jueves, 8 de noviembre de 2018

EL FERROCARRIL SUBTERRÁNEO

Como cuando ves la sombra de un pájaro en el suelo y al levantar la vista no hay nada. La realidad sale volando, como la libertad, antes de que puedas verla. Pero su sombra permanece siempre en la memoria, indicando el camino.

En las plantaciones de algodón del estado de Georgia, escapar era imposible. Un esclavo pertenecía a su amo de la misma forma que un árbol pertenece al bosque. Huir significaba romper los principios fundamentales de la naturaleza. ¿Un árbol corriendo, alejándose de su bosque? ¿Un árbol cogiendo lo indispensable para escabullirse en la noche y no volver jamás? Daba vértigo pensarlo. Y miedo, mucho miedo. Hombres colgando de los árboles, mujeres desnudas desangrándose lentamente en el potro de tortura, cuerpos vivos y muertos asados en piras que duraban toda la noche. Todos habían visto lo que hacían los hombres blancos con los pobres desgraciados que se habían atrevido a desafiar las leyes de la naturaleza. Y la inmensa mayoría quería seguir viviendo, aunque la vida significara matarse a trabajar y seguir ampliando la constelación de cicatrices en la espalda.

Esta novela trata sobre esa minoría de esclavos negros que prefirieron la muerte casi segura a una vida entera de esclavitud. Que se escabulleron en la noche con lo puesto en busca de una libertad que apenas llegaban a imaginar. Que sufrieron persecuciones, chantajes, violaciones, torturas, apaleamientos y violencias de todo tipo por el color de su piel y que, pese a todo, siguieron adelante en busca de un sueño que consideraban legítimo. Ese sueño estaba inscrito en mármol en la constitución de su país. Ese sueño decía que todos los hombres habían sido creados iguales, y que todos tenían derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la libertad. Todos los hombres. ¿No eran ellos hombres, acaso?

En algunos estados de Estados Unidos, ni siquiera se toleraba la presencia de esclavos en las plantaciones. Por ejemplo, "en Carolina del Norte la raza negra no existía salvo al final de una soga". Hoy en día cuesta imaginar la magnitud de aquella masacre. Esta novela me ha recordado al Gilead de El cuento de la criada, o a la Alemania nazi durante la guerra. Al sometimiento de las mujeres en el primero, y al exterminio de los judíos en el segundo. Pero también me ha hecho pensar en las redes clandestinas de resistencia que siempre surgen en todos los regímenes del terror. En su lucha por mantener la esperanza y defender esa idea tan revolucionaria que dice que los negros son seres tan humanos como los blancos, y, por lo tanto, merecen las mismas leyes y el mismo respeto. 

"La raza blanca cree, lo cree con toda su alma, que está en su derecho de apropiarse de la tierra. De matar indios. De hacer la guerra. De esclavizar a sus hermanos. Si hay justicia en el mundo, esta nación no debería existir, porque está fundada en el asesinato, el robo y la crueldad. Y, sin embargo, aquí estamos". Aquí estaban. Esclavos huyendo de sus plantaciones. Huyendo hacia cualquier lugar al norte que los alejara de los hombres que decían ser sus amos. Insistiendo en vivir en su país, porque los Estados Unidos estaban fundados en una declaración en la que creían. En un sueño compartido en el que querían caber.

Aquí estaban. Viendo cada día la sombra de aquel pájaro en el suelo. Soñando con poder contemplar, al levantar la vista, cómo abría las alas y emprendía el vuelo. 



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