lunes, 29 de mayo de 2023

JUNTOS

Hace unos minutos un conocido decía que en las elecciones de este año ganarán las derechas porque el péndulo de la historia siempre vuelve a traernos lo que toca. Es una visión de la política como algo inmutable, un péndulo, que siempre alternará entre los mismos puntos, girando imperceptiblemente hasta volver siempre a su origen. Qué tranquilidad, pienso, creer que la política es eso. Algo inamovible. Qué confianza saber que pase lo que pase todo volverá siempre a su sitio, que cualquier pérdida de derechos ya se recuperará más tarde. Me encantaría saber qué opinan los demócratas turcos de esto, que llevan más de dos décadas esperando a un péndulo que parece que olvidó su labor pendular y se quedó ya para siempre en el regazo del autoritarismo. O los demócratas rusos, para los que quejarse de que el péndulo no vuelve les puede llevar directamente a la cárcel. O los demócratas italianos, que llevan treinta años con un péndulo loco que gira para donde quiere y ahora mira hacia el fascismo como una mosca enamorada de una llama mortal. O a los propios madrileños, cuyo péndulo lleva sin moverse desde 1995 en su comunidad, extasiado ante la soberbia de quien no tiene más discurso que la chulería y el odio clasista. 

Los péndulos no existen en política. Y pensar que sí, que la política se rige por ciclos y que basta con esperar para que todas las opciones terminen teniendo su oportunidad, es negarse a ver la realidad para vivir tranquilos y ajenos desde el acomodo de nuestros salones burgueses, libres de responsabilidades. La política es movimiento impredecible, es un combate de ideas que se libra en muchos terrenos resbaladizos e impenetrables y en las arenas movedizas de la palabra y el activismo. Pero un breve vistazo a la realidad de los últimos veinte años basta para saber que quedarse esperando de brazos cruzados a que pase el chaparrón solo sirve para terminar calados hasta los huesos e indefinidamente. 

Ece Temelkuran lo sabe muy bien. Sus años de exilio en Zagreb hablan por sí mismos de un péndulo que para ella, y para millones de turcos, nunca acaba de volver. Y en este libro esperanzador nos habla de que sólo nos puede salvar la determinación feroz de preservar el diálogo con los que no piensan como nosotros y de crear belleza allá donde vayamos. 

Leer las palabras de Temelkuran es salir de la apatía que generan las redes sociales, con su polarización indiscriminada a base de odio y memes, y renovar la ilusión necesaria para seguir combatiendo la lógica perversa de la maquinaria política que lleva dos décadas generando miedo, confusión y desesperación en todo el mundo. «Ningún país es inmune a la paralizante plaga política y moral de nuestro tiempo». Y no sirve de nada quedarse de brazos cruzados esperando que nos pase por encima la ofensiva global contra el razonamiento y la dignidad básicas. 

Las últimas generaciones vivimos aplastadas por el presente, como si fuera una condena. Un presente de predicciones funestas y de unos logros que se ven empañados constantemente por una oposición feroz y ciega que se identifica con la totalidad de la población y solo lucha para tumbar a un adversario que considera ilegítimo. Y hay que recordar cada día todo lo bueno que nos ha traído hasta aquí y mirar hacia el futuro desde la imaginación transformadora. 

No somos lo que proyectan los políticos. No somos la indignidad diaria, la soberbia y la chulería. Cualquiera que esté en contacto diario con gente que no conoce se da cuenta: la inmensa mayoría de la gente es agradable y educada y está dispuesta a reaccionar con humanidad en las circunstancias más variadas. Aunque traten de contaminarnos a diario, y más en campaña electoral, con mensajes de odio, de inquina y de desprecio, la inmensa mayoría seguimos manteniendo intacta la dignidad que nos hace querer vivir juntos y respetarnos en lo esencial. 

Y de esto va la lucha. No de partidos políticos, ni siquiera a menudo trata ya de ideologías. Va de dignidad. De reclamarla y reivindicarla. Contra el conformismo y el derrotismo del "todos son iguales", elijamos la dignidad antes que el orgullo. "El orgullo divide a las masas entre "nosotros y ellos", mientras que la dignidad alude a un "nosotros" que no excluye a nadie". "La dignidad tiene que ver con una autoestima que no requiere ninguna evaluación externa, mientras que el orgullo está relacionado con el valor que nos otorgan los demás". 

Elijamos la confianza, también. Y nunca más tratemos como extraños a nuestros semejantes. De esto va la convivencia fructífera y el futuro. De tenderle la mano al frutero y dejar de llamarle "el moro" porque tiene nombre y apellido y una historia y un lugar a nuestro lado por derecho propio, y su acento y su origen y el color de su piel nos enriquecen demasiado como para convertirlo en excepción. De la necesidad de estar abiertos a lo inesperado y a lo nuevo, y no cerrarse con mil candados y alarmas como si el mundo exterior fuera en esencia amenazante. De estar abiertos para entender y ser entendidos. Para abrazar y ser abrazados y vivir cerca de los demás, porque la cercanía, a través de la palabra, desactiva la amenaza. 

Defender la dignidad necesaria para un futuro más justo es una necesidad física y emocional, y también política, para que la soberbia y el desprecio que fomentan la desigualdad nos reconozca como seres humanos. Todas las dictaduras han temido y prohibido que la gente se uniera. De la unión nace la rebeldía, la lucha y la posibilidad de liberarse del poder que nos quiere sumisos. Para desafiar al autoritarismo es imprescindible unirnos. Y para mantener la cordura y la alegría de vivir en estos tiempos desquiciantes, olvidémonos de péndulos y de metáforas anestesiantes que nos recluyen a todos en casa por separado y salgamos a la calle y a la vida juntos con la palabra armada para defender nuestra dignidad. 








jueves, 25 de mayo de 2023

CÓMO PERDER UN PAÍS

A veces siento que pierdo mi país. Creo que la primera vez fue en 2010, cuando empezaron a proponerme tocar el piano gratis en conciertos por los que hasta entonces había estado cobrando. La crisis, decían. La cultura era el primer barco que se iba a pique. Lo sentí muy fuerte, aunque afortunadamente no en mi piel, con los miles de jóvenes que tuvieron que salir de España en esos años para buscar trabajo en el extranjero. Muchos de ellos perdieron su país. Y para siempre. Y lo llevo sintiendo desde que la extrema derecha se ha vuelto una realidad cotidiana, no solo en los exabruptos escandalosos de sus representantes políticos, sino también en círculos cercanos como los grupos de whatsapp donde familiares y amigos se han dejado deshumanizar por la diversión de someter a cualquier persona que piense diferente al más zafio escarnio público. 

Yo pierdo mi país cuando una librería amiga amanece con una esvástica pintada en su puerta o el escaparate roto por una pedrada porque sus libreras se atreven a defender públicamente los derechos humanos de las minorías. Pierdo mi país cuando un político defiende que la riqueza, el éxito y la prosperidad son aspiraciones exclusivas de los españoles blancos y, dentro de ellos, solo de los que verdaderamente se esfuerzan. Es decir, cuando la xenofobia y el mito de la meritocracia son los únicos futuros que nos proponen. Pierdo mi país cuando constato, cada día al leer ciertas noticias, que la vergüenza y la compasión se han convertido en responsabilidad exclusiva de cada uno, dejando de ser brújulas morales compartidas por la sociedad y el conjunto de las instituciones públicas. Pierdo mi país cuando veo a tantos millones, en las urnas y en los grupos de whatsapp, saludando como a sus salvadores a los políticos que legislan para perpetuar su precariedad. 

En este ensayo sobre los paralelismos entre la deriva autoritaria de los últimos veinte años en Turquía y el auge de la extrema derecha en todo el mundo, Ece Temelkuran describe cómo, curiosamente, a la gente ya no le importa que la humillen, siempre y cuando le ofrezcan a cambio una sensación de pertenencia, de refugio ante un mundo imprevisible. Habla de la extrema derecha. Desde Erdogan a Trump, pasando por los defensores del Brexit y los gobiernos húngaro y polaco, la era autoritaria es un veneno político y social que parece haber llegado para quedarse. "Su misión no es debatir un tema o refutar un argumento, sino aterrorizar el espacio de la comunicación con una hostilidad y agresividad sin precedentes con el fin de obligar a las ideas opuestas a retirarse". 

En la era de la posverdad, en la que cualquier causa puede ser verdad o mentira, a las víctimas de la violencia autoritaria ni siquiera se las etiqueta de "enemigos del pueblo", un título que al menos uno podía exhibir como distintivo de honor en las dictaduras, sino que se las convierte meramente en un chiste público. El conjunto de valores morales compartidos ha sido torpedeado por la práctica extensiva del escarnio público. Ese escarnio que prolifera en forma de memes y que es el pozo insondable en el que las personas sensatas se convierten en monstruos riéndose desde su sofá. 

Los políticos de extrema derecha defienden una comunicación política diseñada para generar hostilidad, con el fin de crear un espacio de inmoralidad cada vez más grande donde quepa cualquier iniciativa política hasta entonces impensable. "Ya no disponemos de la certeza de un sistema de valores compartidos que nos permite probar, sin lugar a dudas, que se ha cometido un crimen moral". Todo está permitido. Mientras no se prohíba, cualquiera puede hacer lo que quiera, decir lo que quiera, maltratar psicológicamente a cualquiera en prime time. Y los políticos de extrema derecha hacen uso de esa laxitud moral dominante para tensar más y más el límite de lo aceptable, como los adolescentes que desafían con su insolencia a sus padres y a cualquier autoridad para comprobar hasta dónde puede llegar su ansia arrogante de ser el centro de atención. 


Ece Temelkuran


La moralidad se ha exiliado por la fuerza de la vida pública y la vergüenza y la compasión ya no son conceptos compartidos por todos. Por eso la creciente desigualdad no es un problema para tanta gente mientras a cambio sientan que son especiales. Especiales por españoles, por blancos, por católicos, por militantes de un partido. Especiales por la certeza de que, por más terrible que sea su situación, siempre habrá otro colectivo que esté peor. Ya se encargarán sus políticos favoritos de que lo haya. 

Ece Temelkuran escribe desde el exilio, no puede volver a Turquía. Escribe con un tono sugestivo y apasionado sobre líderes tan convencidos de que su propuesta es la única propuesta deseable que ni siquiera conciben ya la política como un juego de pactos en los que a través del diálogo se aspira a llegar a un consenso, sino como una guerra en la que no cabe otro vencedor posible que ellos mismos. Se identifican con "el pueblo" o con "las gentes de bien" para poder quejarse de cualquier ataque que reciban como de un ataque a todo el país. 

La experiencia turca de los últimos veinte años nos enseña a las democracias occidentales que "la usurpación definitiva del poder no se produce mediante un espectacular incendio del Reichstag, sino que, por el contrario, constituye un proceso terrible que se prolonga a lo largo de muchos años, integrado por numerosos pequeños incendios dispersos, aparentemente insignificantes, que arden sin llama". 

Luchar contra la extrema derecha es preservar "una sala oculta en el corazón humano indiferente a los conceptos de jerarquía, poder, posesión y todos los demás apéndices milenarios que reducen la esencia de la vida y sofocan su alegría". Es mantener la cordura cuando tus representantes públicos llaman paz a la violencia, concordia al odio, prosperidad a la creciente desigualdad, tolerancia a la xenofobia y tensan la cuerda de lo razonable esperando que todos los que no piensan como ellos agoten sus reservas de indignación y de ira y ya solo les quede reírse de pura desesperación. Luchar contra la extrema derecha es conservar el sentido de la vergüenza y de la compasión, proteger la conciencia cívica contra las continuas agresiones de los que no creen en la justicia social y defender los derechos de las minorías contra cualquier piedra o esvástica salida de un pasado infame que no tiene cabida en nuestro presente. 






lunes, 22 de mayo de 2023

SIEMPRE ESTUVE AQUÍ. VIDA EN EL EXILIO DE MARÍA ZAMBRANO

Después de disfrutar muchísimo de La cuidadora de palabras. Vida de María Moliner, hemos vuelto al primer volumen de esta colección de vidas de mujeres españolas del siglo XX que la editorial Kalandraka está publicando con su mimo y delicadeza habituales. Esta vida de María Zambrano nos había pasado un poco desapercibida cuando se publicó a principios del año pasado, y ahora, al calor del entusiasmo con que hemos leído la vida de María Moliner, la hemos devuelto al lugar que le pertenece en nuestras estanterías, el que merece este libro poético y exquisito sobre una de las figuras más relevantes de la filosofía y las humanidades del siglo XX en España. 

María Zambrano nació en 1904, cuatro años después que su tocaya Moliner, en Vélez-Málaga. Un siglo después, en 2006, se le rindió homenaje en su tierra natal dando su nombre a la estación de tren de la ciudad de Málaga. Bonito reconocimiento a una mujer que pasó su vida viajando, siempre de paso en Madrid, París, Cuba, Puerto Rico o Roma, buscando un hogar alternativo al hogar que siempre llevó en su corazón y al que durante más de cuarenta años no pudo volver. 

"María fue una niña querida, una hermana entregada, una estudiante tenaz, una escritora que tocó la belleza y la verdad con las palabras. Su mirada de acero y agua se mantuvo inmutable durante todas las edades de aquel peregrinaje ininterrumpido que fue su vida". Un peregrinaje que la llevó por los caminos de la frontera francesa en 1939 junto a un enfermo Antonio Machado, amigo de su familia. Y que, tras su periplo americano, la llevó a Roma, donde vivió con su hermana Araceli y sus múltiples gatos, y donde el eco de su voz resonó con fuerza suficiente como para que la italiana Nadia Terranova lo recogiera y, casi treinta años después de su muerte, escribiera este precioso homenaje. 

Acompañada de las bellas ilustraciones de Pia Valentinis, esta semblanza poética de la vida de María Zambrano conmueve y admira. Ojalá nunca más las guerras y las ideologías persigan la libertad de las palabras. Ojalá nunca más tengan que desfilar andando hacia la frontera y el exilio, físico o simbólico, las mejores mentes de su generación simplemente por atreverse a desafiar la tradición y la violencia. María Zambrano tuvo que exiliarse. Pero siempre estuvo aquí. En intención y en sentimiento. En Vélez-Málaga, cerca de su limonero. 



jueves, 18 de mayo de 2023

555

Domenico Scarlatti, compositor italiano del siglo XVIII afincado en España, compuso 555 sonatas para clave. Son uno de los monumentos más importantes de la historia de la música occidental, y suenan todos los años en los conservatorios y salas de conciertos de todo el mundo. Pero ¿y si quedara alguna sonata perdida por descubrir? ¿Y si ese manuscrito encontrado en el doble fondo del estuche de un violoncello por un ebanista cuidadoso fuera la anhelada sonata 556?

Esta novela es un homenaje a la bibliofilia, a la búsqueda de manuscritos antiguos y a la dedicación incansable de esos ratones de biblioteca que sueñan con descubrir nuevos tesoros para seguir ampliando el patrimonio cultural universal. Me ha gustado mucho la elegancia melancólica en la prosa de Hélène Gestern. La delicadeza con la que retrata la vulnerabilidad de sus personajes, en especial la del ebanista Grégoire. "Empático, amable, fiel. Quizá demasiado". Un gigante de dos metros con el pelo largo y manos enormes que restaura muebles antiguos y ama la música más que a las personas. Que se aferra a la presencia de perfectos desconocidos para consolarse del vacío de su propia casa. Tímido y sensible. Con cuarenta y dos años que parecen diez más. Sobre todo desde que su pareja le dejó. "Un hombre en la sombra. Un sanador invisible".  

Hay capítulos deliciosos sobre el trabajo de los lutieres. "La sensación de tiempo suspendido y del silencio pleno y apacible que infunden los instrumentos en reposo". Y ahí estás, en un taller desordenado y lleno de herramientas y de instrumentos, cuyo olor a madera y a barniz te transporta inmediatamente a otra época. Y sobre la pérdida que comparten la mayoría de los personajes, que tratan de buscar aquello que compartían con los ausentes para conjurar el hueco que dejaron. Siguen el rastro de la música, de los viajes, las huellas del placer compartido para que la muerte sea menos muerte, para arrebatarle una ilusión de presencia al vacío. 

Y, por supuesto, es un homenaje a la música de Scarlatti. Y la alegría vital que transmite. "Una alegría poblada de tinieblas". Una alegría exultante, con sus apaciguamientos y sus euforias. "Quién sabe de qué clase de dolor se nutrió el compositor para conseguir la riqueza y la luz que hacen vibrar su música". Hélène Gestern escribe sobre música con una pasión y una sensibilidad muy especiales. Mientras leía esta novela, pensaba: qué ganas de volver a tocar. De volver a Scarlatti. De dejarlo todo y dedicarme de nuevo, como hace tantos años, al laberinto del mundo de la música. La música como expresión de un mundo interior al que uno no puede llegar de otra manera. La expresión de lo inexpresable. La confesión sin palabras que brota de donde uno ni siquiera sabía que había algo. Si la música puede ser, para quienes la practican, una patria interior, apartarse de ella para dedicarse a otras cosas es una suerte de exilio. Lo bueno es que la patria siempre espera. Siempre está ahí, con la puerta abierta, lista para al reencuentro. 




lunes, 15 de mayo de 2023

LA CIUDAD DE LOS VIVOS

"Todo el mundo sabe que el fin del mundo llegará. Pero el saber, en el hombre, es un recurso frágil. Los habitantes de Roma llevan en la sangre la conciencia de las últimas cosas, y está tan asimilada que ya no genera ningún razonamiento. Para los que viven aquí, el fin del mundo ya ha ocurrido". Ha ocurrido en casi todas las esquinas de esta ciudad, en sus sucios recodos de caos y abandono. Y una de las veces en que ocurrió fue en un décimo piso del barrio de Collatino, el 5 de marzo de 2016: el espanto, la maldad insondable. El fin del mundo. 

Esta crónica criminal, en la mejor estela de Truman Capote o de Emmanuel Carrère, narra un crimen que conmocionó a la opinión pública italiana: dos jóvenes de buena familia invitaron a un chico de veintitrés años al que apenas conocían a una fiesta de drogas y alcohol, le ofrecieron dinero a cambio de sexo, y horas después empezaron a torturarlo hasta la muerte. Sin motivo aparente. Sin explicación. 

Lo absurdo del crimen despertó todo tipo de polvaredas mediáticas. ¿De dónde salía esa violencia desenfrenada? ¿Cómo era posible que personas consideradas normales se convirtieran de un día para otro en salvajes asesinos, sin que ellos mismos pudieran descifrar las motivaciones para tamaña metamorfosis? 

Nicola Lagioia hace un retrato descarnado de la ciudad de Roma, el marco de todos los disparates y horrores imaginables. "La corrupción en Roma ha asumido una forma indefinida. Sus fronteras son inciertas, es una gigantesca presencia gaseosa que, mezclada con el poco aire puro que queda, todos respiramos. En ambientes donde la corrupción está muy extendida, la gente llega a cometer delitos sin darse cuenta". Describe la ciudad como un lugar donde los conceptos de trabajo, amabilidad, honestidad y responsabilidad social han perdido el sentido. Pero aun así, sigue siendo adictiva en su brutalidad, en su vitalidad desaforada y caótica y rebosante de vida. ¿Cómo se puede amar hasta tal punto lo que lleva toda la vida envenenándote la sangre? El autor quiere huir, pero siempre vuelve a sus calles sucias y agresivas. Habitadas por gente asustada y encanallada. "La capital de los vicios, el más hermoso cesto para las manzanas podridas". 

"¿Existe una maldad de los lugares? ¿Podemos hablar de la persistencia física del mal después de haber sido cometido? ¿O es solo sugestión?" Es inevitable trazar un paralelismo entre esta descripción de Roma y lo que puede llevar a sus habitantes a cometer todo tipo de locuras. Incluso el peor de los asesinatos. 

La ciudad de los vivos es un libro de hechos desnudos, pero también de ideas. Ideas sobre la violencia, sobre la culpa, sobre la maledicencia y sobre cómo nos vemos a través de las vidas de los otros. Cuando una conducta sexual que se sale de la norma tradicional sirve a la gente para justificar un homicidio es que hay algo en esa sociedad que está profundamente enfermo. Si hacía eso, bueno, un poco se lo había buscado, parecían decir muchos al enterarse de los detalles escabrosos del caso. En el fondo era un colectivo suspiro de alivio: estas atrocidades nunca nos pasarían a los buenos católicos monógamos heterosexuales de siempre, porque sabemos comportarnos. 

Me ha gustado mucho cómo Lagioia no deja nunca de indagar en las razones para la violencia. Porque no vale con decir que son monstruos. Es tan fácil. Trazamos una línea en el suelo, decimos aquí estamos nosotros, allí están ellos, y nos vamos a dormir con la seguridad de estar a salvo de todo porque el infierno siempre serán los otros. Indagar en los orígenes de la violencia requiere la capacidad de ponerse en el lugar de ese otro, en el lugar del asesino, de aceptar su humanidad y su semejanza con nosotros. Requiere la valentía de mancharse las manos y dejarse invadir por la congoja de lo que vamos descubriendo, para llegar, en el mejor de los casos, a la desoladora conclusión de que ninguno estamos verdaderamente a salvo de dañar a los demás. Y que, a la vez que ante la violencia siempre damos gracias por no haber sido víctimas de ella, quizá deberíamos dar gracias también por habernos librado de haber sido cómplices de ella, o sus propios instigadores. 

Y es que "una sombra permanece estancada en nosotros desde la noche de los tiempos: destruir a los más débiles. O bien debilitar al más fuerte para luego destruirlo. La agresión como garantía para la supervivencia. Golpear para escapar del miedo a ser golpeados. Sentirse impotentes, reducir al otro a la impotencia". Es una idea de garantía desquiciada, pero tan repetida que asusta no tenerla más en cuenta. La garantía de los nazis fue la eliminación de los judíos. La de los acosadores escolares, cualquier rarito aislado incapaz de defenderse. Por perturbado que pueda parecer el razonamiento, dañar para salvarse es algo que mueve dinámicas sociales desde siempre. Si es el otro el que acaba dañado, eso significa que no seré yo. Yo me salvaré. A mí no me tocará. 

Este caso ofende y escandaliza porque evidencia lo rotos que están los vínculos que cohesionan la sociedad (especialmente el que se basa en no hacer daño a los demás) para una generación de jóvenes que aparentemente lo tienen todo a su favor. Chicos a los que nos les falta nada material, pertenecientes a familias acomodadas, cargan con una desesperación y una rabia que a la mayoría, acostumbrados a asociarlas a personas en contextos desfavorecidos, nos cuesta mucho entender. Lo que más llamó la atención de este caso, y quizá lo que lo hizo tan famoso, es que ambos asesinos provenían de buenas familias y no tenían ningún perfil violento. Nihilismo destructor. Impotencia vital, frustración. Desprecio por los valores inculcados y compartidos. Incapacidad para enfocar su propia identidad. Preocupación patológica por la opinión que los demás tienen de ellos, falta de autoestima, falta absoluta de responsabilidad hacia sus propios cuerpos, su propia seguridad, la gestión del tiempo y del dinero. Eran buenos chicos con un infierno invisible a cuestas. Quién sabe lo que hizo que decidieran pasarle su infierno a otro más débil que ellos. «¿Qué pasa con quien, inmerso en la sombra, sigue descendiendo peldaños? Más allá de cierto umbral se abre un mundo desconocido.»





jueves, 11 de mayo de 2023

BERLÍN

Llevo una semana viajando por Berlín. Por un Berlín glorioso y destruido, aupado por el swing y la libertad y secuestrado por el terror y las bombas. Un Berlín que poco tiene que ver con el Berlín vibrante y cosmopolita de hoy en día, pero que ya a partir de 1920 daba signos de la rebeldía y la obstinación que en 2023 siguen siendo parte de sus señas de identidad. Y así es la ciudad: joven, abierta, con un humor ácido y un gusto por la cultura subversiva y por las revoluciones. Y, en palabras de un joven Eric Hobsbawm, que vivió en Berlín en torno a 1930: "Incluso el dialecto local y las expresiones idiomáticas estaban cargadas de una simpática irreverencia y, a diferencia del habla mucho más rígida de Viena, aquí era más acelerada y abundante en salidas ocurrentes". 

Este ensayo interesantísimo de Sinclair McKay hace un recorrido por la historia de Berlín desde los años veinte hasta la caída del Muro. Se centra especialmente en el que quizá es el momento más dramático de la historia de la ciudad: los primeros cuatro meses de 1945, cuando la ciudad soportó un bombardeo final que la dejó totalmente en ruinas, y la población, especialmente las mujeres, sufrió el asedio y la violencia más salvaje por parte de las tropas del Ejército Soviético. Fue tal la destrucción y la sensación de fin del mundo que una parte de los berlineses que aún quedaban en la ciudad huyó en esos meses para no volver: no concebían que ese infierno pudiera ofrecerles ninguna oportunidad de vida futura. 

Me han gustado mucho las descripciones del carácter de la ciudad y la cantidad de pequeñas anécdotas de gente corriente que, como pasa a menudo, ayudan a entender los procesos históricos mucho mejor que las acciones de los políticos más importantes. He notado la vibración de las bombas, he mascado el polvo de las casas en ruinas y he sentido el miedo constante de la gente, primero bajo la violencia nazi, luego bajo el terror de las bombas y la ocupación y, por último, bajo la vigilancia paranoica de la Stasi. Qué décadas más terribles han tenido que soportar los berlineses y qué admirable que hayan mantenido, a pesar de todo, la llama de la rebeldía, de la contestación, ya sea en forma de cultura punk, de grafitis o de humor cínico. 

Berlín es una ciudad de contrastes. Frente al prototipo de ciudad europea bucólica, con su casco medieval y sus panorámicas de postal romántica, Berlín ofrece un perfil más agreste, menos homogéneo y fotogénico. Quizá sea el producto de su historia convulsa, de haberse visto reducida a escombros para ser reconstruida después a pedazos mientras cuatro países se repartían sus trozos, y terminar siendo cortada en dos, o mejor dicho, asfixiada su mitad occidental en torno a un muro que durante casi tres décadas impidió su desarrollo normal y la convivencia pacífica. Berlín está llena de historia. Como cualquier ciudad. Pero Berlín, por momentos, parece que tiene demasiada. Se le salen las tragedias por las costuras. Otras ciudades han borrado las huellas de sus heridas y han erigido para recordarlas monumentos conmemorativos, metáforas pulidas y reinterpretables con las que olvidamos la crudeza del horror. Berlín no. El trauma colectivo de Berlín sigue latiendo, como una herida abierta, en los restos del muro, en las Stolpersteine, en las iglesias en ruinas, en los restos de metralla de las fachadas, en cada esquina que recuerda el pasado, y esa convivencia diaria con su pasado, sin los filtros de los símbolos, da forma a su increíble vitalidad y a su futuro. 





lunes, 8 de mayo de 2023

LAS CHICAS DEL MURO

"Hay fotografías que cuentan toda una historia". O, mejor, que cuentan muchas historias diferentes, según la interpretación que cada uno haga. La fotografía de la portada de esta novela es una de ellas. Dos chicas se dan la mano sobre el Muro de Berlín en construcción. ¿Se despiden? ¿Se saludan? ¿Están tristes, asustadas, emocionadas? ¿Ocultan algo entre las manos? ¿Se estarán pasando un plan de fuga? 

La primera novela de Jorge Corrales recrea desde la ficción las historias que rodean a esta foto real de un momento histórico decisivo en la historia de la guerra fría. Dos chicas adolescentes sin nombre, con sus inseguridades y sus proyectos, a veces hacen que podamos entender mejor una época histórica que las biografías pormenorizadas de los gobernantes más famosos. 

En las fotografías que se conservan del muro de Berlín, las personas que aparecen suelen ser meros espectadores, extras de la función terrible que les rodea. El muro había interrumpido sus historias, les había quitado el papel, su parte de guion, su protagonismo, y los había dejado al margen, mudos, cortados en dos. El muro dividió Berlín y aisló su parte occidental del resto de la Alemania Federal. Pero sobre todo, cortó las vidas de cientos de miles de berlineses, las puso en suspenso y les obligó a tomar decisiones que nunca habrían imaginado. 

A Elena, la protagonista, lo que más le gusta en el mundo es sentarse y mirar. Y dejarse llevar por la curiosidad que le produce todo lo que observa. Si la curiosidad es lo contrario del miedo, entonces Elena no es nada miedosa. Ni para irse a Berlín a vivir sola ni para zambullirse en la investigación de una de las épocas más turbulentas de la historia alemana. Y es que Berlín es una ciudad llena de muertos. De persecución y exterminio. Pero también de belleza y de movimiento. De futuro. Un pueblo cosmopolita de "granjeros con gorras hípster" en el que cualquier cosa puede pasar. Cualquier cosa. 

Esta novela entretenida, ligera y trepidante me ha recordado, por el tema y por el ritmo, a El túnel 29, de Helena Merriman. Es una historia de una amistad doble sobre los muros que nos separan, esas fronteras invisibles y artificiales que solo existen en la cabeza de las personas. Es un homenaje apasionante a Berlín, una ciudad que "está contando su historia en cada esquina, en cada farola, en cada persona. Sólo tienes que saber cómo escucharla. Tienes que aprender el lenguaje de su historia". 

Y acabas de leerla con la música alegre y juguetona de Edith Piaf en la cabeza, que en la versión alemana de Dalida se vuelve puramente feliz y celebra la belleza del mundo: Die Welt ist schön, Milord...







jueves, 4 de mayo de 2023

ESCRITORAS

He disfrutado muchísimo este libro. Y por los motivos más variados. El texto es empático, poético y cariñoso. Carmen García de la Cueva enlaza sus deseos y aspiraciones literarias con los deseos y aspiraciones de toda una genealogía de mujeres españolas (con Virginia Woolf como excepción, un faro que marca el camino y sirve de espejo a todas ellas) que lucharon por dedicarse a la escritura en una sociedad que las condenaba a recluirse en casa para servir a sus maridos y cuidar de sus familias. Y las ilustraciones de Ana Jarén son de una exuberancia cálida y acogedora y consiguen que las mujeres retratadas cobren vida y salgan del libro para enseñarte su camino y darte un abrazo en cada capítulo. 

Escritoras es un homenaje a la capacidad de la amistad femenina para crear redes de apoyo, inspiración y colaboración entre unas mujeres que lucharon por hacer realidad su vocación por la literatura. La amistad femenina como válvula de escape de la prisión del hogar y como herramienta de liberación y emancipación. Como llave de la jaula para dejar volar los deseos frustrados, esas piedras en los bolsillos que con la edad pesan cada vez más y amenazan con hundir las ilusiones de las mujeres en pozos sin fondo. Es un homenaje a la amistad femenina, esa red natural de sororidad que da la oportunidad de descubrir modelos de vida distintos a los que dictan las estrictas normas de clausura que imperan en las familias tradicionales. 

Carmen García de la Cueva rastrea las vidas de María Lejárraga, María de Maeztu, Elena Fortún, Carmen Baroja y muchas otras, "escritoras que vivieron las presiones de su género cada una en su casa familiar con su propio aburrimiento y su punzada de dolor en el centro del pecho y sus bolsillos llenos de deseos". Todas ellas sintieron la pulsión por romper con su entorno porque "su naturaleza como mujeres iba más allá del cuidado de la casa y de la familia". Querían ser escritoras, y para ello tenían que encontrar un espacio propio, simbólico y físico, para desarrollar su pensamiento y su obra. Como la Valeria del maravilloso El cuaderno prohibido, de Alba de Céspedes, ninguna se resignó al rol de madre y esposa. Querían ser ellas mismas, sin tener que definirse en relación a los hombres que las rodeaban e imponían su presencia y sus necesidades. 

Ya Virginia Woolf habló de la necesidad de "matar al ángel del hogar" para poder tener la libertad de pensar fuera del marco de las obligaciones domésticas. Para poder reivindicar, como ya decía Emilia Pardo Bazán en 1892, que la mujer tiene destino propio y sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de su familia. Pero matar al ángel es más difícil que matar a un fantasma y requiere de una valentía excepcional: la valentía de romper "las telas de araña de tantos prejuicios disfrazados de reglas con que nos atan e inmovilizan familia y costumbres". Vivir sin tutelas, sin aceptarlas de nadie ni imponerlas a nadie, es un camino a la libertad plagado de curvas y trampas. Pero el único camino que merece de verdad la pena. El único que permite la libertad de ser y crear y elegir que todos necesitamos para ser felices. 

Si el feminismo es la búsqueda de la felicidad a través de la independencia, las escritoras reunidas en este precioso libro tienen mucho que enseñarnos. Sus vidas nos "ayudan a entender de dónde venimos, de qué oscura y fragmentada genealogía procedemos". Nos recuerdan, con el espejo de Woolf siempre presente, que es vital tener una habitación propia, pero todavía más importante es tener una vida propia y saber habitarla en soledad. Ellas escribieron a pesar de todo. Eligieron escribir con "el espíritu en carne viva", como decía Lejárraga, para que las palabras vivan y salgan al mundo y "se abran paso entre los dedos como llamas de fuego". Su recuerdo es historia viva. Su valentía nos proyecta al futuro. Y nos acompaña.