jueves, 19 de mayo de 2022

MÁS QUE UNA MUJER

El feminismo es una juerga. Es una de las luchas más dolorosas, cabreantes y desgarradoras de nuestro tiempo, pero también es una juerga. Y Caitlin Moran lleva más de una década siendo un referente de esa juerga (concretamente desde aquel manifiesto inigualable titulado Cómo ser mujer). Porque aunque el feminismo hay que estudiarlo, entenderlo, debatirlo, masticarlo y enarbolarlo como bandera y escudo en las plazas y los foros que haga falta, también hay que llevárselo a la cama y reírlo y bailarlo e inflar globos de colores con él. Hay que humanizarlo. Pegarlo a nuestra vida diaria. Y la vida sin humor no merece la pena. 

Más que una mujer es un libro sobre todas las mujeres distintas que se ven obligadas a ser las mujeres cuando tienen hijos y pasan de los cuarenta y de repente sienten sobre los hombros todo el tejido de la sociedad. La autora nos propone seguirla por las horas de un día cualquiera de su vida y repasar así los desafíos a los que se enfrenta. En sus páginas aparece a menudo la palabra patriarcado ("Emplear la palabra "patriarcado" entraña cierto peligro, porque creo que en cuanto la oyen, muchos hombres temen que van a aparecer nueve mil mujeres enfurecidas y les van a cortar el pene para luego quemarlos en una gran hoguera"). Y continúa con una carcajada constante, feliz y malhablada. Si la palabra vagina te causa incomodidad y tu boca nunca ha sabido cómo pronunciarla en público sin fruncirse desesperada, este libro no es para ti. Así que, lectores puritanos, decorosos, inhibidos, mojigatos y remilgados: absténganse. 

Nuestra sociedad no tiene ningún problema con los cuerpos femeninos, a menos que haya que hablar de ellos. Y si no lo creéis, pronunciad las palabras clítoris, vulva o pezón en una reunión familiar o de trabajo y disfrutad de ese silencio. Ese espeso silencio. Ese silencio abisal, oceánico, en el que se oyen cuchillos afilándose y miradas huyendo como conejos despavoridos. Pues bien, Moran habla de clítoris, vulvas y pezones. De suelos pélvicos y pedos y cacas. De la presión social sobre los cuerpos femeninos. De las normas para todo. De esas formas correctas y únicas de hacer las cosas y cómo infringirlas supone alterar el delicado equilibrio del mundo. Y de ejércitos de mentes prejuiciosas y artríticas. 

A ratos, por la carcajada constante me ha recordado a mi admirada The Marvelous Mrs. Maisel. Y por esa jovialidad con la que dice estar rabiosa "de que el mundo decidiera, hace mucho tiempo, en qué consistía la belleza, y ni a ti ni a ninguna de tus amigas os propusieran participar en ese comité. No te permitieron atribuirte valor ni te consultaron sobre lo que considerabas admirable. Por eso estamos furiosas. Por eso lloramos. Porque la belleza es un impuesto que nos piden que paguemos en un sistema donde no tenemos ni voz ni voto". 

El patriarcado, protagonista de este libro, es el enemigo de las mujeres. Pero también es el de los hombres. Cuando los hombres se den cuenta de que si sufren estereotipos de género y discriminación y analfabetismo emocional y soledad y desesperación e ideaciones suicidas es por culpa de la desigualdad de género, ah amigos, ese día va a ser grande. Si el feminismo es la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, una pregunta a menudo descuidada y que Caitlin Moran dice que las mujeres deberían hacerse es: ¿y qué hay de los hombres? ¿Qué pasa con ellos? 

Ojalá la igualdad de género fuera un generador de identidad para los hombres de la misma manera que lo es para las mujeres. La liga de los hombres feministas. Molaría, ¿eh? Que el feminismo no solo se percibiera como la defensa de los derechos de las mujeres, sino como la lucha por la igualdad real entre mujeres y hombres. Igualdad que pasa por derribar un montón de estereotipos. Y que un hombre pueda hacer las mismas cosas que hacen las mujeres sin ser menospreciado por ello o tachado de femenino o marica o incluso temido y atacado. Por ejemplo: salir a cenar a un restaurante con otro hombre, ponerse ropa de colores, teñirse el pelo de colores o ponerse mechas, pintarse las uñas o los ojos, llorar en público, salir a bailar con amigos con el fin de bailar y nada más, tener un vocabulario emocional lo suficientemente amplio como para poder compartir emociones con otras personas, pedir consuelo, hablar hasta las tantas con su grupito de amigos hombres sobre su vida interior, ofrecer ayuda a una mujer desconocida en la calle sin generar temor o amenaza, que le regalen flores por el día del padre o por su cumpleaños (o porque sí, qué demonios). 

Mientras que las mujeres llevan un siglo y medio reinventándose, derribando mitos e imposiciones, desafiando estereotipos y pulverizando prejuicios sobre lo que significa ser mujer, la inmensa mayoría de los hombres aún no ha hecho su revolución. Ni sospecha que pueda hacerla, porque no tiene una conciencia colectiva de pertenecer a un género que también sufre discriminación por su identidad. Y en lugar de imitar la lucha de las mujeres y reivindicar la igualdad como meta para vivir de una manera más digna y más libre, muchos hombres se enrocan en sus limitaciones y se cabrean, porque perciben que están perdiendo el privilegio dominante que les daba ser hombres, un privilegio que compensaba las limitaciones que conllevaba. 

Caitlin Moran siempre abre mil debates. Da para hablar en infinitas sesiones de clubes de lectura. Es divertidísima. Delirante. Profunda. Estrafalaria. Conmovedora. Desgarradora (el capítulo sobre el trastorno alimentario de su hija es estremecedor). Ojalá nos rodearan muchas más personas como ella. 






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