viernes, 30 de agosto de 2019

COMISARIO DUPIN

Cuando P. y yo decidimos que Bretaña sería nuestro hogar de acogida para las vacaciones de verano, me acordé de que un señor mayor muy asiduo, lector fanático de novela policiaca, me había hablado con fervor de la serie del comisario Dupin. Es entretenidísimo, tienes que leerlo, me decía cada vez que se llevaba uno. Se nota que el autor vive esa región con pasión, te cuenta cada detalle de las costumbres, la comida, la bebida, ese clima tan loco de las zonas costeras, las leyendas celtas, y hasta hace de guía turístico diciéndote dónde comer la mejor langosta y saborear el lambig más fuerte ¡con lugares con nombres reales! Yo me fui con sus libros en la maleta, me dijo. Y fue un acierto. Viví Bretaña de otra forma, de verdad.

Había un brillo tan bonito en sus ojos cansados que ¿qué iba a hacer yo? Pues hacerle caso, claro.

Y tenía razón. Bretaña es un personaje fundamental en cada uno de estos libros, el sustrato en el que se asienta la trama y que da color y sabor a cada giro argumental. Uno diría que algo así sólo se puede hacer siendo bretón, pero basta con mirar el título original de los libros e indagar un poquito para descubrir que Jean Luc Bannalec es el seudónimo tras el que se esconde el escritor Jörg Bong, un alemán que se enamoró perdidamente de la costa sur bretona hace muchos años y que decidió rendirles homenaje a sus paisajes y sus gentes con esta serie policiaca que le ha convertido ya en un habitual (casi una celebridad) de los cafés y las callejuelas de Concarneau. Digan lo que digan los amantes del nacionalismo cultural (y la mayoría de los bretones de pura cepa descritos en esta serie), no hace falta haber nacido en un lugar para pertenecer a él y amarlo como propio. Basta el amor. 

Jörg Bong
De las siete novelas publicadas hasta el momento, he leído las dos primeras. Y he pisado, junto a P., las calles y cafés que describe en las dos, como buen seguidor de este comisario perspicaz y ensimismado con un aire a Maigret. Pont Aven y Concarneau no necesitan de excusa novelesca para merecer una visita. Son dos joyitas de cuento, con sus esquinas pintorescas, sus casitas medievales y los barcos destellando su blancura al sol. Pero si a la belleza de todo le podemos sumar la emoción de un comisario siguiendo pistas imposibles sobre pintores célebres, cuadros robados o desapariciones en la playa, el viaje se vuelve doblemente interesante. Me quedan cinco novelas. Y me las voy a dosificar para disfrutarlas despacio, como mejor se disfruta todo lo bueno. Cinco novelas. Cinco viajes más por hacer, figurados y reales, para seguir descubriendo Bretaña. 




miércoles, 28 de agosto de 2019

MONTAIGNE

Torre del castillo de Michel de Montaigne
Era principios de agosto y el sol pegaba fuerte. Los grillos cantaban con furia en las cunetas de la carreterilla secundaria que nos llevaba al pueblito de Saint Michel de Montaigne, en el Périgord. Los carteles con el retrato de Montaigne anunciando su famosa torre compartían espacio con publicidad de innumerables viñedos. En la tierra del Burdeos, ni los filósofos se libran de la asociación vinícola.

Cuando empezó la visita, éramos apenas diez personas alrededor de la guía, y todo invitaba a la calma y a la introspección. Ella nos hablaba de guerras y de incendios pero cuando uno sacaba la cabeza por una de las estrechas ventanas de la torre, la sensación era de que todo seguía igual que cuatro siglos atrás. Las frases latinas y griegas parecían recién talladas en las vigas del techo y no costaba nada imaginar aquella biblioteca, ahora vacía, atestada de libros, y a Monsieur de Montaigne dando vueltas y vueltas a sus treinta metros cuadrados mientras dictaba sus pensamientos a Marie de Gournay, su jovencísima fille d'alliance. 

No se puede pensar sentado en una silla, decía el francés. Si el cuerpo descansa, los pensamientos se duermen. Sólo en movimiento las ideas se despiertan y se conectan unas a otras. Quizá tampoco se puedan entender del todo los escritos de Montaigne desde un sillón a mil kilómetros, y haga falta estirar las piernas, acercarse a su torre por esas carreterillas secundarias llenas de grillos y de calor, y subir a su biblioteca para ver con sus ojos los paisajes que él vio, y disfrutar la solidez de ese silencio, esa piedra y esa paz. 

Antes de visitar su castillo, ya había llegado a Montaigne por carreteras secundarias. La primera fue la biografía de Zweig, por el que siento tal afinidad que es casi imposible que un libro suyo no me interese. Como hizo con Castellio en su Castellio contra Calvino, Zweig subrayó de Montaigne su constante búsqueda de libertad y su rotunda negativa a plegarse a dictados y normas de ningún tipo. Desde su encierro voluntario en la torre de su castillo, escribió sobre sí mismo escribiendo sobre el mundo, fue alcalde de Burdeos por aclamación popular y medió en varias ocasiones entre reyes protestantes y católicos en unos años en los que la religión era motivo de las mayores masacres. Todo un héroe visto desde los tiempos turbulentos del nazismo que vivió Zweig. Y desde cualquier época, en realidad.

Después cogí otra ruta, esta todavía más directa: Un verano con Montaigne. Antoine Compagnon, que ya me encantó en su ensayito ¿Para qué sirve la literatura?es un compañero de viaje estupendo, ya sea para decirte por qué debes seguir leyendo novelas pasados los cuarenta o para abrirte ceremoniosamente la puerta, cual devoto mayordomo, de ese castillo inabarcable que son los Ensayos de Montaigne. Cuarenta capítulos cortos, cuarenta ideas sobre una variedad sorprendente de aspectos vitales, desde el amor por los libros o la fascinación por la belleza hasta los peligros del sobrepeso o nuestro pudor al hablar de sexo, que se leen en un suspiro y te llevan más cerca de la esencia del bueno de Michel que horas y horas intentando descifrar los enigmas de su prosa. El libro, por cierto, fue en origen un programa radiofónico retransmitido en verano que tuvo un éxito descomunal en Francia. Quizá sólo los franceses puedan disfrutar en masa escuchando filosofar sobre Montaigne a la hora del aperitivo en vacaciones.

De momento, el volumen de Ensayos lo he cogido poco. Media horita aquí, veinte minutos allá. Siento que ya lo conozco, por boca de otros, pero cada capítulo que empiezo me resulta radicalmente nuevo. Como si hubiera cambiado de la noche a la mañana. Como si el libro fuera algo vivo, un jardín que crece, un riachuelo que se bifurca. Sé que volveré a él porque nunca será el mismo y siempre encontraré algo nuevo y sorprendente en sus páginas. Porque la tolerancia, el discernimiento, la capacidad de escucha, la introspección, el humanismo, la ironía, la humildad o la libertad como necesidad vital no se terminan de aprender nunca. Igual que uno no termina nunca de conocer del todo los secretos de su propio jardín.






lunes, 26 de agosto de 2019

BELLEZA ROJA (firma invitada)

Los seres humanos tenemos entre cuatro y seis litros de sangre en el cuerpo. Suficientes para cubrir el suelo de una habitación de diecinueve metros cuadrados. Sé lo que mide la habitación porque ayudé a Sara a amueblarla. Diecinueve metros cuadrados cubiertos de sangre.
Así comienza la novela de intriga que ha revolucionado a toda la familia este verano. Llaman a su autora, Arantza Portabales, la nueva dama de la novela negra española –y gallega, añado yo, pues es en esta lengua como ella se desenvuelve con naturalidad y escribe sus novelas– y me parece que, como punto de partida en su carrera literaria de misterio en el circuito literario en castellano, este libro es un cohete que ha llegado a la luna. ¡Menuda manera de estrenarse en el género!

Debo reconocer que nunca he sido lectora de novelas de misterio o intriga, pero Portabales tenía tan buenos avales en el mundo librero, que me animé con Belleza roja justo antes de comenzar las vacaciones, deseando encontrar un remanso de paz para mi cerebro. Y todo lo contrario: la novela me atrapó casi desde el primer capítulo y no me soltó hasta que se descubrió la autoría del crimen en torno al cual gira toda la historia.

Como ocurre con buena parte de las novelas de este género, en Belleza roja nada ni nadie son lo que parecen. Una adolescente de quince años muere asesinada la noche de San Juan en su habitación y en la casa donde aparece su cadáver no ha podido entrar nadie, así que los cinco comensales de la cena que se está llevando a cabo en el jardín y la tía abuela de la víctima, recluida en su habitación, son los seis únicos posibles culpables del crimen. Una de ellas, además, intenta suicidarse unos días después. Entre estos posibles culpables se encuentran su madre y su tía –hermanas gemelas cuya relación ha sido siempre excelente–, su padre, la tía de su madre y una pareja de vecinos. Ninguno de ellos está libre de culpa y ninguno tiene coartada.

Como en las mejores novelas de Agatha Christie, la historia adquiere un ritmo trepidante cuando los policías encargados del caso comienzan a descubrir pequeñas pistas que no hacen más que desviarles de la posible resolución del caso. Infidelidades, celos y relaciones familiares muy tóxicas son los detonantes de una trama que deja sin aliento.

Además de la intriga en sí misma, lo más potente de esta novela es el uso del lenguaje, sus metáforas y una búsqueda de la estética que convierten esta pieza literaria en un cuadro por pintar o una pequeña pieza de arte que observar.



viernes, 23 de agosto de 2019

NIÑO PRODIGIO

Es un niño pequeño. No creo que llegue a los siete años. Cuando se sienta en el taburete, su tripa casi toca el teclado para que sus dedos alcancen las teclas, y sus piernas cuelgan a más de dos palmos del suelo. Es un niño pequeño, pero cuando se pone a tocar me tengo que frotar los ojos para recordarlo. Sus manitas vuelan por el teclado y su tronco se desplaza de izquierda a derecha como si estuviera borracho. Es un prodigio. Un niño prodigio. Un niño educado para exhibir su talento ante el mundo y recibir su aplauso. 

A veces me encuentro vídeos de estos niños, a menudo asiáticos, tocando piezas que a mí, tras una carrera entera de piano, me costaría bastante dominar. Y siempre me dan escalofríos. No ya por la destreza asombrosa o por la enormidad de ese don. Sino porque están tocando las notas de una música cuyo significado no pueden entender. Y lo están haciendo porque sus padres o los adultos responsables de ellos quieren lucirlos, ponerlos en un escaparate como prodigiosos monos de feria. Los miro y me entran escalofríos. Pobres niños-objeto satisfaciendo un ansia de éxito ajena. 

He pensado mucho en estos vídeos de niños prodigio al leer este cómic. Aquí no hay música sino capacidad de memoria y de cálculo. Pero la pena y la compasión por una infancia rota es la misma. 

Joel Kupperman fue quizá el niño más famoso de Estados Unidos para toda una generación. Entre los años treinta y cuarenta participó en centenares de programas del Quiz Kids, primero en la radio y después en la televisión, respondiendo correctamente a todo tipo de preguntas imposibles. Desde los seis años era capaz de resolver de cabeza cualquier cálculo matemático imaginable, y se convirtió en un ídolo de masas yanqui durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, ¿de verdad quería estar todos los viernes delante de todo el país respondiendo preguntas? ¿De qué le servía a él toda esa inteligencia disparatada?

Joel Kupperman era sin duda un niño prodigio. Pero cuando un profesor le preguntó si no había pensado nunca estudiar en el extranjero, se quedó mudo. Nunca se le había ocurrido. Como tampoco se le ocurriría más adelante que para estrechar vínculos afectivos con su hijo era necesario dedicarle tiempo. 

Este cómic es la historia de la infancia de Joel Kupperman contada por Michael Kupperman, su hijo. Una indagación en los traumas silenciados de un hombre que parecía haber nacido teniendo una respuesta correcta para todo. Excepto para las preguntas que no era capaz de imaginar. 




miércoles, 21 de agosto de 2019

DIEZ RUPIAS. HISTORIAS DE LA INDIA

Este libro inclasificable reúne dieciocho relatos impactantes, rompedores con la ortodoxia de la moral, en los que Saadat Hasan Manto (1912-1955) dejó constancia de lo que veía alrededor, cosas que nunca se podían decir y que por contarlas le juzgaron por obscenidad hasta seis veces. El mundo convulso y violento que le tocó vivir estuvo determinado por la independencia de la India y su partición en dos estados con Pakistán, conflicto marcado, como en tantas ocasiones, por la rivalidad de dos religiones, la hindú y la musulmana.

Manto tuvo una vida llena de dificultades económicas a un lado y otro de la frontera entre India y Pakistán, y murió temprano, con tan solo cuarenta y tres años. Con veintidós colecciones de cuentos, una novela, tres colecciones de ensayos y numerosos guiones cinematográficos y piezas radiofónicas, se ha convertido en el escritor de relatos en urdu más leído y controvertido. 

Algunos de estos relatos son como puñetazos. Me han provocado emociones tan fuertes que me han conmocionado hasta lo más profundo. Sus personajes, niñas y mujeres en su mayoría, son de una ignorancia que las lleva a actuar de forma inaudita sin que tengan conciencia de sus actos, en ocasiones con inocencia, en otras con una perversidad que asusta. La belleza en la forma de contarlos deslumbra. 

Un párrafo del relato A un lado de la calle: "¿Cómo puede ser que dos nubes se abracen en el cielo y una empiece a llover con un llanto irreprimible y la otra, convertida en rayo, comience a jugar con esa lluvia y se escape dando brincos? Seguí pensando y lamentándome. Dos almas se encuentran y tras fundirse en una, locas de amor, abarcan la inmensidad del espacio... ¿Acaso todo esto no es más que poesía? No, sin duda, dos almas tras encontrarse llegan hasta ese punto en que al expandirse forman el universo... Pero, ¿por qué a veces una de ellas queda herida en ese universo? ¿Qué universo es ese?"

Siglos de pobreza, atraso e ignorancia, sujetos al colonialismo británico y después a los enfrentamientos religiosos, crearon el caldo de cultivo para que el rencor y los prejuicios fueran tan difíciles de controlar y erradicar. Estos relatos son retratos descarnados de una sociedad que nos queda distante, no solo por los kilómetros sino también por la mentalidad, pero nos adentran en un mundo que siempre resulta apasionante.



lunes, 19 de agosto de 2019

CAPITALISMO Y DEMOCRACIA 1756-1848

El ideal de la revolución francesa, "Liberté, Égalité, Fraternité", lleva marcando más de dos siglos las aspiraciones sociales en todo el mundo. El mayor triunfo de estas ideas se dio, quizá, entre 1950 y 1980, una época en la que el estado del bienestar parecía que había llegado para quedarse. Sin embargo, hoy en día me atrevería a decir que la mitad de los políticos españoles consideran que la "fraternité" es un cuento para niños, la "égalité" una farsa comunista y la "liberté", un bien que sólo hay que defender cuando se trata de su vertiente económica. Una explicación, quizá, de por qué ningún gobierno parece reconocer que la desigualdad no es una consecución natural de la evolución económica de las sociedades capitalistas sino una elección política que tiene soluciones políticas, y que si sigue creciendo terminará por explotar con una violencia descontrolada, como siempre ha sucedido a lo largo de la historia. 

Pero que termine explotando en realidad no es el verdadero problema. El problema es la cantidad de sufrimiento que la mayoría de la población tiene que soportar para que una minoría gobernante se siga enriqueciendo. Muchos argumentan que el capitalismo es así. Que vivimos en un mundo injusto regido por reglas injustas. Y que hay que aceptarlo porque ya se vio en el siglo pasado que la alternativa comunista era inviable. Pero, ¿de verdad el capitalismo tiene que ser neoliberal? ¿No puede existir un capitalismo social que combata la desigualdad? Tanto en El siglo de la revolución como en su ensayo póstumo, Capitalismo y democracia 1756-1848, el historiador Josep Fontana busca en la historia europea de los últimos tres siglos las razones de este sistema económico que atenta contra la integridad de las personas y explica por qué se debería luchar desde dentro de este mismo sistema por un modelo económico más sostenible, más responsable y más igualitario. 

Hoy en día vivimos en una época de capitalismo depredador. En el siglo XIX, en nombre del progreso se expropió la tierra a los pequeños productores obligándolos a convertirse en asalariados (expolio que continúa hoy en día, de forma a menudo criminal, en muchos países africanos y de Centroamérica). En el siglo XXI, en nombre del mismo progreso, se les dice a los asalariados que se olviden de sus derechos sociales para que la empresa (pública o privada) se pueda enriquecer más rápido. La lógica siempre es la misma. Alejar al trabajador del producto de su trabajo haciendo que dependa de una empresa cuyo único fin es multiplicar el beneficio a costa del nivel de vida, de los derechos y de las libertades de sus trabajadores. 

En los últimos años, las tres preocupaciones principales de los españoles han sido el paro, la corrupción y la clase política. Es decir, somos conscientes del problema de la desigualdad. Pero la realidad es que cuando baja el paro nos alegramos, sin preocuparnos por la calidad de esos nuevos puestos de trabajo, y cuando llegan nuevas elecciones votamos con la misma disciplina a esos políticos que fomentan la corrupción que tanto nos preocupa. Y ni los recortes, ni los bancos, ni los desahucios, ni el fraude fiscal, ni la precariedad laboral, ni todos los problemas concretos en los que se traduce el aumento desenfrenado de la desigualdad nos preocupan especialmente. 

Quizá porque la mayoría parece que aún llegamos a fin de mes, más o menos. Quizá porque el bienestar social ha perdido su carácter universal y está empezando a defenderse ya sólo para una élite de ricos o de blancos españoles. Quizá porque los medios de comunicación nos transmiten el relato de que esta época de desigualdad pasará por sí sola, como las estaciones, y sólo hay que ser pacientes. Lo cierto es que el aumento de la desigualdad es el fracaso de una apuesta social por un futuro en el que cada vez más gente pueda tener acceso a una vida digna, a una vida en igualdad de condiciones. Llevamos muchos años de fracaso. Desde los años ochenta en muchos países. Desde 2008, en otros pocos. ¿Es un fracaso irreversible? Quién sabe. Pero, como insiste Fontana en estos dos libros, no nos olvidemos de que es un fracaso político. Y sólo los políticos pueden revertirlo. 



jueves, 1 de agosto de 2019

ÉBANO

Ébano es uno de tantos libros que durante años han poblado mi mente y que por diversas circunstancias fueron quedando relegados de forma absolutamente injusta. Acabo de terminarlo y llevo horas interiorizando tanta información, tanta diversidad, tanto horror. No tengo palabras suficientes para describir este relato pero voy a intentar esbozar algunos datos que me han conmovido, conmocionado.

África es un continente demasiado grande para poderlo describir. Kapuscinski viajó por muchísimos países y nos contó las grandes historias protagonizadas por la colonización europea, pero sobre todo se detuvo en las pequeñas historias de cada pueblo, cada ciudad, las habitaciones llenas de cucarachas donde tiene que pasar noches a temperaturas insoportables con insectos imposibles de evitar ni siquiera con las mosquiteras.Vivió en las casas más pobres de los arrabales, enfermó de malaria cerebral y nos describió los síntomas de forma asombrosa.

El colonialismo reinó en África desde la conferencia de Berlín (1883-1885), en la cual varios países europeos se repartieron todo el continente, hasta la época en que África se independizó en la segunda mitad del siglo XX, aunque la penetración colonial había empezado ya en el siglo XV y siguió en los siglos posteriores con la exportación de esclavos a América. El comercio de esclavos duró trescientos años y fue la fase más brutal de aquella conquista. Allí, con el sudor de sus frentes, construyeron la riqueza y el poderío de América, y África fue saqueada de sus gentes, arruinada y destruida.

El reparto que hicieron los europeos supuso meter miles de reinos, federaciones y comunidades tribales que existían en el continente a mediados del siglo XIX en las fronteras de apenas cuarenta colonias. Los conflictos tribales seguían vivos, los mismos desde hace siglos, pero hoy causan un número mayor de muertos incomparablemente más alto. La civilización moderna, en palabras del padre Albert en Uganda, aquí no ha aportado nada: ni luz eléctrica, ni teléfono, ni televisión, ni conductos de agua. Lo único que sí ha traído son las metralletas.

Soroti, en Uganda, es la capital de unas tierras habitadas por los iteso, un bello pueblo nilo-cainita cuya población supera el millón de personas. Se dedican a la cría de ganado vacuno. La vaca es su tesoro más preciado. Los iteso ponen nombres a sus vacas porque cada una tiene su propia personalidad. A una cierta edad, un niño iteso recibe una vaca para cuidarla y en el curso de una ceremonia muy especial también recibe el nombre de su protegida: a partir de ese momento se llamará igual que ella y además de jugar se responsabilizará de su bienestar. Una de tantas pequeñas historias apasionantes.

Una de las peores lacras en África son los señores de la guerra. Suelen ser jefecillos, antiguos oficiales, ministros o miembros destacados del gobierno, ávidos de poder y de dinero, sin escrúpulos, que contribuyen al desmoronamiento de los estados para ejercer el poder dictatorial de las armas, utilizando a sus propias tribus y sobre todo a los niños y jóvenes hambrientos a quienes arman y drogan lanzándoles a la lucha por un plato de comida. El armamento es barato. ¿Quién lo suministra? Y el dinero lo sacan de las minas de diamantes, y también de los caminos y ríos los soldados cobran peaje a todo el que necesita pasar. 

Ryszard Kapuscinski

La ayuda humanitaria también se ve entorpecida por estos salvajes que controlan los vuelos y se llevan de los transportes todos los sacos de grano, aceite y otros alimentos que necesitan, porque el que tiene un arma es el primero en comer. Cuando han acabado con todo convocan un proceso de paz, fijan fecha para elecciones y consiguen créditos del Banco Mundial. Una espiral diabólica.

Ryszard Kapuscinski (1932-2007) fue uno de los mejores periodistas de todos los tiempos, historiador, escritor y poeta. Recibió muchos premios, entre ellos el Príncipe de Asturias de la Comunicación y las Humanidades en 2003. Hizo causa en el movimiento comunista en defensa de los derechos humanos. Un ser irrepetible, necesario.