viernes, 6 de marzo de 2015

MUJERES: DE DÓNDE VENIMOS, A DÓNDE VAMOS

Nuestros pasos están llenos de caminos y es muy importante conocer por dónde transitaron para llegar a donde estamos. Y todavía mucho más importante es saber a dónde queremos llegar para conducirlos en la dirección adecuada.

Con frecuencia me hago una pregunta: ¿por qué la implantación universal de los Derechos Humanos no es capaz de movilizar todos los días a millones de personas? Sin esos derechos es imposible vivir con dignidad y precisamente son los derechos de las mujeres los más vulnerados en el mundo.

Para hacernos una idea de todo lo que hemos avanzado, de las cotas de libertad conseguidas, a pesar de todo lo que nos falta, sólo necesitamos echar un vistazo a la historia de los últimos cuarenta años.

Con la Segunda República, en España se habían conquistado derechos fundamentales para la mujer, como el voto, que consiguió en 1931 Clara Campoamor, el derecho al divorcio y al aborto. El franquismo, con el apoyo unánime de la Iglesia, los anuló. Mientras los movimientos feministas en muchos países lograban avances sustanciales, aquí fueron reprimidos y así impidieron que las mujeres casadas pudieran trabajar en talleres y fábricas, se derogó la ley del matrimonio civil y la del divorcio, se eliminó la coeducación, las funcionarias ya no pudieron ser jefas de administración, ni notarias, ni registradoras ni diplomáticas. Al ser ilegalizado el aborto se prohibió la fabricación, consumo y venta de cualquier método anticonceptivo.

Hasta 1963 no fue eliminado el "derecho" de los maridos a matar a sus mujeres adúlteras. Hasta los 70, los padres podían entregar a sus hijos en adopción sin contar con la madre. Hasta 1972 las mujeres no podían salir de la casa paterna sin autorización antes de los 25 años. Hasta 1975 se necesitaba el permiso marital  para casi todo: abrir una cuenta corriente en el banco, viajar, trabajar, firmar un contrato, disponer del dinero propio. Sin licencia, ni siquiera se podía regentar el negocio que la mujer podía tener antes del matrimonio. Tampoco recibir una herencia aunque fuera de sus padres, ni ser albacea. Prácticamente la mujer sin licencia solo podía hacer testamento. No podía sacar un pasaporte ni el carnet de conducir. Si se casaba con un extranjero perdía la nacionalidad española, aunque no saliese de España. 

La dictadura nos anuló, nos convirtió en objetos para ser usados por los hombres. Cuánto trabajo, esfuerzo y tiempo costó luego revertir tanta injusticia, tanta arbitrariedad, porque la educación que se impartió durante esos años consiguió construir un machismo que se llenaba de "razones" para impedir que defendiéramos nuestros derechos y el resultado es que todavía quedan demasiados vestigios de esta sinrazón en la mente adulterada de algunos hombres.

Hemos conseguido cosas, sí, pero todavía quedan muchas por alcanzar y lo peor es que la defensa de nuestros derechos está siendo contestada con muchísima violencia: mujeres maltratadas, asesinadas, incluso utilizando a los hijos para profundizar el daño.

Todavía no hemos conseguido conciliar trabajo y familia, el paro femenino sigue siempre por encima del masculino a pesar de que ganamos un 30% menos, ocupamos el trabajo más precario o parcial porque siempre a las mujeres nos toca ser las cuidadoras: de los enfermos, de los niños, de los padres, de los abuelos. La dedicación de horas domésticas se multiplica y el techo de cristal sigue ahí en las empresas más importantes y en la administración.

Por eso la tarea no ha terminado, hay que continuar luchando por nuestros derechos y sobre todo convencer a las nuevas generaciones, a las que parece que la lucha por la igualdad de género les suena a cosa del pasado o trasnochada, de que, por su propio bien, reconduzcan su apreciación porque el feminismo es sinónimo de igualdad de derechos y eso es sencillamente irrenunciable si queremos una vida digna.

Isabel Sancho. 



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