jueves, 31 de enero de 2019

FELIZ FINAL

Un amor espléndido. Un amor impetuoso. Un amor que sale victorioso de todas sus luchas. Un amor poderoso, insaciable en su deseo, infatigable en su esperanza. Un amor hecho de esfuerzo, de tesón y de drama, de miedo a la distancia y a la calma de los días iguales. Un amor que es todo tormenta y arrastra en su riada de felicidad a todo el que osa interponerse. Un amor de colisiones, un estado de excepción constante en el que el vértigo y lo sublime son las normas básicas de existencia. Un amor salvaje. Un amor voraz. Un amor sin tregua.

Esta novela es como el amor que describe: bella, dolorosa y turbulenta. La he leído con emoción y escalofríos, ha sido durante unos días un imán implacable al que volvía con pasión pero del que también quería alejarme. Y es que esta historia oculta un veneno cuyo contacto no conviene prolongar demasiado en el tiempo. Puede dejar secuelas. Puede remover escombros que están mejor sepultados y olvidados en su estrato. Puede meter el dedo en heridas que cualquiera con sentido común alejaría todo lo posible del contacto con la memoria y con las palabras.

La historia es sencilla y universal. Una pareja se enamora. Vive un romance épico. Consideran que sólo ellos han alcanzado la cima del amor. Tienen hijos. El tiempo pasa. Surgen las grietas. Y todo el inmenso castillo de arena que construyeron en torno a una emoción se va desmoronando por el efecto de esas diminutas erosiones cotidianas que afectan a cualquier relación intensa y prolongada. Isaac Rosa ha decidido empezar por el final e ir hacia atrás, desenterrando recuerdos, como un arqueólogo que excavara cada vez más profundo, en busca de los motivos de la devastación. Y el resultado es una novela brillante e implacable, un homenaje a "la turbadora belleza de lo destruido", un espejo exhaustivo y un poco aterrador en el que nadie puede evitar reconocerse en algún momento.

Me ha entusiasmado. Y a la vez me ha dejado un poco hecho polvo. Qué tristes esos dos cuerpos cuya pasión les hace vivir colisionando, dos cuerpos que han olvidado cómo se comparte un espacio, una vida, sin hacerse daño. Dos monólogos interiores que brotan a borbotones de un proyecto de futuro hecho pedazos.

Todo amor que se quiera grandioso necesita nacer como tragedia. Hacer frente a titanes y vencerlos. Superar los mayores obstáculos: "el rechazo familiar, la tradición, la iglesia, los pactos matrimoniales, los prejuicios raciales, impedimentos legales, dioses, un hijo pequeño". Pero, ¿qué hay del engaño de medir la grandeza de un sentimiento mediante aquello contra lo que tiene que luchar?

Isaac Rosa

Una ruptura sentimental conlleva la pérdida del relato común. Los dos amantes dejan de contar su historia con las mismas palabras y el mismo tono e inventan nuevas versiones que acojan y expliquen el nuevo dolor. Y las preguntas vuelan como dardos: ¿por qué nosotros, por qué ahora, por qué? Dardos desesperados por encontrar cierta lógica entre tanta derrota. Sin embargo, la abundancia de palabras también duele. Con las palabras mantenemos viva la memoria y expresamos la necesidad de que el dolor sea también un lenguaje que una, como lo fue en su día la felicidad del amor. Como si la memoria fuera un premio y el olvido, una condena. El dolor separa. Y las palabras que lo expresan no tienden puentes. Los destruyen. Las palabras del dolor entierran.

Un amor espléndido. Un amor impetuoso. Que no supo encontrar la calma y la generosidad que hacen falta para verse desde fuera y sobrevivir a las tormentas. 



lunes, 28 de enero de 2019

LOS NIÑOS

Saber después de más de sesenta años de vocación lectora que me quedan miles y miles de libros y autores por descubrir y disfrutar es algo maravilloso. La única pena es que nadie tiene suficiente tiempo para poder leerlos todos.

Edith Wharton es una de esas autoras que descubrí tarde, primero con Las hermanas Bunner y luego con La solterona. Ahora he tenido la suerte de disfrutar de esta delicia de historia que escribió en la última etapa de su vida, Los niños, publicada en 1928.

Perteneció a la alta sociedad norteamericana, tuvo un desgraciado matrimonio y el valor de romper esa atadura. En una época tan difícil para las mujeres que deseaban libertad para poder vivir su vida y desarrollar sus capacidades creativas, consiguió sus objetivos: escribir una importante obra literaria, amar a quien deseaba y conocer en profundidad la culta sociedad europea.

Sorprende la minuciosidad con que relata la vida ociosa de la gente rica que tan bien conocía y los paisajes suizos donde transcurre la mayor parte de esta preciosa historia con un personaje central, Judith Wheater, la mayor de siete hermanos que, con apenas dieciséis años, les tutela con un amor entrañable. Martin Boyne, un ingeniero de cuarenta y seis años, que va en busca de su amor de juventud, se cruza con este batallón de niños y todos sus planes se trastocan.

Los niños es una de las obras maestras de Edith Wharton, consigue hacernos pasar unas horas felices saboreando la calidez de las relaciones infantiles, con sus enfados, sus rabietas, su ingenuidad. Cuatrocientas páginas que se hacen cortísimas, un texto que si se lo acercamos a nuestros adolescentes poco lectores es muy posible que nos lo agradezcan y quizá los enganchemos a la lectura, esa afición maravillosa que nos agranda el mundo, nos revela el alma humana y nos da felicidad.


jueves, 24 de enero de 2019

LAS CENIZAS DEL CALIFATO


En 2016, S. vivía en Burgos con su madre. Había trabajado un año de traductora en Bruselas pero se le había acabado el contrato y había tenido que volver. Su madre se alegraba, quién sabe qué atentado podría haber acabado con su hija en esas ciudades de Europa tan llenas de terroristas. En primavera le salió un nuevo trabajo en París. Un contrato de un año, buen sueldo, buenas perspectivas. Se lo pensó. Pensó en Burgos, en su madre, en su experiencia en Bruselas. Pensó en el Bataclan, en Charlie Hebdo, en aquellos barbudos con metralletas. Y decidió quedarse. En Burgos no había futuro, pero al menos no tenía miedo de salir a la calle.

El ISIS sembró la semilla del miedo en muchísimos europeos, gente como S., que renunció a un trabajo para no sentirse amenazada. Gente que recelaba de las aglomeraciones, que dejó de utilizar el metro, que evitó viajar en avión, que ya no salía de casa de noche. Ese miedo es su victoria, y la única forma de combatirlo es poniéndole cifras a las probabilidades que tenemos los europeos de sufrir un atentado: una entre 8 millones (según la Eurostat). Y, por supuesto, leyendo libros como este.

El ISIS nació en 2004 como respuesta a la invasión estadounidense de Irak bajo el nombre de Organización del Monoteísmo y la Yihad y fue cambiando de denominación hasta llegar a la actual a partir de 2014. "Diferentes nombres y diferentes líderes para una misma idea que nunca ha cambiado de objetivo: la restauración del califato y la vuelta a los tiempos del Profeta". 

Como nadie puede saber a ciencia cierta cómo eran los tiempos del profeta, es decir, qué tipo de afeitado preferían los hombres, qué tipo de música escuchaban o de cuánta libertad de expresión disfrutaban, estos suníes exaltados decidieron que todos los hombres debían lucir barbas largas, no escuchar música de ningún tipo y no expresar nada más que rezos al profeta. Así se forman los totalitarismos: enarbolando un bien supremo indemostrable (la palabra de Dios, el Reich milenario) que justifique todo tipo de atrocidades. Inspirándose en los talibanes afganos, crearon, en menos de un año, la posibilidad real de un estado que llegó a ocupar el norte de Irak y la mitad de Siria y cuyas leyes prometían el paraíso en la muerte siempre y cuando aceptaras su infierno en vida. 

El ISIS nos resulta muy familiar por los atentados que se atribuyó en Europa entre 2015 y 2017. Pero el verdadero terror lo llevaron al territorio que ocuparon. Mikel Ayestaran, gran conocedor de los conflictos de Oriente Próximo desde principios de siglo, nos lo cuenta desde el terreno: "cada vez que visito un lugar liberado, la impresión de desolación es la misma. La herencia de EI es abandono y silencio sepulcral". Querían "convertir la sangre del enemigo en ríos" y no consiguieron su objetivo. Pero dejaron un rastro de miedo y terror que acompañará mucho tiempo a millones de sirios e iraquíes. 

He leído este libro como una especie de continuación de La semilla del odio, de Mónica G. Prieto y Javier Espinosa, que empezaba con la invasión de Irak y terminaba con el surgimiento del ISIS. Me han gustado mucho los dos, aunque aquél era más exhaustivo aportando datos y con este he pisado más el terreno y saboreado más el miedo, la desolación y la infatigable hospitalidad de sirios e iraquíes. A ellos les dedica Ayestaran este libro, a los traductores y guías que le han acompañado en sus constantes viajes, y que han estado siempre dispuestos a correr mil y un peligros para estar donde había que estar en el momento preciso. 

Me ha llamado mucho la atención la actitud de Israel ante el ISIS. A pesar de tener los combates a pocos cientos de kilómetros, no solamente se han desentendido de todo lo que no pusiera en riesgo su frontera, sino que un ministro del gobierno ha llegado a afirmar que estaban "felices de que sirios e iraquíes se mataran los unos a los otros". Y que los suníes acapararan la atención militar de países hegemónicos en Oriente Medio como Irán e Irak, ambos de mayoría chií, que así perdían interés en Israel como objetivo. Cuando uno basa su identidad en definir qué países son enemigos, puede terminar alegrándose, como el gobierno de Israel, de que el ISIS florezca y se expanda y celebrando la opresión y el exterminio de decenas de miles de personas. 

Desde hace un año, el ISIS ya no existe como realidad política. Se ha diluido en pequeños grupos guerrilleros que, aunque siguen luchando contra los que consideran infieles (el último atentado fue el pasado 16 de enero, que acabó con la vida de diecinueve personas), ya no representan una seria amenaza para la población. Sin embargo, los motivos que favorecieron su irrupción siguen presentes: corrupción generalizada y política sectaria de los gobiernos en favor de los chiíes. Este libro es "un grito al mundo para mostrar un problema concreto con la esperanza de que alguien responda". Y que los políticos entiendan que "no se puede acabar con una ideología a base de bombardeos. Sólo existe una fórmula definitiva: la educación". 

Gracias a libros como este y a la valentía de periodistas como Mikel Ayestaran uno perfila su forma de ver el mundo, se vacuna contra cualquier tipo de nacionalismo y aprende a ver a los demás como seres humanos, siempre. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, piensen lo que piensen. 



lunes, 21 de enero de 2019

UN CABALLERO EN MOSCÚ

Soy un ser diminuto. Del tamaño del dedo ensortijado de un conde ruso. Del conde Rostov, para más señas. Con él me he paseado durante muchos días, qué digo días, ¡años, décadas! (fijaos que le conocí en 1922 y treinta años más tarde seguía dejándome sin aliento), por los pasillos interminables del Hotel Metropol, por sus rincones y alcobas llenas de secretos, sentadito en su hombro he entrado arrasando en sus tres restaurantes, me he asomado a todos los balcones que dan al Kremlin y a los recuerdos, he probado el limón del exilio y la miel del amor y he aprendido que se puede sobrevivir a la peor humillación que puede sufrir un hombre cosmopolita con el alma intacta, sofisticada y candorosa. El Metropol es mi hogar y Rostov es mi héroe. Y ya no quiero volver a ningún sitio lejos de él.

Alexander Rostov no entra en las habitaciones, se desliza majestuosamente en ellas. Incluso cuando regresa de un interrogatorio del que ningún empleado del hotel pensaba que regresaría, escoltado por dos esbirros bolcheviques hasta su habitación, lo hace con gracia, con esa elegancia innata que los caballeros de esa época parecían mamar de la leche materna. Incluso cuando anuncia a todos sus amigos que ha sido condenado a arresto domiciliario perpetuo en su residencia habitual, el Hotel Metropol de Moscú, y que no espera volver a pisar la calle nunca más, no pierde ni la sonrisa ni la compostura: él ha elegido que la vida es un cuento por el que uno pasa deslizándose, dejando, a lo sumo, un rastro de belleza, y ningún bruto bolchevique va a quebrarle su forma de vivir. 

Esta novela es un tesoro. Un chute de chispa, ironía y vivacidad. Un homenaje a la ligereza inteligente para compensar esa fastidiosa tendencia de los seres humanos a tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio. A través de la mirada delicada y ocurrente de Alexander Rostov, vemos pasar las décadas en Moscú y desfilar por el hotel a esos jefecillos bolcheviques que se llaman camarada y se dicen tan modernos y tan iguales cuando siguen lamiendo la bota que se cierne cada día sobre sus cabezas y se siguen volviendo locos por cenar con cubertería de plata. Nada escapa a la vista y al oído del bueno de Rostov: desde los chismorreos en las cocinas hasta las miradas silenciosas que desatan guerras en los salones privados, todo lo atesora en su memoria, porque todo es vida, relato, anécdota, y, quién sabe, todo puede un día servir para cambiar una vida. 

Amor Towles
Quién le iba a decir al conde Rostov que, condenándole a arresto domiciliario perpetuo, los bolcheviques le estaban proporcionando la única forma de sobrevivir en su país para un hombre tan poco convencido de las bondades del comunismo soviético como él. Y que, además, quedándose en el Metropol llegaría a conocer a la niña que le daría un propósito y una certeza a la que anclarse. La niña que le robaría el corazón. 

"Con los actos más pequeños uno puede restablecer cierto orden en el mundo". 
Con Alexander Rostov, Amor Towles ha creado uno de los personajes literarios más memorables que me he encontrado en mucho tiempo, capaz de hacer de la elegancia, la generosidad y el optimismo una forma íntegra y maravillosa de vivir. 



jueves, 17 de enero de 2019

LA RETORNADA


Hacía tiempo que no leía literatura italiana y la echaba de menos. Lo último que recuerdo con placer sobre Italia fue Peregrinos de la belleza, de María Belmonte, y esa novela río maravillosa titulada Los hijos, de Gay Talese.

Donatella Di Pietrantonio ha escrito una novela conmovedora, bella, poderosa, intensa, que te atrapa desde la primera línea y no te deja hasta la última.

La protagonista tiene trece años y ha vivido desde que tiene recuerdos en una casa acomodada con unos padres que la han rodeado de cariño. Un día, sin previo aviso, el padre la lleva a otra casa pequeña, oscura, donde le dice que a partir de ese momento estará con sus padres biológicos, a los que no conoce. Con la inquietud de ignorar los motivos de semejante atropello, recorre un camino lleno de dificultades en un hogar donde el padre ni está ni se le espera para resolver nada, como ha sido en tantos casos lo habitual en la historia, y una madre víctima de la miseria con un montón de hijos, fría, inhóspita, indolente.

Encuentra en Adriana, su hermana pequeña de diez años, el único apoyo afectivo no exento de dificultades, un hermano que la agrede, otro que la busca y acaba en tragedia y un bebé con minusvalía, a quien cuidar.

Una amiga de la infancia y su madre son los vínculos que la mantienen unida a lo que fue su pasado y lo que también será su futuro, gracias a las capacidades intelectuales que demuestra.

Un relato para saborearlo y amarlo. Una preciosa novela ambientada en los años setenta del siglo XX.




lunes, 14 de enero de 2019

LA EDAD DE LA PENUMBRA

Casi todo lo que conservamos de los textos del mundo antiguo es gracias a la labor de los monjes medievales. Así nos lo enseñaban en el colegio. Y la imagen de estos monjes, diseminados por monasterios de toda Europa, aplicados en la ardua tarea de copiar los ejemplares únicos de las obras de Platón, Cicerón u Ovidio para que no desaparecieran, forma parte ya de nuestra forma de pensar la Edad Media. La historia, por supuesto, es verdadera. Pero el foco a menudo se ha puesto en lo que costó preservar ese legado, y pocas veces en por qué costó tanto hacerlo. ¿Qué pasó con las enormes bibliotecas de la antigüedad? ¿Por qué desapareció de forma tan definitiva la cultura clásica? En este breve ensayo (240 páginas), Catherine Nixey propone la siguiente tesis: la misma religión que promovió las copias de esos libros fue la que contribuyó a destruir la cultura que los creó. 

Quemas públicas de libros. Destrucción sistemática de templos. Saqueos de bibliotecas. La nueva religión se propuso la tarea de salvar a los hombres purgándolos de todo lo maligno que habitaba en ellos. La nueva religión les enseñó que lo maligno podía estar en todas partes. Estaba en las matemáticas, en el arte, en la historia, en la medicina, en la ciencia, en la cultura, en el politeísmo y en la filosofía. San Agustín escribía sobre la necesidad de extirpar el paganismo del mundo. Es decir, la necesidad de destruir la cultura clásica y su civilización. ¿Para qué aprender a pensar por uno mismo si tenemos la palabra de Dios? Mil seiscientos años después, a ciertas personas que predican de esta forma los llamamos yihadistas. Afortunadamente, estos no han tenido el éxito que tuvieron aquellos cristianos seguidores de San Agustín. 

La labor principal de la Iglesia desde que accedió al poder fue la de desmantelar una forma de ser y de pensar. "Los ataques no se detenían en la cultura. Todo, desde la comida que se ponía en el plato (que debía ser sencilla y sin especias) hasta lo que se hacía en la cama (que debía ser igualmente sobrio y sin especiar) empezaba, por primera vez en la historia de Europa, a quedar bajo el control de la religión". La destrucción, claro está, no se podía promover como tal. Así que, en una perversión lingüística propia de un Goebbels, la propaganda cristiana convirtió el acto de destruir en la única forma de purificarse y de amar. Había que destruir los libros, los templos y las costumbres, había que destruir la ciencia, el arte y la filosofía, había que destruir a todos aquellos que no se plegaran a los dictados de Dios, porque Dios los amaba y quería su salvación. "¡Oh, crueldad misericordiosa!, exclamaba San Agustín, estremecido por la pasión de amor que sentía al desear la muerte de todos los paganos. 

Entre el siglo IV y el siglo VI se produjo en Europa la mayor destrucción de arte que ha conocido la humanidad. El triunfo del cristianismo fue una aniquilación cultural. Por supuesto, no fue la única causa de la destrucción del mundo clásico. Pero sí una muy poderosa que rara vez nos han contado. 

Catherine Nixey

Antes del auge del cristianismo, pocas personas habrían pensado en describirse a sí mismas por su religión. La religión politeísta era plural y porosa, sujeta a todo tipo de variantes. Y por lo tanto, difícilmente identitaria. Para formar identidades, los ciudadanos recurrían a su ciudadanía. Una ciudadanía en expansión, global, capaz de promover la movilidad de personas por todo el imperio, desde Siria hasta el norte de Britania. Este ensayo me ha hecho pensar en el cristianismo desde la cultura politeísta, y lo he visto por primera vez como lo veían los romanos cultivados no cristianos: como una religión extravagante, estúpida y vulgar, propia de gente iletrada y enemiga de la libertad individual. Y creo que leerlo hoy en día resulta muy útil porque ciertos aspectos de esa intransigencia religiosa han cambiado poco en dos milenios.

Nixey describe la tremenda tentación de los credos totalitarios en épocas de incertidumbre. Cómo la gente es capaz de abrazar cualquier dogma que exalte la ignorancia siempre que ofrezca una guía moral estricta, una promesa de redención y, sobre todo, un culpable de todos los males sobre el que se pueda descargar la frustración. El cristianismo lo hizo a la perfección a partir del siglo IV. Tanto que todavía hoy alienta el fanatismo de millones de personas en todo el mundo. 



jueves, 10 de enero de 2019

EL ENCAJE ROTO. ANTOLOGÍA DE CUENTOS DE VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES (firma invitada)

Una mirada fuera de lugar. Una voz un poco más alta de lo normal. Un desprecio. Celos. Un insulto. Amenazas. Suspicacias. Una prohibición. Un pellizco. Un tirón de pelo. Un grito. Un empujón. Un puñetazo. Un encierro en casa. Una paliza. Una violación. Humillaciones. La ausencia de escucha en la pareja. Faltas de respeto en el trabajo.

Así, en la escala de la violencia contra las mujeres, podríamos acabar con el asesinato. Hasta la cifra de cincuenta mujeres que ya no existen en España este año por culpa del mayor acto terrorista de nuestro tiempo: el machismo. En el mundo son cientos de miles. La violencia contra las mujeres es la mayor lacra social de todos los tiempos. Y seguimos sin mirarle a los ojos y ponerle freno. Un freno educativo, institucional y legal.

Emilia Pardo Bazán ya lo sabía hace más de un siglo y ya lo denunció repetidamente en estos cuentos que ha antologado Cristina Patiño para la editorial Contraseña. Publicados en 2018, las historias del siglo XIX nos resultan igual de creíbles, verdaderas y actuales como las de hoy en día.

Lo verdaderamente magistral de la obra de esta maestra es la variedad de registros y ambientes plasmados en sus relatos, así como la mezcla de estilos matizados en cada lugar y con cada ambiente: desde la Galicia más pobre y rural de “El indulto” o “Las medias rojas”, hasta los entornos más sofisticados y aristocráticos de “La novia fiel” o “La flor seca”. Pardo Bazán supo ir al fondo de la psicología de todos sus personajes y dibujar todos los estadios de la espiral de violencia contra las mujeres que ella había observado y sufrido de alguna manera.

Emilia Pardo Bazán
A ella misma le negaron su entrada en la RAE, se rieron por su físico prominente, cotillearon sobre ella por sus relaciones con Pérez Galdós. Ella, en definitiva, sufrió la violencia psicológica y el rechazo de la sociedad patriarcal decimonónica. Afortunadamente, tuvo la suerte de tener un padre liberal y abierto que quiso para ella la mejor educación y que la animó en su carrera artística y periodística. Y es una pena que aún hoy se tengan que agradecer actitudes abiertas por parte de los varones en lugar de normalizarlas y hacer que formen parte del día a día. Las mujeres debemos desarrollar nuestra independencia y creatividad por nosotras mismas y no gracias a que nos dejen hacerlo quienes nos rodean.

Creo que no podemos dejar pasar de largo a una de las primeras españolas convencidamente feministas. Debemos reclamar su legado. Leámosla y démosla a leer. 





lunes, 7 de enero de 2019

CARA O CRUZ

Necesitamos metáforas para vivir. Nos enamoramos y lo llamamos fuego. Perdemos a un padre y lo llamamos abismo. Nos echan del trabajo y lo llamamos terremoto. Nos refugiamos en la meditación y lo llamamos agua. Cuando estamos felices respiramos como si tuviéramos tres pulmones y cuando estamos tristes un nudo nos corta el aire en la garganta. Las metáforas son tan reales como las lágrimas y la risa, y sin ellas no sabríamos cómo contar la tristeza y la alegría. Sin ellas, nos costaría vivir como seres humanos, andaríamos perdidos en busca de explicaciones, de palabras imposibles. Sin ellas no entenderíamos nada. 

Sin su zorro, Lou Lubie, la autora de este cómic, quizá nunca habría entendido lo que le pasaba. Tras una serie agotadora de bajadas de ánimo, estados depresivos repentinos, euforias grandiosas seguidas de intentos de suicidio, empezó a recurrir a la ayuda de psicólogos y psiquiatras. Recibió hasta ocho diagnósticos distintos hasta que dio con el correcto: ciclotimia, una forma de bipolaridad, que explicaba la montaña rusa de sus estados de ánimo desde la adolescencia. Una ciclotimia que para Lou tenía forma de zorro. Un zorro que en los buenos momentos la llevaba planeando por una alegría enérgica y contagiosa. Pero que al descontrolarse podía arrastrarla a lo más alto de la euforia, a la cima de cualquier montaña, tras la que siempre, invariablemente, venía la caída. Y cuanto más vertiginosa era la subida, más brutal era el desplome. 

Una ciclotimia sin control puede volverse brutal hasta desarrollar comportamientos descontrolados: bulimia, fobia social, trastornos de ansiedad, tocs. La ciclotimia, camuflada tras estos trastornos, es muy difícil de diagnosticar. Sus estados más llamativos son los depresivos, porque la euforia sigue estando bien vista socialmente y no suele causar alarma, pero si se la confunde con una depresión y se intenta combatir con fármacos antidepresivos, el resultado puede ser nefasto: el zorro sube y sube propulsado por la química, para terminar despeñándose de forma cada vez más dolorosa. 

Este cómic te lleva de viaje por la ciclotimia de la mano de Lou y su zorro. Es un testimonio interesantísimo, escalofriante y no exento de humor con el que aprendes que una persona en apariencia depresiva quizá esté sufriendo algo más que una depresión, que hay enfermedades muy difíciles de diagnosticar, que algunos psicólogos y psiquiatras reparten diagnósticos con una ligereza muy poco profesional y que la ciclotimia es una enfermedad agotadora y muy compleja. Tan compleja como llevar un zorro salvaje e imprevisible en tu interior. 






jueves, 3 de enero de 2019

ELLOS

Aquí tenéis una historia fascinante contada con gran talento literario, un retrato potente de una época irrepetible, desde la revolución rusa de 1917 hasta el final del siglo XX. Hay relatos con los que nos identificamos por su cercanía a nuestras emociones, a nuestras vivencias, y otros que por ser ajenos completamente a nosotros actúan como un deslumbramiento. Esto es lo que me ha sucedido con el testimonio que Francine du Plessix Gray, que nos ofrece este libro como un gran regalo para conocer algunos rasgos de culturas tan dispares como la rusa, la francesa y la norteamericana.

Ellos se refiere a los dos protagonistas principales: su madre, Tatiana Yákovleva, y su padrastro, Alexander Lieberman, fotografiados en la portada del libro junto a la autora. La historia no solo son ellos, hay otros personajes potentes como el tío Sasha Iacovleff, pintor y explorador, o el poeta soviético Maiakovski, el gran amor de Tatiana a pesar de la corta relación que tuvo con él a los veinte años. Ella fue la musa del famoso poeta futurista, que tiene un museo en Moscú.

Después de vivir las calamidades materiales del inicio del comunismo junto a una madre indiferente a todo, con diecinueve años Tatiana viajó a París gracias al visado que le consiguió su tío Sasha, personaje seductor, para vivir con su abuela, Babushka, mujer inteligente, culta y amorosa a la que siempre adoró y cuyo retrato estuvo en el dormitorio de Tatiana hasta el día de su muerte. Al año siguiente conocería a Maiakovski y su amor fue tan impactante que condicionó la vida del poeta que desde hacía años convivía con otra mujer a la que mantenía económicamente. Los inconvenientes políticos de no poder viajar a París con la frecuencia que deseaba para ver a su Tatiana, enterarse un año después de que ella había aceptado la oferta de matrimonio de un conde francés y otras adversas circunstancias le llevaron al suicidio.

Tatiana se casó con el conde du Plessix, padre de Francine, la autora de este testimonio, y al cabo de tres años se separaron. Poco después conoció a Alexander Liebermann, que sería su compañero el resto de su vida. La mayor parte de este relato cuenta su vida juntos en Estados Unidos después de escapar de París durante la ocupación nazi, pasando por Madrid, en un viaje accidentado para conseguir llegar a Lisboa y embarcar hacia Nueva York, donde vivía el padre de Alexander, ambos judíos.

Tatiana se convirtió en una diseñadora de sombreros prestigiosa que elaboraba los más sofisticados diseños para la élite de las actrices y la alta burguesía norteamericana. Marlene Dietrich formó parte de su más íntimo círculo de amistades, y Alexander dirigió durante más de treinta años el grupo de revistas de moda gráfica más importante de la época (Elle, Vogue, etc.). 

El amor de Alexander por Tatiana fue de una devoción ilimitada: marido, compañero, cuidador, resolvía todos sus deseos y caprichos. Era fotógrafo, pintor y escultor en su tiempo libre y el retrato que hace su hija le define como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El primero en su círculo doméstico por su bondad y generosidad sin límites, incluso con su madre en París, y el segundo en el ámbito profesional como un arribista cínico e incluso cruel en un mundo lleno de intrigas y deslealtades.

La honestidad de Francine contando esta historia es admirable y en algunas ocasiones me ha recordado en la descripción de los personajes a mis admirados y queridos Irène Némirovski y Stefan Zweig, dos de mis escritores preferidos.