lunes, 31 de mayo de 2021

GAMONAL

De Gamonal no sabía casi nada. Me quedaban un par de recuerdos borrosos de hace años, una avenida levantada y protestas callejeras donde quizá uno menos se las espera, en un barrio periférico de Burgos. Así que llegué a este cómic con la mente limpia y con ganas de profundizar en algo que siempre me ha llamado la atención: la insurrección popular contra el poder. 

Creo que todos hemos sentido alguna vez la necesidad de rebelarnos. Contra los padres, contra los profesores, contra los jefes. Contra cualquier forma de autoridad que consideremos ilegítima. Una forma de autoridad contra la que yo me he rebelado mucho es aquella que ejerce su poder en mi nombre, vendiendo sus dictados como ayudas, con la benevolencia paternalista de quien está convencido de saber mejor que yo lo que me conviene. Es un tipo de autoridad que ejercen con mucha frecuencia los políticos, y que rara vez encuentra oposición organizada entre la gente que la sufre. Por eso el caso de Gamonal abrió los telediarios durante unos días y tuvo tanto impacto en otros lugares: unos vecinos de un barrio periférico de una ciudad media habían desafiado a una autoridad política que pretendía saber mejor que ellos lo que era mejor para sus vidas y para su barrio. 

La historia es compleja y viene de atrás, pero se podría resumir en una frase: un grupo de vecinos se reunió en la calle para paralizar las obras de un bulevar porque consideraban que el resultado les perjudicaría. El barrio llevaba mucho tiempo con necesidades básicas sin cubrir y con un alto nivel de desempleo. Esto había provocado malestar e indignación entre los vecinos, cansados de sufrir la disminución del gasto social, e indignados ante los casos de corrupción urbanística entre los políticos locales que no dejaban de destaparse. Y decidieron que se había acabado. Que basta ya de sufrir y callar. Que construirían el bulevar, quizá, pero no en su nombre, no para beneficiarlos a ellos, y no con su beneplácito. 

Este cómic trata sobre el impacto nefasto del urbanismo depredador en la vida de la gente. Sobre cómo el culto al asfalto y a la privatización de suelo público nos vuelve más precarios y más desiguales. Gamonal reclamaba un urbanismo que facilitara la vida de sus vecinos, que atendiera a las necesidades reales de la gente, y no de una élite corrupta. Y en unos pocos días de enero de 2014 le echó un pulso a la clase política que hoy sigue estudiándose como ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se usa el poder para imponer medidas que atacan la vida diaria de la gente. 

Gamonal cuenta también una historia por todos conocida. La historia de muchos de nuestros abuelos, que dejaron atrás su casa en el pueblo y se vinieron a la ciudad, o mejor dicho, a las barriadas obreras de la ciudad, que era donde había pisos que se podían permitir, unas barriadas que distaban mucho de encajar en el sueño que les hizo un día decidir abandonar sus hogares. Durante el siglo XX estos inmigrantes venían de los pueblos cercanos o de otras provincias. En el siglo XXI la historia se repite, las barriadas son las mismas y siguen igual de desatendidas, aunque muchos de sus vecinos vengan de más lejos. 





jueves, 27 de mayo de 2021

HAMNET

Qué preciosidad de novela. La leo, la releo, la saboreo despacio para que no se me acabe tan rápido. Y también, a falta de diez páginas, llego a casa y le pido a P. que me espere para comer porque necesito acabarla cuanto antes, necesito seguir a lomos de ese clímax que se estira y estira hasta la última página y me deja estremecido, exhausto, maravillado. Y agradecido por haber tenido la oportunidad de leer esta preciosidad de novela. 

La historia gira en torno a la familia de un preceptor de latín que se ha ido a Londres a ampliar el negocio de guantes de su padre y hacer fortuna. No se mencionan ni su nombre ni su apellido (de sobra conocidos por todos), quizá porque lo que importa no es él ni su carrera ni sus obras, sino la vida que ha dejado en Stratford para cumplir su sueño. La vida de su mujer, sobre todo, pero también la vida de sus hijas Susanna y Judith, y especialmente, la de su hijo Hamnet. 

Hay poesía y belleza en cada página. Parece escrita en oleadas, en ondas que giran y giran en torno a estos personajes de los que casi nada se sabe, como focos de luz que fueran iluminando cada rasgo, cada detalle de cada expresión desde ángulos distintos, captando cada leve matiz, con una precisión sobrecogedora que, a la vez, dejara la figura abierta a cualquier interpretación. Como una escena de Vermeer, que siempre oculta mucho más de lo que muestra. 

Esta es una novela histórica sin batallas ni héroes, sin gestas ni acción. Una novela histórica sin la adrenalina viril de las epopeyas. Está hecha con las entrañas de la intimidad, de lo cotidiano, del dolor de la pérdida y de las emociones salvajes y profundas que, como placas tectónicas, mueven el mundo, aunque nadie las vea, aunque se queden en bambalinas, tras el escenario, ajenas al aplauso y a la fama, cantando en silencio su poesía. 

La fantástica traducción de Concha Cardeñoso, muy cuidada e imaginativa, nos transporta allí, a los últimos años del siglo XVI, a una casa polvorienta de Stratford donde una mujer teje los hilos de un amor capaz de cambiar nuestra comprensión del mundo. 




lunes, 24 de mayo de 2021

EL DON DE LA SIESTA

¿Un libro sobre echarse la siesta? ¿En serio? ¿Con la de cosas importantes sobre las que se puede escribir? ¿Y con la que está cayendo, además? 

Pues sí. Un libro sobre la siesta. Sobre el arte de la siesta y el don de interrumpir el tiempo durante el día para dedicarse a uno mismo. Y es que cuando Miguel Ángel Hernández escribe sobre la siesta, en realidad está escribiendo sobre muchas más cosas. Porque escribir sobre la siesta, y todo lo que conlleva, es también escribir sobre las decisiones que tomamos respecto a nuestros cuerpos, nuestro tiempo y nuestras casas. Y no se me ocurren muchas cosas más importantes que estas tres. 

Contra la demanda creciente de productividad. 
Contra la necesidad de exprimir cada día en actividades enriquecedoras o trascendentes. 
Contra la obsesión por estar constantemente activos. 
Contra el pánico a desperdiciar el tiempo. 
Contra la obligación de estar a todas horas conectados y disponibles para los demás. 
Contra la pulsión de convertir nuestras redes sociales en escaparates de nuestra intimidad. 

La siesta como refugio, como paréntesis necesario en nuestros días sobrecargados. "Un reencuentro con [...] el centro, las certezas, la distancia necesaria para pensar, habitar y entender el mundo". La siesta como reivindicación de otra forma de entender el tiempo, de protegerlo de ese otro tiempo tan frenético y tan omnipresente que siempre nos dice "haz" y nunca "descansa" (y cuando nos dice "descansa" nos está diciendo en realidad "descansa para poder ser más productivo después"). 

La siesta es un tiempo detenido, sin duración determinada. Una línea conscientemente torcida en el papel pautado de nuestros días. Al final, un acto de resistencia anárquica contra el afán de controlar el tiempo para explotarlo. Como dice el autor, la siesta es "una resistencia a la obligación de estar activo, de hacer algo constantemente". 

Para mí la siesta es un paréntesis y un regreso. Un paréntesis en el día laborioso y un regreso a la infancia, esa etapa ajena a horarios laborales y obligaciones adultas. Un regreso al regazo de mi madre, con el runrún del telediario de fondo, o a una cama individual y tres horas seguidas de inconsciencia con la promesa gloriosa de una merienda de nocilla y galletas. 

Yo siempre he sido muy de siesta. Y después de leer este librito,  que se lee en el tiempo de echarse una, aún más. 



jueves, 20 de mayo de 2021

LOS INTRUSOS

Una mañana, los animales del bosque se despertaron sobresaltados: ¡unos intrusos habían entrado en su tierra! Eran grandes y sus pieles eran de colores raros. Tenían que haber llegado de muy lejos porque nadie los había visto jamás. Eran extranjeros. ¡Intrusos! Y algo tendrían que hacer. 

"Deberíamos hablar con ellos y pedirles que se vayan. ¡Aquí no hay sitios para todos! -concluyó Rana. Y así lo hicieron". 

Susanna Isern y Sonja Wimmer unen palabras e ilustraciones para contar una historia universal que siempre se repite: cuando expulsamos a los que vienen de fuera con la excusa de que en nuestra tierra no hay sitio para todos, olvidamos que antes o después los intrusos podremos ser nosotros. Y siempre saldremos perdiendo. 

Un cuento precioso y profundo dedicado a "aquellos que navegan siguiendo la Estrella Polar". Para que, allá donde vayan encuentren la hospitalidad que todos merecemos, y que nunca sean recibidos como intrusos. 



lunes, 17 de mayo de 2021

BERTA ISLA

Llegué a esta novela para actualizar un prejuicio: el de que Javier Marías me parecía un escritor gruñón y cargante que no era capaz de leer. El prejuicio tenía ya una edad respetable, por no decir provecta: como mínimo quince años. Y tenía curiosidad por comprobar si él había cambiado su forma de escribir o si yo había cambiado mi forma de leer. No sé si se trata del primer caso, del segundo o de los dos, pero lo cierto es que mi lectura de esta novela ha mandado el prejuicio directo a la papelera de reciclaje, de donde no tengo ninguna intención de rescatarlo. 

Y aun así, lo sigo pensando: Javier Marías es un escritor gruñón y cargante. Brillante, eso sí, pero de una brillantez caduca, y caduca adrede, como si reivindicara no pertenecer ya a nuestro tiempo, un tiempo que no se cansa de despreciar y al que da la espalda cada vez que tiene oportunidad. De su literatura densa y rica se podría aprender indefinidamente (a mí me han dado ganas de rellenar cuadernos enteros de frases memorables), y a mí me llega como de otra época, con la universalidad y la extrañeza de un yacimiento arqueológico. 

Lo he comentado estos días con varios seguidores incondicionales de Marías en la librería. Y siempre sonríen cuando les digo, medio en broma, lo pedante y reiterativo que me parece. Es que eso forma parte de su encanto, me rebaten. Y tienen razón. Su forma de acumular adjetivos y subordinadas, como si montara bloques de lego unos encima de otros formando colosales columnas, me fastidia y me fascina en la misma medida. 

Berta Isla es una mujer que vive en la Plaza de Oriente de Madrid. Una mujer que se asoma al balcón y que espera. Espera a su marido, casi siempre ausente. A su marido espía que no le cuenta dónde está ni qué hace ni cómo vive. A su marido perdido en identidades múltiples, en la bruma del tiempo que pasa y que nos convierte a todos en recuerdos inasibles. 

Su marido, Tomás Nevinson, que protagoniza la nueva novela de Javier Marías que no dudaré en leer para volver a disfrutar de esta prosa kilométrica que tan fastidiosa y tan fascinante me resulta. 




jueves, 13 de mayo de 2021

LA MITAD EVANESCENTE

En Mallard, un pueblito de Luisiana que ni aparece en los mapas, la población negra parece blanca. Su tono de piel es tan claro que la negritud tiene más que ver con siglos de discriminación, con una costumbre ancestral, que con la apariencia física. Esa piel blanca que muchos comparten es el resultado del esfuerzo de muchas generaciones por desligarse de un pasado común de humillación y sufrimiento. Piensan que cuanto más se parezcan a los blancos, cuanto más difícil sea diferenciarlos de los culpables de su segregación, más fáciles serán sus vidas. Para ellos, las pieles claras son el progreso, y las pieles oscuras, un pasado que desean olvidar. 

Un pasado que, aun así, vuelve continuamente. Vuelve cuando un hombre aparece linchado y asesinado por escribir palabras soeces sobre una mujer blanca. Un hombre que no sabía leer ni escribir y firmaba siempre con una X. Asesinado por aceptar trabajos por poco dinero. Por trabajar demasiado bien. Por no meterse en problemas. Nunca se sabe bien por qué. Los blancos son así. Te ponen normas que luego cambian  a su antojo y por las que puedes encontrarte una noche mordiendo el polvo con todos los dientes rotos y cuatro balas en el cuerpo tirado en el porche de tu casa. 

"Incluso allí, en Mallard, donde nadie se casaba con personas de piel oscura, uno seguía siendo de color, y eso significaba que los blancos podían matarlo por negarse a morir. Las gemelas Vignes eran recordatorios de eso, niñas pequeñas vestidas de luto que se criarían sin padre porque los blancos así lo habían decidido". 

Stella y Desiree Vignes son gemelas con la piel especialmente clara. Sus deseos de ver mundo y escapar a las vidas sin horizontes que la década de los sesenta les depara en Mallard, las impulsan a huir a Nueva Orleans, la gran ciudad, para buscar fortuna. Y pronto se dan cuenta de que su negritud a menudo se reduce a una cuestión de actitud, que para convertirse en blancas de verdad quizá baste con levantar bien la barbilla, mirar a los ojos y taconear fuerte, entrar a la biblioteca pública por la puerta principal como si llevaran toda la vida haciéndolo, vivir como si la segregación fuera un detalle que no les incumbiera. Si para dejar de ser negras basta con fingir que lo son, quizá la tentación de dejar de ser discriminadas acabe siendo demasiado fuerte. 

Esta novela cuenta lo que sucede cuando alguien decide ocultar una parte fundamental de su identidad para huir del dolor. Cuando decide sacrificar la libertad de mostrarse tal cual es para salvarse de la discriminación. Es un dedo en una llaga poco habitual del racismo: la que lleva a sus víctimas a asimilarse con quienes las oprimen, a huir de su identidad para salvarse, a pesar del altísimo precio que pagan por hacerlo. 

Stella y Desiree son dos hermanas gemelas rotas por una mentira, dos mitades partidas por el racismo que define la identidad estadounidense. Para protegerse de una vida de humillación, para poder amar y ser amada por lo que ella cree que es y no por lo que los demás ven en ella cuando se dan cuenta de que es negra, una de las dos construirá su futuro sobre una mentira. Pero ¿se puede dejar atrás el pasado para siempre para alcanzar paz, amor y riqueza? 




lunes, 10 de mayo de 2021

EL GRUPO

Los años treinta fueron una década de renacimiento para Nueva York. Mientras los rascacielos crecían hasta las nubes, proliferaban las galerías y los museos en una efervescencia social y cultural que contrastaba con la crisis económica tras el crack de 1929. Los magnates que no lo habían perdido todo en la Bolsa competían con las esferas públicas para crear una Florencia moderna que pronto tomaría el relevo de la vanguardia artística y cultural tras la debacle europea de la Segunda Guerra Mundial. 

En este contexto irrumpen como un vendaval el grupo de universitarias que protagonizan esta novela coral de Mary McCarthy, todo un clásico de la literatura estadounidense del siglo XX. Hijas de familias de clase media-alta con ambiciones culturales, su paso por el Vassar College ha supuesto para todas una verdadera revolución. Con un tono mordaz, vivaz y chispeante que derrocha ingenio e ideas, la autora retrata a estas chicas en el momento de dar el gran salto a la vida adulta. Todas laten en cada diálogo, llenas de vida, en una serie de escenas memorables, como personajes de Edith Wharton o Rebecca West que se hubieran desprendido de todos los recelos y ansiedades de las generaciones previas. Una de ellas lo describe como "una experiencia casi demasiado rica. Se sentía llena de ideas interesantes que solo podía comentar con mamá; desde luego no con un hombre, quien supondría que estabas chalada si empezabas a hablarle de la Doncella de Maíz (figura mitológica de los indios de América del Norte) cuando estabas a punto de perder la virginidad". 

Los primeros capítulos describen esa generación de hijas de las primeras sufragistas de tal forma que cualquiera querría pertenecer a ella. Derrochan encanto, inteligencia y vitalidad. Cualquiera diría que sólo por haber compartido pupitre y confidencias con ellas, ya estaba una preparada para comerse el mundo. Por supuesto, luego la realidad llega con sus imposiciones y sus desencantos, pero algo de esa primera impresión permanece. Ojalá haber sido una chica Vassar en esos años. 


Mary McCarthy


De El grupo me han gustado muchas cosas. Me ha impresionado que una novela escrita en 1963 y ambientada treinta años antes resulte tan escandalosamente moderna. Trata sobre la igualdad en las tareas domésticas, sobre la naturalidad a la hora de hablar de métodos anticonceptivos y de todo lo relacionado con el sexo, incluso como actividad desvinculada del amor. En los años sesenta fue un escándalo que los personajes femeninos hablaran de sexo así. Y sospecho que hoy en día muchos lectores se escandalizarían igual. 

Me ha gustado también que cada capítulo contenga el germen para una novela entera. La autora se detiene en cada detalle, psicológico y físico, de los personajes, como una maga que preparara a sus actores en bambalinas, maquillándolos y vistiéndolos hasta dejarlos listos para recibir un último empujón de su varita y aparecer bajo los focos ante el público, radiantes y perfectos. 

En El grupo hay de todo. Vida conyugal. Vida de solteras. Vidas con padres dependientes. Amas de casa y trabajadoras. Lactancia. Adulterios. Hombres que las quieren y las respetan. Hombres que las manipulan, las pegan e intentan violarlas. Alegrías y tristezas. Convulsiones políticas. Desolación. Y por encima de todo, el sentimiento de pertenecer a una misma generación, feliz y desdichada a la vez, pero unida por el privilegio de compartir un vínculo irrompible. 


 

miércoles, 5 de mayo de 2021

CELIA EN LA REVOLUCIÓN (firma invitada)

El noviembre pasado, la editorial Renacimiento publicó una versión revisada de Celia en la revolución, de Elena Fortún, cuyos avatares librescos han sido variados desde que se escribió en los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado, quedó inédita hasta los ochenta y fue recuperada a mediados de la década pasada. No puedo dejar de dar las gracias por este rescate editorial, ya que se trata de una novela muy importante.

Leer Celia en la revolución es como venir de la guerra. Y la guerra hay que contarla.

La guerra que vive Celia, que es nuestra guerra, no puede enterrarse sin más tras cuarenta años de dictadura, unos pocos de transición y nuestra actual democracia. Las democracias se hacen fuertes cuando conocen sus pasados totalitarios y sus guerras. Y nuestra democracia debe saber los horrores de la guerra para no volver a caer en ellos. Especialmente, cuando algunos grupos se empeñan en desestabilizarla. 

Nunca había leído un relato de la guerra que no fuera partidista. En realidad la guerra fue un asunto de partidos, o más bien de facciones políticas, y se entiende que los relatos posteriores también fueran partidistas, pero la mayoría de la gente que vivió nuestra guerra no era de ningún bando. Un día, de repente, se encontró frente a un pelotón de fusilamiento o no pudo despedirse de los familiares que acabaron así. Unos meses más tarde sufrió el hambre hasta unos niveles tales que a mí me parece obsceno ahora, tras su lectura, ver caducar los productos en las estanterías de los supermercados y saber que muchos de ellos no se van a aprovechar.

La guerra transformó la sociedad en algo peor. Y todos perdieron. Sobre todo perdieron quienes legítimamente ostentaban el poder y a quienes un grupo de militares insatisfechos se lo arrebataron por la fuerza en nombre de unos valores e ideas que ellos mismos pisotearon. La guerra, nuestra guerra, hizo a quienes la vivieron peores y mejores personas. Esencialmente peores, porque el hambre, la necesidad, la ausencia y la injusticia no puede traer consigo nada bueno. Para muestra, la literatura de posguerra posterior.

Leer Celia en la revolución es venir de pasear por el Madrid de la guerra. Es viajar en trenes hacinados hasta Valencia. Es sufrir el terror de los bombardeos en Barcelona. Y sobre todo venir de la incomprensión de un final que acabó con las esperanzas de muchas personas. De un final que se alargó décadas y que fue antidemocrático. Y pienso en por qué el resto de democracias no miraron hacia aquí más. Y pienso en por qué ahora hay personas a quienes no les da miedo poner en peligro nuestra ansiada democracia. Una democracia que, como muchas otras, tiene sus luces y sus sombras, por supuesto, pero que es democracia al fin y al cabo. Una en la que debemos caber todos y todas.

Ochenta y pico años después sigo sin comprender por qué ahora nosotros dejamos de mirar hacia los lugares en guerra. Por qué esta inhumanidad en medio de la humanidad.

Una recomendación absoluta para comprender nuestra humanidad o nuestra falta de ella.