En la primavera de 1944 en la isla de Creta, bajo la ocupación alemana, tuvo lugar una de las aventuras más pintorescas de la segunda guerra mundial. Paddy y Billy, dos oficiales británicos, con la ayuda de un reducido grupo de partisanos cretenses, lograron secuestrar al general nazi a cargo de la isla, sortear las patrullas alemanas durante casi tres semanas, y llevarlo hasta El Cairo para entregarlo como prisionero a las fuerzas aliadas. Patrick Leigh Fermor y William Stanley Moss tenían veintinueve y veintidós años respectivamente. Este último había participado en la campaña del desierto y era casi un veterano ya, pese a su edad. Un veterano, y un escritor fantástico, como demuestra en este breve libro en el que cuenta, como si fuera una novela de espías, cómo secuestraron al general nazi y burlaron una y otra vez la persecución de decenas de miles de soldados alemanes enviados tras ellos.
Lo primero que me cautivó de esta historia fue el amor por el paisaje y las costumbres de los cretenses en las descripciones, que me recordaron inmediatamente a la trilogía de Corfú de Gerald Durrell. Y es que desde la primera página estás allí. En Creta, una isla donde el tiempo parece haberse detenido y a la vez fluye sin fronteras entre el pasado y el presente. Donde las venganzas tribales son parte de la vida cotidiana y la hospitalidad es una ley milenaria tan omnipresente como las montañas.
¿Cómo se puede escribir así con veintidós años? Guerrilleros adustos y extremadamente hospitalarios, paseándose por los pueblos con fanfarronería de piratas. Hombres llenos de "fogosidad, agallas y, por encima de todo, una disposición para encontrar el punto humorístico en cualquier cosa o situación". Guías que cuentan las distancias no en kilómetros ni en horas, sino en lo que tardan en fumarse un cigarrillo (para llegar al siguiente pueblo quedan..., ¿cincuenta cigarrillos?). Quizá para conseguir escribir así estas peripecias encantadoras que resultarían inverosímiles en tiempos de paz hace falta estar hecho de una pasta especial, haber viajado por medio mundo con apenas veinte años, llevar dos años luchando en el desierto, la mochila cargada de volúmenes de Shakespeare y Tolstói junto a la cantimplora y las pistolas, y vivir la vida como si fuera una inmensa y arrebatadora aventura.
Después de leer este libro, yo, que siempre he sido tan poco guerrero como religioso, me uniría sin dudarlo a una misión tras las filas enemigas si fuera en la compañía de Billy y Paddy. ¡Me han enamorado! Mirad, mirad cómo termina la nota que les dejaron a los nazis dentro del coche en el que iba el general secuestrado: "¡Esperamos volver a verles pronto! Y lamentamos tener que abandonar un coche tan bonito". Dos veinteañeros británicos encerrados en una isla, se llevan prisionero al general de cuarenta mil soldados nazis cabreados delante de sus narices, ¡y se permiten sacarles la lengua con recochineo!
Con su desenfado efervescente, el afecto que se demuestran entre sí, el cariño y el reconocimiento hacia los pastores cretenses que les llevan comida a sus escondites y les descubren imposibles caminos de cabras por los que burlar la vigilancia de los nazis, Paddy y Billy convertirían a cualquier ateo pacifista en un devoto guerrillero. ¿Misión casi imposible? ¿Altísimo riesgo de muerte? ¿Diversión y adrenalina aseguradas? ¡Vamos allá!