lunes, 31 de agosto de 2020

EL ÚLTIMO VERANO

Qué sorpresa. Qué maravillosa sorpresa. Al club de mis admiradísimas Willa Cather, Edith Wharton e Irene Némirovsky acabo de añadir a Ricarda Huch, una autora de la que, después de leer esta novela, lo quiero leer todo. La pena es que, a diferencia de estas otras autoras, y de otros contemporáneos suyos que la admiraban profundamente (como Thomas Mann o Stefan Zweig), de momento no hay nada disponible en español. Amigos de Duomo, Alba, Acantilado, Contraseña, Impedimenta, esta escritora os va a enamorar, por favor, traducidla más. 

Estamos en 1906 en Rusia. Año de revolución fallida, de revueltas estudiantiles. Un gobernador recibe amenazas de muerte y decide recluirse en su casa de campo con su familia. Para su comodidad y seguridad personal contrata a un secretario, un hombre enigmático del que pronto quedará prendada toda la familia, sin que ninguno sospeche la motivación oculta que le ha llevado a aceptar el trabajo. A través de las cartas que intercambian los miembros de la familia con otros personajes y entre ellos mismos, la autora consigue trasladar al lector un ritmo trepidante, un aire de premonición y una tensión que va creciendo y creciendo hasta su explosión final. 

Thomas Mann dijo que Ricarda Huch era la mujer más inteligente de Alemania, e incluso de toda Europa. Y la verdad es que después de leer esta novela lo que aflora a los labios es un elogio superlativo tras otro. Me ha encandilado su ironía y su vivacidad a la hora de describir a los personajes, usando las cartas de unos y otros para ir perfilando su carácter. La familia protagonista derrocha simpatía a la vez que una innata arrogancia que nace de la inocencia más que de la voluntad de dominio. Son aristócratas hasta la médula, embebidos de buenas maneras y frivolidad, hasta el punto de aguantar cualquier salida de tono sin inmutarse, pues consideran que "ofenderse es muy de pequeñoburgués". Es una familia encantadora y fascinante que, a ojos de Liu, el secretario, quizá sólo tenga un defecto: "pertenece a una época que debe desaparecer y constituye un obstáculo para el desarrollo de una nueva". 

Ricarda Huch
Mediante un tono epistolar aparentemente ligero, la autora indaga en temas profundos como el amor dependiente entre padres e hijos, la tradición frente a la desobediencia, el anarquismo como movimiento de cambio, el derecho a estudiar, la conciencia de clase y la libertad de expresión en un estado autoritario. Al igual que Willa Cather con la América profunda o Edith Wharton con la América cosmopolita, aquí Ricarda Huch hace un retrato de la aristocracia rusa con una finura, una chispa y una penetración psicológicas cautivadoras. 






jueves, 27 de agosto de 2020

LA PIEL

De adolescente me pidieron que escribiera un poema y elegí que tuviera rima y forma concreta: dentro de la camisa de fuerza de un soneto me sentía seguro, a salvo de desparramar mi torpeza por los versos libres. En el conservatorio me pidieron que compusiera una obra para orquesta y elegí un tema con variaciones. Tardé una semana en escribir los dieciséis compases del tema, y los doscientos de las variaciones me los ventilé en apenas un día: me costaba horrores encontrar caminos, pero una vez trazado uno, y delimitadas las fronteras de mi reino, el resto del mapa me salía sólo. 

Siempre me ha costado nadar en mar abierto. En la seguridad de la piscina me siento a salvo de tiburones y flatos e improvisaciones constantes. Por eso me admira la capacidad de Sergio del Molino para salirse del tema y nadar y nadar alejándose de las boyas y del agua conocida, despistándome con digresiones y cerros de Úbeda sin por ello perder de vista la costa. Frente a mi soneto y mis variaciones, intuyo que él habría escogido un romance y una rapsodia, formas laxas donde la improvisación es un juego de luces que despista y no deja ver con claridad los andamios de la estructura y la forma. Como en este libro, hecho de capítulos en forma de cuentos que un padre le cuenta a su hijo para hablarle de monstruos y de brujas, para hablarle de sí mismo. 

La premisa es contundente: la piel es un pasaporte. Si tenemos el color adecuado, la uniformidad adecuada y la textura adecuada, cruzaremos sin sospecha todas las fronteras. Pero ay si no es así. 

Nuestra forma de ver la piel ajena siempre está cargada de prejuicios: ¿piel oscura?, extranjero; ¿piel tatuada?, delincuente; ¿piel escamada?, falta de higiene. A través de la piel nos expresamos. Y a través de la piel nos juzgan. Si uno no tiene la piel adecuada, en algún momento recibirá miradas cargadas de prejucios, acusaciones, violencia, racismo o asco. Sergio del Molino cuenta en primera persona cómo nuestra piel y sus impurezas determinan nuestra relación con el mundo. 

Mi lectura de este libro ha estado punteada de carcajadas y de bolígrafos desenfundados a toda prisa para apuntar tal o cual frase memorable. Y es que la prosa de Sergio es divertida e ingeniosa, y lo que nunca deja de maravillarme: revela una cercanía y una franqueza emocionantes. A veces da un poco de vértigo la desnudez con la que cuenta ciertas cosas. Aunque luego advierta que no todo tiene que ser cierto y que ha inventado hechos y retocado personajes ("la verdad nunca está en los datos, y eso lo sabe cualquier lector"), hay capítulos como "Conversaciones con un rey de piedra" que estremecen y dejan la piel de gallina, esa piel cuya vulnerabilidad aflora en cada capítulo y que nos identifica como seres humanos. 

Me han gustado especialmente el capítulo sobre Nabokov y "Mariposa en vasco". Me encanta cómo Sergio escribe sobre sus escritores favoritos. Después de leer el retrato personal que hizo de Baroja en En el país de Bidasoa, daría unos añitos de librero por seguir leyendo sus homenajes íntimos a sus escritores favoritos. 

Una de las cosas que más le agradezco a Sergio es que consiga tan fácilmente que me interese lo que antes no me interesaba y que sepa proyectar tantas ideas y emociones nuevas en mi pared blanca de lector. Con La piel me ha llevado en volandas a base de ingenio, de historias curiosas y de lágrimas. ¿Cómo puede un tío tan bruto hacerte llorar?, me dijo un día con sorna una amiga en la librería. Quizá porque las historias que a ti te hacen llorar a mí me dan un poquito de risa, le respondí con mirada airada. Y por cierto, ¿a que no has leído su La hora violeta? Pues no, me contestó, pero con sus posts de... Entonces basta de pullitas absurdas y a leer. Y luego hablamos lo que quieras de lágrimas y emociones. 



lunes, 24 de agosto de 2020

PROGENIE

El verano es ligereza. Será porque la ropa nos sobra y el calor nos atonta. Será porque queremos pensar que todo va a ir bien, aunque la realidad despreocupada se mantenga enmascarada y a distancia. El verano es ligereza. Y no hay nada que acompañe mejor que una buena novela policiaca. 

Sevilla, mes de julio, ola de calor. El asfalto abrasado se pega a las zapatillas de los agentes mientras un asesino se dedica a matar a mujeres embarazadas. ¿Venganza personal? ¿Locura transitoria? ¿O un fanático que no soporta la idea de que las mujeres puedan ser madres como quieran?

Con capítulos cortitos y directos como puñetazos empieza esta novela impecable de Susana Martín Gijón que plantea temas importantes y muy actuales en torno a la maternidad, y que me ha tenido sentado al borde del sofá cuatro días de calor castigador que apenas he notado. 

¿Cómo puede una elegir entre el sueño de ser madre y el de una vida junto a la mujer de la que está enamorada? ¿Cómo alguien puede ver con malos ojos que una mujer quiera ser madre sin necesidad de un hombre a su lado? ¿Cómo la inseminación artificial puede seguir siendo en el siglo XXI "uno de esos temas de mujeres de los que es mejor no hablar"?

La investigación policial dirigida por la inspectora Camino Vargas (jefa accidental, cabezota, disfrutona, brusca y arrolladora) va sorteando estas preguntas en un circuito de pistas falsas en el que también se cuelan la ideología y la política. El aborto y la maternidad elegida en solitario son opciones todavía intolerables para muchos hombres, entre otros motivos porque dan un poder a las mujeres que ellos nunca tendrán. Y todo en una Sevilla que bulle de calor y de actividades nocturnas y sugerentes, que revolotean tentadoras alrededor de los agentes como ideas y promesas que no se atreven a posarse. 

El verano es ligereza. Y esta novela es justo lo que cualquier amante de la novela policiaca necesita: una buena historia que acelere las horas y te dispare los niveles de adrenalina. 




viernes, 7 de agosto de 2020

CALYPSO

Un señor me ha pillado doblado en dos de la risa con este libro en la mano y me ha dicho: venía a por otra cosa pero ahora mismo YA SÓLO QUIERO ESO QUE ESTÁS LEYENDO. 

Es imposible controlarse. Yo no puedo leer las tres primeras páginas de Calypso sin partirme de risa. Una risa sonora y descontrolada. Estentórea, como la mejor felicidad. 
Mientras lo leía me quedé sin ejemplares de tanto reírme tras el mostrador y tuve que dejar de hacerlo y dejar mi ejemplar en casa porque quién sabe qué instintos asesinos habría despertado en mis dulces clientes si me hubiera atrevido a decirles que no les vendía mi ejemplar porque era mío y me estaba haciendo tan feliz que mientras no lo terminara lo quería para mí. 

Sí, es cierto. Si leéis este libro os pueden pasar cosas raras: podéis enamoraros de una tortuga gigante y cancerosa, podéis aprender a leer un capítulo entero con el culo apretado (nada de spoiler aquí, ya descubriréis por qué), o también podéis aprender a caeros de la silla de la risa -he estado a punto dos veces, ya-. Pero nunca os pasará nada tan raro como lo que le pasa a Sedaris, creedme. Por el consuelo que esto aporta, ya merece la pena leer el libro. 

Tras cada punto y aparte, levantaba los ojos del libro con el ceño bien fruncido de indignación y exclamaba por dentro: ¿qué cojones es esto que estoy leyendo? Y acto seguido: ¿y cómo es posible que me esté matando tanto de la risa?

Sedaris tiene unas ocurrencias ingeniosísimas sobre todo tipo de temas. Y no duda en repartir bromas como puñales a diestro y siniestro. No se libra ni dios. Desde los fanáticos del veganismo, convencidos de que serán los únicos que sobrevivan a la Gran Pandemia del Cáncer, hasta esas parejas que cuando les preguntas si tienen hijos te enseñan sus tres terriers y gritan jubilosos: ¡son adoptados! 

Me chiflan las ideas que se le ocurren para tratar de descubrir si las recepcionistas de los hoteles o los dependientes en general son realmente humanos o sólo buscan vaciarte la cuenta del banco un poco más. ¿Qué cantidad de amabilidad puede esconder una pregunta a la que le da lo mismo la respuesta? A veces sólo queremos un mínimo de interacción. Dos seres humanos que se cruzan y se reconocen en una rareza, en una fragilidad, en una broma que vaya más allá de la careta de cortesía, que diga: "Yo también me doy cuenta, socorro".

David Sedaris
Y sí, no todo son risas en esta juerga. Bueno, no todo todo. Calypso está compuesto de capítulos independientes que tratan distintos aspectos o momentos de la vida del autor, con sus cinco hermanos siempre listos para unirse a cualquier expedición estrafalaria, con el suicidio de su hermana sobrevolando las páginas no siempre exento de su humor particular, y a su lado siempre su paciente y extraordinariamente apuesto marido Hugh, resoplando como un santo ante las excentricidades de esta familia de locos.

Calypso es una mirada descacharrante (y de refilón) a una vejez que asoma la patita. La mirada golosa de un hombre que "no se puede comer un pastel si no le echa helado y nata por encima". Y también es una carta de amor (y otros sentimientos menos amorosos pero igual de conmovedores) a su padre de noventa y dos años (ferviente votante de Trump) y a su devoción por el jazz. "El chasqueo de sus dedos al ritmo de una pieza de John Coltrane tiene la misma función que el ronroneo de un gato: quiere decir que puedes acercarte a él. Que todo va a salir bien. "Queridos míos -dirá dentro de mi cabeza siempre que me acuerde de él mientras levanta su copa y nos invita a reunirnos a su lado-, ¿no es maravilloso estar juntos?""





miércoles, 5 de agosto de 2020

ETERNO ANOCHECER. POESÍA COMPLETA

En buena parte del mundo en los años cincuenta, el deseo era cosa de hombres. Sólo ellos podían sentirlo, sólo ellos podían nombrarlo. Y por supuesto, sólo ellos podían escribir sobre él. Que una mujer sintiera deseo les parecía un incordio fuera de lugar. Que lo nombrara, una vulgaridad. Y que escribiera sobre ello era simplemente inaceptable. La iraní Forugh Farrojzad se atrevió a ponerle palabras a su deseo y quiso que el mundo las leyera. Y tuvo que aceptar el oprobio de tamaña transgresión. 

"Mira hasta dónde he llegado,
a las galaxias, al infinito, a lo eterno.
Ahora que hemos alcanzado las alturas
lávame con el vino espumoso de las olas. 
Cúbreme con las sedas de tus besos. 
Deséame en las largas noches". 

Farrojzad reclamó el derecho de las mujeres al placer del sexo y a tener una voz pública para expresarlo y compartirlo. Con sus poemas expresó la voluntad de romper los barrotes de la prisión familiar para poder decidir libremente sobre su vida. Por ello fue repudiada por su padre, fue acusada de corromper la moral social, la llamaron degenerada, inmoral, sucia. ¿Una mujer escribiendo sobre sexo, sobre libertad, sobre deseo femenino? ¿Una mujer usurpando una voz que no le pertenece?

"Feliz de arder en tu abandono. Feliz
de llorar con tus recuerdos.
Feliz de que después de alcanzarte siga
llorando este amor, que aún vive aquí dentro".

Escribió sobre el deseo, y también sobre sus amantes. Sobre su masculinidad, sobre sus cuerpos, sus celos y su actitud frente a las mujeres. Pocos hombres podían soportar ser analizados tan de cerca, sin miramientos, por una mujer. Ante el foco de esa mirada se volvían frágiles, inseguros, y su poder se resquebrajaba. Su poder basado en unas tradiciones que ella cuestionaba:

"¡Ay de este anillo, que aún conserva
su resplandor, su brillo,
siendo, como es, soga de esclavitud y obediencia!".

Farugh Farrojzad
A su padre le escribió: "Al contrario de lo que usted opina, yo no soy una mujer callejera, sólo soy yo misma: una mujer a la que le gusta sentarse a la mesa, leer, escribir poesía y pensar". Farrojzad fue una mujer que vivió cautiva de una cultura patriarcal y que se debatió toda su vida contra las ataduras física y morales de su país, parecidas en muchos aspectos a las que oprimían a las mujeres en España en la misma época. El ansia de libertad condena a la soledad a aquellos que la abrazan, y Forugh Farrojzad no fue una excepción. Sus poemas luchan por un amor compartido, un amor universal, incluso, que impregne la conciencia colectiva de placer y tolerancia. Sus poemas cantan como pájaros solitarios buscando un eco, un reflejo femenino en el que reconocerse.

"Y aquí estoy,
una mujer sola
en el umbral de la estación del frío,
empezando a entender la contaminada existencia de la Tierra,
y la sencilla y triste desesperación del cielo
y la incapacidad de estas manos petrificadas."

Farrojzad murió en 1967, a los 32 años, en un accidente. Fue la voz del feminismo iraní, una conciencia rompedora que iluminó toda una época. Escribió sobre las mujeres sometidas a la violencia de los hombres, muñecas "que miran el mundo con dos ojos de cristal", obedientes y enterradas en una mortaja llamada matrimonio. En un mundo en que esa era la norma, ella decidió romperla. Y hoy, medio siglo después, sus poemas siguen emocionando en todo el mundo por su fuerza y su lirismo, reclamando libertad y dignidad. 




lunes, 3 de agosto de 2020

POLO DE LIMÓN

¿Hace cuánto tiempo que no te comes un polo de limón? ¿Que no mordisqueas despacio sus placas de hielo y te recorre por el espinazo un relámpago de frescor? ¿Que no pasas las vacaciones de verano sin mirar el reloj ni el calendario, derrochando el tiempo como si no fueras un mortal asalariado? ¿Hace cuánto tiempo que no estás lo suficientemente vivo como para disfrutar de no hacer nada? ¿Que no pasas los días sin teatralizarlos en Instagram o escupirlos en Twitter? ¿Que no te sientes tan aquí y ahora como en aquellos veranos eternos de la infancia?

Si hace tanto tiempo que ya apenas lo recuerdas, no te preocupes. Aquí está la cura. Este libro está pensado para leerlo a lametazos, a la sombra de una palmera mientras el rumor de las olas y de los grillos te mece en el dulce sopor del verano. Y si no tienes ni palmera ni olas ni grillos, no te preocupes. Tú pon el calor, que Íñigo Domínguez te pone el resto.

Me encanta el tono de Íñigo Domínguez en estos artículos, ese aire de burla tierna en cada reflexión. El humor campechano y esa bonhomía con la que admite, con mirada de niño, que a sus cuarenta años escasos no puede evitar contar sus batallitas como cualquier abuelo cebolleta. Por momentos, me recuerda un poco a las crónicas viajeras de Ander Izagirre o de Enric González, y a la jocosidad de Sergio del Molino. La ironía parece siempre a punto de despuntar en una breve carcajada, casi resoplido, y cómo mola ir por el mundo con esa actitud tan disfrutona. No sé quién es Íñigo Domínguez, aparte de un periodista enamorado de Italia que escribe cosas sobre la mafia. Pero me lo imagino ya inspirado antes del primer café, quitándose las ideas de encima como otros nos quitamos las legañas.

Íñigo Domínguez
Ocurre pocas veces, y siempre es una pequeña epifanía: encontrar un escritor que te cuenta esas cosas que apenas llegabas a intuir mucho mejor de lo que tú las hubieras podido expresar nunca de haberlas tenido presentes. Y sobre todo, el tono. Ese tono ágil e irónico que parece dar saltitos en una esquina del ring subiendo y bajando los brazos, diciendo vamos, ven aquí, diciendo no tengas miedo, va, si esto es un juego. Y es que es verdad. Su escritura es un juego. Un juego al que voy a querer jugar muy a menudo a partir de ahora.