Esta es la historia de un paraíso perdido, de una belleza rota en mil pedazos. Una vida, como tantos millones de vidas, destruida para siempre por los horrores de la guerra. Con ecos del monumental Testamento de juventud, de Vera Brittain, describe el día a día de dos mujeres que esperan el regreso de un soldado, tratando de conservar intacta la perfección estética de una existencia hecha para ser acariciada y admirada.
Y es que la prosa de Rebecca West acaricia y maravilla. Con sus frases ondulantes y sonoras, hechas de encaje y de metáforas que huelen como flores de verano al caer la noche, el mundo adquiere una belleza mágica, de pronto parece habitado por una música sutil que dota a todo de sentido. Y te atrapa en su delicada red y la belleza, la abrumadora belleza de las cosas más sencillas, se convierte en una aspiración, quizá la razón más poderosa para vivir.
En esta novela hay personajes cuya amabilidad y bondad resultan tan llamativas que casi parecen atributos físicos, moldean la expresión de una cara casi tanto como la rectitud de una nariz o la carnosidad de una boca. Hay elegancia y sofisticación en cada párrafo. Hay mujeres exquisitas, de una elegancia absoluta y decorativa, desprovistas de apetito o de pasión, como flores blancas incólumes que se deslizan, flotando, sobre las negras aguas de la vida. Hay una belleza que parpadea y deja de existir de pronto, como una luciérnaga asustada, cuando ya no puede compartirse.
Pero también hay enfermedad y hay guerra, como una sombra o una maldición que estropea la belleza de sus personajes, "una mancha que se extiende sobre el tejido de sus vidas". Y hay personajes que asumen, en un entorno de indiferencia y crispación, la misión de sostener viva la llama de la alegría y de la belleza, para mantener a raya la fealdad y alumbrar a los demás y alumbrarse a sí mismas en el laberinto de la vida.
Como ya me pasó cuando leí La familia Aubrey, he vuelto a caer en el encantamiento de la prosa fluida y luminosa de Rebecca West y he leído esta novela con el mismo arrobo ensimismado con el que uno escucharía una versión delicada de las Variaciones Goldberg. Me ha gustado muchísimo la descripción de la amnesia del soldado como una forma de autodefensa ante una agresión que no puede soportar. Su mente se escabulle del dolor y se refugia en el olvido. Cercena inconscientemente una parte de su vida para que la agonía pare, como un cirujano corta una pierna para que la gangrena del pie no se extienda. De esta manera, intentar recuperar la memoria sería como recuperar la herida, volver al suplicio del pie gangrenado. Al final, por duro que sea, a veces el olvido es la única forma de conservar la cordura y la salud en tiempos de guerra.
Rebecca West publicó esta novela con apenas veintiséis años, y es asombroso cómo consigue combinar una prosa bellísima que corta el aliento con un análisis psicológico tan profundo, especialmente si tenemos en cuenta que el tema de la neurosis de guerra era totalmente novedoso e inexplorado para la sociedad de la época.
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