda la vida se nos va en esto, no en saber, ni en entender, sino en lograr imaginar que quien está a tu lado es verdaderamente distinto a ti, aunque también sea igual a ti". Y aquí viene lo difícil (y lo imprescindible): imaginar que quien está a tu lado es distinto a ti para no dar por hecho que si no actúa como tú se equivoca o se desvía del camino correcto; aceptar que es igual a ti para no caer en la trampa de la superioridad. 

Siempre hay menos hechos incontestables de los que desearíamos. Aceptarlo es de sabios, pero es un riesgo. Te expone a la intemperie de la duda. Te quita la comodidad de las certezas. De los juicios morales inmediatos y fulminantes. "El sentido común es el menos común de los sentidos", decimos, ufanos, quejándonos de que la gente (esos otros que nunca somos nosotros) sea tan poco razonable. Sin embargo, no es así. No existe un único sentido común. El sentido común es una multitud de sentidos dispares que hemos aprendido a conjugar lo mejor que podemos y que a veces convergen en una supuesta unanimidad que está sujeta a un cambio constante y que nunca es tan unánime como nos parece. Usamos muletillas como "es lógico que" o "evidentemente" cuando argumentamos para tratar de convencer y convencernos de que lo que decimos no admite réplica. Sin embargo, casi todo admite réplica y casi nada es tan evidente ni lógico. Es difícil argumentar mirando a los demás y no al espejo de nuestra propia convicción. Si sacamos la mirada de nosotros mismos y nos arriesgamos a mirar desde el lugar del otro es muy probable que dejemos de resguardarnos bajo el paraguas de la lógica o la evidencia. 

Damos valor a cosas distintas. Tenemos distintas prioridades. Y sin embargo nos entendemos. Encontrar el camino del entendimiento a través de la espesura de lo que nos diferencia es la única forma de vivir en sociedad. Aunque esa espesura a menudo se vuelva una selva impenetrable. También es verdad que no hace falta entenderse por completo. Que un caminito de comunicación a veces ya basta. Y no hace falta una carretera. Que la espesura es saludable. Que discrepar es vital. Y que si dos personas están siempre de acuerdo en todo y en todo piensan igual, es porque una ha secuestrado la voluntad de la otra y está pensando en su lugar. 

He leído este libro apuntando y apuntando. Es una conversación, así que ¿cómo leerlo sin dar la réplica? Y apuntando citas literales: "Todas las personas somos frágiles. A todas nos pueden ocurrir roturas leves y también tragedias. Pero no todas las tragedias se convierten en desgracias. La desgracia tiene un componente de clase. La desgracia es lo que sucede cuando no hay respaldo patrimonial ni una red pública que dé apoyo". Me ha gustado el punto de vista de clase social. Difícil no entender el rencor de clase contra quienes han nacido a salvo de desgracias y, sin embargo, miran por encima del hombro a quien desde siempre vive a la intemperie de una precariedad inmutable. Y también me he vuelto a encontrar alusiones al mito de la meritocracia, y a cómo algunos se escandalizan cuando se les pide que argumenten sus comportamientos, especialmente cuando se cuestionan estereotipos de género o dinámicas de dominación, dinámicas tan repetidas e interiorizadas que no entienden cómo pueden ser cuestionadas. 

Belén Gopegui advierte sobre las consecuencias impredecibles del uso de la violencia. Los ecos de la violencia. El golpe o el grito que recibes de tu superior, tú se lo das a tu subordinado, que a su vez se lo da a su hijo, que a su vez se lo da a un compañero de clase, y así la violencia reverbera en una cadena de agresividad desplazada con víctimas impredecibles. Y, al revés: ¿quién sabe de qué larga cadena de transmisión viene la bondad que recibimos y hasta dónde puede llegar la que damos?

En nosotros conviven el huracán y el entusiasmo por la vida. La indignación y la risa. Y no son contradictorios. Pobre de la rabia que no encuentre aire fuera de su jaula. Pobre de la risa que no tenga una conciencia que la canalice. Cuidémonos las dos. 






lunes, 5 de febrero de 2024

LA TIRANÍA DEL MÉRITO

Si en 2023 Menos es más, de Jason Hickel, fue el ensayo que me cambió la vida, en 2024 difícilmente voy a leer otro ensayo más transformador para mí que La tiranía del mérito, de Michael J. Sandel. ¡Y acabamos de empezar el año! Cuando digo que tal o cual libro me han cambiado la vida, algunas personas me miran con guasa: ¿pero tú cuántas vidas tienes que las cambias tan a menudo? Muchas, pienso, gracias a los libros tengo muchas, y aunque tuviera una sola, estaría constantemente cambiándola, transformándola, y, sobre todo, deconstruyéndola: sacando con cuidado todas esas piezas del puzle que ya no me gustan, que me estropean el dibujo, que ya no me aportan nada y que me incomodan, para poner otras en su lugar que me hagan ser más consciente de lo que hago y pienso y en las que pueda reconocerme. Con este libro he empezado a desaprender el mérito. Y creo que ese camino ya no tiene vuelta atrás. 

"Yo no le debo nada a nadie, todo lo que tengo me lo he ganado a pulso". Yo crecí con este mantra. Mucha gente a mi alrededor lo repetía. Como afirmación orgullosa, pero también como lección. Si yo pude, tú también podrás. Solo tienes que esforzarte. Es la promesa del sueño americano. Y no hay nada más empoderador que esta idea. También, demasiadas veces, nada más falso.  

Este libro le da la vuelta a esa idea con este otro mantra: "Yo soy un privilegiado. Y casi nada de lo que he conseguido en mi vida ha sido mérito mío". Decirse esto todos los días debería estar prescrito por la seguridad social para los que se lo crean, porque es imprescindible escucharlo, un poco como hacían los generales y emperadores romanos en sus desfiles triunfales, cuando un esclavo les susurraba al oído repetidamente "recuerda que eres mortal", para que el éxito no se les subiera a la cabeza y se creyeran dioses. Y es que en los últimos cuarenta años ha proliferado una ética meritocrática que nos ha hecho creernos merecedores, para bien y para mal, de todo lo que nos sucede. A los que en algún momento nos ha ido bien en la vida nos ha endiosado, borrando de un plumazo todos los condicionantes externos (sociales, azarosos, biológicos), y ha hecho florecer una soberbia insolidaria en las personas exitosas y una humillación resentida en las personas desfavorecidas, polarizando la sociedad y destruyendo la confianza en el bien común. 

En una sociedad meritocrática, las personas que no alcanzan cierta estabilidad o cierto éxito son juzgadas como merecedoras de su fracaso. A ninguna clase desfavorecida la habían dejado nunca en semejante grado de vulnerabilidad moral como a la actual. La total incomprensión de clase de las élites, a menudo las élites progresistas, que han aprendido desde la infancia a mirar por encima del hombro a cualquiera sin estudios superiores o un trabajo intelectual, es el caldo de cultivo en el que ha explotado la política del resentimiento de la extrema derecha. Una de las razones del descontento de la clase trabajadora, capitalizado en los últimos años por partidos de extrema derecha de muchos países, viene precisamente de la pérdida de estima social de sus trabajos y capacidades provocada por unas sociedades regidas por una meritocracia desaforada. 

"En nuestros días, vemos el éxito como los puritanos veían la salvación: no como un producto de la suerte o de la gracia, sino como algo que nos ganamos con nuestro propio esfuerzo y afán". 
El éxito, la riqueza, la buena salud, se han convertido en medidas de virtud: nos las merecemos por haber hecho bien las cosas. Con su corolario inevitable: si no tienes la riqueza, el éxito y la salud que tengo yo, es que no has hecho las cosas igual de bien que yo. 

Esta forma de pensar es tentadora para mucha gente, sin duda tiene un aura empoderadora. Anima a las personas a responsabilizarse de su situación y no rendirse al derrotismo del todo es azar y circunstancia y no puedo hacer nada para cambiar mi situación. Pero tiene una vertiente perversa: si pensamos que nada es azar y circunstancia y que los desgraciados son los únicos culpables de sus propias desgracias, la ética del bien común deja de tener sentido. "Cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil nos resulta aprender gratitud y humildad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común". 

El lema "si te esfuerzas lo bastante, podrás conseguir lo que te propongas" es mentira. El ascensor social lleva décadas que no funciona: el mérito importa mucho menos que el nivel socio-económico familiar para tus logros. La idea "tenemos lo que merecemos" es doblemente perversa: confirma a la persona exitosa de que su poder emana de su mérito y señala a la persona desfavorecida haciéndole creer que si no tiene más es porque no lo vale. Es la excusa moral perfecta para perpetuar la desigualdad. 

Si no desvinculamos mérito de recompensa, tenderemos a pensar que el dinero es el único parámetro que nos valida como seres humanos. Yo he sido recompensado mil veces más como librero que como pianista. Y aun así, a día de hoy sigo convencido de que soy mejor pianista que librero. La explicación de por qué vivo de lo primero y nunca me daría para vivir de lo segundo no tiene nada que ver con el mérito y sí con aspectos tan alejados de él como el mercado, la demanda, la herencia, los contactos, la suerte y el valor social y económico que se atribuye en nuestra sociedad actual a estas dos profesiones. 

Este ensayo ofrece muchos ejemplos de la vida cotidiana, en la educación y en el trabajo, sobre la toxicidad de la meritocracia y propone medidas para revertir el daño que ha ocasionado en la sociedad y recuperar el bien común como prioridad innegociable. 

Al terminar de leer este ensayo tenía la cabeza en centrifugado rápido y la pobre P. ha aguantado estoicamente las parrafadas con las que trataba de organizar la revolución que Sandel me había montado por sorpresa. Adoro los libros que me montan revoluciones. Ahora toca inventarme un mundo nuevo post-meritocrático. A ver qué sale. 





jueves, 30 de marzo de 2023

EL PODER DE LAS PALABRAS

Seguro que os ha pasado: vas a contar una historia y, según la actitud de las personas que van a escucharla, según su capacidad activa de escucha, tu historia será un discurso apasionado y brillante de un cuarto de hora o una anécdota intrascendente y casi vergonzosa de un minuto. Yo lo vivo a menudo en la librería cuando me piden recomendación de un libro. La capacidad de escucha del cliente hará que le dedique tres minutos a explicarle las bondades de un libro o que termine despachando la recomendación en cuatro frases. Nuestra forma de hablar con alguien depende de la capacidad del otro para escucharnos. A menos, claro está, que te pongas la capa megalómana y vengas blindado de serie y te abstraigas de todo y no mires a nadie y hables como lo haría un jefazo ante su auditorio cautivo. 

Pensaba en esto cuando me acordé de la historia de un compañero de conservatorio que entró en grado medio con dieciocho años. En ese curso todos teníamos entre doce y catorce años, y claro, él destacaba como el viejo de la clase. El primer día de clase le miramos como diciendo tú te has equivocado de clase, viejales. Y él nos explicó que había empezado a estudiar música muy tarde porque en su casa siempre le habían dicho que era un zoquete para la música. Se reían cuando se ponía a cantar, nadie de la familia había tenido nunca oído, parece ser, y ¿cómo se atrevía él a ser diferente? 

Fue un alumno brillante. Avanzaba a pasos de gigante, cada año se sacaba dos cursos y, cuando entró en superior, su edad casi no llamaba la atención. En el conservatorio encontró gente con la que podía hablar, gente con una capacidad de escucha que le permitió soltar por fin ese discurso apasionado y brillante de un cuarto de hora que llevaba bullendo dentro de él desde que era pequeño. 

Al final, somos lo que somos por esas personas que nos escuchan y nos devuelven embellecida la imagen de lo que queremos ser.

De esto, y de muchas más cosas, trata este ensayo ameno y divertido de Mariano Sigman. De cómo las buenas conversaciones nos cambian la vida. De cómo nuestras mentes son mucho más maleables de lo que pensamos y de la importancia del buen uso del lenguaje para expresarnos con libertad y cuidar a la gente que nos rodea. 

Dice Sigman que las primeras víctimas de las fake news somos nosotros mismos a manos nuestras. Nos contamos una cantidad impresionante de trolas a nosotros mismos sobre lo que creemos que somos y, claro, luego vamos a los demás con el cuento y nos frustramos. Pensamos que sabemos mejor que los demás lo que a los demás les conviene. Y así, anulamos la voluntad y la libertad de nuestros seres queridos cuando decidimos abroncarlos en vez de consolarlos si se hacen daño o se ponen en peligro, y cuando anticipamos lo que creemos que son sus deseos y necesidades dictándoles lo que deben hacer, por su bien. 

Las palabras crean aquello que describen. A veces, literalmente. Se llama autosugestión. Un puede decirse que está enamorado cuando en realidad lo que le pasa es que ha focalizado una conducta obsesiva en la atención y la necesidad de una persona determinada. Las palabras pueden crear estigmas (lo vemos todos los días en las redes sociales). Pueden causar enfermedades, privar de libertad, hacer que una persona se vuelva incapaz de prepararse el desayuno o de limpiar un baño o de salir sola a la calle, incluso pueden llevar al asesinato y al suicidio. 

Las palabras crean aquello que describen. Somos los relatos que nos contamos. Relatos cambiantes, por mucho que pensemos que somos de una determinada manera que no podemos cambiar. Por ejemplo, construimos relatos para modular el miedo. El miedo no es una respuesta natural y universal del cuerpo a un riesgo. Es una respuesta aprendida. La prueba es que somos capaces de aumentarlo donde el riesgo es ínfimo (las personas que le temen a todo, todos conocemos a alguna) y también de disiparlo cuando el riesgo es alto (alpinistas, equilibristas, esquiadores, velocistas). Nos dice Sigman que ante la gente que acumula miedos de situaciones o cosas que la mayoría de la gente no teme, es imprescindible la empatía. El riesgo siempre es real y el miedo doloroso para quien lo padece. Ahora bien, hay que cuidar de no dejarse contagiar por esos miedos y por la tendencia de los miedosos de querer alertar a los demás de los riesgos que solo ellos perciben y de querer instruirles en el miedo para que ellos también puedan protegerse. Combinar la empatía hacia los miedosos y la prevención contra su afán de contagiarnos, difícil e importantísima tarea. 

Mariano Sigman defiende la importancia de las conversaciones para vivir una vida plena. Y yo pienso en lo difícil que es encontrar gente con la que mantener una conversación en la que pueda haber discrepancias constructivas. Parece que todos conversamos con los demás metidos en trincheras. Resguardados tras lemas y slogans, protegidos por hashtags y pancartas. Solo escuchamos a los demás cuando estamos de acuerdo con lo que nos dicen, o cuando nos ayudan a confirmar lo que ya intuíamos. Si no, las conversaciones fácilmente se vuelven enfrentamientos, monólogos en los que uno solo quiere imponer su voz porque disfruta mucho más escuchándose a sí mismo que al resto, y los argumentos se exponen para aleccionar, no para seducir ni para persuadir, se esgrimen de arriba a abajo, como sablazos, como máximas, como realidades absolutas que el otro debe aprender de ti y no como posibilidades sujetas a debate. 

Este ensayo me ha hecho pensar. Me ha divertido. Me ha hecho mirarme por dentro como no suelo hacerlo. Me han gustado mucho las viñetas de Javi Royo y las notas al pie humorísticas, a veces en los contextos en los que menos te lo esperas. Al final, dice una cosa muy simple: las palabras que usamos y la intención que les damos definen quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás. De nosotros depende usarlas para construir o para destruir. 




lunes, 23 de mayo de 2022

EL OCASO DE LA DEMOCRACIA

El equilibrio y la concordia en política suelen ser fenómenos aislados y nunca han durado mucho tiempo. Siempre ha habido algún grupo dispuesto a alterarlos para imponer sus criterios. Si la unidad y el consenso son utopías, quizá el objetivo sea tratar de lidiar con la polarización de la mejor manera posible. Es decir, evitando por todos los medios que desemboque en odio y violencia. Si el atractivo del autoritarismo es un mal endémico, ahora más que nunca es el momento de luchar por tender puentes y aislar los brotes que quieren acabar con la convivencia. 

De esto trata este ensayo de Anne Applebaum, de la que ya disfruté mucho su ensayo sobre el inicio de la guerra fría: El telón de acero. La extrema derecha lleva una década (en algunos sitios unos años más, en otros el fenómeno es todavía más reciente) volando los puentes de nuestras democracias plurales y es responsabilidad de todos ponerle freno. 

Alerta de los peligros de la nostalgia restauradora. La extrema derecha política y mediática vuelve la mirada a antiguos mitos para reformularlos a conveniencia y aspirar a que tengan un papel activo en el presente. El mito de la homogeneidad racial (fuera los inmigrantes de otras etnias y religiones), de la homogeneidad heterosexual (el colectivo LGTBI podrá existir siempre que no nos enteremos), de la homogeneidad de clase (los pobres no existen, y si existen es porque quieren). 

Analiza la sensación que tiene la extrema derecha de pertenecer a una comunidad única, superior y especial. Una sensación nacionalista de pertenencia que genera odio hacia el diferente. Y si se alimenta lo suficiente, crea autoritarismos. Ha pasado muchas veces en la historia y está pasando de nuevo en Polonia, Hungría, Austria, Holanda, Francia, Reino Unido, Italia y España en estos últimos diez años. 

Describe cómo se ensalza un pasado glorioso con el fin de restituir una autoestima nacional maltrecha que no tolera la realidad actual, porque atenta contra sus delirios de grandeza. Los políticos de extrema derecha son devotos de las "esencias nacionales". Y de cualquier mentira que sirva para ensalzarlas. No dudan en recurrir al revisionismo histórico, retorciendo el pasado a su conveniencia. Piensan que su idea de nación está en peligro de muerte, que vivimos en una época de decadencia apocalíptica en la que cualquier medio puede ser válido para salvar a la nación de sus potenciales asesinos. Sienten cierto anhelo de caos y destrucción para poder erigirse ellos en los restauradores del orden perdido. Lo cual no deja de ser una técnica de manipulación política clásica que ya usó Hitler con la quema del Reichstag en 1933 y que le dio excelentes resultados a la hora de apuntalar la criminalización de los adversarios políticos. 

Me ha parecido un ensayo muy interesante. Muy incisivo. Fluido, elegante y muy fácil de leer. Estoy lejos de los planteamientos políticos de Anne Applebaum, y discrepo de algunas de sus teorías, pero su análisis de los estragos que los partidos de extrema derecha han hecho en las democracias occidentales me parece interesantísimo. Y he aprendido muchísimo con ella. Ojalá los políticos españoles que se definen como de centroderecha pudieran leerlo y aprender del peligro de sus queridos socios de extrema derecha. 





jueves, 28 de octubre de 2021

LOS MUCHACHOS DE ZINC

De zinc eran los ataúdes en los que volvían los restos de los soldados soviéticos muertos en Afganistán. Ataúdes de zinc sellados, a veces rellenados con tierra ante la imposibilidad de recuperar los cuerpos. Ataúdes llegados de una guerra a la que la Unión Soviética no dejaba de enviar hombres, pero que no reconocía ni nombraba. Duró casi diez años, de 1979 hasta 1989. La URSS envió más de medio millón de soldados. Hubo más de medio millón de civiles afganos muertos. La versión oficial soviética fue que habían ido a llevar las bondades de la revolución comunista a sus hermanos del sur. En este libro, dando voz a los participantes soviéticos en la guerra, Aleksiévich se atrevió a cuestionar esa versión oficial. Y terminaron abriéndole un proceso judicial por manchar el honor nacional y la memoria de los héroes soviéticos. 

Y es que esa brumosa idea del honor y de la justicia es a menudo lo único que un soldado puede interponer entre el horror de la guerra y su cordura cuando regresa a la vida civil. Los soldados que volvían de Afganistán hablaban de la guerra como de un trabajo cualquiera en el que cobraban por matar. No veían a sus víctimas como seres humanos. Y si lo hacían, sencillamente les daba igual. No era su responsabilidad. Se limitaban a cumplir órdenes. Donde alguna vez latió la compasión y el horror ante la posibilidad de arrebatar una vida, ahora sólo quedaba un vacío. Un agujero. Pero se aferraban a la idea de una guerra justa y honorable y hasta heroica para dar sentido a todo aquello. Si la guerra no había servido para nada, como empezaron a decir algunas voces críticas tras el fin de la URSS, ¿qué sentido podrían darle a su sacrificio?

Este libro habla de cómo la experiencia de la guerra en los soldados y sus familias (sobre todo sus madres) les lleva al límite de sus fuerzas, de cómo tensa su capacidad de sufrimiento y la huella que deja en su salud mental esa lucha. Como en Voces de Chernóbil, los monólogos de algunas madres ponen los pelos de punta: "cuando lo supe, me empezó a dar miedo encontrarme con conocidos por la calle, me encerraba en el cuarto de baño esperando a que las paredes se me cayeran encima". 

El libro está escrito como un mosaico de voces anónimas (un soldado granadero, una enfermera, una madre) que hablan como en un monólogo interior. El objetivo de la autora, en sus palabras, es "capturar lo etéreo". "Por eso me gusta el lenguaje oral, no le debe nada a nadie, fluye libremente. Todo está suelto y respira a sus anchas, la sintaxis, la entonación, los matices, y así es como se reconstruye exactamente el sentimiento. Yo rastreo el sentimiento, no el suceso. Soy una historiadora de lo etéreo". "Eso es a lo que me dedico desesperadamente libro a libro: a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana". 

Con estas voces Aleksiévich puso el dedo en una llaga abierta: la de la responsabilidad de las autoridades en la guerra. ¿Quién pedirá perdón a todos los que estuvieron allí? ¿A todos los que volvieron destrozados y rotos? ¿A todos a los que obligaron a matar en nombre de una idea y se trastornaron cuando al volver dejaron de poder hacerlo? ¿A todos los que se acostumbraron a temer por su vida constantemente y al volver ya no pudieron dejar de ver amenazas en cada ruido y en cada esquina? 

Los soldados callan. Nunca hablan de la guerra con quien no ha estado allí. "Recordar es como meter la mano en el fuego". Pero cuando se deciden a hablar, muchos monólogos dan vueltas alrededor de la culpa y de la responsabilidad. No pueden vivir con lo que han hecho, pero aún menos pueden soportar que los que los enviaron allí se desentiendan de ellos y los castiguen si se reúnen y hablan sobre ello y reclaman sus derechos. "En la guerra nos instruían: "hay que amar a la Patria". Y la Patria nos recibió con los puños bien cerrados para dejarnos fuera de combate una y otra vez". 

Aleksiévich aboga por el "derecho humano a no matar. A no aprender a matar". La vida de las personas no debe verse desde la perspectiva del Estado, sino desde la perspectiva de quiénes son para sus madres, para sus parejas. Para sus hijos. En 1989, afirmar esto era revolucionario. Hoy, aunque las guerras ya nos vayan quedando cada vez más lejos, en muchos aspectos sigue siéndolo. 




jueves, 1 de octubre de 2020

UNA HABITACIÓN COMPARTIDA

Siempre me han gustado las biografías, las confesiones de otras personas con las que siento algún tipo de afinidad, especialmente en el terreno de la literatura. No en vano han sido ya más de seis décadas las que he pasado en estrecho contacto con los libros, mi pasión. Es como una pulsión por saber cómo es esa otra persona para entenderme a mí misma, quizá una necesidad de formarme un juicio de valor con respecto a mí, porque siento que nos hacemos a través de los demás. 

Inés Martín Rodrigo, una joven periodista de 37 años, ha realizado treinta y una entrevistas muy inteligentes a escritoras importantes dentro de la literatura universal actual. Las ha ordenado cronológicamente, empezando por la más joven, Carmen María Machado de 34 años, y terminando por Ida Vitale, de 97, haciendo así un recorrido de casi un siglo a través de los perfiles humanos y literarios de escritoras como Zadie Smith, Nicole Krauss, Jeanette Winterson, Siri Hustvedt, Rosa Montero, Alma Guillermoprieto, Svetlana Alexiévich, Isabel Allende, Anne Tyler, Margaret Atwood, Maryse Condé, Vivian Gornick, Elena Poniatowska o Edna O´Brien, entre otras.

Siri Hustvedt, en una de sus siempre brillantes respuestas, comenta: "Cuando las orquestas empezaron a hacer audiciones a ciegas comenzó a haber muchas más mujeres. Había un telón, escuchaban la música y las contrataban, o no, sólo por el oído. De repente, la mitad de las orquestas empezaron a ser femeninas. Es una prueba bastante evidente de cómo nuestras percepciones están sesgadas por nuestras expectativas de lo que hace un hombre o una mujer".

Sus reflexiones abarcan temas muy dispares como el feminismo, la política, la literatura, la poesía, el compromiso político, su forma de buscar el sentido de las cosas a través de sus relatos. Margaret Atwood, en este caso sobre la política de Estados Unidos, comenta: "Ahora estamos donde estamos debido, en parte, a lo que sucedió en Afganistán en 1979. Estados Unidos intervino y creó básicamente a los talibanes; luego esa gente ganó y Estados Unidos no cumplió sus promesas, les abandonó. Luego cometieron un error táctico muy importante, que fue invadir Irak en vez de ocuparse de Afganistán. Se inventaron las razones. Decidieron que el 11-S era Irak, pero no lo era".
 
Esta reflexión de Margaret me ha recordado un libro que leí recientemente (Las niñas clandestinas de Kabul, de Jenny Nordberg, Capitán Swing) sobre las niñas que hacen pasar por niños en Afganistán por el estigma que supone no tener hijos varones, una de tantas barbaridades como han instaurado los talibanes en ese país aupados por EEUU. Un lamentable episodio que ha propiciado de nuevo un retroceso y un sufrimiento y humillación de la población femenina.

Hay unanimidad en las opiniones contrarias a Trump, y la más joven de las entrevistadas, Carmen María Machado, afirma: "Existe la idea errónea de que la historia es progresiva y tiende a ser mejor, pero no es cierto. La historia es cíclica, las cosas mejoran y luego empeoran, se contraen y luego se expanden. Ahora mismo estamos en una contracción terrible, todo se está cerrando, la gente siente odio alimentado por políticos oportunistas como Trump, Bolsonaro, por el racismo...".

Me ha encantado acercarme a una escritora tan entrañable como Elena Poniatowska, que se duele tanto de la situación actual por la que pasa México, su país de adopción. La valentía de Vivian Gornick y el férreo compromiso con los más débiles de Svetlana Alexiévich los siento como un privilegio que la vida me ofrece. Me he enriquecido con todas las aportaciones de estas mujeres lúcidas e inteligentes.


jueves, 17 de octubre de 2019

ELOGIO DEL OLVIDO

"Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". 
Esta frase del filósofo George Santayana es el argumento de base de todos los que defienden la necesidad de ejercitar la memoria histórica. Es una frase famosa que genera un consenso casi universal, la típica frase de pancarta bajo la cual se pondrían gustosos políticos de casi cualquier ideología. Pero, ¿y si la frase fuese mentira? ¿Y si recordar el pasado no sirviera para evitar reproducir sus crueldades? 

Después de la segunda guerra mundial muchos pensaron que si la memoria de lo ocurrido pervivía, nunca más volvería a suceder. Pero Auschwitz no nos vacunó contra los genocidios: los jemeres rojos en Camboya y los hutus en Ruanda reprodujeron ese mismo horror sabiendo lo que hacían. También muchos pensaron que la memoria de lo ocurrido con los fascismos en Europa nos prevendría contra la amenaza de la extrema derecha, pero en los últimos diez años cada vez hay más memoria histórica y cada vez hay más neofascismo en toda Europa. 

David Rieff parte de la idea de que la frase de Santayana es una falacia. Recordar no sirve para prevenir, porque el pasado no se repite nunca de la misma manera. Y añade que, por otro lado, recordar constantemente el pasado puede influir negativamente en la percepción del presente, añadiendo sin cesar amenazas que se corresponden más con el miedo a una hipotética repetición de horrores que con una amenaza real. 

La memoria histórica busca justicia. Y es necesaria, ni siquiera David Rieff lo pone en duda. "Cuando sea posible, ha de permitirse que las sociedades recuerden, siempre que el recuerdo no engendre nuevos horrores". Porque es evidente que la memoria puede convertirse con suma facilidad en un instrumento para sembrar el odio. Basta echar un vistazo al auge de los nacionalismos en los últimos quince años para entender lo dañinas que pueden ser ciertas memorias históricas cuando sirven para perfilar identidades nacionales. Hay pocas cosas que incendien una sociedad con mayor violencia que la idea de una ofensa a la identidad colectiva y la necesidad de repararla por la fuerza. 

La memoria histórica busca justicia. Pero a veces hay que elegir entre la justicia y la paz. Renunciar a la justicia para conseguir la paz sólo se puede hacer renunciando, aunque sea durante un tiempo (años, décadas) a la memoria histórica. Es decir, apostando por el olvido, aunque sea temporal. Decenas de miles de nazis alemanes nunca fueron juzgados por sus crímenes, no porque se escondieran sino porque la Justicia decidió que eran demasiados para juzgarlos; la transición española funcionó gracias al famoso pacto de olvido, hoy tan denostado; y Mandela acabó con el Apartheid dando la mano a sus perpetradores, no llevándolos al banquillo de los acusados. En los tres casos se consiguió una paz duradera renunciando a la memoria. Renunciando a la justicia. Lo cual no implica que, pasado un tiempo, no pueda recuperarse esa memoria dejada de lado para buscar esa justicia perdida, si las sociedades están preparadas para ello. 

Toda memoria, individual y colectiva, es una reconstrucción parcial e interesada en influir en el presente. Sólo recordamos lo que nos interesa recordar y de la forma en que nos interesa recordarlo. A menudo la memoria nos condena a vivir en el dolor de nuestros traumas, alimentando la violencia que ese dolor exige para ser reparado. Y pensamos que recordar es la única forma de sanarnos, cuando en tantas ocasiones es el olvido el camino más rápido y seguro. 

Algo dentro de nosotros salta cuando nos dicen que olvidemos. ¿Cómo vamos a olvidar al abuelo asesinado, enterrado de cualquier forma en una cuneta? ¿Cómo vamos a olvidar a aquel torturador que sigue en libertad, cobrando su pensión? ¿Cómo vamos a olvidar los seis millones de judíos asesinados en la guerra o los miles de palestinos asesinados por no pertenecer a la raza prometida? 


David Rieff

El olvido comete una injusticia con el pasado. Sin duda. Pero hay ciertas memorias que se estrellan una y otra vez contra la realidad y no hacen más que generar violencia y volvernos locos de dolor. No nos ayudan, no aportan consuelo, no consiguen ningún tipo de justicia y cuando lo hacen, esta no calma nada ni sienta ningún precedente ni ayuda a ninguna reconciliación. 

Si el olvido comete una injusticia con el pasado, a veces recordar comete una injusticia con el presente. Y no queda sino preguntarse, ¿merece la pena?



miércoles, 19 de diciembre de 2018

NUESTROS DIEZ FAVORITOS

Listas, listas, listas. Llega diciembre y las listas brotan de las piedras. Lo mejor del año, lo imprescindible, lo que no te puedes perder. Hace unos días un amigo despotricaba acalorado contra la dictadura de las listas, contra esa jerarquía que parece imponernos el gusto y las ganas, contra ese dedo admonitorio que se esconde en cada lista y parece exclamar ¡lee esto, lee esto, lee esto! 

Y tenía razón. Jerarquizar el placer y el gusto es un despropósito. Así que esta lista no sólo no es jerárquica (tan bueno es el primero como el décimo) sino que es tan cambiante y flexible como nuestro voraz apetito de novedades y redescubrimientos. Estos diez libros son la puerta de entrada a lo mejor que hemos leído este año. Hay dos autores africanos con voces poderosísimas, una modelo de Klimt, una educación mormona, otra quirúrgica y otra glamurosa, hay lirismo introspectivo, pequeñas lecciones para vivir con conciencia en este inicio de siglo XXI e incluso una novela que se publicó en 2017 pero que descubrimos a principios de este año y cuya sensibilidad y erotismo nos cautivaron tanto que no podíamos no incluirla. 

Aquí están, por méritos propios, nuestros diez favoritos de 2018. Aunque quizá la semana que viene caigamos rendidos ante nuevas novelas y la lista cambie. Como la vida y las cosechas, que nunca se están quietas. 
¡Cosecha Benedetti!


1. Una educación, de Tara Westover (Lumen, 21,90€).

Vivimos un auge de la literatura de autoficción, y estas memorias de la jovencísima Tara Westover son de las más impactantes que han caído en nuestras manos. La autora se crió en una comunidad mormona en las Montañas Rocosas y pasó su infancia y adolescencia doblegada bajo la moral autoritaria y desquiciada de su padre, sin acudir nunca al médico ni a la escuela, aislada del mundo. La educación que recibió en su casa, junto a la educación a la que tuvo acceso cuando decidió romper con sus orígenes y estudiar en la universidad, están descritas con una honestidad desarmante en este libro extraordinario.


2. Ellos, de Francine du Plessix Gray (Periférica & Errata naturae, 26,50€).

Desde la revolución soviética hasta el Nueva York de los años setenta, esta obra monumental cuenta la historia de ellos, los padres de la autora: seductores, egocéntricos, carismáticos, sus vidas se convirtieron en iconos del siglo XX, y sus fiestas en acontecimientos en los que no solían faltar famosos como Marlene Dietrich, Christian Dior o Ives Saint-Laurent. Un retrato intenso y apasionante de buena parte del siglo XX a través de las vidas de una pareja excepcional.




3. Pequeño país, de Gaël Faye (Salamandra, 18€).

El país de Gaël Faye es Burundi. Su pequeño país. A muchos europeos nos cuesta situarlo en el mapa. Incluso encontrarlo. Se halla en el centro de África y es más pequeño que Galicia. Verde, tropical, extremadamente pobre, es tristemente conocido por el genocidio ruandés de los años noventa, que afectó de lleno a su población y que desembocó en una guerra civil que hoy en día sigue sembrando de muertos las cunetas y que parece no tener fin. Hutus contra tutsis, tutsis contra hutus, ¿cuándo se empezó a dividir el mundo entre amigos y enemigos?
Esta novela dulce y sobrecogedora trata sobre la infancia del autor en su pequeño país, que sigue vivo en su memoria gracias a las palabras. 


4. 21 lecciones para el siglo XXI, de Yuval Noah Harari (Debate, 21,90€).

Cada página de este ensayo, a veces cada párrafo, da para una pregunta de largo alcance. ¿Cómo será la sociedad dentro de treinta años? ¿Volverán las guerras, aunque sean en formato digital? ¿Volverán las fronteras y el odio que impiden ver el sufrimiento ajeno? ¿Seguiremos creyendo que liberarnos del sufrimiento es el fin último de las sociedades plurales? Parece claro que la incertidumbre profunda será la característica de nuestra vida en las próximas décadas. Necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional. Aprender a sentirnos cómodos con lo desconocido. Este ensayo da algunas claves para ir haciéndonos a la idea. 


5. La trenza, de Laetitia Colombani (Salamandra, 18€). 

Estas tres historias paralelas son los tres hilos que forman una trenza. Están impregnados del sufrimiento de tres mujeres y tienen la delicadeza y la resistencia necesarias para aguantar cualquier adversidad que se les ponga por delante. Están contadas con sencillez y sensibilidad, son la caja de resonancia de un dolor que la autora hace suyo y que nos transmite para que aprendamos que al otro lado de cualquier tragedia casi siempre hay luz. Esa resonancia, que la autora convierte en espíritu de lucha, es lo que emociona y cautiva de esta novela. 



6. Luz, de Elisabet Riera (Sexto Piso, 17,90€).

Esta es una historia de amor y desamor. De cómo un nombre escuchado en la calle y una mirada de reojo pueden hacer que el deseo vuelva a brotar de la manera más inesperada. "Quería volver a ver el mundo con los ojos con que tú me mirabas a mí". "Y tu gesto tímido y presumido al ponerte un mechón de pelo detrás de la oreja. Y tu mirada: ya vencida, ya entregada, ya triunfante". Esa mirada de niña que está dejando de serlo, de cuerpo que se despierta y que aún no sabe reaccionar a sus impulsos. Esa mirada que promete lo desconocido, lo que debe ser ocultado a los ojos de los demás para sobrevivir, la luz, la delicadeza y el deseo imparable. 



7. Quédate conmigo, de Ayòbámi Adébayò (Gatopardo, 20,90€). 

Esta es una novela sobre la maternidad. Sobre los estragos que puede hacer en una pareja la necesidad vital de ser padres. Y, por encima de todo, sobre el dolor de una mujer cuya relación con la maternidad es un desgarro continuo. Es intensa, muy intensa. Hay una rabia enfurecida detrás de la sonrisa inocente de la foto de la autora. Hay una pasión constante que no sabe nada de prudencias o delicadezas. Y un deseo que sobrevuela cada pensamiento de la protagonista: abrir en dos la memoria como si fuera un mango maduro, hurgar en la pulpa blanda, extirpar las partes enfermas y exponer todos sus secretos a la luz. 



8. Autorretrato sin mí, de Fernando Aramburu (Tusquets, 18€). 

¿Qué podía uno esperar de Fernando Aramburu después del éxito de Patria? ¿Otro libro sobre Euskadi? ¿Una novela ambientada en Alemania para cambiar de tercio? La verdad es que uno podía esperar muchas cosas. Incluso el silencio. Ese silencio en el que se resguardan tantos escritores para recuperarse del aturdimiento que provoca estar en boca de todos durante tantos meses. Pero Aramburu no ha hecho nada de eso. Ha visitado su pasado como un coleccionista de tesoros para escoger lo más recóndito, lo más sencillo y frágil para armar un libro destinado a quedarse para siempre en la mesilla de noche de todos nosotros. Sin duda, el libro más profundo y conmovedor de su carrera. 


9. Belleza dorada, de Laurie Lico Albanese (Duomo, 18,80€). 

Adèle Bloch-Bauer era bella, rica, de ascendencia judía y muy brillante. Gracias a su interés por las vanguardias pictóricas conoció a Klimt, un pintor nada convencional, discutido y controvertido. Ejerció un gran magnetismo en una Adèle aún muy joven, y le pidió que posara para él en varias ocasiones. Tardó tres años en terminar el cuadro que la hizo famosa, el cuadro que aparece en la portada de esta estupenda novela histórica y que se convertiría en un icono de la historia del arte.



10. Confesiones, de Henry Marsh (Salamandra, 19€). 

Henry Marsh es un neurocirujano británico que hace un tiempo nos regaló Ante todo no hagas daño, una declaración de intenciones en su mismo título. Fuimos muchísimos los que tuvimos la suerte de aprender con las confesiones de este doctor a punto de jubilarse. Ahora, con un propósito declarado en el mismo título de seguir confesándose, profundiza en temas clave como la eutanasia y la obligación de los médicos de evitar el sufrimiento, usando su experiencia con la medicina para enseñarnos a vivir con conciencia.





lunes, 17 de diciembre de 2018

21 LECCIONES PARA EL SIGLO XXI

Si abrir las fronteras y permitir la libre circulación de mercancías y personas en la Unión Europa ha contribuido a la estabilidad, el progreso y la paz como nunca en la historia de nuestro continente, ¿como pretenden ciertos partidos nacionalistas y de ultraderecha defender la estabilidad, el progreso y el bienestar de sus ciudadanos creando más fronteras y dificultando la movilidad por el continente? 

Si el desarrollo tecnológico está transformando nuestra vida laboral hasta el punto de que cada vez es más raro encontrar puestos de trabajo que nos puedan durar toda la vida, ¿cómo es que seguimos convencidos de que especializarse en un solo campo es la mejor opción de futuro y que invertir en educación tecnológica no es la prioridad?

Si los empleos tradicionales están desapareciendo de manera irreversible, en su mayoría absorbidos por multinacionales mejor adaptadas al mundo tecnológico, ¿no sería sensato tratar de salvar a las personas en vez de a los empleos mediante una renta básica universal y, por ejemplo, una oferta masiva de empleo público para el cuidado de niños y mayores dependientes?

Cada página de este ensayo, a veces cada párrafo, da para una pregunta de largo alcance. ¿Cómo será la sociedad dentro de treinta años? ¿Seguiremos teniendo que estudiar carreras y masters para conseguir un trabajo? ¿Volverán las guerras, aunque sean en formato digital? ¿Volverán las fronteras y el odio que impiden ver el sufrimiento ajeno? ¿Seguiremos creyendo que liberarnos del sufrimiento es el fin último de las sociedades plurales?

Desde la revolución francesa, las dos ideas hegemónicas de nuestra cultura occidental han sido la libertad y la igualdad. Ambas han definido que hayamos terminando viviendo en democracias capitalistas y que nuestro estado del bienestar haya triunfado en toda Europa, y buena parte del mundo nos haya visto como un modelo de progreso. Sin embargo, desde la crisis económica que empezó en 2008, las ideas de libertad e igualdad han entrado en decadencia. El sentimiento de ofensa está atacando la libertad de expresión y los partidos nacionalistas de extrema derecha están atacando la idea de igualdad. Se criminaliza a los diferentes y se aboga, desde Estados Unidos hasta Italia, Hungría o Polonia, por restringir derechos a sus ciudadanos, reforzar los presupuestos de defensa y blindar fronteras.

Esta crisis de la globalización de la sociedad del bienestar llega justo cuando más necesaria es la apertura y la cooperación a escala global. Hay una crisis de valores, un colapso ecológico y una amenaza tecnológica para los habitantes de todo el planeta. Son problemas que nos afectan a todos y que sólo se pueden resolver si los afrontamos unidos. "Si 500 millones de europeos ricos no son capaces de acoger a unos pocos millones de refugiados pobres, ¿qué probabilidades tiene la humanidad de superar los conflictos de mucha más enjundia que acosan a nuestra civilización global?"

Yuval Noah Harari
Me resulta difícil compartir algunas de las predicciones catastrofistas del autor sobre el futuro. A pesar de los datos que aporta y de la seducción de su argumentación, no concibo la proyección del mundo que describe más que como un escenario distópico propio de una novela de ciencia ficción. Pero lo que parece indudable es que "si alguien nos describe el mundo de mediados del siglo XXI y parece ciencia ficción, probablemente sea falso. Pero si alguien nos describe el mundo de mediados del siglo XXI y no parece ciencia ficción, entonces es falso con toda probabilidad".

En ciertos capítulos me he sentido un poco como una marioneta. Harari me exponía una idea de forma convincente hasta que me tenía encandilado y asintiendo como un tonto ante su brillante argumentación, para acto seguido refutar dicha idea con una contraargumentación despiadada todavía más brillante, dejándome grogui, noqueado por sus palabras, medio agradecido medio mosqueado por lo vulnerable y manipulable que se vuelve uno cuando asiste a un despliegue de conocimientos de los que lo desconoce casi todo.

El reto de afrontar un mundo que cambia cada vez más deprisa es inmenso. Parece claro que la incertidumbre profunda será la característica de nuestra vida en las próximas décadas. Y la estabilidad, cada vez más, una quimera. Necesitaremos muchísima flexibilidad mental y grandes reservas de equilibrio emocional. Aprender a sentirnos cómodos con lo desconocido. Este ensayo da algunas claves para ir haciéndonos a la idea. 



lunes, 29 de octubre de 2018

SAPIENS. DE ANIMALES A DIOSES

Vivimos pegados a los detalles. Pensamos que cuanto más cerca estemos de algo, mejor lo comprenderemos. Así, por ejemplo, nos pasamos horas y horas inmersos en información cuya relevancia caducará a las veinticuatro horas, o estudiamos durante años hechos y datos concretos cuya conexión con nuestra propia vida ni siquiera llegamos a plantearnos nunca. Somos capaces de romper para siempre la relación con alguien cercano por una simple sospecha y estamos tan convencidos de ciertas ideas que consideramos enemigos a aquellos que no las comparten. Cuando una tragedia nos sobrepasa, nos aferramos a los detalles cotidianos que llenan nuestros días para seguir adelante. Pero, una vez superado el trauma, seguimos ahí, pegados a lo inmediato, a lo que se puede resolver al instante y contra lo que se puede luchar desde cualquier idea. 

Este ensayo, del que se han vendido millones de ejemplares en todo el mundo, propone distanciarse de los detalles para tratar de alcanzar una visión de conjunto de la historia de la humanidad. En ese sentido, es un libro de historia sin hechos históricos. Aquí no importa tanto la revolución francesa, sino entender que ella dio el impulso a las dos ideas predominantes sobre las relaciones humanas en occidente: la igualdad y la libertad. No importa tanto la esclavitud en Estados Unidos sino darse cuenta de que "no hay nada natural ni inevitable acerca de la jerarquía racial y que el mundo bien podría estar organizado de manera diferente". 

Este distanciamiento da vértigo. Da vértigo pensar que las cosas sobre las que fundamentamos nuestras vidas y que pensamos que son inamovibles y connaturales al mundo, como el dinero, la justicia o los países no son más que ideas, ficciones, mitos comunes que podrían cambiar o destruirse. Las ficciones que definen nuestro interacción con el mundo, como los bancos, el capitalismo o los derechos humanos, han nacido de nuestra imaginación. "La ficción nos ha permitido no sólo imaginar cosas, sino hacerlo de manera colectiva. Los mitos nos han conferido la capacidad sin precedentes de cooperar flexiblemente con un número incontable de extraños. Y por esta razón dominamos el mundo". 

La idea de que no hay naciones, dinero, derechos humanos, leyes ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos me ha hecho replantearme cuál es la frontera entre realidad y ficción. Harari explica que vivimos en una realidad dual: por un lado está la realidad objetiva (árboles, ríos), y por el otro, la realidad imaginada (el dinero, las naciones). En el último siglo le he hemos dado tanta importancia y tanto poder a la realidad imaginada que hasta la propia supervivencia de la realidad objetiva ha terminado dependiendo de ella. 

Este ensayo es imposible de resumir. Me ha abierto los ojos a muchas ideas que nunca antes me había planteado. Me ha alejado brutalmente de los detalles de la historia, de los detalles de la vida, y lo he leído con el vértigo de quien descubre que la realidad tiene dimensiones fascinantes y aterradoras a las que conviene asomarse. Me quedan dos libros de Harari por leer: Homo Deus y 21 lecciones para el siglo XXI, para seguir caminando por el sendero vertiginoso de la mente de este escritor. 



lunes, 6 de marzo de 2017

SABIAS

Este libro, tan deseado y necesitado por las mujeres que llevamos tantos años luchando por nuestros derechos, es mucho más de lo que su título sugiere. Es un recorrido pormenorizado por la vida de algunas de las mujeres que, desde la civilización sumeria hasta el siglo XX, han contribuido al desarrollo de la ciencia y cuyo trabajo ha sido a menudo silenciado precisamente por ser mujeres.

La sacerdotisa, poeta, astrónoma y escritora Enheduanna es la primera mujer retratada. De la cultura sumeria, vivió entre los años 2300 y 2225 antes de nuestra era. En esa etapa tan lejana las mujeres trabajaban como doctoras, alfareras, tejedoras, cerveceras, participando en la construcción de canales y tareas agrícolas. También eran dueñas de su dote y podían tener propiedades. (Parece increíble que durante tantos siglos después nos quitaran todos esos derechos que en aquella época teníamos). La información que tenemos de Enheduanna ha sido posible gracias a las excavaciones que se hicieron en la ciudad de Ur buscando la ciudad natal de Abraham. Los vestigios encontrados permitieron conocer textos de la que, en 1968, historiadores holandeses calificaron como el "Shakespeare de la literatura sumeria" y fue más de un milenio antes de La Iliada. Ella era la máxima autoridad religiosa y dirigía la organización y la recogida de las cosechas y la fabricación de la cerveza, además de ser escritora.

Otras dos mujeres sobresalientes de la Antigüedad son Aspasia de Mileto e Hipatia de Alejandría. La primera fue maestra de Sócrates, modelo del escultor Fidias, compañera de Pericles, filósofa, quizá la mujer griega más famosa de la Antigüedad, fascinó a los hombres más brillantes de su época y abrió una escuela para niñas y jóvenes en Atenas. Hipatia, matemática, astrónoma y filósofa, defendía el poder de la razón y el conocimiento frente a los abusos de la fe y fue admirada y venerada por todos los que la rodearon. Su brutal asesinato a manos de los cristianos liderados por Cirilo puso fin a la posibilidad de tolerancia y coexistencia pacífica entre religiones, y fue el triunfo del fanatismo cristiano que veía en la ciencia y la razón un ataque a su forma de entender el mundo. Cirilo, como premio a la brutalidad que ejerció, fue santificado y todavía en 2007, Benedicto XVI alababa su "defensa de la fe". No sería ni el primero ni el último asesinato ordenado por una autoridad eclesiástica a lo largo de la historia.

Dando un salto en el tiempo, nos plantamos en la época de la Reforma luterana y la autora nos cuenta cómo los países protestantes propiciaron una revolución científica que los católicos, como España, con la Iglesia como guardiana de los dogmas, se encargaron de eliminar. El retraso en materia científica que todavía arrastramos se inició cuando en lugares como Alemania o los países nórdicos se desarrollaban gremios de artesanos y comerciantes, base de la prosperidad, y se daba alfabetización a las niñas para que pudieran leer la Biblia.

Otra mujer controvertida, de la que en este libro conocemos detalles poco divulgados, es Isabel la Católica. Adela Muñoz nos desvela una parte positiva de Isabel. Para ofrecer a sus hijas la mejor educación se rodeó de un grupo de mujeres cultas a las que se llamó "Las niñas sabias de Isabel I". Entre ellas se encontraba Beatriz Galindo, la Latina, maestra, camarera y su "consejera más querida", como la llamaba la reina. Sus cuatro hijas fueron las princesas más cultas de Europa. Todo lo bueno lo sofocó la Inquisición expulsando a los judíos, luego a los moriscos, e incluso atacando a Nebrija, protegido de los reyes, sólo por señalar errores de traducción en la Biblia admitida por Roma.

Otros ejemplos son la Marquesa de Chatêlet que, aunque fue conocida por ser la amante de Voltaire, a los 12 años ya hablaba seis idiomas, conocía literatura de todas las épocas, tocaba el clavecín y era soprano y actriz; Caroline Herschel, astrónoma; Mary Wollstonecraft, madre de Mary Shelley y autora de Vindicación de los derechos de la mujer; Flora Tristán, temeraria y romántica justiciera, una de las primeras feministas, abuela de Paul Gauguin; Emily Davison, sufragista arrollada por un caballo de carreras, símbolo de la lucha por el voto femenino; Marie Curie; Concepción Arenal; Rosalind Franklin; Kathleen Lonsdale y muchas más.

El libro incluye un apartado especial para las mujeres españolas de la Segunda República y un dato que llama mucho la atención: en el año 2017, cuando ya por fin todas las universidades aceptan en sus aulas a las mujeres, todavía queda una excepción: el Colegio de España de Bolonia todavía sigue excluyéndonos. El cardenal Gil de Albornoz, fundador del Colegio en 1364, dijo en su fundación: "la mujer es cabeza del pecado, arma del diablo". Una vergüenza que sea nuestro país el que todavía mantenga esta abominación.




lunes, 4 de mayo de 2015

EL TELÓN DE ACERO

En "Los orígenes del totalitarismo" (1951), Hannah Arendt defendió la tesis de que tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética podían considerarse regímenes totalitarios, habiendo entre ellos más similitudes que diferencias. Según Friedrich y Brzezinski (1956), los regímenes totalitarios tenían al menos cinco puntos en común: una ideología dominante, un único partido en el poder, una policía secreta dispuesta a utilizar el terror, el monopolio de la información y una economía planificada. 

Debido al papel decisivo que había desempeñado Rusia en la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial, la tesis de Arendt no resultaba fácil de aceptar. Las simpatías soviéticas de un nutrido grupo de intelectuales europeos mantuvieron su entusiasmo una vez terminada la contienda, a pesar de las pruebas del terror que llevaba desatando Stalin en los años previos. Concebían el comunismo como una ideología superior y elogiaban su materialización práctica, sin pararse a juzgar sus consecuencias particulares. 

Han pasado más de setenta años desde la publicación del ensayo de Arendt (aún hoy, obra de referencia imprescindible), disponemos de muchísima más información de la que ella tuvo para comparar ambos regímenes criminales, y sin embargo el estalinismo nunca ha generado un sentimiento de repulsa tan consensuado como el nazismo. Desde hace un tiempo me encuentro en la prensa y en las redes sociales, y no sólo de manera irónica, alusiones al comunismo soviético como una fuente ideológica de inspiración, quizá de referente en la resistencia frente al capitalismo; en cualquier caso, alusiones teñidas de una cierta añoranza. La ayuda militar soviética a Cuba se envuelve en un halo de heroicidad y se echa de menos, o eso parece, aquella pureza ideológica que preconizaba la igualdad y la libertad con mayúsculas, como si fueran ideas platónicas, para toda la Humanidad. Se defiende dicha añoranza, incluso, argumentando que el comunismo soviético se afianzó en los países de la Europa del Este tras la guerra para "protegerlos" de la "agresiva" política estadounidense o que la construcción del muro de Berlín fue una respuesta "inevitable" para "defender" al pueblo alemán del efecto llamada provocado por las "insidiosas tentaciones" capitalistas. 

Este ensayo es apabullante. Y desmonta con hechos contrastados y sobrecogedores las teorías revisionistas que todavía pretenden defender las supuestas bondades de la influencia soviética en Europa del Este. 
Terminada la guerra se convocaron elecciones democráticas en toda la zona ocupada por el ejército rojo. Pero la democracia era simplemente el medio que más convenía a Stalin para afianzar su influencia, y no el sistema político en el que pretendía desarrollarlo. Como ya decía Walter Ulbricht, futuro presidente de la República Democrática Alemana, "tiene que parecer democrático pero todo debe quedar bajo nuestro control". Para alcanzar ese control la policía secreta soviética ramificó en apenas dos años su influencia por toda la zona y, mediante el uso selectivo del terror y la violencia preventiva contra la que podría haber sido la élite política si hubiera habido democracia, consiguió imponer el silencio y la sumisión a una sociedad deshecha por la guerra. Los campos de exterminio nazis fueron utilizados para recluir a prisioneros políticos, cuyas detenciones eran cuidadosamente elegidas para producir el mayor impacto disuasorio en los grupos contrarios al régimen: entre 1945 y 1953, solamente en Alemania hubo 150000 presos, de los que más de 50000 murieron de inanición y enfermedad. A diferencia de los campos nazis, en los campos soviéticos no se asesinaba, simplemente se dejaba morir. La policía secreta soviética colocó a comunistas locales en todas las emisoras de radio nacionales, desarticuló organizaciones civiles y partidos políticos, arrestó, asesinó y deportó a cientos de miles de personas de las que sospechaban que podían ser antisoviéticas e impuso brutalmente una política de limpieza étnica y de represión cuyas secuelas, setenta años después, todavía son muy visibles en la política, la economía y la sociedad de los países postsoviéticos de Europa del Este. 

Este ensayo retrata la influencia devastadora que tuvo la Unión Soviética en Polonia, Checoslovaquia y Hungría, fundamentalmente. Cuestiona muchos de los mitos creados en torno al origen de la Guerra Fría, y constituye una advertencia detallada de lo rápido que una liberación puede convertirse en esclavitud.