jueves, 30 de marzo de 2023

EL PODER DE LAS PALABRAS

Seguro que os ha pasado: vas a contar una historia y, según la actitud de las personas que van a escucharla, según su capacidad activa de escucha, tu historia será un discurso apasionado y brillante de un cuarto de hora o una anécdota intrascendente y casi vergonzosa de un minuto. Yo lo vivo a menudo en la librería cuando me piden recomendación de un libro. La capacidad de escucha del cliente hará que le dedique tres minutos a explicarle las bondades de un libro o que termine despachando la recomendación en cuatro frases. Nuestra forma de hablar con alguien depende de la capacidad del otro para escucharnos. A menos, claro está, que te pongas la capa megalómana y vengas blindado de serie y te abstraigas de todo y no mires a nadie y hables como lo haría un jefazo ante su auditorio cautivo. 

Pensaba en esto cuando me acordé de la historia de un compañero de conservatorio que entró en grado medio con dieciocho años. En ese curso todos teníamos entre doce y catorce años, y claro, él destacaba como el viejo de la clase. El primer día de clase le miramos como diciendo tú te has equivocado de clase, viejales. Y él nos explicó que había empezado a estudiar música muy tarde porque en su casa siempre le habían dicho que era un zoquete para la música. Se reían cuando se ponía a cantar, nadie de la familia había tenido nunca oído, parece ser, y ¿cómo se atrevía él a ser diferente? 

Fue un alumno brillante. Avanzaba a pasos de gigante, cada año se sacaba dos cursos y, cuando entró en superior, su edad casi no llamaba la atención. En el conservatorio encontró gente con la que podía hablar, gente con una capacidad de escucha que le permitió soltar por fin ese discurso apasionado y brillante de un cuarto de hora que llevaba bullendo dentro de él desde que era pequeño. 

Al final, somos lo que somos por esas personas que nos escuchan y nos devuelven embellecida la imagen de lo que queremos ser.

De esto, y de muchas más cosas, trata este ensayo ameno y divertido de Mariano Sigman. De cómo las buenas conversaciones nos cambian la vida. De cómo nuestras mentes son mucho más maleables de lo que pensamos y de la importancia del buen uso del lenguaje para expresarnos con libertad y cuidar a la gente que nos rodea. 

Dice Sigman que las primeras víctimas de las fake news somos nosotros mismos a manos nuestras. Nos contamos una cantidad impresionante de trolas a nosotros mismos sobre lo que creemos que somos y, claro, luego vamos a los demás con el cuento y nos frustramos. Pensamos que sabemos mejor que los demás lo que a los demás les conviene. Y así, anulamos la voluntad y la libertad de nuestros seres queridos cuando decidimos abroncarlos en vez de consolarlos si se hacen daño o se ponen en peligro, y cuando anticipamos lo que creemos que son sus deseos y necesidades dictándoles lo que deben hacer, por su bien. 

Las palabras crean aquello que describen. A veces, literalmente. Se llama autosugestión. Un puede decirse que está enamorado cuando en realidad lo que le pasa es que ha focalizado una conducta obsesiva en la atención y la necesidad de una persona determinada. Las palabras pueden crear estigmas (lo vemos todos los días en las redes sociales). Pueden causar enfermedades, privar de libertad, hacer que una persona se vuelva incapaz de prepararse el desayuno o de limpiar un baño o de salir sola a la calle, incluso pueden llevar al asesinato y al suicidio. 

Las palabras crean aquello que describen. Somos los relatos que nos contamos. Relatos cambiantes, por mucho que pensemos que somos de una determinada manera que no podemos cambiar. Por ejemplo, construimos relatos para modular el miedo. El miedo no es una respuesta natural y universal del cuerpo a un riesgo. Es una respuesta aprendida. La prueba es que somos capaces de aumentarlo donde el riesgo es ínfimo (las personas que le temen a todo, todos conocemos a alguna) y también de disiparlo cuando el riesgo es alto (alpinistas, equilibristas, esquiadores, velocistas). Nos dice Sigman que ante la gente que acumula miedos de situaciones o cosas que la mayoría de la gente no teme, es imprescindible la empatía. El riesgo siempre es real y el miedo doloroso para quien lo padece. Ahora bien, hay que cuidar de no dejarse contagiar por esos miedos y por la tendencia de los miedosos de querer alertar a los demás de los riesgos que solo ellos perciben y de querer instruirles en el miedo para que ellos también puedan protegerse. Combinar la empatía hacia los miedosos y la prevención contra su afán de contagiarnos, difícil e importantísima tarea. 

Mariano Sigman defiende la importancia de las conversaciones para vivir una vida plena. Y yo pienso en lo difícil que es encontrar gente con la que mantener una conversación en la que pueda haber discrepancias constructivas. Parece que todos conversamos con los demás metidos en trincheras. Resguardados tras lemas y slogans, protegidos por hashtags y pancartas. Solo escuchamos a los demás cuando estamos de acuerdo con lo que nos dicen, o cuando nos ayudan a confirmar lo que ya intuíamos. Si no, las conversaciones fácilmente se vuelven enfrentamientos, monólogos en los que uno solo quiere imponer su voz porque disfruta mucho más escuchándose a sí mismo que al resto, y los argumentos se exponen para aleccionar, no para seducir ni para persuadir, se esgrimen de arriba a abajo, como sablazos, como máximas, como realidades absolutas que el otro debe aprender de ti y no como posibilidades sujetas a debate. 

Este ensayo me ha hecho pensar. Me ha divertido. Me ha hecho mirarme por dentro como no suelo hacerlo. Me han gustado mucho las viñetas de Javi Royo y las notas al pie humorísticas, a veces en los contextos en los que menos te lo esperas. Al final, dice una cosa muy simple: las palabras que usamos y la intención que les damos definen quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás. De nosotros depende usarlas para construir o para destruir. 




lunes, 27 de marzo de 2023

LA CUIDADORA DE PALABRAS. VIDA DE MARÍA MOLINER

¡Qué libro más bonito! Desprende amor y cuidado, una delicadeza especial en cada capítulo y una admiración profunda por esta mujer, recia como el cierzo de su tierra, que realizó en soledad una de las hazañas lingüísticas más asombrosas de la historia de la lengua española. 

María Moliner nació en 1900 en un pueblito de Aragón y se educó en la Institución Libre de Enseñanza, una escuela laica con un modelo educativo revolucionario para la época, donde el aprendizaje activo, el deporte y el contacto con la naturaleza estaban en el día a día de los escolares. Fue profesora desde la adolescencia y pronto aprendió que enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda. 

Con 24 años fue la primera mujer en dar clases en la Universidad de Murcia. Allí se casó con un profesor de Físicas de gafitas redondas, bigote poblado e ideas avanzadas sobre la educación y el futuro de su país. Fue vicepresidenta de las Misiones Pedagógicas en Valencia e impulsó la creación de una red de bibliotecas rurales, contando con el apoyo de muchas madres de familia que, a diferencia de sus maridos, creían profundamente en el poder transformador de la cultura. 

Permaneció durante la guerra civil al frente de la Biblioteca Universitaria de Valencia y permaneció también durante la posguerra, a pesar de las represalias del franquismo y de que perdió su puesto como bibliotecaria. Entonces llegó el exilio interior, "la obligación de vivir a medio gas. Permitido respirar, pero no gritar. Permitido pensar, pero no decir. Permitido escribir, pero no publicar. Cree la jerarquía franquista que eso basta para tumbar los anhelos intelectuales de esta mujer. Ignoran que María está hecha de cierzo y de piedra aragonesa". 

Y entonces empieza su gran obra. Un diccionario del uso del español. Un diccionario con el que cuidar las palabras, limpiarlas, acogerlas. "Sabe que si limpia las palabras, si las reordena, estará limpiando y reordenando el mundo; un mundo que desde hace años viene siendo obsoleto, feo y sucio". "Dieciséis años tarda María en escribir su diccionario. Dieciséis años de fichas saltarinas y rebecas grises. Dieciséis años para vestir la lengua española de domingo". 

Acompañado de las bellas ilustraciones de Virginia P. Ogalla, este homenaje de Alejandro Pedregosa a María Moliner conmueve y admira. Su vida es un ejemplo de pundonor, valentía, tenacidad y amor por las palabras. Su legado nos acompaña. La llevamos siempre cerquita con nosotros. Siempre. 


María Moliner







jueves, 23 de marzo de 2023

LAZOS DE TINTA (firma invitada)

En el siglo XIX ya existía la sororidad. Lo demuestra maravillosamente bien Rosa Huertas en su última y apasionante novela, Lazos de tinta, donde mezcla los géneros de aventura, novela histórica y realismo. En el siglo XIX, las mujeres leían. Y escribían. Y de esas mujeres escritoras habla Lazos de tinta, que centra su atención en el personaje ficticio de Manuela, para traernos al siglo XXI las vidas y obra de las grandes autoras del Romanticismo, entre ellas Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carolina Coronado.

Rosa Huertas no puede esconder su pasión por la historia, porque en muchas de sus novelas juveniles ha explorado el género con mucho éxito. Y tampoco puede esconder su pasión por las historias, porque sus novelas están llenas de ellas. Es brillante cómo emplea la metaliteratura para hablar de literatura en sus libros, y cómo usa las historias como un anzuelo para atraer la atención de sus personajes y de los propios lectores.

En Lazos de tinta, Huertas conjuga todas sus identidades: profesora, filóloga, periodista y escritora. Como profesora, nos enseña a las grandes escritoras del siglo XIX que estuvieron silenciadas durante décadas. No solo a Gómez de Avellaneda y a Coronado, sino a otras muchas que, en la hermandad literaria femenina hacen su aparición a mitad de la novela: Pepa Massanés, Amalia del Llano, Amalia Fenollosa, Ángela Grassi o Vicenta García Miranda. Como filóloga, bucea en la obra literaria y la vida de estas autoras e, incluso, recoge en la novela algunas de sus composiciones poéticas y extractos reales de las cartas que intercambiaron, con el afán investigador y el rigor ya conocidos en su obra. Como periodista y escritora nos regala una crónica maravillosa y nos lleva por el Madrid romántico, por la vida literaria de la época, por Badajoz, Cádiz y hasta Cuba, en un viaje, el de la protagonista, que es un viaje por la libertad.

¿Cuándo hemos sido las mujeres verdaderamente libres para escribir sin el miedo al qué dirán, firmando con nuestro nombre y apellidos reales, sin el temor punzante a una crítica basada en el prejuicio? Quizás aún hoy quedan algunos resquicios de creación que no es plenamente libre, pero en el siglo XIX la condición femenina era un condicionante que impedía crear y vivir en libertad.

Las escenas de las tertulias literarias femeninas me han recordado algo que cada mes tengo la suerte de vivir: las sesiones de club de lectura. Y el hormigueo que siente Manuela en ellas es el que experimentamos nosotras cuando nos reunimos para hablar de novelas, pero también para hablar de la vida y de cualquier cosa que nos apela o afecta en nuestro día a día. Son reuniones llenas de sororidad, un concepto relativamente nuevo, pero que ya experimentaron nuestras precedentes, las mujeres del pasado que se abrieron paso y dejaron huella con sus palabras.

Las autoras de esta novela estuvieron siempre unidas por unos lazos de tinta imborrables, y nosotras, sus nietas y bisnietas, las que aceptamos y reverenciamos su legado, estaremos también unidas a ellas por los lazos que Rosa Huertas ha sabido tender desde entonces hasta ahora.




lunes, 20 de marzo de 2023

INTERRUPCIÓN

Para entender el problema que sufre un colectivo, hay que escuchar a las personas que forman ese colectivo. Parece de cajón, pero cuando entran en juego cuestiones morales, escuchar a las personas de pronto se vuelve muy cuesta arriba porque corremos el peligro de que la realidad termine echando abajo los andamios morales que nos hemos construido para vivir. Y qué hacemos después con esa incertidumbre. Con qué nueva moralidad hacemos frente a la vida.

Sandra Vizzavona ha escrito un libro luminoso sobre el aborto. Con delicadeza y sencillez, ha reunido decenas de voces de mujeres que cuentan en primera persona cómo decidieron interrumpir su embarazo. Cada capítulo comienza con una parte de la historia de la propia autora en relación a la maternidad y sus embarazos, y continúa con las historias de mujeres que conoce o ha conocido para armar un relato coral y poliédrico, un mosaico complejo con el que muestra algunas de las múltiples caras que tiene el aborto en nuestra sociedad hoy en día. Y lo ha hecho con luz, una luz que ilumina la intimidad permitiendo siempre el cobijo de los silencios y las sombras. Una luz que no desvela más que lo que cada mujer está dispuesta a contar y que busca liberar estas historias cotidianas de las ataduras de un silencio impuesto por una sociedad que las culpabiliza y las quiere traumatizadas y arrepentidas. 

"Mi razón aprueba el aborto, pero mi sentimiento lo condena", cuenta una mujer. Y esa pequeña frase encierra un dilema irresoluble. Cómo conciliar lo que una cree que es justo con lo que le piden las tripas. Cómo reivindicar un derecho que no se es capaz de ejercitar. 

Me ha maravillado la delicadeza y la agudeza con que la autora retrata la complejidad de las emociones que rodean a los embarazos deseados y no deseados. Cuenta, a través de las voces de varias mujeres, la indiferencia y la frialdad que exhiben algunos médicos y enfermeras hacia las mujeres que acuden a abortar, y la reprobación implícita que estas sienten de esa actitud. El aborto es un derecho desde hace casi medio siglo en Francia, pero en muchos lugares parece que solo se concede a regañadientes y con actitud enjuiciadora. Y es que conseguir un derecho en términos legales no implica necesariamente conseguir la aceptación por parte de la sociedad. Y un derecho que una sociedad no termina de aceptar es siempre un derecho revocable. Ya lo advirtió Simone de Beauvoir: "No olvidéis nunca que bastará una crisis política, económica o religiosa para que vuelvan a cuestionarse los derechos de las mujeres. Nunca se trata de derechos adquiridos. Debéis permanecer ojo avizor durante toda vuestra vida". 

Para entender en qué consiste el aborto en nuestra sociedad, es imprescindible escuchar a las mujeres que abortan. Sus experiencias, sus emociones, la variedad tan increíble de vivencias que relatan. Basta este libro tan conciso, estas 133 páginas de literatura bella, desnuda y conmovedora, para no volver a emitir un juicio generalizador sobre el aborto jamás. 





jueves, 16 de marzo de 2023

ELANTRIS

Cada vez que leo literatura fantástica rejuvenezco. Es una sensación adictiva. No me extraña la gente que no lee otra cosa. Debe de ser alucinante vivir siempre en esa especie de burbuja medio adolescente hecha de emociones fuertes, mundos imposibles y magia por todos lados. Siempre que termino un libro como este tochazo de Sanderson (casi ochocientas páginas, menos mal que es autoconclusivo) pienso que quiero más, que el mes que viene me ventilo otro, que quiero sentir más a menudo esta sensación de inconsciencia y adrenalina. Pero luego vuelvo a mi mundo adulto de dramas complejos pegados a la realidad, y las historias crudas y ambiguas pinchan con precisión quirúrgica cualquier burbuja de fantasía. Y así tiene que ser. Así es como quiero que sea. Pero siempre procuro recordar la promesa de la burbuja. Cada vez que el exceso de realidad mate la diversión infantil y amenace con volverme demasiado activista de los libros combativos, mantendré ese refugio siempre a mano. El refugio de la magia, los mundos imposibles y la imaginación pura para salvarme de la cruda realidad. 

Aunque una voz respondona en mi cabeza contraataca: ¿de verdad está la literatura fantástica tan alejada de esa realidad tuya "ambigua y cruda"? ¿De verdad es una burbuja? Mira esta frase: "El primer paso para hacerse con el control de una nación es sencillo: busca a alguien a quien odiar". O esta otra, un poco más allá: "El odio puede unir a la gente más rápida y más fervientemente que la devoción". Podrían salir perfectamente de un ensayo sobre política contemporánea, pero sale de aquí, de eso que llamas burbuja y se titula Elantris y, como tú dices, te rejuvenece. 

Y es que es verdad. La fantasía no está hecha solo de mundos imposibles, sino que a veces, a menudo, casi siempre, se construye sobre modelos de este mundo en el que todos vivimos. Cuando se trata de señalar un enemigo para que la gente canalice su frustración hacia un colectivo minoritario y deje de reclamar sus derechos y amenazar los privilegios de una casta rica, estamos hablando de los desgraciados habitantes de la ciudad maldita de Elantris y, a la vez, de cualquier país en el mundo asediado por políticas nacionalistas y neoliberales que fomentan la desigualdad. 

Pero este libro, a pesar de los ejemplos que acabo de poner, no es solo un libro sobre política. Su tono es jocoso, a veces abiertamente juvenil, aunque sea una novela sin adolescentes. Y sí, hay política, pero también conspiraciones, intrigas y pugna de religiones en conflicto. A diferencia de tantas novelas de fantasía o de aventuras, no hay ningún viaje redentor de un héroe caído en desgracia, no hay traumas terribles, y tiene la dosis justa de guerra para que siga siendo fantasía épica. Es, sorprendentemente, una novela luminosa que ensalza la bondad y la fuerza de voluntad para hacer frente a lo desconocido. 

Es la historia de un hombre decente, sin un pasado convulso, inmerso en una situación espantosa y empeñado en reconstruir una sociedad maldita. De una mujer ingeniosa y temeraria que se niega a dejarse definir por los papeles tradicionales de género que le impone su mundo. Y de un sacerdote con una misión trascendental inmerso en una crisis de fe que lo puede cambiar todo. Y tiene magia, mucha magia, aunque resida más en antiguos libros polvorientos que en la práctica, una magia, como dice Sanderson en el epílogo, inspirada de una forma fascinante en la interacción de la fonética de los idiomas chino y coreano con sus formas escritas. 

Y creo que es eso, la literatura fantástica me fascina. Ejerce en mí la fascinación que provocan los cuentos infantiles en los niños. Esa fascinación de leer con los ojos muy abiertos y decir por dentro ¡hala, hala! con cada maravilla y quedarte absorto y embobado y pasar páginas sin darte cuenta de la hora, esa fascinación que a medida que crecemos vamos perdiendo a costa de una cierta comprensión desencantada del mundo, y que me parece tan imprescindible preservar. Así que sí: el mes que viene, otro tochazo de fantasía. Este mundo tan poco luminoso necesita todo el encanto y la fascinación y la magia que le podamos insuflar. 



lunes, 13 de marzo de 2023

EL RETRATO DE CASADA

Me quedaría a vivir en esta novela. En su ambiente, en su lenguaje. Me ha pasado al leerla lo mismo que me pasó con Hamnet, la anterior obra de Maggie O'Farrell: ese deslumbramiento, ese no querer que se termine, apurar las páginas hasta su último adjetivo, avanzar despacio por la historia, saboreando, releyendo páginas enteras, estremecido y maravillado por haber tenido la suerte de leer esta novela. 

"A veces tenía la sensación de que la cantidad de palabras, rostros, nombres, voces y diálogos la desbordaba, le dolía la cabeza y el peso que acarreaba le hacía perder el equilibrio y tropezar con las mesas y las paredes. Sofia la llevaba a la cama, corría las cortinas y le daba a beber una tisana, y Lucrezia se dormía. Cuando se despertaba, notaba la cabeza como un armario recién arreglado: seguía llena, pero estaba ordenada". 

Estamos a mediados del siglo XVI y Lucrezia de Médicis es una niña noble de imaginación desbordante. Frenética, hiperactiva. Desbocada, llena de temores extraños. Ve tesoros en cualquier detalle y significados ocultos en cualquier historia. Es capaz de conectar con la tigresa que guarda su padre en la sala de animales salvajes del sótano del palazzo familiar de una forma más profunda que con cualquiera de sus hermanos y hermanas. Una niña hipersensible a la que no le cabe en el cuerpo toda la compasión que siente por todos los seres vivos indefensos y acorralados y prisioneros. 

Lucrezia es una muchacha de trece años que recorre los pasadizos del palazzo de su familia, que pasa horas asomada a las ventanas, que toca el laúd, traduce del griego y siempre busca algo que pintar. Una muchacha que espera. Y se inquieta. Que vigila, ansiosa, los ruidos a su alrededor. Y así aparece en el único retrato que se conserva de ella: como si ocultara un secreto oscuro, una aprensión, y no se atreviera a contárselo a nadie. 

Lo único que la calma es la actitud de escucha de su aya Sofia. Cuando se inclina sobre Lucrezia y le afloja las cintas del delantal y le aparta el pelo de la cara y le pregunta qué le pasa, las sombras de la muerte se escabullen y por fin puede respirar y abrir los ojos. Y Sofia la escucha, inclinada sobre ella, recogiendo sus temores, "como si cada sílaba que pronunciaba fuera un frágil filamento de oro en el aire que hubiera que atrapar para que no se fuera volando". 

Como en Hamnet, esta novela rezuma la misma viveza, inmediatez y cercanía en la descripción de la vida cotidiana, de las mujeres en la cocina, del roce de los vestidos de las señoritas bajando por las escaleras hacia su clase de historia y de latín. Vives cada instante con una intensidad que pone la piel de gallina y sientes como propia la mirada preocupada del ama de llaves cuando toma la decisión de ocultar las sábanas manchadas de sangre de una niña a la que quieren casar demasiado pronto. 

Hay imágenes de una belleza enigmática, sensorial, casi pictórica. Hay pasajes que he leído como paralizado delante de un cuadro de Vermeer. Esa magia. Esa ensoñación. La escena de Lucrezia con la tigresa. La escena del consejero Vitelli cuando va a anunciar al aya Sofia el futuro matrimonio de Lucrezia y le pregunta, o le intenta preguntar, con una torpeza asombrosa, si la niña ya es mujer.

Aunque hay aspectos que se parecen a Hamnet, el tema de El retrato de casada es muy distinto. La pintura está muy presente. El arte como escape y salvación. Como representación de un mundo que no se puede controlar. Pero lo que domina toda la novela es la violencia contra las mujeres. Esta es una historia sobre la "voracidad carnívora" de los hombres. Sobre su vigilancia escrutadora. La permanente sensación de amenaza, con sus premoniciones funestas, es como una música de fondo durante toda la novela. Una música que va encogiendo el espacio y el horizonte, "como una presencia maligna y depredadora", un vestido que se cierra y se cierra sobre la piel de Lucrezia, ahogándola.  

El retrato de casada es una novela quizá más condensada, más estática que Hamnet. Más inquietante, también, más oscura. Y, a la vez, está traspasada de una emoción que llena de aire los pulmones. Que se extiende, cálida y luminosa, como una gota de pintura sobre el lienzo. 

Me parece una obra de arte. Por sus dobles sentidos ingeniosos y delicados. Por su lenguaje lleno de capas de significados. Por los matices infinitos. Me recuerda a la trilogía sobre Thomas Cromwell de Hilary Mantel. Misma época, misma intensidad literaria. Mismos gobernantes valorando a sus mujeres únicamente como un medio para conseguir herederos. 

El retrato de casada es un libro como una cajita valiosa donde se guardan palabras secretas, palabras que nos hablan a nosotros, en voz baja, y nos dicen cosas que no sabíamos, que ni siquiera sospechábamos, con imágenes engarzadas de una belleza que nuestros ojos nunca habían visto. 





miércoles, 8 de marzo de 2023

FUEGO

El 17 de octubre de 1998, el Pincelito, un hombre de sesenta y dos años, violó a Verónica, una niña de trece, en Benejúzar, Alicante. Nada más acabar, la amenazó: "Si se lo cuentas a tu madre, te corto el cuello con una corvilla". Nunca reconoció su culpabilidad y recibió el apoyo de buena parte de su pueblo, que desde el primer momento puso en duda la versión de Verónica. El hostigamiento para ella empezó muy pronto. A los pocos días, en el colegio: "Eres una puta. Te lo has inventado todo". "Eres la violá, la violá, la violá", se burlaban. Hasta uno de los hijos del violador se le encaró: "qué, ¿te ha gustado mi padre?". Verónica tuvo que mudarse, cambiarse de colegio, perdió a sus amigas. El oprobio la perseguía. El oprobio de haberse cruzado con un hombre de sesenta y dos años al que conocía y que un buen día la vio sin compañía y decidió que le apetecía violarla. 

Seis años más tarde, cuando el Pincelito disfrutaba de un permiso penitenciario, se encontró con la madre de Verónica. "Buenos días, señora. ¿Cómo está su hija?", le dijo. Y la madre de Verónica entró en pánico. Pensó que volvía para volver a atacar a su hija. Para cumplir su venganza de cortarle el cuello con una corvilla. Así que no lo pensó. Se fue a una gasolinera, compró una botella con gasolina, entró en el bar donde estaba el Pincelito, le roció el cuerpo y le prendió fuego. 

Este libro reconstruye esta historia, que fue muy sonada en su día y tuvo una repercusión muy amplia en los medios de comunicación. El titular era la mujer que prendió fuego al violador de su hija. Y es que esa era la noticia. No que un hombre hubiera violado a una niña. Sino que su madre se hubiera tomado la justicia por su mano. Una mujer había desafiado su rol como víctima pasiva. Había desafiado a una sociedad que nos dice que una madre de una niña violada es digna de compasión, pero solo si sufre su dolor calladamente metida en su casa. Solo si acepta su calvario. Si confía en la justicia y espera. Y espera. 

La madre de Verónica tenía poca confianza en la sociedad y en la justicia. Y con razón. La sociedad no solo no la apoyó en el proceso judicial que acabó con el Pincelito en la cárcel. Tuvo que mudarse de su pueblo porque los vecinos la acosaban. Las culpaban a ella y a su hija porque no las creían, a pesar de la cantidad abrumadora de pruebas que aportaron. Este calvario por el que pasan las mujeres para probar que han sufrido una violación las deshumaniza y prolonga su trauma. Lo cuenta maravillosamente bien Chanel Miller en Tengo un nombre. Ese desamparo. Esa indefensión. Y el estigma en los ojos de los demás. 

Hasta la recientísima ley del "solo sí es sí", no bastaba con que las mujeres se negaran a que las violaran, tenían que defenderse para poder demostrar que se habían resistido con energía y constancia y que las consideraran víctimas. Pero las leyes tardan en cambiar conductas, y más cuando son conductas milenarias. Y pasará tiempo hasta que el estigma vaya quedando atrás, ese estigma que dice que a las víctimas de violación, por principio, se las pone en duda siempre, y se las acosa, se las insulta, se las revictimiza: se las echa del pueblo, si hace falta. 

La cuestión que más me ha hecho pensar de este libro es la siguiente: ¿Por qué las mujeres casi nunca responden con violencia a sus agresores sexuales? Y no solo durante la agresión, sino sobre todo después. Motivos para la rabia no faltan. El agravio que vengar es tan viejo y pesado como el mundo y sigue impactando en mujeres de todo el mundo como una plaga incontrolable. ¿Por qué no hay más violencia contra la violencia? ¿Más mujeres que deciden que la única solución es una botella de gasolina y una cerilla? Gema Peñalosa señala que existe un código implícito de sometimiento a los hombres. A la fuerza bruta, descontrolada, de los hombres. Es el terror inducido por siglos de sociedad patriarcal el que desactiva la violencia como respuesta. El terror paralizante, durante la agresión, a que te maten. Y, después, el terror paralizante a que, si lo cuentas, no solo no te crean sino que te señalen, el terror a que todo el mundo te mire y te diga con rabia y desprecio y burla: "la violá, la violá, la violá". 




lunes, 6 de marzo de 2023

CARTAS A LAS MUJERES DE ESPAÑA

María Lejárraga se casó con Gregorio Martínez Sierra en 1900 y juntos formaron una alianza literaria que tuvo un éxito enorme en las décadas siguientes. Bajo el nombre de su marido, María publicó novelas, poesía, ensayos, cuentos y obras teatrales de gran repercusión, mantuvo una relación muy estrecha y prolífica con músicos como Falla y Turina o poetas como Juan Ramón Jiménez, fue diputada en la Segunda República, sufrió las penurias del exilio en Francia y pasó las últimas décadas de su vida en México y Argentina. Publicar bajo el nombre de su marido fue al principio una estrategia para que sus obras tuvieran mayor difusión. Y el objetivo se cumplió. Aunque el precio que luego tuvo que pagar fue el ostracismo y el olvido: nunca se le reconoció la autoría material de sus obras. 

Una de las constantes de la obra y de la vida de María Lejárraga fue su feminismo militante, tanto en sus obras literarias como en su carrera política. Y en estas Cartas a las mujeres de España, publicadas primero en prensa de manera periódica y reunidas después en forma de libro en 1916, siempre bajo el nombre de Gregorio Martínez Sierra, condensó sus ideas sobre qué deberían hacer las mujeres para liberarse del yugo patriarcal y vivir vidas plenas, autónomas y felices. 

1916. Hay que ponerse en esa fecha para entender algunas cosas. Algunas cosas que hoy en día me parecen superadas por el feminismo actual, principalmente el tema de la religión como marco mental de todo pensamiento y la idea de que basta con la actitud y el esfuerzo para conseguir los propósitos. Pero en estas cartas hay tantísimas cosas vigentes un siglo después que a veces da hasta escalofríos pensar en lo modernísima que era la mente de María Lejárraga, lo increíblemente lúcida y universal que era su forma de entender la vida, la libertad, la igualdad y la dignidad. 

Y es que Lejárraga escribe en 1916 sobre personas que conozco en 2023. Por ejemplo, cuando dirige sus cartas a las mujeres de España, y no a los hombres, porque la resistencia a la igualdad no solo viene de los que se benefician explícitamente de su privilegio, sino también, tristemente, de las que sufren y reproducen y reivindican la servidumbre de su sumisión. La resistencia al feminismo anida en las familias, porque es en las dinámicas familiares (en el reparto de tareas domésticas y en los roles de género) donde más viva está la tradición de la desigualdad. 

Desde 1916, María Lejárraga habla a mujeres que conozco en 2023 cuando declara la necesidad de ampliar todos los días la cultura a través de la curiosidad. La necesidad de entender la cultura como fuente de placer y de conocimiento, como satisfacción y ambición femenina por saber y viajar y descubrir y no ponerse límites. La necesidad de aprender a percibir la belleza y compartirla, de preservar el contacto con la naturaleza frente a la deshumanización del asfalto y luchar por ciudades en las que tengamos árboles, plantas y pájaros que convivan con nosotros. 

Desde 1916, habla a mujeres que conozco en 2023 cuando ensalza la vitalidad y la alegría. La energía para vivir la vida sin miedo y en libertad. Sin renunciar a nada por culpa de ninguna tradición. Frente al placer místico de la renuncia, frente el conformismo y la resignación de las que viven sin explorar nunca lo desconocido y sin apasionamiento, frente a las vidas regidas por las apariencias, por la preocupación constante por lo que los demás puedan pensar, frente a las vidas angustiadas por mil y un peligros imaginarios que hacen un gran problema de cada pequeña contrariedad, María Lejárraga apuesta por una vida ilusionada e interesada por todo, que no encuentra nunca tiempo para hacer todo lo que desea, con el horizonte de sus deseos siempre alto y generoso para que en él quepan todas las metas. 

Desde 1916, habla a mujeres que conozco en 2023 cuando pide más alegría y menos sacrificio, más ligereza y menos preocupación, más espontaneidad y menos miedo, más generosidad y menos cálculo, más risas y menos cautelas, más improvisación y menos prevenciones. También cuando habla de mujeres que sufren por encontrar cosas que hacer para rellenar todas las horas del día, más allá de limpiar y recoger, y pasan el tiempo siempre al borde del tedio, rumiando su descontento. Y cuando habla de mujeres que no encuentran nada interesante que decirse a sí mismas, cuyos objetos de interés se acaban en un instante o dependen de los demás y no toleran estar solas en silencio porque su propia compañía les resulta insoportable. A las mujeres tiranas de su propia casa y a la vez esclavas de su propia tiranía, les dice: "¡Que tengan un poco más de polvo las sillas, si es preciso, pero que encuentren ustedes tiempo para prenderse de cuando en cuando una flor en el pelo!"

Desde 1916, habla a mujeres que conozco en 2023 cuando las insta a atreverse. Si todos los avances en derechos y libertades se han logrado transgrediendo alguna norma, cabría preguntarse qué normas nos hemos atrevido a transgredir en nuestra vida para contribuir al avance de nuestra sociedad. ¿Qué prejuicios hemos vencido? ¿Qué hemos desafiado? ¿A qué nos hemos atrevido? Habla a mujeres que viven en el calabozo de la rutina. Que llegan al final del día vencidas y aliviadas de haber terminado la tarea, de "haber echado el día", ¡echado, como si fuera un desperdicio! 

En fin, podría seguir escribiendo y escribiendo sobre la capacidad de María Lejárraga para interpelar de igual a igual a muchas mujeres de 2023. Pero lo mejor es leerla a ella. Y dejarse empapar por la alegría, el desparpajo, la inteligencia y la elegancia que desprende esta maravilla de mujer que hizo del entusiasmo, la generosidad y la emoción constructiva los motores de su vida. 




jueves, 2 de marzo de 2023

ESTE INVIERNO. UNA NOVELA DE HEARTSTOPPER

Alice Oseman nos trae de vuelta a los entrañables personajes de Heartstopper en esta novelita juvenil ambientada en unas navidades marcadas por la enfermedad de Charlie, un trastorno de conducta alimentaria tratado por la autora desde la empatía, la voluntad de comprender, el cariño y el amor incondicional. 

Los TCA, como la mayoría de trastornos mentales, están rodeados de prejuicios. Es habitual que mucha gente no los entienda y tenga ideas erróneas de lo que son y de cómo afectan a las personas que los sufren. Y digan que si no será un capricho. Una forma de llamar la atención. Un ramalazo egoísta y narcisista propio de adolescentes que no son capaces de tomar las riendas de su vida. Un lujo de niñatos ricos. Una excentricidad de irresponsables del primer mundo. Que si para sanar cualquier trastorno mental basta fuerza de voluntad y pensar en positivo. Anímate, hombre, alegra esa cara, que tampoco es para tanto. Piensa en los disgustos que les estás dando a tus padres, ¿no te da vergüenza quedarte en casa todo el día? Si no quieres estudiar, lo mínimo que podrías hacer es buscarte un trabajo, ¿no? ¿O piensas quedarte para siempre de mantenido en casa, como un niño?

Esta historia trata sobre la incomprensión de mucha gente, sobre padres que apoyan pero no son capaces de hablar en profundidad de los temas importantes. Que están muy pendientes del trastorno de su hijo, pero solo a través de recomendaciones, de vigilancia, de miradas preocupadas, de suspiros. Padres que se exasperan, que se impacientan, porque no entienden, solo quieren que pase, que su hijo vuelva a estar bien. Que no logran interesarse de verdad por los procesos del TCA, por lo que se esconde detrás del prejuicio, y les ciega ese velo que se corre en nuestra cabeza cuando pensamos en trastorno mental y de repente lo único que vemos es habitaciones blancas, locos atados a sus camas y silencio aterrado y sepulcral. 

Ante una enfermedad mental, la gente reacciona o bien ignorando por completo tu enfermedad y tratándote como si no te pasara nada, o bien haciéndote mil preguntas sin pararse un momento a pensar en dónde se están metiendo. A poca gente se le da bien el término medio. Cuidar sin agobiar. Estar presente, simplemente. Ayudar cuando el otro necesita ayuda. Tratar de no juzgar y armarse de paciencia ante lo que cuesta entender. 

Esta historia habla de todo esto, pero sobre todo es una historia de amor sobre la capacidad del buen trato para construir relaciones saludables y sanar traumas y trastornos. Se lee con una sonrisa. Esa es la magia de Alice Oseman. La capacidad que tiene para calentarte el corazón con una bondad y una jovialidad a prueba de todo mientras señala temas dolorosos sobre los que cuesta hablar.