lunes, 30 de julio de 2018

PALABRAS DE CARAMELO (Firma invitada)

Imagina que tienes ocho años y nunca has oído hablar a nadie, pero entiendes que se comunican contigo y reconoces tu nombre en los labios de quienes te nombran, porque lees "labios redondeados, labios estirados", y así surge la magia de la palabra.

Imagina que vives en un campo de refugiados en el Sahara, abrasado por el calor del verano y sin entender qué hace tanta gente en tantas jaimas en medio del desierto.

Imagina que tu discapacidad te impide comunicarte con el mundo y que el mundo se comunique contigo. Quizás los niños no quieran jugar contigo porque creen que eres muy raro. Es posible, incluso, que te acosen y te tiren piedras. Intuyes por qué hacen eso, pero no quieres pensarlo mucho.

Imagina que el camello recién nacido en el pequeño establo de tus tíos se convierte en tu único amigo, en tu mejor amigo. Y que entre los dos conseguís entablar una forma de comunicación a través de la lectura de sus labios, tú, y del cariño que le regalas con tus caricias, él.

Imagina que por fin convences a tu profesora del colegio especial al que acudes cada mañana para que te enseñe a escribir. ¿Cómo enseñar a leer y a escribir a un niño sordo del Sahara? Con cariño y paciencia.

Imagina que la palabra y la poesía son tus nuevos instrumentos de creación del mundo y de tu realidad; y que en las horas que pasas con tu dulce amigo camello, a quien has llamado Caramelo, él te habla con su boca incansable de rumiante y tú escribes las cosas que vas leyendo en sus labios.

¿Lo has imaginado todo? Entonces ya casi estás en la piel de Kori, el protagonista de esta entrañable novelita juvenil para lectores entre ocho y doce años; la que Gonzalo Moure escribió basándose en la historia de su pequeña amiga saharaui Fatimetsu. Esta historia de amistad, discapacidad, superación y poesía nos ha llegado tan hondo que no queremos que ningún niño ni ningún adulto se la pierdan este verano.

¿Estás preparado para imaginar y vivir la aventura de Kori?



jueves, 26 de julio de 2018

BELLEZA DORADA

Las preguntas que David Trueba se hace en el librito La tiranía sin tiranoque Óscar reseñó hace unos días vienen muy bien para hacérselas también en esta novela histórica que transcurre en dos épocas bien diferenciadas, a pesar de los pocos años que las separan: principios del siglo XX y los años oscuros del nazismo en la década de los treinta.

¿Cómo pudieron cambiar de forma tan drástica y dramática la vida de la gente unos gobernantes votados por la población alemana? El nazismo nunca será suficientemente estudiado, analizado, desentrañado, porque se sale de cualquier lógica humana, pero fue una realidad apoyada por millones de personas. Hoy estamos en una deriva mundial que da miedo, conociendo lo que pasó no hace tanto.

En 1886 nace Adèle Bloch-Bauer, una niña con una gran curiosidad en una familia de la burguesía vienesa. Su hermano apoyaba que Adèle pudiera estudiar, pero desgraciadamente murió siendo adolescente y en su familia, como en la mayoría de su época, no estaba bien visto que las mujeres estudiaran. Para escapar de las prohibiciones familiares, se casó muy joven con la condición de poder viajar a París y a aquellos lugares donde pudiera relacionarse con el arte.

Adèle era bella, rica, de ascendencia judía y muy brillante. Gracias a su interés por las vanguardias pictóricas conoció a Klimt, un pintor nada convencional, discutido y controvertido. Ejerció un gran magnetismo en una Adèle aún muy joven, y le pidió que posara para él en varias ocasiones. Tardó tres años en terminar el cuadro que la hizo famosa, en el que utilizó oro y plata, financiado por Ferdinand, su marido, que se convirtió en el mecenas del pintor.

Paralelamente, a partir de 1938 asistimos a los avatares de María, la sobrina predilecta de Adèle, heredera de ese cuadro maravilloso que alcanzó el segundo mayor precio que se ha pagado por un cuadro en la historia, 135 millones de dólares. En aquel año fue confiscado por los nazis y, muchos años más tarde, María, asesorada por un abogado amigo, consiguió ya como ciudadana estadounidense recuperarlo. 

Esta novela nos traslada primero a esa Viena maravillosa que tan bien describió Stefan Zweig, con sus tertulias en el Café Central y esa constante ebullición cultural, y luego nos va llevando por los entresijos de unos años difíciles, desde el lujo de la burguesía vienesa hasta ese terrible fracaso del fascismo.

Una historia apasionante y cautivadora que nos trae los ecos de los titulares actuales. ¿No hemos aprendido nada en tantos años transcurridos? Siento que estamos en un momento de retroceso inquietante, con tantos derechos perdidos por los más vulnerables, dominado por la falta de solidaridad de los gobiernos que fracasan a la hora de representar los intereses de la mayoría.



lunes, 23 de julio de 2018

LA TIRANÍA SIN TIRANOS

Vivimos preguntando y respondiendo. Así aprendemos y así nos relacionamos con los demás. Preguntando y respondiendo accedemos a la comida, al alfabeto, a los juegos, al cariño, al amor, al sexo, a la rebeldía, a los trabajos, al dolor, a la memoria, a la diversión y al compromiso. Las preguntas nos hacen humanos. Pero, curiosamente, la pregunta más humana de todas, por qué, la pregunta que exige siempre una respuesta elaborada, la más incómoda y poderosa de todas las preguntas, es, con diferencia, la que menos nos atrevemos a usar. 

Preguntar por qué demuestra voluntad de escarbar, de indagar en la profundidad de algo o de alguien. Preguntar por qué conlleva el riesgo de internarse por senderos del conocimiento que pueden llevar a lugares inciertos. Y, también, ponen contra las cuerdas de su propia ignorancia y honestidad a la persona interpelada, le obligan a buscar dentro de sí argumentos lógicos y válidos, le obligan a posicionarse respecto a una cuestión, a situarse en relación a los demás y al mundo. 

Este librito mínimo (88 páginas) de David Trueba es una galería amplia de preguntas que utilizan el por qué para mirar el mundo: 

¿Por qué si el siglo XXI es el siglo de la ternura globalizada, nuestras sociedades se están volviendo cada vez más insolidarias?
¿Por qué si la última generación es la mejor preparada de la historia, todo indica que sus condiciones de vida serán peores que las de sus padres?
¿Por qué si el mayor triunfo europeo de la segunda mitad del siglo XX fue la sociedad del bienestar, estamos dejando que nuestros gobiernos la desmantelen?
¿Por qué si las libertades de nuestra cultura democrática están tan asentadas, nos inventamos constantemente nuevas formas de someternos a nuevas tiranías sin tiranos?

Estas y otras muchas preguntas sobre nuestra sociedad actual vertebran este breve ensayo. David Trueba no pretende responderlas todas. Tampoco deberíamos pretenderlo nosotros al leerlo. La necesidad de encontrar una respuesta para cada pregunta lleva a huir de la duda, y la duda suele ser un antídoto fiel contra los dogmas y las tiranías. Lo importante, a menudo, no es encontrar una buena respuesta para cada pregunta. Sino una buena pregunta para cada problema. Este libro lo demuestra. 



jueves, 19 de julio de 2018

LEJOS DEL CORAZÓN

Los libros de Lorenzo Silva me reconfortan. Podría decir que me entretienen, que me emocionan o que me enseñan cosas que no sabía. Y estaría en lo cierto. Pero creo que esa sensación reconfortante es la más importante, la que más define mi forma de leer a este autor. 

Hay libros que me descolocan, que me expulsan de este lugar más o menos conocido desde el que me he acostumbrado a vivir mi vida y me arrastran a un viaje sin billete de vuelta. Hay libros que, a cambio de alguna certeza arduamente conquistada, me dejan varias dudas al borde de un abismo. En los libros de Silva, sin embargo, siempre me siento en casa. Tanto en sus novelas policíacas como, por ejemplo, en Música para feos, hay una brújula moral y emocional que marca el mismo norte que la mía. Y eso es tan raro. Tan raro como recibir una llamada y que sepan quitarte el peso entero de una jornada difícil con la entonación de una sola palabra. Tan raro como compartir cinco horas de coche con alguien y que los largos ratos de silencio no sólo no sean incómodos, sino que contengan más confianza e intimidad y paz que cualquier conversación. 

Pero, por supuesto, no sólo recomiendo los libros de Lorenzo Silva porque me hagan sentir en casa, sino porque son apasionantes. Y, en concreto, la serie protagonizada por los guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro no tiene desperdicio. 

Después de llevar a nuestros protagonistas hasta Afganistán en Donde los escorpiones, esta nueva entrega nos sumerge en la Bahía de Algeciras, un lugar donde la ley sólo es una referencia aproximada. Narcotráfico, inmigración, pobreza, paro, pateras, mafias que trafican con personas, con tabaco, con droga, y hasta con bitcoins. Cada uno intenta salir adelante como puede en un mundo en el que la moral se pliega a la posibilidad de un beneficio. Y como dice Chamorro: "De un modo u otro, esto vale para todo el país, incluidos sus dirigentes, o sobre todo ellos. Por eso te encuentras todos los días a gente con una excusa para infringir las normas".

Tenemos un secuestro. Tenemos una zona, el Estrecho, donde las fuerzas del orden no dan abasto para imponer la ley. Y tenemos a nuestros protagonistas, con sus pasados turbulentos y la intimidad a veces turbadora que comparten, dirigiéndose a intentar desenredar el entuerto en ese lugar fronterizo, lejos del corazón, donde nadie sabe nada y cualquier cosa es posible. 

Los libros de Lorenzo Silva me reconfortan. Los leo con el placer del que se reencuentra cada cierto tiempo con un viejo amigo y sabe, desde el primer abrazo de bienvenida, que la corriente subterránea de complicidad es más fuerte que el tiempo, la edad y los vaivenes de la vida. Son sencillos, transparentes y de una honestidad que me desarma. Son pequeños fuegos que han aprendido el difícil arte de alumbrar lo necesario sin llegar a quemar nunca. 



lunes, 16 de julio de 2018

PAPER FISH

Estamos en la Little Italy del Chicago de los años cuarenta. Carmolina tiene ocho años y todos los días escucha las historias de su abuela Doria mientras le ayuda a machacar pimientos. "Historias sobre Italia, un país escondido en el otro extremo del mundo, la tierra que había perdido para siempre al otro lado del mar". En la voz de Doria cabe todo lo hermoso, sabroso y cálido que una pueda imaginar. Allí está el calor asfixiante de los veranos, el azul del mar, la salsa de tomate, los pimientos machacados, el rojo que impregna las manos y que ningún jabón logra sacar, las risas, las mujeres, los sueños por encontrar un lugar mejor, un futuro mejor, y la felicidad de vivir cada día, cada segundo, entre esas cuatro paredes pobres que contienen el universo entero.

Italia es un hogar que permanece intacto en sus recuerdos, nítido y cercano en su memoria cuando cierra los ojos y se pone a recrearlo a través de sus historias. Un hogar que, cuando sale a la calle en enero y el frío cruel del invierno le azota su frágil piel acostumbrada a la suave brisa del mar, parece soltarse de la tierra firme de sus recuerdos para desvanecerse a la deriva de la corriente de ese inmenso océano glacial que las separa.

Esta es una novela lenta, contemplativa. Se detiene con fruición en la belleza de las cosas cotidianas, la luz del sol descubriendo reflejos azulados en el negro de una melena suelta, la textura concreta de unas manos ásperas tras años de lavar con agua helada que sin embargo siguen conociendo los gestos más suaves de la ternura. Es un libro para aquellos que se sientan en la playa a disfrutar de la deliciosa lentitud del paso del tiempo. Y aunque hay una desaparición y un rastro de misterio, lo que pasa no es lo importante. Lo importante es lo que ocurre mientras no pasa nada: los detalles, la luz del sol, los recuerdos, la risa, el amor, el hogar, la pobreza, la felicidad.

Hay momentos de felicidad estática. Escenas de la vida invisible de todos los días en las que nadie repara. Doria sale al porche a dar de comer a los pájaros. Se ríe y todo su cuerpo tiembla bajo la luz cegadora del sol. El sol lo inunda todo, es una mano gigante que acaricia y despierta y cosquillea. Un fulgor en el que la abuela es aún más hermosa, dueña de todo lo que vive y ríe, mientras habla con los pájaros y enseña a vivir a su nieta. También está su madre, esa mujer extraordinaria, fuerte y vigorosa, de manos ásperas, pechos imponentes y ojos y cabello negros como el azabache. Y la historia familiar que ambas transmiten a través del amor, de la comida, de la condición femenina, de los recuerdos y de la lucha por una forma de vida digna.

Aunque no todo es risa y felicidad. La vida es dura en el gueto italiano de Chicago. Y las familias esconden grietas que las van descomponiendo, poco a poco, en pequeños pedacitos. "Por las noches marido y mujer se miraban en silencio mientras compartían una taza de café ralo e insípido, y la ciudad los observaba amenazante a través de los cristales". Los silencios acogedores se vuelven, a veces, finas láminas de cristal, y la tristeza aletea en los ojos cansados de las mujeres con la delicadeza de un pájaro. 

Tina de Rosa

Esta novela de Tina de Rosa me ha recordado a Virginia Woolf por el lenguaje preciosista lleno de metáforas insólitas y delicadas, y por esos detalles que, como teselas diminutas, van dando forma al dibujo de la historia. También he encontrado ecos de Un árbol crece en Brooklyn, por la descripción de la pobreza en las grandes ciudades americanas desde el punto de vista de una niña. Y también, cómo no, me ha hecho pensar en ese monumento que dedicó Gay Talese a la historia de los italianos en América titulado Los hijos.

Es una joyita íntima y femenina que fue olvidada poco después de su publicación en 1980, y que tras su rescate por The Feminist Press en 1996, se ha acabado convirtiendo en un clásico de la literatura norteamericana. 



jueves, 12 de julio de 2018

SAGA MALAUSSÈNE

Hace diecisiete años estaba yo examinándome por libre de francés en la Escuela de Idiomas. Recuerdo que estaba tan inmerso en esta saga de Pennac que me llevaba los libros a todas partes. Desayunaba con la tribu Malaussène, me iba al baño con la tribu Malaussène y hablaba con ese argot brutal y desternillante que utilizan los miembros de la tribu Malaussène para tirarse los trastos a la cabeza o decirse a gritos que se quieren. Estaba tan felizmente intoxicado de esta tribu que escribí la redacción del examen usando, inconscientemente, nombres, lugares y situaciones que estaba leyendo en los libros. Describí viejitos que ponen bombas, perros cuyo aliento aterra más que sus colmillos, madres que sólo vuelven a casa para encasquetarles a sus hijos sus bebés recién nacidos y adolescentes feroces y tiernos que cuentan historias como si les fuera la vida en ello. La profesora que me corrigió el examen llenó mi redacción de INVRAISEMBLABLE!!! (¡¡¡INVEROSÍMIL!!!), así, en mayúsculas rojas exclamativas, y parece que estaba tan furiosa que se le pasaron por alto todas mis faltas de ortografía porque me regaló un diez. Años más tarde me enteré de que puso el primer libro de la saga Malaussène de lectura obligatoria para sus alumnos de último curso. La verosimilitud perdió la batalla contra el ironía y el regocijo. 

Diecisiete años después de la publicación del sexto y último libro de la serie original, Pennac ha decidido retomar aquellos maravillosos y estrambóticos personajes para escribir una nueva serie con los mismos personajes, diecisiete años más viejos. Mientras termina de escribir el segundo, yo he decidido releerlos todos para refrescar la memoria y he descubierto que ahí siguen, igual de frescos y bulliciosos que entonces, todos los miembros de la tribu tan vivos que han vuelto a saltar de las páginas para besarme, ponerme bombas en colegios o centros comerciales, ganarme al ajedrez mientras me enseñan filosofía y exigir historias, historias, historias locas e inverosímiles para irse a dormir y poder soñar y descansar y vivir felices. 

¿Cómo describir de qué van estos libros? No sé, es..., es..., uff, hay que leerlos. Son novelas policíacas, sin duda, pero no he leído nunca policíacas como estas. Son novelas surrealistas, también. Brillantes, inteligentes, sólidas. E hilarantes. Novelas de cerrar el libro porque las carcajadas te impiden seguir las líneas. Son brutales. Tiernas. Críticas con la sociedad, con el abuso infantil, el narcotráfico, la miseria, el racismo, los desahucios, la violencia policial, la corrupción política. Son un homenaje exaltado a la multiculturalidad y a un barrio parisino, Belleville, que en los años ochenta y noventa fue un microcosmos de etnias pobre y marginal con un grado de cooperación y solidaridad inaudito, microcosmos desgraciadamente desaparecido por la gentrificación de las últimas dos décadas. Son novelas, todas, con un ritmo frenético, ligeras y alocadas, en las que Pennac se divirtió dándoles la vuelta a todos los estereotipos imaginables y que han sembrado una verdadera legión de fieles que, a la mínima mención de la palabra Malaussène, sonríen cómplices, se acercan y te dicen, conspiradores: dime, ¿cuál es tu personaje favorito?

No concibo París sin Pennac igual que no concibo el humor literario sin la tribu Malaussène. Al releer toda la serie para empezar su nuevo libro, me he reído con los mismos chistes de hace diecisiete años y he podido oler, otra vez, como si lo tuviera delante, ese perro llamado Julius que apesta tanto que hasta su propio olor se niega a seguirlo y va siempre varios metros por delante de él, anunciando a todos su llegada.

Daniel Pennac
Estos libros están dentro de mí como una marca indeleble. Me pertenecen como el recuerdo del primer amor, como el primer viaje al extranjero para descubrir el mundo, como la primera sonrisa adolescente femenina que me llevó inesperadamente al borde de un abismo delicioso. No puedo hablar mucho de ellos porque me vuelvo cursi e ininteligible. No sé de qué van. No sé qué son. Para explicarlo tendría que imaginarlos leídos por otros, y me es imposible. Son demasiado míos para poder verlos desde fuera. 

Sólo puedo decir: leedlos. Si os cambian, si os emocionan, si os tumban de risa u os asombran la mitad de lo que lo han hecho conmigo, seréis lectores más felices, os lo prometo. 



lunes, 9 de julio de 2018

LOS PUENTES DE MOSCÚ

"Para la gente que construye puentes, los vascos tienen una palabra: zubigileak." Es una palabra muy bonita. Una palabra que no existe en castellano. Una palabra para llevar bien fija en la memoria cuando la gente intente zarandear la convivencia con su odio. Una palabra para las víctimas del terrorismo que no quisieron ver que el dolor y la pérdida también se sobrellevan dialogando. Una palabra para los que creyeron que la única opción política y vital era matar a los que pensaban diferente. Una palabra para los que respondieron a la violencia con más violencia, para los que mataron indiscriminadamente y para los que amedrentaron y torturaron en nombre de la ley. Una palabra para una región de gente maravillosa que está saliendo de décadas de silencio y violencia gracias a los valientes que se han atrevido y se siguen atreviendo a hablar, a tender la mano, a indagar en el pasado y a construir puentes. 

Eduardo Madina militaba en las juventudes socialistas vascas cuando en 2002 una bomba lapa en su coche estuvo a punto de acabar con su vida. El atentado, en el que perdió una pierna, no le impidió continuar su carrera política y abogar por la negociación para una salida pacífica a la violencia en Euskadi. 

Fermin Muguruza es el líder histórico de Kortatu, referente musical en Euskadi y activista por la independencia vasca. Su carrera musical ha estado siempre ligada a la lucha política y ha defendido en multitud de ocasiones la necesidad de que ETA dejara las armas para llegar a una solución política del conflicto. 

Ambos se reunieron en Irun en 2016 para realizar una entrevista para el magazine Jot Down. Alfonso Zapico se les unió con sus cuadernos y sus lápices y, mientras ellos hablaban, él los dibujaba y tomaba notas para una historia. Esta historia. Este cómic que, con la cercanía y el desparpajo habituales en Zapico, enfoca la violencia en Euskadi desde la perspectiva del diálogo y de la necesidad de construir puentes para desterrar de una vez por todas el miedo, el silencio y la desconfianza de la vida de la gente, dentro y fuera del País Vasco.  





jueves, 5 de julio de 2018

MATRIOSKA


Andrei era un fabricante de juguetes que vivía en una lejana aldea rusa. De sus manos expertas salían caballos de madera, carritos de ruedas, peonas, casitas en miniatura, trenes, puzles y todo tipo de animales. Pero su especialidad eran las muñecas. Sus muñecas de madera eran preciosas. Con sus ropas de colores y sus grandes ojos inocentes, todas lucían una expresión alegre y contenida. Andrei ponía tal dedicación y amor en sus muñecas que, sin darse cuenta, también talló una voz y un alma en cada una de ellas. 

Cierto día, una de ellas le habló: 
"Tengo demasiada vida, demasiado amor y demasiada madera en mi interior. No puedo guardar todo esto para mí. Quiero tener una hija".

Así que con la madera de esta muñeca, a la que a partir de entonces llamó Matrioska, Andrei fabricó otra muñeca un poco más pequeña: Trioska. Y de esta forma dio inicio a la genealogía de muñecas pintadas más bonita y alegre de la historia de las muñecas pintadas. 

La historia de este espectacular álbum ilustrado está basada en una leyenda rusa sobre el origen de las matrioskas, y también sobre el poder del amor y de la imaginación para hacer del arte una razón de vivir.




lunes, 2 de julio de 2018

EL VESTIDO AZUL

Camille Claudel es una mujer mayor que ha dejado de hablar. Todos los días, si no llueve, sale al jardín de su manicomio a esperar. Observa los árboles, la luz intermitente entre las hojas. Observa el jardín, siempre en movimiento y sin embargo inmutable, indiferente al paso del tiempo. Observa el mundo y no observa nada. Sólo espera. Espera a aquel que nunca llega. Aquel que la metió allí a la fuerza y siguió de peregrinaje por esos países tan lejanos. Él, su hermano, su amado Paul, tan tierno y tan indiferente. Tan ausente. 

Camille Claudel es una chica de veinte años que estudia escultura. Todos los días va al taller de su venerado Rodin, el famoso Rodin, a trabajar en lo que el maestro necesite: unos pies, unas manos, un cuello. Con sus manos moldea rostros y torsos, figuras palpitantes que parece arrancar de la piedra como si esta fuera el sueño que las tuviera presas. Rodin la observa, esa fuerza de la naturaleza, ese ímpetu alborozado, y se pone a moldearla a su vez, y el rostro de esa Camille, tan firme y despejado, empieza a aparecer en todos sus dibujos y esculturas. El maestro la corteja y ella cae rendida a su violencia y su pasión. Se aman, viajan, pasean, siempre a escondidas, clandestinos, consumiendo su amor en escondites, sofocando su pasión en un idilio torturador y destructivo. Él está acostumbrado a doblegar la voluntad de los demás y ella no sabe cómo canalizar su rebeldía. Amar así es perderse, le dice su hermano Paul, pero cómo no amar así, cómo callarse, cómo domesticar la rebeldía y la cólera y ese amor frondoso y violento como una jungla que le nace de los dedos cuando toca la piedra y de toda su piel enfebrecida cuando el maestro está cerca. 

Camille Claudel es una mujer rota de casi cincuenta años. Vive en pleno centro de París, en una casa destartalada llena de gatos que hace años que no limpia ni ventila. Se pasa los días esculpiendo y las noches destrozando a martillazos todo lo que crea. Sobrevive con las sobras que la gente le deja en la puerta y no habla con nadie. Incluso su querido Debussy, que la amó tanto, la ha olvidado. Así, sucia y perdida en sus propios laberintos, "atrincherada allí como un combatiente sitiado por el enemigo", la encuentran los enfermeros contratados por su madre y su hermano, hombres indiferentes que la levantan como si fuera una maleta y la introducen en un coche de caballos camino de ese manicomio de donde ya nunca saldrá. 

Camille Claudel es una mujer mayor que ha dejado de hablar. Cubre su desnudez dolorida con un velo de eso que los demás llaman locura y que ella simplemente siente como resignación. Su vida se detuvo hace más de treinta años y desde entonces está aquí, en este jardín, sentada en una silla, bajo los árboles, esperando. A veces recuerda cuando Paul venía a verla, una vez cada varios años, su querido Paul. Entonces hablaban de los viajes que hacía, Brasil, Japón, China, de los libros que escribía y del daño que a ambos les hacía recordar. Disfrutaban de la luz azul y de la dulzura de las tardes de verano, y a veces toda esa belleza se volvía áspera, mentirosa, no servía para nada y dolía hasta dejarla sin aliento porque era la prueba de que algunos seres afortunados, quizá la mayoría, quizá todos menos ella y su hermano, podían sustraerse al desastre y al desgarrador final de todas las cosas. A veces recuerda, también, que Paul no ha muerto, que sigue vivo, aunque ya nunca viene. Ya nunca viene. 

Camille Claudel es una fotografía antigua, ajada por el paso del tiempo, que en las palabras de esta novela poética y melancólica cobra vida, y de repente siente y se ríe y goza y ama y desespera y sufre y se pierde y calla y se resigna y espera sin perder el tono evocador, ese tono sepia de toda una vida susurrada una tarde bajo los árboles del jardín de un manicomio, mientras los recuerdos se deshacen lentamente entre las sombras. 


Última foto conocida de Camille Claudel