lunes, 21 de enero de 2019

UN CABALLERO EN MOSCÚ

Soy un ser diminuto. Del tamaño del dedo ensortijado de un conde ruso. Del conde Rostov, para más señas. Con él me he paseado durante muchos días, qué digo días, ¡años, décadas! (fijaos que le conocí en 1922 y treinta años más tarde seguía dejándome sin aliento), por los pasillos interminables del Hotel Metropol, por sus rincones y alcobas llenas de secretos, sentadito en su hombro he entrado arrasando en sus tres restaurantes, me he asomado a todos los balcones que dan al Kremlin y a los recuerdos, he probado el limón del exilio y la miel del amor y he aprendido que se puede sobrevivir a la peor humillación que puede sufrir un hombre cosmopolita con el alma intacta, sofisticada y candorosa. El Metropol es mi hogar y Rostov es mi héroe. Y ya no quiero volver a ningún sitio lejos de él.

Alexander Rostov no entra en las habitaciones, se desliza majestuosamente en ellas. Incluso cuando regresa de un interrogatorio del que ningún empleado del hotel pensaba que regresaría, escoltado por dos esbirros bolcheviques hasta su habitación, lo hace con gracia, con esa elegancia innata que los caballeros de esa época parecían mamar de la leche materna. Incluso cuando anuncia a todos sus amigos que ha sido condenado a arresto domiciliario perpetuo en su residencia habitual, el Hotel Metropol de Moscú, y que no espera volver a pisar la calle nunca más, no pierde ni la sonrisa ni la compostura: él ha elegido que la vida es un cuento por el que uno pasa deslizándose, dejando, a lo sumo, un rastro de belleza, y ningún bruto bolchevique va a quebrarle su forma de vivir. 

Esta novela es un tesoro. Un chute de chispa, ironía y vivacidad. Un homenaje a la ligereza inteligente para compensar esa fastidiosa tendencia de los seres humanos a tomarnos a nosotros mismos demasiado en serio. A través de la mirada delicada y ocurrente de Alexander Rostov, vemos pasar las décadas en Moscú y desfilar por el hotel a esos jefecillos bolcheviques que se llaman camarada y se dicen tan modernos y tan iguales cuando siguen lamiendo la bota que se cierne cada día sobre sus cabezas y se siguen volviendo locos por cenar con cubertería de plata. Nada escapa a la vista y al oído del bueno de Rostov: desde los chismorreos en las cocinas hasta las miradas silenciosas que desatan guerras en los salones privados, todo lo atesora en su memoria, porque todo es vida, relato, anécdota, y, quién sabe, todo puede un día servir para cambiar una vida. 

Amor Towles
Quién le iba a decir al conde Rostov que, condenándole a arresto domiciliario perpetuo, los bolcheviques le estaban proporcionando la única forma de sobrevivir en su país para un hombre tan poco convencido de las bondades del comunismo soviético como él. Y que, además, quedándose en el Metropol llegaría a conocer a la niña que le daría un propósito y una certeza a la que anclarse. La niña que le robaría el corazón. 

"Con los actos más pequeños uno puede restablecer cierto orden en el mundo". 
Con Alexander Rostov, Amor Towles ha creado uno de los personajes literarios más memorables que me he encontrado en mucho tiempo, capaz de hacer de la elegancia, la generosidad y el optimismo una forma íntegra y maravillosa de vivir. 



4 comentarios:

  1. Me ha parecido un libro encantador. Precioso desde el principio hasta el fin. Su protagonista es un ser muy especial.

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  2. Me gustaría conseguir la versión PDF de ese libro, ¿cómo lo puedo conseguir? Saludos!

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    1. Buenos días.
      No existe versión PDF de este libro porque eso atentaría directamente contra el trabajo del autor, del traductor, de la editorial y de los libreros. Le ruego que se informe antes de pedir a los que trabajamos vendiendo libros que infrinjamos la ley regalando nuestro trabajo.
      Saludos.

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  3. Pues yo quiero comprar la versión PDF pues no tengo otra forma de leerla en mi ordenador

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