jueves, 29 de noviembre de 2018

BUENAS NOCHES, PLANETA

Planeta espera. Es un peluche muy paciente. Hasta que Emma no se duerme no se mueve ni un poquito. Y aun cuando ella empieza a soñar con universos y galaxias, Planeta se queda muy quieto un ratito más: le encanta escuchar su respiración y sentir su calor en el cuerpo. 

Pero la noche le llama, y, con un beso en la mejilla de Emma, de un salto baja de la cama. Sale al pasillo e inspecciona la casa. Está tan a oscuras que le da un poco de miedo. Sniff, sniff. ¿Quién está ahí? "Por favor, no me asustes, que me desmayo fácilmente. Sniff, sniff. SNIFF, SNIFF. ¡TCHH! "
(Desmayo). 

"¡Ah! Eres tú, Elliot". ¿Quieres que busquemos una galletita? ¿O dos? ¿Y si salimos al bosque? En el campo por la noche, les cuenta un ratón explorador, brilla la mayor galleta nunca vista. Lo malo es que nadie ha podido alcanzarla. Hay que subir muy alto muy alto al árbol más alto del bosque. ¿Lo intentamos?

Planeta tiene un nombre muy grande para ser tan pequeño, pero como él dice: "cada uno, pequeño o grande, es un universo entero". Y cuando la galleta blanca inalcanzable se oculta y la oscuridad empieza a marcharse, Planeta vuelve a la cama de Emma, le da otro beso en la mejilla y se duerme, esperando un nuevo día. Una nueva aventura. 

Liniers es un historietista argentino conocido principalmente por sus tiras ilustradas de humor suave y sugerente. Este es su primer álbum infantil, dedicado a su hija Emma y a su entrañable Planeta. 



lunes, 26 de noviembre de 2018

LA SOCIEDAD LITERARIA DEL PASTEL DE PIEL DE PATATA DE GUERNSEY

Quiero ir a Guernsey. Oler el mar embravecido al atardecer y escuchar cómo ruge contra las rocas de la costa. Sentir la humedad en la piel y verla brillar en esas praderas verdes que ondulan caprichosas y bajan hacia la playa como rindiéndose al clima. Quiero aguzar la vista y creer que alcanzo a distinguir la costa de Normandía mientras escucho hablar en inglés y me atrevo con el fish and chips del puerto. Quiero explorar la isla y perderme por sus caminos con la compañía de P., responsable de esta ansia viajera. Quiero conocer Guernsey por muchas razones. Aunque la principal, sin duda, es volver a entrar en la historia de esta novela y escuchar a sus personajes y reírme y llorar y desear y disfrutar de la vida con ellos.

Qué paz. Qué maravilla ha sido intercalar esta novela con los ensayos y novelas duras que me ha dado por leer últimamente. La voy a recomendar como una novela de humor, aunque el humor no sea lo principal, y como una novela sobre las consecuencias de la segunda guerra mundial, aunque la guerra tampoco sea la protagonista. También, hasta cierto punto, es una novela sobre la lectura, el amor y la libertad. Pero sobre todo, creo que es una novela sobre la amistad. Sobre los lazos que se forman por azar entre un grupito de vecinos de esta pequeña isla del Canal de la Mancha y una escritora británica y que poco a poco ofrecen a sus vidas una razón poderosa y emocionante para seguir adelante.

Sí, voy a recomendar esta novela como una novela de humor. ¿Conocéis muchos libros cuyos personajes se pasen horas tomándose el pelo por correo de la manera más ingeniosa y divertida? ¿Y que además ninguno caiga en la trivialidad y que cada carta sirva para ir perfilando la historia y llenando los huecos que una novela estrictamente epistolar no puede llenar? No, no es nada común. ¿Y que se detenga en la belleza del paisaje, en la frivolidad de un americano pretencioso que no entiende cómo una señorita puede rechazar su propuesta de matrimonio, en el horror de la guerra y los campos de concentración, y todo ello con un estilo desenfadado y vivaz que te hace sentir, con cada carta, un miembro más de esta entrañable sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey?

Sí, esta novela es un oasis. De humor, de chispa y de amor por la lectura. Ahora sólo me falta convencer a P. de dejarlo todo y coger un vuelo a Guernsey. Presiento que una aventura extraordinaria nos está esperando.



jueves, 22 de noviembre de 2018

POSTGUERRA

Este verano del 2018 para mí estará marcado por la lectura de las casi mil doscientas páginas de esta obra de historia monumental, exhaustiva e interesantísima a la que solo le encuentro una pega: que se acabe en el año 2005, fecha en que desgraciadamente perdimos a este gran historiador. Trece años desde entonces es mucho tiempo pero confío en que aparezca otro historiador de parecida talla para que nos siga desgranando con tanta claridad los avatares de este mundo tan complejo en el que vivimos.

Recuerdo que cuando empecé a trabajar con trece años en Barcelona leía a diario los titulares de La Vanguardia (no tenía acceso ni tiempo para mucho más). A los dieciséis estaba ya en Madrid trabajando en una editorial y me informaba cada mañana con el ABC, en aquella época un periódico más imparcial que hoy, y por la tarde con Pueblo para equilibrar, hasta que salió El País y se convirtió en mi periódico favorito, incluso cuando viví fuera de España. Llevo desde 1955 siguiendo la actualidad social, política, económica y cultural y eso me había hecho creer que conocía bien la etapa que Judt trata en su libro. Craso error.

Todo me sonaba, incluso los nombres de presidentes y primeros ministros de los países más importantes. Recordaba bien los años de las guerras de Corea, de Vietnam, de Yugoslavia, y, cómo no, la barbarie nazi. Con este ensayo he descubierto que mis conocimientos eran amplios pero de trazo grueso, me faltaban los detalles, las circunstancias, las cifras, el trazo fino necesario para que cualquier criterio se pueda formar adecuadamente. 

Si tuviera que elegir una sola palabra que describiera la terrible historia de la segunda mitad del siglo XX, sin duda elegiría indiferencia, porque fue eso precisamente lo que permitió tantas atrocidades. Los crímenes de Stalin y Hitler no hubieran podido tener nunca las dimensiones que tuvieron si no hubieran contado con la complicidad de gobiernos y el silencio de tanta gente. 

Durante más de treinta años, desde 1945 hasta los años 80, la población europea en general cerró los ojos y no quiso saber ni recordar lo que había sucedido, en buena medida porque compartían una responsabilidad excesivamente incómoda. Un ejemplo: el gobierno de Vichy fue un cómplice perfecto de Hitler y los gobiernos franceses hasta Mitterrand en los años 90 no reconocieron el papel de Francia en el exterminio judío, ni siquiera las torturas practicadas por su ejército en Indochina y Argelia. Hubo que esperar al presidente Chirac, en 1995, para que en Francia se empezara a reconocer la responsabilidad de su gobierno en la segunda guerra mundial. Había pasado medio siglo. Otro ejemplo: en Austria, que había colaborado enviando varios miles de militares como guardianes de los campos de concentración, en 1991 la mitad de sus ciudadanos creían que los judíos habían sido responsables de su persecución. 

Tony Judt
Como buen británico, Judt dedica más espacio a los acontecimientos relacionados con su país y con Estados Unidos. De España comenta que cuando terminó la dictadura en 1975 estábamos en una situación económica y social tan precaria como la de los países del este, a años luz de países como Francia, Alemania, Inglaterra, Suecia o Noruega. Fue tan nefasta la dictadura de Franco como el comunismo en países como Polonia, Hungría, Yugoslavia o Bielorrusia.

Nos informa que en España teníamos el 60% de todos los conventos y monasterios del mundo, unos 900. Poco a poco la práctica religiosa ha ido reduciéndose, incluso en Polonia, y cada vez menos jóvenes participan activamente en ella. Durante los años cincuenta los curas católicos holandeses se negaron a participar en la construcción de un monumento internacional en Auschwitz tachándolo de "propaganda comunista", opinión que también compartía el Papa. 

A pesar de los horrores pasados, o quizá a causa de ellos, ahora son los europeos los mejor situados para ofrecer al mundo ciertos modestos consejos sobre cómo evitar la repetición de sus propios errores. Pocos lo habrían predicho hace sesenta años, pero el siglo XXI todavía puede pertenecer a Europa.

La creatividad europea, creo, es el último baluarte frente a las sirenas del materialismo estadounidense. Los sistemas de bienestar europeos superan ampliamente a los de Estados Unidos, tienen un 50% menos de vacaciones y trabajan más horas, lo que redunda en una peor salud, a pesar de que se gastan en sanidad el doble que cualquier país europeo, y tienen a 45 millones de personas sin seguro médico. Colocan grandes vallas poniendo "Ama a tu prójimo" pero asesinan y violan a su prójimo en una escala que conmocionaría en cualquier nación europea. Están en su mayoría a favor de la pena de muerte y la tenencia de armas, algo que ni siquiera se contempla aquí, y su partidismo en el conflicto árabe-israelí avergüenza incluso en la ONU. Su falta de compromiso para resolver el calentamiento global es otra de las diferencias, y la cifra de niños, mujeres y afroamericanos en la miseria es un escándalo. Son muchas diferencias fundamentales que animan a pensar que algo se está haciendo mejor en Europa. Ojalá se reconduzcan otros temas que, como el de la inmigración o la burocracia, no se están resolviendo de forma adecuada, en mi opinión.

Un libro para leer, releer y tener a mano para consultar. Muñoz Molina dijo que se leía como Guerra y Paz. Para mí ha sido como un máster en Historia apasionante.



lunes, 19 de noviembre de 2018

CLARABOYA

A fuerza de estar todos los días tocando, hojeando y colocando novedades literarias, los libreros a veces nos volvemos un poco inmunes al poder de fascinación que estas ejercen en los lectores comunes. Y no es que ya no nos haga ilusión abrir ciertas cajas. Cuando sé que viene algo nuevo de Impedimenta o de Nórdica, automáticamente todos los libros que vienen en la misma caja desaparecen por arte de magia y sólo me quedan manos y ojos para ellos. Sencillamente son demasiado bonitos y apetitosos para no ser siempre protagonistas. Pero la verdad es que nos hemos acostumbrado. Nuestro amor por las novedades se ha vuelto fluido y estable como el de esas parejas bonitas que ya llevan varios años dando envidia a los solteros. Y al dejar a un lado esa ansiedad enamorada con la que cualquier lector ávido busca siempre los últimos libros publicados, a menudo volvemos la mirada a esos clásicos que siempre nos han recomendado y nunca nos hemos decidido a leer. 

Hace unos días, colocando los libros de Saramago que tenemos en casa, P. me habló de Claraboya. Escrito a los veintinueve años, rechazado sin explicaciones por la editorial a la que lo envió, estuvo durmiendo el sueño de los ofendidos durante sesenta años hasta que, tras la muerte del autor, por fin vio la luz en 2011. Es inevitable preguntarse qué habría pasado si la editorial portuguesa que no quiso saber nada de él lo hubiera publicado en 1952. ¿Le habría dado a Saramago las fuerzas para seguir desarrollando en nuevas novelas todas las ideas que bullían en su cabeza? Lo cierto es que después de aquel fracaso no volvió a escribir narrativa en varias décadas y cuando la retomó, lo hizo con el estilo tan particular que cautivó a tantos lectores y le dio fama en todo el mundo. Quién sabe si tan largo silencio fue el abono que necesitaba su obra para crecer y diversificarse como lo hizo. 

Claraboya transcurre en un patio de vecinos. La narración va pasando de casa en casa, de escena en escena, buceando por los pequeños dramas familiares, las envidias, los amores escondidos y la sencilla bondad de los personajes que viven en este edificio. Decenas de hilos invisibles unen sus vidas y Saramago los hace vibrar con precisión y delicadeza, como si fueran las cuerdas de un instrumento que interpretara una canción antigua e íntima. Hay algo de Pessoa en las inquietudes filosóficas de algunos personajes, en la rebeldía contra los caminos trazados y en el pesimismo lánguido ante el futuro. Pero aquí siempre triunfa la humanidad y la pasión, el deseo de vivir y de nombrar esas otras vidas diversas que no siguen las pautas previsibles para buscar su felicidad. "La experiencia que sólo le sirve a uno mismo es estéril", declara el zapatero filósofo. Sólo dando, dándose a los demás, nuestras vidas tienen algún sentido. 

He encontrado mucha bondad en esta novela. Mucha pasión que sabe qué cosas importan de verdad y cómo contarlas. Lo he leído escuchando la voz de un Saramago joven que, sin embargo, ya parecía haber adquirido ese saludable aire de sabio con ganas de rebeldía. Una voz honesta y espontánea que parece venir de una sensibilidad que conserva su inocencia, "con un brillo en la mirada y un pájaro cantándole en el corazón". 

José Saramago en los años cuarenta



miércoles, 14 de noviembre de 2018

UNA EDUCACIÓN

Terminé de leer este libro precisamente el día de las elecciones legislativas en Estados Unidos, y no pude evitar relacionar el triunfo republicano de las zonas rurales, la llamada América profunda, con la lectura de esta espectacular novela de Tara Westover. 

The New York Times definió este testimonio como "uno de los libros más importantes del año", algo que comparto plenamente. La autora trasmite honestidad en el relato de una vida que a sus treinta y dos años ha conocido las peores situaciones que una familia puede vivir. De educación mormona, con un padre verdaderamente fanático, pone de manifiesto cuánto dolor puede ocasionar la violencia no solo a los que les rodean sino también a sí mismos. Temas tan fundamentales como la violencia masculina dentro de la familia, la vulnerabilidad de las mujeres, el fanatismo religioso, la homeopatía, la ignorancia, la falsa moral, la falta de una sanidad gratuita universal, son tratados a través del testimonio vital y valiente de una adolescente que fue capaz de utilizar la resiliencia como recurso para salir de un infierno.

Esta novela describe una familia mormona de la América profunda en la actualidad, pero la violencia y la ignorancia están presentes todos los días en todos los ámbitos y todos los países, no solamente en países pobres sino también en las sociedades desarrolladas de Europa donde la humillación cotidiana, la violencia de género y los asesinatos y violaciones dentro de la familia son noticia diaria en los medios de comunicación, en un pico de iceberg que esconde una realidad infinitamente amplia y compleja.

Son tan necesarios, tan fundamentales los temas que toca la vida accidentada y vulnerable de Tana Westover que sería de gran utilidad poner su libro como lectura recomendada en tertulias, centros educativos, bibliotecas y librerías. A partir de ahora será un referente en nuestras recomendaciones diarias. 

                

lunes, 12 de noviembre de 2018

UNA POSIBILIDAD

No fue amor a primera vista. Ojeé este cómic hace unos meses y lo aparté. Con esas cabezas cuadradas, los personajes me parecían marcianos, muñecos mecánicos sin expresión. El coloreado en dos colores tampoco me parecía especialmente llamativo y pensé: bueno, después del verano lo devuelvo. Madre mía, menos mal que al final no hice caso a mi primera impresión. Qué equivocado estaba.

Empecé a leerlo una tarde entre semana en la librería. Acababa de terminar una novela prodigiosa y estaba en esos momentos de picoteo, de ver qué me encuentro, de descubrir libros sencillos, de esos que llegan en las novedades sin hacer ruido, un solo ejemplar, sin faja, sin elogios superlativos en la contra, y que se quedan tranquilamente esperando su momento en su estantería, a veces durante meses. Empecé a leerlo en el mostrador y a los cinco minutos tuve que parar. Ya no veía las páginas. Ni al cliente que acababa de entrar. Ni siquiera me salía la voz para decirle el precio del libro que había cogido. ¿Cómo es posible provocar tal aluvión de emociones intensas con unas pocas frases acompañadas de unas pocas viñetas?

"Una experiencia así te cambia la vida. De golpe, todo se desmorona y las piezas que componen tu vida quedan esparcidas por el suelo. Entonces, hay que empezar de nuevo, colocar cada pieza en su sitio. Y te das cuenta del lugar que ocupa cada una y de la importancia que tiene. Algunas piezas que creías fundamentales resulta que no lo son tanto. Y viceversa. Sin embargo, es una oportunidad única para reconstruirnos. ...nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo."

Esta es la historia de amor más profunda y bonita que he leído en muchos meses. Te remueve y te funde por dentro. Te recoge como la familia de los protagonistas, con esos brazos como ramas de árboles siempre dispuestos a sostenerte y protegerte para que nunca olvides que en su bosque siempre estás a salvo. Y conmociona por la sencilla descripción de cómo la bondad y la alegría pueden transformar una tragedia en la más bella oportunidad. 

La hija de Cris y Migue sufrió una hemorragia cerebral el día después del parto. Los médicos dijeron que tenía una posibilidad entre mil de sobrevivir. Y sobrevivió. Su nombre es Laia y esta es su historia. 



jueves, 8 de noviembre de 2018

EL FERROCARRIL SUBTERRÁNEO

Como cuando ves la sombra de un pájaro en el suelo y al levantar la vista no hay nada. La realidad sale volando, como la libertad, antes de que puedas verla. Pero su sombra permanece siempre en la memoria, indicando el camino.

En las plantaciones de algodón del estado de Georgia, escapar era imposible. Un esclavo pertenecía a su amo de la misma forma que un árbol pertenece al bosque. Huir significaba romper los principios fundamentales de la naturaleza. ¿Un árbol corriendo, alejándose de su bosque? ¿Un árbol cogiendo lo indispensable para escabullirse en la noche y no volver jamás? Daba vértigo pensarlo. Y miedo, mucho miedo. Hombres colgando de los árboles, mujeres desnudas desangrándose lentamente en el potro de tortura, cuerpos vivos y muertos asados en piras que duraban toda la noche. Todos habían visto lo que hacían los hombres blancos con los pobres desgraciados que se habían atrevido a desafiar las leyes de la naturaleza. Y la inmensa mayoría quería seguir viviendo, aunque la vida significara matarse a trabajar y seguir ampliando la constelación de cicatrices en la espalda.

Esta novela trata sobre esa minoría de esclavos negros que prefirieron la muerte casi segura a una vida entera de esclavitud. Que se escabulleron en la noche con lo puesto en busca de una libertad que apenas llegaban a imaginar. Que sufrieron persecuciones, chantajes, violaciones, torturas, apaleamientos y violencias de todo tipo por el color de su piel y que, pese a todo, siguieron adelante en busca de un sueño que consideraban legítimo. Ese sueño estaba inscrito en mármol en la constitución de su país. Ese sueño decía que todos los hombres habían sido creados iguales, y que todos tenían derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la libertad. Todos los hombres. ¿No eran ellos hombres, acaso?

En algunos estados de Estados Unidos, ni siquiera se toleraba la presencia de esclavos en las plantaciones. Por ejemplo, "en Carolina del Norte la raza negra no existía salvo al final de una soga". Hoy en día cuesta imaginar la magnitud de aquella masacre. Esta novela me ha recordado al Gilead de El cuento de la criada, o a la Alemania nazi durante la guerra. Al sometimiento de las mujeres en el primero, y al exterminio de los judíos en el segundo. Pero también me ha hecho pensar en las redes clandestinas de resistencia que siempre surgen en todos los regímenes del terror. En su lucha por mantener la esperanza y defender esa idea tan revolucionaria que dice que los negros son seres tan humanos como los blancos, y, por lo tanto, merecen las mismas leyes y el mismo respeto. 

"La raza blanca cree, lo cree con toda su alma, que está en su derecho de apropiarse de la tierra. De matar indios. De hacer la guerra. De esclavizar a sus hermanos. Si hay justicia en el mundo, esta nación no debería existir, porque está fundada en el asesinato, el robo y la crueldad. Y, sin embargo, aquí estamos". Aquí estaban. Esclavos huyendo de sus plantaciones. Huyendo hacia cualquier lugar al norte que los alejara de los hombres que decían ser sus amos. Insistiendo en vivir en su país, porque los Estados Unidos estaban fundados en una declaración en la que creían. En un sueño compartido en el que querían caber.

Aquí estaban. Viendo cada día la sombra de aquel pájaro en el suelo. Soñando con poder contemplar, al levantar la vista, cómo abría las alas y emprendía el vuelo. 



lunes, 5 de noviembre de 2018

CONFESIONES

Hay libros bellos, líricos, que entretienen, que emocionan, que divierten, duros, que impactan. Y además están los importantes, los que tratan temas fundamentales que atañen a nuestra vida profunda, a nuestras creencias.

Henry Marsh es un neurocirujano británico que hace un tiempo nos regaló Ante todo no hagas daño, una declaración de intenciones en su mismo título. Fuimos muchísimos los que tuvimos la suerte de aprender con las confesiones de este doctor a punto de jubilarse. Ahora, con un propósito declarado en el mismo título de seguir confesándose, profundiza en temas clave como la eutanasia y la obligación de los médicos de evitar el sufrimiento.

"El cerebro no siente dolor, de hecho el dolor es una sensación creada en el propio cerebro como respuesta a señales electroquímicas enviadas a él por las terminaciones nerviosas del cuerpo. Cuando visito pacientes con dolor crónico, trato de explicarles que todo está en la mente y que si me pellizco el dedo meñique, el dolor que siento es solo una mera ilusión. En realidad, el dolor no está en mi dedo, sino en mi cerebro: es una pauta electroquímica en el mapa que este órgano ha hecho de mi cuerpo. Intento explicarles eso con la esperanza de que entiendan que un enfoque psicológico del dolor podría ser tan eficaz como un tratamiento físico. El pensamiento y el sentimiento, y el dolor, son solo procesos físicos que tienen lugar en nuestro cerebro. El dolor fantasma en una pierna o un brazo amputados puede ser atroz. Pero eso es algo que a la mayoría de los pacientes con problemas de dolor crónico o afecciones como el síndrome de fatiga crónica les cuesta mucho aceptar. La dualidad que supone considerar mente y materia como entidades distintas está tan arraigada en nosotros, como lo está la creencia en un alma inmaterial que sobrevivirá de algún modo a nuestros cuerpos y cerebros. No tengo la sensación de que mi yo, el ser consciente que escribe estas palabras, sea pura electroquímica, pero es eso precisamente".

La sabiduría del doctor Marsh, en mi opinión, está relacionada con su preparación antes de iniciar la carrera de medicina. Estudió filosofía, ciencias políticas y cconomía,  lo que implica una base magnífica para tener y aplicar criterio, algo fundamental a la hora de tomar decisiones importantes como son las de decidir si una operación quirúrgica es aconsejable o no, así como otras cuestiones que atañen a la calidad de vida de la gente. Como afirma en su libro, "el sobretratamiento y las operaciones innecesarias son un problema creciente en la medicina moderna y a menudo suponen una equivocación, incluso si el paciente no sale malparado".

Analiza y compara los beneficios y desventajas de la medicina pública y privada apostando por la primera de forma muy objetiva, y se muestra a favor de la eutanasia reflexionando sobre sus múltiples facetas. Como yo, también siente el deseo de ser enterrado en su bosque particular para que su cuerpo se transforme en hojas y madera. En la mayoría de los países desarrollados, el suicidio asistido es ilegal aunque los sondeos de opinión han revelado una amplia mayoría a favor de un cambio legal. Los médicos y parlamentarios parecen tener más problemas con este asunto que el resto de ciudadanos.

Aliviar el sufrimiento es el deber de un médico en igual medida que prolongar la vida aunque parece que esa verdad suele olvidarse en la medicina moderna. Se ha estimado que en el mundo desarrollado el 75% de los gastos médicos de toda nuestra vida corresponde a los últimos seis meses. He ahí el precio de la esperanza, una esperanza que según la ley de las probabilidades, es con frecuencia muy poco realista. Y así, a menudo, acabamos infligiéndonos grandes sufrimientos y ocasionando gastos insostenibles para la sociedad.

¡Cuánto me ha enseñado este libro y cuánto me ha hecho recapacitar y analizar aspectos fundamentales de la vida! Gracias, doctor Marsh.