Nunca falla. Siempre que estoy con una novela de Galdós acabo leyéndole algún párrafo a P. en voz alta porque sencillamente "mira, mira, escucha esta descripción, es que no te puedes perder esto". Y da igual que la descripción sea la de la entrada en escena del protagonista nada más empezar o la de un secundario muy secundario que apenas va a aparecer en la penúltima página. Ninguna tiene desperdicio. Derrochan ironía, burla, compasión, inteligencia despierta y vivísima por los cuatro costados. Y cada día lo agradezco más. En este mundo audiovisual cada vez más dominado por los guionistas, que los escritores se tomen el tiempo de enseñarnos quiénes son sus personajes no tiene precio. No solamente qué hacen o qué dicen, sino quiénes son. Qué piensan, a qué aspiran, cuál es la complejidad de su naturaleza cambiante: en definitiva, qué los asemeja a nosotros. Sólo así podemos hacerlos nuestros, vivir en ellos.
La fontana de oro es la primera novela de Galdós. Y ya viene con todos los ingredientes de su narrativa posterior: la vitalidad, la ironía, la sensibilidad con los personajes femeninos y la condena de la violencia de las clases populares cuando sirven de arma arrojadiza para unas camarillas sedientas de poder. La historia transcurre en 1821, en pleno trienio liberal, y es un complemento perfecto para la segunda serie de los Episodios Nacionales. Me ha encantado volver a ese mundillo de pasión política, manifestada en una "adhesión frenética a un sistema y un odio profundo al contrario". Volver a las conspiraciones, a los espías, los complots diarios, los discursos incendiarios en los cafés, entre los cuales sobresalía La fontana de oro, en la Carrera de San Jerónimo. Liberales moderados a favor de hacer entrar en razón a Fernando VII frente a liberales exaltados a favor de expulsar de una vez por todas a la monarquía. Monárquicos tradicionales a favor de volver a un absolutismo como el de Carlos IV frente a monárquicos reaccionarios a favor de un absolutismo feroz regido por una inquisición despiadada y sanguinaria. Y todos contra todos urdiendo redes de sospechas y violencias cada vez más tensas y propensas a romper el país en mil pedazos.
Hay dinero del rey para financiar a topos infiltrados en las reuniones liberales con el fin de sembrar el desorden llamando a la violencia y a la revolución. Hay enredos de comedia burlesca con donjuanes entrando de incógnito por la buhardilla de la casa de su amada. Hay una monja enamorada, que, deshaciéndose de la jaula de su religión, mira a su alrededor con "ojos asustados, asombrados, con melancolía, como quien no ha visto nunca un horizonte y lo ve por primera vez". Hay un estudiante de Zaragoza que viaja a Madrid espoleado por una doble pasión: amorosa y política. Hay una mujer que acaba de dejar de ser niña y sobre la que convergen tres pasiones políticas que amenazan con acabar con su cordura.
Hay diálogos coloridos, naturalísimos, mediante los que hace una creación fabulosa de personajes. Hay ironía, cercanía, generosidad, arrebato, pasión, asombro, sensibilidad, empatía, compasión y compromiso. Qué de cosas buenas me transmite siempre la literatura de Galdós.
Hace 45 años, más o menos, comencé a leer de verdad. Habré leído "de verdad" hasta 10 años atrás y de hecho jamás tuve esa mente despierta para guardar pasajes de lo leído. Mí memoria es audiovisual. Recuerdo perfectamente la ubicación de estos libros en el estante de la casa. Recuerdo también que pertenecía a una colección SALVAT. Digo "estos", de la gloriosa literatura española. Qué bien nos han conversado la primera moral, aunque no los captáramos del todo, por niños. Recuerdo el olor de esos libros y la imagen en mí cabeza acerca de España, de mí abuelo recitando Quevedo con los cachetes colorados de risa mala. Hace tres meses que estoy viviendo aquí, en la España que también fue de Galdós o de cualquier abuelo, y no me lo creo.
ResponderEliminarUn abrazo.