jueves, 25 de abril de 2024

LOS NIÑOS DE WINTON

«Si fueran mis hijos, ¿qué haría? ¿Los mantendría aquí conmigo, bajo mi atenta mirada, poniendo su vida en peligro, o los alejaría mientras haya tiempo, dejándolos en manos de desconocidos, en un futuro que nunca veré?»

Este dilema atenazó la vida de millones de personas centroeuropeas en 1938 ante la expansión militar de la Alemania nazi. También estaba presente en España ese mismo año en muchas ciudades amenazadas por el ejército golpista. Y lo sigue estando en Gaza, en Ucrania, en Sudán, en Afganistán, y en tantos lugares asolados hoy en día por la guerra y la violencia. En Checoslovaquia, en 1938, un grupito muy pequeño de personas decidieron que el dilema podría tener una solución, que lo que parece imposible puede dejar de serlo, y consiguieron trasladar a Inglaterra a más de seiscientos niños antes de que estallara la guerra y se cerraran definitivamente las fronteras. Esta novela cuenta la historia de esta hazaña en tiempos convulsos, de gente corriente arriesgando su vida por hacer lo correcto. 

Nicholas Winton era un joven corredor de bolsa británico cuando llegó a Praga a finales de 1938 y entró en contacto con la red de asistencia a refugiados checos. Esta novela trepidante recrea la labor de Winton en Praga y resalta las figuras de Doreen Warriner y Trevor Chadwick, artífices de la maquinaria que consiguió poner a salvo a miles de refugiados y organizó los trenes llenos de niños, muchos de ellos judíos, que cruzaron toda Europa en un momento de máxima tensión política, luchando contra un sinfín de adversidades, bajo la amenazante mirada de la Gestapo. 

Lo que consiguieron estas tres personas y todos sus colaboradores en Praga fue dar una respuesta extraordinaria a una emergencia que desde entonces no ha dejado de repetirse, hasta hoy día. Cientos de niños se salvaron gracias a su valentía, pero miles se quedaron sin poder salir de Praga cuando el 1 de septiembre de 1939 se cerraron las fronteras. Nunca se supo nada más de ellos. De la misma forma que nada se sabe de los niños que mueren a diario en Gaza, en Ucrania, en Afganistán, en Sudán. Niños hambrientos, abandonados, encarcelados, asesinados. Niños que dependen del coraje de personas como Winton, Warriner o Chadwick para sobrevivir. 

«La humanidad siempre está distraída mientras ocurren las tragedias». Las debacles de la humanidad nos dejan indiferentes. Las vemos y pasamos a otra cosa, son un impacto visual más al lado del anuncio de cremas, el resumen del partido de anoche y las fotos de la playa de la cuñada. Ocurre hoy y ocurría mientras Hitler conquistaba países y gaseaba judíos. ¿Cómo pudo pasar?, nos preguntamos cuando leemos sobre las atrocidades del pasado. De la misma forma que ocurre hoy en día delante de nuestros ojos. ¿Cuántos Winton, Warriner y Chadwick hay en el mundo? ¿Cuántos harían falta para socorrer a todos los niños que lo necesitan? ¿Quién estaría dispuesto hoy en los países occidentales a organizar la expatriación de niños palestinos para rescatarlos de una muerte probable? 

A Nicholas Winton le gustaba decir que «si algo no es imposible, entonces debe de haber una forma de hacerlo». Mientras Europa persigue y criminaliza a quien salva vidas en sus fronteras, a veces es tan fácil como empezar desde ahí. 




lunes, 22 de abril de 2024

BAUMGARTNER

La última novela de Paul Auster me ha hecho pensar en cómo recordamos el pasado y qué importancia le damos. Según el momento vital y el carácter de cada uno, podemos pensar en nuestro pasado como una cadena de detalles más o menos jugosos pero sin trascendencia, o con la devoción de quien no se puede entender a sí mismo sin cada paso dado, cada persona conocida y cada éxito o fracaso saboreado. Baumgartner, el protagonista de esta novela, reflexiona sobre la importancia de valorar las vivencias para dar sentido al legado que dejan, para llenar las cosas de significado. La importancia de atesorar momentos, percepciones, ser feliz con pequeños instantes de belleza o complicidad. Sentir conexión con una puesta de sol, una nube con una forma divertida, unas niñas chapoteando en un charco y riéndose como salvajes ante las pegas de su madre. A menudo he admirado en otras personas esa capacidad de vivir sin prevención, con las puertas y las ventanas abiertas de par en par, sin miedo de que la vida irrumpa y empape. Y he probado que se puede vivir así, a corazón abierto, dejando a nuestro paso un rastro de vida brillante: abrir un piano, improvisar una melodía y aceptar que en los dos minutos que dura puede encerrarse la razón para vivir que nos salve de la locura. O de la jaula de resignación y apatía emocional en la que vive tantísima gente. 

Baumgartner, como la mayoría de los personajes de Paul Auster que recuerdo, suele estar atento a los caprichos del azar, abraza todas las posibilidades que se abren cuando irrumpe lo insólito y confia. Cierro los ojos tras terminar un capítulo y pienso en eso de confiar. Confiar siempre en la bondad de los demás, darle la vuelta al funesto y grosero refrán y procurar pensar bien todo lo posible como única forma de acertar. 

Paul Auster hace una hermosa descripción de la desorientación de Baumgartner durante los meses posteriores a la muerte de Anna, su mujer. Es un tiempo de duelo, un "tiempo malogrado". "Un precario espacio interior que lo había dejado con demasiado espacio en las manos". Pasa las horas doblando y volviendo a doblar su ropa interior, escribiéndole cartas, aporreando sin ton ni son la vieja máquina de escribir con la que Anna, madrugadora, a menudo le despertaba por las mañanas. Y la describe así: "Su capacidad de transformar los movimientos más corrientes en actos de sublime expresión y gracia corporal, la elocuencia de sus dedos al pasar las páginas de un libro, por ejemplo, o la señorial rotación de su muñeca al plegar una servilleta o una toalla: los gestos humanos más simples y comunes destellando como milagros en la fragua de una personalidad chispeante". 

Me ha gustado la curiosa delicadeza de la novela. A ratos jocosa. A ratos introspectiva, cándida, incluso. Conmueve pensar en ese Baumgartner, un señor mayor rodeado de libros, dedicado a la literatura, repasando con dedos temblorosos los objetos dejados por su mujer: su ropa, sus libros, los manuscritos de sus poemas. Acariciando todos esos objetos que de repente se han convertido en tesoros de valor incalculable, surtidores de recuerdos imprescindibles. 




jueves, 18 de abril de 2024

GOBSECK

Tras haberme metido en el mundo de Balzac con La casa de El Gato Juguetón, ahora sigo con otra novela corta con la que crea a un personaje digno de una tragedia de Shakespeare. Y es que veo a este Gobseck codearse en mi cabeza con el Shylock de El mercader de Venecia, o con el Harpagón de Molière, incluso con el Torquemada de Galdós, cada uno con sus infinitas diferencias, pero todos representando el papel de avaro usurero en la literatura universal. Creo que, de una forma u otra, todos demuestran una frialdad perturbadora, una trabajada incapacidad para la empatía, solo interrumpida en la intimidad tras alguna transacción especialmente favorable por una "alegría oscura, una ferocidad de salvaje". Y, al mismo, todos son personajes profundamente humanos, aborrecibles pero a la vez vulnerables, victimarios pero a la vez víctimas también de todo tipo de situaciones que ponen patas arriba nuestra capacidad para juzgar, siempre tan pronta a encasillarlo todo.

La vanidad, los celos, el placer, la ambición. Hay una tragedia shakespeariana dentro de cada escena de la vida privada pintada por Balzac. La envidia y la pasión. Y una humanidad dolorosa y desaforada. Esta novela se lee en poco más de una hora y te deja pensando en la infinita profundidad emocional que se esconde tras los telones del teatro de nuestras vidas. Y de las vidas de la gente común, pobres y ricos, afortunados y desgraciados, del París posterior a la caída de Napoleón, una ciudad vibrante, que ya ha probado la fiebre de la revolución y de la libertad, y que no va a aceptar fácilmente la continuación de un antiguo régimen que solo pervive en unas instituciones caducas. 

Mi próximo Balzac ya va a ser una novela de las conocidas: Le Père Goriot, personaje que aparece nombrado ya en Gobseck. Y me encanta esto de ir enlazando novela tras novela y ver cómo encajan unas con otras como las piezas de un inmenso puzle, esta obra monumental llamada Comedia humana que, escena tras escena, quizá sea la mejor representación global de esa Francia decimonónica tan variopinta que tanto me ha atraído siempre. 





lunes, 15 de abril de 2024

UNA MÍNIMA INFELICIDAD

Me fascinan los libros que recrean el silencio. ¿Cómo se hace eso? Que las palabras transmitan esa atmósfera silenciosa parece magia. En esta novela (su primera novela, además) la italiana Carmen Verde lo hace maravillosamente. Y, dentro de ese silencio, frágil y pequeña, va creciendo esa mínima infelicidad. Mínima por doméstica, por femenina. Pero capaz de impregnar cada emoción con los colores opacos de la tristeza y de la desorientación. 

Es la historia de una mujer desorientada que tiende a vivir a escondidas. Se oculta de su hija pequeña, se oculta de su marido. Aunque de este no es difícil ocultarse, no está casi nunca en casa. A veces llora en las comidas cuando cree que su hija no la ve. Se refugia en objetos bonitos. Piezas de cristalería, de porcelana. Tesoros que esconde, como si, a pesar de ser suyos, no tuviera derecho a ellos y la fueran a regañar por mirarlos. Tesoros que ama en silencio, tesoros en los que se esconde, por la misma razón por la que más tarde se esconderá en el alcohol. La aturden. La calman. Aunque siempre la dejan con inquietud en las manos, una vez evaporado el primer efecto, con un leve temblor de desesperación. 
Va a recoger a su hija cada día. La espera sentada en el banco. Y la hija la ve desde la ventana de su aula, con sentimientos encontrados. "Me ponía contenta cuando la vislumbraba al otro lado del cristal, aunque enseguida me embargaba el temor, casi la angustia, de que decidiera marcharse y dejarme allí sola. Nunca pensé que mi madre me correspondiera por derecho". 

En estas páginas habita un enigma, una herencia de desesperación y locura pasada de abuela a nieta, saltando por encima de la fragilidad y la sombra que dibujan la vida de la madre. De la "distraída indiferencia" con la que mira sin mirar desde las fotos familiares. Y palpitan los silencios. Silencios en las comidas. Silencios en las tardes viendo llover por la ventana. Cantidad de silencios. Como si todas las palabras que no se dicen fueran indecorosas, como si guardaran un vergonzoso secreto. 

La niña que cuenta la historia no ha terminado de crecer. Es una niña a la que la vida le arrebata la plenitud de su cuerpo y la alegría. Ingrata vida. Ladrona. Igual que sus compañeras de clase, que vienen a su fiesta de cumpleaños porque saben que al final acabarán quedándose con sus juguetes. Y su madre, a menudo sin palabras, le pide perdón. ¿Perdón por qué? ¿Por haberla educado en la sumisión, quizá? En una docilidad que no contiene la suficiente dignidad para convertirse en generosidad. 

"La infelicidad es irracional. Hay quien carga ya con ella al nacer y quien, supliendo su falta de predisposición natural, permanece tanto tiempo contemplándola en su madre que llega a sentir sus espinas en la propia piel". 

Hay en estas páginas una belleza oscura y desasosegante que estremece. Una melancolía que sostiene en equilibrio el relato como la cuerda por la que camino mientras leo, sin dejar de pensar en qué momento perderé pie y sucederá la catástrofe. 

Leer esta novela es internarse en la madeja enredada de las relaciones entre madres e hijas. El laberinto emocional, los juegos de espejos y contradicciones. Las emociones vulnerables, las suspicacias. La atracción y el rechazo. El desgarro de convivir constantemente con dos sensaciones opuestas, tirando cada una en sentidos contrarios. Diques y obstáculos caprichosos en el frondoso caudal del amor, que ansía un cauce sereno y fluido sin alcanzarlo. El amor, ese caudal que esconde el dolor más profundo. Una enfermedad que, lejos de secarlo, lo desborda en heridas invisibles. 

Carmen Verde transmite una enorme compasión por el profundo desamparo de esas mujeres que, en el fondo, solo quieren amar a alguien que pueda amarlas como ellas necesitan y así, sencillamente, ser felices. El profundo desamparo de una niña que, quizá, en el fondo solo ansía que su madre, y su padre, y su maestra, y la gente en general, pero sobre todo su madre, la mire con una sonrisa de cariño y benevolencia. Una sonrisa que diga: te acepto como eres, me gustas como eres, te quiero exactamente así como eres. 







jueves, 11 de abril de 2024

LA BODA

"A ver, cuántos blancos conoces tú que sean capaces de mirar a un hombre negro sin fijarse en el color de su piel". Es decir, sin que el color de su piel les llame la atención, sin que sea un rasgo importante a la hora de recordarlo después. Sin que sea el rasgo fundamental, lo primero que usarán para fijarlo en la memoria o para describírselo a los demás. 

Dorothy West publicó esta novela sobre la importancia del color de la piel en las relaciones sociales, familiares y conyugales en 1995. La historia transcurre entre 1850 y 1950 y recorre cinco generaciones de una familia en las que las distintas tonalidades del color de la piel determinan su futuro. La cita con la que he empezado esta reseña se sitúa en 1950, y me atrevería a decir que, setenta y cuatro años después, sigue estando tristemente en vigor en cualquier país de mayoría blanca. 

Esta es una novela sobre la pertenencia a una comunidad y los peligros de salir de ella, aunque sea para dar un paseo. Sobre la identidad, incluso el carácter y todas las expectativas vitales, basadas en el color de la piel. Y sobre cómo la clase social puede llegar a percibirse incluso por encima del color de piel. Casarse con una persona del mismo color de piel es importante, pero lo fundamental es que forme parte del mismo círculo social. 

Me ha recordado mucho a La mitad evanescente, de Brit Bennett, por la importancia del color de la piel en el destino de los personajes y la tentación de los negros de piel clara de hacerse pasar por blancos para escapar de toda una vida de discriminación, aunque eso suponga romper definitivamente con tus orígenes y tu familia y, de alguna manera, traicionar a tu comunidad. También me ha recordado a Nella Larsen por la descripción de esos tonos de piel mestizos tan inclasificables que tanto atormentan a los racistas al desdibujar la frontera entre blancos y negros y señalar la impostura de su odio. 

La boda es una novela elegante e incisiva que, bajo su ritmo tranquilo, esconde una rabia a punto de explotar. La autora la publicó cuando tenía ochenta y ocho años. Se intuye toda una vida de indignación soterrada. De un clamor interno vestido de ternura y sofisticación. De nostalgia, también. Como la nostalgia que debieron de sentir varias generaciones de mujeres y hombres al tener que abandonar sus hogares en el sur de Estados Unidos para escapar de la barbarie de la esclavitud. Aquí lo describe muy bien: "Ya no habría más linchamientos, ni más cruces ardiendo, ni más paseos por un albañal para dejar que el «señor Charlie» tuviese la acera para él solo. Ya no habría más muerte por falta de atención médica, ni más niños analfabetos deslomándose en las plantaciones mientras los hijos de los blancos iban a la escuela. En el norte, los hombres descubrían que podían aprender a leer y a escribir sin ofender a nadie y las mujeres aprendían a no conformarse con lo que tenían. Aunque les tocase vivir cerca de las vías férreas y el aire estuviese cargado de mugre y polución, podían respirar el aroma de la libertad. Por muchos apuros que pasasen, a ninguno se le pasaba por la cabeza marcharse de allí. No obstante, la belleza indescriptible del sur los perseguiría de por vida y los viejos suplicarían que los llevasen de vuelta a casa para morir". 

Una joyita más en la ingente biblioteca de literatura contra el racismo que, mientras este no se atenúe, no dejará nunca de crecer y crecer. 




lunes, 8 de abril de 2024

SIETE DIENTES DE LEÓN

Este cuento empieza así: "Esta historia sucedió antes de que existieran los colores". ¿Y cómo podía ser el mundo antes de los colores? Gris. Claro, gris. Con todos los matices de gris. Igualito a como es el mundo justo antes de que amanezca o justo antes de que sea noche cerrada. 

"En la espesura de un bosque gris, había una casa gris donde vivía una vieja gris llamada Iris". Y todo era gris. Las nubes, los árboles. Hasta los corazones eran grises. Pero, una noche, Iris cerró los ojos para dormirse y apareció un color que nunca había visto. 

Y a la noche siguiente, otro color. Y a la siguiente, otro. Y otro y otro y otro y otro. 

Cada mañana, sobre la almohada se encontraba un diente de león del color de su sueño. Cada mañana, le ponía un nombre a cada color distinto y plantaba el diente de león en la tierra. 

Este es un cuento sobre el nacimiento de los colores, sobre una tenaz pescadora de nubes, sobre una tristeza que se evapora por la noche, sobre siete sueños transformados en siete dientes de león transformados en un viaje legendario y una olla de oro que, dicen, brilla como el sol. 







jueves, 4 de abril de 2024

LOS VALIENTES ESTÁN SOLOS

Formidable. Extraordinario. Elocuente, apasionado, delicado, furioso, desolador, lírico, apabullante. Voy apuntando adjetivos en el borrador de lo que luego será esta reseña así a lo loco, sin ton ni son. Y es que no salgo de mi asombro con este libro. Qué historia tan poderosa. Y qué bien contada. Con qué fuerza, con cuántas ganas. Roberto Saviano vive con escolta, amenazado por la Camorra desde la publicación de Gomorra, en 2006, libro en el que exponía parte de la estructura y forma de actuar de la organización mafiosa en Nápoles. Y el protagonista de esta biografía novelada es el juez Giovanni Falcone, asesinado junto a su mujer y tres guardaespaldas en 1992 tras haber contribuido decisivamente a perseguir el crimen organizado de la Cosa Nostra en Sicilia. El destino violento de Falcone, así como el de decenas de abogados, jueces, policías, fiscales, militares, generales y políticos antes y después que él, persigue a Saviano desde hace ya dieciocho años. Así que no es de extrañar que los ecos trágicos de esta historia hayan encontrado en su interior una caja de resonancia especialmente receptiva para transmitir como nadie la potencia de esta historia. 

El éxito de Giovanni Falcone contra la Cosa Nostra consistió en la cooperación de los jueces y en la coordinación de sus pesquisas. A principios de los años ochenta, en plena guerra mafiosa (un conflicto sangriento que se cobraría más de mil víctimas en apenas dos años), los jueces sicilianos se reunían semanalmente para compartir los avances de sus investigaciones ante la posibilidad de ser asesinados por la mafia, como Cesare Terranova, como Rocco Chinnici, como tantísimos otros. Decían: "Si eso ocurre, lo que hayamos averiguado no debe perderse. Aunque uno caiga, la investigación prosigue. Aunque uno caiga, antes habrá pasado el testigo". Palabras que a mí me recuerdan a la resistencia contra los nazis o contra la dictadura franquista, palabras clandestinas de lucha contra un poder superior. Y, sin embargo, eran jueces oficiales nombrados por la República Italiana para luchar contra clanes mafiosos, ellos sí, clandestinos. El mundo al revés provocado por grupos muy organizados de criminales violentos. 

Pero, lamentablemente, los jueces no solo luchaban contra la mafia. También tenían que hacer frente a la envidia, la mediocridad y la corrupción de sus pares, muchos de los cuales no dejaron de poner palos en las ruedas al trabajo de muchos años de jueces antimafia como Falcone o Borsellino, rebajando las penas o dejando en libertad a mafiosos encarcelados por ellos, que luego siguieron cometiendo delitos y atentando contra ellos. 

Gracias, entre otros, al trabajo de Giovanni Falcone, se supo que la mafia siciliana tenía nombre: Cosa Nostra. Se supo que el problema de la mafia no eran hechos aislados, una mordida por aquí, un ajuste de cuentas por allí. "La mafia es organización, centralización, control, poder". Un Estado clandestino dentro del Estado. Con ramificaciones en casi todos los estratos de la sociedad. Que a veces suple al Estado y llega adonde este no llega. A veces, a menudo no tan clandestino. En los años ochenta costaba un mundo que los jueces, y no digamos ya la sociedad, se convencieran de que tenían que verlo así, como lo que era en realidad, y no como cuatro paletos locos pegando tiros. 

Saviano conoce bien los caminos internacionales de la droga y el rastro de violencia, muerte y dinero que deja. Ya lo contó en su impactante Cerocerocero, que reseñé aquí en 2016. Así que conoce bien hasta qué punto Sicilia era el laboratorio de droga en Europa en los años ochenta. Si de allí salía tanta droga, también mucho dinero tenía que entrar. Seguir la pista del dinero, ese siempre es el camino para luchar contra el poder en la sombra. Y ahí entran en juego los banqueros, la mayoría de los cuales ponen el grito en el cielo cuando los jueces les piden transparencia. Y, luego, también participan los partidos políticos, en especial el conservador Democracia Cristiana, que, desde sus posiciones de poder, permiten y posibilitan que ese dinero sucio se limpie, se integre y, por qué no, crezca sin sobresaltos en la economía pública. 

Cuando hay tanta gente implicada y beneficiada, gente con las manos manchadas de la sangre de las víctimas de la droga y de la violencia que genera, ¿cómo se para el mecanismo? "¿Se puede arrebatar el cuchillo de las manos a todo un país? Quizá no. Pero se puede cerrar la fábrica de cuchillos". O eso pensaba Giovanni Falcone. A eso aspiraba. Y por eso lo mataron. 

Con un pulso narrativo magnífico que por momentos recuerda a The Wire, Saviano hace un retrato del juez Falcone con sus luces y sus sombras. Y el miedo, el miedo siempre como una sombra imprecisa que le acompaña a todas partes. Se negó a tener hijos porque sabía con casi total seguridad que lo matarían en un momento u otro, y "no se traen huérfanos al mundo". Convivía a menudo con una "sorda desolación, un leve temblor de las manos". ¿Será en esta acera donde me matarán? ¿Será esta llamada la que me anunciará el asesinato de tal o cual amigo juez o fiscal? No eran miedos infundados. Mataron a muchas de las personas con las que colaboró, a muchos amigos cercanos que compartían la lucha contra la mafia. E intentaron matarlo en muchas ocasiones, durante muchos años. Hasta que lo consiguieron. 

"Los justos caminaban con una cruz negra pintada en la espalda". Italia se convirtió en un país de muertos famosos, de luchadores solitarios contra el gran poder mafioso. Giovanni Falcone fue un héroe a su pesar. Deseó con toda su alma no serlo. Vivir en un país que no lo necesitara. Irse de vacaciones con su mujer, tomarse un helado sin cuatro escoltas a su alrededor. Deseó vivir en un país sin mafia. Dejar de tener que poner el cuerpo. De convivir con la muerte. De estar solo. Erradicar ese veneno de su tierra amada. Su tierra enferma. "Desventurada la tierra que necesita héroes". 







lunes, 1 de abril de 2024

AMOR CAPITAL

"Y aquí estamos todas, ilusas, pensando que somos o hemos sido en algún momento la genuina, la única, la verdadera, víctimas de una herencia envenenada que nos hace soñar con serlo". "Y, mirándolas, ya no siento los celos que me han consumido durante los últimos doce meses, no siento el odio que me ha cerrado el estómago en este largo año sin ti, sino una comprensión sin límites hacia todas ellas y unas ganas irremediables de abrazarlas". 

Como ya me pasó con la anterior novela de Karmele Jaio, La casa del padre, he leído este Amor capital pensando que no le sobra ni una coma. Qué prodigio de literatura concisa que expresa tantísimo, pero tantísimo, con tan poquitas palabras. Esa herencia envenenada de la primera frase es conocida por cualquiera que se haya enamorado alguna vez. Es la herencia del amor romántico en todas sus formas, exclusivas y asfixiantes, que nos persigue desde que tenemos uso de razón amorosa. Es la que nos inocula los celos y la inseguridad, la que transforma la persona que te gusta en una posible futura posesión. La que nos mete en las jaulas de los roles de género y nos insiste en que sin pareja no se puede vivir. 

Esta es una novela sobre las historias desiguales, cojas, en las que una está siempre tratando de profundizar mientras que el otro no deja de tratar de escabullirse. Historias construidas sobre una fragilidad, sobre un pacto no expresado que tiende al silencio para no desvelar su mentira: "siempre me quedaba con ganas de decir algo tras estar contigo". Historias que, a pesar de todo, brotan y crecen y se expanden como flores salvajes por nuestra imaginación y se convierten en esas historias apasionadas e inolvidables y ciegas que no pudieron ser y que recordamos con una sombra de dolor (y de incomodidad y de vergüenza) hasta la tumba. 

El de Olga es un amor que aúpa y luego no sostiene. Un amor que la hace menguar, que le resta autoestima, que fabrica en las horas de sus días jaulas de dependencia. Un amor de usos esporádicos y breves, que niega su singularidad humana para limitarse a satisfacer sus deseos más inmediatos. Un amor entrelazado con el sufrimiento que lo atrapa, que extiende sus brazos de enredadera por el tronco liso del deseo para llegar a su cima y asfixiarlo. 

"Llegué a pensar que amarle consistía en moldearme hasta que mi forma fuese exactamente la que él buscaba". Karmele Jaio ha escrito una novela-tesis para reflexionar sobre el amor como atadura. El amor como un sentimiento solemne, trascendental, totalizador. Que exige devotos a sus pies, como una religión. El amor como ideología reaccionaria que exige obediencia y aspira a ordenar todos los aspectos de la vida y supeditarlos a sus mandatos. Como catecismo misógino que inculca desigualdad. El amor como idea única, capital, centro y motor de todo. "El opio de las mujeres", como decía Kate Millett. Una novela-tesis para reflexionar sobre el amor como esperanza, también, para ver si es posible aflojarle los nudos sin malograr su intensidad y su belleza. 

Una amiga de la protagonista la alerta sobre el peligro de amar desde la carencia. Me ha gustado esa expresión: amar desde la carencia. ¿Quién no ha amado alguna vez así? ¿Cuántas parejas se basan en un amor así? Es una forma de amar que te lleva sin remedio a relaciones de dependencia. A "vivir presa del amor que te pueden dar", en lugar de vivir libre en el amor que puedes compartir. 

Me encanta cuando libros muy dispares dialogan entre sí. Hay una escena muy bonita de tres mujeres hablando sobre el amor y sus ataduras en una cocina, y una se queja entre risas de que cómo no van a volverse locas las mujeres si hasta follando tienen que meter tripa. Y esta frase me ha llevado directamente a una viñeta de Ideal estandarizado, el cómic de Aude Picault que acabo de leer, en la que habla exactamente de lo mismo. De estar todo el día tan pendientes del cuerpo que acaban por no poder relajarse ni pensar en otra cosa que no sea martirizarse con la mirada fiscalizadora de una sociedad que las señala. "Los hombres miran a las mujeres, las mujeres se observan siendo miradas", ya lo decía John Berger. 

"Las personas se separan, no se abandonan. Solo puede abandonarte quien tiene poder sobre ti", le dice una amiga a Olga. Y así se rescata muy a menudo a alguien de un amor tóxico, con una charla con dos amigas en una cocina. Y es que Amor capital también es una novela sobre la amistad entre mujeres, esos espacios seguros que salvan y acogen. Cuántos vínculos bonitos y cuánta complicidad se puede forjar con una conversación íntima mientras pelas patatas codo con codo para preparar una tortilla. Cuarenta minutos de preparación pueden forjar una amistad duradera y salvarte de una espiral de obsesión pesadillesca. Y convertir el jarrón hecho añicos de tu vida en una maravilla renacida de bellas cicatrices.