sábado, 14 de marzo de 2020

HASTA PRONTO, AMIGOS

Queridos lectores y amigos: la Comunidad de Madrid ha decretado el cierre de todos los comercios excepto supermercados y farmacias a partir del sábado 14 por lo que nuestra librería estará cerrada hasta nuevo aviso. 
Un abrazo grande, felices lecturas y, esperamos, hasta muy pronto, para seguir compartiendo nuestra pasión por los libros. 

jueves, 12 de marzo de 2020

LOS NAUFRAGIOS DEL CORAZÓN (firma invitada)

Historia de amor y Bretaña. Esos fueron los dos elementos que me atrajeron de esta novela cuando leí la reseña de la contraportada. También eso de que la atracción de sus protagonistas rompía las convenciones sociales. Aunque no me gustan especialmente las novelas románticas, cuando la elegí me apetecía una historia ligera porque todo lo que estaba leyendo por entonces tenía el peso de las historias que atraviesan guerras, miseria, pérdida y desengaño.

Me atrajo indudablemente esa narradora en primera persona con una ironía, una fuerza y un lirismo que me recordaron al instante a las narradoras de algunas novelas de Martín Gaite. La novedad de esta la encontré en su alter ego, la mojigata, y en la mezcla de tonos, del más lírico y formal –producto de la cultura de la protagonista parisina universitaria y más tarde profesora, periodista e investigadora– al más vulgar cargado de referencias hilarantes a la sexualidad de sus personajes.

¿Cómo puede un amor marcarte de por vida? ¿Qué puede haber tan fuerte que consiga atravesar maridos, mujeres, kilómetros de distancia, años y clases sociales? La propia protagonista se lo pregunta a lo largo de los años que dura su relación adúltera y fiel al mismo tiempo. Quizás sea el sexo fogoso y el deseo de sus cuerpos lo que los ate constantemente al otro. Quizás sean el amor, el recuerdo del primer baile, la huida a la playa y el inicio de la exploración de las relaciones.

Entre las páginas de esta historia de amor hay mucho deseo, pero también hay inseguridades, dramas familiares y anhelo. El anhelo de Gauvin, el protagonista masculino, de ser la pareja oficial de George, la irónica narradora. Y la huida de George de esas ataduras conyugales que se habrían creado si ese deseo se hubiera cumplido. Para George, Gauvin quizás sea solo un juego, una liberación, una forma de sentirse mujer independiente a lo largo de toda su vida; ella sabe que no podría vivir con él, pero también que no podría hacerlo sin él. El tira y afloja de su relación basada en unas diferencias culturales y sociales insondables es lo que mantiene a flote una historia que tiene como protagonistas a dos seres humanos tan diferentes que no podrían ser más iguales.

El mar, los viajes, las escapadas, las noches interminables de sexo, los silencios, las diferentes etapas vitales de los personajes que van envejeciendo y mantienen viva la pureza de su amor y el humor son los grandes ingredientes de una novela que no deja indiferente. Un oasis de inteligencia en el mundo de las novelas románticas. El acierto de una autora que, en la resaca de la segunda ola feminista, nos regala un personaje complejo y una historia que va más allá del romanticismo tradicional o de las novelas eróticas del momento.



lunes, 9 de marzo de 2020

ARMONÍAS Y SUAVES CANTOS

Mientras escribo esta reseña suena en la librería "La liberazione di Ruggiero dall'isola di Alcina", de Francesca Caccini (1587-1640). Hasta hace una semana nunca había oído nombrar a esta compositora, y ahora no me la puedo quitar de la cabeza. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible que tras una carrera completa en el conservatorio me haya perdido no ya la música de esta mujer, sino incluso la posibilidad de ubicarla en la historia junto a sus homólogos masculinos, tan dotados y exitosos como ella en su época? 

Una constante a lo largo de la historia que todavía perdura, aunque muchos ya no se atrevan a expresarla de manera explícita, es la creencia de que las mujeres no pueden tener la misma capacidad intelectual que los hombres. Esto ha provocado que su educación minara sus ambiciones intelectuales por considerarlas en el mejor de los casos superfluas, y en el peor, antinaturales. En la música ha pasado lo mismo. Tras catorce años de estudios intensivos, la mayoría de los que terminamos el grado superior no hemos estudiado ni tocado ni una sola obra compuesta por una mujer. 

¿Es que no ha habido compositoras a lo largo de la historia? Por supuesto que sí. A pesar de la cultura que niega su capacidad de componer, de su entorno que desconfía de su sexo y les impide desempeñar cargos públicos y formar parte del mundo musical profesional, a pesar del machismo que ha hecho que los hombres no hayan sabido juzgar sus obras más que con condescendencia o con desprecio, ha habido mujeres que han tenido la suerte de tener los medios para componer de manera profesional y la valentía para desafiar a la tradición y desarrollarlos. Este interesantísimo y apasionado ensayo de Anna Beer cuenta las vidas de ocho compositoras maravillosas, desde el siglo XVII hasta finales del XX, que si no están en el canon de la música clásica occidental no es por su falta de talento, sino por el simple hecho de ser mujeres. 

Francesca Caccini, Barbara Strozzi, Elizabeth Jacquet de la Guerre, Marianna Martines, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann, Lili Boulanger, Elizabeth Maconchy. Estas ocho mujeres conocieron el éxito y el apoyo de un público rendido a su talento. Algunas fueron predilectas de reyes y reinas, otras lucharon contra las sombras alargadas de sus maridos o hermanos y consiguieron superarlas. A todas les pusieron trabas y a todas les negaron el reconocimiento una vez muertas porque se salían de la norma, porque eran "especiales", en definitiva, porque eran mujeres y en un mundo donde lo universal siempre es masculino por defecto, las mujeres no pueden entrar por derecho propio en ningún canon. 

Anna Beer
Resulta doloroso leer la cantidad de prejuicios e impedimentos que tuvieron que afrontar estas mujeres para poder desarrollar su arte. Y me admira imaginar qué logros musicales habrían alcanzado si hubieran podido componer confiando en la legitimidad de su labor y sin trabas económicas, familiares y sociales, al igual que componían la mayoría de sus compañeros masculinos. 

Escucho la música de Francesca Caccini y me doy cuenta de la imposibilidad de juzgar la música por el sexo de quien la crea. No existe música femenina ni música masculina. Sólo música, buena y mala. Y la de estas compositoras merece ser escuchada por lo que vale y lo que es, un triunfo de nuestra historia musical. 



jueves, 5 de marzo de 2020

LA MUJER INVISIBLE

Hay una escena habitual en ciertos baños públicos, sobre todo en teatros y en recintos cerrados: mientras que los hombres entran sin esperar, en el servicio de mujeres siempre hay cola. La mayoría nos encogemos de hombros, como los privilegiados ante los engorros que nunca nos afectan. Poquísimos se paran a pensar cómo es que esta situación se repite con tanta frecuencia. Es decir, ¿por qué, si el espacio está repartido al 50% entre hombres y mujeres, sólo hay colas en los baños de mujeres? La respuesta, por mucho que les pese a los misóginos, no es necesariamente que las mujeres sean más tardonas. La respuesta es que si las mujeres disponen de, pongamos, seis cubículos, en general los hombres tendrán seis cubículos y otros tantos urinarios externos, con lo cual podrá haber siempre más hombres que mujeres usando el servicio a la vez. La respuesta es que aproximadamente un 20% de las mujeres entrarán al servicio también para cambiarse el tampón o la compresa porque tienen la mala costumbre de tener la regla todos los meses, lo cual les lleva la eternidad de dos o tres minutos más. La respuesta es que las embarazadas orinan más veces al día que las mujeres no embarazadas, y por supuesto, que todos los hombres. Y podríamos seguir, pero ya da hasta casi vergüenza. Después de todas estas respuestas, la pregunta urgente sería: ¿por qué no se tienen en cuenta las necesidades fisiológicas de las mujeres a la hora de construir baños públicos para evitarles de una vez esas colas humillantes?

Con este ejemplo y decenas y decenas de ejemplos más, la autora argumenta una respuesta: el mundo ha estado y sigue estando mayoritariamente diseñado por hombres que dan por supuesto, casi siempre sin mala intención, que sus necesidades son las necesidades de toda la población mundial porque han aprendido (como todos hemos aprendido) que el hombre es la medida de todos los seres humanos.

Cuando se trata de hacer cola en los baños públicos, la discriminación es engorrosa. Pero cuando hablamos de chalecos antibalas diseñados para hombres que no se ajustan correctamente a los cuerpos femeninos, o de coches cuya seguridad está probada exclusivamente para cuerpos masculinos, la discriminación puede ser simplemente mortal para las mujeres.

Los hombres confunden su punto de vista sobre la realidad con el único punto de vista posible. Piensan que su realidad tiene que ser la misma realidad para todos. Así, estiman que si colocan un estante a 1,90 metros de altura, todo el mundo alcanzará lo que pongan encima con la misma facilidad que ellos; si en los países nórdicos priorizan la limpieza de la nieve de las carreteras y descuidan la de las aceras es porque piensan que, como ellos, la mayoría de la gente se desplaza en coche y los peatones son en buena medida invisibles; si diseñan parques cuyo público infantil termina siendo mayoritariamente masculino es porque creen que las niñas simplemente prefieren quedarse en casa. Hace falta un esfuerzo especial de empatía, y, sobre todo, más mujeres diseñando la vida pública, para entender que las mujeres son en general más bajas que los hombres, que usan menos el coche y más el transporte público periférico y las aceras, y que, como se ha demostrado en muchos países, si las niñas disponen de un parque donde sentirse a gusto no se suelen quedar en casa.

Caroline Criado Perez


Hay un aspecto curioso que resalta Caroline Criado Perez al inicio de este ensayo monumental: la desigualdad entre hombres y mujeres a menudo no es malintencionada ni deliberada. "Todo lo contrario. Responde simplemente a una forma de pensar que ha existido durante milenios y que es, más bien, una forma de no pensar. Incluso un no pensar doble: a los hombres se les da por supuestos y a las mujeres no se las menciona. Porque cuando nos referimos a lo humano, en un sentido general, nos referimos al hombre". Que la desigualdad no sea malintencionada no debería alegrarnos, sino al contrario: el hecho de que la tengamos tan incorporada a nuestra forma de vivir hasta el punto de no percibirla resulta mucho más preocupante, pues si fuese nada más que el resultado de un grupo extenso de hombres encabronados siempre sería mucho más fácil identificarla y combatirla.

Combatir la desigualdad entre hombres y mujeres pasa por eliminar la brecha de datos de género, es decir, la falta de datos específicamente femeninos en todas las investigaciones que se usan para el diseño de nuestra sociedad, desde las decisiones políticas hasta la composición de los medicamentos, pasando por los espacios urbanos y la prevención de riesgos laborales en el trabajo no remunerado de cuidados a niños y a mayores. Y combatir la desigualdad ya no es sólo una cuestión básica de ética, justicia y dignidad. También es una cuestión económica urgente. El coste económico que supone en todo el mundo la violencia contra las mujeres y no tenerlas en cuenta en la toma de decisiones a nivel público es brutal y lo puede entender cualquier hombre que entienda un gráfico con estadísticas, aunque carezca de toda moral y empatía. Ya no hay excusa. Sólo prejuicios y el deseo de permanecer en la ignorancia para perpetuar un privilegio masculino criminal.

Los que aún no están convencidos de que la discriminación de género es una realidad, encontrarán en este ensayo una avalancha tal de argumentos contrastados que difícilmente podrán seguir negándola. Los que ya están convencidos, descubrirán hasta qué punto la brecha de datos de género es la causante de que las mujeres sigan sufriendo más que los hombres, desde las colas para ir al baño hasta las muertes por diagnósticos erróneos.

Caroline Criado Perez ha escrito un ensayo exhaustivo y amenísimo. Ojalá muchos lo lean. Y ojalá los que tengan poder para ello tomen nota y lo pongan en práctica. 



lunes, 2 de marzo de 2020

LA MECANÓGRAFA

Piénsalo como una aventura, le dice su jefe al principio de todo. Y las primeras semanas de verdad que lo parece. Una aventura un poquito ridícula, incluso. Ella tiene dieciocho años y la guerra es un fondo oscuro que, lejos de apagar su brillo, resalta su buen humor y su ligereza. Nunca sospecharía lo que se le vendría encima muy poco después. 

La misión de Juliet consiste en controlar las células fascistas británicas que operan en Londres en 1940. Antiguos miembros de la Unión Británica de Fascistas, simpatizantes de Oswald Mosley, muchas amas de casa y gente normal de barrio que uno ve todos los días por la calle sin imaginar que están traicionando a su país. O mejor dicho, la idea de libertad y democracia de su país. Y también, por supuesto, esos duques tan peripuestos que organizan cenas espléndidas mientras Churchill habla de sangre, sudor y lágrimas, para planear cómo se repartirán el pastel de su querida Inglaterra cuando Hitler campe a sus anchas por Whitehall. Su objetivo no es localizarlos para erradicarlos, sino infiltrarse en sus reuniones y permitir que crezcan, siempre dentro de "un huerto amurallado del que no puedan escapar para esparcir su semilla maligna". Cuando su jefe la instruye con este tipo de lenguaje, Juliet se lo queda mirando, entre asombrada y divertida: "una chica podría morirse de vieja tratando de interpretar una metáfora como esa". Quizá por eso no puede evitar desear que siga hablando, o que deje de hablar y la requiera para cosas más íntimas y más serias.

Kate Atkinson ha creado con Juliet a una heroína de novela deliciosa. Desde las primeras páginas he caído rendido ante su encantadora inclinación hacia la broma y la ligereza. Es una chica vivaz e impaciente. Saltarina. Ocurrente. Cándida. Resuelta. Atolondrada. Impuntual. Soñadora. Y he soltado más de una carcajada ante la descripción psicológica de su tumultuosa vida interior. Si es con Juliet yo también quiero espiar a fascistas británicos. Pase lo que pase. 

Me ha gustado la descripción de la ambigüedad constante de los miembros del servicio secreto. "La señal de que alguien es un buen agente es no tener ni idea de en qué bando está". Y esas frases sinuosas y ambiguas con las que los ingleses tratan de decirte algo peliagudo sin decírtelo y a la vez suplicándote que no les pidas que sean más explícitos, no les vaya a dar un infarto a su pudor y a su buena educación. "A veces hablaba con tantos rodeos que sus intenciones se perdían por el camino". 

Kate Atkinson
La acción salta entre entre 1940 y 1950, y describe muy bien cómo los coletazos de la destrucción se prolongaron todavía varios años tras el final de la guerra. En 1950 la guerra parecía "una herida suturada con torpeza y a veces daba la sensación de que algo la estuviera abriendo. O alguien". Otra guerra más sibilina, sin bombardeos ni sangre en las calles, se estaba gestando, esta vez contra los soviéticos. Una guerra sin sangre, pero llena de sospechas y micrófonos y desconfianza por todas partes. 

Por el tema y el tono me ha recordado a Operación dulce de McEwan. Todo hermosamente salpicado de citas de Shakespeare, con una imaginación ingeniosa y chispeante que nunca descansa. La mecanógrafa es una comedia de espías fulgurante que parece escrita por la guionista de La maravillosa Mrs. Maisel.