"Nada bueno puede salir de la muerte. Nada ético y honesto puede florecer cuando lo riegas con sangre".
Esta es una de esas historias que a la vez te dejan helado y te reconcilian con el mundo. Uno se pregunta cómo es posible que alguien justifique un asesinato por una idea, y también cómo es posible que un asesino decida intentar restañar la herida de su crimen, caiga quien caiga. Cuando la mayoría de los terroristas que nunca fueron localizados se esconden en sus vidas normales y callan lo que hicieron, lo valiente, lo increíblemente humano es dar un paso y decir fui yo. Yo maté en nombre de una idea. Podría seguir con mi vida porque nadie lo sabe. Podría ignorar los gritos de mi conciencia y dejar pasar el tiempo. Pero he decidido hablar porque no puedo más. Maté en nombre de una idea. Fui yo. Y me arrepiento.
He leído esta novela escrita como un thriller con el estómago cerrado y el corazón acelerado. Me ha recordado, inevitablemente, a Patria, de Aramburu. Y también a Expiación, aquella novela portentosa de Ian McEwan ambientada a finales de los años treinta sobre un secreto familiar y su redención durante la guerra. Aquí el secreto es un asesinato cometido por un chaval idealista de veinte años que está convencido de que la construcción de su patria pasa por la violencia y los secuestros. Sin embargo, cuando le llega el turno de apretar el gatillo y vivir con las consecuencias, se da cuenta de que no puede seguir ese camino. Y se sale de la organización. Y no da ningún nombre cuando lo torturan en un cuartel de la guardia civil. Y trata de vivir su vida al margen de la violencia. Pero llega un momento en que no puede seguir ocultando lo que hizo. Su pasado se ha vuelto una carga tan pesada que necesita soltarla, contar lo que pasó, hablar con la policía, con la hija de su víctima y con quien haga falta para expiar su culpa y tratar de curar aquella herida. Aquella herida que, ahora comprende, no solo es su herida, sino también la herida de toda una sociedad dividida por la violencia.
A pesar de los intentos diarios de revivir el pasado de muchos políticos que no dejan de hablar de terrorismo y de ETA en cada intervención, me da la sensación de que el conflicto vasco está cayendo en el olvido para las nuevas generaciones. Sigue habiendo zulos olvidados en los montes, cabañas que se caen a pedazos bajo cuyas ruinas yacen cajas mohosas que aun guardan viejas pistolas y paquetes de explosivos. Muchos terroristas que no fueron localizados siguen con sus vidas como si no hubieran hecho nada. Pero creo que la mayoría de los vascos llevan ya años mirando hacia un futuro distinto. Incluso antes de que ETA anunciara su disolución, la mayoría estaban ya hartos de una violencia en la que ya casi nadie creía. Y ahora, desde luego, piensan en aquellos tiempos como si pertenecieran a un pasado remoto, y en buena medida incomprensible, en el que un grupo de descerebrados pensaron que podían independizarse del estado español asesinando a gente.
Pero esta es mi opinión. Mi forma de entender el relato. Y de esto trata también Purgatorio. De la lucha por el relato, por la idea que tendrán las nuevas generaciones sobre lo que significó aquel conflicto. De antiguos militantes de ETA obsesionados por lo que dirán en el futuro sobre ellos. Incapaces de aceptar su irrelevancia. Que la gente no tenga el menor interés en lo que ellos siguen considerando su lucha, su sacrificio, su misión. Incapaces de aceptar que aquella cruzada de salvación patriótica tan trascendente para ellos, hoy en día sea aprendida entre bostezos por adolescentes distraídos que las almacenan en su memoria como lejanas batallitas de abuelos que ya no importan a nadie.
Hablar sobre el pasado es muy difícil. Aunque en las escuelas sean batallitas de abuelos, hay muchas heridas recientes que aún no han cicatrizado. Y en la novela Sistiaga lo cuenta muy bien. Ese pacto de silencio que hace que nadie quiera que el protagonista hable. Sus compañeros y jefes de la banda, porque les implicaría en un asesinato. Y los policías que le interrogaron, porque les implicaría en un delito de torturas. Nadie quiere que hable porque todos tienen mucha violencia que esconder. Y curar las heridas pasa por reconocer responsabilidades y culpas que muy pocos están dispuestos a asumir.
"Nada bueno puede salir de la muerte. Nada ético y honesto puede florecer cuando lo riegas con sangre". Qué evidente parece. Y cuánto dolor han causado siempre quienes no lo ven así.
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