Lo primero que tengo que decir de este libro es que soy un hombre y, por lo tanto, no tengo ni idea de cómo ser mujer. Por lo visto, es algo bastante extendido, también entre las propias mujeres, lo cual me tranquiliza. La misma Caitlin Moran reconoce que tampoco tiene mucha idea. De hecho, ha escrito un libro entero para averiguarlo. Fijaos la importancia.
La primera información que me llega del libro es que va de feminismo, lo que me echa un poco para atrás. Lo segundo, que es un bombazo de diversión y desvergüenza, lo cual me intriga enormemente. ¿Feminismo divertido y desvergonzado? Vamos a probarlo.
El libro empieza el día en que la autora celebra sus trece años, huyendo de una panda de vándalos que la insultan, le tiran piedras y la persiguen por el parque como una manada de hienas descontroladas detrás de un pobre antílope. Un antílope gordo, grande y que tiene tan poco de chica como esos cretinos de inteligencia. Un antílope que empieza a preguntarse, aterrorizado, mientras llora su miedo y su humillación antes de entrar en casa, cómo va a conseguir convertirse en mujer. Parece una historia dura, pero Caitlin Moran no te deja ni el más mínimo margen para que te compadezcas de ella. Te bombardea, desde la segunda página, con un humor a prueba de cualquier tipo de compasión. Probablemente es el libro más descaradamente divertido que he leído nunca. ¡Y va de feminismo! También es el libro con más signos de exclamación: la tecla del ordenador de la autora correspondiente a este signo ! debe de tener a estas alturas una bonita hondonada en forma de yema de dedo furiosa. Y eso provoca que su lectura te suba el ritmo cardíaco, te contagie un estado de exaltación constante, con frases enteras en mayúsculas como cejas levantadas y enfatizantes, como alguien que vive en un estado de euforia permanente y no para de gesticular, de hablar sin respirar, de reírse, de enfadarse, de señalarte con el dedo, de exasperarse, de desplegar una energía absolutamente arrolladora hasta que acabas rendido y tirado por los suelos riéndote con ella y pensando que esta mujer está encantadoramente chiflada.
La historia de este libro es la historia de la autora. Es autobiográfico, escandalosamente autobiográfico. Porque hablar de pudor, de timidez o de vergüenza con ella quizá lo único que provocaría sería una sonrisa y un encogimiento de hombros. Caitlin Moran es una "desenfadada columnista de periódico serio", no es una erudita. No habla de los temas fundamentales del feminismo: desigualdad salarial, ablación femenina y violencia de género. Habla de las cosas cotidianas, las cosas pequeñas y estúpidas que le pasan a cualquier mujer y que resultan igual de dañinas para su integridad. Habla de los novios, de la sexualidad, de la moda, de la ropa interior, del amor, del aborto, de la prensa sensacionalista, de la maternidad, siempre desde su propia experiencia. Y lo hace con un tono de celebración. El feminismo que defiende no es un puñetazo de rabia en la mesa ni materia académica para eruditos. Es un feminismo festivo y gritón. Un feminismo que nos interpela a todos por igual, hombres y mujeres, y te dice que, en el caso de que estés de acuerdo con que las mujeres deban ser tan libres como los hombres y puedan votar y tener una cuenta bancaria y no quieras que ganen menos, ni que las humillen, ni las violen y las condenen a más siglos de dependencia, entonces no tendrás ningún problema en subirte con Caitlin a una silla y gritar a pleno pulmón: ¡¡SOY FEMINISTA!!
Aunque es un libro brillante y asombroso, y lo recomiendo con muchas ganas, hay algunas cosas con las que no estoy muy de acuerdo. Y otras (la verdad, menos de las que esperaba) que, sinceramente, me horrorizan. No voy a entrar en ellas porque, a diferencia de la autora, tengo en mi cerebro un grupito de neuronas que saltan enloquecidas a la mera invocación de la palabra "pudor". Pero entiendo que la vulgaridad intermitente del lenguaje y la crudeza de ciertos temas puedan herir multitud de sensibilidades. Ya las estoy viendo, arrugando sus adorables naricillas burguesas al asomarse con precaución a ciertos capítulos.
Sé que este libro puede resultar ofensivo pero la naturalidad con la que está escrito es desarmante. Su humor espontáneo y brutal lo vence todo y, sobre todo, el tema que trata necesita urgentemente esta escritura hilarante y desvergonzada para sacudirse el corsé de intransigencia que le oprime. Me resultaría muy triste que la gente lo leyera, atraída por el humor que promete, como un libro de anécdotas chistosas. Es cierto, es desternillante, pero también es lúcido, imaginativo y muy beligerante con el machismo y la sociedad patriarcal en la que vivimos. Mete el dedo en el ojo de muchísimos comportamientos cotidianos, tristemente arraigados. Caitlin Moran no es solamente una provocadora, una mujer chillona, excéntrica y deslenguada que habla de masturbación femenina con cualquiera que se le ponga delante. Es una mujer que dedica al aborto, desde su propia experiencia de madre que decide abortar después de dar a luz a dos niñas, el capítulo más serio, intenso y perturbador de todo el libro. Probablemente el mejor alegato que he leído contra cualquier legislación restrictiva sobre la libertad de abortar y contra el aborto como estigma, no sólo social, sino también privado, que parece siempre conllevar pena, arrepentimiento y traumas indelebles.
Sé que este libro puede resultar ofensivo pero la naturalidad con la que está escrito es desarmante. Su humor espontáneo y brutal lo vence todo y, sobre todo, el tema que trata necesita urgentemente esta escritura hilarante y desvergonzada para sacudirse el corsé de intransigencia que le oprime. Me resultaría muy triste que la gente lo leyera, atraída por el humor que promete, como un libro de anécdotas chistosas. Es cierto, es desternillante, pero también es lúcido, imaginativo y muy beligerante con el machismo y la sociedad patriarcal en la que vivimos. Mete el dedo en el ojo de muchísimos comportamientos cotidianos, tristemente arraigados. Caitlin Moran no es solamente una provocadora, una mujer chillona, excéntrica y deslenguada que habla de masturbación femenina con cualquiera que se le ponga delante. Es una mujer que dedica al aborto, desde su propia experiencia de madre que decide abortar después de dar a luz a dos niñas, el capítulo más serio, intenso y perturbador de todo el libro. Probablemente el mejor alegato que he leído contra cualquier legislación restrictiva sobre la libertad de abortar y contra el aborto como estigma, no sólo social, sino también privado, que parece siempre conllevar pena, arrepentimiento y traumas indelebles.
"Supongo que me hicieron creer que mi cuerpo, o mi subconsciente, estaría enfadado conmigo por no haber tenido el bebé. Y que, además, su opinión sobre el tema sería en cierto modo superior, más "natural", más moral, que la decisión racional que mi ser consciente había tomado. Que las mujeres estaban hechas para tener hijos, y cada uno que no llega a término ha de ser recordado y llorado con arrepentimiento, pues no existe el perdón para algo así.
Pero lo único que vi -y lo único que veo ahora, años después- es la historia de millones de mujeres intentando reparar un error que podría destruirlas, y después seguir adelante tranquilas, agradecidas, silenciosas. Lo que veo es que puede ser una acción que sólo tenga buenas consecuencias."
Me pregunto qué voy a leer después de esto. Todo me va a parecer previsible, aséptico y monótono. Me van a faltar toneladas de controversia y carcajadas. ¡¿Cómo voy a leer páginas y páginas sin un solo signo de exclamación ni una mísera frase gritona en MAYÚSCULAS?!
Antes de leer este libro no tenía una idea cabal de qué era el feminismo. O, mejor dicho, tenía una multitud de ideas confusas mirándose mal unas a otras en mi cabeza. Caitlin Moran me ha enseñado que el feminismo es algo simple y universal, es un concepto que no hace falta aprender leyendo a Simone de Beauvoir o a Germaine Greer. Al final, ser feminista es una simple cuestión de buena educación.
Fantástica tu reflexión y la de ella, las dos, a propósito de las mujeres que deciden abortar. Las cosas reales, las decisiones conscientes, siempre están hechas de luces y sombras. Hay temas que no admiten demagogia. Gracias por la recomendación, Óscar.
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