jueves, 31 de octubre de 2019

PERRO APESTOSO

Perro Apestoso vive en un cubo de basura con Gatochato, su amigo del alma, que debe su nombre a que un día un camión le atropelló y se quedó más chato que una radiografía. El nombre de Perro Apestoso se debe a que..., bueno, creo que se explica por sí solo. Está lleno de pulgas y a todos lados le acompaña su club de fans más fiel: las moscas. Parece una moqueta rasposa y es tan desgarbado que a veces ni siquiera parece un perro, pero lo cierto es que Perro Apestoso es el animal más bueno y entrañable y divertido que te puedes encontrar por la calle. Y por los libros. 

Siendo como es, la vida no siempre es de color de rosa para nuestro apestoso amigo. A veces, cuando se siente triste, piensa: "Soy un sacapuntas sin lápiz, soy una pizarra sin aula, soy un rotulador sin tapón". Y sale el poeta que lleva dentro. Al fin y al cabo, es un perro sin amo, y echa de menos tener un humano que le cuide. Aunque no está muy seguro de qué significa eso. ¿Y qué hacer cuando uno echa de menos algo que no acaba de entender? ¡Pues salir a buscarlo, claro que sí! 

La primera aventura lleva a Perro Apestoso por las calles de la gran ciudad en busca de un amo que lo quiera, lo cuide y le dé buen pienso. "Pero antes de irse le promete a Gatochato que volverá pronto, y que cuando lo haga le traerá una bomba de bicicleta para hinchar su cuerpo de gato aplastado". ¿No os dije que era el perro más adorable del mundo? Nada ocurre como estaba previsto, y es todo un descacharrante episodio tras otro de peripecias que traerán de vuelta a Perro Apestoso a su cubo de basura junto a Gatochato, con las cuatro patas intactas y todas las pulgas y las moscas en su sitio.

Después de la búsqueda de un amo, en la segunda aventura Perro Apestoso irá en busca del conocimiento. "Sueña con el día en que por fin sabrá leer para contarle cuentos a Gatochato". Ay, que me emociono. ¿No es para comérselo, con pulgas y todo? Pero la realidad de la escuela, la prestigiosa Royal Perrins School, exclusiva para perros, tampoco es como la había imaginado. ¿Cómo es posible que todos esos perros pijos y relamidos no le dejen jugar a fútbol con ellos, a menos que haga él de pelota? ¿Será posible? Al final, Gatochato le viene a recoger con unas migas de cruasán de chocolate como premio, "¡incluso ha encontrado un trozo de chupachups por el suelo!", y se vuelven a casa, digo, a su cubo de la basura, donde Perro Apestoso podrá enseñarle a su amigo lo que cuesta aprender a leer, y donde podrán seguir soñando "con todas las aventuras emocionantes que les depara la escuela de la vida". 

No se me ocurren mejores amigos que Perro Apestoso y Gatochato. Así que, niños de cinco a ocho años, escuchad: si queréis revolcaros de risa y encontrar felicidad hasta en los cubos de la basura, leed las aventuras de estos dos amigos. Las recordaréis toda la vida. 




lunes, 28 de octubre de 2019

LOS COLORES DEL INCENDIO

Un día, hace unos quince años, escuchando a una compañera de conservatorio me eché a llorar. Ella acababa de llegar a Salamanca y apenas nos conocíamos. No recuerdo qué me contó, si se le había muerto la abuela, la había dejado el novio o le habían puesto un cinco que merecía ser un nueve. Pero recuerdo como si fuera ayer el momento en que bajó la cabeza, se le rompió la voz y yo me quedé callado mientras notaba asombrado cómo unos lagrimones inesperados se me caían por las mejillas. Ella me vio y se echó a reír, ¡ay, si no es para tanto!, me habló de las neuronas espejo y nos hicimos amigos.

En la librería me han llorado varias veces. Aquello de que los libreros recetamos libros a la vez que pasamos consulta es un mito que se vuelve realidad más a menudo de lo que la gente sospecha. Pero rara vez se me descontrola la emoción con desconocidos. Tiene que pasar algo especial, una conexión extraña que nunca identifico. Algo como que venga un señor mayor a pedirme el último de Pierre Lemaitre, y se entusiasme al saber que lo acabo de leer, y me cuente cómo ha disfrutado con los anteriores y que qué fiera de escritor, qué portento, la única pega que le pongo, chaval, la única, es que no pueda ir a contárselo a mi mujer, con lo mucho que le gustaba. Cada vez que salía yo de casa cruzaba el paso de cebra y al poner un pie en la otra acera me giraba, miraba para arriba y allí estaba ella, en la ventana de la derecha, una mano en la cortina y la otra saludándome. Todavía me giro, ¿te lo puedes creer? Hay gestos a los que uno simplemente no puede renunciar. Placeres cotidianos como venir aquí y comprarte el último de Lemaitre.

Se le veía feliz hablando de su mujer y sus saludos. Y yo le sonreía mientras les decía a mis neuronas espejo que se portaran bien, que se volvieran cóncavas o convexas o se dieran todas la vuelta por un ratito y me dejaran en paz, que quería disfrutar de la anécdota de este señor como un librero recetador de libros profesional.

Al poco de irse este caballero, entró una señora blandiendo un ejemplar de Los colores del incendio. Este libro me ha salvado el fin de semana, qué puñetera maravilla, exclamó toda exaltada, y nos pusimos a hablar de la novela con los ojos brillantes como niños delante de un escaparate de pasteles. Nos atropellábamos las frases, nos reíamos, hacíamos muchos aspavientos. Parecíamos adolescentes en éxtasis tras haber escuchado las nuevas canciones de nuestro músico favorito. Fervor. Hablábamos con fervor. 

Si yo fuera Pierre Lemaitre no necesitaría más explicación que esta para sentarme feliz a descansar y escribir una continuación ya mismo. Pero como no soy Pierre Lemaitre y él quizá eche de menos (y alguno de vosotros también) una reseña un poquito más explicativa, diré que esta novela de aventuras está escrita un poco al estilo de Dumas, está ambientada en el París de finales de los años veinte y los protagonistas forman parte de una familia de banqueros cuya apacible existencia va a saltar por los aires con el crac de 1929. Todo aderezado de unas corruptelas muy humanas y cotidianas y unas ansias de venganza capaces de provocar en cualquier lector un levantamiento armado muy peligroso de neuronas espejo dispuestas a todo. 



jueves, 24 de octubre de 2019

EL CORAZÓN DE YAMATO (firma invitada)

Yamato es un término que designa varias realidades en japonés, su significado literal es "gran paz" y se usa para hacer referencia a varios lugares, épocas e incluso buques a lo largo de la historia de Japón. Si uno sigue investigando sobre esta palabra, encuentra que fue una de las formas de nombrar al país nipón originalmente, con la Dinastía Yamato.

El libro que tenemos entre manos, El corazón de Yamato, es eso: algo así como una narración de lo más profundo de la cultura japonesa desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el final del siglo XX. Este es un ciclo de cinco novelas cuyas tramas se entrecruzan y quedan recogidas en una sola, sus títulos hacen todos referencia a elementos de la naturaleza: Mitsuba ('tres hojas'); Zakuro ('granada, granado'); Tonbo ('libélula'); Tsukushi ('junco, tallo') y Yamabuki ('rosa amarilla'). No es casual esa referencia constante a la naturaleza. Si uno es aficionado a la literatura o cine japoneses, o más genéricamente a lo asiático, ya se habrá percatado del interés de los autores de esa parte del planeta por describir los procesos naturales, el paso de las estaciones, el nacimiento de las diferentes plantas o las relaciones simbólicas entre naturaleza y cultura, naturaleza y tradición.

Para alguien no muy versado en la cultura tradicional japonesa, esta novela de novelas es una sorpresa, porque se convierte en una especie de compendio de costumbres y hábitos propios de ese país. Sus protagonistas sufren los mismos males que los personajes occidentales, pero el modo de expresar esas angustias pasa siempre por un tamiz muy diferente, el de la reflexión, la contención emocional y la observación de lo que ocurre alrededor.

Desde la primera historia, la del shosha-man Aoki, nos adentramos en el mundo de los matrimonios concertados a través de encuentros organizados por familiares o amigos de los interesados; la presión a la que en décadas anteriores (hasta los dos mil, diría yo, aunque sé que es algo que se mantiene en la actualidad) se sometía a las mujeres a casarse jóvenes (no mucho más tarde de los veinticinco); la importancia de la familia; el patriotismo auténtico y el deseo de sacar adelante un país destrozado tras la guerra a base de esfuerzo y trabajo; las víctimas y verdugos de la guerra; la fraternidad; la pasión por la lengua japonesa y sus diferentes formas de expresión; el arte japonés de la ceremonia del té, del ikebana, de la música del koto; o su deliciosa gastronomía,... Para los interesados en las lenguas, además, esta novela nos trae la sorpresa de un glosario final con el que aprender términos relativos a la comida y la vida natural y social de Japón.

Aki Shimazaki.
Creo que en este libro no queda nada fuera, la esencia de Japón está presente a través de todos sus personajes, con sus pequeños o grandes dilemas morales y la fatalidad o el destino (el shukumei) rondando por encima de ellos, ayudándoles a tomar decisiones de las que quizás en el futuro acaben arrepintiéndose. Es un libro en el que los amantes de la aventura encontrarán que no pasa nada, pero que para mí tiene el interés de la vida, que la atraviesa de parte a parte, con naturalidad, como el paso del tiempo sencillo de las personas sencillas que componen su puzle. 


lunes, 21 de octubre de 2019

HÔZUKI, LA LIBRERÍA DE MITSUKO

Esta novela está escrita con frases cortas. La sensación que transmite es de desnudez. Contención. La brevedad convierte la literatura en un paisaje limpio. Austero. Un bosque homogéneo de árboles parecidos con infinitos tonos del mismo color. La brevedad no impide las metáforas. Hay mucha intensidad en esta historia. Hay frases cortas que cortan como cuchillos. Frases sencillas que impactan inesperadamente en la emoción del lector, en mi emoción, relajada y anestesiada como una piel acariciada de la misma forma durante mucho rato. La brevedad no hace más que crear un ambiente. Es la música de fondo. La temperatura del agua cuando te sumerges. La brevedad es sencillez y frialdad. Hasta que deja de serlo.

Mucha literatura japonesa está escrita de esta forma. Con la aparente sencillez que dan las frases cortas. Asocio la literatura japonesa a estos gestos breves y sobrios. A introspección. Esta novela es así, precisa y contenida. Cuenta la historia de una librera de libros de segunda mano y de su hijo sordomudo. Viven los dos una vida serena, sin sobresaltos. Pero bajo la superficie se agita un pasado tumultuoso y varios secretos dormidos que, de despertarse, podrían poner sus vidas patas arriba. 

Esta novela pertenece a una serie de cinco novelas cortas, conectadas por una temática y unos personajes comunes. La editorial Nórdica decidió publicarla por separado y fue un acierto: la obra es redonda por sí misma. Pero saber que existen cuatro novelas más me ha dejado con hambre. Con ganas de volver al universo de Mitsuko, a esa elegancia y sutileza con que retrata el amor maternal y los secretos que permanecen latentes en las vidas de las personas, como volcanes dormidos siempre dispuestos a despertar. 

Mientras esperamos a que se editen las otras cuatro novelas de este ciclo, saciaré el hambre con El corazón de Yamato, también de Aki Shimazaki, también una serie de cinco novelas, recomendación especial de Patricia. 



jueves, 17 de octubre de 2019

ELOGIO DEL OLVIDO

"Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". 
Esta frase del filósofo George Santayana es el argumento de base de todos los que defienden la necesidad de ejercitar la memoria histórica. Es una frase famosa que genera un consenso casi universal, la típica frase de pancarta bajo la cual se pondrían gustosos políticos de casi cualquier ideología. Pero, ¿y si la frase fuese mentira? ¿Y si recordar el pasado no sirviera para evitar reproducir sus crueldades? 

Después de la segunda guerra mundial muchos pensaron que si la memoria de lo ocurrido pervivía, nunca más volvería a suceder. Pero Auschwitz no nos vacunó contra los genocidios: los jemeres rojos en Camboya y los hutus en Ruanda reprodujeron ese mismo horror sabiendo lo que hacían. También muchos pensaron que la memoria de lo ocurrido con los fascismos en Europa nos prevendría contra la amenaza de la extrema derecha, pero en los últimos diez años cada vez hay más memoria histórica y cada vez hay más neofascismo en toda Europa. 

David Rieff parte de la idea de que la frase de Santayana es una falacia. Recordar no sirve para prevenir, porque el pasado no se repite nunca de la misma manera. Y añade que, por otro lado, recordar constantemente el pasado puede influir negativamente en la percepción del presente, añadiendo sin cesar amenazas que se corresponden más con el miedo a una hipotética repetición de horrores que con una amenaza real. 

La memoria histórica busca justicia. Y es necesaria, ni siquiera David Rieff lo pone en duda. "Cuando sea posible, ha de permitirse que las sociedades recuerden, siempre que el recuerdo no engendre nuevos horrores". Porque es evidente que la memoria puede convertirse con suma facilidad en un instrumento para sembrar el odio. Basta echar un vistazo al auge de los nacionalismos en los últimos quince años para entender lo dañinas que pueden ser ciertas memorias históricas cuando sirven para perfilar identidades nacionales. Hay pocas cosas que incendien una sociedad con mayor violencia que la idea de una ofensa a la identidad colectiva y la necesidad de repararla por la fuerza. 

La memoria histórica busca justicia. Pero a veces hay que elegir entre la justicia y la paz. Renunciar a la justicia para conseguir la paz sólo se puede hacer renunciando, aunque sea durante un tiempo (años, décadas) a la memoria histórica. Es decir, apostando por el olvido, aunque sea temporal. Decenas de miles de nazis alemanes nunca fueron juzgados por sus crímenes, no porque se escondieran sino porque la Justicia decidió que eran demasiados para juzgarlos; la transición española funcionó gracias al famoso pacto de olvido, hoy tan denostado; y Mandela acabó con el Apartheid dando la mano a sus perpetradores, no llevándolos al banquillo de los acusados. En los tres casos se consiguió una paz duradera renunciando a la memoria. Renunciando a la justicia. Lo cual no implica que, pasado un tiempo, no pueda recuperarse esa memoria dejada de lado para buscar esa justicia perdida, si las sociedades están preparadas para ello. 

Toda memoria, individual y colectiva, es una reconstrucción parcial e interesada en influir en el presente. Sólo recordamos lo que nos interesa recordar y de la forma en que nos interesa recordarlo. A menudo la memoria nos condena a vivir en el dolor de nuestros traumas, alimentando la violencia que ese dolor exige para ser reparado. Y pensamos que recordar es la única forma de sanarnos, cuando en tantas ocasiones es el olvido el camino más rápido y seguro. 

Algo dentro de nosotros salta cuando nos dicen que olvidemos. ¿Cómo vamos a olvidar al abuelo asesinado, enterrado de cualquier forma en una cuneta? ¿Cómo vamos a olvidar a aquel torturador que sigue en libertad, cobrando su pensión? ¿Cómo vamos a olvidar los seis millones de judíos asesinados en la guerra o los miles de palestinos asesinados por no pertenecer a la raza prometida? 


David Rieff

El olvido comete una injusticia con el pasado. Sin duda. Pero hay ciertas memorias que se estrellan una y otra vez contra la realidad y no hacen más que generar violencia y volvernos locos de dolor. No nos ayudan, no aportan consuelo, no consiguen ningún tipo de justicia y cuando lo hacen, esta no calma nada ni sienta ningún precedente ni ayuda a ninguna reconciliación. 

Si el olvido comete una injusticia con el pasado, a veces recordar comete una injusticia con el presente. Y no queda sino preguntarse, ¿merece la pena?



lunes, 14 de octubre de 2019

LA DIVINA COMEDIA DE OSCAR WILDE

Oscar Wilde me resulta irresistible. Le quiero como a esos amigos especiales a los que admiras sin preguntarte por qué, a los que perdonas cualquier vicio o impertinencia y que defiendes de cualquier crítica, sea justificada o no. Le tengo una devoción rayana en la obsesión. Mi madre, desde la trastienda, me pregunta qué obra suya me gusta, cuál le recomendaría. Y mi primer impulso es encogerme de hombros. Qué más da. Oscar Wilde es más que sus obras. El retrato de Dorian Gray es una novela estupenda sobre el horror del narcisismo; De profundis y la Balada de la cárcel de Reading son obras desgarradoras sobre el dolor y la pérdida; La decadencia de la mentira es un ensayito irresistible sobre filosofía y crítica literaria. Todos me provocan placer y admiración. Pero es él mismo, su figura y su genio, lo que me conmueven y me encienden por dentro. Lo que él era. O lo que yo creo que él era. Esa esencia inimitable que tan bien retrata este cómic. 

Un escritor genial sin ninguna obra genial, así le describían sus amigos. Decían que bastaba estar a su lado un par de horas para darse cuenta de que nada de lo que había escrito podía compararse con su genialidad como conversador. Puso su genio en su vida, y solamente su talento en su obra, como él dijo. Y se pasó los últimos años de su vida, desde su salida de la cárcel, sin escribir nada. Sólo viviendo. Viviendo y contemplando las estrellas desde el fango.

Con la condena por conducta indecente perdió su dinero, su casa, sus libros, sus manuscritos, su ropa, sus derechos de autor, su nombre, su reputación, su posición social, su matrimonio y el contacto con sus hijos. Perdió su dignidad. Un país entero, una sociedad entera le dio la espalda por ser quien era y atreverse a decirlo abiertamente. Este cómic retrata su vida después de la cárcel. Una vida en la que Oscar Wilde se convirtió en Sebastian Melmoth, un dandy caído en desgracia, perezoso, alcohólico, libidinoso, derrochador, desordenado. Un genio que pasó de ser el centro de atención de todas las veladas a convertirse en objeto de todos los chismorreos, casi todos ellos ciertos, puesto que su vida era en todos sus aspectos tan tremendamente escandalosa para la sociedad de entonces que la gente no necesitaba añadirle nada a sus andanzas y comentarios para que resultaran del todo irresistibles.

Wilde era un hombre enamorado de su propio genio. Se deleitaba con sus ocurrencias, con el sonido de su propia voz. Antes del juicio lo hacía con su pose de dandy, después lo hizo con su trágico destino. Y el autor de este cómic, profundo conocedor de la complejidad del personaje, se permite ponerle contra las cuerdas en un maravilloso diálogo imaginario con el espíritu de un joven Rimbaud, que le aconseja que deje de masturbarse con su propia imagen, que deje de exponer su vida en un escenario y convertirla en espectáculo. “Cuanto más la exhibes, más te alejas de ella. La lógica de la vida no es la del teatro. Y no es necesario darle a tu vida un final trágico que haga aplaudir o llorar a los espectadores”. 

Este cómic es una delicia. Un verdadero banquete para todo fiel amante de la obra y del genio de Oscar Wilde. A través de sus amigos y de las personas cercanas que le acompañaron en los últimos años de su vida, ofrece multitud de puntos de vista para colorear la multitud de facetas del carácter del genio irlandés.




jueves, 10 de octubre de 2019

LA CHICA SALVAJE

No me suelen atraer los bestsellers, pero quizá fue por la imagen de Delia Owens, una escritora que pasados los setenta años escribe su primera novela con un tema tan relacionado con la naturaleza que me apasiona, que al recibir el avance editorial decidí zambullirme en sus páginas en este caluroso verano.

En pocas horas lo había terminado y disfrutado. ¡Son tantos los temas que aborda que nos conciernen todos los días! El maltrato dentro de la pareja y, por extensión, en la familia, el machismo exacerbado, la indiferencia de la sociedad ante la vulnerabilidad de los niños, la violencia sexual en la adolescencia, el racismo, el alcoholismo, y toda esa carga negativa equilibrada en Kya, un personaje valiente y entrañable que desde los seis años se ve obligada a sobrevivir en las más difíciles circunstancias. La naturaleza en las marismas de Carolina del Norte en Estados Unidos es protagonista omnipresente y Tate, un muchacho del que te enamoras. 

La prosa de Delia Owens, sencilla y efectiva, sabe trasmitir emociones y en sus últimas páginas y con solo un dato nos ofrece una información inesperada.

Se ha traducido a cuarenta idiomas y va a tener adaptación cinematográfica. Ciertamente es un relato perfecto para el cine, ojalá salga una buena película porque ampliaría el poder de divulgar situaciones que es urgente erradicar de esta sociedad que día a día construimos con nuestros actos.



lunes, 7 de octubre de 2019

DESPUÉS DE MIL BALAS

Una señora vivaracha y sonriente se acerca al mostrador y hace un comentario agradable sobre la librería. Le respondo y de inmediato se establece entre nosotros ese vínculo amable y civilizado que nos define como seres humanos. Elige un libro, saca la cartera. Mientras esperamos a que salga el comprobante de la tarjeta, rompe varios papeles y los deja en el mostrador haciendo un gesto para que yo los tire a la papelera. Saca un periódico de una bolsa y envuelve con él el libro que ha comprado, y al mirar la foto de una noticia, ya a punto de salir por la puerta, suelta: "otro moro". 

Mientras a mí se me cae la sonrisa a los pies, pienso que eso mismito debían de decir los serbios cuando leían la prensa durante la guerra de los Balcanes. Todos los males siempre venían de los "moros", de los bosnios, del enemigo. Habían abusado tanto de su querida memoria histórica, esa que hablaba de humillaciones legendarias allá por 1389 o 1453, que ya no distinguían el mito de la realidad y veían demonios de intenciones malvadas en seres humanos con los que habían convivido toda su vida. Abusar de la memoria histórica para forjarse una identidad colectiva excluyente es extremadamente tentador. Nadie estamos a salvo de ese virus. Ni siquiera las señoras vivarachas y sonrientes. 

Si todos sabemos algo de la guerra de los Balcanes es a través de la imagen de la ciudad de Sarajevo bombardeada durante más de tres años por las tropas serbias. En todos los informativos de la época se la presentaba como la principal víctima de la contienda, gloriosa ciudad multiétnica, orgullosa de la convivencia pacífica de sus habitantes. Y a mí, desde que conocí hace años algunos de los poemas que incluye esta antología titulada Después de mil balas, me gusta imaginármela habitada por gente pacífica, generosa, melancólica, irónica y sencilla: gente como Izet Sarajlic, que vivió los tres años de cerco en sus calles y escribió una poesía hermosa hasta las lágrimas para dejar constancia de que la vida siempre gana a la barbarie. 

No sé qué música concreta asociaría con estos poemas. Me viene la tentación de algo fúnebre, pero aunque el contexto sea a menudo trágico, no es ese el tono de esta poesía. Pienso quizá en un violín solo. O mejor aún, una viola, con su resonancia más grave, más profunda. Una viola resonando en las paredes agujereadas por la metralla, cantando en los coches sin cristales aparcados para siempre en ciertas aceras. Un solo instrumento tocando una melodía sencilla y profunda en un mundo que se desmorona. Así me imagino la poesía de Izet Sarajlic. Una poesía que abrigue en la oscuridad y que proteja del virus de los nacionalismos, y de cualquier abuso indiscriminado de nuestras memorias históricas. 



miércoles, 2 de octubre de 2019

EL GRAN SUEÑO

Todo comienza con una serie de personajes rumbo a Nueva York. Estamos a finales del siglo XIX y todos son pasajeros de tercera clase, todos son relativamente pobres y todos cargan con sus dramas personales en busca de un nuevo comienzo para sus vidas precarias. Todos duermen, o tratan de vencer el insomnio, amontonados en la bodega, sobre el suelo, hacinados como sardinas, sin ventilación, sin espacio apenas para moverse. Todos ellos emigrantes, huyendo de la desolación y de la vergüenza de su pobreza. Todos ellos soñando con una vida mejor en un país de oportunidades, una vida libre para empezar de nuevo en un país libre que no los trate como esclavos. 

Todo lo que sucede en los días de travesía por el Atlántico determinará, sin que puedan adivinarlo, sus años posteriores. Años de buscar ese sueño, ese gran sueño que todo emigrante lleva consigo cuando lo deja todo y se lanza a la aventura de empezar su vida de nuevo en otro país, en otra lengua y otra cultura. 

He vivido un Nueva York sin rascacielos y sin asfaltar. Una ciudad fronteriza, insegura y peligrosa, llena de inmigrantes de decenas de nacionalidades distintas capaz de ofrecer todas las oportunidades y tratar a todo el mundo como esclavos. Una ciudad magnética donde todos son extranjeros pero todos comparten un anhelo común: convertirse en americanos, formar parte de eso tan enorme e intangible llamado América.

Como sucede con todas las novelas de Jordi Sierra i Fabra, tanto las juveniles como las de adultos, he pasado por esta como una exhalación. Su forma de escribir es como una locomotora a toda máquina. No te suelta. No te da respiro. Te agarra con fuerza la curiosidad y te lleva por donde quiere sin que se te ocurra decir otra cosa que no sea más, quiero más aventuras de estos personajes, por favor, que no se acabe este gran sueño.