jueves, 12 de julio de 2018

SAGA MALAUSSÈNE

Hace diecisiete años estaba yo examinándome por libre de francés en la Escuela de Idiomas. Recuerdo que estaba tan inmerso en esta saga de Pennac que me llevaba los libros a todas partes. Desayunaba con la tribu Malaussène, me iba al baño con la tribu Malaussène y hablaba con ese argot brutal y desternillante que utilizan los miembros de la tribu Malaussène para tirarse los trastos a la cabeza o decirse a gritos que se quieren. Estaba tan felizmente intoxicado de esta tribu que escribí la redacción del examen usando, inconscientemente, nombres, lugares y situaciones que estaba leyendo en los libros. Describí viejitos que ponen bombas, perros cuyo aliento aterra más que sus colmillos, madres que sólo vuelven a casa para encasquetarles a sus hijos sus bebés recién nacidos y adolescentes feroces y tiernos que cuentan historias como si les fuera la vida en ello. La profesora que me corrigió el examen llenó mi redacción de INVRAISEMBLABLE!!! (¡¡¡INVEROSÍMIL!!!), así, en mayúsculas rojas exclamativas, y parece que estaba tan furiosa que se le pasaron por alto todas mis faltas de ortografía porque me regaló un diez. Años más tarde me enteré de que puso el primer libro de la saga Malaussène de lectura obligatoria para sus alumnos de último curso. La verosimilitud perdió la batalla contra el ironía y el regocijo. 

Diecisiete años después de la publicación del sexto y último libro de la serie original, Pennac ha decidido retomar aquellos maravillosos y estrambóticos personajes para escribir una nueva serie con los mismos personajes, diecisiete años más viejos. Mientras termina de escribir el segundo, yo he decidido releerlos todos para refrescar la memoria y he descubierto que ahí siguen, igual de frescos y bulliciosos que entonces, todos los miembros de la tribu tan vivos que han vuelto a saltar de las páginas para besarme, ponerme bombas en colegios o centros comerciales, ganarme al ajedrez mientras me enseñan filosofía y exigir historias, historias, historias locas e inverosímiles para irse a dormir y poder soñar y descansar y vivir felices. 

¿Cómo describir de qué van estos libros? No sé, es..., es..., uff, hay que leerlos. Son novelas policíacas, sin duda, pero no he leído nunca policíacas como estas. Son novelas surrealistas, también. Brillantes, inteligentes, sólidas. E hilarantes. Novelas de cerrar el libro porque las carcajadas te impiden seguir las líneas. Son brutales. Tiernas. Críticas con la sociedad, con el abuso infantil, el narcotráfico, la miseria, el racismo, los desahucios, la violencia policial, la corrupción política. Son un homenaje exaltado a la multiculturalidad y a un barrio parisino, Belleville, que en los años ochenta y noventa fue un microcosmos de etnias pobre y marginal con un grado de cooperación y solidaridad inaudito, microcosmos desgraciadamente desaparecido por la gentrificación de las últimas dos décadas. Son novelas, todas, con un ritmo frenético, ligeras y alocadas, en las que Pennac se divirtió dándoles la vuelta a todos los estereotipos imaginables y que han sembrado una verdadera legión de fieles que, a la mínima mención de la palabra Malaussène, sonríen cómplices, se acercan y te dicen, conspiradores: dime, ¿cuál es tu personaje favorito?

No concibo París sin Pennac igual que no concibo el humor literario sin la tribu Malaussène. Al releer toda la serie para empezar su nuevo libro, me he reído con los mismos chistes de hace diecisiete años y he podido oler, otra vez, como si lo tuviera delante, ese perro llamado Julius que apesta tanto que hasta su propio olor se niega a seguirlo y va siempre varios metros por delante de él, anunciando a todos su llegada.

Daniel Pennac
Estos libros están dentro de mí como una marca indeleble. Me pertenecen como el recuerdo del primer amor, como el primer viaje al extranjero para descubrir el mundo, como la primera sonrisa adolescente femenina que me llevó inesperadamente al borde de un abismo delicioso. No puedo hablar mucho de ellos porque me vuelvo cursi e ininteligible. No sé de qué van. No sé qué son. Para explicarlo tendría que imaginarlos leídos por otros, y me es imposible. Son demasiado míos para poder verlos desde fuera. 

Sólo puedo decir: leedlos. Si os cambian, si os emocionan, si os tumban de risa u os asombran la mitad de lo que lo han hecho conmigo, seréis lectores más felices, os lo prometo. 



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