lunes, 21 de febrero de 2022

ALGUIEN COMO TÚ

Hace ocho o nueve años me gustó tanto Alta fidelidad que me leí cuatro o cinco novelas de Hornby así muy seguiditas. Y terminé pensando que cómo era posible que un escritor me cayera tan bien, me pareciera tan divertido y cercano y perspicaz, y no terminara de gustarme de verdad ninguno de sus libros, aparte del primero. Me parecía escandaloso. Y lo escribí por aquí para desahogarme, en una reseña en la que me sigo reconociendo cien por cien. 

Lo había dado por perdido, al bueno de Hornby. Dejé pasar Todo por una chica y Funny girl, y no pude terminar Juliet, desnuda. Hasta que hace unos días, después de empezar cuatro libros y no poder pasar de la página 20 y empezar a desesperarme en serio cual cocinero al que de repente no le salen las tortillas, me acordé de aquellos diálogos tan frescos de Hornby, de su humor inteligente y su capacidad para meterte en su historia desde la primera frase, y me dije: bueno, han pasado un porrón de años, démosle otra oportunidad. 

Y ¡eureka! Qué maravilla. Qué forma de volver a conectar con él. Es como reencontrarte con un amigo y descubrir que, no sólo está mejor que nunca, sino que las pequeñas excentricidades que antes te molestaban han desaparecido por completo, y que hablar con él ahora es como deslizarte con un trineo por una pista de nieve perfecta gritando de alegría pura con los brazos en alto. Y sí, hablar con él. Porque los libros de Nick Hornby no los lees. Hablas con ellos. Te transportan ahí, con los personajes, y piensas como ellos, dudas, sufres, te ríes con ellos y esperas todo el tiempo que te permitan acompañarlos un poco más, quedarte un poco más en sus conversaciones y seguirlos adonde quieran llevarte. 

Y cuando cuento todo esto en la librería, la gente me responde: sí, muy bien, diálogos, diálogos, pero sobre qué. Muy bien, pues por ejemplo: 

Sobre fútbol, un tema recurrente en Hornby. Sobre cómo el fútbol infantil y juvenil se ha convertido en una competición desalmada en la que solo importa ganar, con padres furiosos y amenazantes, entrenadores que creen que cualquier hombre blanco con sombrero en la grada puede ser un ojeador de un equipo grande que ha venido a seleccionar a la futura estrella del fútbol mundial, y chavales desmoralizados que solo quieren pasárselo bien sin que cada jugada tenga que ser a vida o muerte. 

Sobre racismo. En esta novela, el brexit y el racismo están por todas partes. Sobre una chica blanca que le pregunta a su compañero de trabajo negro si cree que puede ser un problema salir con chicos negros. ¿Problema para quién?, le responde él. Para tu comunidad, dice ella. Tu comunidad. "Ojalá su comunidad fuera el barrio en el que vivía, una comunidad en la que había mujeres blancas, jóvenes musulmanes, niños lituanos, chicas mestizas, padres asiáticos y taxistas judíos. Pero nunca lo había sido". 

Sobre gente que habla en voz alta cuando entra en un comercio porque está convencida de que todo el mundo va a dejar lo que estén haciendo para ponerse a escucharles. Sobre hombres ansiosos por colgarse medallas, independientemente de su origen y de su utilidad. Sobre cómo hoy en día todavía cuesta un mundo que un hombre negro camine de la mano de una mujer blanca por la calle y no llamen la atención. Sobre los "yo no soy racista, pero...". Sobre las buenas intenciones que hay siempre después de los peros, y lo maravillosamente inclusivos y tolerantes que somos todos, pero lo que nos cuesta integrar como normal aquello a lo que no estamos acostumbrados, o altera, de algún modo oscuro que no estamos dispuestos a reconocer, nuestra forma de entender el mundo. 

Y por supuesto, sobre amor. Y sobre Lucy. Porque Lucy brilla con una luz maravillosa. Lucy: profesora de lengua en un instituto público, recién separada, dos hijos, "ojos bonitos, una sonrisa capaz de caldear una habitación helada, cierto aire de haber pasado por algo que le había dejado cicatrices". Lucy, que se pregunta "cuántas versiones de una vida maravillosa tiene derecho a esperar", cómo conformarse con la opción menos mala, cómo dejar de aspirar a lo mejor aunque lo mejor siempre se empeñe en quedarse fuera de su alcance por motivos incomprensibles. 

Nick Hornby es el de siempre. Capaz de la mayor ligereza, de tirarte al suelo de la risa, y al párrafo siguiente barrer la atmósfera divertida con otra escena que irrumpe como un ventarrón de aire frío y deja el ambiente terso y limpio para reflexiones profundas. Es melancólico, alegre, irónico y deliciosamente jovial. En estos tiempos de heridas trascendentes con las que construimos nuestra identidad, necesitamos más Hornbys en nuestra vida. Más trineos, más felicidad sin filtro, más tortillas perfectas. Más amor sin barreras. Y más humor. Mucho más. 


Nick Hornby









jueves, 17 de febrero de 2022

CARMEN

Entra un señor. Luego una señora. Menos mal que no necesitan mi ayuda porque apenas si me he enterado de su presencia. Tengo este libro ilustrado en mis manos y el tiempo se ha detenido. Han desaparecido el mostrador, los libros, la gente, la librería entera y en su lugar ha irrumpido la inocente mirada de un niño de nueve años sobre el mundo que le rodea, y sobre todo ese rojo, ese vestido que vuela por el aire, que es una flor, una danza, un volcán, un corazón abierto que late y late y late de pasión y de vida. 

"Carmen es la mujer más guapa que conozco y, cuando sea mayor, me voy a casar con ella. Aunque ella aún no lo sabe". Y es que ella no parece saber gran cosa. Cuando aparece por la plaza clavando a los hombres en el suelo con un simple gesto, cuando canta aquello del amor como un pájaro rebelde que nadie puede domesticar. No parece saber que no solo enamora a niños buenos de nueve años. No parece saber que el fuego que sale de cada poro de su ser puede volverse contra ella y quemarla. 

"Carmen se ríe porque siempre está contenta, y sus carcajadas resuenan como las campanas del campanario. Y baila ahora con uno, luego con otro, después sola y con otro otra vez. Lo hace tan bien que no se puede mirar a otro lado. La plaza es mucho más bonita con Carmen dentro". Y sus carcajadas se oyen hasta aquí, y me impiden entender bien lo que me pide ahora este señor. ¿Perdone? ¿El nuevo de qué autor? Ah, sí, aquí lo tiene. Y mientras le cobro sigue bailando frente a mis ojos ese resplandor rojo que es el vestido de Carmen, la flor de Carmen, la tragedia de Carmen con la música de Bizet y las preciosas ilustraciones de Concha Pasamar, inspiradas en la coreografía de Johan Inger para la Compañía Nacional de Danza. 

Sale un señor, sale una señora. Con un libro bajo el brazo cada uno, y un lazo rojo que vuela al son del pájaro rebelde que no puede ser domesticado. 








lunes, 14 de febrero de 2022

NO SOY YO

Vienen siempre juntos a la librería y siempre es él el que habla. Él el que me pide los libros, y me tiende la tarjeta, y comenta el tiempo. Ella se queda callada, sonriente, siempre un paso por detrás. Un saludo murmurado, una mirada baja. A veces se lanza a comentar algo, una opinión sobre un libro, una broma sin importancia, y él se apresura a apostillar suavemente lo que dice, a precisarlo, como quien se asegura de cerrar herméticamente un táper para que nada de su contenido pueda filtrarse. Escaparse a su control. 

Me caen bien. Son muy amables y transmiten sosiego. Sobre todo ella, cuando nos mira hablar y sus ojos brillan y su cabeza asiente, animando silenciosamente la conversación. A veces me pregunto qué hará con todas esas palabras suyas que no dice. Si uno se puede acostumbrar realmente al silencio, a hacerse siempre a un lado para que otro hable en su lugar. A veces me pregunto qué hace uno con todo lo que calla, con esas palabras que no caben en ningún táper. Adónde van. Si sobreviven de alguna manera al silencio. O simplemente se duermen para siempre, y uno se olvida de que alguna vez existieron, como se terminan olvidando casi todas las decisiones que decidimos no tomar.

Las mujeres protagonistas del nuevo libro de relatos de Karmele Jaio me han recordado a algunas mujeres que veo en la librería. Mujeres que sienten que la vida se les está escapando. La vida soñada, la vida que estaba por llegar cuando aún estaban llenas de expectativas. La vida prometida por el amor, por los proyectos, por la juventud que decae en sus despertares cansados, en sus ojeras, en la piel cada vez menos firme. 

Mujeres que se duelen del rechazo de sus hijos. Que no entienden que ya no las necesiten, y que respondan a su cariño con esa nueva gélida distancia, como si necesitaran protegerse de la imagen infantil que se refleja en los ojos de sus madres. Una imagen que les vuelve vulnerables, otra vez niños, otra vez dependientes, y que quizá entra en conflicto con su imperiosa necesidad de comerse el mundo como adultos. 

Mujeres que llevan años acumulando preocupaciones, temiendo cada herida de sus hijos aún antes de que se las hagan, anticipándose a cualquier contratiempo, allanándoles el camino, y cuya recompensa ahora es un nido vacío, unos hijos ausentes que apenas llaman y casi nunca se interesan por cómo están, qué hacen, qué sienten. 

Mujeres que salen a ligar a discotecas, y en el bolso llevan "toallitas húmedas o calcetines de niño en vez de un tanga de emergencia". Mujeres para las que la maternidad conlleva una celda. Lo más hermoso de su vida había terminado escondiendo un veneno y aun así, lo volverían a hacer y apurarían el veneno hasta la última gota una y otra vez. Mujeres que se sienten otras. Que desearían ser otras. No saben quiénes, pero otras. 

Estos relatos me han hecho revivir la emoción que sentí con la anterior novela de la autora, La casa del padre. Son pequeños mundos en miniatura, mundos afilados y emocionantes que dejan mucho espacio de sombra. Que abren el camino en la espesura para que tú te internes por él y lo desbroces como quieras. O como la vida te deje. 


jueves, 10 de febrero de 2022

EL SEÑOR WILDER Y YO

El sentido del humor es vida. No solo es algo agradable, ornamental, seductor. Es necesario, vital. Sin sentido del humor no se puede vivir. Es como internarse en un laberinto con una venda en los ojos. La seriedad trascendente para todo es un tipo horrible de ceguera. Y las novelas de Jonathan Coe son la luz que se filtra por cualquier venda que uno haya terminado llevando. Te hacen sonreír, te arrancan un par de carcajadas y te dan la mano para enseñarte el camino de una vida más ligera, más amable. Una vida mejor. 

Al acercarse a los sesenta, tanto Billy Wilder como la protagonista griega de esta novela llegan a la conclusión de que lo que tienen que ofrecer ya no lo quiere nadie. Las películas del uno y las bandas sonoras de la otra ya no encajan. Se han vuelto reliquias de otra época. Y ambos sienten desilusión. Y melancolía. La melancolía de saberse parte de un tiempo ya pasado. De una sensibilidad que se quedó en alguna página anterior del desaforado libro de la vida. Y no saben qué hacer con ese impulso que sigue latiendo en su interior, el impulso de seguir creando cosas, de seguir componiendo música y dirigiendo películas. El impulso del arte pugnando por salir a un mundo que hace tiempo que busca la belleza en otros paisajes. 

La melancolía es una de las vetas de esta novela. Pero la principal, creo yo, es el placer. El placer de vivir. El profundo y sencillo placer de estar a gusto y poder sentarse a crear cosas bellas que hagan felices a los demás. El sencillo placer de desviarse por un camino rural hasta una granja, a las afueras de París, para probar un Brie de Meaux. Sentarse en una mesa rústica al aire libre, con la luz ambarina de la tarde difuminando los contornos de todas las cosas, y probar ese queso con un Pinot noir servido en vasos bajos. Y hablar tranquilamente. Y cerrar los ojos. Y sentir el momento. El encanto de la naturaleza. Los colores del cielo crepuscular. Las palabras pronunciadas en voz baja. El sabor maravilloso del queso. La melancólica, irresistible belleza de todo. 

Esta novela de Jonathan Coe es un homenaje al cine de Billy Wilder. Al refinamiento y a la sutileza. A la delicadeza de no ser demasiado explicativo, para dejar que el interlocutor complete la historia a su manera, y al hacerlo, la vuelva suya. 

Termino de leer la última página de esta novela en la librería, con los ojos brillantes, y me fuerzo a parpadear mucho y aclararme la garganta para poder atender dignamente al señor que acaba de entrar. Y es que no es fácil volver del set de rodaje de Billy Wilder en una isla griega. No es fácil volver de esa granja a las afueras de París y romper la burbuja de pura belleza y bondad que transmite Jonathan Coe con tanta sencillez. Hay libros maravillosos para admirar desde fuera. En los de Coe me quedaría para siempre a vivir. 






lunes, 7 de febrero de 2022

LA FONTANA DE ORO

Nunca falla. Siempre que estoy con una novela de Galdós acabo leyéndole algún párrafo a P. en voz alta porque sencillamente "mira, mira, escucha esta descripción, es que no te puedes perder esto". Y da igual que la descripción sea la de la entrada en escena del protagonista nada más empezar o la de un secundario muy secundario que apenas va a aparecer en la penúltima página. Ninguna tiene desperdicio. Derrochan ironía, burla, compasión, inteligencia despierta y vivísima por los cuatro costados. Y cada día lo agradezco más. En este mundo audiovisual cada vez más dominado por los guionistas, que los escritores se tomen el tiempo de enseñarnos quiénes son sus personajes no tiene precio. No solamente qué hacen o qué dicen, sino quiénes son. Qué piensan, a qué aspiran, cuál es la complejidad de su naturaleza cambiante: en definitiva, qué los asemeja a nosotros. Sólo así podemos hacerlos nuestros, vivir en ellos. 

La fontana de oro es la primera novela de Galdós. Y ya viene con todos los ingredientes de su narrativa posterior: la vitalidad, la ironía, la sensibilidad con los personajes femeninos y la condena de la violencia de las clases populares cuando sirven de arma arrojadiza para unas camarillas sedientas de poder. La historia transcurre en 1821, en pleno trienio liberal, y es un complemento perfecto para la segunda serie de los Episodios Nacionales. Me ha encantado volver a ese mundillo de pasión política, manifestada en una "adhesión frenética a un sistema y un odio profundo al contrario". Volver a las conspiraciones, a los espías, los complots diarios, los discursos incendiarios en los cafés, entre los cuales sobresalía La fontana de oro, en la Carrera de San Jerónimo. Liberales moderados a favor de hacer entrar en razón a Fernando VII frente a liberales exaltados a favor de expulsar de una vez por todas a la monarquía. Monárquicos tradicionales a favor de volver a un absolutismo como el de Carlos IV frente a monárquicos reaccionarios a favor de un absolutismo feroz regido por una inquisición despiadada y sanguinaria. Y todos contra todos urdiendo redes de sospechas y violencias cada vez más tensas y propensas a romper el país en mil pedazos. 

Hay dinero del rey para financiar a topos infiltrados en las reuniones liberales con el fin de sembrar el desorden llamando a la violencia y a la revolución. Hay enredos de comedia burlesca con donjuanes entrando de incógnito por la buhardilla de la casa de su amada. Hay una monja enamorada, que, deshaciéndose de la jaula de su religión, mira a su alrededor con "ojos asustados, asombrados, con melancolía, como quien no ha visto nunca un horizonte y lo ve por primera vez". Hay un estudiante de Zaragoza que viaja a Madrid espoleado por una doble pasión: amorosa y política. Hay una mujer que acaba de dejar de ser niña y sobre la que convergen tres pasiones políticas que amenazan con acabar con su cordura. 

Hay diálogos coloridos, naturalísimos, mediante los que hace una creación fabulosa de personajes. Hay ironía, cercanía, generosidad, arrebato, pasión, asombro, sensibilidad, empatía, compasión y compromiso. Qué de cosas buenas me transmite siempre la literatura de Galdós. 




jueves, 3 de febrero de 2022

OPERÍSTICA

Hay una canción para cada uno. Todo el mundo tiene una canción en su cabeza, una canción privada que sólo le pertenece a él, una canción que es hogar, pureza, descanso, euforia, suavidad. Una canción que le hace ser quien es cuando quiere. "Puede que tu canción persona te sorprenda dentro de unos años. Tal vez suene en un restaurante; o salga de un coche que te cruces mientras caminas por la calle. Y hará que revientes por dentro. Como una pequeña cápsula de recuerdos, llena de versiones anteriores de ti". 

Operísitica es un cómic precioso. La ilustración está tan bien entrelazada con el texto que parece increíble que el ilustrador y la escritora no sean una misma persona. Es alegre, es metafórica, es imaginativa, preciosista, rebelde, tierna. Es una mezcla de caricia y protesta. Y, sobre todo, uno de los mejores homenajes al poder de la música para conectar a las personas que he leído en mucho tiempo. 

En Operística hay un profesor de instituto muy enrollado y muy hippy que piensa que todos tenemos una canción dentro esperando a que la encontremos. Hay un pupitre vacío, una herida azul en medio de la clase que nadie se atreve a mirar. Hay una chica enamorada de Maria Callas y de un chico que sueña con abejas. Hay dramas escolares, homofobia, acoso. Hay miradas que señalan, que se mofan, que desprecian. Con qué poquito un chico termina llorando en el baño, queriéndose morir. Y hay música, música por todas partes, música a borbotones que brota de la voz de Maria Callas, aquella diva inconformista y excesiva que, como la mayoría de los adolescentes, no encajaba en lo que se esperaba de ella y fue tachada de demasiado estridente, demasiado áspera, demasiado intensa, descontrolada, apasionada, turbia, metálica, furiosa, excesiva. 

Hay una canción para cada uno. Una canción que tiembla, como tiembla la voz cuando se le apelotonan demasiadas emociones en la garganta pugnando por salir todas a la vez. Este cómic habla de ellas. De las canciones. Y de las emociones. Y de cómo nos moldean.