lunes, 29 de noviembre de 2021

POR SI LAS VOCES VUELVEN

Ángel Martín es un tío gracioso. Me cae bien. Como no veo la tele, le conocí hace sólo unos meses en Twitter, a raíz del informativo en dos minutos que hace todos los días, hablando a toda máquina y mezclando churras con merinas a lo loco como si se fuera a acabar el mundo. Me suele acompañar mientras desayuno y la verdad es que mola. Es un chute de buen rollo que combina de maravilla con las tostadas. Ángel Martín también es un tío que tuvo un brote psicótico y que pasó por un infierno particular de varios años para recuperarse. Y ha escrito este libro para contar su experiencia. Y, sobre todo, para estar preparado por si las voces vuelven. 

Por momentos, sobre todo cuando describe la euforia de su locura, me ha recordado a la ciclotimia que cuenta el cómic Cara o cruz. Esa forma de bipolaridad que te lleva de la euforia a la depresión sin transición en una montaña rusa anímica invivible. Lo que el cómic tenía de imaginativo y tierno, el libro de Ángel lo tiene de divertido. Me admira una y otra vez su loquísima capacidad de reírse de sí mismo. Claro, es que se dedica a ello, es cómico, me digo. Pero aun así. Me alucina esa capacidad de desnudarse en un momento tan aterrador como ese y señalarse ante un público inmenso: mirad, así fue mi locura, así es como me volví loco. 

Pero, ¿qué es volverse loco? Para Ángel, volverse loco fue que de repente todo, absolutamente todo, empezó a significar algo profundo. Si alguien huele a café, fíate de él porque es una buena señal. Los sonidos agudos confirman que todo va bien. Los graves, que algo puede torcerse. Los colores, las letras, los espejos, la luna, el ritmo, todo cobra una dimensión trascendental. El mundo entero te está hablando a ti. Sólo tienes que escucharlo. Como el discurso de autoayuda de taza cuqui, pero cien veces más siniestro. 

Pero no es el cerebro desquiciado el que crea las señales. Las señales están ahí visibles para todos. El cerebro se limita a interpretarlas. Y lo hace siguiendo la lógica a la que tú le hayas acostumbrado. Siguiendo la historia o el contexto en los que te reconoces. Que no tienen que ser una historia y un contexto reconocibles para la mayoría. Y que se pueden desarrollar y retorcer a placer hasta que tu percepción de la realidad esté tan alejada de la de los demás que acabes en un hospital porque las voces han tomado el mando de tu vida. 

¿Qué es un brote psicótico? ¿Cómo se vive desde dentro? ¿Cómo afecta a los que te rodean? ¿Qué lleva a una persona normal a acabar viendo mensajes subliminales en las etiquetas del aceite de oliva o pensar que la gasolina es placebo? ¿Qué lleva a una persona a acabar en el ala de psiquiatría de un hospital, sedado y atado a una cama? Pero no, acabar no es el verbo adecuado. Porque ahí no acaba la historia. "En el hospital ocurre el fin de la locura, pero no la vuelta a la cordura. Eso es un proceso que hace uno en solitario cuando sale del hospital y teniendo que trabajar mucho". 

Por si las voces vuelven es un libro divertidísimo y aterrador sobre la necesidad de sentirse a salvo para poder hablar de salud mental. Con la naturalidad con la que hablaríamos de una luxación en la rodilla. Pero en la cabeza. Un problema que puede ser igual de doloroso y puñetero. O mucho, muchísimo peor. Pero, en todo caso, igual de natural. 



jueves, 25 de noviembre de 2021

EL JARDÍN DE LOS DIOSES

Es un privilegio. Vivir en un lugar especial y hacerlo tuyo para siempre. La mayoría hemos tenido un lugar así. O si no un lugar, un momento concreto, un tiempo en el que fuimos tan intensamente felices que la huella de esa felicidad permanece con nosotros sin borrarse, como un hoyuelo extra en la mejilla. Sin embargo, muchos olvidamos esos momentos. La vida nos lleva de un lugar a otro y se encarga de ir borrando todo rastro de memoria hasta que sólo queda la superficie lisa de la rutina. Pero para volver a nuestro jardín de los dioses particular, a veces basta con cerrar los ojos, parar el reloj del quehacer diario y recordar. O leer un libro de Gerald Durrell y partir con él en busca de aventuras descabelladas e irresistibles. 

Hay personas así. No conozco a muchas, pero sé que las hay. Personas que llevan su pequeño jardín de los dioses consigo a todas partes. Personas que fueron intensamente felices en algún momento temprano de sus vidas y que supieron preservar esa felicidad para que ninguna rutina la arrastrara y la engullera. Se les nota. En la librería a veces me topo con alguna, y procuro arrimarme a su conversación, tirarles del hilo para estar un ratito más disfrutando del pequeño paraíso que llevan consigo y del que a menudo son totalmente inconscientes. Las disfruto como se disfruta un paisaje hermoso y poco habitual. Como disfruto los libros de Gerald Durrell. 

Aquí termino mis viajes por Corfú, que ya ha pasado a ser para mí un paraíso de felicidad. Y poco me importa que el Corfú real sea hoy bien distinto. El Corfú imaginado es el que me quedo, con su felicidad pura y su infancia disfrutona en compañía de esa familia loca e inigualable. Gracias a P. por incitarme a este viaje literario. Y por compartir cada día su jardín de los dioses. 





lunes, 22 de noviembre de 2021

PROYECTO HAIL MARY

Me encanta no tener ni idea. Llegar a las cosas como lo hacen los niños, que lo devoran todo sin pararse a pensar si lo que les gusta encaja con lo que se supone que les debe gustar. Me encanta no tener ni idea de tradiciones culinarias y que mi gusto por las cosas dependa exclusivamente de los caprichos de mi paladar y no de una ortodoxa mezcla de ingredientes. Me encanta no tener ni idea de pájaros y quedarme extasiado ante las costumbres más comunes del más común gorrión. Y me encanta no tener ni idea de ciencia ficción y disfrutar como un enano cada vez que me embarco en alguna loquísima misión extraterrestre para salvar el mundo. 

Que el conocimiento especializado puede matar el disfrute lo descubrí en el grado superior de piano cuando, como espectador en los conciertos, pasaba mucho más tiempo alerta ante lo que podía disgustarme de otros músicos que disfrutando de su arte. Es como llegar de invitado a una casa y, antes de admirar los espacios, pasar discretamente el dedo por la superficie de cada mueble para comprobar si hay polvo. El conocimiento especializado nos vuelve obsesivos con la perfección. O con eso que llamamos perfección y que no suele ser más que manía y fanatismo. Desde entonces, hui de cualquier especialización en nada. Me olvidé del polvo en la encimera y me dediqué a disfrutar de los salones bonitos. Soy mucho más feliz no teniendo ni idea que sabiendo un sinfín de cosas. En mi caso, la sabiduría y el placer han demostrado ser una pareja desastrosa. 

Todo esto para decir que vaya novelón, este Proyecto Hail Mary. Me ha encantado. Puede que sea rematadamente buena. O bien soy yo, que no tengo ni idea y me entusiasmo con cualquier misión suicida extraplanetaria contada con gracia. Lo que sé es que he estado cinco días metido en una nave espacial viajando a la velocidad de la luz camino de otra galaxia para buscar astrófagos, (seres microscópicos extraterrestres que se alimentan de estrellas). Y que me he reído y me he emocionado y me he quedado hasta tardísimo pasando páginas porque, medio muerto de sueño, la vida extraterrestre en este libro seguía siendo mucho más magnética que mi almohada. La he leído con el entusiasmo puro de quien no ha aprendido aún a hacer depender su disfrute de ninguna convención. De quien no tiene ni idea de ciencia ficción. Y tan feliz. Ojalá nunca lo haga. 





lunes, 15 de noviembre de 2021

LA HIJA DEL TIEMPO

Descubrí a Josephine Tey este verano y decidí, sin pensármelo, que a todos mis futuros viajes me llevaría una novela suya. La felicidad hay que acompañarla con felicidad. Y con inteligencia, chispa, elegancia, ironía, ¡si es que Miss Tey lo tiene todo!

Después de Amar y ser sabio, he vuelto a ella con otra novela protagonizada por el inspector Alan Grant. Un Alan Grant que, en esta ocasión, permanece todo el libro recluido en una habitación de hospital donde se recupera de una caída aparatosa, y que me ha acompañado en una escapada maravillosa a San Sebastián y a la costa hasta Bayona. Saber que al volver de las peripecias del día me esperaban las peripecias de Grant era un aliciente casi a la altura de los paisajes y las comidas vascas. 

¿Y qué podrá investigar el bueno de Grant desde la cama de un hospital? Pues, la verdad, bien poco. Ni trabajo de campo, ni interrogatorios a testigos, ni inspecciones de la escena del crimen. Tumbado en una cama de la que no se puede levantar, no puede hacer nada. Y esa inactividad le empieza a afectar al estado de ánimo hasta que un día se encuentra con una reproducción de un retrato de un rey que le llama la atención. Esa expresión apesadumbrada, esa mirada noble y dolida, esa barbilla prominente, despiertan en él al detective famoso por ser capaz de distinguir a los culpables de un crimen solamente por la expresión facial. Y cuando descubre que el rey en cuestión es Ricardo III, y nada en su cara le cuadra con el personaje archimalvado de Shakespeare, se pone a investigar cuánto habrá de verdad y cuánto de mentira en la tradición que siempre le ha retratado como un asesino sin escrúpulos.

A partir de este momento, los diálogos se suceden con la chispa y el ritmo característicos de Josephine Tey, y la novela se vuelve una investigación histórica de un alcance sorprendente. Si la historia que aprendemos es en su mayoría el relato de los vencedores, ¿qué cantidad de mentiras contendrá? En una pirueta mental inesperada, las reflexiones de Alan Grant conectan con El peligro de la historia única, de Chimamanda Ngozi Adichie, y profundizan en los mecanismos de difamación que tienen los poderosos para perpetuar su poder. El vencedor de esta historia es Enrique VII, padre de Enrique VIII y primero de la dinastía Tudor, que accedió al poder asesinando a diestro y siniestro y lo consolidó acusando a Ricardo III de haber asesinado a sangre fría a sus sobrinos pequeños, los famosos Príncipes de la Torre, cuyo paradero sigue siendo un misterio. Entre esta acusación (seguramente) falsa de asesinato de hace cinco siglos y otras de hace pocos meses de políticos actuales hay una línea diáfana de poderosos demonizando al adversario para mantenerse en el poder. 

Sobre la falta de escrúpulos de los poderosos y la complicidad de los historiadores para dar por buenas sus versiones distorsionadas de la historia trata esta novela deliciosa, un divertimento encantador que, como siempre ocurre con las novelas de Josephine Tey, es mucho más profunda e incisiva de lo que su aparente ligereza parece mostrar. 

Nos vemos en mi próximo viaje, querida Josephine. Qué ganas tengo de que llegue. 






jueves, 11 de noviembre de 2021

FLORES SALVAJES

¡Tres niñas han sufrido un terrible accidente de avión! ¡Y han ido a parar a una isla desierta! 
¿Desierta? Eso habrá que comprobarlo. 

Las tres empiezan a investigar. ¿Habrá mariposas en la selva? ¿Y si también viajaban en el avión y se han estrellado como ellas? No, las mariposas no viajan en avión. 

Lo que sí encuentran son flores exóticas. Flores silvestres. Flores salvajes. Flores tan especiales que hablan. ¡Flores que hablan! ¡Flores que dicen que las niñas también son flores!

Lo que sí encuentran es un cartel. Un cartel que dice: Solo la realidad puede matar un dragón. ¿Solo la realidad puede matar un dragón? ¿Y eso qué significa? Sólo la selva lo sabe. 

Lo que sí encuentran es un gorila que vive en una cabaña diminuta en el tronco de un árbol. 
Y un dragón terrible terrible terrible cuya comida favorita son las flores salvajes. 
Y nieve que sabe a palomitas. 
Y una tristeza rara como de echar de menos a alguien sin saber a quién. 

Y es que la selva, y las flores salvajes, y las islas desiertas siempre te hacen sentir cosas especiales, aunque no las entiendas. 



lunes, 8 de noviembre de 2021

SALVAR VIDAS EN EL MEDITERRÁNEO

Desde tiempos inmemoriales, existe un código moral que obliga a rescatar a los náufragos. Ya los fenicios dejaron constancia de ello, aunque lo hicieran más por superstición (quién sabe si los muertos en el mar no volverían a la vida para perseguirlos en sus sueños) que por verdadera humanidad. Salvar vidas era lo lógico, lo sensato. Ya fueran amigos o enemigos. La identidad de los náufragos se disolvía por la propia urgencia de su rescate: eran simplemente personas al borde de la muerte que necesitaban ayuda. 

Hoy en día existe un Convenio Internacional para la Seguridad de la Vida Humana en el Mar (o SOLAS, acrónimo de la denominación inglesa Safety of Life at Sea), heredero de esa cultura milenaria, que obliga a cualquier barco a prestar socorro en el mar a quien lo necesite. Pero la voluntad de socorrer a los náufragos se está resquebrajando. La identidad de los que necesitan ayuda en el mar ya no se disuelve por la propia urgencia de su rescate: si no son de los nuestros, si no tienen papeles como los nuestros, si su piel es más oscura que la nuestra, entonces ¿por qué deberíamos ayudarlos? O peor: ¿por qué deberíamos dejar que otros los ayuden?

Hace un par de años, la mayoría de los dirigentes de extrema derecha europeos hicieron campaña en contra del salvamento marítimo de los inmigrantes. El presidente italiano llegó a cerrar los puertos italianos para que los barcos de rescate no pudieran dejarlos en tierra. Negar el socorro a los náufragos se ha vuelto moralmente aceptable para millones de personas que no tienen reparo en romper con un imperativo humanitario vigente desde tiempos inmemoriales ni miedo de que aquellos que mueran por su culpa les persigan en sueños. 

Con este panfleto íntimo contra el racismo, el escritor Sandro Veronesi ha querido alzar la voz contra esta inhumanidad. Alzar la voz y poner el cuerpo, ofreciéndose a participar en una de las misiones de Open Arms para denunciar que dejar morir a los náufragos nos envilece como sociedad, que llamar "chollo" y "crucero" a sus odiseas infernales es un insulto inaceptable propio de la ignorancia chulesca de un adolescente, que si no paramos esta espiral de odio y miedo al diferente, esta política abiertamente hostil a la acogida, terminaremos viviendo a merced de las mentiras y de la violencia de quien no sabe vivir sin enemigos. 




viernes, 5 de noviembre de 2021

HERMANITO -MIÑÁN-

Qué somos. 
Qué queremos. 
A qué aspiramos. 
Nos dan un papel para vivir y de repente somos personas con derechos. Nos lo quitan, y en algunas partes del mundo no valemos más que una vaca. 
Qué somos. Un papel. Una solicitud de asilo. Un sí o un no, que lo definen todo. 
Una mirada llena de sombra que busca salir de su bosque. 

"Detrás de nosotros no hay ningún futuro. He mirado y no hay". Y como no había futuro, Ibrahima salió de Guinea en busca de él. Y en busca de su hermano, que se había marchado hacia Europa buscándolo también. Buscando su futuro y a su hermano, Ibrahima cruzó el gran desierto. Fue capturado y vendido en los grandes mercados del ganado humano. Fue esclavizado y torturado. Fue perseguido por su acento y su color de piel. Encontró gente buena que le tendieron la mano, le dieron agua, le curaron sus heridas. Gente buena que también había mirado en sus vidas buscando un futuro y no lo había encontrado. Ibrahima llegó a España y se encontró con Amets, que recogió su historia. La recogió como otros recogen el agua en el desierto, con el cuidado con el que tratamos aquello que puede dar la vida. Y la escribió en este libro, con la voz de Ibrahima. Esa voz, ingenua y poderosa, veteada de humor y de poesía, que se queda vibrando en el aire cada vez que cierras el libro, respiras y miras lejos, muy lejos, y hacia dentro. 

Este libro te muestra una realidad conocida con palabras nuevas: 
"Cuando digo kiló la gente me corrige: kilómetro. Eso me pasa aquí, pero en África es distinto, allí nos gustan las palabras cortas. Si dices kilómetro el camino es más largo". 

Este libro habla de una esperanza tenaz, porque renunciar a ella es aceptar lo innombrable: 
"Desde que murió mi padre, yo soy responsable de lo que le pase. Si lo encuentro y le hablo con los ojos, sé que me escuchará y volverá a casa". 

Este libro es una plegaria: 
"A veces pienso: ¿Conseguiré olvidar todo esto? Porque la cabeza es como un armario, y para sacar una cosa del armario tienes que meter otra. Las cosas nuevas ocupan el lugar de las antiguas. Pero yo aquí, mientras deciden mi asilo, no hago nada. No tengo trabajo, no tengo amigos, no tengo cosas nuevas para meter en el armario. Mis recuerdos están ahí, no se mueven. Y me atacan todos los días". 

Qué somos. 
Qué queremos. 
A qué aspiramos. 
A Ibrahima no le han concedido la solicitud de asilo. Mientras tanto, sigue buscando su futuro. Un camino de luz en la profundidad de su bosque. 





martes, 2 de noviembre de 2021

REFUGIADO

Recuerdo las multitudes, la euforia. El pecho y la garganta vibrando con los decibelios de aquellos bafles gigantes que nos dejaban atontados y felices. Recuerdo las manos al cielo y miles de personas cantando a la vez. La emoción de aquellas canciones tan conocidas que en las bocas de tanta gente se volvían más grandes, más importantes, más definitivas. Había una sensación de comunión, de estar viviendo un momento único, miles de personas como una sola, con los ojos febriles y las manos levantadas como en una plegaria laica, con la piel de gallina gritando "somos distintos, somos iguales". 

Han pasado unos veinticinco años de aquel concierto de Celtas Cortos en la Casa de Campo de Madrid, pero lo recuerdo como si hubiera sido este verano. Y más después de haber leído esta estupendísima novela de Alan Gratz sobre la huida de tres adolescentes con sus familias en distintos lugares y épocas buscando una vida mejor, con la vida en un pañuelo, persiguiendo un sueño errante. Un judío en la Alemania nazi, una cubana en la crisis de 1994, un sirio en el éxodo de 2015. Los tres abandonan una vida destruida para tratar de empezar de cero en otro lugar. Los tres afrontan peligros inimaginables, los tres son perseguidos, maltratados por la justicia de los países por los que pasan, mal vistos en todas partes. Sus historias están separadas por décadas y continentes, pero acabarán entrecruzándose de una manera inesperada. 

Mientras leía esta novela sonaba en mi cabeza la canción del emigrante de los Celtas, y también en la cabeza de Alan Gratz debía de sonar música, pues en varias ocasiones compara su historia con una melodía. Si el viaje de estos tres adolescentes fuera una canción, ¿qué tipo de canción sería? ¿Un son cubano, con sus estrofas, su estribillo y su final triunfal? ¿O una fuga, con sus voces superpuestas que se imitan respondiéndose unas a otras sin llegar a resolverse nunca? ¿Su coda sería quedarse para siempre sin un hogar, tirando con su miseria para adelante? ¿Serían eternos refugiados, vagando de un campo a otro, ante las miradas desconfiadas de la gente?

Refugiado es una novela redonda. Tiene un ritmo imparable, está bien escrita y señala lo evidente: nuestras vidas están determinadas por el lugar donde nacemos. Y las fronteras, las leyes, la desconfianza, el racismo, la ignorancia y el egoísmo inhumano de los privilegiados que piensan que aislándose prosperarán mejor, no pueden nada contra la sencilla evidencia que ya nos ponía la piel de gallina hace veinticinco años a los miles de personas que, como una sola voz, cantábamos: "somos distintos, somos iguales".