martes, 22 de diciembre de 2015

TANIA VAL DE LUMBRE

Un delicioso relato que inaugura Nórdica Infantil, una editorial que se precia por la exquisitez en la publicación de sus libros.

La autora Maria Parr y unas preciosas ilustraciones de Zuzanna Celej recrean el mundo de Tania en Val de Lumbre, un valle paradisíaco en medio de montañas nevadas donde hay cabañas de viviendas tuteladas para mayores, un camping donde no se admiten niños porque hacen ruido, un bosque encantado, la ciudad a 63 kilómetros de distancia y donde, sobre todo, está Tania, con rizos pelirrojos que a veces nos recuerdan a Pippi Calzaslargas.

Tania vive con su padre porque su madre tiene un trabajo muy interesante a muchos kilómetros, relacionado con el calentamiento global de la Tierra y sus efectos en el polo Norte. Vuelve a casa de vez en cuando y entonces es una gran fiesta, pero no por eso Tania deja de echarla de menos. Para mitigar la nostalgia tiene a su padrino Gunnvald de 74 años, con quien es feliz compartiendo los trineos que fabrica y que ella prueba arriesgando muchísimo su integridad física.

Gunnvald esconde una vida anterior que no le ha contado a Tania y, de pronto, ocurren muchas cosas que desvelan situaciones insospechadas, acercándonos a unos valores que la sociedad actual nos pone en disyuntiva: los afectos filiales, su vulnerabilidad, la lealtad, la necesidad de afecto, de ternura...

Un libro ideal para regalar estas Navidades, sus 236 páginas se leen con fruición y sus lectores, como Tania, pueden tener diez años o noventa y nueve. Yo lo he disfrutado mucho y tengo setenta y dos.

(Recomendado por Isabel).


miércoles, 9 de diciembre de 2015

MANUELA CARMENA

He disfrutado tanto de esta entrevista como si hubiera participado en ella y he sentido el privilegio de impregnarme del optimismo, la vitalidad, el humor y la creatividad que desprende Manuela.

En 218 páginas hace un análisis de la política española desde la Transición hasta ahora, con una crítica constructiva de todos los partidos, especialmente de los de izquierda, pero no sólo eso: nos cuenta la situación social y el ambiente de la época de sus padres y abuelos, en aquel Madrid mísero en el que tuvo la suerte de nacer dentro de una familia acogedora de lo que entonces podía ser clase media. Temas tan interesantes como la educación emocional, la violencia de género, la filosofía de la felicidad, la sexualidad, la justicia universal y la involución de la ley de Zapatero del 2005 sobre la paz y el desarme, o la teoría de Concepción Arenal sobre las guerras, tan actual en este momento, los analiza con lucidez y perspectiva.

Su paso por la escuela de monjas de las Damas Negras francesas le ocasionó contradicciones como nos pasó a tantas de aquella generación que pertenecíamos a familias republicanas no creyentes y tuvimos que asistir a colegios que impartían religión. Su madre le había regalado un libro, "El Conde de Montecristo", y las monjas le dijeron que estaba prohibido. ¡Vaya dilema! Se vio obligada a quemarlo en la calefacción central de su casa, que tenía una rejilla.

Otra anécdota que cuenta me ha recordado cómo eran ciertas cosas en los años cincuenta. Tengo dos años más que Manuela y, como ella, estudié Comercio con 12 años. En mi caso, al año siguiente, con 13, ya estaba trabajando en las oficinas de una editorial, sin dejar de estudiar. También comparto su opinión respecto a un apunte que hace sobre la sexualidad y el desamor.

Me ha gustado su relato de su paso por el instituto, por la facultad de Derecho, su experiencia laboral como jueza en una época en la que pocas mujeres conseguían alcanzar puestos de responsabilidad, viviendo esa etapa efervescente en la que la juventud, al final del franquismo, se lanzó a probar nuevos modos de relaciones personales y emotivas porque a nuestra generación nada de lo de antes nos servía. Fuimos muy iconoclastas. La gente joven que trabaja ahora con ella se sorprende de que en aquella época de nuestra juventud había otro tipo de libertad mucho más divertida.

Volviendo a la actualidad, nos cuenta lo importante que es para ella conseguir que la gente se sienta que no es insignificante, que alguien no es indiferente a su situación, que se va a ocupar de ella. Ese sentimiento notas que lo traslada diariamente a su tarea como alcaldesa, recibiendo a toda persona que solicita una entrevista con ella, aunque esté de paso por Cibeles sin haber pedido citad previa.

No le importa desprenderse de los libros de su biblioteca si sabe que quien los recibe los va a leer, otra coincidencia que comparto con ella. En mi dedicación a los libros durante 60 años tengo una exigua biblioteca porque siempre me interesó más leer que tener.

Tiene mil ideas para resolver problemas cotidianos. Uno de sus proyectos es restaurar el Palacio de la Duquesa de Osuna en el Parque de El Capricho porque debajo existe un búnker de la época de la guerra civil y quiere convertirlo en museo. 

Su personalidad desprende dos características que se complementan, equilibrando su sentido justiciero con su bondad innata. Le gusta la soledad deseada y recuerda con cariño una excursión en bicicleta bordeando el Danubio. A mí, ella me recuerda aquella época añorada de Tierno Galván.

Este libro es una delicia que nos trasmite la serenidad, la vitalidad y el humor de esta mujer de 71 años que cuando se despierta por las mañanas siente alegría y unas ganas enormes de tomarse un café para salir a resolver problemas utilizando su ingenio y su creatividad.

Un precioso regalo de Navidad. 

(Recomendado por Isabel)


viernes, 4 de diciembre de 2015

VOCES DE CHERNÓBIL

26 de abril, 1986. Un reactor de la central nuclear de Chernóbil explota y produce una de las mayores catástrofes medioambientales de la historia. En decenas de kilómetros a la redonda, la tierra queda contaminada, los animales enferman y mueren con extraños síntomas y los seres humanos no saben cómo reaccionar. Los gobiernos soviéticos de Ucrania y Bielorrusia eluden responsabilidades y en el Kremlin se establece un pacto de silencio. No ha pasado nada. Un incendio. Todo controlado. Sin embargo, a la gente del lugar los ojos le lagrimean y las gargantas le escuecen, la radiactividad arde en la ropa, en el agua, en las paredes y en la piel de los que no fueron advertidos del peligro. Algo pasa. Algo no está bien. En pocos días, los efectos de la radiación empiezan a cobrar forma: pérdida de sensibilidad en las extremidades, fiebre, piel supurante, ampollas, debilidad, pérdida del cabello, hemorragias espontáneas. Y ante el espanto de una enfermedad que no se ve ni se puede curar, una enfermedad que arde en el agua, en la tierra y en el aire, la gente no sabe qué hacer ni qué decir. Los gobiernos callan. La gente calla. Una calamidad innombrable, sobrecogedora, peor que cualquier guerra, ha venido para quedarse. Porque las guerras pasan, acaban. Y esto vive en nosotros. 

Aparte de la radiación, la gente de los alrededores de Chernóbil puede morir de muchas cosas: de frío, de hambre, de una fiera salvaje escapada, de soledad. Y de los propios pensamientos. Los habitantes de la ciudad evacuada echan de menos sus camas, sus cocinas, las puertas en las que, a lo largo de los años, fueron marcando con lápices de colores el crecimiento de sus hijos. Aún no saben que jamás podrán volver, ya que la radiación tardará, no décadas ni siglos, sino muchos miles de años en desaparecer del aire y los objetos. Los campesinos, en cambio, sí intuyen ese exilio definitivo al que el reactor incendiado los ha enviado y entonan un llanto colectivo y estremecedor por su querida tierra, ya para siempre envenenada. 

Chernóbil ha resucitado el olvidado léxico estalinista. Parece que hemos vuelto a 1937. Se vuelve a hablar de héroes, de salvación nacional, de gestas heroicas del imbatible pueblo ruso. Una catástrofe de este calibre necesita héroes. La gente quiere figuras ejemplarizantes. No interesa la verdad. Se reprimen las noticias. Se clasifican los informes. La medicina y la ciencia se someten al dictado de la política, que no puede permitirse un pueblo informado, porque entonces cundiría el pánico. Se castigan las preguntas y las protestas con penas de cárcel y se trata a la población como si fueran niños pequeños, dando instrucciones minuciosas y ridículas sobre cómo lavarse o medir la radiación. Y así, el socialismo soviético vuelve a sus orígenes, a aquella esencia que la Perestroika de Gorbachov estaba dejando en el olvido, a su funesta mezcla de prisión y jardín de infancia.

Svetlana Alexievich

Los comisarios políticos arengan a los miles de voluntarios que se han presentado para combatir el desastre. Liquidadores, los llaman. Y a eso van, a liquidar al enemigo. Hay que vencer, les dicen. Resistir y vencer. Y poco a poco, en grupos, y en turnos de pocos minutos para exponerse lo menos posible a la radiación, se suben a los tejados, retiran el grafito ardiente, cavan túneles, sellan fisuras. Allí donde los robots creados para reparar la central se paran, se averían y mueren con las entrañas quemadas, los fieles soldados soviéticos se afanan, corriendo con sus trajes inútiles y sus guantes de goma, funcionando sin problema. Hasta que vuelven a sus casas, tras meses de exposición constante al aire ardiente, y enferman. Y la fiebre les consume, en la cama. Y sus hijos les preguntan: papá, ¿qué ha pasado allí? Una guerra, hijo. Una guerra. Y quizá sigan oyendo las voces de los comisarios políticos lanzándolos al ataque: hay que vencer; resistir y vencer. Y quizá se pregunten: vencer, sí, pero ¿a quién? ¿Al átomo? ¿A la física? ¿Al cosmos?
Rusia no tendrá rascacielos como Estados Unidos ni seguros sociales como Europa, pero tiene héroes. Los pobres, tristes héroes de Chernóbil. Todos enfermos, desconcertados, todos vencidos por un enemigo invisible al que no se puede vencer. Un enemigo que ha penetrado en sus huesos y al que han pasado a pertenecer. Yo ya no soy bielorruso, dicen. Ni ucraniano. ni ruso. Soy de Chernóbil. Chernóbil, el estigma de una nacionalidad envenenada. De una guerra interminable. 

Svetlana Alexievich ha escrito un libro coral compuesto de las voces de la gente que sufrió directamente la catástrofe de Chernóbil. Voces, voces, voces. Atronadoras, gimientes, enfurecidas, sollozantes, serenas, enloquecidas. Voces que componen un mosaico inmenso, inabarcable en la diversidad de sus quejas, insoportable en la intensidad de su dolor. 



lunes, 30 de noviembre de 2015

DE VIAJE POR EUROPA DEL ESTE

En 1957 tenía veintinueve años y apenas había publicado nada aún. Lucía unos bigotes magníficos que a los europeos seguramente les recordaban a Pancho Villa, porque no dejaban de tomarle por mexicano. En Frankfurt, sin nada provechoso que hacer, aburrido de ver películas alemanas en alemán, conoció a un corresponsal italiano y a una diagramadora francesa, y juntos decidieron probar a cruzar la frontera con Alemania Oriental, el famoso Telón de Acero. Y hacerlo, además, sin avisar, de incógnito, porque "a los países, como a las mujeres, hay que conocerlos acabados de levantar." Los meses que pasaron recorriendo Europa del Este quedaron retratados en esta estupenda crónica, rescatada ahora del olvido, en la que un jovencísimo y casi desconocido Gabriel García Márquez anotó sus impresiones de ese mundo vasto y desconocido regido por el comunismo soviético.

Lo primero que le llamó la atención al joven Gabo fueron las autopistas: después de haberse tenido que abrir paso entre las multitudes de automóviles americanos de último modelo para salir de Frankfurt, las autopistas de la RDA parecían fantasmales. Kilómetros y kilómetros de asfalto vacío, desierto, como de una civilización extinguida.
Después, la gente. Cuerpos desarrapados, deprimidos, convalecientes de una guerra que parecía no querer terminar dentro de su cabeza, doce años después. Y lo más sorprendente: su tristeza. ¿Cómo era posible que un pueblo que había tomado el poder y los medios de producción, que por fin era dueño de su soberanía y había accedido a una sociedad de derecho igual para todos, se hubiera convertido en un pueblo tan triste? El trío de periodistas occidentales no salía de su asombro y vagaba por las calles desconcertado por este mundo nuevo, en pleno centro de la revolución, en el que todas las cosas parecían "anticuadas, revenidas y decrépitas".

Mientras que en Alemania Oriental se notaba inmediatamente que la revolución había sido injertada desde Rusia de una forma brutal y chapucera, en Praga la vida se parecía mucho a la de cualquier capital capitalista. No había signos visibles del servilismo oficial hacia el Kremlin, tan palpable en Berlín Este o en Hungría, ni la ropa o las costumbres de la gente parecían anacrónicas. De hecho, García Márquez tuvo serias dificultades para encontrar gente asustada o rincones de pobreza en la población checa. Hasta que, una madrugada, al salir de una fiesta, observó que una mujer se quitaba las medias en plena calle y se las guardaba en el bolso, antes de volver a casa. "Hay que cuidarlas. Las medias de nylon cuestan un dineral." Y sonrió, al contemplar los detritus de la revolución, con el mismo alborozo que al descubrir la suciedad de las playas de Niza en la que remojan sus pies los millonarios. Nunca hubiera pensado que encontraría la sombra del comunismo en unas medias de nylon. 

Gabriel García Márquez

Cuando oyen hablar de los soviéticos, los polacos se desatan en improperios. Es una cólera temerosa. Resentida. Alimentada por siglos de masacres, expolios y traiciones. Los polacos, tan antiamericanos como antisoviéticos, fervientes socialistas, marxistas puros, filo-franceses, intelectuales, elitistas, católicos, introvertidos y susceptibles, son un pueblo inmanejable. Entre la militancia comunista y la militancia católica, viven "atascados en definir matices doctrinarios mientras la situación económica adquiere proporciones dramáticas." Y mientras reconstruyen ciudades arrasadas por los nazis que el Ejército Ruso dejó agonizar y muestran los horrores de Auschwitz con una imperturbabilidad escalofriante, conviven con su miseria con una elegante e inalcanzable sobriedad emocional. 

Los soviéticos son, para el autor, el pueblo más interesante. "Un poco histéricos al expresar sus sentimientos, se alegran con saltos de cosacos, se quitan la camisa para regalarla y lloran a lágrima viva para despedirse de un amigo. Pero en cambio son extraordinariamente cautelosos y discretos cuando hablan de política." En la Unión Soviética no había ninguna dificultad en encontrar las sombras de la revolución. El aislamiento de décadas impuesto por el gobierno, a menudo hacía que su pueblo quedara en ridículo frente a los extranjeros sin saberlo. Al no tener ninguna noticia del exterior, los obreros soviéticos estaban convencidos de haber inventado muchas cosas que en Occidente llevaban décadas en uso. Vivían paralizados por la burocracia, hasta el punto de que la palabra "burócrata" se había convertido en uno de los insultos más graves. Las librerías eran escasas y apenas se encontraban obras de autores nacidos en países capitalistas. Hasta ciertas obras de Dostoiesvki, como "El idiota" o "El jugador", estaban censuradas por considerarse "degeneradas y derrotistas". Por supuesto, no había ni un solo libro de Kafka disponible en la Unión Soviética. Y García Márquez se lamentaba, puesto que probablemente no habría habido mejor biógrafo de Stalin que el checo. 

Por último, Hungría. Budapest en 1957 era una ciudad paralizada por el miedo y la desconfianza. Diez meses después de la revuelta aplastada por los tanques soviéticos, el colombiano llegó con la primera delegación de corresponsales extranjeros autorizada a entrar al país. También autorizada a ver sin tocar, ver sin preguntar, sin hablar, sin andar por las calles ni comprar el pan. Ver lo que las autoridades quisieran mostrarles, y volverse. Todos los intérpretes de la delegación estaban tensos. Como advirtió el delegado francés, no solamente iban armados: estaban muertos de miedo. Dispuestos a impedir cualquier movimiento no planificado, cualquier contacto extranjero con una población aterrorizada por una represión gubernamental feroz. Budapest no parecía una ciudad. Parecía un campo de refugiados. Calles andamiadas. Gente cabizbaja. Pobreza y miedo. 

Budapest 1956

Un crónica estupenda, decía. Sin artificios, sin ínfulas de pedagogía, sin excesivo desencanto, García Márquez nos pasea por la Europa del Este a través de la mirada de la gente, de la que se atreve a hablar y de la que se esconde en las sombras, y nos muestra cómo la revolución, además de un orgullo ideológico basado en una idea falsa de progreso, no aportó a la gente más que censura, pobreza, rabia y miedo. 


sábado, 28 de noviembre de 2015

NOCHES SIN DORMIR

No es un libro que te enamore, ni te deslumbre, no tiene una prosa especialmente literaria, pero lo he leído de un tirón, he sentido muy sincero el relato, me ha interesado, he sentido la voz de alguien cercano que en un diario de cuatro meses me cuenta su vida cotidiana en una ciudad controvertida, adorada por muchos, denostada por tantos. 

Como a Elvira, también a mí me pareció una ciudad sucia, cutre, donde la individualidad y el desarraigo está en la mirada de buena parte de su gente. Este diario está escrito en el último invierno que, después de once años, en los que ha pasado allí seis meses al año, da por finalizada su estancia en Nueva York. El frío y la soledad son metafóricamente dos elementos que impregnan las impresiones vividas en un tiempo tan largo como once inviernos.

Acompañan el texto más de sesenta fotografías, realizadas también por la autora, de paisajes y personajes, como su marido Antonio Muñoz Molina a quien sutilmente le hace una declaración de amor, después de una convivencia de veinticinco años. También retrata a su asistenta, Rubiela, todo un personaje que con su mejor voluntad la aconsejó que visitara a una pareja coreana para que la ayudaran con su insomnio. El resultado me pareció de lo más cómico.

Nos recuerda, entre otras muchas cosas, una obra maestra de Isaac B. Singer, "Sombras sobre el Hudson", que vivió en la misma zona que ella y también la trayectoria neoyorquina de Stefan Zweig y su mujer Lotte.

Estoy segura de que, como yo, muchos van a pasar unas horas estupendas leyendo estos diarios.

(Recomendado por Isabel)



viernes, 13 de noviembre de 2015

ARENAS MOVEDIZAS

Henning Mankell, autor de estas memorias atípicas, moría el pasado 5 de octubre de un cáncer. Se lo diagnosticaron a principios del 2014, momento en que decidió escribir retazos de su vida acompañados de profundas reflexiones sobre temas tan diversos como las glaciaciones que en un futuro muy lejano pueden dejar bajo las aguas a países como Suecia y Noruega, los desechos nucleares radiactivos que desde los años 1950 llevan enterrando bajo toneladas de rocas en el interior de una montaña en Suecia o la esclavitud en sus diversas vertientes, desde su abolición hasta hoy.

¿En qué forma podrá advertirse del peligro de radiación cuando el idioma sea otro en épocas lejanas y las circunstancias imprevisibles? Hipótesis inteligentes sobre las desigualdades, el feminismo o el misterio que lleva a tanta gente al suicidio. Considera que la verdadera fuente de energía de los éxitos son las ganas y la alegría de vivir que se tengan, junto a la curiosidad por saber, por conocer.

Sobre el feminismo considera que los hombres tienen el poder y las mujeres la responsabilidad y para que surja un nuevo orden más justo, el hombre tiene que dar un paso atrás y dejar sitio a la mujer. Son temas fundamentales que mezcla con anécdotas de su vida privada que perfilan al escritor comprometido con África. Durante seis meses cada año se trasladaba a Maputo, en Mozambique, donde dirigía el Teatro Nacional Avenida y protegía a infinidad de niños de la calle. Sus vivencias africanas las trasladó a muchos relatos infantiles entre los que destaca "Comedia infantil" y la trilogía "La ira del tiempo".

Escribió doce novelas con el inspector Wallander de protagonista en las que aborda críticamente los retos de la sociedad actual a través de un personaje lleno de humanidad y sensibilidad, y también obras de teatro y relatos diversos de una amenidad que atrapa desde la primera página.

Mi homenaje a un escritor que seguirá viviendo en nuestra memoria gracias a sus palabras.

(Recomendado por Isabel)

Henning Mankell



viernes, 6 de noviembre de 2015

LAS INVIERNAS

Las Inviernas han vuelto. Después de años en el extranjero, alimentando en trabajos humildes el sueño de ser actrices, las Inviernas han regresado a su pueblo de Galicia para remover, quizá sin pretenderlo, las turbias tierras del pasado. Y han traído fantasmas. El fantasma de su abuelo, asesinado en la guerra por rojo y por su sed de ciencia. Y el fantasma de otro hombre del que nadie sabe, también muerto, que apenas osan nombrar. 

Las Inviernas han llegado buscando soledad. La cadencia de las repeticiones. La seguridad de una rutina conocida. Se sienten a gusto en la lentitud, en el silencio tranquilo de estar la una con la otra, sin palabras. Porque las palabras confunden, enredan y engañan, y ambas saben que no las necesitan para sentir. Se mueven por los márgenes de una conversación pendiente, palabras elusivas que evitan mencionar lo ocurrido. ¿Qué pasó? Nada, no pasó nada. Saladina y Dolores están de acuerdo: callar, callar, callaremos. 
Las Inviernas han vuelto. Y desde su llegada, ya nada en el pueblo volverá a ser igual. 

"Muchas cosas en este mundo son indescriptibles; pero lo maravilloso de la mente humana es cómo se adapta cuando ocurre lo peor. Más allá de lo peor, piensa, no puede haber nada. Lo inimaginable ha tenido lugar, y al otro lado está la muerte, el caos, el fin. Pero lo peor acaba de ocurrir y la mente sale del silencio. Sabe salir. Da palos de ciego, está conmocionada pero sale a flote. Sube hacia el ruido. Se pone en pie y se enfrenta. Se acostumbra. 
Remordimiento, un pulpo con tentáculos. 
Remordimiento, ¿de qué?
Sólo ellas lo saben."

Novela íntima, oscura, con personajes extraños y entrañables que ven el mundo que les rodea desde la perspectiva de las historias mágicas y ancestrales que se cuentan en las casas, al calor de la chimenea, en las noches negras de invierno. 
Novela sobre el remordimiento y la lucha por desembarazarse del pasado. "No se cambia nunca de vida", le dice Saladina a su hermana. "Por mucho que viajes, que busques fuera, tu vida seguirá siendo la que es, la que tienes ahora. La que vives "dentro de ti"."
Hasta que pase algo - una muerte, un descubrimiento, un secreto desvelado -, y deje de serlo. 



martes, 3 de noviembre de 2015

EL CAMINO CRUEL

Tener el privilegio de acercarse a dos mujeres tan insólitas, gracias a un relato de viajes tan apasionante como El camino cruel, ha sido un regalo inesperado.

Ella Maillart y Annemarie Schwarzenbach fueron dos mujeres suizas que, en 1939, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, cuestionaron la brutalidad del Nazismo y de las sociedades occidentales contaminadas por un capitalismo despiadado. Tenían 36 y  31 años, respectivamente, y decidieron marcharse en un viaje de seis meses desde Suiza hasta Afganistán en un Ford sin más compañía ni ayuda de nadie.

Ella Maillart era deportista, practicaba vela y esquí. Con 16 años fundó un club de mujeres para jugar al hockey, a los 21 años fue la única mujer en la Regata Olímpica suiza, con 27 años decidió viajar a Rusia, pero no tenía dinero y se fue a París a dar clases de inglés para recaudar fondos y, al tiempo, aprender ruso. Hizo amistad con la viuda de Jack London que le entregó cincuenta dólares para su viaje, una cantidad importante en aquella época. Como consecuencia de ese viaje, en el que cruzó por primera vez el Cáucaso, escribió su primer libro. Dedicó buena parte de su vida al periodismo y la fotografía. Fue una viajera llena de curiosidad y coraje. 

En 1935 inició un viaje de seis mil kilómetros con Peter Fleming, del periódico The Times, de Pekín a Srinagar, Cachemira, que duró siete meses. En 1937 cruzó la India, Afganistán, Irán y Turquía.

Llegó 1939, donde se inicia el relato de El camino cruel, y se unió a Annemarie Schwarzenbach, a quien llamaría "Cristina", para iniciar un viaje que las llevaría desde Ginebra, en seis meses de travesías increíbles, desde la perspectiva actual, hasta Kabul. Annemarie era una muchacha con trastornos psicológicos y adicta a la morfina, amiga de los Mann, padre e hijos. Thomas la llamaba "el ángel devastado". Tuvo amistad también con Carson McCullers y murió en un accidente de bicicleta con 34 años. Fue arqueóloga, filósofa, periodista, fotógrafa y novelista. Pertenecía a una familia inmensamente rica y, aunque se casó muy joven, su homosexualidad le creó graves trastornos y sufrimientos.

Años más tarde, cuando Ella vivía en Chandolin, a dos horas de Ginebra, la revista Altair le hizo una entrevista en dos partes, cuyos links añado más abajo, que incluyen comentarios muy interesantes.

Un libro para leer despacio, consultar los itinerarios y reflexionar, profundizando en el momento tan dramático y tan especial en que fue escrito.

http://www.altairblog.com/usuario/apadrol/blog/11/entrevista_a_ella_maillart_-_primera_parte
http://www.altairblog.com/usuario/apadrol/blog/11/entrevista_a_ella_maillart_-_segunda_parte

(Recomendado por Isabel)



domingo, 25 de octubre de 2015

¿PARA QUÉ SIRVE LA LITERATURA?

Yo nunca pienso en estas cosas. Quizá mi indiferencia respecto a la utilidad de la literatura se parezca a la de los religiosos respecto a la existencia de su dios: a ambos nos resulta una verdad demasiado evidente. Pero en la librería escucho con mucha frecuencia eso de "yo es que no leo novelas" y a veces me animo a abrir algún libro sobre la necesidad o la futilidad de la literatura para ver qué se cuece actualmente entre los estudiosos del tema. 

Esta tarde he estado un ratito leyendo este librito y, entre todos los argumentos que esgrime Compagnon para defender la utilidad de la literatura, me he encontrado con el siguiente: "La lectura de novelas sirve de iniciación moral en Occidente desde hace dos siglos. Fuente de inspiración, la literatura contribuye al desarrollo de nuestra personalidad, permite acceder a una experiencia sensible y a un conocimiento moral que sería difícil, incluso imposible, adquirir en los tratados de los filósofos. Contribuye, por lo tanto, de forma insustituible tanto a la ética práctica como a la ética especulativa."

Yo no sólo leo novelas para aprender, ni mucho menos. A veces pienso que las novelas que más me gustan son las que no me enseñan nada, o al menos nada que yo pueda verbalizar ni traducir en conceptos. Pero el argumento es válido, y en el fondo me gusta: leer novelas para aprender. Literatura como educación sentimental, más sutil, más indirecta, más indefinida y sin embargo, mucho más eficaz que cualquier tratado o ensayo que pretenda explícitamente enseñarnos algo. Aprender transversalmente, sin método, sin lecciones ni orden, sin doctrinas. Aprender porque nos encanta la novela o porque la aborrecemos. Aprender sin darnos cuenta de que aprendemos. Aprender mediante revelaciones íntimas e indefinibles todo eso que, novela tras novela, va definiendo las verdades individuales e intransferibles que nos hacen ser quienes somos.



domingo, 27 de septiembre de 2015

UNA HISTORIA CREPUSCULAR

Acantilado sigue proporcionándonos alegrías con la publicación de la obra de Stefan Zweig. En esta ocasión, es un relato corto de los muchos que escribió. Es de los mejores y cuando lo terminé pensé que el título que mejor hubiera reflejado el argumento habría sido "La invención del amor", porque de eso trata, un relato de un amor apasionado adolescente que se construye en su mente a partir de un encuentro fortuito en la oscuridad de un jardín, en horas nocturnas.

No hay ni siquiera un reconocimiento físico y de inmediato en la imaginación de un muchacho de quince años se construye la ilusión de un enamoramiento que poco a poco va alimentando y se convierte en un amor devastador. La maestría de Zweig para describir los sentimientos y la complejidad del corazón humano siempre son deslumbrantes.

Las últimas frases del libro: "...quería hablarte de un muchacho que se vio sorprendido por el amor, el suyo y el de otra persona. Pero las historias que se cuentan al atardecer enfilan siempre el sendero de la melancolía. El crepúsculo extiende sobre ellas su velo, toda la tristeza que anida en la noche, formando encima una bóveda sin estrellas; la oscuridad se filtra en su sangre, y todas las palabras brillantes y coloreadas que contienen adquieren entonces una sonoridad plena y grave, como si procedieran de nuestra vida más íntima."

¡Cuántas veces la imaginación es más poderosa que la evidencia! Construimos castillos en el aire incluso cuando sabemos que no hay base que los sustente. Es muy sugestivo sentir la chispa de un sentimiento tan poderoso como el amor y a veces es difícil sustraerse a la tentación de ficcionalizar acontecimientos que nos permiten apuntalar la fuerza de esa pasión. Hace casi un siglo, Zweig supo explicarnos de forma exquisita muchas de las contradicciones del ser humano.

(Recomendado por Isabel)



martes, 22 de septiembre de 2015

EL BAR DE LAS GRANDES ESPERANZAS

Después de terminar este maravilloso libro, mil ideas acuden a mi mente: la primera, que el título es sugestivo pero erróneo, mejor debería decir "El bar donde naufragan las esperanzas", o quizá "El bar, hogar de los que no lo tienen".

Curiosamente, el argumento de esta autobiografía contiene muchos elementos que me repelen: el alcohol como camino para no afrontar la vida, el tabaco, las apuestas en las carreras de caballos, el juego para conseguir sobrevivir en situaciones más que precarias, el boxeo, el deporte llevado al límite de las posibilidades del cuerpo, todos ellos elementos de una gran importancia en el contenido de este libro que me ha deslumbrado por ser un prodigio de imaginación y por estar escrito con exquisitez y brillantez. Voces diversas dicen que es la gran novela americana y posiblemente estén en lo cierto. Es un reflejo de la sociedad norteamericana más reciente, desde 1972, cuando el protagonista, J.R., ese niño maravilloso tiene siete años, hasta que cumple 36 al final de la historia.

El tema fundamental, la falta del padre, ausente pero cuya voz escucha el niño a través de las ondas porque es locutor y la radio le transmite una presencia engañosa, es una realidad flagrante en todo el mundo: la irresponsabilidad y la violencia del patrón masculino. El abuelo maltrata psicológicamente a su mujer de forma reiterada llamándola "mujer tonta", el padre intenta matar a su madre y ella le abandona y es la que con tesón y precariedad infinita saca adelante a su hijo poniendo todo el amor que lleva dentro. Su soledad durante todo el relato es sobrecogedora pero su tesón le permite seguir adelante: al final también ella es una víctima de la violencia y el abandono.

Las referencias literarias son constantes, desde Fitzgerald y su Gran Gastby hasta Yeats y Lorca, que representaron la muerte como cliente habitual de los bares. También, las canciones de Frank Sinatra nos acompañan durante todo el relato. El paso por la Universidad de Yale le permite adquirir a J.R. unos conocimientos que tiene que disimular cuando está con su tío Charlie y todos los habituales del Bar Dickens, bautizado luego como Publicans, porque allí lo que impera es el embrutecimiento buscando el olvido porque no pueden soportar la consciencia de sus realidades.

Los sentimientos de J.R. son siempre de una gran bondad y generosidad y quiere a cualquier hombre que le haga caso, incluso cuando se siente amenazado. Pasa por la etapa del romanticismo en la universidad, y el atentado del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, a 26 kilómetros de Manhasset, donde reside, le hace tomar conciencia de la realidad.

Divertidas anécdotas, ausencias, pérdidas, años de vivencias y aprendizaje, hacen de la lectura de este libro un placer, al tiempo que nos hace reflexionar profundamente. Lo mejor que se le puede pedir a la literatura.

J.R. Moehringer fue premio Pulitzer a la mejor crónica del año 2000 y tuvo un éxito muy importante escribiendo la biografía de André Agassi en Open.

(Recomendado por Isabel)




viernes, 11 de septiembre de 2015

PARÍS

"París" es una novela histórica que se publicó en 2013 y que yo he disfrutado ahora mismo. Han sido unos días fantásticos, imbuida de esa preciosa ciudad, una de las más interesantes y bellas del mundo, con una historia formidable a sus espaldas que es lo que el escritor inglés  Edward Rutherfurd, seudónimo de Francis Edward Wintle, nos relata con un ritmo trepidante.

Desde el siglo XIII al XX, y a través de varias familias, acabamos sintiendo como nuestro el entorno de las calles, rincones y callejuelas de un París donde personajes como Luis XIV, Richelieu, Robespierre o De Gaulle nos sitúan en la política y el gobierno y Hemingway, Victor Hugo, Coco Chanel, Monet o el ingeniero Eiffel consiguen ponernos en la piel de escritores y artistas.

Un viaje a través del tiempo en 840 páginas y varias generaciones de familias, unas aristocráticas, otras burguesas, se van enlazando y separando en algún caso por los prejuicios, reuniéndose de nuevo en un relato que hasta la última página nos tiene sin respiro. Los tres últimos siglos, con la Revolución Francesa de 1789, y las dos grandes guerras, con la resistencia francesa contra los alemanes, ocupan un espacio muy destacado y son una verdadera lección de historia. 

Este autor ha escrito también sobre Inglaterra, Rusia, Irlanda y Nueva York. Serán mis próximas lecturas. 

(Recomendado por Isabel)


domingo, 6 de septiembre de 2015

CAMA Y CUENTO

¿A todos nos han contado cuentos a la hora de ir a dormir? Creo que es el sueño de cualquier niñ@. Aquí el personaje es una niña con un nombre tan bonito como Malva, que tiene la suerte de tener una madre que, todos los días, cuando llega la noche, le dice: "cama y cuento", convirtiendo así ese momento en el mejor del día. Le lee cuentos y muchas veces se los inventa, y esos son los que más le gustan.

Pero un día, cuando Malva ya ha crecido, su madre decide que ya es hora de que los cuentos los lea ella misma, y cada noche pone una excusa diferente para no leerle más: que si tengo que planchar, que si estoy cansada..., y a Malva le parece terrible y se desespera porque no se resigna a perderse esos momentos mágicos.

Después de darle muchas vueltas al asunto, se le ocurre una idea milagrosa y cuando llega la noche les dice a sus padres: ¡a la cama, que os voy a contar un cuento! Y así, repite con ellos lo que su madre hacía antes, consiguiendo que sus padres descubran el maravilloso placer de escuchar un cuento en boca de su hija.

Un relato muy interesante para niños y padres, reivindicando esa parcela que cada vez más está siendo usurpada por las maquinitas, los ordenadores y la dejación de un hábito que crea vínculos tan importantes que serán un estímulo y un precioso recuerdo para el resto de nuestra vida.

(Recomendado por Isabel)



viernes, 28 de agosto de 2015

LETRAS EN LOS CORDONES

El olor de muchos como yo, todos diferentes y casi todos iguales en el miedo y en la excitación.
Mamá se ha ido, al mundo le han quitado el peso que lo equilibraba y como no venga alguien a contrarrestar este susto se va a armar la de dios.
Algunos gritan un poquito, para probar el ruido que hace el silencio al romperse, otros juegan a pegarse para demostrar al resto que no tienen el miedo que tienen. 
Somos un grupo pero aún no sabemos que lo somos y nos movemos inquietos, algunos casi frenéticos: qué pasará ahora, qué vamos a hacer, quién va a venir.
Y entonces llega ella. Con un libro y muchas hojas, sonriendo. Habla y todos nos callamos, como el mar cuando cierras las ventanas. Habla y de su voz salen las letras de los cuentos, las letras que vamos a aprender en los días siguientes y que, si aprendemos a quererlas, nos contarán historias, se colarán en nuestros días y nos llenarán de sueños la cabeza. Y algunos, esa misma primera noche, soñaremos con las letras nuevas, viviremos aventuras disparatadas a lomos de una S intrépida o de una N vertiginosa y a la mañana siguiente, con las legañas todavía escondidas en el borde de los párpados, cuando probemos a atarnos los cordones esforzándonos en hacer los lazos y los nudos con la mano correcta, veremos una o, una a, dos eses tumbadas y hasta una p un tanto maltrecha en las lazadas y sonreiremos porque estamos empezando a descubrir que el mundo es muchísimo más grande de lo que pensábamos y que se puede ordenar y desordenar de todas las formas imaginables para hacerlo más bonito y más sorprendente. 

Todos hemos tenido una maestra o un maestro que nos ha cambiado la vida. Gracias por las letras en los sueños y en los cordones, por aprender enseñando, por enseñar aprendiendo. 



"Flor es la más grande de nosotros siete. 
Tiene siete años. 
Por eso, y porque es muy valiente, podemos ir a la escuela con ella. 
No le tiene miedo a la oscuridad ni a los espantos que dicen que aparecen a las seis de la mañana.
[...]


A Flor le gusta la escuela, le gusta mucho, 
y más desde que le dieron el libro de lecturas.
No se le arruga porque lo cuida mucho, pero si sigue así,
se va a quedar sin dedo, de tanto pasarlo por las letras.
[...]


Flor ya sabe leer, dice que las letras,
que a mí me parecen unos dibujos muy difíciles de entender y de juntar,
son contadoras de cosas 
y que cuando aprendes a leer es como si te contaran cuentos. 
A mí las letras no me han contado nada todavía,
yo creo que saben que no me gustan y se quedan calladas.
[...]


El otro día mi mamá se puso a llorar 
cuando Flor le dijo lo que quería ser cuando fuera grande como ella.
Estuve a punto de ir a darle una patada a Flor por hacerla llorar
pero mi abuela me explicó que a veces uno también llora de alegría cuando le cuentan algo bonito.
Entonces le pregunté que qué podía ser tan bonito para que mi mamá se pusiera así y me contó que Flor les había dicho que cuando fuera grande quería ser maestra."




martes, 25 de agosto de 2015

LA BALADA DEL CAFÉ TRISTE

Rellenar huecos. En eso consiste buena parte del esfuerzo que hago para tratar de ser un poco menos ignorante. En vez de veranear todos los años en el mismo sitio, con las mismas personas y en el mismo idioma, busco lugares desconocidos con gente nueva y, a ser posible, en culturas distintas que me sorprendan; en vez de leer y releer las obras completas de cuatro o cinco autores, junto a todo lo que se ha podido escribir a lo largo de la historia sobre ellos, diversifico mi curiosidad hacia los lados del cuadro, hacia lo que me resulta menos cercano o conocido y, por lo tanto, más enriquecedor.
Es una especie de afán de coleccionista. No parar de pasear por una gran ciudad hasta no haber recorrido varias veces todas sus calles, hacer mapas mentales de escritores por países y épocas y relacionarlos unos con otros de la forma más libre y caprichosa por influencias, afinidades (sobre todo mías) e intenciones (sobre todo inventadas). Ver vastos espacios de tierra sin conocer, autores y corrientes literarias enteras por descubrir como subcontinentes vírgenes y salvajes llenos de peligros y placeres por explorar.
A eso, entre otras cosas, me dedico. Personal y profesionalmente. A rellenar huecos. Huecos, a veces, inconfesables. Como Carson McCullers. 

No tengo intención de hablar del argumento de "La balada del café triste", del tipo de historia que es, de la ambientación, personajes, etc. No. Es una historia corta, apenas noventa páginas. Es un clásico. Una obrita maestra. Y merece la pena que sea la propia autora quien se encargue de desvelar la trama a su ritmo y con sus sorpresas a quien le apetezca conocerla y rellenar su propio hueco.
Ahora me apetece citar un párrafo célebre de este libro y hacer un par de comentarios sobre parte de lo que he pensado al leer a esta autora:

"Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de mala vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor."

Casi nadie está de acuerdo con este punto de vista, ¿verdad? Es terrible: adiós a la igualdad, al equilibrio de los sentimientos, a la intensidad compartida, a la generosidad, a la confianza, al compromiso. Adiós a esa visión idílica y homogeneizada del amor como algo que se crea junto a otra persona. El amor de este párrafo es violento, individualista y solitario. El amante convierte al amado en su adversario, lo coloca enfrente en vez de a su lado y lo transforma en un objetivo inalcanzable. Toma como excusa al amado para satisfacer su necesidad de veneración y acaba mezclando ese amor ideal con el temor y el odio hacia la encarnación que ha elegido. 

Quizá el tema de "La balada del café triste" sea la soledad. La soledad de no buscar nada y convivir con una herida dignamente durante muchos años; después la soledad de despertar a un nuevo amor y saberse amante y no amado, cobijado en ese mundo extraño y aislado, y por último la soledad de saberse traicionado por todo en lo que uno creyó una vez y quedarse los días mirando fijamente por la ventana esa vida que sigue sin que haya ninguna razón plausible que pueda explicar semejante incongruencia. 


Carson McCullers


martes, 11 de agosto de 2015

SONRÍE O MUERE

¿Te has quedado sin trabajo? Sonríe, ahora podrás aprender otro nuevo. 
¿Tu pareja te ha dejado? Sonríe, ahora encontrarás sin duda a alguien mejor. 
¿Te han diagnosticado un cáncer? Sonríe, ahora comienza el mejor momento de tu vida. 
¿Quieres comprarte un yate y no tienes dinero? Sonríe, sólo tienes que pegar la foto de tu yate soñado en tu pared y en poco tiempo será tuyo. 

Desde hace unos veinte años, la sonrisa o actitud positiva ante cualquier circunstancia de la vida se ha convertido en algo, no sólo deseable, sino conveniente, e incluso, normativo. Ver siempre el vaso medio lleno, pensar que todo va bien en el presente y que la única tendencia posible es que todo vaya a ir mejor: el optimismo como un estado mental, como dice Barbara Ehrenreich en la introducción a este libro, "una expectativa consciente que cualquiera puede alcanzar, en teoría, sólo con ponerse a ello". 
¿Y por qué habríamos de abrazar incondicionalmente el pensamiento positivo? Los especialistas nos aseguran que, además de hacernos sentir bien, el optimismo atraerá cosas positivas a nuestras vidas. "Si uno espera que el futuro le sonría, el futuro le sonreirá". Y no sólo eso: misteriosamente, los pensamientos positivos tienen la capacidad de materializarse en salud, prosperidad y éxito. 

El pensamiento positivo, tal como lo entendemos hoy, apareció en el siglo XIX en EEUU entre un grupo de filósofos, curanderos y mujeres de clase media, en parte como reacción a la moral calvinista que predicaba el esfuerzo y el sacrificio, condenando cualquier expresión emocional, y por supuesto, cualquier manifestación de alegría o felicidad. En la época constituyó una liberación de un dogma religioso que estaba causando estragos en la sociedad y en la salud de las personas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la evolución de este pensamiento positivo y su éxito indiscutible en la sociedad, le han acercado de manera alarmante a las tesis calvinistas que tanto se esforzó en combatir. "El pensamiento positivo ya no era sólo un bálsamo para los angustiados o una cura para los que sufrían de dolencias psicosomáticas. Empezaba a ser una obligación que se les imponía a todos los estadounidenses adultos". Al final, al radicalizarse, tanto el pensamiento positivo como el calvinismo han acabado compartiendo la necesidad de adoptar una actitud determinada condenando y estigmatizando a aquellas personas que adoptan cualquier otra actitud.

Los expertos dicen que el pensamiento positivo nos hace más felices, y que la felicidad nos lleva a tener mejor salud. Si adoptamos el pensamiento positivo, no sólo tendremos más éxito en nuestra vida privada y en nuestro trabajo, no solamente cumpliremos más deseos y seremos más ricos, también viviremos más años. Martin Seligman, el gurú de la psicología positiva, al inicio de su libro La auténtica felicidad, declara sin ambages que las personas felices viven más años y tienen mejor salud que las infelices. Sin embargo, los estudios longitudinales realizados sobre la incidencia de la felicidad en la salud se limitan, en el mejor de los casos, a establecer correlaciones y no causas. ¿Las personas están sanas porque son felices, o son felices porque están sanas? Y, además, ¿cómo se mide la felicidad? Generalmente se acepta la definición de la felicidad como el grado de satisfacción con su propia vida. Y aquí es donde la psicología positiva muestra su debilidad, no ya como ciencia, lo cual es obvio, sino como sistema válido para promover la felicidad en las personas. Según Seligman, las circunstancias que rodean a la vida de una persona no tienen una incidencia significativa para la consecución de la felicidad. Debemos mirarnos hacia dentro, ajustar nuestra mentalidad, controlar nuestros pensamientos negativos, estar alertas, sonreír, ser positivos siempre para ser felices. Que estemos en paro, vivamos en un basurero de Nueva Delhi, tengamos cáncer en fase terminal o nos desahucien de nuestra casa es lo de menos. 
Pero no es un despiste ni un olvido de un empresario millonario estadounidense jugando con métodos pseudocientíficos a decirnos cómo ser felices. No, ni mucho menos. La psicología positiva, lejos de promover mejoras sociales que favorezcan las circunstancias para que la gente pueda ser más feliz, se alinea directamente con la patronal. De hecho, el propio Seligman rechaza explícitamente el cambio social, afirmando que "cambiar las circunstancias generalmente no sirve para nada y sale caro". 

A mí me parece excelente que se promuevan la alegría y los pensamientos positivos. De hecho, me encantaría que la gente tuviera las condiciones necesarias para vivir mejor y tener motivos de celebración continuos. A mí tampoco me gustan los gruñones y los quejicas, que deambulan por el mundo sembrando su insatisfacción crónica en los demás. Pero adoptar un pensamiento positivo como norma, como norma individual y como norma social, en las relaciones humanas y laborales a gran escala, me parece terriblemente peligroso. Y además, creo que denota una ansiedad y una inseguridad galopantes. Si de verdad estamos más o menos conformes con nuestra vida, ¿por qué deberíamos reprimir y censurar cualquier pensamiento que no fuera positivo? Y si no lo estamos, ¿no deberíamos canalizar nuestros esfuerzos en modificar las circunstancias que lo impiden en vez de autoengañarnos con la ilusión de que con el mero control de nuestro pensamiento vamos a poder cambiar la realidad?

En este libro, Barbara Ehrenreich critica de una manera elegante e incisiva la tiranía del pensamiento positivo, y cómo la moda de sonreír y ver una suerte u oportunidad en cada circunstancia de la vida anula el pensamiento crítico, desprecia la percepción racional de la vida y nos convierte en esclavos de un sólo punto de vista sobre la realidad.



jueves, 6 de agosto de 2015

UN HOMBRE ENAMORADO

Existe un pacto implícito entre escritor y lector, un pacto extendidísimo en la literatura actual (no así en la del siglo diecinueve y principios del veinte) que viene a decir lo siguiente: yo, como escritor, puedo llevarte a dar un paseo por un bosque durante treinta páginas o tenerte clavado a la silla en una cena con gente insoportable más de la mitad de mi novela pero tú sabes que nada es gratuito, que cualquier aparente trivialidad va a tener un significado importante y, a la larga, se convertirá en una pieza clave para entender el conjunto de la historia.

Toda buena novela suele estar construida a base de piezas más o menos pequeñas que, a medida que va avanzando la historia, se van ensamblando hasta constituir un todo con sentido. Ese episodio un poco tedioso del principio lo leemos con paciencia porque sabemos que en algún momento tendrá un papel decisivo, saldrá a escena y brillará con luz propia bajo otra perspectiva. De alguna manera, trascenderá su propia insignificancia. 
Es un pacto implícito que damos por hecho. Hoy en día, la mayoría de los buenos escritores lo cumplen, cada uno a su manera. 

Pero Knausgard no. 
Knausgard rompe el pacto. En sus novelas, todo es significativo en sí mismo. Cada detalle, cada escena cotidiana, cada digresión filosófica o literaria parecen piezas de un puzle que nunca van a encajar, piezas sueltas, sin conexión aparente entre ellas. La sensación al llegar a la página sesenta es de extrañeza: ¿qué estoy leyendo? Un hombre agobiado por la carga de sus tres niños pequeños, echando pestes de su paternidad y permanentemente enfadado con su mujer. Vale, ¿y qué significa? Pues nada. Lo mejor es que no significa nada más que lo que te está contando. Y al mismo tiempo, al internarte más profundamente en el bosque extraño de la novela, te das cuenta de que todo tiene sentido, de que todo forma parte de un conjunto coherente y global que funciona a la perfección, con todas sus digresiones y mínimas anécdotas. 

No tengo muy claro cómo lo hace. Quizá sea la irresistible fuerza gravitatoria de la primera persona, ese yo-escritor desnudándose y desnudando a sus seres más cercanos, que convierte cada escena en algo lleno de significado. No lo sé. Pero lo que está claro es que la fascinación que es capaz de ejercer con cada detalle trivial de su vida es abrumadora. Y no saber cómo lo hace es quizá una parte importante de la adicción que genera.

Creo que a la hora de escribir un libro autobiográfico, un escritor se enfrenta a dos cuestiones fundamentales: dónde poner el límite del pudor y qué distancia adoptar entre el yo real y el yo narrador. Después de haber leído este libro, me pregunto si Knausgard de verdad se ha puesto una línea roja sobre lo que iba a contar y lo que no. No lo parece. Su vida, exterior e interior, está descrita con una minuciosidad tan apabullante, y a la vez con una inocencia tan transparente, que uno tiene la sensación de ver a través del personaje, de ser el espectador privilegiado de sus más íntimos secretos, glorias y miserias. Pero lo que más me asombra es cómo logra, aparentemente, fusionar el yo real con el yo narrador. Nunca podremos saberlo, pero no parece haber distancia ninguna, el narrador vive pegado a sus vivencias, pegado a su historia, son todo uno, su historia y él mismo. 

¿De qué trata este libro?, me preguntan. Pues no sé, la verdad, les respondo. De todo y de nada. ¿De qué trata una vida? Es la historia de una voz, de un hombre de treinta y cinco años que se enamora, tiene tres hijos y camina permanentemente por el borde de su propio abismo, debatiéndose entre su necesidad de amor y su deseo de soledad. Es la historia de la construcción de una identidad, de una vida, de la mirada de un ser humano sencillo que tiene una historia compleja que contar. Y ante todo, es la historia de alguien que se sienta ante una mesa y, simplemente, escribe. 


jueves, 30 de julio de 2015

LA FAMILIA KARNOWSKY

¡Una obra maestra! En mi opinión, de la mejor literatura. Su autor, Israel Yehoshua Singer, hermano mayor del Premio Nobel de 1978, Isaac Bashevis, está a su altura con este relato rescatado por la editorial Acantilado que fue escrito un año antes de su muerte en 1943. Su hermano le sobreviviría casi 50 años. 
"La familia Karnowsky" contempla esa terrible primera mitad del siglo XX en Polonia, Alemania y Estados Unidos, marcada por el "Nuevo Orden", nombre con el que durante todo el relato se denomina al movimiento político del nazismo.

Se divide en tres partes diferenciadas, dos en Berlin y otra en Nueva York.  La primera está protagonizada por David Karnowsky, el patriarca, que llega desde su Polonia natal a integrarse en el Berlín cosmopolita de los años 20; la segunda, por su hijo Georg, que consigue ser un médico prestigioso y del que se enamora Teresa, una alemana aria con quien se acaba casando; y la tercera, ya en Nueva York, por el nieto Yegor, físicamente una mezcla de los ojos azules heredados de su madre y el pelo y los ojos negros que delatan la procedencia judía de su padre, de la que reniega y que le ocasiona un trastorno patológico. 

La intensidad de la novela, que en ningún momento decae, procede, más que por los personajes, maravillosamente retratados en sus complejos matices, por el entorno y el tejido social y moral, los conflictos entre nobleza y mezquindad.

Dos personajes secundarios, el Dr. Landau y su hija Elsa, hubieran merecido quizá más protagonismo. Mi deseo al leer la última página es que no se hubiera terminado y hubiera podido quedarme mucho tiempo viviendo dentro de esa historia fascinante que no podía tener otro final más maravilloso.

Los israelíes actuales deberían revisar su historia y ver todos los sufrimientos pasados para no repetir lo mismo que hicieron con ellos ahora con el pueblo palestino. Cuesta entenderlo.

(Recomendado por Isabel)




lunes, 27 de julio de 2015

VOLVERSE PALESTINA

Llevo un mes que no leo. Un libro de relatos, otro de ensayitos sobre literatura, un thriller y seis novelas abandonadas en la página 30. Y ya está. Un desastre. 
Nada, no hay forma. Me dicen que es el calor, el atontamiento emocional, mi adicción a las series y a la poesía diaria o mi obsesión con París. Puede ser. 
Pero no. Yo sé lo que es. 
Es Palestina. 
Es un libro que me tiene la mente ocupada todo el día, que no deja que otros libros desplieguen sus historias en mi cabeza. Son 197 páginas que me han llenado de literatura este mes sofocante de julio. 
De literatura y de ira. Y de indignación y de información y de voluntad de comprender. 

Lina Meruane nació en Santiago de Chile en 1970 y es profesora de literatura en la Universidad de Nueva York. Descendiente de palestinos, hasta la escritura de este libro en 2013 nunca había visitado el pueblo de sus abuelos, pero para cuando se planteó el viaje, lo hizo con la idea de regresar. Regresar a un lugar en el que nunca había estado, sí, pero que en cierto modo le pertenece. Regresar a un origen, a una identidad para poseerla, una identidad que permaneció latente en las historias de sus tías y abuelos, en la tristeza de las miradas de su padre. Palestina siempre fue un rumor de fondo en su vida, y ahora se daba la oportunidad de convertirlo en palabras claras y precisas que fijaran su experiencia. 

Chile acoge la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe, comunidad que encontró en el idioma, la gente y sus paisajes cierta afinidad con su lugar de origen y un hogar de acogida donde sobrellevar el exilio. El exilio como pérdida que los lanza, de pronto, a una vejez irreparable. Sin vuelta atrás. Y con pasaporte chileno, residente en Nueva York, Lina Meruane aterrizó en Heathrow y, arrojada a la hostilidad de los agentes de seguridad israelíes en Londres, tan parecidos a los "tiras de la dictadura chilena: mismos anteojos oscuros de marco metálico, mismo corte de pelo militar, el mismo modo tirante", comenzó la crónica de su regreso. 

Un regreso marcado por el exilio heredado, que ante ciertas situaciones puede convertirse en una carga muy pesada. No hace falta mucho para que una identidad difusa se convierta en una realidad definida. Bastan un interrogatorio exasperante en una sala aislada de un aeropuerto, miradas recelosas, desconfianza, hostilidad y desprecio mal disimulados. Bastan unos pueblos destruidos, casas como muñones apenas visibles, barrios convertidos en bosque en tiempo record por empresas sionistas extranjeras que invierten en el olvido de las atrocidades expansionistas israelíes. Basta pensar en esas identidades cuya desaparición ha sido construida por Israel. Le basta muy poco a la chilena-residente-en-Nueva York Lina Meruane para convertir su difusa palestinidad heredada de sus padres en una identidad presente y dolorosa, sólo suya, en una cicatriz de la que hacer alarde. 

Le llaman la atención muchas cosas, a la profesora Meruane. Por ejemplo, que le desaconsejen ir sola a una cafetería musulmana en Jaffa, ciudad israelí al sur de Tel Aviv donde se aloja, si no quiere verse expuesta a constantes miradas de sospecha: sospecha musulmana por probable insulto a su religión, y sospecha israelí por probable amenaza a su seguridad. La abrumadora presencia militar por las calles y centros comerciales, más densa aún que en los tiempos de la dictadura chilena: "nuestros milicos no se mezclaban con los ciudadanos, constituían una anomalía, una rareza destinada a desaparecer. Aquí son aceptados como una necesidad de la que pocos quieren prescindir." Presencia militar que subraya una realidad sobrecogedora: cada centímetro cuadrado es campo de posible enfrentamiento. O bien las pintadas de los colonos judíos incitando al odio y exterminio de los palestinos ("Gas the Arabs!"), colonos que esgrimen su condición de víctimas del Holocausto para acabar utilizando las mismas consignas que llevaron a sus antepasados a las cámaras de gas. 

El objetivo fundacional del Estado de Israel era proporcionar un hogar seguro para los judíos, después del Holocausto. Sin embargo, su obstinación en aferrarse a su identidad de víctimas en permanente peligro ha provocado que dicho objetivo quede cada día, con cada nueva asentamiento, con cada nuevo bombardeo sobre civiles palestinos, un poco más lejos. David Grossman defiende que si Israel continúa con su política de agresión expansionista nunca logrará ser un hogar para sus ciudadanos, sino una fortaleza que, paradójicamente, a medida que crezca su poder y su agresividad, se irá volviendo más vulnerable y propensa a la paranoia. 

Pero por encima de todo, lo que ha ocupado mi mente todo este mes ha sido el foco de este libro en el lenguaje: el lenguaje como herramienta para definir una realidad constantemente sometida a discursos oficiales, polarizados e interesados sobre el conflicto. La identidad palestina de Lina Meruane, su cicatriz orgullosa, se ha convertido en un compromiso por buscar un lenguaje adecuado para construir un relato veraz de lo que está sucediendo en Palestina. Para denunciar que no es un conflicto entre dos bandos iguales, que no puede haber equidistancia posible, como sostiene Amos Oz, entre vencedores y vencidos, entre un pueblo que no para de expandirse y otro que lucha por no exiliarse. Para argumentar, alzar la voz, decir y repetir todas esas palabras, esas identidades que Israel censura porque no encajan en el relato que ha construido de su historia: palabras como Nakba, como pueblo palestino, como ocupación, refugiados, racismo, Apartheid, masacre, limpieza étnica o crímenes de guerra. Israel, al prohibir palabras, está negando cualquier discurso que no sea el suyo, está tratando de borrar el pasado, "de amordazar la realidad con leyes, aplastar, bajo el peso triunfal de la independencia, la derrotada palabra de la catástrofe hasta que deje de respirar. Y limpiar después, con el paño de la libertad, toda traza de violencia."

Este libro es, por un lado, el relato de un regreso a los territorios ocupados y, por otro, una serie de reflexiones literarias, filosóficas y políticas sobre el conflicto entre israelíes y palestinos a través de su acuerdo o discrepancia con intelectuales como Edward Said, Amos Oz, David Grossman, Ilan Pappe o Susan Sontag. 

Y sobre todo, es un intento de recuperar una identidad a través de la historia familiar y de aportar palabras nuevas donde las viejas sólo repiten confusión. Porque "son tenaces, las palabras de la confrontación entre israelíes y palestinos. Se han endurecido en las necesidades del ataque y la defensa y la justificación. Van envueltas en una armadura y han perdido el alma: son palabras con profundas secuelas que se resisten a la entera exhibición. Hay que estallar sus metales, pienso. Buscar entre los escombros sus esquirlas y volver a leerlas, ya hechas trizas, imaginando qué clase de heridas producen sus descargas aun cuando nos llenen de indignación, de asombro, de silencio."



jueves, 23 de julio de 2015

LEER COMO UN PROFESOR

Hace unos días leía en Babelia un artículo sobre realidad y ficción en literatura. Venía a decir que no existe lo real ni lo original en el arte, tan sólo versiones o variaciones de ideas ya expuestas con anterioridad. El mérito de los escritores residiría entonces, no ya en alcanzar una idea nueva y original, puesto que no las hay, sino en conseguir plasmar una variación lo más nueva y original posible sobre cualquiera de los temas universales. Porque ya sabemos que en arte lo importante no es tanto lo que cuentas sino cómo eliges contarlo.

Esta idea es una de las tesis principales del libro "Leer como un profesor", que he estado degustando a cucharaditas a lo largo de todo este mes y que recomiendo vivamente. Con una prosa ingeniosa y chispeante, Foster nos cuenta que leer es una forma segura de reencontrarse con viejos amigos: como nos dice desde el título de un capítulo, "En caso de duda, procede de Shakespeare o de la Biblia." Por supuesto, es una exageración típicamente anglosajona, existe alguna fuente primigenia más (en especial para la literatura de culturas no occidentales y no cristianas), pero ilustra bien ese principio de que todo está inventado y cualquier historia nos llevará por lugares que, con un bagaje literario y una imaginación adecuados, sin duda podremos reconocer. Me gusta la idea de que todo está de alguna forma conectado, de que esa obra que me marcó hace años, esa que no puedo volver a leer sin que se me llenen los ojos de lágrimas, no es más que una variación de otras muchas obras quizá mejores que aún no he tenido la suerte de conocer. 

Pienso en ello mientras termino de leer "La chica del tren", el bestseller del verano, más para poder responder con una opinión desprejuiciada a las constantes preguntas de los clientes sobre si merece la pena que por verdadero interés en el libro en cuestión. Mi respuesta será un leve encogimiento de hombros: sí, merece la pena si lo que quieres es pasar un rato entretenido y no has leído muchas novelas de misterio. Porque al fin y al cabo, estamos ante otra versión más, no demasiado sutil ni innovadora, de la clásica ecuación "protagonista atormentada + desaparición + asesinato = resolución más o menos previsible". Eficaz, amena. Poco más, la verdad. 

Y me doy cuenta de que, a menudo, leer libros es como conocer personas: quiero que me sorprendan, que satisfagan alguna expectativa que se me haya podido quedar pendiente en el pasado, que me estimulen de una forma creativa, que me enseñen cosas, que me hagan pensar y sentir y sobre todo que no se limiten a rellenar la misma ecuación de siempre con los mismos factores. Sí, ya sé que no hay ideas nuevas, que se trata siempre del cómo y no del qué, ya sé que la mayoría de las personas, como la mayoría de los libros, en cierto momento siempre me harán preguntarme: ¿de qué me suena esto?, pero en definitiva, ¿no escriben los escritores para ser originales?, ¿no leemos para recibir una huella nueva?, ¿no buscamos amistad o amor para tratar de marcar la diferencia?



viernes, 17 de julio de 2015

NOCHE FANTÁSTICA

La recuperación que la editorial Acantilado ha hecho de la obra de Stefan Zweig va completándose día a día, consiguiendo reimpresiones que nos dan fe de que este autor ha reconquistado el gusto de los lectores. Durante muchos años fue ignorado de forma injusta. Su exquisitez en las formas, en el fondo, en los matices, en la psicología de los personajes le otorgan un protagonismo en la literatura centroeuropea más que merecido.

Noche fantástica, "nouvelle" de 86 páginas que da título a esta recopilación de siete relatos, nos hace vivir Viena, el Prater, los paseos de la burguesía en las carreras de caballos, los bajos fondos, las costumbres en los inicios del siglo XX de la gente más humilde y también de la más acomodada.

En Escarlatina, un estudiante de medicina llega del campo a la capital sin estar preparado para enfrentarse solo a las costumbres estudiantiles y tendrá que aprender con sufrimiento a afrontar un final dramático. El último relato, El pago de la deuda atrasada, es de una exquisitez muy representativa de la literatura de este autor.

Es un momento oportuno para acudir también a una publicación reciente sobre este escritor, El exilio imposible, de George Prochnik, un ensayo sobre la situación de los centroeuropeos judíos que se vieron obligados a abandonar sus casas y todas sus pertenencias para escapar del holocausto nazi. Zweig fue uno de los más conocidos y tuvo la suerte de que su familia se exiliase a tiempo y se pudiera llevar la empresa que les permitió vivir con holgura y prestar apoyo a tanta gente necesitada. El enigma de su suicidio en Petrópolis y su periplo por Inglaterra y Estados Unidos y Brasil, con la nostalgia por su Europa invadida, son partes importantes de este ensayo.

(Recomendado por Isabel)