lunes, 26 de octubre de 2020

EL ESPEJO DE NUESTRAS PENAS

Qué bien me lo paso con Lemaitre. Y qué final para su trilogía de entreguerras. Tras Nos vemos allá arriba y Los colores del incendio, novelas en las que la sed de venganza es el motor que espolea a los personajes a idear los planes más descabellados, me esperaba de esta tercera novela un ajuste de cuentas apoteósico. Y más aún teniendo en cuenta que el incendio premonitorio del que trataba la novela anterior era la segunda guerra mundial, cuyo fuego ya se intuía como telón de fondo, y sabiendo que toda la acción se sitúa en la invasión alemana de Francia en los meses de mayo y junio de 1940. Pues no. Lemaitre me ha vuelto a sorprender con una novela con toques picarescos, divertida y coral, una novela de redención, sí, pero en absoluto oscura y malvada como las anteriores. El espejo de nuestras penas es una novela luminosa sobre la búsqueda de un hogar, sobre cómo se transforma (y transformamos voluntariamente) nuestra identidad con el paso del tiempo y sobre cómo, en medio de un naufragio social sin precedentes, la decencia puede ser la balsa que nos salve.

Mi madre no lee a Lemaitre porque piensa, con razón, que sus novelas son violentas y crudas. Que disfruta explorando los abismos más tenebrosos y putrefactos del alma humana y que, con este mundo tan desquiciado que tenemos, una ya no está para meterse en tales inmundicias. Pero creo que esta novela le gustaría. Y lo primero que haré mañana será recomendársela. Le diré: mamá, no dejes de leerla. Sí, ya sé que es Lemaitre, sí, pero aquí no hay monstruos, o si los hay siempre se les puede salvar o convertir. Aquí hay mucho amor y muchas aventuras. Hay una infancia desgraciada por una madrastra malísima de cuento. Hay dos amistades improbables que guían hacia la luz toda la novela. Y sí, es verdad que hay guerra y un país desgarrado por millones de refugiados cuya huida del avance alemán por las carreteras del sur de París es el terrible espejo de la pena de toda una nación. Pero también hay un cocinero gordo tan encantadoramente gruñón que sólo podía ser parisino. Y hay, sobre todo, una constante voluntad de maravillar al lector con la inagotable capacidad humana para reinventarse hasta coquetear con la impostura.

Mañana, cuando la vea, se quite la mascarilla con gesto impaciente y me abrace como cada día, le diré: olvídate de todo y lee esta novela. Sé que me harás caso, mamá. Y que la empezarás con frenesí, como empiezas cada cosa en la vida, y que buscarás la flecha del escalofrío y la maravilla esa de la que hablo en cada página, y que las encontrarás. Y que a lo mejor algún pasaje se te hará largo o te faltarán capítulos de ese personaje o aquel otro tan maravilloso que sin duda podrían haber tenido más protagonismo. Y también sé que luego la comentaremos y te reconciliarás un poco con los monstruos de Lemaitre y hablaremos de las guerras y los naufragios y las balsas que nos salvan. Y del frenesí, claro que sí, hablaremos del frenesí que lleva Lemaitre en la sangre y tú también, ese que a ti te lleva volando por la vida desde hace siete décadas, y que a un personaje de este libro le empuja a hacer cosas que estoy seguro que han poblado más de una vez tus sueños más felices. 



jueves, 22 de octubre de 2020

LOS CHICOS DE LA NICKEL

Vaya novelón. 

Ya me impresionó su anterior novela, El ferrocarril subterráneo, en la que Colson Whitehead nos llevaba por las rutas clandestinas que ayudaban a los esclavos negros del sur de Estados Unidos a escapar a los estados del norte en el siglo XIX. Como aquella, Los chicos de la Nickel también es un homenaje vibrante a esa minoría de hombres y mujeres que prefirieron la muerte casi segura a una vida entera de esclavitud. Que sufrieron persecuciones, chantajes, violaciones, torturas, apaleamientos y violencias de todo tipo por el color de su piel y que, pese a todo, siguieron adelante en busca de un sueño que consideraban legítimo. Ese sueño estaba inscrito en mármol en la constitución de su país. Ese sueño decía que todos los hombres habían sido creados iguales, y que todos tenían derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Todos los hombres. ¿No eran ellos hombres, acaso?

Un homenaje vibrante y una defensa encendida de la dignidad como refugio, la dignidad como única forma de sobrevivir al infierno. Estamos en la década de los años sesenta, la década de los autobuses por la libertad, de las sentadas pacíficas, de los discursos que inspiraron a tantos, de la posibilidad, tan poderosa y tan ingenua, de que el amor pudiera triunfar contra el racismo. Elwood es un chico negro que confía en que su acceso a la universidad pueda romper con las convenciones marcadas por el color de su piel y por su clase social. Pero el día que va a hacer la matrícula, la mala suerte y el racismo institucional se cruzan en su camino y lo envían a la Nickel, un reformatorio con un método educativo que esconde una trastienda tenebrosa. 

Esta es una novela contundente, importante y durísima sobre la educación, el respeto y la memoria. Sobre la posibilidad, y a menudo sobre la necesidad, de mantener siempre la cabeza bien alta, “aunque las consecuencias acechen en esquinas oscuras al llegar a casa”.

Medio siglo después de aquella década gloriosa que parecía poner punto y final a siglos de barbarie, el color de la piel sigue determinando si un chico muere asfixiado en una detención policial o sale ileso con una reprimenda, sigue determinando el valor de una persona, su derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.

Medio siglo después, aún queda mucho camino por recorrer.



lunes, 19 de octubre de 2020

LA BANDA DE LOS CALCETINES PIRATAS (firma invitada)

¿Sabías que los calcetines en busca de aventuras y libertad se escabullen por el agujero de debajo de la lavadora? ¿Y que tienen sentimientos de nostalgia, envidia y miedo como cualquiera de nosotros?

En La banda de los calcetines piratas te enteras de eso y de muchas más cosas. Es un libro desternillante que nos lleva de paseo por el planeta y nos descubre las hazañas de Negro de Felpa (que esconde un secreto) y de su banda. El libro retoma la tradición de literatura juvenil de piratas, pero también lo mejor de los clásicos griegos. Por sus páginas se pasean las sirenas y descubrimos el carácter fiero de algunos dioses y la belleza y bondad de algunas diosas. La historia que nos cuenta este libro habla de amistad, de lazos familiares irrompibles, de ansias de libertad y de la importancia de seguir los impulsos y tomar las decisiones propias.

La banda de los calcetines piratas es una aventura llena de humor y muchos guiños culturales para los adultos. Un libro lleno de personajes que recordaremos siempre: Negro de Felpa, Nico el Pálido, Frambuesa con Fresa, Pinkerton, los peces-pájaro o los malvados guantes blancos, que hacen un trabajo de lo más fino...

Ideal para lectores a partir de siete años. Ideal para las tardes de otoño frías y ventosas en las que leer bajo las mantas con los pies bien abrigados con calcetines calentitos. Ideal, sin más.

Os recomendamos mucho este genial texto de Justyna Bednarck traducido maravillosamente del polaco por Karolina Jaszecka y con las divertidas ilustraciones de Daniel de Latour. Y publicado con el mimo que caracteriza a Duomo, una delicia para todos.



viernes, 16 de octubre de 2020

LA ODISEA VISTA POR PENÉLOPE Y SUS DOCE CRIADAS

"Porque nada hay más dulce que la patria y los padres, ni siquiera cuando uno habita un hogar opulento bien lejos, en tierra extraña, alejado de su familia". 
La Odisea es una historia de añoranza. Del anhelo universal que siente aquél que desea constantemente regresar a su hogar. Una historia del poder de las raíces. Un canto bellísimo sobre las tentaciones y penalidades sin medida que logra vencer un hombre por amor a su patria y a su mujer. En un ejemplo de tenacidad y audacia, de inteligencia y camaradería, Odiseo nos enseña que hasta para afrontar la muerte uno debe mantener siempre los ojos bien abiertos y la imaginación despierta. 

Pero la Odisea que todos leemos y admiramos es sólo una versión de la historia. Es la versión heroica de Odiseo. Odiseo el valiente, Odiseo el "maestro de enredos". Incluso cuando Homero nos lo presenta como "embaucador y taimado" lo queremos como lo quiere Atenea, la de los ojos glaucos, porque ¿qué otra cosa podemos hacer con un héroe favorecido por los dioses sino admirarlo y amarlo? 

La Odisea es una historia de un hombre rodeado de otros hombres. Pero, a diferencia de la Iliada, también es la historia de un hombre rodeado de mujeres. De diosas y ninfas y sirenas que tratan de tentarlo en sus viajes, por un lado. Y de su mujer y sus criadas, por el otro, que esperan durante años y años su improbable regreso. Penélope ha sido durante veintiocho siglos un símbolo universal de fidelidad conyugal. Pero, ¿qué sabemos de ella, aparte de su inteligencia y su abnegación? Gracias a su hijo postadolescente, que la manda callar siempre que puede, tampoco sabemos lo que le gustaría decir. Y por supuesto, no tenemos ni idea de lo que se le pasa por la cabeza durante esos interminables veinte años, además de tejer, destejer y llorar. Margaret Atwood ha decidido que ya está bien de silencio, que ese personaje merecía tener por una vez una voz propia para reivindicar su papel en esta historia y dejar de encarnar esa sosa figura edificante: "un palo con el que pegar a otras mujeres", menos dignas, menos consideradas, quizá menos dispuestas a esperar veinte años el improbable regreso de su improbable héroe. 

Pero Atwood no sólo transforma a la aristócrata Penélope en aedo para que nos cuente su propia versión, rotunda y enojada, de la Odisea. También da voz a las doce criadas que el gran Odiseo y su hijo Telémaco asesinan al final de la historia por haber "confabulado" con el enemigo. A través de ellas la autora rescata esas voces humildes que los mitos callan, las vidas de las que no nacieron reinas ni nobles y sufrieron por ello, las vidas de las que también lloraban como Penélope, pero no de añoranza sino de dolor tras la última violación, o de hambre, escondidas en un granero vacío. Mujeres válidas para ser vendidas, usadas, canjeadas, desechadas. No engendradas con amor y esperadas con anhelo sino simplemente arrojadas a la brutalidad de la vida, espontáneamente, como las flores en los campos o los renacuajos en las charcas. 

Esta es la historia también de las famosas doce criadas, de las que Homero apenas cuenta nada. Doce criadas que, como en el teatro clásico, son el coro burlesco que desafía la nobleza trágica de la historia. Aunque aquí, más que burla, sus intervenciones son dedos acusadores que maldicen al héroe por haberlas asesinado, cuando su delito no era otro que haber sido carne gratuita a disposición de la lujuria de una panda de rufianes. Dedos acusadores que persiguen a Odiseo hasta el Hades y por los siglos de los siglos seguirán llenando sus sueños de pesadillas de sangre. 

En este libro, Atwood agarra el poema épico, lo arroja al polvo, lo despoja de su elocuencia grandilocuente y nos lo devuelve en toda su impureza y cercanía. Con un tono mordaz e irreverente, esta versión de la historia resulta mucho más creíble que la "versión oficial" de los aedos. Tanto que, después de leerla, uno se lleva las manos a la cabeza pensando cómo es posible que alguien en su sano juicio alguna vez haya podido dar crédito a esos embusteros lacayos del poder. 




martes, 13 de octubre de 2020

LA ODISEA Y SUS TRADUCCIONES

A la vuelta de vacaciones, P. me propuso leer a la vez que ella la Odisea. Un canto al día, veinte minutos de lectura, y en veinticuatro días nos hemos liquidado el clásico. Tic, otro imperdonable superado. Y a ello nos pusimos. Ella eligió la edición en verso de Gredos (traducida por José Manuel Pabón), y yo la más reciente en prosa de Alianza (perpetrada por Carlos García Gual). Ambas eruditas, ambas sin duda filológicamente fieles al original. Ambas erizadas de un vocabulario y una sintaxis capaces de disuadir a cualquier lector desarmado de penetrar en sus fortalezas. 

A mí, que he llegado a la Odisea sin haber leído prácticamente nada de literatura griega clásica, me asombran estas traducciones. ¿Por qué?, no dejaba de preguntarme mientras leía. ¿Por qué esos arcaísmos, esos retorcimientos de la gramática, esas redundancias y ese uso indistinto de tiempos verbales? Nadie escribe así en español, nadie usa la lengua así para nada, ¿por qué García Gual pensó que era buena idea traducir así la Odisea? Tardé la mitad del libro en empezar a acostumbrarse a ese español que no se parece a ningún español más que a sí mismo, en asociar la historia de Odiseo a ese lenguaje con sabor a antiguo, pero a un antiguo que no existe. ¿Por qué ese regusto arcaizante, entonces? ¿Por qué no traducir la Odisea a un español del siglo XXI que suene natural, que no venga erizado de construcciones extrañas y por el que cualquier lector pueda transitar sin tener la sensación de ir sorteando obstáculos?

Pues bien, cuando ya enfilábamos P. y yo los últimos cantos y ya se perfilaba su desenlace gore a lo Tarantino, nuestros queridos editores de Blackie Books estrenaron colección de clásicos con esta fastuosa edición de la Odisea, traducida por Miguel Temprano García de la versión inglesa de Samuel Butler. "Desde hace milenios todos leemos lo mismo", defienden en el prólogo. La Odisea ha sido la protagonista de "un club de lectura que atraviesa los siglos". Y su objetivo con esta edición no es otro que tratar de incorporar nuevos socios al club. Y vi la luz. La respuesta a mis preguntas. Ahí estaba: una Odisea fluida y sencilla, un camino despejado de obstáculos por el que internarse sin molestias por los cantos de Homero. Eso sí, los jardineros habían hecho tan bien su trabajo que no quedaba gran cosa del aliento épico ni de las grandilocuencias poéticas. El gran poema de Homero se había convertido en una deliciosa novela burguesa (en palabras de Borges sobre la versión de Butler), una versión de la historia que los ignorantes del siglo XXI, tan alérgicos a las traducciones arcaizantes, por fin podemos entender. 

Los expertos resoplarán: es una traducción del inglés. No es fiel, no es válida. Y yo me pregunto: ¿por qué la fidelidad es más importante que la naturalidad? Si al acercarte todo lo posible al texto original, tu traducción se aleja de los lectores a los que va dirigida, ¿merece la pena? Y sobre todo: ¿por qué tendríamos que elegir? ¿Por qué la precisión filológica no puede ir acompañada de una prosa fluida, eficaz y actual? 

Esta Odisea es el primer título de la colección que los editores de Blackie Books han llamado Clásicos liberados, liberados de su condición de obras para eruditos, de tesoros destinados a unos pocos elegidos. Y creo que han acertado de pleno. Pero no sólo han liberado la Odisea de su fortaleza filológica, sino que la han enriquecido con las sugestivas y divertidas ilustraciones de Calpurnio, las notas al margen que explican el origen de algunos personajes, las apariciones fugaces de Góngora, Mary Beard o Dante, y los textos al final del volumen que demuestran hasta qué punto este clásico lleva veintiocho siglos influyendo decisivamente en la cultura occidental. Entre estos últimos textos sobresale Penélope y las doce criadas, de Margaret Atwood, que me ha gustado tanto y que me ha ayudado tanto a comprender la Odisea que lo comentaré en la siguiente reseña. 

Feliz semana homérica, liberada y enriquecida, amigos. 




jueves, 8 de octubre de 2020

LA INVENCIÓN DE ESPAÑA

Que las naciones son símbolos y no realidades inmutables es un hecho más que sabido. Al igual que el dinero, las religiones o las leyes, no existen fuera de la imaginación de las personas, y, por lo tanto, están sujetas a todo tipo de interpretaciones y transformaciones. Es decir, a todo tipo de invenciones. De hecho, si no lo estuvieran (es decir, si no pudieran inventarse y, sobre todo, reinventarse), no existirían. 

Partiendo de esta premisa, no dejan de resultar sorprendentes los comentarios de ciertos políticos que alertan contra la "destrucción de España" que provocaría, por ejemplo, la posibilidad de un cambio en la estructura territorial o en la jefatura del Estado. Como si la nación hubiera brotado de la tierra tal y como está ahora y cambiar algún artículo de su Constitución significara herirla de muerte. Como si la Constitución misma no se actualizara todos los años. Cuando hablan de la "destrucción de España", estos políticos se refieren a la destrucción de lo que ellos consideran que es España, es decir, a la suma de emociones, invenciones, mitos y vínculos afectivos que han ido desarrollando a lo largo de su vida por el país en el que viven. Y que, por mucho que piensen que es la de todos, sólo les pertenece en esencia a ellos. 

Quizá porque yo no tengo ningún apego emocional al país donde vivo y porque lo que entiendo por España no creo que nunca pueda ser ni herido ni ofendido, me interesa especialmente lo que piensan los demás de nuestro país y qué les lleva a reivindicar su bandera con orgullo. Y sobre todo, cómo han desarrollado ese sentimiento y a través de qué ideas históricas se ha ido formando ese nacionalismo español que tan rápido y tan virulentamente ha vuelto a florecer en los últimos años. 

Este ensayo de Henry Kamen da muchas pistas sobre los mitos históricos que han contribuido a crear la idea de España. Desde el asedio de Numancia, pasando por la batalla de Covadonga, la conquista de América o la idea de decadencia perpetua desde el siglo XVII, nos muestra cómo la historia siempre se ha contado para dar forma a un relato, y que ese relato, cambiante e interesado, ha ido conformando los múltiples aspectos de la identidad española a través de sus invenciones. 

Las naciones no existen más que en nuestra imaginación. Y están tan vivas precisamente porque la idea que tenemos de ellas está en perpetua transformación. Alertar de la "destrucción de España" no sólo es una afirmación agresiva que canaliza el odio de la población hacia un enemigo político: es una afirmación absurda. España no puede destruirse, sólo transformarse. Y esperemos que los políticos sigan contribuyendo a transformarla activamente año tras año para que sea un lugar cada vez más pacífico y abierto y plural en el que todos podamos convivir en paz: una nación que todos podamos inventar y reinventar para darle nuevos significados. 





lunes, 5 de octubre de 2020

MI LAZARILLA, MI CAPITÁN

Cada pocas semanas, desde que volvimos a abrir tras el confinamiento de primavera, vienen una chica y su hija a buscar novelas para la primera y cuentos infantiles para las dos. Se quedan un buen rato eligiendo, ojeando con detenimiento, haciendo pequeñas pilas con sus favoritos. Hablan en voz baja y son muy cuidadosas, y si la afluencia de gente lo permite, me gusta observarlas de reojo y escuchar qué se dicen, cómo tratan el delicado hilo que se pasan todos los días una madre y una hija para ir tejiendo su convivencia. 

Mientras leo este cuento de Gonzalo Moure, preciosamente ilustrado por Maria Girón, pienso en ellas. En su forma de tratarse con cuidado, de compartir ese amor por los libros de manera tan sencilla y tan alegre. Pienso en que también van por el mundo caminando de la mano, unos dedos muy pequeños aferrados al calor de una mano grande. A menudo es la pequeña la que pregunta todo el rato, la que pide permiso, la que reclama atención. Pero a veces ve cosas que su madre no ve y se las señala con el dedo. Y se ríen las dos. 

Al igual que el papá de esta historia, avanzan juntas "por una selva de luces y sombras. Y de sonidos". Y de libros. Cualquiera diría que es la madre la que guía a su hija y le compra cuentos con una espontaneidad encantadora. Pero mirándolas de cerca, me he dado cuenta de que cada una se deja guiar por la otra sin pensarlo, cada una escucha y asiente, señala y se asombra, abre los ojos y aprende. 

Cuando se marchan, como piratas con su botín al hombro en una bolsa de tela, las miro y de repente veo ardillas, lirones y monos asomando de las ramas de un árbol. Una jirafa estirándose para alcanzar la hoja más sabrosa me guiña un ojo mientras un coro de cacatúas improvisa un estribillo. Y allí van, de la mano, como salidas de este cuento, tan compenetradas cantando su canción que no sabría decir quién es la lazarilla y quién el capitán. 






jueves, 1 de octubre de 2020

UNA HABITACIÓN COMPARTIDA

Siempre me han gustado las biografías, las confesiones de otras personas con las que siento algún tipo de afinidad, especialmente en el terreno de la literatura. No en vano han sido ya más de seis décadas las que he pasado en estrecho contacto con los libros, mi pasión. Es como una pulsión por saber cómo es esa otra persona para entenderme a mí misma, quizá una necesidad de formarme un juicio de valor con respecto a mí, porque siento que nos hacemos a través de los demás. 

Inés Martín Rodrigo, una joven periodista de 37 años, ha realizado treinta y una entrevistas muy inteligentes a escritoras importantes dentro de la literatura universal actual. Las ha ordenado cronológicamente, empezando por la más joven, Carmen María Machado de 34 años, y terminando por Ida Vitale, de 97, haciendo así un recorrido de casi un siglo a través de los perfiles humanos y literarios de escritoras como Zadie Smith, Nicole Krauss, Jeanette Winterson, Siri Hustvedt, Rosa Montero, Alma Guillermoprieto, Svetlana Alexiévich, Isabel Allende, Anne Tyler, Margaret Atwood, Maryse Condé, Vivian Gornick, Elena Poniatowska o Edna O´Brien, entre otras.

Siri Hustvedt, en una de sus siempre brillantes respuestas, comenta: "Cuando las orquestas empezaron a hacer audiciones a ciegas comenzó a haber muchas más mujeres. Había un telón, escuchaban la música y las contrataban, o no, sólo por el oído. De repente, la mitad de las orquestas empezaron a ser femeninas. Es una prueba bastante evidente de cómo nuestras percepciones están sesgadas por nuestras expectativas de lo que hace un hombre o una mujer".

Sus reflexiones abarcan temas muy dispares como el feminismo, la política, la literatura, la poesía, el compromiso político, su forma de buscar el sentido de las cosas a través de sus relatos. Margaret Atwood, en este caso sobre la política de Estados Unidos, comenta: "Ahora estamos donde estamos debido, en parte, a lo que sucedió en Afganistán en 1979. Estados Unidos intervino y creó básicamente a los talibanes; luego esa gente ganó y Estados Unidos no cumplió sus promesas, les abandonó. Luego cometieron un error táctico muy importante, que fue invadir Irak en vez de ocuparse de Afganistán. Se inventaron las razones. Decidieron que el 11-S era Irak, pero no lo era".
 
Esta reflexión de Margaret me ha recordado un libro que leí recientemente (Las niñas clandestinas de Kabul, de Jenny Nordberg, Capitán Swing) sobre las niñas que hacen pasar por niños en Afganistán por el estigma que supone no tener hijos varones, una de tantas barbaridades como han instaurado los talibanes en ese país aupados por EEUU. Un lamentable episodio que ha propiciado de nuevo un retroceso y un sufrimiento y humillación de la población femenina.

Hay unanimidad en las opiniones contrarias a Trump, y la más joven de las entrevistadas, Carmen María Machado, afirma: "Existe la idea errónea de que la historia es progresiva y tiende a ser mejor, pero no es cierto. La historia es cíclica, las cosas mejoran y luego empeoran, se contraen y luego se expanden. Ahora mismo estamos en una contracción terrible, todo se está cerrando, la gente siente odio alimentado por políticos oportunistas como Trump, Bolsonaro, por el racismo...".

Me ha encantado acercarme a una escritora tan entrañable como Elena Poniatowska, que se duele tanto de la situación actual por la que pasa México, su país de adopción. La valentía de Vivian Gornick y el férreo compromiso con los más débiles de Svetlana Alexiévich los siento como un privilegio que la vida me ofrece. Me he enriquecido con todas las aportaciones de estas mujeres lúcidas e inteligentes.