jueves, 24 de enero de 2019

LAS CENIZAS DEL CALIFATO


En 2016, S. vivía en Burgos con su madre. Había trabajado un año de traductora en Bruselas pero se le había acabado el contrato y había tenido que volver. Su madre se alegraba, quién sabe qué atentado podría haber acabado con su hija en esas ciudades de Europa tan llenas de terroristas. En primavera le salió un nuevo trabajo en París. Un contrato de un año, buen sueldo, buenas perspectivas. Se lo pensó. Pensó en Burgos, en su madre, en su experiencia en Bruselas. Pensó en el Bataclan, en Charlie Hebdo, en aquellos barbudos con metralletas. Y decidió quedarse. En Burgos no había futuro, pero al menos no tenía miedo de salir a la calle.

El ISIS sembró la semilla del miedo en muchísimos europeos, gente como S., que renunció a un trabajo para no sentirse amenazada. Gente que recelaba de las aglomeraciones, que dejó de utilizar el metro, que evitó viajar en avión, que ya no salía de casa de noche. Ese miedo es su victoria, y la única forma de combatirlo es poniéndole cifras a las probabilidades que tenemos los europeos de sufrir un atentado: una entre 8 millones (según la Eurostat). Y, por supuesto, leyendo libros como este.

El ISIS nació en 2004 como respuesta a la invasión estadounidense de Irak bajo el nombre de Organización del Monoteísmo y la Yihad y fue cambiando de denominación hasta llegar a la actual a partir de 2014. "Diferentes nombres y diferentes líderes para una misma idea que nunca ha cambiado de objetivo: la restauración del califato y la vuelta a los tiempos del Profeta". 

Como nadie puede saber a ciencia cierta cómo eran los tiempos del profeta, es decir, qué tipo de afeitado preferían los hombres, qué tipo de música escuchaban o de cuánta libertad de expresión disfrutaban, estos suníes exaltados decidieron que todos los hombres debían lucir barbas largas, no escuchar música de ningún tipo y no expresar nada más que rezos al profeta. Así se forman los totalitarismos: enarbolando un bien supremo indemostrable (la palabra de Dios, el Reich milenario) que justifique todo tipo de atrocidades. Inspirándose en los talibanes afganos, crearon, en menos de un año, la posibilidad real de un estado que llegó a ocupar el norte de Irak y la mitad de Siria y cuyas leyes prometían el paraíso en la muerte siempre y cuando aceptaras su infierno en vida. 

El ISIS nos resulta muy familiar por los atentados que se atribuyó en Europa entre 2015 y 2017. Pero el verdadero terror lo llevaron al territorio que ocuparon. Mikel Ayestaran, gran conocedor de los conflictos de Oriente Próximo desde principios de siglo, nos lo cuenta desde el terreno: "cada vez que visito un lugar liberado, la impresión de desolación es la misma. La herencia de EI es abandono y silencio sepulcral". Querían "convertir la sangre del enemigo en ríos" y no consiguieron su objetivo. Pero dejaron un rastro de miedo y terror que acompañará mucho tiempo a millones de sirios e iraquíes. 

He leído este libro como una especie de continuación de La semilla del odio, de Mónica G. Prieto y Javier Espinosa, que empezaba con la invasión de Irak y terminaba con el surgimiento del ISIS. Me han gustado mucho los dos, aunque aquél era más exhaustivo aportando datos y con este he pisado más el terreno y saboreado más el miedo, la desolación y la infatigable hospitalidad de sirios e iraquíes. A ellos les dedica Ayestaran este libro, a los traductores y guías que le han acompañado en sus constantes viajes, y que han estado siempre dispuestos a correr mil y un peligros para estar donde había que estar en el momento preciso. 

Me ha llamado mucho la atención la actitud de Israel ante el ISIS. A pesar de tener los combates a pocos cientos de kilómetros, no solamente se han desentendido de todo lo que no pusiera en riesgo su frontera, sino que un ministro del gobierno ha llegado a afirmar que estaban "felices de que sirios e iraquíes se mataran los unos a los otros". Y que los suníes acapararan la atención militar de países hegemónicos en Oriente Medio como Irán e Irak, ambos de mayoría chií, que así perdían interés en Israel como objetivo. Cuando uno basa su identidad en definir qué países son enemigos, puede terminar alegrándose, como el gobierno de Israel, de que el ISIS florezca y se expanda y celebrando la opresión y el exterminio de decenas de miles de personas. 

Desde hace un año, el ISIS ya no existe como realidad política. Se ha diluido en pequeños grupos guerrilleros que, aunque siguen luchando contra los que consideran infieles (el último atentado fue el pasado 16 de enero, que acabó con la vida de diecinueve personas), ya no representan una seria amenaza para la población. Sin embargo, los motivos que favorecieron su irrupción siguen presentes: corrupción generalizada y política sectaria de los gobiernos en favor de los chiíes. Este libro es "un grito al mundo para mostrar un problema concreto con la esperanza de que alguien responda". Y que los políticos entiendan que "no se puede acabar con una ideología a base de bombardeos. Sólo existe una fórmula definitiva: la educación". 

Gracias a libros como este y a la valentía de periodistas como Mikel Ayestaran uno perfila su forma de ver el mundo, se vacuna contra cualquier tipo de nacionalismo y aprende a ver a los demás como seres humanos, siempre. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, piensen lo que piensen. 



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