A veces me paseo por la librería para mirar libros. Sí, para mirarlos. Para dejar de sacarlos de cajas, transportarlos, colocarlos, embutirlos en estanterías siempre escasas, querer que desaparezcan cuando no hay manera ni tetrix posible que los haga ocupar menos espacio del que ocupan y, pasado un tiempo, condenarlos al olvido de una esquina o a la devolución. Para mirarlos. Me paseo por la librería como si fuera un cliente cualquiera. Me paso al otro lado. Yo ya no soy yo, el chico que te atiende y te orienta (o simplemente te cobra), y me transformo en el amante de los libros que sois vosotros y que a mí no me da tiempo a ser en ciertas épocas locas y consumistas del año.
Me paseo por la librería y me paro unos minutos con cada libro. Lo abro, me quedo con la esencia, con la primera impresión que me causa y que siempre es definitiva para saber si lo voy a leer o no. Y empiezo a hacer listas de deseos. Listas siempre inabarcables e imposibles, como todas las listas que nos hacen felices. Listas inmensas de muchas páginas de los libros que quiero leer. Y que luego, claro está, no leo. Porque no hay tiempo, porque me olvido, porque la pasión repentina que me ha hecho incluir un libro en mi lista de repente se marchita como una flor en otoño. Pero da igual, porque a veces lo importante no es leer ciertos libros, sino desear leerlos. Tocarlos, abrirlos, recorrer un párrafo o dos en diagonal, desear llevarlo a casa, bajo el brazo, desear tenerlo. Aunque se sepa que no se leerá nunca.

Hoy, en esta tarde tranquila en la librería, me he tropezado con un libro que ha ido directo a mi lista de libros que no leeré pero que deseo con todas mis fuerzas leer. Se titula "No dejaría nunca de escribirte" y se compone de un millar de cartas de amor escritas por Gabriele d'Annunzio a Barbara Leoni, cartas inflamadas y exaltadas que el poeta italiano escribió entre 1887 y 1892. Leo una, hojeo otra. Y sonrío: qué ingenuidad. Y luego: qué valor debieron de darles quienes las guardaran durante más de un siglo, con qué mimo las protegerían del marido celoso o de la vulnerabilidad de las mudanzas. Seguro que estas cartas se convirtieron en un tesoro que fue pasando de generación en generación hasta convertirse quizá en mito: el amor infinito y secreto de un poeta famoso por una mujer que, infeliz como él, buscaba una salida para su vida insatisfecha.
Quienes amamos y escribimos cartas lo sabemos: qué placer y qué paz sentiría hoy d'Annunzio al saber que, más de un siglo después, aquella historia de amor truncada con Barbara Leoni ha sobrevivido plasmada en un millar de cartas gracias al cuidado y a la sensibilidad de una serie de personas que las juzgaron valiosas.
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Gabriele d'Annunzio |