jueves, 11 de abril de 2024

LA BODA

"A ver, cuántos blancos conoces tú que sean capaces de mirar a un hombre negro sin fijarse en el color de su piel". Es decir, sin que el color de su piel les llame la atención, sin que sea un rasgo importante a la hora de recordarlo después. Sin que sea el rasgo fundamental, lo primero que usarán para fijarlo en la memoria o para describírselo a los demás. 

Dorothy West publicó esta novela sobre la importancia del color de la piel en las relaciones sociales, familiares y conyugales en 1995. La historia transcurre entre 1850 y 1950 y recorre cinco generaciones de una familia en las que las distintas tonalidades del color de la piel determinan su futuro. La cita con la que he empezado esta reseña se sitúa en 1950, y me atrevería a decir que, setenta y cuatro años después, sigue estando tristemente en vigor en cualquier país de mayoría blanca. 

Esta es una novela sobre la pertenencia a una comunidad y los peligros de salir de ella, aunque sea para dar un paseo. Sobre la identidad, incluso el carácter y todas las expectativas vitales, basadas en el color de la piel. Y sobre cómo la clase social puede llegar a percibirse incluso por encima del color de piel. Casarse con una persona del mismo color de piel es importante, pero lo fundamental es que forme parte del mismo círculo social. 

Me ha recordado mucho a La mitad evanescente, de Brit Bennett, por la importancia del color de la piel en el destino de los personajes y la tentación de los negros de piel clara de hacerse pasar por blancos para escapar de toda una vida de discriminación, aunque eso suponga romper definitivamente con tus orígenes y tu familia y, de alguna manera, traicionar a tu comunidad. También me ha recordado a Nella Larsen por la descripción de esos tonos de piel mestizos tan inclasificables que tanto atormentan a los racistas al desdibujar la frontera entre blancos y negros y señalar la impostura de su odio. 

La boda es una novela elegante e incisiva que, bajo su ritmo tranquilo, esconde una rabia a punto de explotar. La autora la publicó cuando tenía ochenta y ocho años. Se intuye toda una vida de indignación soterrada. De un clamor interno vestido de ternura y sofisticación. De nostalgia, también. Como la nostalgia que debieron de sentir varias generaciones de mujeres y hombres al tener que abandonar sus hogares en el sur de Estados Unidos para escapar de la barbarie de la esclavitud. Aquí lo describe muy bien: "Ya no habría más linchamientos, ni más cruces ardiendo, ni más paseos por un albañal para dejar que el «señor Charlie» tuviese la acera para él solo. Ya no habría más muerte por falta de atención médica, ni más niños analfabetos deslomándose en las plantaciones mientras los hijos de los blancos iban a la escuela. En el norte, los hombres descubrían que podían aprender a leer y a escribir sin ofender a nadie y las mujeres aprendían a no conformarse con lo que tenían. Aunque les tocase vivir cerca de las vías férreas y el aire estuviese cargado de mugre y polución, podían respirar el aroma de la libertad. Por muchos apuros que pasasen, a ninguno se le pasaba por la cabeza marcharse de allí. No obstante, la belleza indescriptible del sur los perseguiría de por vida y los viejos suplicarían que los llevasen de vuelta a casa para morir". 

Una joyita más en la ingente biblioteca de literatura contra el racismo que, mientras este no se atenúe, no dejará nunca de crecer y crecer. 




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