lunes, 30 de enero de 2023

UN PAÍS BAÑADO EN SANGRE

En este breve ensayo, Paul Auster escribe sobre la libertad. La libertad de los que creen que tienen derecho a hacer lo que les plazca, ya sea conducir borrachos, escupir por la calle, pagar la reforma de su casa en negro o defenderse de una más que improbable amenaza llevando armas encima. Qué es la libertad. Dónde empieza y dónde termina. Y en qué se convierte si hace que nuestras sociedades se vuelvan más desiguales, más peligrosas, más insolidarias y más mortales. 

La relación de Paul Auster con las armas empezó muy pronto. Ya con diez años tenía una gran puntería, y a finales de los años cincuenta destacó especialmente en varios campamentos de verano por su habilidad para predecir el movimiento y el viento y dar siempre en la diana. Pero su familia nunca tuvo armas en casa. Sus padres nunca le animaron a explotar su talento. Y mucho más tarde supo que su abuela había matado a su abuelo de un disparo mucho antes de que él naciera. Y que aquello afectó profundamente la vida de la familia durante décadas, creando una animadversión quizá inconsciente hacia todo lo que tuviera que ver con armas de fuego. 

Actualmente hay más armas que personas en Estados Unidos. Cada día mueren más de cien personas a causa de ellas. El control de las armas es un tema que divide profundamente a los estadounidenses, quizá tanto como el derecho al aborto. Ambos temas hunden sus raíces en una identidad fundacional norteamericana: la libertad y la religión. Conceptos que colisionan constantemente y que apoyamos o combatimos para definir nuestra forma de entender la vida y la muerte. 

Estados Unidos es el país más violento del mundo occidental. Y es un problema, como siempre que se trata de la violencia física, fundamentalmente masculino. Entre las personas que poseen armas hay más hombres que mujeres, y son los hombres los que en mayor medida matan y se matan con ellas. Si nos preguntamos qué dice esto de la identidad masculina, qué raíces psicológicas y sociológicas hay en la necesidad de llevar un arma, encontraremos un mezcla poco halagüeña de miedos, soledad, agresividad, desconfianza y trastornos profundos que son el mismo sustrato de la polarización salvaje que estamos viviendo en todo el mundo en los últimos años. 

Visto desde fuera parece un debate absurdo. ¿Cómo es posible que una sociedad civilizada permita que sus ciudadanos lleven armas por la calle o las tengan en casa? No he conocido nunca a nadie que haya tenido un arma. Tener un arma en España lo asocio a delincuencia. Y a la caza, que a veces es algo parecido. Una extravagancia de las novelas y de estratos sociales marginales. Algunos políticos de extrema derecha de nuestro país quisieron hace años importar de Estados Unidos el debate sobre las armas, afortunadamente con poco éxito. Ojalá siga siendo siempre algo impensable a esta orilla del Atlántico.

Este breve ensayo viene acompañado de fotografías en blanco y negro de Spencer Ostrander que retratan los escenarios desiertos de algunas de las más terribles matanzas ocurridas en Estados Unidos en los últimos años. Escenarios desiertos como epitafios, como "lápidas de nuestro dolor colectivo". Para no olvidar. 






viernes, 27 de enero de 2023

UNA HISTORIA DIFERENTE

Los niños preguntan de todo. Su curiosidad no tiene filtros ni fronteras, al contrario que nuestra capacidad para responder todas sus preguntas. Cuántas veces hemos visto que padres y abuelos responden con evasivas, con un ya te lo explicaré cuando seas mayor, o incluso: de eso no hace falta hablar. ¿Cómo que no? ¡De todo hace falta hablar! Y más cuando se trata de saciar la curiosidad de un niño. Y más, más aún, cuando el tema tiene que ver con nuestra forma de entender la vida y la solidaridad. 

Esta es una historia diferente, sin duda. Diferente porque responde preguntas que quizá a muchos progenitores no les resulte fácil responder. Pero es una pregunta que cualquier niño o niña puede hacerse con un simple paseo por el centro de cualquier ciudad. Muy a menudo vemos a personas sin hogar que duermen en la calle. ¿Cómo puede ser esto? ¿Qué puede llevar a alguien a vivir esta situación? Y, sobre todo, ¿cómo podemos ayudarlas?

Si a las plantas y a los árboles les fallan las raíces, probablemente no podrán mantenerse en pie ni salir adelante. A las personas nos pasa lo mismo. Sin salud, sin medios de subsistencia, sin personas que nos quieran y sin casa, nadie puede mantenerse en pie ni salir adelante. Y aunque parezca mentira, esto le puede pasar a quien menos te imagines. 

Este cuento infantil retrata una serie de personas que antes tenían raíces y, en algún momento, por las circunstancias más diversas, dejaron de poder apoyarse en ellas. Y nos muestra que ayudar a alguien sin hogar empieza por un gesto tan sencillo y tan cotidiano como el de extender la mano abierta y regar una planta. 



miércoles, 25 de enero de 2023

LA VERGÜENZA

Tengo sentimientos encontrados con este libro. Me atrae, me interesa, y al mismo tiempo el tono lo siento tan glacial que se me cae de las manos. Es una casa cerrada en la que no entro porque no encuentro puertas, y también, quizá, porque lo que veo a través de las ventanas me parece inhóspito como una intemperie en invierno. 

Aun así, sigo leyendo. El ritmo de la narración tiene algo hipnótico. O quizá sea precisamente ese distanciamiento. Esa falta de emoción en el relato de las cosas más íntimas que me obliga a seguir mirando y poner de mi parte lo necesario para dar sentido a lo que leo. Es como si una abuela se pusiera a contar con un tono monocorde dirigido hacia dentro, hacia el recuerdo, una historia despiadada de su infancia y la ausencia de calor en su voz apagara el resto de conversaciones. Con un tono animado por cualquier emoción, provocaría sorpresa o indignación. Contada así solo provoca sobrecogimiento. 

La historia transcurre en un pueblo de Normandía en 1952. Un pueblo sin nombre que podría ser el de nuestros abuelos aquí en España y cuyas mezquindades son tan universales que da casi vergüenza y miedo reconocer su familiaridad. Ernaux describe su infancia rodeada de gente miedosa y estricta, cuyas vidas están regidas por códigos y normas inmutables. Gente que disfruta lo indecible criticando al detalle la vida íntima de los demás, pero que no tolera la más mínima crítica de nadie. Que quiere ver y saber intimidades de los otros, que mantiene las cortinas siempre corridas con un mínimo pliegue abierto para tener un ojo vigilante en el vecino. Que piensa que las personas enfermas son siempre sospechosas de no haber puesto el suficiente interés o la suficiente destreza en estar sanas. Que no alaba a nadie más que lo imprescindible por miedo a parecer servil. Que en lo malo hace siempre mucho hincapié porque se piensa en el deber de ayudar a corregir lo defectuoso en los demás. Que piensa que mostrar emociones positivas en público es impúdico, al contrario que quejarse, siempre legítimo y autoafirmativo. Que nunca llora, porque la fragilidad es fea. Que no expresa sus emociones, por falta de vocabulario. Que no aprecia la soledad, porque al que no está bajo su ojo vigilante no se le puede controlar. Que valora la cortesía, pero solo para los extraños. Que reserva los gritos, los reproches y el maltrato psicológico para las personas más queridas, porque así todo queda en casa y nadie se entera. Gente que ha aprendido que esa es la forma adecuada de vivir y que no entiende que pueda haber ninguna otra mejor. Ser como todo el mundo: ese es el objetivo. Y para ello, dedicar toda la vida a suprimir, limar y sofocar todo aquello que se salga del rígido molde de las convenciones. 

Educada en estas normas, Annie Ernaux presenció, con doce años, cómo su padre intentó matar a su madre. Al trauma siguió inmediatamente la vergüenza. Nada en su educación la había preparado para algo que se saliese de la norma de manera tan estrepitosa. Se sintió indigna. Inmerecedora de la excelencia de su colegio católico, de su vida intachable. Después de basar su comportamiento en el miedo a que otros pudieran juzgarlo, qué agonía pensar que alguien pudiera enterarse. Que alguien pudiera descubrir su vergüenza, señalarla como la infame, la descarriada, la culpable, la hija del hombre que quiso matar a su mujer. 

Siempre me han despertado mucha curiosidad los marcos mentales que nos construimos para vivir. Cómo los creamos en función de las expectativas, de nuestra sensibilidad y de lo que consideramos correcto e incorrecto. Yo no comparto casi nada con los marcos del mundo que describe Annie Ernaux en esta novela. Pero me parece asombrosamente parecido a otras formas de entender el mundo de personas que he conocido a lo largo de mi vida. Desde un rincón de Normandía hasta casi cualquier pueblo de la España vacía, no deja de sobrecogerme el éxito que ha tenido desde hace tanto tiempo esta educación basada en la represión, la violencia contenida (o no) y la ansiedad por controlarlo todo, y que todavía, en tantas familias, tantos niños tengan que crecer en esa jaula.  




lunes, 23 de enero de 2023

CAUSAS NATURALES

Este libro trata de la vida cuando envejecemos, de la relación que tenemos con nuestro cuerpo, del miedo a la muerte, de nuestra forma de estar en el mundo y de una de las ansiedades que caracterizan nuestra época: el control. 

El control del cuerpo a través de la alimentación, del ejercicio, de las posturas, de los hábitos y de los medicamentos. El control es un dogma que rige la vida de millones de personas, cuya misión parece ser prolongar la vida todo lo posible, a cualquier coste, bajo cualquier circunstancia. Cualquier privación es lícita, hasta aquellas que nos hacen olvidarnos de la propia vida, con tal de prolongarla. Lo importante no es tanto vivir como nos gustaría sino vivir mucho. Hasta, literalmente, matarse por vivir más. 

El origen de este dogma, como el de todos los dogmas, es el miedo. El miedo a no controlar los procesos vitales de nuestro cuerpo. Miedo a los cambios, a lo desconocido. Miedo, en definitiva, a la muerte. Como si controlando nuestros cuerpos pudiéramos controlarla. Mantenerla a raya. Ese miedo nos paraliza. No hablamos de él, como los niños no hablan de los monstruos de sus pesadillas. Y nos pasamos toda la vida aterrorizados por algo de lo que no podemos hablar, corriendo en una rueda como hámsters desesperados con anteojeras que piensan que si corren cada vez más rápido podrán vivir eternamente. 

Y, como todo dogma, tiene sus mandamientos. Innumerables, infinitos mandamientos (ay, si fueran solo diez). No te sientes con las piernas cruzadas. No tomes azúcar. No tomes sal. No tomes mantequilla. Come cinco veces al día. Bebe dos litros de agua. Controla la grasa, los carbohidratos, el gluten, los lácteos. Pésate todos los días. Camina seis mil pasos diarios siete días a la semana. Hazte análisis de sangre todos los años. Chequeos completos. Mamografías desde los treinta, colonoscopias desde los cincuenta. Ponte tres cremas distintas. Tómate siete pastillas con cada comida, el calcio, la vitamina B, el potasio, el magnesio, el ansiolítico, el diazepan y de postre un omeprazol para aguantarlo todo. 

En un mundo que considera que morirse es una derrota aterradora de la que no se puede ni hablar y no el proceso vital más natural e ineludible que existe, la carrera por prolongar al máximo nuestra vida se ha convertido en una competición ansiosa por ver quién es capaz de tolerar más sufrimiento. Es la cultura de la sobremedicación. De la privación de todo goce. De la culpa y del pecado (cultura católica y reaccionaria donde las haya). De las muertes medicalizadas y agónicas, todo por intentar arañar unos momentos más de vida, todo por poder afrontar la muerte de cara y aceptarla como lo que es: un proceso vital que da sentido a nuestra existencia. 

Leo este libro y asiento a cada párrafo, y un manifiesto por otra forma de pensar la vida me brota de los poros, como una celebración. Porque la respuesta tiene que pasar por celebrar la vida y el azar que la determina. Acoger con alborozo lo inesperado. Apostar siempre por vivir mejor, y nunca sacrificar la calidad de vida por unas migajas suplementarias de longevidad. Aprender que tener salud no es vivir mucho, sino vivir bien. Y que una vida atenazada por el miedo a morir es lo más parecido a una muerte anticipada. Pensar sobre la muerte y hablar de ella es aprender a vivir. Negar la muerte, negarse a hablar de ella, bloquear cualquier pensamiento sobre ella, es una forma de negarse una parte fundamental de la vida. Además de una irresponsabilidad: si vivimos siempre de espaldas a ella, cuando alcance a nuestros seres queridos, el impacto que tendrá sobre nuestra vida será inmanejable. 

En muchos casos la medicina preventiva te incita a tomar pastillas por si acaso. Que ese acaso sea harto improbable es lo de menos: imagina que no haces caso y enfermas. ¡Nunca te lo perdonarías! Mejor prevenir que curar, ya lo dice el refrán, y los refranes no se equivocan nunca, ¿verdad? Menos cuando, como este, se convierten en el lema de una religión moderna. Y qué más da que tomarse ciertas pastillas todos los días sea algo así como salir todos los días con paraguas a la calle. Para qué vamos a mirar si hace sol si con el paraguas seguro seguro que no nos mojamos. Los fabricantes de paraguas estarán encantados. Y las farmacéuticas, con la influencia que tienen en el sistema de salud, ya ni te cuento. 

Como siempre, lo que subyace al miedo a salir sin paraguas todos los días o a no tomarse todas las pastillas preventivas posibles, es la idea de que estar sanos es una decisión personal. Y enfermar, por lo tanto, un descuido reprobable. Todos lo hemos sufrido alguna vez. Al quejarnos de un dolor de espalda o de una garganta inflamada, esa respuesta latigazo tan condescendiente que dice: qué habrás hecho. Ay, es que no te cuidas nada. Seguida de una lista de lecciones moralizantes sobre cómo no volver a cometer el mismo error, por tu bien. 

Pero ¿qué hacer con ese yo aterrado ante la muerte que no encuentra otra solución que atiborrarse de pastillas y ejercicios y someterse a privaciones humillantes y dolorosas con el vano objetivo de controlar la decadencia del cuerpo y prolongar todo lo posible el envejecimiento? Este no es un libro de autoayuda, así que Barbara Ehrenreich no ofrece consejos ni promete soluciones. Pero sí esboza, en un capítulo esperanzador, ideas sobre la invención del yo en el mundo moderno y sobre la muerte, no como "un aterrador salto al abismo, sino como algo más parecido a un abrazo a la vida que continúa". Como dice el poema de Bertold Brecht con el que cierra el libro: 

"Ya hace mucho tiempo
que no temía a la muerte, pues nada
puede faltarme si yo
mismo falto. Ahora
también he logrado alegrarme con todos
los mirlos que cantarán cuando yo no esté". 



jueves, 19 de enero de 2023

LA ESPERA

Hierba, la primera novela gráfica de Keum Suk Gendry-Kim publicada en español, fue uno de los libros que más recomendamos y vendimos en 2022, en cualquier género. Hacía mucho tiempo que un cómic no encontraba un público tan amplio. Tanta resonancia en tanta gente. Y la verdad es que no me extraña. Aquella historia sobre las "mujeres de consuelo" coreanas durante la segunda guerra mundial fue un prodigio de sensibilidad y hondura que ya se ha hecho con un hueco fijo e indispensable en todas las librerías que tengan novela gráfica. Y con La espera, segunda novela de la autora publicada en español, ya tiene una digna compañía. 

La espera, a diferencia de Hierba, no es una historia contada desde el testimonio directo sino desde la ficción. Una ficción construida con las entrevistas que la autora hizo a varias personas que perdieron el contacto con sus familiares debido a la partición de Corea a principios de los años cincuenta, incluida su madre. La autora explica que no ha querido poner nombres y apellidos porque esas personas todavía viven, y su dolor y el de sus familiares merece un anonimato con el que protegerse. Pero la historia llega con la misma fuerza que la de Hierba, porque está hecha con la carne viva del exilio y de su pena, con la expectativa cada vez más delgada de un reencuentro que ponga fin a décadas de ausencia. 

La guerra de Corea dividió la península en dos partes, y provocó cientos de miles de refugiados, que huyeron en su mayor parte hacia el sur. Estos refugiados no pudieron volver a sus hogares del norte cuando el país se dividió en dos, ni contactar de ninguna forma con sus familiares que no migraron. Y esa separación forzosa y traumática es tratada en el cómic con una delicadeza y emoción que no dejan de admirarme. 

Leí este cómic de una sentada, en una hora y media de absoluta introspección. Y a cada rato le enseñaba a P. una ilustración y otra, mira, mira esta cara, estos trazos, mira qué expresión, qué belleza, cigüeñas que surcan los cielos, cada vez más numerosas, simbolizando las migraciones, abrazos de despedida, de reencuentro, abrazos soñados que calientan el corazón en las noches frías y solas más que cualquier recuerdo, aunque mañana tras mañana se desvanezcan al despertar. Separar a una familia por la fuerza es condenarlos a una vida precaria, precaria en la memoria, que nunca ceja en el intento de rellenar el vacío con los recuerdos, sin conseguirlo.  





lunes, 16 de enero de 2023

LOS CERROS DE LA MUERTE y LOS HIJOS DE SHIFTY

En Kentucky, al contrario que en el resto de los Estados Unidos, la esperanza de vida disminuye década a década. Quizá sea por los rigores de la vida rural. Quizá por la gente, poco dada a expresar emociones o hablar más de lo indispensable. Y no es que nunca se rían. A veces lo hacen, y entonces se iluminan de improviso como si estuvieran dentro de un relámpago para desaparecer al instante y volverse todavía más duros y herméticos, como si la alegría fuera una vulnerabilidad que tapar a toda costa. Quizá sea porque muchas familias de las zonas rurales actúan como clanes cerrados. Los Hardin, los Johnson, los Fatkin. Cada nombre tiene un peso específico. Una identidad concreta. La familia como refugio y como destino. Difícil sustraerse a lo que proyecta un apellido en los recuerdos de los demás. 

El mundo de estas dos novelas es un mundo de hombres, "hombres tan altivos que dan la impresión de estar asomándose permanentemente a una tapia", un mundo en el que una mujer en el puesto de sheriff siempre da que hablar. Y genera más desconfianza en las mujeres que en los hombres, por los motivos más diversos. En este mundo la labor de la policía no es tanto conseguir que se imparta justicia como evitar que las víctimas y sus familias se tomen la justicia por su mano, iniciando espirales de violencia interminables. Es un poco lo que cuenta Ismail Kadaré sobre la violencia atávica en los Balcanes, donde los agravios se heredan de generación en generación y un intento de genocidio puede justificarse por el orgullo herido de una derrota en una batalla del siglo XIV, como pasó hace treinta años. 

Me han gustado mucho estas dos novelas negras. Por ese Kentucky profundo que desconocía y por cómo mezcla la aspereza de los hombres con la belleza quitahipos de la naturaleza. Hay descripciones de pájaros, árboles y flores. Fugaces duelos de colibríes. Rocío dibujando arcoíris sobre los charcos. Ardillas que observan sin miedo a los hombres, como si nunca hubieran visto ninguno. Arrendajos azules, cigarras y montañas de paredes escarpadas. Y ancianos montañeses tan mimetizados con su entorno que se internan en los bosques y desaparecen como si los árboles recibieran a uno de los suyos. 

Ya estoy esperando impaciente la continuación. Amigos de Sajalín, vaya descubrimiento. 



lunes, 9 de enero de 2023

TOSTONAZO

Vaya juerga de novela. Y vaya hostias a dos manos que les mete Santiago Lorenzo a sus personajes. Solo he encontrado semejante inquina humorística en Galdós cuando destroza sin piedad a esos beatones reaccionarios que con la monarquía en una mano y con la iglesia en la otra condenaban en el siglo XIX a su país (y lo seguirían haciendo si les dejaran) a vivir encadenados a la edad media. Por la ironía, la caricatura y la descripción salvaje, hay mucho Galdós en Tostonazo. Pero por nada más, creo, porque Santiago Lorenzo se va por otros cerros que Don Benito ni siquiera habría podido imaginar. 

Más allá de la sátira, hay una verdadera fascinación del protagonista por estos dos personajes insufribles pero extrañamente hipnóticos con los que se cruza y que ejercen de ejemplo de todo lo que no quiere ser. Fascinación, sí. Fascinación por la gente inmune a la cortesía, abonados a tiempo completo a la embriagadora tarea de estropearles la vida a los demás. Y hacerlo, para rizar el rizo, con un rebozado doble de soberbia. 

"Ni ser un inútil ni ser un básico es grave en sí. Son pecados que merecen toda la indulgencia porque todos incurrimos en ellos en una u otra medida. Cometidos con la soberbia impetuosa que exhibían ambos, la cosa en cambio rechinaba mucho". 

El protagonista de esta novela hilarante y rematadamente bien escrita es un chaval con la vida descosida, sin oficio ni beneficio, que un día decide, envuelto en una nube con olor a orujo blanco, que lo suyo tiene que ser el cine. Y hacer el cabra. Y arrimarse a inútiles y a simples para aprender de sus locas ruindades las maravillosas variedades del género humano. Y, por qué no, consolarse de su escaso éxito pensando que, en comparación, ser él no está tan mal. 

Tostonazo es una novelita jocosa y canalla y libre. Muy libre. Libre de reírse e inventarse palabras a quemarropa. Y de afirmar que a veces lo peor de esos inútiles engreídos que se creen imbuidos de la santa misión de gobernarnos a los demás en la política, en los trabajos y en las familias, no es solo el caos y la desolación y la desesperación que dejan a su paso, sino el profundo aburrimiento que provoca su catetez. Que además de malas personas, sean un tostonazo, eso no tiene perdón de dios.  




miércoles, 4 de enero de 2023

CANCIÓN DE CUNA

"Alguien da la luz dentro de mí cuando miro a mi madre. Cómo llena el vaso en la cocina. El agua parece más clara de lo normal cuando es ella quien me la ofrece. Mientras charlamos coloca los platos, atiende el teléfono, aparta de la vitrocerámica la cafetera. Estuve en esos brazos hace más de tres décadas, pero no lo recuerdo. Es el único momento más importante de mi vida que no recordaré nunca. Al menos no como una fotografía, igual que se recuerda un beso. Esta mañana disimulo mis ganas de arrojarme a ellos. Intento ser un hombre; aunque el miedo no haya disminuido, ni la necesidad de ser cuidado. Mamá, quisiera decirle, hace tantos años que vivo cayéndome de tu brazos". 

Un pequeño párrafo de un libro minúsculo y el mundo desaparece. La librería, el mostrador tras el que me escondo. Este libro, incluso, del que de repente ha brotado una azalea y cuyas páginas se vuelven frondosas y me embriagan y me mecen con la hondura de un violoncello. O de una canción de cuna. Palabras que calman. Como la visión de un mar en calma para nuestros ojos urbanitas. 

La belleza te puede salvar la vida. O, al menos, alejar durante un rato a los monstruos que la acechan. Así que es imprescindible aprender, como dice Jesús Montiel, a "ver una flor en el vaso vacío". Un acorde en el teclado silencioso de un piano. Aprender a encontrar aquello que nos puede salvar de los monstruos en cualquier parte: una risa en la mirada seria de tu madre. 

Como los libros de Alejandro Palomas o Los ingratos, de Pedro Simón, esta Canción de cuna es una carta de amor a una madre. A su presencia y a la huella involuntaria que deja. A una madre que es un instante de mucha luz en un día de tormenta. Una infancia entera encapsulada en dos manos que te sostienen. Dos manos frágiles que también se duelen, como tú, del frío y de la soledad. "Porque también las madres tienen pesadillas y los hijos les cantan nanas, se acercan a sus cuartos para que no lloren". 

La belleza te puede salvar la vida. La poesía. La música. Una flor. Un poema puede llegar un día para rescatarte de la costumbre. El amarillo casi naranja de un árbol sobre un estanque puede cortarte la respiración y desgajar tu día en dos como el bisturí de un cirujano entrando en la carne enferma. Pero qué es la belleza. Un misterio. En cualquier caso, lo contrario de la belleza no es la fealdad. La fealdad puede estar también llena de emoción y significado. Lo contrario de la belleza es el miedo, el miedo que levanta empalizadas para impedir que lo imprevisto y lo desconocido alimenten nuestros días. 

Un pequeño párrafo de un libro minúsculo y el mundo desaparece.
Gracias, Jesús Montiel, por esta canción. Su cadencia de mar en calma ya navega aquí conmigo. 





lunes, 2 de enero de 2023

EL ÚLTIMO OSO

Una niña llamada April viaja con su padre a una isla remota y deshabitada cerca del Círculo Polar Ártico. Van a pasar seis meses haciendo mediciones para investigar el cambio climático. Su isla se llama La isla del oso, pero ya no queda ningún oso polar. Es "una isla tan pequeña que, de no saber que estaba allí, ni siquiera se vería. April lo entendió enseguida: a ella también acostumbraban a no verla". Los últimos osos desaparecieron hace años, cuando se derritieron los últimos casquetes polares que la rodeaban. Pero si no queda ningún oso, ¿qué es esa forma blanca que la niña ha creído ver una tarde moverse en el horizonte? 

Esta novela huele a hielo, a aire puro que corta y revitaliza. Puedes sentir, de mano de April, el frío intenso, el olor a salitre, el estruendo de las olas e incluso el olor dulzón y salvaje del oso, la humedad de su hocico y la profundidad de sus ojos color chocolate. En ella habitan zorros árticos, miles de pájaros marinos desconocidos y hasta ballenas en migración. La naturaleza en su estado más libre y salvaje, a salvo de la influencia de los seres humanos. Y cuenta una historia de amistad poderosa y fuera de lo común, la amistad entre una niña y un oso polar atrapado en una isla de la que no puede escapar. También hay una madre ausente, un padre científico dolido por esa ausencia y una protagonista libre y rebelde acostumbrada a mucha independencia que encuentra en esa isla inexplorada un universo entero para explorarlo a su antojo y hacerlo suyo. 

Es una historia de aventuras, de perseverancia más allá de lo imaginable y un grito de guerra para salvar nuestro planeta. Las ilustraciones de Levi Pinfold embellecen la edición de esta novela estupendamente contada que emocionará a niñas y niños a partir de nueve o diez años.