jueves, 26 de febrero de 2015

TARDE EN LA LIBRERÍA: PATAPÁGINAS

Acaba de irse una madre encantadora con dos niñas.
La hija mayor se ha llevado Fray Perico de la Mancha (lectura obligada de cole) y, como hacemos siempre, le he metido un punto de lectura en la primera página. Al verlo, la pequeña, de tres años, se ha enganchado a la falda de su madre, timidísima y sonriendo con ánimo seductor, diciendo muy bajito: yo también quieo unoooo. Y su madre: pues pídeselo a Óscar, venga, díselo por favor. 
La miro.
Me mira.
Duda.
Hace una caída de ojos que ni Marilyn Monroe.
Me parto de risa por dentro mientras mi sonrisa cálida le da ánimos.
Me mira.
La miro.
Y se lanza:
¿Me... me das un patapáginas, pofavor? 
...
Parpadeo: ¿un qué?
Con la voz diminuta diminuta: un... un... un pata... un patapáginas. 
...
Claro, mira, aquí tienes un patapáginas de gatos azules, igualito al de tu hermana. 

Y cuando ya se iba, toda contenta, se iba metiendo el patapáginas por el cuello del abrigo, diciendo: mira mamá, mira, ¡soy un libro!


(Dedicado a la niña del patapáginas 
y a la amiga al otro lado del ordenador 
que alimenta mi ilusión por las cosas bonitas 
y me recuerda que la librería, a veces, es el mejor lugar del mundo).



miércoles, 11 de febrero de 2015

CONTRA LA MÁQUINA DEL FANGO

No hace falta mirar detenidamente a nuestro alrededor para darse cuenta de que el mundo está un poco loco. Loco para cualquiera que pretenda basar su felicidad en el amor de otro. Y loco para cualquiera que se atreva a denunciar una injusticia ante la que la mayoría calla. 
Quizá sólo el idealismo de los que luchan ingenuamente por amor pueda compararse con el de aquellos que luchan ingenuamente por la justicia. Ambos se comprometen más allá de lo razonable y están dispuestos a renunciar a parcelas de su propia libertad para ser fieles a sus principios. 

Roberto Saviano
En este blog no solemos escribir sobre política. Pretendemos promover la literatura que consideramos más valiosa, y es muy raro que el arte y el ejercicio del bien público se lleven bien. 
Pero no puedo evitar pensar en lo que me enseñó mi admirado Roberto Saviano sobre la máquina del fango al leer los periódicos últimamente y constatar que, siempre que se sienten aludidos, ya no digamos amenazados, los partidos tradicionales de este país encaran las injusticias y los crímenes tratando de deslegitimar a quienes se atreven a denunciarlos. 

Es una práctica vieja como el mundo. Consiste en negar nuestros errores culpando de cualquier delito imaginable a quien ose denunciarnos. Quien ostenta algún poder dentro de una comunidad lo sabe. Y es el gran peligro que corren las personas íntegras cuyas convicciones las llevan a comprometerse con la política. 

Parece que la práctica del fango en nuestro país se ha convertido en norma, de la manera grosera y condescendiente propia de la mayoría de los políticos que nos gobiernan. Parece que la hemos aceptado como una actitud extendida y que nos espera un 2015 electoral de guerra de difamaciones. 

Sin embargo, a pesar de la rabia que da vivir en un mundo donde el fango pervierte la frontera entre la mentira y la verdad, hay personas idealistas e íntegras que luchan por preservar nuestra dignidad y nuestro derecho a una justicia que no se venda ni se compre. 
A ellos les pido, desde mi humilde mostrador de vendedor de historias, que no desistan, que no bajen los brazos, que no cedan al desánimo ni a la ira, que se defiendan del fango con ánimo implacable. Y que cuando no puedan más, cuando la fealdad de la política les noquee la sonrisa y se sientan sucios y derrotados, acudan a su novia, a su novio, a su amigo artista, a su sobrinito en la cuna, acudan adonde el fango nunca llega, a la poesía, a la ternura, a los sueños de tinta de los libros, o si no, lean a Saviano, agárrense a su fortaleza diariamente amenazada, y hagan también su lista de cosas por las que merece la pena vivir y luchar contra el fango. 

En su libro Vente conmigo, él hizo una lista sencillísima de diez cosas. Yo hoy me quedo con su razón número diez (sólo él puede saber por qué la puso en último lugar), la razón que sentimos en las entrañas hasta quienes, por suerte, vivimos apartados del fango del mundo:

Después de un día en el que se han recogido firmas contra tu persona, encender el ordenador y encontrar un e-mail de tu hermano que dice: "estoy orgulloso de ti."




sábado, 7 de febrero de 2015

VESTIDO DE NOVIA

Pierre Lemaitre ganó el Premio Goncourt en 2013 con Nos vemos allá arriba, una novela espléndida sobre las secuelas de la Primera Guerra Mundial en dos jóvenes soldados, y cuyo éxito ha llevado a Alfaguara a traducir este libro que acabo de leer. Isabel la recomendó apasionadamente en este blog y desde entonces no hemos dejado de promoverla y de compartir el entusiasmo por lo buena que es. 

Al igual que Nos vemos allá arriba, Vestido de novia trata sobre la venganza. 
Pero en este caso es una venganza mucho más sobrecogedora que aquella. 
No voy a revelar mucho porque la historia está tan llena de sorpresas que es mejor no hablar de ella. Es como esas muñecas rusas que, a medida que las vas abriendo, vas encontrándote réplicas más pequeñas hasta llegar a la más diminuta. En este caso, todas las muñecas son ligeramente diferentes entre sí y la más diminuta es un final que te deja con la respiración agitada y sin poder creerte lo que acabas de leer. 

Nadie está a salvo de la locura. Sophie, la joven protagonista de esta historia, empieza a olvidar detalles, a perder cosas, a confundir situaciones. Lentamente, casi sin darse cuenta, los indicios de su trastorno se acumulan y todo se acelera. ¿Será ella responsable de la muerte de su suegra? ¿Y de la de su marido inválido? En medio de una depresión profunda, se encuentra implicada en varios asesinatos de los que, curiosamente, no recuerda nada. Sólo que estuvo allí. Y decide huir. 

No recuerdo haber leído nunca un libro tan diabólico. Tan bien hilado y tan elegante en su crueldad. Hace que uno se pregunte hasta dónde puede llegar una persona enferma movida por el deseo de venganza. Es perfecto. 


martes, 3 de febrero de 2015

ALMUDENA

No sé, a mí me parece bonito que alguien te dedique un libro de poemas de amor. 
Habrá hombres que le den vueltas a la idea con la incomprensión propia de quien no entiende qué sentido tiene complicarse en amar con frases ambiguas si se puede decir todo de viva voz y más fácil. 
Habrá mujeres que alcen una ceja despectiva y recelosa ante la más que probable estafa emocional que debe de esconderse detrás de cada palabra escrita por esos que se hacen llamar poetas.
Pero a mí me parece bonito. Me parece un gesto importante, aunque no lo sea. Una huella imborrable en la historia conjunta, por pequeña que quede. 
Es una forma de trascender el amor que une a dos personas. De decir: no es un capricho, no es un compromiso, no es una salvación, no es un pacto, no son las cláusulas de ningún contrato, no es ni siquiera una forma de vida feliz. Es mucho más que eso. Es un proyecto enorme y poderoso que se extiende a través de miles de ramificaciones. Y este libro podría ser una de ellas. 

Me parece bonito que alguien te dedique un libro de poemas de amor. 
No tengo ni idea de qué debe de sentirse. Almudena, por ejemplo, podría contárnoslo.
Pero me gusta imaginar que de repente te sientes otro, te ves más guapo o más poderoso, de repente alguien se mete en tu interior y recoloca los muebles y no puedes creerte lo resplandeciente que quedas una vez que te has visto con sus ojos. No sé lo que sucede pero no se me ocurre una seducción más difícil de resistir que la de saber que alguien te ve así y quiere seguir embelleciéndote para siempre. Cómo no aspirar a ser el centro de la mejor emoción de un poeta.

Unos pensarán que es todo falso y otros que en verdad tampoco es para tanto (total, unos poemas).
Pero a mí me parece bonito que alguien te dedique un libro de poemas de amor. 
Y si es alguien que amas, todavía mejor.
Y si además le pone tu nombre al libro y el autor se llama Luis García Montero, y empieza como sigue, ya ni te cuento.

DEDICATORIA

Si alguna vez la vida te maltrata, 
acuérdate de mí,
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa de mirarte.