No podía parar de leer. Pasaba páginas a toda velocidad y avanzaba por esta historia como poseído por un hechizo. Durante los últimos tres días, Helena Merriman me ha tenido en vilo, a cuatro metros bajo tierra cavando un túnel, cruzando fronteras criminales bajo nombres inventados, memorizando códigos secretos, deambulando por las ruinas de un Berlín devastado, apretando los dientes en los interrogatorios infames de la Stasi y viviendo al límite con misiones que en cualquier novela de espías resultarían del todo inverosímiles. Porque todo lo que cuenta El túnel 29 es verdad. Y hay ciertas verdades que siempre estarán por encima de cualquier ficción.
La verdad es que, entre el 14 y el 15 de septiembre de 1962, veintinueve personas escaparon de Berlín Este a Berlín Oeste por un túnel de 135 metros excavado bajo el muro por estudiantes berlineses durante medio año. La verdad es que fue la fuga más numerosa desde la construcción del muro, trece meses antes, y supuso un humillación pública y mundial de la Stasi, que no se enteró de nada, y del gobierno comunista de la RDA.
La verdad es la humedad dentro del túnel. Las filtraciones de agua que amenazan con derrumbarlo en cualquier momento. La verdad es el calor. La falta de aire. El dolor de cabeza. La presión en el pecho. La sensación de estar enterrados en vida durante ocho horas diarias, cavando. La verdad es el trajín de la calle a pocos metros por encima de sus cabezas. Diferencian los pasos de un hombre de los de una mujer. Les tiembla el cuerpo cuando pasa el tranvía. Escuchan hablar a los soldados alemanes que patrullan el muro, y entienden que si ellos los oyen, los patrulleros también pueden oírlos desde arriba. La verdad es una apuesta muy loca por la libertad que increíblemente salió bien.
Pero el libro no se limita a recrear paso a paso la construcción del túnel. De una forma parecida a lo que hizo Patrick Radden Keefe en su estupenda crónica sobre el conflicto de Irlanda del Norte titulada No digas nada, Helena Merriman nos cuenta cómo despertó Berlín a la caída del Tercer Reich, qué desolación material y política dejó la guerra en la ciudad y sus habitantes y cómo se llegó a la construcción del muro en 1961. Todo ello siguiendo la historia personal de un estudiante llamado Joachim Rudolph que, después de escapar de Alemania Oriental al lado occidental, decidió aparcar sus estudios y dedicarse en cuerpo y alma a ayudar a más gente a huir de ese estado represor y sin futuro.
El túnel 29 es la reconstrucción detallada y trepidante de una huida imposible. Es emocionante y espeluznante. Te hierve la sangre de rabia y a la vez te llena de esperanza por el arrojo de todas aquellas personas que arriesgaron su vida por ayudar a huir de la RDA a los berlineses que querían una vida mejor. La huida de la república, o Republikflucht, era uno de los peores delitos que podía cometer un ciudadano de la RDA. Se consideraba una traición a su patria. A los cómplices los torturaban en cárceles secretas de la Stasi mediante interrogatorios interminables y privación del sueño hasta que confesaban. Después los condenaban a años de prisión. Y a los prófugos que detenían mientras trataban de escapar les esperaba toda una vida entre rejas o la pena de muerte.
Merriman cuenta que a pesar de la sensación de vigilancia constante, de falta de libertad, de peligro de ser castigado por algo tan nimio como orientar la antena de una radio hacia el otro lado de la frontera o contemplar el muro más tiempo del que cualquier policía considerara razonable; a pesar de todo el horror de la vida cotidiana en la RDA, eran las traiciones personales las experiencias más traumáticas de todas. Hijos que delatan a sus padres. Hermanos que se denuncian entre sí. Amigos vendidos por amigos. ¿Por qué lo hicieron, qué les llevó a traicionar la confianza de sus personas más cercanas sabiendo que las estaban condenando a una temporada de cárcel, torturas e incluso a la muerte? Miedo y paranoia, quizá. Chantaje. La Stasi se preocupó de amenazar tanto a la población, de llevarla al límite con su estado policial, que esta reaccionó dispuesta a lo que fuera por salvarse. Cuando uno se siente acorralado, nunca sabe qué estaría dispuesto a hacer para salvarse. Héroes hay muy pocos.
Ahora que la guerra de Ucrania ha resucitado muchos fantasmas de la guerra fría y levantado muros de hostilidad y desconfianza entre Rusia y el resto de países europeos, este libro muestra la sinrazón de construir muros para dividir a la gente. Dejando la ideología aparte, Vlamidir Putin se parece un poco a Walter Ulbricht, el líder de la RDA que mandó levantar el muro de Berlín. Ojalá veamos el día que no haya más muros de hostilidad, desconfianza u hormigón entre las personas.
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