jueves, 30 de junio de 2022

HIERBA

Impresiona constatar cómo los soldados de diferentes ejércitos, arrollados por la sinrazón de su trabajo, no contentos con matarse salvajemente unos a otros se han cebado siempre con las mujeres. Sobre ellas han descargado su furia, su terror, su frustración y sus instintos más animales y sádicos. "Mujeres de consuelo", las llamaban los soldados japoneses destinados a la Corea ocupada durante la segunda guerra mundial. Consuelo para ellos, infierno para ellas. Este cómic estremecedor cuenta la historia de una de ellas. 

Es la historia de una niña muy pobre en una familia de campesinos que apenas tienen para vivir. La esclavitud sexual atrapó a niñas y mujeres de todo tipo, pero las más vulnerables siempre fueron aquellas que no tenían un respaldo familiar y una educación que les abriera los ojos a la diversidad de oportunidades del mundo más allá de su familia. La esclavitud sexual puso en evidencia las desigualdades de clase, y la autora señala muy bien el desamparo terrible de la protagonista al pasar de familia de acogida en familia de acogida hasta que fue secuestrada por dos militares japoneses y encerrada en una "casa de consuelo".

Su caso no fue aislado. Miles de niñas y adolescentes coreanas fueron raptadas y encerradas en asentamientos militares para servir como criadas y esclavas sexuales durante la ocupación japonesa. Y, pese a la lucha durante décadas de multitud de mujeres coreanas para que el gobierno japonés aceptara su responsabilidad en este crimen de guerra, pidiera disculpas públicamente y las indemnizara por todo el daño ocasionado, aún siguen esperando. Japón nunca ha pedido perdón oficialmente por su responsabilidad. 



Hay ecos de Maus en estas páginas. La angustia de los campos nazis planea en los primeros planos de las caras de estas adolescentes encerradas que han abandonado toda esperanza. No hay violencia explícita. No hay cuerpos desnudos ni heridas abiertas. Hay un intento de ir más allá de la explicación gráfica del sufrimiento, de ir a la profundidad del dolor y representarlo mediante símbolos y alusiones que impacten y remuevan tanto como una imagen explícita. Hay delicadeza. Mucha naturaleza. Hojas de bambú bailando al viento. Campos y montañas. Cielos nocturnos. Hierba. Todo en un blanco y negro que a veces tranquiliza y otras se revuelve como un monstruo en una pesadilla. 

Las mujeres de esta historia son como la hierba. Hierba resistente al pisoteo de los hombres. Hierba que siempre renace en primavera. Que resiste al viento y a la nieve, que crece en los huecos, en los márgenes de la vida, y allí permanece, ocupando el espacio que puede, el espacio que la vida le otorga y que le pertenece. Hierba que se levanta tras cada golpe y que reclama calor, paz, dignidad y alegría. 








lunes, 27 de junio de 2022

EL REGRESO DEL SOLDADO

Esta es la historia de un paraíso perdido, de una belleza rota en mil pedazos. Una vida, como tantos millones de vidas, destruida para siempre por los horrores de la guerra. Con ecos del monumental Testamento de juventud, de Vera Brittain, describe el día a día de dos mujeres que esperan el regreso de un soldado, tratando de conservar intacta la perfección estética de una existencia hecha para ser acariciada y admirada. 

Y es que la prosa de Rebecca West acaricia y maravilla. Con sus frases ondulantes y sonoras, hechas de encaje y de metáforas que huelen como flores de verano al caer la noche, el mundo adquiere una belleza mágica, de pronto parece habitado por una música sutil que dota a todo de sentido. Y te atrapa en su delicada red y la belleza, la abrumadora belleza de las cosas más sencillas, se convierte en una aspiración, quizá la razón más poderosa para vivir.  

En esta novela hay personajes cuya amabilidad y bondad resultan tan llamativas que casi parecen atributos físicos, moldean la expresión de una cara casi tanto como la rectitud de una nariz o la carnosidad de una boca. Hay elegancia y sofisticación en cada párrafo. Hay mujeres exquisitas, de una elegancia absoluta y decorativa, desprovistas de apetito o de pasión, como flores blancas incólumes que se deslizan, flotando, sobre las negras aguas de la vida. Hay una belleza que parpadea y deja de existir de pronto, como una luciérnaga asustada, cuando ya no puede compartirse. 

Pero también hay enfermedad y hay guerra, como una sombra o una maldición que estropea la belleza de sus personajes, "una mancha que se extiende sobre el tejido de sus vidas". Y hay personajes que asumen, en un entorno de indiferencia y crispación, la misión de sostener viva la llama de la alegría y de la belleza, para mantener a raya la fealdad y alumbrar a los demás y alumbrarse a sí mismas en el laberinto de la vida. 

Como ya me pasó cuando leí La familia Aubrey, he vuelto a caer en el encantamiento de la prosa fluida y luminosa de Rebecca West y he leído esta novela con el mismo arrobo ensimismado con el que uno escucharía una versión delicada de las Variaciones Goldberg. Me ha gustado muchísimo la descripción de la amnesia del soldado como una forma de autodefensa ante una agresión que no puede soportar. Su mente se escabulle del dolor y se refugia en el olvido. Cercena inconscientemente una parte de su vida para que la agonía pare, como un cirujano corta una pierna para que la gangrena del pie no se extienda. De esta manera, intentar recuperar la memoria sería como recuperar la herida, volver al suplicio del pie gangrenado. Al final, por duro que sea, a veces el olvido es la única forma de conservar la cordura y la salud en tiempos de guerra. 

Rebecca West publicó esta novela con apenas veintiséis años, y es asombroso cómo consigue combinar una prosa bellísima que corta el aliento con un análisis psicológico tan profundo, especialmente si tenemos en cuenta que el tema de la neurosis de guerra era totalmente novedoso e inexplorado para la sociedad de la época. 




jueves, 23 de junio de 2022

OFENDIDITOS

¿Es lícito hacer chistes sobre minorías? ¿Reírse de los negros, los gays, los gitanos? ¿El humor debe ir contra el poderoso o puede ir también contra el débil? ¿Nos siguen haciendo gracia los chistes en máxima audiencia sobre mujeres maltratadas? 

El humor cambia a la vez que cambia la sensibilidad de la sociedad y sus preocupaciones. Hay gente que se queja porque piensa que antes éramos más libres de hacer chistes de cualquier cosa, y que nadie se enfadaba ni ofendía por reírse de gitanos y maricones. Pero quizá no se trate tanto de libertad como de que lo que hacía gracia en 1985 ya no hace gracia cuarenta años después. Igual que los chistes sobre judíos como malévolos conspiradores subhumanos dejaron de hacer gracia después de 1945. 

"Si el humor no tiene límites, todo chiste es un salvoconducto". Toda expresión artística puede tener también una carga ideológica. Que el humor la libere de toda responsabilidad o no es uno de los debates actuales sobre los límites de la libertad de expresión más interesantes de nuestro tiempo. 

Pero dejando a un lado el humor, Lucía Lijtmaer plantea en este breve ensayo una pregunta: ¿es lícito ofenderse ante algo que uno considera injusto? Cuando periodistas, analistas y políticos llaman ofendiditos a las personas que se ofenden ante un uso machista del lenguaje, o ante un chiste sobre mujeres maltratadas, están asociando la protesta a un intento de censurar una forma de expresarse políticamente incorrecta. Y por lo tanto, desligitiman esa protesta, la llaman puritana, y la criminalizan, vinculándola a la infantilización de la sociedad. 

"El ofendidito es objeto de mofa por blando, moralista y corto de miras". Es un ser demasiado frágil, demasiado especial, que necesita que le endulcen la realidad para no verla como realmente es. Al hacer hincapié en su carácter débil y feminizado, los que se mofan de los ofendiditos parecen dejar claro que lo que está en juego en realidad es su concepto de la masculinidad. La dureza machita de aceptar una broma sin pestañear. Porque los hombres no lloran, no se indignan. Los hombres de verdad hacen chistes de maricones pero no son homófobos porque todos tienen un amigo que es gay y no pasa nada. Los hombres de verdad no se ofenden. A menos, claro está, que un cómico se mofe de la bandera de España o de la monarquía. Entonces sí. Ofendidos todos. Pero con mayúsculas. Nada de diminutivos. 




lunes, 20 de junio de 2022

HEARTSTOPPER

Estamos acostumbrados a que las novelas de amor adolescente pongan el conflicto en el centro. Y más si cabe cuando los protagonistas no son heterosexuales. Acoso, violencia, marginación, trampas. Lo habitual es la denuncia del sufrimiento, la sinrazón de la homofobia. Una historia en la que el centro es el amor, y además un amor bonito, tierno, amable, considerado y dulce, es un soplo de aire fresco que reconforta. Y esta es una de ellas. Sin duda la historia de amor homosexual adolescente más bonita que he leído nunca. 

La adolescencia es el miedo a cómo nos ven los demás. La tiranía de las apariencias. Una tiranía tan potente que muchos no logran liberarse de sus ataduras en toda su vida. Heartstopper va de eso, de cómo nos ven. Y de lo que hay que luchar para que nuestra identidad no se defina por cómo creemos que debemos ser, sino por cómo queremos y necesitamos ser, al margen de las convenciones sociales y de lo que piensa la mayoría. 

Para ello, es vital la importancia de los referentes. Referentes homosexuales y bisexuales desde la adolescencia. Referentes de madres y padres que apoyan, entienden y saben lo que es mejor para la estabilidad de sus hijos. Referentes de relaciones saludables donde priman el respeto, la igualdad y el cariño. Referentes de profesores que no se esconden y hablan de orientación sexual en las aulas. Referentes de amor, amor sin trampas, en el que nos podamos reconocer todos, independientemente de nuestra orientación sexual. 

La visualización de las historias de amor LGTBI en la adolescencia es muy necesaria. Necesitamos más. Para que los referentes estén claros y sean normales y cotidianos para todos. Para que las personas LGTBI perciban su orientación e identidad sexuales con normalidad y para que el resto aprenda que la diversidad no solo no les amenaza, sino que puede inspirarles y emocionarles y hacerles llorar y reír. 

Heartstopper es una historia de amor en la que cabe todo un mundo. Un mundo hecho de palabras que afirman, que resuenan y se imponen una y otra vez al silencio persistente de los armarios. Porque, como dice un personaje, uno no sale del armario una vez y ya está. Cada vez que uno conoce a alguien nuevo, cambia de trabajo, se va de vacaciones, tiene que afrontar el vértigo de decir quién es. De salir del armario una y otra vez y exponerse a todo lo que eso puede suponer y que las personas heterosexuales no tendrán que vivir nunca. Uno se pasa la vida entera saliendo del armario. Y eso es porque la sociedad es una constructora obsesiva de armarios, intolerante con cualquier persona que no sea heterosexual. 

Tendremos un quinto volumen de Heartstopper en 2023, probablemente. Y qué ganas de leerlo. Y de seguir recomendándolo. Qué ganas de que cada vez haya menos adolescentes encerrados en los asfixiantes armarios fabricados por entornos que censuran los referentes del amor homosexual. 




jueves, 16 de junio de 2022

EL TÚNEL 29

No podía parar de leer. Pasaba páginas a toda velocidad y avanzaba por esta historia como poseído por un hechizo. Durante los últimos tres días, Helena Merriman me ha tenido en vilo, a cuatro metros bajo tierra cavando un túnel, cruzando fronteras criminales bajo nombres inventados, memorizando códigos secretos, deambulando por las ruinas de un Berlín devastado, apretando los dientes en los interrogatorios infames de la Stasi y viviendo al límite con misiones que en cualquier novela de espías resultarían del todo inverosímiles. Porque todo lo que cuenta El túnel 29 es verdad. Y hay ciertas verdades que siempre estarán por encima de cualquier ficción. 

La verdad es que, entre el 14 y el 15 de septiembre de 1962, veintinueve personas escaparon de Berlín Este a Berlín Oeste por un túnel de 135 metros excavado bajo el muro por estudiantes berlineses durante medio año. La verdad es que fue la fuga más numerosa desde la construcción del muro, trece meses antes, y supuso un humillación pública y mundial de la Stasi, que no se enteró de nada, y del gobierno comunista de la RDA. 

La verdad es la humedad dentro del túnel. Las filtraciones de agua que amenazan con derrumbarlo en cualquier momento. La verdad es el calor. La falta de aire. El dolor de cabeza. La presión en el pecho. La sensación de estar enterrados en vida durante ocho horas diarias, cavando. La verdad es el trajín de la calle a pocos metros por encima de sus cabezas. Diferencian los pasos de un hombre de los de una mujer. Les tiembla el cuerpo cuando pasa el tranvía. Escuchan hablar a los soldados alemanes que patrullan el muro, y entienden que si ellos los oyen, los patrulleros también pueden oírlos desde arriba. La verdad es una apuesta muy loca por la libertad que increíblemente salió bien. 

Pero el libro no se limita a recrear paso a paso la construcción del túnel. De una forma parecida a lo que hizo Patrick Radden Keefe en su estupenda crónica sobre el conflicto de Irlanda del Norte titulada No digas nada, Helena Merriman nos cuenta cómo despertó Berlín a la caída del Tercer Reich, qué desolación material y política dejó la guerra en la ciudad y sus habitantes y cómo se llegó a la construcción del muro en 1961. Todo ello siguiendo la historia personal de un estudiante llamado Joachim Rudolph que, después de escapar de Alemania Oriental al lado occidental, decidió aparcar sus estudios y dedicarse en cuerpo y alma a ayudar a más gente a huir de ese estado represor y sin futuro. 

El túnel 29 es la reconstrucción detallada y trepidante de una huida imposible. Es emocionante y espeluznante. Te hierve la sangre de rabia y a la vez te llena de esperanza por el arrojo de todas aquellas personas que arriesgaron su vida por ayudar a huir de la RDA a los berlineses que querían una vida mejor. La huida de la república, o Republikflucht, era uno de los peores delitos que podía cometer un ciudadano de la RDA. Se consideraba una traición a su patria. A los cómplices los torturaban en cárceles secretas de la Stasi mediante interrogatorios interminables y privación del sueño hasta que confesaban. Después los condenaban a años de prisión. Y a los prófugos que detenían mientras trataban de escapar les esperaba toda una vida entre rejas o la pena de muerte. 

Merriman cuenta que a pesar de la sensación de vigilancia constante, de falta de libertad, de peligro de ser castigado por algo tan nimio como orientar la antena de una radio hacia el otro lado de la frontera o contemplar el muro más tiempo del que cualquier policía considerara razonable; a pesar de todo el horror de la vida cotidiana en la RDA, eran las traiciones personales las experiencias más traumáticas de todas. Hijos que delatan a sus padres. Hermanos que se denuncian entre sí. Amigos vendidos por amigos. ¿Por qué lo hicieron, qué les llevó a traicionar la confianza de sus personas más cercanas sabiendo que las estaban condenando a una temporada de cárcel, torturas e incluso a la muerte? Miedo y paranoia, quizá. Chantaje. La Stasi se preocupó de amenazar tanto a la población, de llevarla al límite con su estado policial, que esta reaccionó dispuesta a lo que fuera por salvarse. Cuando uno se siente acorralado, nunca sabe qué estaría dispuesto a hacer para salvarse. Héroes hay muy pocos.  

Ahora que la guerra de Ucrania ha resucitado muchos fantasmas de la guerra fría y levantado muros de hostilidad y desconfianza entre Rusia y el resto de países europeos, este libro muestra la sinrazón de construir muros para dividir a la gente. Dejando la ideología aparte, Vlamidir Putin se parece un poco a Walter Ulbricht, el líder de la RDA que mandó levantar el muro de Berlín. Ojalá veamos el día que no haya más muros de hostilidad, desconfianza u hormigón entre las personas. 





lunes, 13 de junio de 2022

EL PELIGRO DE ESTAR CUERDA

Durante diez años fui a un colegio con una pedagogía que fomentaba muchísimo la creatividad. Allí, además de aprender los mismos contenidos teóricos básicos que enseñan en cualquier centro educativo tradicional, esculpí madera, piedra y metal, manejé sopletes, cosí disfraces, planté verduras, árboles y flores, construí pequeños muebles, actué en obras de teatro y musicales, toqué distintos tipos de flautas, instrumentos de percusión y de cuerda, dibujé y pinté y elaboré mis propios libros de texto, y de mis manos salieron un montón de cosas que sin duda he olvidado. En paralelo, por las tardes, iba al conservatorio a estudiar piano. Y me pasé la adolescencia escribiendo como un loco. Así que crear cosas siempre ha sido una actividad familiar para mí. Una forma natural de relacionarme con el mundo en la que no he pensado demasiado, quizá porque me resulta demasiado evidente. Creo que esa es la razón por la que me ha gustado tanto este libro de Rosa Montero. Porque pone palabras a ideas e intuiciones que siempre he tenido. Mientras lo leía, un enanito dentro de mí saltaba diciendo a cada página mira, mira, ahí estoy yo, eso es, ¡eso es!, lo has clavado, es que es tal cual, así lo siento, así lo pienso. 

Y eso no quiere decir que sea, como lo llama la autora, un yonqui de la intensidad. Y que si no escribo o pinto o toco el piano me siento peor, o me subo por las paredes y mi vida se convierte en el torbellino doloroso del síndrome de la abstinencia. Nunca he llegado a esa furiosa necesidad. Pero sí percibo el impulso de crear cosas como un rumor interno, una canción silenciosa que pugna por salir y que, si la dejo bloqueada mucho tiempo en su cajita, protesta indignada como las piernas de un montañero privadas de sus montañas. Es una energía continua que necesita salir por algún sitio. Necesita su ración de belleza periódica para vivir contenta. 

Y entiendo muy bien a los que necesitan crear para mantener la cordura. Crear como medio de supervivencia. Los artistas siempre han tenido fama de (entre otras muchas cosas poco halagadoras) caprichosos y vanidosos. Y, sin embargo, muchos de sus caprichos y vanidades se explican mejor como un resultado de sus trastornos mentales. Cuando la vida parece hundirse, crear le da un sentido. Es un consuelo y un pilar. Un refugio contra las peores tormentas. Una compañía para la soledad. Un salvavidas para una autoestima en peligro. Crear sirve para gobernar la multitud de personajes que hablan y opinan y manipulan la realidad e intentan imponer sus paranoias como sea en la mente de los artistas. A menudo sus obras son "delirios controlados para intentar apuntalar una realidad demasiado precaria". "Escribimos para que el brillo de lo extraordinario ciegue nuestros ojos y nos permita ignorar la oscuridad". 

El peligro de estar cuerda se suma a la ola de libros sobre salud mental que están llenando las mesas de novedades estos dos o tres últimos años. Conecta con Fármaco, de Almudena Sánchez, y con Por si las voces vuelven, de Ángel Martín, en la descripción de lo que pasa cuando uno sufre un trastorno mental. Lo primero que te quitan es la palabra, dice Rosa Montero. No hay lenguaje que te sirva para explicar lo que te pasa, porque las palabras solo reflejan la vida y lo que te pasa está en otra dimensión. Una dimensión desconocida y aterradora. Y ahí irrumpe la soledad. La soledad del que ha perdido el lenguaje que le conectaba con los demás y que no sabe cómo decirles que un monstruo innombrable le ha secuestrado y arrastrado a un agujero atroz sin salida. Es como tratar de explicarle a esa abuela que no ha salido nunca de su pueblo de Soria a qué sabe exactamente el curry. Pero en versión película de terror. 

"Sentirte loco es sentir que de algún modo ya no perteneces a la especie humana". Y poder crear, a menudo, es un salvavidas que te trae de vuelta a tus raíces. De esto trata este libro. De la creatividad como salvación para los artistas asediados por algún tipo de locura. Que son tantos. 



jueves, 9 de junio de 2022

CON LAS MANOS DESNUDAS

Fue una de las primeras cirujanas francesas en terminar la carrera de medicina y tener éxito en su consulta privada. Se formó reconstruyendo las caras desfiguradas de los soldados heridos en la primera guerra mundial. Luchó por el voto femenino y el bienestar de las mujeres. Ayudó a esconder y proteger a judíos fugitivos durante la ocupación alemana de París. Fundó en París uno de los primeros clubes feministas de Europa y fue la primera presidenta de la Federación Europea de Soroptimist International. A Suzanne Noël le dijeron que estaba dos veces loca: por querer ser cirujana plástica y por luchar por los derechos de las mujeres. Y su particular locura tuvo un enorme impacto en la medicina y el feminismo de su época. 

A pesar de provenir de una familia adinerada, su vida no fue nada fácil. Su primer marido murió durante la primera guerra mundial. Su segundo marido se suicidó después de que la hija de ambos muriera de gripe española. Y aun así siguió adelante con una entereza asombrosa y, si cabe, aún más combativa. 

Comparó el voto femenino con el derecho de las personas a tener un físico que les permitiera vivir en sociedad con normalidad. Entendió que las mujeres estaban sometidas a una dictadura de la imagen y que reconstruir un seno atrofiado o corregir las orejas de soplillo de un niño podía contribuir a mejorar sustancialmente la vida de la gente. Tras ver el estado psicológico de los soldados que volvían desfigurados del frente, fue una pionera en vincular la salud mental con la apariencia física y, por lo tanto, con las posibilidades terapéuticas de la cirugía estética. 

Esta novela gráfica, firmada por Leïla Slimani y dibujada por Clément Oubrerie, recrea de una manera magnífica la vida de Suzanne Noël. Una vida apasionante y admirable de una mujer que abrió caminos en el mundo de la medicina, de la cirugía plástica y de los derechos sociales para las mujeres. Que dignificó y humanizó la práctica de la medicina y, poco antes de morir, centró sus esfuerzos profesionales en operar a los presos supervivientes de los campos de concentración alemanes para borrar cicatrices, números tatuados en las muñecas, quemaduras y secuelas físicas de cualquier tipo. 





lunes, 6 de junio de 2022

PURGATORIO

"Nada bueno puede salir de la muerte. Nada ético y honesto puede florecer cuando lo riegas con sangre". 

Esta es una de esas historias que a la vez te dejan helado y te reconcilian con el mundo. Uno se pregunta cómo es posible que alguien justifique un asesinato por una idea, y también cómo es posible que un asesino decida intentar restañar la herida de su crimen, caiga quien caiga. Cuando la mayoría de los terroristas que nunca fueron localizados se esconden en sus vidas normales y callan lo que hicieron, lo valiente, lo increíblemente humano es dar un paso y decir fui yo. Yo maté en nombre de una idea. Podría seguir con mi vida porque nadie lo sabe. Podría ignorar los gritos de mi conciencia y dejar pasar el tiempo. Pero he decidido hablar porque no puedo más. Maté en nombre de una idea. Fui yo. Y me arrepiento. 

He leído esta novela escrita como un thriller con el estómago cerrado y el corazón acelerado. Me ha recordado, inevitablemente, a Patria, de Aramburu. Y también a Expiación, aquella novela portentosa de Ian McEwan ambientada a finales de los años treinta sobre un secreto familiar y su redención durante la guerra. Aquí el secreto es un asesinato cometido por un chaval idealista de veinte años que está convencido de que la construcción de su patria pasa por la violencia y los secuestros. Sin embargo, cuando le llega el turno de apretar el gatillo y vivir con las consecuencias, se da cuenta de que no puede seguir ese camino. Y se sale de la organización. Y no da ningún nombre cuando lo torturan en un cuartel de la guardia civil. Y trata de vivir su vida al margen de la violencia. Pero llega un momento en que no puede seguir ocultando lo que hizo. Su pasado se ha vuelto una carga tan pesada que necesita soltarla, contar lo que pasó, hablar con la policía, con la hija de su víctima y con quien haga falta para expiar su culpa y tratar de curar aquella herida. Aquella herida que, ahora comprende, no solo es su herida, sino también la herida de toda una sociedad dividida por la violencia. 

A pesar de los intentos diarios de revivir el pasado de muchos políticos que no dejan de hablar de terrorismo y de ETA en cada intervención, me da la sensación de que el conflicto vasco está cayendo en el olvido para las nuevas generaciones. Sigue habiendo zulos olvidados en los montes, cabañas que se caen a pedazos bajo cuyas ruinas yacen cajas mohosas que aun guardan viejas pistolas y paquetes de explosivos. Muchos terroristas que no fueron localizados siguen con sus vidas como si no hubieran hecho nada. Pero creo que la mayoría de los vascos llevan ya años mirando hacia un futuro distinto. Incluso antes de que ETA anunciara su disolución, la mayoría estaban ya hartos de una violencia en la que ya casi nadie creía. Y ahora, desde luego, piensan en aquellos tiempos como si pertenecieran a un pasado remoto, y en buena medida incomprensible, en el que un grupo de descerebrados pensaron que podían independizarse del estado español asesinando a gente. 

Pero esta es mi opinión. Mi forma de entender el relato. Y de esto trata también Purgatorio. De la lucha por el relato, por la idea que tendrán las nuevas generaciones sobre lo que significó aquel conflicto. De antiguos militantes de ETA obsesionados por lo que dirán en el futuro sobre ellos. Incapaces de aceptar su irrelevancia. Que la gente no tenga el menor interés en lo que ellos siguen considerando su lucha, su sacrificio, su misión. Incapaces de aceptar que aquella cruzada de salvación patriótica tan trascendente para ellos, hoy en día sea aprendida entre bostezos por adolescentes distraídos que las almacenan en su memoria como lejanas batallitas de abuelos que ya no importan a nadie. 

Hablar sobre el pasado es muy difícil. Aunque en las escuelas sean batallitas de abuelos, hay muchas heridas recientes que aún no han cicatrizado. Y en la novela Sistiaga lo cuenta muy bien. Ese pacto de silencio que hace que nadie quiera que el protagonista hable. Sus compañeros y jefes de la banda, porque les implicaría en un asesinato. Y los policías que le interrogaron, porque les implicaría en un delito de torturas. Nadie quiere que hable porque todos tienen mucha violencia que esconder. Y curar las heridas pasa por reconocer responsabilidades y culpas que muy pocos están dispuestos a asumir. 

"Nada bueno puede salir de la muerte. Nada ético y honesto puede florecer cuando lo riegas con sangre". Qué evidente parece. Y cuánto dolor han causado siempre quienes no lo ven así.