jueves, 28 de noviembre de 2019

AHORITA

Cada vez que me encuentro en internet un artículo de Martín Caparrós salto de alegría. Trate sobre lo que trate, sé que me voy a encontrar una mirada generosa y lúcida sobre las contradicciones del mundo. Hace años que le leo con fruición y con ansia, con hambre de que me desbarate alguna certeza y me deje con ganas de más dudas. Tiene la capacidad de enseñarme en un párrafo más que otros escritores en cinco libros. Sus palabras son fuegos que alumbran. Fuegos que a veces queman. Pero que siempre llevan luz allá donde antes sólo había oscuridad.

Este Ahorita es una recopilación de artículos sobre los temas más diversos, pero con un denominador común: el presente. Nuestro presente, ese concepto fluido y volátil que cuando deja de ser futuro ya es pasado y que por lo tanto en realidad no existe. Un presente que se quiere novedoso, que se cree invencible, que mira constantemente por encima del hombro a los pasados caducos que piensa haber superado pero que a su vez está pasando, está ajándose, muriendo cada minuto para dejar paso a otro presente igualmente desdeñoso que ya antes de nacer es una moda a punto de caducar. Ese ahora que los mexicanos, sabiamente, han transformado en "ahorita", quitándole toda conexión con el tiempo real y prolongándolo en el tiempo lo que a uno se le antoje. 

Leo sobre nuestro afán de inventarnos apocalipsis: hace sesenta años fue la bomba atómica; hace treinta, el fin del mundo; hoy en día, el cambio climático. ¿Por qué siempre imaginamos las catástrofes que vendrán pero no las herramientas que inventaremos en el futuro para afrontarlas?

Leo sobre los emoticonos, ese pasatiempo japonés que vino a colorear nuestros mensajes informales y que poco a poco ha ido convirtiéndose en una neolengua. Quizá cada vez que un emoticono sustituye a una palabra nuestro idioma se muera un poquitito.

Leo sobre nuestra incapacidad para pensar que todo pasa, todo se transforma y que nada dura. Vamos de compras y vivimos montados en una espiral de consumismo como si el mundo hubiera sido creado en un centro comercial. "Nos resulta más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo".

Los artículos de Martín Caparrós son a veces elegantes, con esa sutileza que sólo se descubre en toda su complejidad tras una segunda o incluso tercera lectura. Otras veces afinan su puntería con una brutalidad devastadora. Van directos adonde duele sin florituras, una línea recta despiadada como una bala.

Incluso cuando tratan temas que no me interesan, que directamente me suelen aburrir, de repente consiguen atraer mi atención y encenderme la curiosidad. Cómo lo hacen. Cómo la forma puede fertilizar así un contenido yermo para mí y hacerlo florecer de esa manera en mi imaginación. ¿Es la ironía? ¿El punto de vista? ¿El tono? Ni idea. Ojalá lo supiera. O mejor dicho, no, casi prefiero no saberlo. Y seguir admirando esa magia, con la ilusión de los niños que ven salir conejos de la chistera y aplauden de felicidad porque quieren seguir creyéndose el truco, una y otra vez.




lunes, 25 de noviembre de 2019

LO DIGO PARA VER

Llueve. El día suena a pisadas crujientes sobre las hojas caídas de los árboles. Hojas amarillas y marrones, de tonos oscurecidos por el frío. Hace tiempo de libro y manta y bebida humeante junto a la ventana. Y aquí en la librería, la luz de las estanterías y la de este ordenador parecen centinelas en la tormenta, guías frágiles para que los viajeros no se extravíen, para que encuentren un camino seguro a la seguridad de un libro. 

Hay algo en los versos de Sophia de Mello (1919-2004) que me recuerda a esa luz de faro que titila en la noche. Es una luz de hoguera y de bienvenida. De abrazar el mar y sus peligros y, a la vez, de sentirse a salvo de sus veleidades. Una luz hecha de palabras que evocan la tierra, la pasión, las cosas sencillas e indispensables. 

"Y por la nitidez de las tan amadas
palabras siempre dichas con pasión
por el color y por el peso de las palabras
por su concreto silencio limpio
donde se alzan las cosas nombradas
por la desnudez de las palabras deslumbradas".

Estos versos pertenecen a un poema titulado Patria. Me gusta pensar en esa patria hecha de palabras y de las cosas que las nombran. Hacer mía esa patria, esté donde esté. Llevarla conmigo. 

Hay algo en los versos de Sophia de Mello que me recuerda a una voz encendida contra la injusticia. Con cincuenta y cinco años escribió sobre la Revolución de los Claveles con fervor. Con ese ímpetu de la poesía que, acostumbrada a mirarse en la nostalgia, encuentra en la realidad un asidero donde cargarse de futuro. Y contra la hipocresía, protesta: 

"Una verdad a medias es como habitar medio cuarto
ganar medio salario
como tener sólo derecho 
a la mitad dela vida". 

Los poemas de Sophia de Mello están escritos como si no fuera a leerlos nadie nunca, con esa calma e intimidad que uno reserva para un diario o para las cartas de amor a amantes que ya no están. Son filosóficos y enigmáticos, maravillosamente musicales, y también sensuales y políticos. Buscan una verdad con la que reorganizar el caos de la vida, el caos propio e íntimo de cualquiera que busque trascendencia en el amor o en los recuerdos. 

Llueve. El día suena a pisadas crujientes sobre las hojas caídas de los árboles. Flota en el aire una suave melancolía, como el eco del eco de un fado portugués mecido por el viento. Y Sophia me acompaña, con su nostalgia y su activismo, con su luz junto al mar y su palabra precisa. 





jueves, 21 de noviembre de 2019

A PLENA LUZ

Pasó de enemigo público número uno a héroe popular. Convirtió el atraco de bancos en un arte elevado que requería estudio, preparación, técnica, y a la vez innovación y creatividad. Se fugó de tres cárceles de máxima seguridad y se pasó la vida rehuyendo al FBI, que iba tras él con una mezcla de inquina y fascinación. Célebre por no recurrir nunca a la violencia, Willie Sutton fue el ladrón que nunca disparó un tiro. Era un tipo bondadoso que no se consideraba un delincuente. Pero creció en un entorno de violencia y pobreza azotado una y otra vez por crisis financieras. ¿Hizo de robar bancos una forma de tomarse la justicia por su mano? Como decía Eddie, su mejor amigo de la infancia: "A lo mejor es verdad, un error no arregla otro error. Pero ¿responder al mal con el bien? Con eso sólo consigues ser pobre y pasar hambre. Y no hay nada peor que eso". 

La novela comienza la nochebuena de 1968, cuando Willie Sutton es liberado de la cárcel de Attica. Un grupito de periodistas y curiosos se arremolinan a la salida, muertos de frío, improvisando cada uno por su cuenta su teoría sobre qué hizo y qué no hizo el rey de los ladrones antes de la cárcel, y sobre todo, qué hará ahora con su libertad. Pero Sutton atraviesa el cortejo sin mirar a nadie y se mete en el coche de un colega que le llevará a un avión particular y de ahí al Plaza de la Quinta Avenida, donde un periódico le ha reservado una suite y un buen montón de dinero a cambio de que durante el día siguiente, Sutton acompañe a un periodista y un fotógrafo por Manhattan en una visita guiada y exclusiva por sus robos más célebres y los momentos clave de su vida. 

Todo transcurre en ese día. Esas veinticuatro horas en las que un Willie Sutton mayor, renqueante y aparentemente derrotado, les cuenta a Fotógrafo y Reportero sus mayores hazañas, con un humor a prueba de achaques y sin asomo de arrepentimiento. Veinticuatro horas en las que cabe una infancia devastada por la violencia y la falta de amor filial, un Brooklyn irlandés donde hay que devolver los golpes para sobrevivir, una forma de atracar bancos tan perfecta y delicada como si tocara un instrumento de cuerda, y media vida encerrado en cárceles que le han dado filosofía, literatura, templanza, humor y una enorme capacidad de supervivencia. Veinticuatro horas en las que cabe una historia de amor de las que quitan el aliento. Y toda una vida de leyenda. 

"La cárcel es donde te prometes a ti mismo el derecho a vivir". Pero cada vez que sale, "Willie siente que el mundo es una novela que dejó a medias hace siglos. Al retomarla de nuevo, no recuerda la trama, los personajes. Ni por qué le interesó en su día". Me han gustado mucho las reflexiones sobre lo que hace la cárcel con las personas. Cómo las pone a prueba a diario, cómo las rompe, cómo fracasa una y otra vez en su cometido de reformarlas. El brutal extrañamiento. Cómo disloca la percepción que cada uno tiene de estar vivo. 

Sutton
Esta novela me ha fascinado. Tiene chispa, es socarrona y ocurrente, vitalista y jovial. La he leído como leí hace cuatro años El bar de las grandes esperanzas, del tirón y deseando que no se acabara nunca, deseando más páginas, más historia, más vida de Willie Sutton. Moehringer ha descrito lo que pudo pasar en ese día de Navidad entre el atracador más prolífico de la historia de Estados Unidos y el reportero y el fotógrafo que le acompañaron. Qué sitios visitaron, qué les contó de sí mismo. Qué vida pudo describirles. Sobre la verdad de aquel día y sobre la verdad de la vida de Willie Sutton sólo existen conjeturas. Esta novela es la conjetura de Moehringer. Una conjetura extraordinaria, que Willie habría firmado sin dudar.




lunes, 18 de noviembre de 2019

BAJO UN NUEVO CIELO

En la literatura japonesa son habituales las frases cortas, la sobriedad en las descripciones. También sucede con frecuencia que bajo la aparente frialdad de la expresión se agitan pasiones tremendas, o una delicadeza infinitamente conmovedora. He revivido con este cómic lo que sentí con El pájaro azul: una avalancha de emociones. En pocos cómics he visto primeros planos tan expresivos y una capacidad de expresar júbilo, angustia o desesperanza tan poderosa. 

Bajo un nuevo cielo cuenta cuatro historias. Cuatro historias en las que a los protagonistas les quitan algo y tienen que aprender a vivir con esa carencia, cuatro historias en las que sólo el amor y la perseverancia pueden abrir las puertas de un mundo nuevo, bajo un nuevo cielo. 

La primera historia, la más desarrollada de las cuatro y la más impactante, arranca con unos abuelos que, tras perder a su hijo y su nuera en un accidente de tráfico, se hacen cargo de sus nietos. Son las imágenes, más que las palabras, las que nos transmiten la desolación de esta pareja mayor y la sensación de abandono de los dos niños que no entienden qué ha pasado. Es una historia de lucha, de vínculos profundos, de un amor que debe enfrentarse a todo tipo de adversidades para sobrevivir, un amor que persiste en los pequeños gestos, en los recuerdos y en la tenacidad de seguir sacrificándose, de seguir esforzándose por construir cada día una nueva felicidad. 

Las otras tres historias hablan de luchas distintas: un niño que anhela poder entrenar con su padre ausente para jugar mejor al béisbol y que encuentra en su madre una aliada inesperada; una mujer que se enamora de un timador y le demuestra que hay sentimientos capaces de redimir cualquier traición; y un profesor de historia impopular que, en su última clase, les da a sus alumnos una lección que muchos recordarán toda su vida.  Luchas distintas, pero con una emoción compartida: la de no dejarse arrebatar los sueños por las adversidades y luchar, cada día, por un pedacito de felicidad bajo un nuevo cielo. 




jueves, 14 de noviembre de 2019

EL INFINITO EN UN JUNCO

Leo este libro en casa. También en la librería en esos ratitos sueltos en los que no viene nadie. Leo y releo porque a veces ni pongo marcapáginas al cerrarlo, qué más da, es un libro río, viene y va, con meandros que me llevan de un lado a otro de forma aparentemente caprichosa. Meandros en los que me encuentro con escenas familiares, Hipatia en su biblioteca, Alejandro imponiendo la cultura griega por medio mundo, y otras nuevas y sorprendentes, como Marcial volviendo a su pueblo de la Hispania vacía tras años de vida tumultuosa en la juerguista Roma. Meandros exquisitos, eruditos, delicados y profundos que me cautivan y me hacen desear que este libro-río no se termine nunca, que siga llevándome por donde quiera, de los papiros a las tablillas, de los códices a los ebooks, por cualquier camino que se le ocurra a la imaginación entusiasta de Irene Vallejo.

Hace un par de meses Irene me escribió para anunciarme la publicación de este libro y para avisarme de que le había pedido a la editorial que me enviara un ejemplar, en recuerdo de un café que nos tomamos dos años atrás y que recordaba con cariño. Ay, si todos los escritores se dirigieran así a los libreros para llamar su atención. Esa elegancia generosa al escribirme es la misma que recorre este libro, hecho de pequeños capítulos que, como teselas, componen un gran mosaico, apasionado, amenísimo y muy hermoso, sobre el origen de los libros en el mundo antiguo.

Es un libro lleno de ventanas a otros libros, otras épocas y otras formas de entender las historias y nuestra forma de vivir, que no es otra cosa que nuestra forma de contarnos. Me ha recordado a la amenidad cautivadora de la prosa de Mary Beard, y me ha emocionado su escritura íntima, salpicada de anécdotas personales, de las que rezuma pasión por la cultura clásica y un amor profundo e inmenso por los libros y la literatura.

Me he hecho amigo de Marcial y de Ovidio, me he ido de fiesta con ellos y he saboreado su éxito y su tristeza de una forma tan cercana que no he podido evitar irme después directo a sus epigramas y poemas amatorios. Gracias a Irene, las frías piedras desperdigadas de los yacimientos romanos se alzan de nuevo y cobran vida, una nueva vida tan tumultuosa e inabarcable como la nuestra. Y es que este libro, que habla de la antigüedad clásica, expone ideas brutalmente actuales. Conecta a Homero con Kurosawa en el mismo párrafo, y recurre a Heródoto para hincar el dedo en miedos terriblemente cotidianos en nuestra España convulsa: "la línea divisoria entre la barbarie y la civilización nunca es una frontera geográfica entre diferentes países, sino una frontera moral dentro de cada pueblo; es más, dentro de cada individuo".

Irene ha conseguido algo poco común en los libros de historia: que interese, enseñe y conmueva a partes iguales. Se nota que escribe desde la pasión y el amor, que escribir para contar historias no sólo es su trabajo, sino una vocación con raíces profundas. Ella lo dice así de bonito: "Escribo porque [...] me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz". 

Querida Irene, el viejo hilo de voz lo has convertido en río inagotable. 




lunes, 11 de noviembre de 2019

HIJOS DE SANGRE Y HUESO

La mayoría de novelas de fantasía están inspiradas de alguna forma en una geografía reconocible. En una geografía europea o norteamericana. ¿Qué pasaría si en vez de usar como modelo Europa o América nos fuéramos a África para buscar inspiración? Eso ha hecho esta autora de origen nigeriano y el resultado ha sido espectacular. 

No sólo la geografía de este mundo imaginario llamado Orïsha surge de la Nigeria real (¡su capital se llama Lagos!). También aparecen lenguas y mitos que beben de la cultura yoruba, y aunque parezca un detalle sin importancia, todos los personajes del libro son negros. ¿En cuántas novelas de fantasía épica protagonizadas por humanos no aparece ningún personaje blanco? Y es que el color de la piel es fundamental en la historia de este libro, pues los distintos tonos de piel (del marrón claro al negro azabache) marcan un patrón de discriminación racial que resulta dolorosamente cercano. 

Tomi Adeyemi escribió esta novela como un grito de protesta contra el racismo en Estados Unidos. Está dedicada a las víctimas de la violencia policial, a esos adolescentes que reciben golpes, palizas y tiros por la espalda solamente por el color de su piel y porque reaccionan con miedo a la hostilidad de los policías. Hay mucho de eso en la novela, mucha rabia y mucha voluntad de resistir a quienes tratan de imponer su criterio mediante la fuerza. 

Es una novela sobre cómo el poder conlleva una responsabilidad para la que no todo el mundo está preparado.
Sobre cómo la ignorancia lleva al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia.
Sobre cómo casi siempre los diferentes son los chivos expiatorios de la frustración de la mayoría.
Sobre la necesidad de la magia para creer que hay algo (una historia, un origen, un principio moral) por lo que vale la pena luchar.
Sobre la inocencia de los que confían en que respetar las reglas y las leyes de un estado dictatorial les va a salvar del odio y la represión. Nada puede protegerlos si esas reglas están enraizadas en el odio.

Hijos de sangre y hueso trata sobre la necesidad de plantar cara a los que ejercen el poder de forma autoritaria. Y es también un homenaje, emotivo y dulce, a los vínculos familiares y al amor profundo e inquebrantable entre los padres y los hijos. Una novela que agita pasiones y conciencias por igual.




jueves, 7 de noviembre de 2019

ESTOY CONTIGO

Para defendernos del dolor y poder soportarlo creamos subterfugios, bloqueamos recuerdos, inventamos otros. Desplazamos y cambiamos vivencias y las vamos adaptando según nuestra capacidad y voluntad de resistencia. A veces fingimos que lo que nos sucedió no fue para tanto, o que en realidad le sucedió a otra persona, y contamos esos traumas con la frialdad de quien relata una historia ajena. Otras, añadimos traumas ficticios a nuestro trauma verdadero, en un intento de subrayar ante los demás, o ante nosotros mismos, la legitimidad de nuestra condición de víctimas. A veces no nos reconocemos en nuestra historia, con todas sus heridas, y nos hace falta mucho tiempo para aceptarla como nuestra, para incorporarla a nuestra vida. Otras, nos reconocemos tanto en ese dolor que somos incapaces de acercarnos a él con palabras. Para defendernos del dolor, contamos historias, historias mutiladas, aumentadas, distorsionadas, las historias que somos capaces de contar. Esas historias somos nosotros. Estamos hechos de ellas. 

Esta novela cuenta una de esas historias de dolor. Una historia real que empieza en el Congo, pasa por la selva y un campo de tortura hasta terminar en la estación de Termini, en Roma, en la piel de una mujer llamada Brigitte que lo ha perdido todo excepto su vida, y que no sabe qué va a poder hacer a partir de ahora con ella. 

Melania Mazzucco es una de mis escritoras favoritas. En Un día perfecto me fascinaron esas historias paralelas en la Roma de Berlusconi, siempre a punto de colisionar. En Limbo me metí en la piel de una soldado que vuelve de una misión en Afganistán con diversas secuelas. Y en Eres como eres me emocionó hasta las lágrimas esa adolescente con dos padres que afronta con valentía el acoso de sus compañeros. Los personajes de Mazzucco se mueven a la deriva, buscando un asidero (el amor, la aceptación, un permiso de residencia) al que agarrarse para no ahogarse en sus propios traumas. Y me encanta esa forma tan generosa que tiene Mazzucco de abrazar a sus personajes en sus libros, de darles una voz potente e inconfundible que sea las alas que les permitan salir de donde están y levantar al vuelo hacia otros lugares menos dolorosos. 

"Ella es una más de las que han terminado en la estación de Roma, igual que terminan los restos de un naufragio en la playa". Ella tiene nombre y apellidos y esta novela contiene su historia. Una historia que empieza cuando llega a Europa, precisamente en el momento en el que la mayoría de historias acaban. Porque llegar a Europa es el objetivo. Pero también el principio de otro viaje no menos doloroso y aterrador para los miles y miles de refugiados que naufragan en nuestras costas para buscar una vida mejor, o para salvarse, como Brigitte, de una muerte segura. 




lunes, 4 de noviembre de 2019

DÍAS, MESES, AÑOS

Cada vez que entro en un libro de Yan Lianke me voy de viaje a un universo paralelo. Mi primer viaje fue con El sueño de la aldea Ding y volví de él tan impactado que he esperado casi dos años en atreverme a viajar con él de nuevo. En este caso, el viaje ha sido más corto. Poco más de cien páginas para una historia tan universal como la historia de la aldea Ding pero en este caso reducida a dos personajes, un hombre y un perro, y una sequía interminable que amenaza con destruirlo todo. 

He vuelto a encontrar esa belleza omnipresente de la prosa de Lianke. Hay capítulos de los que uno sale borracho de poesía, mareado por tanto lirismo, como de una exposición de Klimt. Y he vuelto a dejarme invadir por el amor profundo hacia los seres frágiles que emana de las historias de Lianke, un amor que es la fuerza que aguanta la furia de los hombres y de la naturaleza, la fuerza que vence incluso más allá de la muerte. 

El amor de esta novela es un amor a la naturaleza. A una naturaleza sedienta y moribunda que se resiste a perecer. Y también es un amor entre un perro y un hombre, un vínculo que puede alcanzar profundidades asombrosas. El amor es lo que queda cuando todo lo demás ha desaparecido. Convertido en tierra, en planta o en rastro, es lo que permanece cuando todo lo demás ha caído en el olvido. 

"Habían desaparecido el ganado y los gorriones, y hasta los cuervos habían volado huyendo de la sequía. Atrás quedó solo un silencio sepulcral. El anciano observó el sol rojo sangre, cada vez más fino, y escuchó el sonido de sus rayos alejándose, como un manto de seda granate que se va recogiendo lentamente. Reunió los restos molidos del maíz y pensó: otro día se acaba. ¿Qué vamos a hacer cuando se nos eche encima el mañana?"

El anciano de esta novela se queda en el pueblo cuando todo el mundo se va. Se queda junto a su perro ciego, porque ha visto que aún queda un tallo de maíz que merece una mano que lo cuide, alguien que lo riegue. Él será esa mano que encuentre agua, que haga crecer el tallo hasta que éste le devuelva el gesto en forma de grano y se cierre así el ciclo de la vida. 

En este viaje Lianke me ha llevado a un mundo en el que un anciano decide arriesgarse a dar su vida por un tallo de maíz. Por un tallo de maíz verde en una tierra desértica. Me ha parecido hermosa y perturbadora esa capacidad de entrega, como cualquier capacidad de entrega que escape a la razón y vaya más allá de nuestra forma de entender la vida y sus propósitos más habituales. 

Gracias a Yan Lianke y a su magnífica traductora, Belén Cuadra, por este viaje. Uno nunca vuelve indemne de libros como este.