lunes, 16 de mayo de 2022

ARENAS MOVEDIZAS

Fui a Nueva York con P. en 2017, y recuerdo preparar el viaje con lecturas ambientadas en la ciudad. Lo difícil en este caso era qué elegir ante la variedad infinita, pero como nos íbamos a alojar en Harlem, pensé que algo del Harlem Renaissance estaría bien. Empecé con alguna novela policiaca de Chester Himes y mi madre contribuyó con su lectura de Claroscuro, la otra novela de Nella Larsen. Desde entonces, aquellos años veinte y treinta de efervescencia cultural negra se me quedaron rondando en la curiosidad y fueron cayendo en mis manos otros libros relacionados con aquella explosión cultural, como por ejemplo la impresionante La calle, de Ann Petry, que me deslumbró y que no he dejado nunca de recomendar. 

Ahora vuelvo a Nella Larsen con estas Arenas movedizas, una novela fantástica del Harlem Renaissance que reúne todos los ingredientes de ese modernismo combativo que tan atractivo me resulta: delicadeza, denuncia social, fluidez, desparpajo, preciosismo y un retrato implacable de la psicología de los personajes. La protagonista, Helga Crane, es mestiza. Su existencia representa una afrenta y una vergüenza en la vida de su familia blanca, "una llaga repugnante que había que ocultar a toda costa. Por muy ofendida que estuviera, lo comprendía, pero ¡cuánto más fácil habría sido no comprenderlo!" Tras una infancia sin afectos, poblada por fantasmas y demonios que la acechan en cada encrucijada de su vida, Helga Crane es una mujer presa del desasosiego. Como tantas mujeres negras entonces y ahora, no consigue ser feliz ni estar en paz en ningún sitio, precisamente porque no hay ningún sitio realmente donde pueda sentirse en paz y libre del hostigamiento de los hombres y de la discriminación racial. 

En los años veinte la lógica de la segregación racial alcanzaba a todos. Era dificilísimo luchar contra ella. Si aún hoy a cualquier persona mestiza junto a su familia le espera toda una vida de miradas de recelo, hace un siglo esa mezcla era un escándalo. Y ese escándalo es la cárcel que encierra a Helga Crane. Gracias a una introspección psicológica vertiginosa, nos metemos en su cabeza, en su fragilidad y en su fortaleza. Luchamos junto a ella para perseverar, pese a todo el peso de una sociedad segregada en contra. Y también suspiramos aliviados cuando encontramos complicidad en otras mujeres, esa sororidad que teje sus redes de salvamento para rescatarla del infierno de la soledad en la gran ciudad. 

Por la precariedad laboral, la dificultad de una mujer negra para salir adelante sin marido ni familia y la descripción de una ciudad hostil capaz de tragarse en su bullicio deshumanizado los sueños de cualquiera, me ha recordado a La calle, de Ann Petry, escrito veinte años después. Los tejidos que unen a la población de Harlem son difíciles de desenredar. Harlem, "el prolífico Harlem de los negros", acoge a Helga y le proporciona algo parecido a un lugar al que pertenecer. Sin embargo, la profunda conciencia de pertenecer a una raza humillada y discriminada que comparte la mayoría de la población de Harlem no quiere decir que esa población sea homogénea ni que esté de verdad unida. Los negros de clase acomodada odiaban profundamente a los blancos pero basaban su forma de vida en las comodidades que habían aprendido de ellos. Rechazaban con desprecio cualquier contacto con los blancos, preferían que se quedasen allí, en la parte baja de la ciudad, y que se guardaran para ellos solos sus queridos Estados Unidos de América con todas sus promesas falsas, pero moldeaban sus modales, su forma de vestir y el estilo de vida del que tan orgullosos estaban en el espejo de la sociedad blanca. 

Arenas movedizas es una novela compleja, llena de contradicciones e interesantísimos laberintos psicológicos. De heridas ocultas. Traumas soterrados e inconfesables. La ascendencia danesa de Helga Crane ofrece un contraste muy curioso, trasunto de la propia historia de la autora, cuya madre era danesa. Y confunde todavía más el mestizaje, incluyendo la perspectiva europea de la identidad negra. 

"La afinidad con una raza no era una simple cuestión de color, sino algo mayor y más profundo". Y esto apenas ha cambiado en un siglo. Sigue ahí, inalterable, el peso insufrible de que vean el color de tu piel antes que a ti, de que el color de tu piel te anule como persona, te sepulte bajo una tonelada de prejuicios, suposiciones y estereotipos. 

Seguiré leyendo más libros del Harlem Renaissance. Es una escuela improvisada de la que brotó una cultura fascinante, con muchos ecos potentes que resuenan con fuerza un siglo después, y de la que se puede aprender y disfrutar muchísimo.





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