El término es novedoso pero la realidad que define es tan vieja como el mundo. La sensación de miedo, rechazo o aversión a los pobres la hemos experimentado alguna vez, a lo largo de la historia, la inmensa mayoría de las personas que no sufrimos pobreza. Está tan metida en nuestra forma de pensar, tan imbricada en lo que somos, que hasta hace pocos años ni siquiera teníamos una palabra para definirla. La confundíamos con la xenofobia o el racismo sin darnos cuenta de que no rechazamos a las personas por su origen o su aspecto, sino, con mucha más frecuencia, por su falta de riqueza. A los extranjeros ricos los acogemos con los brazos abiertos: son turistas que nos enriquecen. A los pobres, con rechazo inmisericorde: son inmigrantes que nos amenazan. Nuestra hospitalidad se basa, no en la cortesía, la generosidad o la empatía, sino en la posibilidad de un beneficio. Al juzgar a los extranjeros en función de su riqueza olvidamos que el volumen de su patrimonio no los hace más o menos humanos que nosotros. Olvidamos que la compasión y el compromiso con los que tienen menos que nosotros es un deber cívico y político, no sólo porque una sociedad más igualitaria e inclusiva es una sociedad más próspera y con más oportunidades para todos, sino porque erradicar la pobreza es un imperativo ético al alcance de aquellos que tengan voluntad política para hacerlo.
Hasta los años setenta del siglo XX no existía una palabra para definir el rechazo a los homosexuales. Al no existir la palabra, el problema era más difuso, más difícil de señalar, de identificar y de combatir. La importancia de definir patologías mediante conceptos claros es vital para erradicarlos. ¿Cómo puedo salir de una depresión si no soy capaz de poner palabras a lo que siento? Con las patologías sociales, como la homofobia o la aporofobia, sucede lo mismo. Y el poder contar con esta última palabra para definir y combatir el rechazo a los pobres se lo debemos a la autora de este libro, la filósofa Adela Cortina, que ya en 1996 empezó a usarla en artículos periodísticos y está extendiendo su uso a todos los ámbitos de la sociedad hasta el punto de haber sido elegida palabra del año 2017 por la Fundación del Español Urgente.
Hoy en día hay unas cuarenta mil personas sin hogar en España. Una de cada tres ha sido insultada o ha recibido un trato vejatorio alguna vez por su condición. Una de cada cinco ha sido agredida. El 85% de los agresores son menores de treinta años. El 93% son hombres. Hombres que se creen con derecho a denigrar a otras personas, a dañarlas física y moralmente, a privarlas de su autoestima, de la palabra y del acceso a la participación pública por el simple hecho de ser pobres. Estos hombres están en las universidades, en las empresas, en la política, son los que vienen a comprar un libro o te sostienen la puerta del portal por las mañanas o te reciben en la comisaría cuando vas a renovar el DNI o a denunciar un robo. ¿Cómo animar a las víctimas a denunciar delitos de aporofobia cuando es la propia policía, tan a menudo, la que se ensaña contigo por ser pobre?
En los últimos años la aporofobia está creciendo en Europa. Desde que empezó la crisis de los refugiados, y en especial desde 2011, tras el inicio de la guerra de Siria, ha subido el apoyo ciudadano a los partidos nacionalistas xenófobos (aunque deberíamos decir sobre todo aporófobos) en la mayoría de países europeos. La presidencia de Trump también es un síntoma espantoso de esta deriva de los valores humanitarios. Pero, ¿por qué ese rechazo a los pobres? ¿De dónde viene?
Adela Cortina |
Adela Cortina señala que la razón principal por la que excluimos a los pobres es su incapacidad de devolver lo que reciben. Nuestra sociedad capitalista está basada en el intercambio y la inversión. Desde nuestros pequeños gestos cotidianos, pasando por el comercio hasta nuestro sistema de impuestos, todos esperamos algo a cambio de lo que damos. Y creo que estamos olvidando una cuestión fundamental: ¿qué nos hace humanos? ¿Son los conocimientos, la riqueza, los valores, las expectativas? Adela Cortina argumenta que, por encima de todo, nos hace humanos la capacidad de dar algo a cambio de nada. El altruismo instintivo. La decisión de proteger a un ser humano que no conocemos por el simple hecho de que merece la misma protección que nosotros. Reconocer en el otro nuestro igual. Y actuar en consecuencia.
Esta idea es revolucionaria. Nadie piensa así por instinto. Hay que aprenderlo. Si la gente aprendiera una ética de la compasión y de la generosidad, y actuara en consecuencia, habría mucha menos desigualdad y conflictos en el mundo y en las relaciones personales. Cada vez que hacemos algo por alguien estamos creando una expectativa de recibir algo a cambio. Puede ser eso mismo que hemos dado, mucho más, o un simple gracias. Pero siempre esperamos algo. Dar sin esperar nada, es decir, desactivar el resorte de la expectativa, es la revolución ética necesaria para luchar eficazmente contra la aporofobia. Desde la escuela, las empresas, las instituciones, los medios de comunicación y la política.
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