Ayer fui al cine a ver Spotlight. Me alegró mucho ver la sala llena y formar parte del silencio sepulcral en el que se quedó el público al terminar la película. Está nominada a seis Oscars. Se los merece todos.
Esta no es una reseña de un libro, porque lamentablemente no hay ningún libro disponible actualmente, ni en inglés ni en español, sobre este caso. Si lo hubiera, no dudaría en llenar escaparate, mostrador y estanterías con decenas de ejemplares. Cualquier cosa, cualquiera, para contar esta historia.
Un cura escoge a un niño, preferiblemente pobre, de familia desestructurada, con pocos recursos y dependiente de la beneficiencia católica. Le demuestra afecto, le protege, le acaricia, le sonríe. Y al cabo de unas semanas, le viola. Durante meses. Un año. Dos. La curia lo sabe y antes de que la familia se queje o el niño crezca lo suficiente como para reunir coraje para denunciarlo, lo traslada a otra ciudad. Donde el cura escoge a otro niño, preferiblemente pobre, de familia desestructurada, le demuestra afecto, le protege, le acaricia, le sonríe. Y le viola. Al cabo de otros dos o tres años, otro traslado. Y así, una y otra vez. Diez curas. Cincuenta, cien, quinientos, miles de curas en todo el mundo. Miles de curas abusando de niños, violando niños.
A veces, algún niño saca fuerzas suficientes para superar el trauma y la vergüenza y denunciar a su violador. A veces, tiene la suerte de encontrar a un abogado con la fortaleza y la sensibilidad necesarias para llevar el caso a los tribunales. Entonces, la curia se reúne con la parte demandante para llegar a un acuerdo, con un cheque encima de la mesa y un pacto de silencio sobre un hecho aislado, "una manzana podrida", según sus palabras, que no merece salir a la luz y enturbiar la buena obra de la Iglesia en la sociedad.
Miles de curas católicos que violan a niños bajo la protección de sus superiores. Con la complicidad de sus superiores. Y cuando estalla el escándalo, cuando un grupo de cuatro periodistas de The Boston Globe publica un reportaje con los datos de 87 curas pedófilos solamente en la ciudad de Boston que violaron a niños durante décadas con la connivencia de sus superiores, el cardenal Law, máximo responsable de la impunidad de estos violadores, dimite de su cargo en la ciudad y es nombrado, apenas dos años después, arzobispo de la Basílica di Santa Maria Maggiore en Roma por el papa Juan Pablo II, en lo que éste último calificó de "un paso importante en el proceso de curación".
No sabemos a qué curación se refería, si a la de la pobre alma atormentada del viejo cardenal o a la imposible curación de los miles de niños violados por curas católicos de todo el mundo, niños que vivirán ya toda su vida con ese trauma y cuyos violadores han quedado y siguen quedando, en su inmensa mayoría, impunes, protegidos por una Iglesia corrupta y criminal.
BRA VO
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