jueves, 25 de febrero de 2016

PARIS-AUSTERLITZ

Leo en la faja de este libro: 
"El mejor escritor español del siglo XXI". 
"El cronista moral de la realidad española reciente".

Y a raíz de su muerte en agosto de 2015, escuchaba: 
"La gran pérdida de las letras españolas". 
"La literatura española se ha quedado huérfana". 
Y me callaba, ante tanto aplauso unánime, el hecho de que el único libro que había empezado de él, En la orilla, no había podido terminarlo.

Todas las reseñas que he leído de Paris-Austerlitz, su librito póstumo, publicado en enero, se centran en la obra del autor, en su importancia, en que aunque sin duda este es un libro menor dentro de su imponente legado, está lleno de su más íntima esencia, y se lanzan a trazar análisis comparativos, a destacar temas comunes y subrayar sus triunfos más logrados. 

Yo poco puedo añadir al respecto. De En la orilla recuerdo un mundo oscuro, sórdido, moralmente envenenado que me repelió al instante y del que quise alejarme instintivamente, sin meditar mucho las razones. Y algo de eso he encontrado también en Paris-Austerlitz, pero enfocado de otra forma, o quizá con otros caminos más transitables para mi sensibilidad. He encontrado algo en esta historia, algo que sé que no me pertenece, un paisaje que, aunque no me acoja ni refleje nada de lo que soy, me es familiar, como una vieja canción cuya melodía podría tararear pero de la que jamás podría recordar la letra. En el mundo literario de Chirbes podría vivir, pero sólo de paso, de visita. Admiro su lenguaje, las imágenes, las dobleces sutiles y perfiladas de su fluidez narrativa. Releo ciertos párrafos y me gustan, me gustan de verdad. Pero de lejos. Con cuidado. Espero no llegar nunca a vivir ni sentir como sus personajes. Su París no es mi París (que conozco, como Chirbes, por haber vivido un tiempo). Su París es una ciudad gris perla, color pastis, invernal, que me afecta y que visito como un invitado fascinado y a la vez intimidado por su rudeza y su hostilidad.

Paris-Austerlitz cuenta la relación sentimental entre un hombre maduro, de clase obrera, agonizante en una cama de hospital, y un joven pintor extranjero cuyo amor ha languidecido hasta convertirse en compasión, o desagrado, o responsabilidad. Es una historia de amor desigual, de amor que se hunde en palabras emborronadas y dispersas, en una vida de bares, de suspicacias y desencuentros. Ambos son víctimas en busca de afecto, de una piel, la que sea, contra la que hundir sus miedos y su deseo; un calor en la cama, un cuerpo sobre el que dormirse cada día, una compañía para tratar de olvidar. Ambos aman, quizá, para pedir auxilio, para no estar solos, para no ceder a la evidencia de que el amor caduca y el deseo se extingue. 

Es posible que lea algo más de Chirbes. Crematorio, cuyo tema me apasiona. O alguna de sus primeras novelas. Pero si lo hago, ya estoy avisado de que será una lectura de visita, un viaje con el billete de vuelta sacado de antemano. 


lunes, 22 de febrero de 2016

¡ASÍ DE GRANDE!

¡Un gozoso descubrimiento en la librería! Hacía meses que ¡Así de grande!, una novela de Edna Ferber publicada por Nórdica Libros, estaba ahí sin que nadie le dedicara una mirada. Óscar me la ofreció sin haberla leído, pero confiando en la excelente opinión que le merece esta pequeña y exquisita editorial.

Este fin de semana tormentoso se iluminó para mí gracias a la lectura de esta novela deliciosa que hizo vibrar todas las cuerdas de mis emociones. Me enamoré de Selina, su principal personaje, una mujer fuerte, personalísima, de carácter firme e ideas claras que ama la belleza y no decae en el esfuerzo, que busca la verdad allí donde se encuentre.

No conocía nada de esta escritora estadounidense, hija de judíos húngaros y mi sorpresa ha llegado cuando veo que esta novela, escrita en 1924, ganó el premio Pulitzer el año siguiente. Además, fue llevada al cine en tres ocasiones: la primera en versión muda, la segunda en 1932 y la tercera en 1953, protagonizada por Jane Wyman. En 1942 se hizo una versión radiofónica.
En Estados Unidos se le dedicó una serie de sellos postales y en su ciudad natal, una escuela de primaria lleva su nombre. Escribió cuentos, novelas cortas, musicales, guiones, obras de teatro, una obra amplísima que tuvo mucho éxito. Películas tan famosas como Cimarrón y Gigante están basadas en sus novelas. No se casó nunca y en la amplia bibliografía sobre la autora y también en sus dos autobiografías se hace eco de su lesbianismo.

¡Así de grande! está inspirada en la vida de Antje Paarlberg. Ocurre en un suburbio de Chicago, y Selina, su protagonista, se inicia en la vida al lado de su padre, un jugador que cuando dispone de ganancias ofrece a su hija lo mejor: restaurantes, teatros, una buena vida..., y cuando pierde, hace lo posible para adaptarse a lo que tienen. Muere su padre cuando ella tiene 18 años y decide irse de maestra a un núcleo rural cercano a Chicago donde ejerce la profesión durante un curso en condiciones miserables. Se enamora de un granjero bondadoso pero de pocas luces y ahí empieza su lucha por salir adelante, puesta su ilusión en su hijo Dirk a quien de bebé llama "So big" ("Así de grande"). Ese niño será el motor de todos sus esfuerzos. Cuando se queda viuda consigue transformar una pobre granja en una exquisita explotación que aunque es pequeña le sirve para poder dar estudios a su hijo.

La relación que en el inicio estableció con Roelf, un niño de 12 años, hijo del matrimonio que el primer año de maestra la acogió, es el punto de inflexión que marca la búsqueda de la belleza que durante toda la vida de Selina será una utopía. Un importante personaje final, Dallas O´Mara, pondrá a Dirk ante el espejo de la verdad que representa su madre y el éxito económico pero falso que le hizo abandonar su carrera de Arquitectura por bonos financieros.

Una pequeña obra de arte de 293 páginas que da pena que se nos termine.

viernes, 19 de febrero de 2016

LOS ASESINOS DEL EMPERADOR

Casi nunca releo un libro. ¿Para qué? Hay tantísimos libros maravillosos que nunca tendré tiempo de leer, que releer me parece un vicio indefendible. Aburrido, además. Es como viajar siempre al mismo lugar, esa idea tradicional que nunca entenderé de los veraneos en la casa de la playa. Con lo estimulante que es salir a conocer sitios nuevos, arriesgarse con los destinos y dejarse sorprender por lo que venga. 
Releer es como refugiarse en ideas antiguas con las que ya estuvimos de acuerdo para huir de aquellas más nuevas que pueden ponernos en un aprieto. Arrebujarse en el sofá de siempre a ver fotografías ya vistas. 

Sí, releer es un vicio indefendible. Así que no voy a tratar de defenderlo ahora. Y menos cuando acabo de releer un mamotreto de 1224 páginas con una excitación que me recuerda a cuando me embarqué por primera vez junto a la tripulación de Long John Silver rumbo a la isla del tesoro.
Despertarme, desayunar, leer leer leer, ir a trabajar, comer, volver al trabajo y contar las horas que faltan para volver a leer leer leer. Un frenesí de chiquillo, de deslumbramiento ante una historia que no pierde encanto ni frescura con la relectura. Debe de ser una cuestión de química neuronal provocada por la evocación de la antigua Roma. Sí debe de ser eso: la construcción del Coliseo, guardias pretorianos, traiciones, envenenamientos, la erupción del Vesubio, gladiadores y gladiadoras, emperadores conspiranoicos y unos asesinos armados hasta los dientes reptando sigilosamente por las cloacas de la ciudad más populosa del mundo para llevar a cabo un plan imposible. Todo eso junto y bien contado es como la chispa que enciende una hoguera, como escuchar el tema musical de La Comarca al inicio de la película El Señor de los Anillos y volver a un estado de excitación infantil que no se experimenta casi con nada más. 

1224 páginas. 
P. me mira entre curiosa e incrédula: ¿en serio? 
Sí, porque es el primer volumen de una trilogía sobre la vida de Trajano, el primer emperador romano de origen hispano, y no he leído la continuación, Circo Máximo, y el tercero sale ya, el 23 de febrero y no me acuerdo bien de éste, y es que me lo paso bomba. 
Y poco importan, al final, las pequeñas torpezas lingüísticas del texto, las erratas aisladas y el hecho un poco incomprensible de que ni el autor ni el corrector de las pruebas sepan que en español, además de "porque", "porqué" y "por qué", existe también "por que". La historia y el pulso narrativo de Posteguillo lo pueden todo. Y me olvido de la precisión literaria (como me olvido de los gazapos de mis películas favoritas) porque hay muy pocos libros, poquísimos, que tengan el poder de hacérmelo pasar tan bien. 

En la librería lo suelo recomendar como el mejor escritor español de novela histórica. Lo suelto sin más, sin pretender herir a nadie ni arriesgarme a muchas comparaciones. Porque es una evidencia. Nadie escribe con el rigor histórico, la pasión y la eficacia de Santiago Posteguillo. 
Sus libros son como monumentos. Novelones a los que uno regresa con admiración infantil, con los ojos de acercarse, por ejemplo, al acueducto de Segovia o al teatro romano de Mérida, acariciar las piedras y mirar hacia arriba mientras viajamos en el tiempo.


martes, 16 de febrero de 2016

CARTAS A KATHERINE WHITMORE

Con un placer especial, esta semana he vuelto a tener en mis manos una nueva edición de las Cartas a Katherine del poeta Pedro Salinas, unas cartas que se publicaron por primera vez en 2004 después de que hubieran transcurrido veinte años de la muerte de Katherine, según fue su voluntad. Abarcan desde 1932 a 1947.

Esas maravillosas y apasionadas cartas cambiaron la perspectiva que hasta entonces se había tenido de la vida de Salinas y especialmente de la identidad de la persona que había inspirado lo mejor de su poética, la trilogía formada por La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento.

Cuando las leí por primera vez hace doce años me deslumbraron. Antes había leído su poesía, pero después de leer las cartas tuve que volver de nuevo a ella con otra mirada porque su significado cambió. En esa correspondencia y también en la que mantuvo tantos años con su mejor amigo el poeta Jorge Guillén, con su mujer, Margarita, con sus hijos, con tantos amigos poetas de la Generación del 27 donde también estaban las mujeres, aquellas que llamaban "Sin Sombrero" como María Zambrano o Rosa Chacel, descubrí su nostalgia, su profundo amor por España y también su dolor por el exilio, por no haber podido regresar a su país, del que se marchó de forma provisional para realizar un curso como profesor invitado y al que la guerra civil impidió regresar, como le pasó a la mayoría de la disidencia intelectual. 

Escritores, poetas y artistas tan importantes como Alberti, León Felipe, María Zambrano, Jorge Guillén, Luis Cernuda, Max Aub, Ayala, Bergamín, Buñuel, Sender, Pau Casals, Halffter, Madariaga, Margarita Xirgu..., todos tuvieron que exiliarse.

Una reflexión sobre su poesía que refleja la nostalgia del exilio: "estos poemas los escribí lejos de mi país, cada vez más mío en mi querer y sueño..., abrazado a mi idioma como incomparable bien".

En estas cartas, Salinas refleja de forma bellísima y explícita el "amor en vilo" que en su madurez le inspiró Katherine, una profesora norteamericana de literatura con la que compartió un tiempo breve pero intenso de esa vida poética, donde exponía y deshacía sus juegos intelectuales, sus pasiones, sus temores y sus esperanzas más recónditas.

Dentro de mí, Pedro Salinas sigue viviendo en su poesía. Ha sido uno de los regalos más importantes que he recibido en mi larga travesía como lectora y librera.


domingo, 14 de febrero de 2016

SPOTLIGHT

Ayer fui al cine a ver Spotlight. Me alegró mucho ver la sala llena y formar parte del silencio sepulcral en el que se quedó el público al terminar la película. Está nominada a seis Oscars. Se los merece todos. 

Esta no es una reseña de un libro, porque lamentablemente no hay ningún libro disponible actualmente, ni en inglés ni en español, sobre este caso. Si lo hubiera, no dudaría en llenar escaparate, mostrador y estanterías con decenas de ejemplares. Cualquier cosa, cualquiera, para contar esta historia.

Un cura escoge a un niño, preferiblemente pobre, de familia desestructurada, con pocos recursos y dependiente de la beneficiencia católica. Le demuestra afecto, le protege, le acaricia, le sonríe. Y al cabo de unas semanas, le viola. Durante meses. Un año. Dos. La curia lo sabe y antes de que la familia se queje o el niño crezca lo suficiente como para reunir coraje para denunciarlo, lo traslada a otra ciudad. Donde el cura escoge a otro niño, preferiblemente pobre, de familia desestructurada, le demuestra afecto, le protege, le acaricia, le sonríe. Y le viola. Al cabo de otros dos o tres años, otro traslado. Y así, una y otra vez. Diez curas. Cincuenta, cien, quinientos, miles de curas en todo el mundo. Miles de curas abusando de niños, violando niños.

A veces, algún niño saca fuerzas suficientes para superar el trauma y la vergüenza y denunciar a su violador. A veces, tiene la suerte de encontrar a un abogado con la fortaleza y la sensibilidad necesarias para llevar el caso a los tribunales. Entonces, la curia se reúne con la parte demandante para llegar a un acuerdo, con un cheque encima de la mesa y un pacto de silencio sobre un hecho aislado, "una manzana podrida", según sus palabras, que no merece salir a la luz y enturbiar la buena obra de la Iglesia en la sociedad. 

Miles de curas católicos que violan a niños bajo la protección de sus superiores. Con la complicidad de sus superiores. Y cuando estalla el escándalo, cuando un grupo de cuatro periodistas de The Boston Globe publica un reportaje con los datos de 87 curas pedófilos solamente en la ciudad de Boston que violaron a niños durante décadas con la connivencia de sus superiores, el cardenal Law, máximo responsable de la impunidad de estos violadores, dimite de su cargo en la ciudad y es nombrado, apenas dos años después, arzobispo de la Basílica di Santa Maria Maggiore en Roma por el papa Juan Pablo II, en lo que éste último calificó de "un paso importante en el proceso de curación". 

No sabemos a qué curación se refería, si a la de la pobre alma atormentada del viejo cardenal o a la imposible curación de los miles de niños violados por curas católicos de todo el mundo, niños que vivirán ya toda su vida con ese trauma y cuyos violadores han quedado y siguen quedando, en su inmensa mayoría, impunes, protegidos por una Iglesia corrupta y criminal. 


viernes, 12 de febrero de 2016

ELLA, TAN AMADA

Melania G. Mazzucco ha llevado a cabo una recreación memorable en esta novela inspirada en la apasionada y azarosa vida de Annemarie Schwarzenbach, uno de los personajes más inquietantes de la intelectualidad europea. Escritora, arqueóloga, fotógrafa, periodista, pianista y viajera, excepcional por su valentía, siempre huyendo y también siempre en espera de algo que nunca alcanzó porque una muerte temprana y accidental se la llevó con 34 años.

Su madre Renée, en un fatal juego de espejos, la amó y la odió profundamente, primero haciéndola exactamente como ella hubiera querido ser y después, cuando su hija se manifestó libremente sin prejuicios ni ataduras al convencionalismo de la época, no aceptó sus pasiones y siempre la castigó incluso con violencia, cuando se dio cuenta de que establecía relaciones demasiado íntimas con profesoras, compañeras o primas.

Renée siempre había respetado las apariencias encerrando en el sagrado círculo de lo privado sus secretos, el más importante la relación sentimental que mantuvo con Emmy Krüger, cantante de ópera que formó parte de la familia más tiempo que su propio matrimonio.

Huyendo del papel que su madre le había asignado, tuvo una apasionada relación con los dos hijos de Thomas Mann, Erika y Klaus, y se casó con Claude Clarac, un diplomático francés con el que convivió durante seis meses en Irán y con el que tuvo una peculiar relación casi fraternal. 

Mi primer contacto con Annemarie fue a través de El camino cruel, libro escrito por Ella Maillart donde relata un viaje desde Suiza hasta Afganistán que realizaron estas dos mujeres solas en 1939 en un Ford huyendo de la barbarie nazi que se estaba extendiendo por toda Europa. Como periodistas y fotógrafas, emprendieron un camino de huida, en el caso de Annemarie que pasaba por una etapa de intoxicación por drogas. Parece que hubo una forma de amor platónico.

Es una novela intensa, apasionada, de 560 páginas, que me ha dejado con frecuencia sin aliento y he tenido que aparcarla por un tiempo, sabiendo que no podía dejarla, que me estaba esperando, porque una vida como la de Annemarie no puedes perdértela y si te la cuenta Melania G. Mazzucco, además es una obra de arte.

lunes, 8 de febrero de 2016

CANSASUELOS

Me gustan los libros que te mueven a hacer cosas. Se meten en tu circuito sanguíneo con algún párrafo especial o una ocurrencia insólita y la adrenalina que te inoculan ya no te deja en paz. Libros cojoneros, a veces, que se te quedan zumbando en la cabeza y hasta que no vas a visitar a tu tía la del pueblo que hace mil años que no ves o te decides por fin a adoptar un perro bonachón que no suelte mucho pelo, no hay forma de que se callen. Libros que no están hechos para leer en plan erudito, con la tacita de té y el bloc de notas y la barbilla ligeramente levantada para pretender mirar el mundo desde un poco más arriba. Libros que te pinchan las ganas y están dispuestos a darte una buena patada en el culo como te rindas a la pereza dominguera de acumular lecturas sin terminar en el sofá. 

He leído este libro en ratitos robados a un sábado en la librería. A veces entraba un cliente silencioso y tardaba en darme cuenta, o no me daba cuenta en absoluto, hasta que venía al mostrador con cara de no quería molestarte, pero... y me sacaba de la historia para consultarme sobre un autor. Ojalá muchos más libros se dejaran leer así, a ráfagas, con deleite y vorazmente, sin sentir que el autor te obliga a pensar cada frase y admirar la arquitectura artística de sus juegos literarios. Una primera frase resultona. Un propósito. Un placer para compartir. Y adelante con tu viaje. 

Este libro tiene muchas historias. Seis días a pie por los Apeninos, en buena compañía, dan para mucho. Sobre todo si viajas, como Ander, con la imaginación alerta para distinguir nazis entre la maleza, penes minúsculos que según desde dónde los mires pueden recuperar su tamaño verdadero, exprimidores de limones en cúpulas renacentistas y sutiles dilemas morales sobre qué hacer con un caracol que cruza un camino de montaña. He señalado pasajes para leérselos a P. en nuestras pausas, con la voz de mira mira mira esto, que no te lo puedes perder, y eso no lo hago casi nunca. Y sobre todo, Cansasuelos me ha transmitido el virus de la montaña, ese que te hace desear a toda costa desgastar suelas por senderos no asfaltados y respirar la naturaleza al ritmo silencioso de tus pasos. 

Me gustan los libros que te mueven a viajar. Y éste es uno de ellos. 
De hecho, si me quedaran un poquito más cerca los Apeninos y tuviera seis días libres seguidos, no habría dudado en proponerle a P. una escapadita para triscar por los montes y buscar todas esas ruinas antiguas, vestigios nazis, trocitos de calzadas romanas y naturaleza casi virgen que invita al silencio que describe el autor de este libro. De momento, nos conformaremos con esperar a las próximas vacaciones y tirar para el norte de España con mapa, provisiones y cantimplora, para añadir nuestras huellas a todas las huellas de viajeros que a lo largo de los siglos han probado a cansar el suelo sin conseguirlo y, por qué no, terminar de decidir qué hacer con los caracoles suicidas que se lanzan a cruzar los caminos sin mirar. 

Ander Izagirre

miércoles, 3 de febrero de 2016

SHAKESPEARE Y LA BALLENA BLANCA

No tengo ni idea de cómo nació este libro, pero me imagino que pudo ser algo así: un escritor joven llamado Jon Bilbao, fascinado con Shakespeare y con Melville, decide meter a los dos autores en el mismo saco como si fuera un prestidigitador itinerante, removerlo todo bien, decir sus palabras mágicas (esas que nadie más que él conoce) y sacar esta fábula asombrosa de la chistera para encandilarnos y dejarnos a todos con la boca abierta.
Lo he pensado despacio, le he buscado un poco las cosquillas a la estructura de la novela, y aún no sé cómo lo ha hecho. ¿Shakespeare soñando con llevar la historia de Moby Dick a las tablas de su teatro? ¿Convertir a una ballena y la obsesión de su perseguidor en protagonistas creíbles de una función? ¿Shakespeare soñando los sueños de Melville? ¿En serio?
Pues sí.

La historia transcurre en 1601 a bordo de un buque de guerra vaciado de sus componentes bélicos para transportar una misión diplomática a Dinamarca. Marineros curtidos, viejos soldados, un puñado de nobles entre los cuales se encuentra Henry Wriothesley, probable inspirador de los sonetos del dramaturgo, si no de otras pasiones más mundanas, y el propio William Shakespeare. En medio del Atlántico, unas nubes densas y de color extraño se ciernen sobre el buque y acercan tanto el cielo y el mar que ambos acaban confundidos en una misma humedad azul verdosa. Este hecho sume en el desconcierto a todos los tripulantes y, como si fuera un heraldo de sucesos extraordinarios, anuncia la llegada de la gran ballena blanca, monstruo fabuloso que el dramaturgo ya no podrá sacarse de la cabeza. Es lo que siempre había ansiado, un protagonista excepcional, un ser portentoso que llegaran a conocer incluso aquellos que nunca hubieran pisado un teatro. Un Aquiles moderno, un Edipo, "un personaje que fuera sinónimo de una actitud. Un personaje de nombre contundente y sonoro, al mismo tiempo un grito y un lamento". 

Moby Dick. 
Shakespeare. 
El sueño de una obra de teatro en la que aparezca una ballena en escena, con la locura logística y conceptual que eso supone.
Una historia poderosa que no se deja representar, como si "poseyera vida propia y anduviera a la búsqueda de un cuerpo en el que encarnarse, pero ninguno se ajustara a sus dimensiones". 
Y una travesía en barco de la que nadie, ni los posibles personajes en la cabeza del autor, conseguirán salir ilesos. 

Jon Bilbao ha escrito un libro originalísmo. Una fiesta de los sentidos y de la imaginación.