lunes, 29 de abril de 2019

TUS PASOS EN LA ESCALERA

Un hombre llega a Lisboa desde Nueva York. Huye de un clima apocalíptico, del agobio de una ciudad que de tan dinámica se ha vuelto invivible. Busca en Lisboa la calma que necesita para afrontar su vida, ahora que ha sido despedido de su empresa y no se plantea volver a trabajar. Y junto a la calma, en esa "ciudad de belleza y de pesadumbre, de magnificencia y de ruina", encuentra similitudes insospechadas con Nueva York: la anchura del río con olor a océano, el puente sobre las aguas, las campanadas de las iglesias. Los aviones surcan el cielo sin descanso, las temperaturas no paran de subir y allí está él, en la ciudad más tranquila y resguardada del derrumbe del mundo. 

Ha llegado de avanzadilla para organizar la mudanza mientras su mujer termina ciertos asuntos laborales. Se mueve despacio por los nuevos lugares bajo la atenta mirada de Luria que, con su hocico alzado y sus orejas atentas, siempre acoge con fascinación hasta la más humilde de las peripecias humanas. Lleva un diario desordenado en el que apunta sus pensamientos. En él hay ternura. Delicadeza. Una inocencia de hombre dispuesto a dedicarse en cuerpo y alma a amar a su mujer. "Si el mundo va a acabarse, no hay mejor sitio que este para esperar el fin". Y se dispone a esperar una llamada, un taxi parando en su calle. Sus pasos en la escalera. 

Esta es una novela sobre la espera. Está construida con piezas pequeñas que van añadiendo colores y una tensión imperceptible a los días en apariencia iguales del protagonista. Tras la normalidad del quehacer diario, algo no está bien. El mundo está desordenado. El mundo está roto. Hay una amenaza en el ambiente, en la vibración continua del aire que provocan los aviones. Y ya sólo se puede vivir "esperando un cambio, una presencia recobrada, un regreso".

Es una carta de amor. Un amor que vive en las palabras que ensaya el narrador y que, poco a poco, va perdiendo el aire, como un animalito asustado que se fuera quedando poco a poco sin espacio para respirar. Un amor, también, por Nueva York y Lisboa, que están lejos de ser meros decorados. Vibran con la intensidad de ciudades imán, sufren, resisten. Son dos de los personajes cruciales en la historia. 

Es un sueño. Una ilusión a la que aferrarse con la desesperación de un náufrago. Es una bruma enturbiada de una intimidad electrificada por un conflicto que no se nombra. Es la historia de una voz secreta, profunda y vibrante que busca y busca en su pasado para moldearlo a la medida de su añoranza y de su deseo, a riesgo de perder la noción de la realidad, del tiempo y de aquello que aún le une con la mujer a la que ama. 



jueves, 25 de abril de 2019

EL VENDEDOR DE TABACO

Esta novela derrocha inocencia y buen humor. Tiene el ímpetu de la juventud, con su ilusión arrebatada, y una energía infatigable que encuentra en el amor su alimento y su camino. El protagonista, un joven austriaco de provincias llamado Franz, llega a Viena a mediados de 1937 empujado por su madre, que desea que vea el mundo que se agita más allá de las montañas y los lagos de su infancia. Empieza a trabajar en un estanco y bajo la guía malhumorada pero íntegra del estanquero empieza a adentrarse en los misterios de la vida urbana. Entre las páginas crujientes de los periódicos descubre las infinitas posibilidades que se abren como flores maduras en la gran ciudad, y en las avenidas del Prater descubre el latigazo del deseo en los labios de sonrisa mellada de una joven y misteriosa bohemia. 

He seguido con verdadero placer las andanzas del joven Franz por las calles de Viena, cruzando la ciudad en los traqueteantes tranvías en busca de las sombras perdidas de su amor. Y me ha maravillado cómo, de la forma más natural y azarosa, el viejo doctor Freud entra en su vida para plantar en su mente enfebrecida pequeñas ideas sobre el deseo y la vida que florecerán cuando menos se lo espere. "En los acantilados de lo femenino se estrellan incluso los mejores, había dicho el profesor. Si ha de ser así, que así sea, pensó Franz".

Viena no sólo es el escenario de esta historia: es un personaje más. Sus calles vibran de alegría y de miedo. Los parques, las avenidas y los edificios configuran la historia de la misma forma que las montañas de los Alpes determinaban la historia y eran también personaje fundamental en la magnífica Toda una vida, la primera novela de Seethaler que pudimos disfrutar en español y que reseñamos aquí

Pero no todo es pasión y alegría en esta historia. La sonrisa, ligera y curiosa, pronto se va tornando amarga, conforme la sombra del nazismo empieza a extenderse sobre Austria y Viena como una mancha de tinta sobre el papel. Amarga y triste. Triste por lo que hace la violencia y el miedo en una sociedad, por cómo intoxica sus vínculos vitales y dinamita la convivencia. Triste por lo que una ideología basada en la mentira y el odio puede hacer con las ganas de vivir de las buenas personas. 

Termino el libro un poco desorientado. Como si hubiera estado dentro de un espejismo. Como si todo, la efervescencia y la novela, se hubiera acabado demasiado pronto. En sus conversaciones en el parque, compartiendo el tabaco y las confidencias, el viejo profesor le dice a Franz: "Llegamos al mundo no para encontrar respuestas, sino para formular preguntas". Y las preguntas de esta novela, con sus escenas memorables y sus personajes inolvidables, se me han quedado flotando en la cabeza como luces parpadeando en la oscuridad.



lunes, 22 de abril de 2019

EL ÚLTIMO BARCO

Con este libro me ha pasado lo que nunca me había pasado con una novela policiaca: me ha transmitido calma. Supongo que sólo un gallego podía escribir una novela de intriga llena de diálogos basada en la investigación de una mujer desaparecida y provocar en el lector la sensación apacible que transmiten las largas descripciones de las novelas decimonónicas. Muchos dirán que le sobran páginas, que hasta la mitad del libro no pasa nada y que el ritmo es exasperantemente lento para una novela policial. De acuerdo en todo. Pero no pasa nada. Incluso ciertas policiacas pueden disfrutarse despacio, como degustando un Albariño mientras se contemplan tranquilamente las estrellas en una noche de otoño. 

Sutileza. Calma. Introspección. Eso transmite esta novela. Me encanta cuando el inspector Caldas responde con silencios acompañados de gestos ambiguos a las preguntas que le hacen, convirtiéndolas en preguntas retóricas de pronto recubiertas de una pátina inesperada de filosofía. Acompañar a este protagonista en sus pesquisas es una forma de aprender que cierto laconismo puede muy bien ser una forma de vida, no exenta de emoción y significado. Y que toda palabra o idea puede tener, al menos, tantas interpretaciones como acepciones caben en cada entrada del diccionario.

Vigo. La ría. El salitre siempre presente, recubriendo de una fina capa de humedad todas las superficies. Los temporales repentinos. No sé, a lo mejor es el escenario el culpable de mi fascinación por las novelas de Domingo Villar. El placer insustituible de degustar un pedacito de Galicia en la agreste estepa de Madrid. 

El último barco trata sobre la destrucción del patrimonio arquitectónico de Vigo en los años sesenta y setenta. Sobre la invasión de turistas ingleses en enormes transatlánticos. Sobre la siempre compleja relación entre padres e hijos. Sobre la aceptación de que, llegada una edad, la vida ofrece cada vez menos barcos atractivos a los que subirse y que no hay que dejar pasar las oportunidades. Y es un homenaje emocionado a los que se dedican a crear arte con sus manos construyendo instrumentos antiguos o modelando tierra con las manos. 

Prefiero no contar mucho más. Contagiarme del laconismo de Caldas y recomendar esta novela discretamente, dejando los argumentos "bailar al borde de la mesa para que terminen cayendo ellos solos por su propio peso".



viernes, 12 de abril de 2019

TIERRA DE MUJERES

Empiezo este libro maravillado. El primer capítulo me contagia una serenidad hecha de sensibilidad exquisita y un apego profundo a la tierra y a los seres que la habitan. Me conmueve la descripción íntima de un contacto con los animales y las plantas que los que vivimos en zonas urbanas hemos perdido. Me digo que buscarse de esta manera a través de la naturaleza es un propósito de vida hermoso como pocos. Y sigo leyendo, con la sensación de haber encontrado un tesoro, de esos que uno recomienda con cariño y en secreto a gente escogida y muy afín. 

La autora escribe para que "las historias de su familia salgan del encierro de su miedo y su pudor". Y es que es tan fácil dejar pasar la vida en silencio, sin prestar atención a la gente que más quieres. Dejar pasar la vida sin pensar en sus historias, sin recordarlas, sin buscar en ellas lo misterioso y especial que también te define a ti. Sin prestarle mucha atención. Sin reconocerla.

"No todo el mundo tiene pueblo. No todo el mundo puede volver a un trocito de tierra y doblarse la falda para recoger los alimentos del huerto. Llamar al rebaño y que acuda corriendo a la voz". 

Yo no tengo pueblo. Ningún apego veraniego por el campo y la naturaleza. Y por primera vez, quizá, he sentido esa añoranza extraña que a veces sentimos por las cosas que nunca hemos tenido y nunca hemos echado en falta. Un pueblo al que volver, un lugar al que llamar hogar, aunque no se viva siempre en él. Una infancia poblada de alcornoques, encinas y olivos, como la de la autora, de la que ha surgido este mundo literario poético y cercano que me ha hecho acariciar la tierra y sentir la naturaleza en la piel y más adentro. 

Me parece que este libro es, al menos, tres libros. El primero está descrito en el subtítulo: "una mirada intima y familiar al mundo rural". El segundo, un manifiesto feminista que denuncia la doble discriminación de la mujer en el campo (por mujer y por rural). Y el tercero, una exhortación política para exigir un cambio en el modo en que la sociedad urbana trata a esa España vacía que la autora prefiere llamar España vaciada. Los tres libros están más o menos delimitados por los capítulos, y aunque a mí me han resultado radicalmente diferentes, me imagino que para la autora son tres facetas de una misma intención. 

Me ha maravillado el primero, me ha interesado el segundo y me ha extrañado mucho el tercero. Supongo que tras la delicadeza poética de las primeras páginas, no me esperaba un tono de mitin político, enfático y a veces abiertamente enfadado cuya hostilidad no he terminado de entender. 

En fin, no siempre los libros son como esperábamos. Y también se agradece a veces ese desajuste entre las expectativas y lo que terminamos encontrando. Me quedo con la maravilla poética y feminista de la mayor parte de este ensayo, que me ha abierto los ojos a una forma profunda y emocionante de percibir la naturaleza y el mundo rural. 



miércoles, 10 de abril de 2019

ELÉTRICO 28


En Lisboa hay un tranvía diferente a los demás,
es amarillo, redondito y sube y baja sin parar,
date prisa, ya salimos, el viaje va a empezar,
si eres tímido, ¡avisamos!, aquí te vas a enamorar.

Amadeo es un conductor excepcional. Se sabe todos los trucos para hacer que sus viajeros pierdan la timidez y muestren sus verdaderos sentimientos. Acelerones en cuesta, frenazos en curvas, sustos al parar, el bueno de Amadeo se las sabe todas y nunca nunca falla: casi todos los trayectos terminan en abrazo o en beso.

Ay, pero tras el último día de trabajo de Amadeo, una duda le entristece: ¿qué va a ser de todos los tímidos enamorados cuando él deje de conducir el Elétrico 28? ¿Cómo encontrarán el valor de dar el primer paso sin sus acelerones y sus frenazos? Lo que no puede imaginar es que el mejor viaje de todos está a punto de llegar. ¡Y con él de pasajero! 

En Lisboa hay un tranvía diferente a los demás,
es amarillo, redondito y sube y baja sin parar,
date prisa, ya salimos, el viaje va a empezar,
si eres tímido, ¡avisamos!, aquí te vas a enamorar.



lunes, 8 de abril de 2019

JERUSALÉN. UN RETRATO DE FAMILIA

Dos hermanos a los que sólo une un lazo de sangre. Dos hermanos enfrentados por una herencia, y una forma de entender la política y su lugar en el mundo. Dos familias que representan, en su constante disputa, los dos pueblos que llevan más de un siglo peleándose por una estrecha franja de tierra sin encontrar una forma de convivir sin desconfianza y resentimiento.

Las historias de estos dos hermanos y sus familias que narra este cómic comienzan en abril de 1945, en las últimas semanas de la segunda guerra mundial. Palestina está gobernada por los británicos, pero la masiva afluencia de refugiados judíos en la década anterior ha convertido la zona en un hervidero de gente desesperada por encontrar por fin un lugar donde vivir en paz. Inspirado en historias reales de tres generaciones de judíos aferrados a una tierra disputada desde hace milenios, Jerusalén muestra cómo la división de la familia judía protagonista es un reflejo de la división entre judíos y árabes y su pugna por reclamar como suya una tierra que ambos pueblos consideran sagrada.

Este es un cómic brutal, cinematográfico. Rebosa tensión y drama. Y se lee con avidez y horror, por la crudeza de la guerra y la facilidad con la que se recurre a la violencia y a la muerte de los que son considerados enemigos. 

Este retrato de familia cuenta historias personales zarandeadas por el conflicto permanente entre judíos y palestinos, por el trauma nunca curado del holocausto y también por la violencia interna entre israelíes, reflejo de una sociedad que nunca ha podido acostumbrarse a vivir en paz. Es un ejemplo de lo que ocurre cuando un pueblo considera que aquellos que no comparten su origen, su religión o su forma de ver el mundo deben ser expulsados de su país. Esta intransigencia produjo una guerra y una limpieza étnica de la que el pueblo palestino nunca se ha recuperado. Y sigue latente, más viva que nunca, en un estado próspero cuya democracia se está convirtiendo en la oligarquía de unos pocos, en el gobierno de "los elegidos". 



jueves, 4 de abril de 2019

LA MISMA RAMA

Pongo la Romanza para violín y orquesta de Dvorak y leo un poema de Concepción de Estevarena. Dvorak publicó esta pieza tres años después de que muriera la poeta sevillana, pero hay algo en la voz de ese violín que veo reflejado en sus poemas. Una inocencia alegre, una melancolía sin afectación, espontánea. Versos y música impregnados de un romanticismo sereno, de una "eterna aspiración a la belleza". 

Concepción de Estevarena (1854-1876) murió con apenas veintidós años, alejada de su Sevilla natal por las deudas que, a la muerte de su padre, la obligaron a vender la casa familiar. Su juventud estuvo rasgada por las despedidas, el duelo y el traslado forzoso a la casa de un pariente en Jaca, donde moriría de una tuberculosis contraída en el viaje. Algo de esa tragedia que la rodeada aparece también en sus versos, cuyo ímpetu a veces amortigua el presentimiento de la muerte.

"Yo sin poderte hablar, tú sin mirarme,
protestábamos ambos de la suerte;
tú queriendo vivir por no dejarme,
yo queriendo morir por no perderte".

Aunque comparte ciudad de origen e influencias con Bécquer, la estética de sus versos está a años luz del sentimentalismo y el melodrama del más famoso de los poetas románticos españoles. Y me asombra esa falta de afectación, esa sencillez conmovedora del sentimiento expresado con una naturalidad que desarma. 

"Quiero que mi patria sea
toda la extensión del mundo".

Me pregunto qué habría pensado esta poeta de la música de Dvorak. Qué habría sentido en las calles de Praga, qué emociones le habría suscitado la calidez de ese violín llevado en volandas por el impulso de la orquesta. Me conmueve esa curiosidad que bulle en sus poemas, el afán por ser parte de algo más grande que su tierra, más grande que Sevilla, más grande que todo lo que conoce, que los libros que ha leído y los lugares que ha visto. El deseo de un corazón inquieto de ampliar el espacio soñado, la capacidad de movimiento de su imaginación.

Termina la romanza con una felicidad tranquila que probablemente Concepción de Estevarena nunca llegó a experimentar. Y le doy las gracias a Elena Medel y a la editorial La Bella Varsovia por el descubrimiento de esta poeta excepcional. Una mujer que se mira hacia dentro y encuentra un borbotón constante de inspiración y de vida. Y el deseo de permanecer, de resistirse al desarraigo, a la ausencia, y no dejarse llevar por el viento que la aleja de las personas amadas, hojas verdes que brotaron de su misma rama. Y que a ella pertenecen. 


Concepción de Estevarena


lunes, 1 de abril de 2019

FORMAS DE ESTAR LEJOS

Él espera en el pasillo y la oye respirar al otro lado de la puerta, muerta de miedo. Disfruta de esa sensación. Tras la firma de los papeles del divorcio, es el último resquicio de poder que le queda. Presionar así, en silencio. Su sombra en la imaginación de ella. Su presencia invisible tras la puerta. Piensa en cómo ha conseguido que ella no sea capaz de imaginar su vida de otra manera. Y suspira. Nunca quiso llegar a esto. Pero al menos todavía es capaz de provocarle algún sentimiento. Que sea miedo, en lugar de deseo o amor, quizá sea lo de menos. 

Esta es una novela que exige mucho al lector. Si uno no presta atención, si uno no está dispuesto a empujar la puerta y entrar en la historia con todas las consecuencias, es muy fácil quedarse fuera. La autora propone una conversación con el lector en la que predomina el silencio. Todo lo que no se dice, aquí, es fundamental para entender la profundidad. Y las palabras, al final, son sólo el andamiaje sobre el que se sostiene todo lo demás, como las notas en una canción minimalista, como los tres trazos sueltos de carboncillo que convierten una hoja en blanco en la belleza de un grito. 

Me ha gustado cómo Edurne Portela describe la violencia psicológica. Esa grieta en la quilla del barco que al principio nadie nota y que poco a poco va empapando la relación de angustia, inseguridad, miedo y asfixia hasta que no queda ya nada del esplendor de los comienzos. Me han gustado la descripción de los síntomas desde distintos puntos de vista, las historias secundarias que desvían la atención a otros dramas paralelos, como instrumentos invitados infiltrados en la orquesta. Y me ha conmovido esa indefensión de las víctimas cuando no son capaces de anticipar las maneras que tienen sus maltratadores (a los que a menudo siguen queriendo, en los que siguen confiando) de hacerles daño.

Edurne Portela nos enseña a pensar sobre la violencia y sus víctimas. Su anterior novela, Mejor la ausencia, me deslumbró  y me sigue pareciendo una obra de arte literaria contundente y delicadísima. Con Formas de estar lejos rellena, de alguna manera, un vacío que dejó con la anterior. Y profundiza en la aterradora normalidad con la que tantas veces aceptamos la violencia como forma de relacionarnos con la gente que amamos. 

¿Y qué hacer cuando ya no queda nada, cuando la grieta en la quilla ha dejado pasar dentro todo el océano y ya sólo queda nadar cada uno por su cuenta a la intemperie para salvarse? ¿Qué hacer con toda la vida rota? ¿Olvidarla? ¿Enterrarla? 

La protagonista de esta novela decide tratar de conservarla: "Me llevo mis ruinas conmigo, las respetaré y las interpretaré, haré de ellas un lugar hospitalario y atenderé a los mensajes que me comuniquen sus fantasmas. Y tal vez, quizá, llegará el día en el que sobre ellas construya mi nueva ciudad".