lunes, 30 de marzo de 2015

CHARLOTTE

A veces termino un libro y necesito correr inmediatamente hacia alguien para decirle: por favor, deja lo que estés haciendo, ahora mismo, tienes que leer esto. Las historias de ciertos libros hacen florecer un entusiasmo que me acelera el pulso y me incita a salir a la calle, a pasear por las noches de primavera para respirar cualquier belleza que se le parezca, para buscar fuera de mí mismo un espejo que refleje la intensidad de lo que he leído. 
Lo ideal es saber a quién dirigir el entusiasmo. Pero no siempre es fácil. Hay libros que producen terremotos interiores tan privados que uno se resiste a desvelar los motivos de su admiración. Explicar la historia, su atractivo, su belleza, su potencia sísmica. Hay que saber hacerlo bien. O si no, desistir, y con un brillo especial en los ojos que alguien sepa reconocer, decir simplemente: léelo
Sin más. Imperativo sin concesiones. Tienes que leerlo. Ya. Ahora. 

Charlotte es Charlotte Salomon, una pintora alemana asesinada en Auschwitz a los veintiséis años. Hija de un médico de prestigio casado en segundas nupcias con una cantante de ópera, la familia de su madre le legó una tendencia al suicidio escalofriante. Su madre, su tía, su abuela, su bisabuela: las mujeres de su familia se suicidaban. Exiliada en el sur de Francia desde 1938, en apenas dos años creó una obra autobiográfica de una sinceridad y originalidad sobrecogedoras, mezclando pintura y textos en más de mil cuadros. El arte le sirvió de refugio contra la locura y el miedo. Revivir su pasado. Hacer resucitar a sus muertos. A su madre, a su tía, a su abuela. Pero también al amor perdido, al amor enterrado en una relación rota por el exilio y recordado hasta la extenuación para mantener la memoria y la voluntad de seguir viviendo. Crear, recrear su vida hecha pedazos para dar un sentido a los latidos que calientan su sangre y que luchan contra el peligro de un mundo que desde fuera y desde dentro quiere su muerte. El arte como la única posibilidad de vivir, el arte como el contenido único de una vida que ha ido perdiendo, muerte a muerte, su razón de ser. Se encierra en sí misma, en sus recuerdos, con los que establece la medida de todas las cosas. Los recuerdos le mueven las manos, le abren los ojos cada mañana, colorean sus días, la animan a seguir. Los recuerdos la definen, alimentan la llama que la proyecta hacia el futuro. 
Su obra, titulada ¿Vida? ¿o teatro?, será un mundo entero, un mundo cerrado y completo, el testimonio descarnado y vibrante de una mujer encerrada en sí misma para tratar de sobrevivir a través del arte a una muerte inevitable. 

Sus cuadros y sus textos me transmiten un ansia de vivir arrolladora. Y también cierta tristeza, cierta desesperación resignada. Una belleza entristecida por un amor que no supo combatir el miedo. 

David Foenkinos ha escrito un libro maravilloso. Formalmente parece un poema. Versos cortos acabados en un punto. Y es lógico, porque hay un aliento poético que recorre la historia como una ensoñación. Lo he leído en trance. Al principio despacio, luego deprisa, sin respirar, luego volviendo a saborear ciertas frases, el impacto de las revelaciones. 

Al pasar la última página de este libro, al mirar el último punto, me he quedado quieto, con la vista perdida en el blanco del papel. Escuchando hacia dentro. Sintiendo el vacío en mi interior como el silencio que hace vibrar en la emoción la resonancia de los últimos acordes de una música estremecedora. 

Charlotte Salomon (1939)


jueves, 26 de marzo de 2015

LA GRANDEZA DE LA VIDA

En el verano de 1923, Franz Kafka empieza a dormir por las noches. Se recupera. Ha ido con sus hermanas a descansar a Müritz, en el Báltico, y ha conocido a una muchacha del Este llamada Dora Diamant que no le quita los ojos de encima. Debería dudar, se está precipitando hacia una nueva vida y debería tener miedo. Pero duerme. Y los fantasmas no aparecen. 

Ha visto en ella algo que nadie había visto antes, le confiesa Dora. La ha descubierto para sí misma y para el mundo, y ella simplemente no puede resistirse a que siga internándose en sus misterios. A la sensación embriagadora de sentirse cada día nueva y mejor a través de sus ojos. 
Pasean por la playa, cenan juntos, apenas se miran a los ojos. Lo que se dicen desaparece enseguida, de sus caricias tampoco retienen más que los contornos, un sube y baja ondulante, los suspiros, un susurro de cuando en cuando, sin un orden concreto. Hasta ahora no se había conocido a sí misma, le dice a él siempre que puede. Sólo ha empezado a conocerse estando a su lado. 

Al final del verano, Franz y Dora se van a vivir juntos a Berlín. La ciudad es un caos, sus calles vibran con el gruñido de las multitudes, enfurecidas por el hambre. La moneda no para de devaluarse, con un millón de marcos no se compra ni una barra de pan, y Hitler ya empieza a preparar su golpe de estado en el sur. Pero ellos apenas lo notan. Están juntos. Él, cada día un poco más enfermo. Ella, cada día un poco más segura de que ése es el lugar donde quiere estar. A su lado. Cuidándole. Amándole.

Sueñan con lo que harán en el futuro, aunque haya días en que él apenas tiene fuerzas de salir de la cama. Sueñan con una casa, con viajar a París, con tener hijos. Hablan de ello, en susurros, porque a veces a él ni siquiera le sale la voz. Bajan al parque y se encuentran a una niña llorando desconsolada porque ha perdido a su muñeca. Franz se agacha y le sonríe. No te preocupes, le dice, tu muñeca no se ha perdido, yo sé dónde se encuentra. ¿Y cómo lo sabes? Lo sé, pequeña, porque me ha escrito una carta. ¿Una carta? Sí, una carta. ¿Y dónde está? La tengo en mi casa, mañana te la bajo. 
Mientras Franz le escribe a la niña una carta detrás de otra de parte de su muñeca, contándole sus aventuras por el mundo y las razones por las que le será muy difícil volver a verla, Dora sonríe y sueña con otra vida, casi igual a la que llevan. Otra vida sin enfermedad, igualita a esta. 

Este libro recrea con infinidad de detalles lo que pudieron ser los últimos doce meses de la vida de Franz Kafka junto a Dora Diamant: su otoño e invierno en Berlín, y después, los continuos traslados de un sanatorio a otro buscando una cura para una enfermedad imparable. 
Ella estaba entera, pero aturdida. Aturdida por la costumbre de no preocuparse ya nunca por sí misma. El miedo siempre la acompañaba, el miedo que había estado ahí desde el principio, algo acechante que, en la medida de lo posible, evitaba mirar. Y a veces, cuando se sentía exhausta, se permitía el leve consuelo de la rabia, por la impotencia de luchar contra un final inexorable sin más recursos que el amor de sus manos desnudas. 

Hay ciertas cosas que no se hacen por deber, ni por lealtad. Sólo el amor las inspira. 
Una enfermedad terminal puede intoxicar el amor entre dos personas, o al contrario, puede despojarlo de todas sus contingencias y reducirlo a su expresión más pura, más brutal, primaria e irrompible. Un amor así es terrible y conmovedor: te rompe y te acaba transformando en otra cosa. 
Una enfermedad terminal transforma el pasado en algo extraño, objetos decorativos que no cumplen ya ninguna función, pues en ellos no había que luchar por vivir. Es como si las primeras semanas pasadas con él se congelaran, como algo que uno sostiene en la mano porque alguna vez tuvo una importancia inmensa: un jarrón, una piedra de colores, una concha, cosas que ni siquiera transmiten un ápice de lo que fueron. A veces, Dora tiene la sensación de velar una cama vacía, pues ese cuerpo que lava y asea todas las mañanas parece deshabitado del amor de Franz. Desde ese cuerpo cada vez más vacío, él le pregunta: ¿cuánto tiempo aguantarás esto? Y después, apartando la mirada: ¿cuánto tiempo aguantaré yo que lo aguantes? Y ella le besa la piel sobre los huesos mientras sigue lavándole, lo cual no debería suceder, nunca, pero sucede, y no deja de ser terrible y hermoso. 

Casi siempre, la enfermedad provoca distancia y extrañamiento. Mutila la ternura y la comprensión de los que la sufren. Este libro es un homenaje a los valientes que permanecen junto a la persona amada aunque se haya vuelto irreconocible y su amor por ella se quede sin punto de apoyo, sin espejo ni realidad alguna a la que aferrarse.
Dora lo perderá todo cuando él ya no esté: sus manos, su boca, la protección que él le había brindado, como si su amor fuese una casa y alguien quisiera echarla de allí para siempre. 
La muerte la desahuciará de ese amor. Y aun así, se queda. Hasta el final. Ofreciendo a la persona que ama el consuelo del amor que nunca le abandona. Un consuelo hecho de un sentimiento desnudo, tenso e irrompible, que le permita a él dejarse ir en paz. 


lunes, 23 de marzo de 2015

RICCIARDI Y LA DIFUSA FRONTERA ENTRE LO CORRECTO Y LO INCORRECTO

El sargento Maione camina por las calles de Nápoles, vestido de civil, buscando al hombre que mató a su hijo. Aún no sabe qué desvelos o venganzas guían sus pies. Otro hombre, recién fallecido, cumplió condena en su lugar, un hermano mayor del crío que ahora busca, criminal confeso que buscó expiar sus pecados asumiendo el delito de un alma inocente. Con la ley ya no puede castigarlo. Sólo sus propias manos podrían. 
El sargento Maione se esconde en la oscuridad de un zaguán para espiar la felicidad del hombre que mató a su hijo. Lo ve sentado en su humilde taburete, tallando piezas de madera ante la mirada encandilada de un corro de niños. Lo ve abrazar a su hijo pequeño, a su mujer. Y por primera vez en su vida, en su interior, lo correcto y lo incorrecto empiezan a cambiar de sitio, a moverse sin orden ni concierto, difuminándose y transformándose en conceptos volátiles e inasibles como los globos escapados de la mano de un niño, volando desordenados en el cielo gris. 

El comisario Ricciardi camina por las calles de Nápoles, sin abrigo ni sombrero, debatiéndose entre la posibilidad de dos amores. O de ninguno. Por un lado, una chica dulce que le ofrece paz, cariño y una vida tranquila que apacigüe su espíritu atormentado. Por el otro, una mujer irresistible que le ofrece fuego, torbellinos y una vida apasionada a la que entregarse para olvidar sus noches en vela. 
Y pese a su convicción de que el amor engendra monstruos y que su íntimo e inconfesable sufrimiento lo condena a una vida de soledad, el comisario Ricciardi siente que ya no distingue bien entre lo correcto y lo incorrecto, que el deber se difumina siempre ante las emociones imprevisibles y que su voluntad se ha vuelto ligera y volátil como esos globos que se escapan de las manos de los niños y terminan coloreando el cielo gris de la ciudad de Nápoles. 

Quinta y sexta novela, respectivamente, de la serie protagonizada por el comisario Ricciardi, Con mis propias manos y Y todo a media luz se adentran en el año 1932 con nuevos casos, nuevos desafíos para nuestros queridos investigadores, que cada vez tienen más problemas para mantenerse al margen de la sombra fascista que se cierne inexorablemente sobre la sociedad italiana, intoxicando de miedo y de rabia sus vidas siempre al límite.



jueves, 19 de marzo de 2015

PARA LOS PADRES QUE PERMANECEN

Para los padres que permanecen, que se esfuerzan
en ser cada día la palabra contra la indiferencia,
para los que dialogan, abren las manos
y acogen en ellas las risas y los llantos,
para los que besan, los que acarician,
los que no se avergüenzan de la ternura,

para los que enseñan porque aman aprender,
para los que aprenden porque aman enseñar,
para los que se equivocan y se caen
y se obstinan en levantarse de nuevo,

para los que viven en hospitales, 
para los que han sufrido la amputación 
innombrable de perder un hijo
y han sabido resistir para contarlo,

para los que ya nunca duermen toda la noche,
para los que han viajado y viajarán
por todos los infiernos que caben en un paraíso,
para los que aprenden una nueva forma de querer,

para los intrépidos, los pacientes, los flexibles,
para los que se rompen y no olvidan
la necesidad de reconstruirse,
para los que se apagaron y cuya memoria 
sigue latiendo en los que nunca podrán olvidarles,

para los padres que permanecen,
para los que están,
para los que no pudieron quedarse,

para los que son, 
día tras día, 
lo contrario del silencio. 



miércoles, 18 de marzo de 2015

UNA TRILOGÍA PALESTINA

Es raro encontrar un escritor palestino cuya literatura no trate, de una forma u otra, el conflicto con Israel. El exilio, la desposesión, la humillación y la rabia están incrustados en el pueblo palestino desde hace tanto tiempo que ya forman parte de su identidad y de su carácter. Y desde los años sesenta, la literatura empezó a nutrirse de ellos para expresarse. Y para erigirse en dedo acusador, en combatiente temprano de la lucha contra la agresiva prepotencia de Israel. 

Con apenas doce años, Gasán Kanafani (1936-1972) sufrió en sus propias carnes la Nakba ("La Catástrofe"), como los palestinos llaman a la limpieza étnica perpetrada por Israel a raíz de su nacimiento como estado. Tuvo que exiliarse junto a su familia y los hechos que presenció alimentaron desde muy pronto su compromiso político. Fue uno de los fundadores del Frente Popular para la Liberación de Palestina en 1967 (organización político-militar de línea dura dentro de la OLP), y murió asesinado, junto a su sobrina, de 17 años, por una bomba colocada bajo su coche por los servicios secretos israelíes. 
Con apenas 36 años se convirtió en el gran renovador de la literatura palestina, ya que, a pesar de su vocación realista, Kanafani utiliza estructuras narrativas complejas y un lenguaje estilizado y poético, rico en símbolos y metáforas. 

Esta trilogía se compone de tres novelas muy breves (ninguna supera las cien páginas) que representan tres etapas en la toma de conciencia de la situación del pueblo palestino. 
En la primera, tres hombres de tres generaciones distintas tratan de emigrar a Kuwait, huyendo de la miseria económica y moral de los campos de refugiados creados a partir de 1948 por la ONU para salvar a los miles de palestinos expulsados de sus tierras y hogares. 
En la segunda, dos hermanos hacen frente a la adversidad plantándole cara, luchando por liberarse de la opresión, aunque lo único que les espere sea la muerte. 
Y en la tercera, el hijo de la madre protagonista se enrola con los fedayín y participa en las operaciones de resistencia armada contra el ejército israelí inmediatamente antes y después de la derrota de los ejércitos árabes en junio de 1967. 

Gasan Kanafani
He leído este libro fascinado. Nunca pensé que pudiera encontrar una historia que fuera el complemento literario de ficción del maravilloso ensayo de Edward W. Said llamado La cuestión palestina (1979). Porque además de por su compromiso político, este libro me ha llamado mucho la atención por su fuerza expresiva. El ejemplo del arranque de la primera novela es perfecto:

Boca abajo, con el pecho pegado a la tierra húmeda, Abu Qais la sentía palpitar bajo todo su cuerpo. Eran los latidos de un corazón cansado. Todo se fundía en un solo palpitar, desde la más pequeña partícula de arena hasta la parte más recóndita de su ser. Siempre que pegaba el cuerpo a la tierra, sentía el mismo latido. Era el corazón de la tierra que, desde lo más profundo de sus entrañas, pugnaba por abrirse un camino en busca de la luz. [...] Y el olor. El olor que, cuando respiraba, le fluía por la frente y se desparramaba, adormecedor, por todas sus venas. Era el mismo olor que desprendían los cabellos de su mujer cuando salía del baño, el mismo, el olor de una mujer chorreando agua fría y los cabellos mojados sobre el rostro. 



sábado, 14 de marzo de 2015

NO, MI GENERAL

¡Bravo por Zaida Cantero e Irene Lozano! Dos mujeres valientes que han sabido enfrentarse a la injusticia, a la calumnia y a la destrucción moral y profesional que durante seis años ha sufrido Zaida dentro de las Fuerzas Armadas.

Seis años de persecución encarnizada para intentar meterla en la cárcel sin ningún motivo, o mejor dicho, por haber sido ella la víctima de una agresión sexual y profesional y haberse atrevido a denunciar a su acosador, el teniente coronel Isidro-José de Lezcano-Mújica Núñez.

El corporativismo militar no podía permitir que una capitán, por más brillante que fuera su historial, denunciara a un superior por vejaciones, acoso, amenazas y agresiones físicas. La justicia militar es un mecanismo de impunidad, arbitrariedad e injusticia dentro de las Fuerzas Armadas y mientras no cambien la mentalidad y los hábitos heredados del franquismo que todavía perduran en las grandes familias de militares como la de Pardo de Santayana, las cosas no pueden mejorar y los militares españoles no podrán aspirar al derecho fundamental de tener un juicio justo y con garantías.

Absolutamente necesaria la lectura de este libro para conocer en profundidad cómo funciona el mecanismo del Ejército, sus virtudes, pero sobre todo sus anquilosadas y oxidadas estructuras, porque no ha entrado allí todavía la democracia ni la ética que deben regir una institución al servicio de los ciudadanos.

(Recomendado por Isabel)


domingo, 8 de marzo de 2015

8 DE MARZO DE 1908: UNA FECHA PARA RECORDAR Y UNA REFLEXIÓN

El 8 de marzo de 1908, en Nueva York, más de cien costureras empleadas en la fábrica Sirtwood Cotton murieron abrasadas. Se habían encerrado pacíficamente en su lugar de trabajo con el objetivo de secundar la huelga que tenía movilizadas a decenas de miles de mujeres y que reivindicaba la igualdad salarial con los hombres, algo que todavía hoy, 107 años después, no se ha conseguido. Pedían también la mejora de las condiciones higiénicas de la fábrica, un tiempo para la lactancia y la reducción de la jornada diaria a sólo diez horas. El empresario no sólo no dialogó con ellas, sino que ordenó cerrar todas las puertas con candados y prender fuego a las instalaciones. La masacre se consideró símbolo de la explotación laboral salvaje a la que estaban sometidas las mujeres y se estableció esa fecha para conmemorar cada año la lucha de las trabajadoras en todo el mundo.

Uno de los principales objetivos del milenio que se pusieron en el año 2000 y que debían haberse cumplido en este año 2015 era promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer. ¡Qué lejos estamos de ese objetivo! Y aun así, se han conseguido cosas.

Hace pocos días regresé de un viaje a Kasenda, un lugar remoto de África, en Uganda, a cinco horas de viaje de Kampala, la capital. La ONG Kelele África ha puesto una semilla en ese rincón maravilloso construyendo una escuela infantil para 75 niños cuya pedagogía tiene un pilar importante y transversal: la igualdad de género.

A pesar de la miseria de la zona me encontré con una grata sorpresa cuando indagamos acerca de la situación tan precaria de las mujeres. Reconocían como un grave problema el hábito de las borracheras masculinas que son sinónimo de violencia. Pero ante esa realidad allí han tomado medidas que me parecieron muy adecuadas. Tienen una especie de consejo comunal o vecinal al que acuden las mujeres que han sido maltratadas y que tiene la autoridad moral para dirigirse al agresor, censurar su comportamiento e incluso imponerle un castigo. Es un sistema que funciona porque viene del mismo núcleo vecinal y es el prestigio y el buen nombre lo que está en juego, en un lugar donde no existe autoridad civil alguna. 

En nuestra sociedad occidental "avanzada", muchas veces siento que al dejar en manos de las autoridades la gestión de la violencia, eludimos nuestra responsabilidad y miramos para otro lado como si no nos atañera. El ejemplo de tantos casos en los que quizá por temor a inmiscuirnos no nos involucramos es un síntoma de la frialdad, la indiferencia y la falta de solidaridad que a cualquiera que venga de África o América no puede dejar de llamarle la atención. Sociedad avanzada, sociedad despiadada. 

La tarea maravillosa de ONGS como la fundación Vicente Ferrer en la India o nuestra pequeña Kelele África es un pequeño ejemplo de todo lo que es necesario hacer para mejorar la condición de la mujer en todo el mundo. Porque la igualdad de un derecho inaplazable. 

Isabel Sancho





viernes, 6 de marzo de 2015

MUJERES: DE DÓNDE VENIMOS, A DÓNDE VAMOS

Nuestros pasos están llenos de caminos y es muy importante conocer por dónde transitaron para llegar a donde estamos. Y todavía mucho más importante es saber a dónde queremos llegar para conducirlos en la dirección adecuada.

Con frecuencia me hago una pregunta: ¿por qué la implantación universal de los Derechos Humanos no es capaz de movilizar todos los días a millones de personas? Sin esos derechos es imposible vivir con dignidad y precisamente son los derechos de las mujeres los más vulnerados en el mundo.

Para hacernos una idea de todo lo que hemos avanzado, de las cotas de libertad conseguidas, a pesar de todo lo que nos falta, sólo necesitamos echar un vistazo a la historia de los últimos cuarenta años.

Con la Segunda República, en España se habían conquistado derechos fundamentales para la mujer, como el voto, que consiguió en 1931 Clara Campoamor, el derecho al divorcio y al aborto. El franquismo, con el apoyo unánime de la Iglesia, los anuló. Mientras los movimientos feministas en muchos países lograban avances sustanciales, aquí fueron reprimidos y así impidieron que las mujeres casadas pudieran trabajar en talleres y fábricas, se derogó la ley del matrimonio civil y la del divorcio, se eliminó la coeducación, las funcionarias ya no pudieron ser jefas de administración, ni notarias, ni registradoras ni diplomáticas. Al ser ilegalizado el aborto se prohibió la fabricación, consumo y venta de cualquier método anticonceptivo.

Hasta 1963 no fue eliminado el "derecho" de los maridos a matar a sus mujeres adúlteras. Hasta los 70, los padres podían entregar a sus hijos en adopción sin contar con la madre. Hasta 1972 las mujeres no podían salir de la casa paterna sin autorización antes de los 25 años. Hasta 1975 se necesitaba el permiso marital  para casi todo: abrir una cuenta corriente en el banco, viajar, trabajar, firmar un contrato, disponer del dinero propio. Sin licencia, ni siquiera se podía regentar el negocio que la mujer podía tener antes del matrimonio. Tampoco recibir una herencia aunque fuera de sus padres, ni ser albacea. Prácticamente la mujer sin licencia solo podía hacer testamento. No podía sacar un pasaporte ni el carnet de conducir. Si se casaba con un extranjero perdía la nacionalidad española, aunque no saliese de España. 

La dictadura nos anuló, nos convirtió en objetos para ser usados por los hombres. Cuánto trabajo, esfuerzo y tiempo costó luego revertir tanta injusticia, tanta arbitrariedad, porque la educación que se impartió durante esos años consiguió construir un machismo que se llenaba de "razones" para impedir que defendiéramos nuestros derechos y el resultado es que todavía quedan demasiados vestigios de esta sinrazón en la mente adulterada de algunos hombres.

Hemos conseguido cosas, sí, pero todavía quedan muchas por alcanzar y lo peor es que la defensa de nuestros derechos está siendo contestada con muchísima violencia: mujeres maltratadas, asesinadas, incluso utilizando a los hijos para profundizar el daño.

Todavía no hemos conseguido conciliar trabajo y familia, el paro femenino sigue siempre por encima del masculino a pesar de que ganamos un 30% menos, ocupamos el trabajo más precario o parcial porque siempre a las mujeres nos toca ser las cuidadoras: de los enfermos, de los niños, de los padres, de los abuelos. La dedicación de horas domésticas se multiplica y el techo de cristal sigue ahí en las empresas más importantes y en la administración.

Por eso la tarea no ha terminado, hay que continuar luchando por nuestros derechos y sobre todo convencer a las nuevas generaciones, a las que parece que la lucha por la igualdad de género les suena a cosa del pasado o trasnochada, de que, por su propio bien, reconduzcan su apreciación porque el feminismo es sinónimo de igualdad de derechos y eso es sencillamente irrenunciable si queremos una vida digna.

Isabel Sancho. 



jueves, 5 de marzo de 2015

FEMINICIDIO

Feminicidio. Sí, la palabra asusta. Varios clientes ya se me han espantado al ver la portada de este libro expuesta bien visible a la derecha del mostrador. Qué horror, qué terrible, hay que ver lo que pasa en el mundo. Y yo les sonrío con el pesar empático que demandan sus comentarios, pensando que tienen razón, que es terrible, pero que esto no pasa en el mundo, al menos no en ese mundo bárbaro que imaginan tan alejado de nuestros sofás cuyas víctimas nada tienen que ver con nosotros. No, esto pasa en este mundo, en el nuestro, en nuestro país, a gente como nosotros, mujeres y niñas como las que amamos y besamos todos los días. Esto pasa aquí y ahora. Y sí, es un espanto. Y aunque poco podemos hacer más que decir qué barbaridad, pasar la mirada por encima de este libro y que el espanto ceda frente a la curiosidad, y que la curiosidad se alimente de indignación, es quizá un buen paso. Luego podremos, como Mafalda, volver a nuestros juegos, a nuestros dilemas, a nuestras pasiones, y aunque se nos chafe un poco la sonrisa, a nuestra vida cotidiana que por suerte no se ve diariamente amenazada de muerte.


El feminicidio es el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres. La palabra es nueva, lleva usándose apenas treinta años y hace sólo siete que está en el diccionario. Pero la barbarie que describe es antigua como el mundo. Las palabras son importantes. Con ellas nombramos la vida, el mundo que nos rodea, y lo hacemos nuestro. A través de ellas lo comprendemos y tenemos el poder de cambiarlo para mejorarlo. Es difícil luchar contra una injusticia o un crimen si éste no tiene un nombre. Uno tiene la impresión de perseguir a un fantasma, de ser agredido por un ser invisible que golpea una y otra vez desde la impunidad. Este libro pretende acabar con esa invisibilidad, poner sobre la mesa (y sobre el mostrador de las librerías) una palabra que espante, que estremezca, que sacuda a quien la lea, para que el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres deje de ser ese fantasma incómodo sin nombre del que nadie quiere hablar. 

Nosotros, como libreros, apelamos a la persona que se acerca, nos sonríe y encuentra un placer determinado en dedicar unos minutos de su tiempo a curiosear entre libros. Hablamos con ellos, orientamos, intercambiamos opiniones y, en contadas ocasiones, discutimos cordialmente. A veces colocamos libros contundentes en lugares muy visibles, libros que no necesitan explicación ni recomendación expresa para atraer las miradas. Consideramos que son libros importantes, que aunque no interesen a una mayoría, hay una minoría para la que tienen que estar disponibles de frente y sin tener que buscarlos. Libros como revelaciones, como gritos mudos que apelan a la sensibilidad social y política de cada uno de nosotros. Nuestra responsabilidad para formar criterios es muy limitada. Somos el eslabón final de la cadena de distribución del libro. Pero aspiramos a ser un eslabón lúcido, comprometido y sugestivo. Y con libros como éste ponemos nuestro granito de arena para subrayar nuestro compromiso con lo que consideramos justo y necesario. 

Este libro también apela a la persona que se acerca, nos sonríe y curiosea. Pero no se limita a ese ámbito doméstico. Este libro apela al Estado para que se comprometa a luchar contra la violencia contra las mujeres y reconozca "que el concepto de ciudadanía no se sostiene mientras las mujeres no alcancen la plena igualdad de derechos". Porque "mientras tengamos un modelo de Estado que no se comprometa - en todos los países del mundo y de manera trasnacional - a dar garantías jurídicas para la erradicación de las distintas formas de violencia que acechan a las mujeres: sexual, económica, política, simbólica, mediática, institucional..., la igualdad seguirá siendo una meta lejana". 



martes, 3 de marzo de 2015

UN DISFRAZ EQUIVOCADO

"No soy nada.
Nunca seré nada. 
No puedo no ser nada. 
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo".

Hay editoriales para las que los libreros seguimos siendo la novia difícil. Nos agasajan, nos llaman muy de vez en cuando para no agobiarnos, nos preguntan cómo nos va. Nos hablan de sus virtudes, de sus mejores títulos, con la convicción del que sabe que el producto de su pasión tiene que enamorar si logra encontrar la comunicación adecuada. Pero son conscientes de que los libreros vivimos aturdidos de atenciones, rodeados diariamente de un número vertiginoso de placeres ocultos tras las tapas de todos esos libros irresistibles que nunca tendremos la ocasión de leer. Y apenas tenemos tiempo de atender a todos nuestros potenciales pretendientes. 

Pero a veces, alguna editorial encuentra el camino, las palabras o simplemente el título que acierta de lleno en la diana de nuestra emoción. Nos lo envían por correo de regalo unos días antes de que salga a la venta y, al abrir el sobre marrón, nos sentimos de repente la novia conquistada, la novia deseosa de entregarse a un placer inaplazable. 

Nuestro último placer inaplazable es una antología bilingüe de Pessoa llamada Un disfraz equivocado. El poeta lisboeta de las mil caras nos encanta, cómo no, pero su secreto, sin duda, son las ilustraciones. Simbolistas, melancólicas, oníricas, no pueden no ser nada, porque contienen todos los sueños del mundo. 

Hay editoriales para las que los libreros seguimos siendo la novia difícil. Pero hoy, como tantas otras veces antes, para la editorial Nórdica nos hemos convertido en la novia rendida y feliz que quiere más.