martes, 22 de diciembre de 2015

TANIA VAL DE LUMBRE

Un delicioso relato que inaugura Nórdica Infantil, una editorial que se precia por la exquisitez en la publicación de sus libros.

La autora Maria Parr y unas preciosas ilustraciones de Zuzanna Celej recrean el mundo de Tania en Val de Lumbre, un valle paradisíaco en medio de montañas nevadas donde hay cabañas de viviendas tuteladas para mayores, un camping donde no se admiten niños porque hacen ruido, un bosque encantado, la ciudad a 63 kilómetros de distancia y donde, sobre todo, está Tania, con rizos pelirrojos que a veces nos recuerdan a Pippi Calzaslargas.

Tania vive con su padre porque su madre tiene un trabajo muy interesante a muchos kilómetros, relacionado con el calentamiento global de la Tierra y sus efectos en el polo Norte. Vuelve a casa de vez en cuando y entonces es una gran fiesta, pero no por eso Tania deja de echarla de menos. Para mitigar la nostalgia tiene a su padrino Gunnvald de 74 años, con quien es feliz compartiendo los trineos que fabrica y que ella prueba arriesgando muchísimo su integridad física.

Gunnvald esconde una vida anterior que no le ha contado a Tania y, de pronto, ocurren muchas cosas que desvelan situaciones insospechadas, acercándonos a unos valores que la sociedad actual nos pone en disyuntiva: los afectos filiales, su vulnerabilidad, la lealtad, la necesidad de afecto, de ternura...

Un libro ideal para regalar estas Navidades, sus 236 páginas se leen con fruición y sus lectores, como Tania, pueden tener diez años o noventa y nueve. Yo lo he disfrutado mucho y tengo setenta y dos.

(Recomendado por Isabel).


miércoles, 9 de diciembre de 2015

MANUELA CARMENA

He disfrutado tanto de esta entrevista como si hubiera participado en ella y he sentido el privilegio de impregnarme del optimismo, la vitalidad, el humor y la creatividad que desprende Manuela.

En 218 páginas hace un análisis de la política española desde la Transición hasta ahora, con una crítica constructiva de todos los partidos, especialmente de los de izquierda, pero no sólo eso: nos cuenta la situación social y el ambiente de la época de sus padres y abuelos, en aquel Madrid mísero en el que tuvo la suerte de nacer dentro de una familia acogedora de lo que entonces podía ser clase media. Temas tan interesantes como la educación emocional, la violencia de género, la filosofía de la felicidad, la sexualidad, la justicia universal y la involución de la ley de Zapatero del 2005 sobre la paz y el desarme, o la teoría de Concepción Arenal sobre las guerras, tan actual en este momento, los analiza con lucidez y perspectiva.

Su paso por la escuela de monjas de las Damas Negras francesas le ocasionó contradicciones como nos pasó a tantas de aquella generación que pertenecíamos a familias republicanas no creyentes y tuvimos que asistir a colegios que impartían religión. Su madre le había regalado un libro, "El Conde de Montecristo", y las monjas le dijeron que estaba prohibido. ¡Vaya dilema! Se vio obligada a quemarlo en la calefacción central de su casa, que tenía una rejilla.

Otra anécdota que cuenta me ha recordado cómo eran ciertas cosas en los años cincuenta. Tengo dos años más que Manuela y, como ella, estudié Comercio con 12 años. En mi caso, al año siguiente, con 13, ya estaba trabajando en las oficinas de una editorial, sin dejar de estudiar. También comparto su opinión respecto a un apunte que hace sobre la sexualidad y el desamor.

Me ha gustado su relato de su paso por el instituto, por la facultad de Derecho, su experiencia laboral como jueza en una época en la que pocas mujeres conseguían alcanzar puestos de responsabilidad, viviendo esa etapa efervescente en la que la juventud, al final del franquismo, se lanzó a probar nuevos modos de relaciones personales y emotivas porque a nuestra generación nada de lo de antes nos servía. Fuimos muy iconoclastas. La gente joven que trabaja ahora con ella se sorprende de que en aquella época de nuestra juventud había otro tipo de libertad mucho más divertida.

Volviendo a la actualidad, nos cuenta lo importante que es para ella conseguir que la gente se sienta que no es insignificante, que alguien no es indiferente a su situación, que se va a ocupar de ella. Ese sentimiento notas que lo traslada diariamente a su tarea como alcaldesa, recibiendo a toda persona que solicita una entrevista con ella, aunque esté de paso por Cibeles sin haber pedido citad previa.

No le importa desprenderse de los libros de su biblioteca si sabe que quien los recibe los va a leer, otra coincidencia que comparto con ella. En mi dedicación a los libros durante 60 años tengo una exigua biblioteca porque siempre me interesó más leer que tener.

Tiene mil ideas para resolver problemas cotidianos. Uno de sus proyectos es restaurar el Palacio de la Duquesa de Osuna en el Parque de El Capricho porque debajo existe un búnker de la época de la guerra civil y quiere convertirlo en museo. 

Su personalidad desprende dos características que se complementan, equilibrando su sentido justiciero con su bondad innata. Le gusta la soledad deseada y recuerda con cariño una excursión en bicicleta bordeando el Danubio. A mí, ella me recuerda aquella época añorada de Tierno Galván.

Este libro es una delicia que nos trasmite la serenidad, la vitalidad y el humor de esta mujer de 71 años que cuando se despierta por las mañanas siente alegría y unas ganas enormes de tomarse un café para salir a resolver problemas utilizando su ingenio y su creatividad.

Un precioso regalo de Navidad. 

(Recomendado por Isabel)


viernes, 4 de diciembre de 2015

VOCES DE CHERNÓBIL

26 de abril, 1986. Un reactor de la central nuclear de Chernóbil explota y produce una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia. En decenas de kilómetros a la redonda, la tierra queda contaminada, los animales enferman y mueren con extraños síntomas y los seres humanos no saben cómo reaccionar. Los gobiernos soviéticos de Ucrania y Bielorrusia eluden responsabilidades y en el Kremlin se establece un pacto de silencio. No ha pasado nada. Un incendio. Todo controlado. Sin embargo, a la gente del lugar los ojos le lagrimean y las gargantas le escuecen, la radiactividad arde en la ropa, en el agua, en las paredes y en la piel de los que no fueron advertidos del peligro. Algo pasa. Algo no está bien. En pocos días, los efectos de la radiación empiezan a cobrar forma: pérdida de sensibilidad en las extremidades, fiebre, piel supurante, ampollas, debilidad, pérdida del cabello, hemorragias espontáneas. Y ante el espanto de una enfermedad que no se ve ni se puede curar, una enfermedad que arde en el agua, en la tierra y en el aire, la gente no sabe qué hacer ni qué decir. Los gobiernos callan. La gente calla. Una calamidad innombrable, sobrecogedora, peor que cualquier guerra, ha venido para quedarse. Porque las guerras pasan, acaban. Y esto vive en nosotros. 

Aparte de la radiación, la gente de los alrededores de Chernóbil puede morir de muchas cosas: de frío, de hambre, de una fiera salvaje escapada, de soledad. Y de los propios pensamientos. Los habitantes de la ciudad evacuada echan de menos sus camas, sus cocinas, las puertas en las que, a lo largo de los años, fueron marcando con lápices de colores el crecimiento de sus hijos. Aún no saben que jamás podrán volver, ya que la radiación tardará, no décadas ni siglos, sino muchos miles de años en desaparecer del aire y los objetos. Los campesinos, en cambio, sí intuyen ese exilio definitivo al que el reactor incendiado los ha enviado y entonan un llanto colectivo y estremecedor por su querida tierra, ya para siempre envenenada. 

Chernóbil ha resucitado el olvidado léxico estalinista. Parece que hemos vuelto a 1937. Se vuelve a hablar de héroes, de salvación nacional, de gestas heroicas del imbatible pueblo ruso. Una catástrofe de este calibre necesita héroes. La gente quiere figuras ejemplarizantes. No interesa la verdad. Se reprimen las noticias. Se clasifican los informes. La medicina y la ciencia se someten al dictado de la política, que no puede permitirse un pueblo informado, porque entonces cundiría el pánico. Se castigan las preguntas y las protestas con penas de cárcel y se trata a la población como si fueran niños pequeños, dando instrucciones minuciosas y ridículas sobre cómo lavarse o medir la radiación. Y así, el socialismo soviético vuelve a sus orígenes, a aquella esencia que la Perestroika de Gorbachov estaba dejando en el olvido, a su funesta mezcla de prisión y jardín de infancia.

Svetlana Alexievich

Los comisarios políticos arengan a los miles de voluntarios que se han presentado para combatir el desastre. Liquidadores, los llaman. Y a eso van, a liquidar al enemigo. Hay que vencer, les dicen. Resistir y vencer. Y poco a poco, en grupos, y en turnos de pocos minutos para exponerse lo menos posible a la radiación, se suben a los tejados, retiran el grafito ardiente, cavan túneles, sellan fisuras. Allí donde los robots creados para reparar la central se paran, se averían y mueren con las entrañas quemadas, los fieles soldados soviéticos se afanan, corriendo con sus trajes inútiles y sus guantes de goma, funcionando sin problema. Hasta que vuelven a sus casas, tras meses de exposición constante al aire ardiente, y enferman. Y la fiebre les consume, en la cama. Y sus hijos les preguntan: papá, ¿qué ha pasado allí? Una guerra, hijo. Una guerra. Y quizá sigan oyendo las voces de los comisarios políticos lanzándolos al ataque: hay que vencer; resistir y vencer. Y quizá se pregunten: vencer, sí, pero ¿a quién? ¿Al átomo? ¿A la física? ¿Al cosmos?
Rusia no tendrá rascacielos como Estados Unidos ni seguros sociales como Europa, pero tiene héroes. Los pobres, tristes héroes de Chernóbil. Todos enfermos, desconcertados, todos vencidos por un enemigo invisible al que no se puede vencer. Un enemigo que ha penetrado en sus huesos y al que han pasado a pertenecer. Yo ya no soy bielorruso, dicen. Ni ucraniano. ni ruso. Soy de Chernóbil. Chernóbil, el estigma de una nacionalidad envenenada. De una guerra interminable. 

Svetlana Alexievich ha escrito un libro coral compuesto de las voces de la gente que sufrió directamente la catástrofe de Chernóbil. Voces, voces, voces. Atronadoras, gimientes, enfurecidas, sollozantes, serenas, enloquecidas. Voces que componen un mosaico inmenso, inabarcable en la diversidad de sus quejas, insoportable en la intensidad de su dolor.