jueves, 25 de febrero de 2021

LA DESEADA

Mujer, negra y antillana. Cada palabra es una pequeña jaula dentro de otra. La protagonista de esta novela vive dentro de cada una de estas jaulas, ya esté en su isla natal, en un suburbio de París o patinando en la nieve del centro de Boston. Tres jaulas, tres identidades solapadas que la acompañan allá donde va y que la definen como inmigrante, como minoría y como débil. Tres jaulas de las que es muy difícil, quizá imposible, escapar. El color de la piel es una identidad pesada para aquellos que nacen sin privilegios. Una identidad a la que te obliga la mirada de los demás, tres jaulas superpuestas en las que te encierran porque no ven en ti a un ser humano similar a otro, sino a una mujer negra antillana. Jaulas que Maryse Condé conoce a la perfección y que describió maravillosamente en sus dos libros autobiográficos publicados por Impedimenta (Corazón que ríe, corazón que llora y La vida sin maquillaje). 

La Deseada cuenta la historia de una búsqueda anhelante del afecto materno. Y la frustración por no encontrarlo. Marie-Noëlle pasa su infancia en Guadalupe, rodeada del cariño de una madre adoptiva, y sin embargo imaginando la dulzura impensable de aquellos nueve meses en los que fueron, su madre biológica y ella, un mismo ser, una misma carne. Cuando a los diez años recibe una carta de su madre biológica invitándola a reunirse con ella en Francia, su mundo se da la vuelta. Lo pierde todo a cambio de una vida occidental, de un mundo desconocido cuya frialdad la condena a un desierto afectivo, a deambular por la vida con un agujero dentro que nada ni nadie parece poder colmar. 

Me gusta la prosa delicada y exuberante de Maryse Condé. Esa melancolía que alterna la risa y el llanto, siempre traspasada de la luz y de un sol omnipresente, del calor de una esperanza que no se rinde. Marie-Noëlle nunca se cansa de escuchar a sus amigas hablar de sus familias. Las comidas multitudinarias, los cumpleaños y las bodas, el sabor de la nata montada y el olor del vino dulce. Y no entiende sus quejas. Daría lo que fuera por un hermano un poco demasiado protector o una madre posesiva y dictadorcilla. Siente avidez por cualquier amor familiar. Escucha a sus amigas e imagina ese calor sofocante y pegajoso del cariño del que sus ellas reniegan y lo quiere para sí, todo lo que ellas aparten del plato lo quiere para sí, para saciar un hambre infinita, pobre mendiga del amor. 

La Deseada es una novela sobre los desposeídos. Los desposeídos de una tierra en la que construir su identidad y de un afecto en el que plantar sus raíces. Es una novela sobre los errantes, arrancados de su patria por la promesa de un futuro occidental, y que vagan por las periferias de nuestras ciudades, anónimos, buscando un poco de luz y calor entre nuestras sobras. 




lunes, 22 de febrero de 2021

ANTOLOGÍA POÉTICA (EDNA ST. VINCENT MILLAY)

Hace muchos años, tantos que ya no puedo asegurar si el recuerdo es real o me lo he apropiado de alguna novela, una chica me mandó este poema. A ella no la recuerdo pero el poema se me quedó grabado: maravillas de la memoria, que juega con nosotros a su antojo y a veces nos permite quedarnos con lo que de verdad merece la pena. El poema estaba en inglés y tardé años en ir depurando su significado. Fui adentrándome en él a medida que profundizaba en el idioma, y ahora, cada vez que lo leo, una emoción profunda me recorre: me reconozco en sus versos como en una fotografía de infancia o en la risa de mi madre. 

El amor no lo es todo: no es carne ni agua
ni lecho ni cobijo cuando la lluvia acude,
ni un madero siquiera para el náufrago
que flota y se hunde y flota y vuelve a hundirse. 

Como sucede a menudo, traducir poesía es imposible. Es como tratar de explicar un nocturno de Chopin sin música. Puedes contar de qué va, pero su esencia queda allá lejos, inexpugnable en su castillo de bruma. Y el traductor, hasta el más dotado, parece un ciego que va dando con su vara en el camino, tanteando una belleza que no puede ver. 

El amor no puede limpiar la sangre mala,
ni suelda el hueso roto, ni oxigena el pulmón. 
Y aun así hay muchos que con la muerte tratan,
mientras esto digo, sólo porque les falta amor. 

La rima queda a la derecha, las metáforas a la izquierda y el ritmo es la pendiente traicionera del camino en este laberinto sin salida en forma de soneto. 

Podría ser que en un momento crítico, 
atormentada y suplicando libertad,
o presa de un deseo que doblega el ánimo, 
vendiese yo tu amor por un poco de paz

o cambiase el recuerdo de esta noche por comida. 
Puede ser. Pero no creo que lo hiciera.


Edna St. Vincent Millay


Edna Saint Vincent Millay (1892-1950) es una poeta que me encanta. Es emotiva y provocadora. Melancólica y directa. Plantea preguntas que no trata de responder y sus poemas a menudo te llevan a lugares que no te esperarías. Su militancia feminista y su radical independencia provocaron que su obra tardara en difundirse, a pesar de haber ganado el Pulitzer por su Balada de la hilandera del arpa y de congregar a multitudes en sus lecturas y apariciones públicas. Su intensidad es cercana y su virtuosismo tan natural que consigue hablarte al oído en versos tan perfectos que parecen improvisados. 

Muchos años después de leer este poema por primera vez, ahí está la emoción intacta, en cada cadencia y cada final de estrofa. Una guía en la oscuridad. Un camino visible que cruza de luz la maleza impenetrable del bosque. 


Love is not all: it is not meat nor drink
Nor slumber nor a roof against the rain; 
Nor yet a floating spar to men that sink 
And rise and sink and rise and sink again; 

Love can not fill the thickened lung with breath, 
Nor clean the blood, nor set the fractured bone; 
Yet many a man is making friends with death 
Even as I speak, for lack of love alone. 

It well may be that in a difficult hour, 
Pinned down by pain and moaning for release, 
Or nagged by want past resolution's power, 
I might be driven to sell your love for peace, 

Or trade the memory of this night for food. 
It well may be. I do not think I would. 







jueves, 18 de febrero de 2021

EL ÚLTIMO BESO

Muchas novelas policiacas actuales se venden como exploraciones de los límites de la moral y como "tremendamente adictivas". Siempre he pensado que lo que hace que algo sea adictivo es un truco que se resume en dar un giro a la trama al final de cada capítulo. Un poco como meter un aditivo alimentario en unas patatas: de repente no puedes parar hasta que te acabas el paquete. Engulles, sí, pero la patata se convierte en porquería. 

En cuanto a los límites de la moral, pues sí, muchos autores españoles han aprendido que subrayar la violencia vende y no escatiman crueldades a la hora de sazonar sus argumentos. Pero rara vez se paran a profundizar en sus motivos, en los abismos tenebrosos en los que uno se precipita cuando decide hacer daño a otro con toda su alma. Es un poco como si hacer daño fuera un pasatiempo, un hobby un poco friki que da sabor y carácter a tal o cual personaje, como un maquillaje extravagante. Y la verdad es que siempre me quedo con una sensación como de estafa, siento que me están escamoteando la posibilidad de tratar de entender la violencia, de ver qué parte humana hay detrás de eso, qué lógica, qué espanto. Porque si convertimos la violencia en algo sencillamente monstruoso al final no hace efecto, no sirve para nada y ni siquiera da miedo. Cuando de verdad asusta es cuando la entiendes y descubres que su cara puede ser corriente y tan humana como la tuya. 

La capacidad de empatizar con lo moralmente reprobable ya no está de moda en las novelas policiacas. Parece que nos hemos vuelto simples y rehuimos los dilemas morales. No queremos protagonistas turbios, quizá porque los juzgamos como si fueran de carne y hueso. Así vamos perdiendo la capacidad de distinguir realidad de ficción, dolencia peligrosísima de la que a menudo ni siquiera los niños adolecen. Pensamos, tan adultos nosotros, que los libros son la vida y no perdonamos a los personajes nada que no podamos perdonar a nuestros amigos. Y muchos autores actuales de novela policiaca, desde Joël Dicker hasta Carmen Mola, venden millones de ejemplares insistiendo en personajes reconfortantemente planos, transparentes como vasos de agua expertamente aderezados con chorritos de aditivos para que nos parezcan irresistibles. 

Sé que estos tres párrafos suenan, cómo mínimo, insoportablemente gruñones. Pero qué le voy a hacer, un día piensas que eres joven y al siguiente te sorprendes diciéndole a un cliente que hay más literatura en una sola página de James Crumley que en cualquier trilogía policiaca española de esas que tanto se venden. Y mira qué suerte que todavía algún incauto se fía de mis recomendaciones. 

Y es que qué maravilla. El protagonista de esta novela inclasificable es todo lo que no será nunca uno de esos detectives del siglo XXI: pendenciero, ruin, borracho, ingenuo, sarcástico, impasible, resignado, divertido y brutal. Se dedica a encontrar todo tipo de objetos perdidos, incluyendo exmaridos que se han ido de juerga, y el periplo que realiza en esta novela por el oeste de Estados Unidos siguiendo el rastro de su presa es digno de pasar a la historia de la literatura junto a otros mitos del viaje. 

James Crumley
El último beso también es una novela extraña. Incómoda, a veces. Y muy divertida, también. Se nota que el autor siente una devoción especial por todos sus personajes. Creo que nunca olvidaré a esa chica llamada Betty Sue Flowers, capaz de brillar en cualquier ambiente y haciendo cualquier cosa, una chica de un atractivo irresistible que, ya desde niña, se sentía "como una princesa secuestrada por campesinos", zarandeada por una vida errática y dejando tras de sí colas de hombres dispuestos a matarse por una sonrisa suya. 


El contraste entre la belleza inaudita de algunas descripciones con la brutalidad de algunos pasajes me ha dejado con la boca abierta. Y de momento no quiero más. Necesito reponerme. Unos meses de tregua para descansar de esta sucia belleza. Unos meses de tregua para que Salamandra traduzca el siguiente título de esta serie y volver a Crumley con el cuerpo listo para otro atracón policiaco de la mejor literatura. 




lunes, 15 de febrero de 2021

LA HIJA DEL ESCRITOR

Después de que P. la disfrutara con sus ojos de profe de secundaria y mi madre la devorara con sus ojos de librera madre, esta novela cayó en mis manos casi por su propio peso. Me gusta mucho leer libros que les han gustado previamente a ellas. En cada capítulo voy rastreando las pistas, anotando mentalmente ideas que me llevan a ellas, sonriendo al descubrir el rasgo de algún personaje en el que sin duda han debido de verse reflejadas. Leyendo sus recomendaciones las leo a ellas, y así disfruto doblemente de la lectura.

Hace tiempo que llevo queriendo dedicarle más atención a la literatura juvenil. Y no sólo a las trilogías de literatura fantástica por las que siento una debilidad incurable, sino a la literatura más pegada a la vida actual, capaz de reflejar situaciones reales de este mundo con historias que dejen huella y que puedan llevar, además, a otros libros. La hija del escritor consigue todo esto. Es una novela en la que la intriga, la amistad, el amor y los conflictos entre padres e hijos se entrelazan con los personajes femeninos de las novelas de Galdós y se tiñen de un feminismo militante en el que no cuesta nada reconocerse. Y aunque sé que el final no apunta a que pueda haber una continuación, me he quedado con ganas de más, con ganas de seguirle la pista a este chica tímida con carácter de leona llamada María que no se arredra ante nada. 

Uno de los temas principales de la novela es el conflicto entre padres e hijos. La expectativas, las mentiras y la decepción que estas provocan. Me ha recordado a la última novela de Elena Ferrante, La vida mentirosa de los adultos, que trata el mismo tema también desde el punto de vista de una chica adolescente, aunque la autora italiana luego lo desarrolle por otro camino. Es un tema universal que siempre genera controversia. Y yo lo veo en la librería cada vez que una madre o un padre vienen con sus hijos buscándoles lecturas. Mientras que los padres buscan generalmente historias de amor o de misterio y casi siempre huyen cuando pronuncio palabras como muerte, filosofía o feminismo, los adolescentes se aferran a esas palabras con avidez, deseando que sean puertas que les permitan descubrir todo ese mundo del que sus padres se obstinan en protegerles. 

En esta novela, María es una chica de quince años que se expone a la debilidad de sus padres y se pregunta si no es injusto que ella tenga que ocuparse de ellos. ¿No son los padres los que deben ayudar a sus hijos? ¿Y qué puede hacer si esa ayuda no llega? ¿Renegar de ellos? ¿Enfurecerse, encerrarse en el victimismo? María decide que con quince años hace mucho tiempo que dejó de ser una niña, y que tratar de levantar del suelo a una madre depresiva no sólo es una muestra de amor sino una forma de reafirmar su lugar en el mundo, de decirle a todos que ya tiene la madurez suficiente para dar y no sólo recibir, y que esa entrega puede definir mejor quién es que cualquier otra decisión. 

Voy a recomendar mucho esta novela este año. Y lo haré hablando de secretos familiares, de Galdós y de feminismo. De que los adolescentes no son niños, y ni siquiera por comodidad suelen desear serlo. A ver qué cara me ponen los padres. La de sus hijos sé que con Rosa Huertas siempre será de curiosidad.




jueves, 11 de febrero de 2021

BICHOS Y DEMÁS PARIENTES

Parece facilísimo. Pasar la infancia y adolescencia junto a tu familia en una isla perdida del Mediterráneo, sin colegio, sin obligaciones, sin preocupaciones, debería ser un pasaporte directo a la felicidad y al gozo de infinitos placeres. Pero la verdad es que si no lo llevas dentro, no hay paraíso que nos transforme realmente por dentro. Hay que estar hecho de una pasta especial. Y, además, tener talento para transmitir alegría. Yo no sé cómo sería el pequeño de los Durrell en persona. Pero si poseía la mitad del encanto que se desborda de sus libros, debió de ser una persona verdaderamente excepcional. 

Al terminar hace un par de meses Mi familia y otros animales me quedé un poco huérfano. Quería más. Quería volver al sol de Corfú y sus mágicas noches cuajadas de luciérnagas. Quería reírme de nuevo con el esnobismo gruñón de Larry y las salidas extemporáneas de la inocente Margo. Oír la bocina de Spiro y las exquisitas explicaciones trufadas de puntos suspensivos de Teodoro. Quería volver a internarme en los olivos con el aliento expectante de Roger humedeciendo mis tobillos desnudos y descubrir una a una, con maravillada impaciencia, todas las maravillas que brotan de la naturaleza cada vez que Gerry abre los ojos y mira a su alrededor. 

Leer esta trilogía tiene algo de terapéutico. Es un paréntesis en nuestras vidas aceleradas, un remanso de silencio y placer. Un condensado de humor, belleza, entusiasmo, mordacidad, naturaleza, asombro, regocijo, poesía y más humor del que sales revitalizado, con nuevas energías y agradecido por el viaje.

Yo no sé cómo es Corfú hoy en día. Me muero por ir y al mismo tiempo no sé si de verdad quiero. No sé si quiero comparar ese paraíso que los libros de Durrell están construyendo en mi imaginación con los paisajes reales, temo no encontrar en ellos ningún espejo donde reconocer la belleza de esta ficción. Pero cada vez que termino un volumen de esta trilogía siento la llamada de algo que está muy lejos de aquí. La llamada de una tierra húmeda y olorosa, poblada por miles de pequeñas criaturas y bañada por un mar capaz de "tañer sus playas como un instrumento". Una llamada que me atrae como nos atraen las cosas buenas y sencillas que a veces perdemos de vista y que tanto necesitamos para ser felices. 


lunes, 8 de febrero de 2021

LAS DOS SEÑORAS GRENVILLE

"Padres suicidas, hermanos secuestrados, hijos internados en psiquiátricos, depravación, bebida, depresión, muertes en aviones estrellados, yates hundidos o caídas de caballos. Pero con cuánta elegancia se comportaban". 

Así habla de ellos Dominick Dunne, uno de los mejores cronistas de la alta sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Con admiración, con devoción y con toda la acidez que su amor por la clase inigualable de estos niños ricos le permite. Este es el tercer libro de Dominick Dunne que leo y no me canso. Nunca me canso de leer esa prosa hipnótica que envuelve a sus personajes como una bufanda de seda y les lleva en volandas de fiesta en fiesta, acercando el objetivo de su cámara lo suficiente para que cada personaje esplendoroso se convierta, como por milagro, en una persona de carne y hueso, tan vana, frágil y miserable como cualquiera. 

Esta es la historia de una chica de origen modesto (historia real, por cierto) que se casa con uno de los herederos más ricos de Nueva York, a pesar de tener a toda su familia política en contra, y que, no sólo consigue apaciguar las iras de esa suegra y esas cuñadas que la ven como una vulgar advenediza, sino que logra la hazaña de convertirse, por dentro y por fuera, en la mujer mejor vestida de Nueva York. Es decir, de convertirse en una de ellas, con el descarado atrevimiento de lograrlo por mérito propio y no por nacimiento. Lo cual, ya se sabe, es una afrenta que los que han nacido millonarios no perdonan fácilmente. 

Hace falta talento y mucha paciencia para penetrar tan rápido y tan profundamente en ese mundo tan impenetrable. "La intrusa de la familia se había convertido en su miembro más visible, eclipsando la vida social de su marido y sus cuñadas". Y Ann Grenville "ronroneaba de silencioso placer" al recortar artículo tras artículo de los cronistas de sociedad en los que reinaba ella y su glamour, ella y sus fiestas, ella y su marido, sin cuya presencia ninguna fiesta de la alta sociedad podía considerarse de verdad un éxito. 

Esta es una novela sobre la frivolidad y la elegancia. Y el arte necesario para perfeccionarlas. Dos valores despreciados por nuestra sociedad cada vez más igualitaria y utilitarista. Es una novela sobre las apariencias, también. Es fácil pensar, leyendo a Dunne, que ya no nos importan apenas las apariencias. Que la clase media se ha vuelto tan homogénea en su estética que qué más da lo que piensen los demás, ya casi nadie afortunadamente llama la atención. Pero creo que no es así. Nos preocupa muchísimo cómo nos ven, cómo nos leen y cómo nos escuchan. Y creo que seguimos siendo esclavos de la frivolidad de las apariencias, de una forma parecida a como lo son los personajes de Dunne. 

Los likes en redes determinan la vida social y los ingresos de millones de personas. Todos hemos sufrido alguna vez esa agonía llamada amor romántico (gracias, Hollywood; gracias, moral cristiana) en la que cedemos las riendas de nuestra autoestima al extraño sujeto de nuestra obsesión. Todos nos rendimos a los halagos y dejamos que modifiquen nuestra conducta y nuestros gustos porque es sencillamente adictivo que te digan cosas bonitas y cuantas más mejor. 

La novela de Dunne trascurre en los años cuarenta y cincuenta. Parece que han pasado siglos desde esas fiestas de la alta sociedad en las que hasta la forma de quitarse los guantes era analizada con lupa. Pero creo que aquella tiranía de las apariencias sigue con nosotros, rigiendo nuestra forma de vivir en sociedad: quizá nunca logremos vernos a nosotros mismos sin usar los ojos de los demás. Quizá, simplemente, no sea posible.




jueves, 4 de febrero de 2021

CLUNY BROWN (firma invitada)

“Pero ¿quién te crees que eres?” es la constante pregunta a la que se enfrenta Cluny Brown a lo largo de su corta vida. Ella cree que tiene clara la respuesta y le parece tan obvia que sigue sorprendiéndose cada vez que su entorno se la hace. Sin embargo, aunque ella sabe muy bien quién es, parece que es un enigma para sus tíos o sus patrones, cuando empieza a servir en una mansión en Devonshire.

Cluny Brown es una joven alta y desgarbada que actúa con una enternecedora inocencia y aparente ingenuidad, pero que tiene muy claro lo que quiere hacer en la vida. Por eso, no tiene inconveniente en entrar a tomar el té un día en el Ritz o acude a los avisos para arreglos de fontanería destinados a su tío. A su familia, en cambio, esto le parecen extravagancias de la joven y deciden atarla en corto.

Pero ¿cómo atrapar la ligereza y meterla en un frasco para conseguir que sea grave? ¿Cómo cortarle las alas a un pájaro que tiene tan claros sus deseos de volar? Y ¿por qué someterse a lo que todos esperan de una en lugar de tomar las riendas de la propia vida, lo que una sabe que es lo mejor para sí?

Esta novela, que termina convirtiéndose en una historia de amor inusual, es una pequeña llamada de atención sobre las libertades de su protagonista, muy bien entrado el siglo XX en Inglaterra. Retrata los últimos coletazos de una clase alta que debía ponerse el frac para la cena y en cuyos almuerzos necesitaban un mayordomo y varias sirvientas para hacerlo perfecto. Es una especie de llanto nostálgico de los antiguos usos sociales y un canto a la modernidad y a la extravagancia.

Cuando la familia Carmel recibe en su casa en el campo la visita de un profesor y escritor polaco perseguido por los nazis, extienden ante él toda la frivolidad de la clase alta británica. Él acepta encantado los halagos y el buen trato y cada vez va tomando más afición a esa casa y sus miembros, incluidas las visitas. Así, se van produciendo situaciones cómicas y la trama se va enredando poco a poco. Mientras tanto, Cluny, la genial protagonista, va descubriendo cuál es su lugar en el mundo tras haber sido expulsada, sin quererlo, de su vida londinense.

Esta novela tiene una fuerza muy especial porque sus protagonistas zarandean las costumbres establecidas y hacen tambalear el sistema de valores decimonónico ya en desuso en las grandes urbes y agonizante en los inicios de la década de los 40 en el campo. Su final, tan poco predecible, la hace fresca y chispeante y el humor que desprende toda ella es de lo mejor que me ha pasado en estos primeros días de este año que promete ser tan raro como el que dejamos atrás. 




lunes, 1 de febrero de 2021

UN AÑO DE BUENAS NOCHES

Cada estación del año tiene su personalidad. Cada una esconde una promesa, regala un tesoro y se guarda una semilla en la palma de la mano. Con ella, volverá a visitarnos cuando transcurra un año y acabe su largo sueño. 

Cada estación del año tiene un sueño distinto. La primavera sueña que da vida a raíces y semillas, y con la promesa de su aliento leve, los días de invierno se pasan más rápido. El verano sueña con que el sol le acaricie y le saque a bailar, y con su calor de flores abiertas, hace temblar de alegría las alas de las mariposas. El otoño sueña dentro de una manzana, recoge pacientemente los rayos de sol y "su pelo es una puesta de sol ardiente llena de silencio y tormenta". El invierno sueña en paisajes blancos que saben a hielo y canela y lana y madera, y sonríe porque atesora bajo su manto de nieve todo lo que el verano creía eterno. 

Cada estación del año se despierta cuando las otras tres duermen. Y se duerme cuando la siguiente recoge su relevo. Siempre es así, se van siguiendo en este juego de despertares y sueños. Como tú, que mientras escuchas esta historia estás despierto, pero pronto, muy pronto, estarás durmiendo.