lunes, 29 de enero de 2018

BABY POP

Entras en la librería y se hace el silencio. La gente se gira y te mira. Aunque no hagas ni digas nada, te mira. Y sonríe. Varias mujeres se acercan a ti, despacio. Andan con cuidado. Como si no quisieran hacer ruido. Como acariciando el suelo. Acariciando el aire. Tu presencia vuelve el espacio delicado. Una burbuja de caras sonrientes que desean tocarte. Eres el centro de atención. El centro del universo. Y está bien que así sea. Acabas de cruzar la primera puerta de este mundo. Y el mundo te da la bienvenida. 

Hace nueve meses eras una cosita diminuta. Un grano de arena en la inmensidad de la playa. Luego fuiste una cereza, un pececito juguetón, una ranita que jugaba a moverse y a hacer cosquillas. En el quinto mes empezaste a escuchar las canciones del mundo exterior y en el sexto eras tan grande como la mano de tu papá. En el séptimo descubriste las delicias de tu pulgar, y en el octavo, el placer de estirar las piernas dando pataditas. "En el noveno mes echabas las últimas siestas en tu guarida, suave como una nube. Y soñabas, rodeado de estrellas, esperando el día de tu nacimiento". 

Y ahora estás aquí, en la librería, acaparando todas las miradas. Abriendo y cerrando la boca cuando alguien se te acerca y jugando a atrapar en tus puños diminutos los reflejos de colores de las luces del techo. La gente te mira y te ríes. Cómo te gusta tirar cosas al suelo. Y pataleas de alegría mientras tu padre se acerca al mostrador para pagar el libro, este libro en el que apareces tú a tamaño real, tú transformado en cereza, en ranita, en girasol, tú creciendo en el hogar cálido de tu mamá mientras escuchas, al otro lado de su cuerpo, las canciones de amor que ella te canta. Este libro que cuenta la historia de cómo llegaste a este mundo y fuiste bienvenido. Tu libro. 



martes, 23 de enero de 2018

LOS SENDEROS DEL MAR

Huele a mar. A ráfagas de viento húmedo y salado que barren la playa como un rastrillo. Si no fuera por el sol, el paisaje sería violeta, violeta como esas horas del día que parecen muertas y que a menudo se viven con una rara intensidad. La arena está templada en la superficie. Y cada vez más fría a medida que mis pies se hunden en ella. Dos puntitos a lo lejos otean inmóviles el horizonte. Quizá busquen el rastro de las olas de Terranova, esas olas viajeras que recorren cinco mil kilómetros por el Atlántico norte acumulando espuma, frío y sal hasta venir a romperse a estas playas de la costa vasca, cosquilleándome los pies. Dos puntitos a lo lejos se juntan un instante y después empiezan a alejarse, a internarse por uno de los senderos que llegan a esta playa desierta. Pasan dos gaviotas en vuelo rasante. Un cangrejo se esconde. Huele a mar, a viento húmedo y a un sol violeta que apenas calienta. Pero no estoy en una playa. Estoy leyendo este viaje a pie de María Belmonte, sentado en mi sillón, a cuatrocientos kilómetros del mar, con mis pies resguardados por calcetines de lana y susurrándole al cangrejo que se espere quietecito, que vienen más gaviotas por el horizonte. 

Viajar a pie tiene algo de rebeldía. Significa dar la espalda a la continua aceleración de nuestra vida cotidiana y acostumbrarse a los límites del cuerpo. A su energía y sus resuellos. Es una forma, también, de mirarse para adentro y buscarse en el esfuerzo, en la conexión con la naturaleza, en los latidos del corazón que se acompasan con los pasos hasta formar un todo orgánico que nos lleva despacio de un lugar a otro. María Belmonte recorrió a pie buena parte de la costa vasca, desde Bayona (Francia) hasta más allá de Bilbao, siguiendo los senderos del mar. Llevó la guía escrita por Ander Izagirre, autor de Cansasuelos, uno de los libros más encantadores sobre caminatas por la naturaleza que he leído nunca. Y en este libro nos cuenta su forma de ver y sentir el mar, su percepción de la naturaleza y de la gente que se encuentra por el camino, la excitación de despertarse de madrugada tras haber dormido a la intemperie, la adrenalina ante la próxima caminata de veinte kilómetros y la delicia de unas croquetas de bacalao cuando el cansancio vespertino ya la está dejando grogui. Todo ello aderezado con anécdotas curiosas y sorprendentes sobre todo tipo de temas relacionados con el mar, desde el origen del surf como deporte milenario en Hawai hasta el pasado de San Sebastián como cuna de corsarios y piratas, nada más alejado del carácter aristocrático e impoluto de sus calles hoy en día. 

"Cuando llevas un tiempo andando, te fundes con el camino: ya no vas sobre él, sino dentro de él". Cada hoja de roble que se posa en tu hombro, cada ruido en la maleza, cada acantilado que trepas con esfuerzo te agudizan los sentidos y al cabo de cierto tiempo una excitación serena aflora con el sudor y te sientes de pronto parte del paisaje, cómplice del inmenso silencio lleno de vida de la naturaleza. La autora lo describe muy bien. Su prosa es una fuente de inspiración para cualquier amante del mar que haya disfrutado alguna vez en su vida de una buena caminata con olor a sal marina. A través de su mirada, la arena de las playas, las rocas de los acantilados, los helechos, la lluvia, las mareas y los latidos del mar cobran vida nueva, encuentran un nuevo lenguaje para llenarnos de emoción. Y ya no hace falta hundir los pies en la arena para respirar la densidad húmeda del océano ni para advertir al cangrejo del vuelo rasante de unas gaviotas hambrientas. A través de sus palabras estamos ahí. En la naturaleza agreste, que deja de ser aquello que se interpone en nuestro camino para convertirse en el camino mismo, en el marco de nuestra vida, en una fuente inagotable de historias y de gozo. 



jueves, 18 de enero de 2018

LOS NIÑOS PERDIDOS

Es muy fácil volverse xenófobo. Basta con creer que perteneces a una comunidad determinada por la clase social, la nacionalidad, la ideología o el color de piel, y sentir que otros que no pertenecen a tu comunidad pueden amenazarla. En todos los países del mundo hay xenófobos: gente que recela de cualquiera que considere extranjero y que estaría dispuesta, con los estímulos adecuados, a hacer lo que fuera para expulsarlos de su territorio. La xenofobia es una respuesta tribal que niega la misma humanidad a todos los seres humanos. Establece que unos (los nuestros) son más humanos que otros (los de fuera). Y utiliza esa deshumanización del diferente para convertirlo en una idea: la idea de amenaza. Cuando la gente en la librería se escandaliza cuando recomiendo a un autor de nombre catalán y me mira como si sospechara de mi lealtad a la Constitución, no está renegando de ese autor en concreto, sino de la idea de amenaza que representa Cataluña para ellos. Cuando ciertos texanos salen por la noche en sus rancheras para cazar migrantes cerca de la frontera no quieren cazar personas, quieren neutralizar amenazas. Si ambos, el lector madrileño y el cazador texano, se dieran cuenta de que el objeto de su odio no es una idea sino un ser humano, parecido en todo a ellos mismos, tendrían muchos problemas para seguir justificando sus acciones y se les haría muy difícil seguir alimentando su xenofobia. 

Esta breve crónica trata sobre esto. Más concretamente, sobre las decenas de miles de niños que, cada año, cruzan solos las fronteras de México y Estados Unidos huyendo de la violencia de sus países. Muchos reciben palizas. Cuatro de cada cinco adolescentes son violadas en el camino. A algunos (unos 20.000 al año) los raptan las mafias mexicanas y si nadie paga el rescate, los matan y los entierran en fosas comunes. La mayoría, sin embargo, logra sortear todas las trampas y llegar a territorio estadounidense. Si no tienen la mala suerte de toparse con un cazador texano que anhela defender su país con su rifle, son interceptados por las patrullas fronterizas y pasan varios días en las hieleras, centros de detención provisionales conocidos por las bajas temperaturas de sus celdas. Los que tienen parientes o guardianes en el país que pueden pagar su traslado, al cabo de unos días son liberados para poder reunirse con ellos y ahí empieza la odisea burocrática que determinará si han recibido la suficiente violencia para que Estados Unidos los acoja o, por el contrario, si serán deportados a su país de origen. 

En Estados Unidos (y en muchos otros países con flujos migratorios), a los inmigrantes se les llama ilegales. Están fuera de la ley. Su presencia en el país es un crimen. Pero, ¿de qué crimen son culpables los niños migrantes? ¿De querer escapar de su pesadilla? ¿De buscar un futuro mejor? ¿De querer salvar la vida? 

Valeria Luiselli

La odisea burocrática empieza con un formulario de cuarenta preguntas. ¿Por qué viniste a Estados Unidos? ¿Dónde están tus padres? ¿Alguna vez tuviste problemas con el crimen organizado en tu país? La autora de este libro, Valeria Luiselli (1983), cuya obra ha sido traducida en más de veinte países y aclamada internacionalmente, trabajó como intérprete en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York, traduciendo las respuestas de los niños migrantes a las cuarenta preguntas del formulario. De esa experiencia nació este libro, esta crónica que mezcla las historias de los niños con su propia lucha por conseguir el permiso de residencia para poder dar clase en la universidad y escribir en Nueva York, donde vive con su marido y su hija, sin el miedo latente a ser deportada y separada de su familia. 

"Si bien las historias de todos ellos son distintas, cada una es un fragmento de una historia compartida más amplia. Todos los niños llegan de lugares distintos, de vidas singulares, de experiencias únicas, pero una vez que registramos sus historias, estas se encadenan unas con otras y cuentan la misma historia espeluznante". 

Las crisis migratorias centran siempre su alarma en la reacción del país de destino: ¿qué hacemos ahora con todos estos niños?". Pero nunca donde debería centrarse: ¿por qué han llegado estos niños? ¿De qué huyen? ¿Qué temen? ¿Que desean de nosotros?

Los niños deberían ser el centro de atención, no nuestro miedo a su presencia. Así, quizá, dejaríamos de verlos como una amenaza y empezaríamos a darnos cuenta de que son seres humanos, como nosotros, de que sufren y lloran y tienen miedo, como nosotros, de que necesitan comida, refugio y un lugar donde vivir, como nosotros. Y de que han huido de su hogar porque su vida carecía de todo esto y se había vuelto tan insoportable que un viaje de miles de kilómetros que mata a miles de niños al año se convirtió en su mejor opción de futuro. 

La hija pequeña de Valeria Luiselli pregunta: "¿Y cómo termina la historia de esos niños perdidos?" 
Quién sabe. Nadie sabe. 
De momento, continúa. 
En viajes infernales, celdas heladas y tribunales. 
En gente que necesita aprender a dejar de odiar. 
En libros como este. 



lunes, 15 de enero de 2018

LOS PACIENTES DEL DOCTOR GARCÍA

En esta nueva novela de los "Episodios de una Guerra Interminable", Almudena Grandes nos descubre hechos de la posguerra que para mí son completamente nuevos. 

Los contactos entre la Alemania nazi y el franquismo eran ya conocidos. Almudena Grandes ha investigado a fondo los personajes relevantes que intervinieron para dar cobertura, esconder, proteger, facilitar documentaciones falsas y puestos de trabajo en distintas partes del mundo a los nazis que consiguieron escapar a la justicia, durante los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Pero va mucho más allá y llega hasta la dictadura de Videla en Argentina en los setenta.

Uno de esos personajes relevantes fue Clara Stauffer, falangista y nazi, española y alemana, que en 1937 ya colaboraba con la Sección Femenina de la Falange y con Pilar Primo de Rivera. Una mujer inteligente, con carisma y muy trabajadora, que puso todo su saber y su esfuerzo al servicio del nazismo, completamente convencida de que esos eran los ideales por los que tenía que luchar. Intervino en las negociaciones que el gobierno franquista mantuvo para conseguir ayuda militar de Hitler, entre otras muchas más. El acercamiento a esa singular mujer, y a todo el entramado que organizó a su alrededor desde su domicilio de la calle Galileo de Madrid, es sumamente interesante, a través de los dos principales personajes de la novela, espías no siempre por voluntad propia, que nos permiten "ver y sentir" como veían y sentían criminales de guerra con historiales espantosos.

Algunas de las reuniones se mantenían en la Sierra de Guadarrama, y la colonia de Camorritos fue cobijo de muchos de aquellos alemanes que, protegidos por Franco, pudieron vivir en España a cuerpo de rey, con negocios fraudulentos, algunos relacionados con la inmensa fortuna en forma de obras de arte y joyas que habían robado a los judíos antes de enviarlos a las cámaras de gas.

Otra de las atrocidades de las que yo no había tenido noticia es la del campo de concentración en Klooga, Estonia, inaugurado en 1943. Resulta espeluznante la descripción de los horrores allí cometidos, en línea con las consignas de la jerarquía nazi. 

Los últimos capítulos están dedicados a Buenos Aires, adonde viajó también Clara Stauffer. Los personajes de Perón y Evita, y la posterior dictadura de Videla, están espléndidamente retratados.

El doctor Guillermo García Medina, personaje principal de esta novela, tiene que utilizar una identidad falsa, un regalo que le facilita su mejor amigo, para sobrevivir en la España de Franco, después de haber sido un médico que salvó miles de vidas en la zona republicana gracias a la novedosa fórmula de las transfusiones de sangre que por primera vez podían realizarse sin la presencia del donante. 

Me ha encantado esta nueva novela de Almudena Grandes, que nos trae la memoria de lo que fueron aquellos años de plomo, cuyos responsables nunca fueron enjuiciados y condenados.




viernes, 12 de enero de 2018

EL FINAL DE TODOS LOS AGOSTOS

"El misterio hace a la gente más interesante, y, a veces, es mejor quedarse con el recuerdo". 

Pero, ¿cómo acallar la curiosidad? ¿Cómo no querer saber qué fue de aquel amigo de la infancia, aquel pelirrojo del pueblo de la costa donde pasamos tantos veranos y que no hemos vuelto a ver en veinte años? 

El protagonista de este cómic va a realizar una exposición fotográfica con fotos hechas cuando era un crío y ha pensado volver a los lugares de esas fotos y hacer otras nuevas con el mismo encuadre, a la misma hora, en el mismo sitio. Es como un viaje al pasado. Convertirse en turista de su propia memoria para despertarla y descubrir qué pasó. De qué huyó. Y quizá...

Quizá plantearse qué habría pasado si hubiera seguido veraneando en ese pueblo, saliendo con ese amigo, compartiendo confesiones y brusquedades, miradas de reojo y escalofríos. 

Pero el pasado no es un lugar al que se pueda volver con facilidad. Cuando lo hacemos, nos encontramos casi siempre las habitaciones desiertas, cáscaras vacías de sentimientos que ya no están. El pasado es una historia. Una invención. Una foto única que no puede volver a tomarse. 

Este cómic es perfecto en su sencillez. Por su ritmo y su claridad, parece el guión de una película. Un guión cuidado y delicado, con hojas de papel transparente que marcan las transiciones entre el ayer y el hoy, superponiendo el color de los recuerdos sobre el blanco y negro del presente. Me ha llamado la atención ese detalle, la expresividad del color para los recuerdos, que los vuelven más intensos, más reales que la vida misma. 

No hay melancolía explícita en este cómic. Ni sentimentalismo. Sólo la pregunta insistente que planea y planea en la cabeza del protagonista: ¿qué habría pasado si...?
A veces es inútil buscar la verdad cuando tenemos una buena historia en su lugar. De niños lo tenemos claro. Luego, al crecer, se nos olvida. 



martes, 9 de enero de 2018

EL SUEÑO DE LA ALDEA DING

Este libro me ha dejado KO. Desde las primeras páginas, ya sabía que estaba ante algo grande, una historia poderosa de amor y muerte, un clásico de la literatura. En China está prohibida su publicación. Y entiendo ese miedo (todas las prohibiciones nacen del miedo) a que la gente lea esta novela y les inunde el corazón de dolor y belleza, y les levante de sus asientos como un torbellino para pedir responsabilidades por la injusticia y que los culpables de la muerte de miles, decenas de miles, quizá cientos de miles de personas reciban el golpe de su rabia. 

"Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"

En la aldea Ding han aparecido puestos de venta de sangre. Por un litro que te quitan, tienes para comer un mes entero. Pasada la reticencia inicial, la gente está exultante. La prosperidad florece en las calles como las flores en primavera. Proliferan los puestos ambulantes de extracciones. Hasta que la enfermedad de la fiebre se abate sobre la aldea y termina con la euforia. 

"Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"

Y la desesperación se convierte en resistencia, en lucha por arañar de la superficie del dolor un sentido, por formularle a lo que queda de vida las preguntas adecuadas. Y, al fin, comprender. A pesar de la enfermedad, la vida sigue brotando en los ojos de la gente como una fuente inagotable. Y aunque la muerte se haya vuelto una trivialidad más de la vida cotidiana, tan natural como apagar una llama o como la caída de las hojas en otoño, el mundo sigue transido de belleza y los hombres y las mujeres siguen amándose, buscándose, necesitándose "como la tierra y la semilla que el viento posa para acabar echando raíces en ella". 

Yan Lianke
Este libro me ha dejado KO. Y me ha recordado otros libros. Por ejemplo, me ha hecho pensar en la literatura popular, con sus candencias y repeticiones, propios de cuentos y baladas tradicionales. El lirismo y las descripciones poéticas, su cercanía (palpas las telas, saboreas la textura del arroz, te deslumbran los colores, los olores, los sonidos), la sensualidad hipnótica y la importancia de los sueños para cambiar la realidad me han recordado a Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. Las pasiones humanas condensadas en su más pura esencia (solidaridad, egoísmo, amor, ambición, crueldad, venganza, lujuria) son shakespearianas, y el Ensayo sobre la ceguera de Saramago está presente en la reclusión que sufren los personajes y cómo reacciona una comunidad cerrada ante una situación extrema. 

Gracias a la editorial Automática y a la traductora Belén Cuadra por traernos este libro, que, estoy seguro, será un clásico. Un ejemplo de literatura lírica y exuberante, de un dominio portentoso del lenguaje. Se utilizará para despertar conciencias entre la población dormida de un país que lleva más de medio siglo sin reconocer sus crímenes contra sus ciudadanos. Será una trinchera de dolor y rabia desde la que luchar por un mundo más justo donde la belleza sea un bien de primera necesidad. Y se leerá, quizá, como una historia de amor y muerte transmitida generación tras generación al calor de una hoguera en las noches de invierno, para que nadie olvide nunca que "morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"




jueves, 4 de enero de 2018

MI PRIMA RACHEL

Por la librería pasa todos los días gente de lo más variopinta. Me gusta observarla, mirar sus andares, sus balbuceos, sus sonrisas. Ver de lejos cómo cogen un libro, caminan dos pasos y cuando quieren devolverlo a la balda ya no saben dónde estaba: ese titubeo, ¿lo dejo en cualquier sitio o me esfuerzo en recordar su lugar? Me gusta adivinar qué palabras utilizarán para pedir algo (¿usarán el imperativo o buscarán un condicional de cortesía?) por la ropa que llevan o su forma de moverse. Imaginar cómo son sus vidas, si en privado serán más expansivos o más cautos, más directos o más sibilinos que en la librería cuando piden o exigen o sugieren. Y, muy a menudo, observo a la gente y les pongo adjetivos, elucubro sobre sus vidas, sus orígenes, sus parejas, les añado intenciones y deseos que me invento después de ver cómo sacan su tarjeta de crédito o se anudan la bufanda, y los convierto en personajes de la novela inagotable que se despliega todos los días en mi cabeza cuando me despierto. 

Mucha gente lo hace. Los escritores, sobre todo. A veces, los sorprendo cuando una idea nueva emerge en su imaginación y de repente les brillan los ojos y sus manos se ponen a temblar buscando el móvil o un papel cualquiera donde apuntarla antes de que se les olvide. Me imagino a Daphne du Maurier así. Recolectando personajes por el mundo. Creándolos a partir de un gesto sorprendente, una palabra demasiado dulce o demasiado hiriente. No hace falta leer más de veinte páginas de este libro para darse cuenta del talento que tenía para ello: 

"Éramos soñadores, poco prácticos, reservados, teníamos grandes teorías que nunca pusimos a prueba y, como todos los soñadores, estábamos dormidos en un mundo despierto. No nos complacían nuestros congéneres y ansiábamos afecto, pero la timidez sometía el impulso a un estado de latencia hasta que el corazón reaccionó". 

Así son los dos protagonistas masculinos de esta novela. Dos caballeros ingleses de principios de siglo, un puntito excéntricos e infantiles, ignorantes de las delicias del romanticismo, hasta que irrumpe una mujer extranjera, sutil y enigmática, o, mejor dicho, la idea de una mujer extranjera, sutil y enigmática: la idea de la prima Rachel. Y todo se transforma. 

Cómo cambia nuestra forma de tratar a una persona a medida que la vamos conociendo y le vamos quitando todas esas capas de ideas preconcebidas (expectativas, miedos, deseos) con que la habíamos vestido para que cupiera en algún molde preestablecido. Y qué peligroso el momento en que vemos a alguien como es y no como nos gustaría que fuera. Para Philip, el narrador de esta novela, conocer a Rachel fue "como si hubiera hecho una pompa de jabón, me hubiera apartado para verla flotar y se hubiera deshecho de pronto". Lo que quedó de esa mujer una vez que se disipó la idea que Philip se había hecho de ella fue la realidad: una realidad más compleja de lo que Philip estaba dispuesto a digerir. 

En esta novela, Daphne du Maurier, conocida sobre todo por ser la autora de Rebecca, despliega una literatura rica y elegante, penetrante como una mirada cargada de matices, compleja como un acorde de resonancias inquietantes. Gran rescate de la Editorial Alba.



martes, 2 de enero de 2018

GRANDES MAESTRAS (firma invitada)



Ángeles Caso lo ha vuelto a hacer. Ha elaborado un nuevo catálogo de arte de obligadísima consulta. En Grandes maestras. Mujeres en el arte occidental Renacimiento- siglo XIX, se dan cita las grandes pintoras occidentales de entre finales del siglo XVI hasta finales del XIX. Al contrario que en Ellas mismas, libro de la misma autora que reseñamos a principios de año, las imágenes y la información sobre las autoras no se expone de manera cronológica. En este nuevo compendio de obras de arte de la más alta calidad, los cuadros, esculturas y fotografías se han clasificado según su temática (desde las escenas de la vida cotidiana e íntima de las autoras hasta los paisajes en plena naturaleza pasando por temas históricos, religiosos y mitológicos).

Ángeles Caso. Wikipedia.
Uno de los grandes aciertos de esta pequeña joya es, una vez más, su introducción, en la que Caso pone de manifiesto sus conocimientos sobre historia del arte y de forma elocuente nos introduce en el mundo de los talleres artesanos en donde las mujeres del Renacimiento, el Barroco y el Neoclasicismo pudieron aprender el arte de la pintura de manos de padres, hermanos y maridos hasta alcanzar la maestría, y cómo a partir de finales del siglo XVIII, con la liberación del gremio de artesanos y el nacimiento de las academias de pintura (se nos habla especialmente de la francesa), las mujeres vieron reducidas las posibilidades de aprender amparadas por un gremio, y su papel en el arte y sus obras fueron obviadas, ninguneadas y hasta robadas por colegas varones quienes se apropiaron de ellas y las firmaron con nombre masculino.

Este libro no es solo un catálogo de la mejor pintura hecha por mujeres de todos los tiempos (hasta los albores del siglo XX), sino que es además una clase magistral sobre la evolución de la labor artística desde inicios del Renacimiento hasta el inicio del siglo XX. Este volumen no se olvida de las autoras españolas y da una breve noticia de ellas, tan breve como la producción que se conoce de momento de las artistas de este lado del continente.

Joven tocando la flauta (c.1635), Judith Leyster.
Una de las obras incluidas en el libro.
La detalladísima introducción se completa con las doscientas setenta y dos imágenes de hasta cien pintoras, fotógrafas y escultoras occidentales y con una nómina final en la que se incluye una pequeña nota biográfica de las más relevantes, todas ellas ya estudiadas en la anterior obra de la autora, Ellas mismas. 

Cabe mencionar, por último, que este nuevo ejemplar vuelve a ser posible gracias al micromecenazgo o crowdfunding y a la colaboración desinteresada de cientos de particulares así como de instituciones, museos y librerías. Gracias a todos ellos por haber hecho posible este nuevo proyecto.

Nosotros, en ese último eslabón que es la promoción de un libro, seguimos recomendando sin parar este igual que hicimos con el anterior para poder colocar la maestría de estas mujeres en el lugar que se merece: el de los libros de arte, las estanterías de nuestras casas y la conversación de los grandes amantes de la pintura y el arte en general.