martes, 9 de enero de 2018

EL SUEÑO DE LA ALDEA DING

Este libro me ha dejado KO. Desde las primeras páginas, ya sabía que estaba ante algo grande, una historia poderosa de amor y muerte, un clásico de la literatura. En China está prohibida su publicación. Y entiendo ese miedo (todas las prohibiciones nacen del miedo) a que la gente lea esta novela y les inunde el corazón de dolor y belleza, y les levante de sus asientos como un torbellino para pedir responsabilidades por la injusticia y que los culpables de la muerte de miles, decenas de miles, quizá cientos de miles de personas reciban el golpe de su rabia. 

"Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"

En la aldea Ding han aparecido puestos de venta de sangre. Por un litro que te quitan, tienes para comer un mes entero. Pasada la reticencia inicial, la gente está exultante. La prosperidad florece en las calles como las flores en primavera. Proliferan los puestos ambulantes de extracciones. Hasta que la enfermedad de la fiebre se abate sobre la aldea y termina con la euforia. 

"Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"

Y la desesperación se convierte en resistencia, en lucha por arañar de la superficie del dolor un sentido, por formularle a lo que queda de vida las preguntas adecuadas. Y, al fin, comprender. A pesar de la enfermedad, la vida sigue brotando en los ojos de la gente como una fuente inagotable. Y aunque la muerte se haya vuelto una trivialidad más de la vida cotidiana, tan natural como apagar una llama o como la caída de las hojas en otoño, el mundo sigue transido de belleza y los hombres y las mujeres siguen amándose, buscándose, necesitándose "como la tierra y la semilla que el viento posa para acabar echando raíces en ella". 

Yan Lianke
Este libro me ha dejado KO. Y me ha recordado otros libros. Por ejemplo, me ha hecho pensar en la literatura popular, con sus candencias y repeticiones, propios de cuentos y baladas tradicionales. El lirismo y las descripciones poéticas, su cercanía (palpas las telas, saboreas la textura del arroz, te deslumbran los colores, los olores, los sonidos), la sensualidad hipnótica y la importancia de los sueños para cambiar la realidad me han recordado a Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad. Las pasiones humanas condensadas en su más pura esencia (solidaridad, egoísmo, amor, ambición, crueldad, venganza, lujuria) son shakespearianas, y el Ensayo sobre la ceguera de Saramago está presente en la reclusión que sufren los personajes y cómo reacciona una comunidad cerrada ante una situación extrema. 

Gracias a la editorial Automática y a la traductora Belén Cuadra por traernos este libro, que, estoy seguro, será un clásico. Un ejemplo de literatura lírica y exuberante, de un dominio portentoso del lenguaje. Se utilizará para despertar conciencias entre la población dormida de un país que lleva más de medio siglo sin reconocer sus crímenes contra sus ciudadanos. Será una trinchera de dolor y rabia desde la que luchar por un mundo más justo donde la belleza sea un bien de primera necesidad. Y se leerá, quizá, como una historia de amor y muerte transmitida generación tras generación al calor de una hoguera en las noches de invierno, para que nadie olvide nunca que "morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?"




2 comentarios:

  1. Buena crónica. Es una pena, sin embargo, que no se cite al traductor.

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    1. Gracias por tu comentario. Ya está incluida la mención a la traductora.

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