jueves, 30 de julio de 2015

LA FAMILIA KARNOWSKY

¡Una obra maestra! En mi opinión, de la mejor literatura. Su autor, Israel Yehoshua Singer, hermano mayor del Premio Nobel de 1978, Isaac Bashevis, está a su altura con este relato rescatado por la editorial Acantilado que fue escrito un año antes de su muerte en 1943. Su hermano le sobreviviría casi 50 años. 
"La familia Karnowsky" contempla esa terrible primera mitad del siglo XX en Polonia, Alemania y Estados Unidos, marcada por el "Nuevo Orden", nombre con el que durante todo el relato se denomina al movimiento político del nazismo.

Se divide en tres partes diferenciadas, dos en Berlin y otra en Nueva York.  La primera está protagonizada por David Karnowsky, el patriarca, que llega desde su Polonia natal a integrarse en el Berlín cosmopolita de los años 20; la segunda, por su hijo Georg, que consigue ser un médico prestigioso y del que se enamora Teresa, una alemana aria con quien se acaba casando; y la tercera, ya en Nueva York, por el nieto Yegor, físicamente una mezcla de los ojos azules heredados de su madre y el pelo y los ojos negros que delatan la procedencia judía de su padre, de la que reniega y que le ocasiona un trastorno patológico. 

La intensidad de la novela, que en ningún momento decae, procede, más que por los personajes, maravillosamente retratados en sus complejos matices, por el entorno y el tejido social y moral, los conflictos entre nobleza y mezquindad.

Dos personajes secundarios, el Dr. Landau y su hija Elsa, hubieran merecido quizá más protagonismo. Mi deseo al leer la última página es que no se hubiera terminado y hubiera podido quedarme mucho tiempo viviendo dentro de esa historia fascinante que no podía tener otro final más maravilloso.

Los israelíes actuales deberían revisar su historia y ver todos los sufrimientos pasados para no repetir lo mismo que hicieron con ellos ahora con el pueblo palestino. Cuesta entenderlo.

(Recomendado por Isabel)




lunes, 27 de julio de 2015

VOLVERSE PALESTINA

Llevo un mes que no leo. Un libro de relatos, otro de ensayitos sobre literatura, un thriller y seis novelas abandonadas en la página 30. Y ya está. Un desastre. 
Nada, no hay forma. Me dicen que es el calor, el atontamiento emocional, mi adicción a las series y a la poesía diaria o mi obsesión con París. Puede ser. 
Pero no. Yo sé lo que es. 
Es Palestina. 
Es un libro que me tiene la mente ocupada todo el día, que no deja que otros libros desplieguen sus historias en mi cabeza. Son 197 páginas que me han llenado de literatura este mes sofocante de julio. 
De literatura y de ira. Y de indignación y de información y de voluntad de comprender. 

Lina Meruane nació en Santiago de Chile en 1970 y es profesora de literatura en la Universidad de Nueva York. Descendiente de palestinos, hasta la escritura de este libro en 2013 nunca había visitado el pueblo de sus abuelos, pero para cuando se planteó el viaje, lo hizo con la idea de regresar. Regresar a un lugar en el que nunca había estado, sí, pero que en cierto modo le pertenece. Regresar a un origen, a una identidad para poseerla, una identidad que permaneció latente en las historias de sus tías y abuelos, en la tristeza de las miradas de su padre. Palestina siempre fue un rumor de fondo en su vida, y ahora se daba la oportunidad de convertirlo en palabras claras y precisas que fijaran su experiencia. 

Chile acoge la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe, comunidad que encontró en el idioma, la gente y sus paisajes cierta afinidad con su lugar de origen y un hogar de acogida donde sobrellevar el exilio. El exilio como pérdida que los lanza, de pronto, a una vejez irreparable. Sin vuelta atrás. Y con pasaporte chileno, residente en Nueva York, Lina Meruane aterrizó en Heathrow y, arrojada a la hostilidad de los agentes de seguridad israelíes en Londres, tan parecidos a los "tiras de la dictadura chilena: mismos anteojos oscuros de marco metálico, mismo corte de pelo militar, el mismo modo tirante", comenzó la crónica de su regreso. 

Un regreso marcado por el exilio heredado, que ante ciertas situaciones puede convertirse en una carga muy pesada. No hace falta mucho para que una identidad difusa se convierta en una realidad definida. Bastan un interrogatorio exasperante en una sala aislada de un aeropuerto, miradas recelosas, desconfianza, hostilidad y desprecio mal disimulados. Bastan unos pueblos destruidos, casas como muñones apenas visibles, barrios convertidos en bosque en tiempo record por empresas sionistas extranjeras que invierten en el olvido de las atrocidades expansionistas israelíes. Basta pensar en esas identidades cuya desaparición ha sido construida por Israel. Le basta muy poco a la chilena-residente-en-Nueva York Lina Meruane para convertir su difusa palestinidad heredada de sus padres en una identidad presente y dolorosa, sólo suya, en una cicatriz de la que hacer alarde. 

Le llaman la atención muchas cosas, a la profesora Meruane. Por ejemplo, que le desaconsejen ir sola a una cafetería musulmana en Jaffa, ciudad israelí al sur de Tel Aviv donde se aloja, si no quiere verse expuesta a constantes miradas de sospecha: sospecha musulmana por probable insulto a su religión, y sospecha israelí por probable amenaza a su seguridad. La abrumadora presencia militar por las calles y centros comerciales, más densa aún que en los tiempos de la dictadura chilena: "nuestros milicos no se mezclaban con los ciudadanos, constituían una anomalía, una rareza destinada a desaparecer. Aquí son aceptados como una necesidad de la que pocos quieren prescindir." Presencia militar que subraya una realidad sobrecogedora: cada centímetro cuadrado es campo de posible enfrentamiento. O bien las pintadas de los colonos judíos incitando al odio y exterminio de los palestinos ("Gas the Arabs!"), colonos que esgrimen su condición de víctimas del Holocausto para acabar utilizando las mismas consignas que llevaron a sus antepasados a las cámaras de gas. 

El objetivo fundacional del Estado de Israel era proporcionar un hogar seguro para los judíos, después del Holocausto. Sin embargo, su obstinación en aferrarse a su identidad de víctimas en permanente peligro ha provocado que dicho objetivo quede cada día, con cada nueva asentamiento, con cada nuevo bombardeo sobre civiles palestinos, un poco más lejos. David Grossman defiende que si Israel continúa con su política de agresión expansionista nunca logrará ser un hogar para sus ciudadanos, sino una fortaleza que, paradójicamente, a medida que crezca su poder y su agresividad, se irá volviendo más vulnerable y propensa a la paranoia. 

Pero por encima de todo, lo que ha ocupado mi mente todo este mes ha sido el foco de este libro en el lenguaje: el lenguaje como herramienta para definir una realidad constantemente sometida a discursos oficiales, polarizados e interesados sobre el conflicto. La identidad palestina de Lina Meruane, su cicatriz orgullosa, se ha convertido en un compromiso por buscar un lenguaje adecuado para construir un relato veraz de lo que está sucediendo en Palestina. Para denunciar que no es un conflicto entre dos bandos iguales, que no puede haber equidistancia posible, como sostiene Amos Oz, entre vencedores y vencidos, entre un pueblo que no para de expandirse y otro que lucha por no exiliarse. Para argumentar, alzar la voz, decir y repetir todas esas palabras, esas identidades que Israel censura porque no encajan en el relato que ha construido de su historia: palabras como Nakba, como pueblo palestino, como ocupación, refugiados, racismo, Apartheid, masacre, limpieza étnica o crímenes de guerra. Israel, al prohibir palabras, está negando cualquier discurso que no sea el suyo, está tratando de borrar el pasado, "de amordazar la realidad con leyes, aplastar, bajo el peso triunfal de la independencia, la derrotada palabra de la catástrofe hasta que deje de respirar. Y limpiar después, con el paño de la libertad, toda traza de violencia."

Este libro es, por un lado, el relato de un regreso a los territorios ocupados y, por otro, una serie de reflexiones literarias, filosóficas y políticas sobre el conflicto entre israelíes y palestinos a través de su acuerdo o discrepancia con intelectuales como Edward Said, Amos Oz, David Grossman, Ilan Pappe o Susan Sontag. 

Y sobre todo, es un intento de recuperar una identidad a través de la historia familiar y de aportar palabras nuevas donde las viejas sólo repiten confusión. Porque "son tenaces, las palabras de la confrontación entre israelíes y palestinos. Se han endurecido en las necesidades del ataque y la defensa y la justificación. Van envueltas en una armadura y han perdido el alma: son palabras con profundas secuelas que se resisten a la entera exhibición. Hay que estallar sus metales, pienso. Buscar entre los escombros sus esquirlas y volver a leerlas, ya hechas trizas, imaginando qué clase de heridas producen sus descargas aun cuando nos llenen de indignación, de asombro, de silencio."



jueves, 23 de julio de 2015

LEER COMO UN PROFESOR

Hace unos días leía en Babelia un artículo sobre realidad y ficción en literatura. Venía a decir que no existe lo real ni lo original en el arte, tan sólo versiones o variaciones de ideas ya expuestas con anterioridad. El mérito de los escritores residiría entonces, no ya en alcanzar una idea nueva y original, puesto que no las hay, sino en conseguir plasmar una variación lo más nueva y original posible sobre cualquiera de los temas universales. Porque ya sabemos que en arte lo importante no es tanto lo que cuentas sino cómo eliges contarlo.

Esta idea es una de las tesis principales del libro "Leer como un profesor", que he estado degustando a cucharaditas a lo largo de todo este mes y que recomiendo vivamente. Con una prosa ingeniosa y chispeante, Foster nos cuenta que leer es una forma segura de reencontrarse con viejos amigos: como nos dice desde el título de un capítulo, "En caso de duda, procede de Shakespeare o de la Biblia." Por supuesto, es una exageración típicamente anglosajona, existe alguna fuente primigenia más (en especial para la literatura de culturas no occidentales y no cristianas), pero ilustra bien ese principio de que todo está inventado y cualquier historia nos llevará por lugares que, con un bagaje literario y una imaginación adecuados, sin duda podremos reconocer. Me gusta la idea de que todo está de alguna forma conectado, de que esa obra que me marcó hace años, esa que no puedo volver a leer sin que se me llenen los ojos de lágrimas, no es más que una variación de otras muchas obras quizá mejores que aún no he tenido la suerte de conocer. 

Pienso en ello mientras termino de leer "La chica del tren", el bestseller del verano, más para poder responder con una opinión desprejuiciada a las constantes preguntas de los clientes sobre si merece la pena que por verdadero interés en el libro en cuestión. Mi respuesta será un leve encogimiento de hombros: sí, merece la pena si lo que quieres es pasar un rato entretenido y no has leído muchas novelas de misterio. Porque al fin y al cabo, estamos ante otra versión más, no demasiado sutil ni innovadora, de la clásica ecuación "protagonista atormentada + desaparición + asesinato = resolución más o menos previsible". Eficaz, amena. Poco más, la verdad. 

Y me doy cuenta de que, a menudo, leer libros es como conocer personas: quiero que me sorprendan, que satisfagan alguna expectativa que se me haya podido quedar pendiente en el pasado, que me estimulen de una forma creativa, que me enseñen cosas, que me hagan pensar y sentir y sobre todo que no se limiten a rellenar la misma ecuación de siempre con los mismos factores. Sí, ya sé que no hay ideas nuevas, que se trata siempre del cómo y no del qué, ya sé que la mayoría de las personas, como la mayoría de los libros, en cierto momento siempre me harán preguntarme: ¿de qué me suena esto?, pero en definitiva, ¿no escriben los escritores para ser originales?, ¿no leemos para recibir una huella nueva?, ¿no buscamos amistad o amor para tratar de marcar la diferencia?



viernes, 17 de julio de 2015

NOCHE FANTÁSTICA

La recuperación que la editorial Acantilado ha hecho de la obra de Stefan Zweig va completándose día a día, consiguiendo reimpresiones que nos dan fe de que este autor ha reconquistado el gusto de los lectores. Durante muchos años fue ignorado de forma injusta. Su exquisitez en las formas, en el fondo, en los matices, en la psicología de los personajes le otorgan un protagonismo en la literatura centroeuropea más que merecido.

Noche fantástica, "nouvelle" de 86 páginas que da título a esta recopilación de siete relatos, nos hace vivir Viena, el Prater, los paseos de la burguesía en las carreras de caballos, los bajos fondos, las costumbres en los inicios del siglo XX de la gente más humilde y también de la más acomodada.

En Escarlatina, un estudiante de medicina llega del campo a la capital sin estar preparado para enfrentarse solo a las costumbres estudiantiles y tendrá que aprender con sufrimiento a afrontar un final dramático. El último relato, El pago de la deuda atrasada, es de una exquisitez muy representativa de la literatura de este autor.

Es un momento oportuno para acudir también a una publicación reciente sobre este escritor, El exilio imposible, de George Prochnik, un ensayo sobre la situación de los centroeuropeos judíos que se vieron obligados a abandonar sus casas y todas sus pertenencias para escapar del holocausto nazi. Zweig fue uno de los más conocidos y tuvo la suerte de que su familia se exiliase a tiempo y se pudiera llevar la empresa que les permitió vivir con holgura y prestar apoyo a tanta gente necesitada. El enigma de su suicidio en Petrópolis y su periplo por Inglaterra y Estados Unidos y Brasil, con la nostalgia por su Europa invadida, son partes importantes de este ensayo.

(Recomendado por Isabel)



martes, 14 de julio de 2015

VIAJE AL PASADO

Stefan Zweig (Viena 1881 - Petrópolis, Brasil 1942), hijo de un empresario textil y de la hija de un banquero italiano, disfrutó de una situación económica que le permitió viajar y prepararse intelectualmente para convertirse en uno de los más importantes escritores de su época. Pacifista de ascendencia judía, los nazis le obligaron a un exilio en muchas etapas: primero a Zurich, donde fue corresponsal para la prensa libre vienesa y húngara, luego a Inglaterra, más tarde a Estados Unidos para terminar en Brasil, donde se suicidó.

¡Qué placer sentir la emoción de un relato que todavía no conocía de uno de mis autores favoritos! Estas noventa páginas nos introducen en un mundo de los sentimientos truncado por la Segunda Guerra Mundial, conflicto que le tocó vivir tan de cerca a este autor, biógrafo, activista social, traductor, periodista, poeta, ensayista, dramaturgo e historiador.

Durante la primera mitad del siglo XX fue uno de los escritores más reconocidos. Después de la guerra cayó en el olvido y desde hace unos quince años, con las nuevas ediciones que la editorial Acantilado empezó a traducir, de nuevo ha recuperado su merecida presencia en las librerías y ya comienza a ser reconocido por las nuevas generaciones. 

"Viaje al pasado" es la historia de un reencuentro amoroso al cabo de nueve años, con la guerra y el océano Atlántico de por medio. Un relato del mejor Zweig en una vibrante historia llena de los gestos, matices y detalles a los que nos tiene acostumbrados este exquisito autor. Imprescindible, especialmente, para quien todavía no lo conozca.

(Recomendado por Isabel)


jueves, 9 de julio de 2015

PISCINAS VACÍAS

Leo los relatos que componen este libro sentado en lugares donde nadie me conoce: aeropuertos, salas de espera, ferries y habitaciones de hotel con vistas al Atlántico. Los leo con calma, muy despacio, dejándome llevar por la sonoridad de ciertas frases, por los silencios, por todo lo que no se dice, que a menudo es precisamente lo más importante. Cuando termino uno, cierro el libro, miro por una ventana la estela de espuma que deja el motor del ferry, la calima que desdibuja el horizonte en dos azules casi iguales, y me quedo pensando. 

Hacía tiempo que no encontraba un compañero de viaje como éste. Generalemente, para los viajes largos, elijo una novela con un tema muy lejano a mí; por ejemplo, una policiaca ambientada en Bangkok, como la última traducida de Jo Nesbo, o bien un clásico con un tema que pueda asimilar sin inmutarme, como cualquier novelita de Turguénev. Sin embargo, esta vez la curiosidad por leer estos relatos pudo con mis costumbres y, aun sabiendo que el tema podía acabar resultándome especialmente cercano, empecé mi periplo con Piscinas vacías. No sabía, claro, que me estaba embarcando en un viaje dentro del viaje, y que los personajes de este libro modificarían mi percepción del tiempo y otorgarían a la espera y a la excitación de viajar una densidad emocional inesperada. 

Vacío. Ausencia. Carencia. 
El amor que no permanece, que se tropieza, los sentimientos en permanente huida. 
Tomo notas mientras leo para fijar los temas, las emociones, para tratar de ordenar de alguna forma las piezas de este puzle. Y no es difícil ordenarlas, porque a pesar de que cada relato es único e independiente, todos comparten un color, una forma de respirar, de decir y no decir. Todos están habitados por unas pocas palabras, unos pocos sentimientos, muchas veces sumergidos, que salen a la superficie de las formas más variadas. 
Nostalgia. Cansancio. Resignación. 
Leo estos relatos, y cuando aparto la vista para respirar después de un punto y aparte, la blancura redondeada de las nubes que sobrevuela el avión me parece, de repente, la cosa más frágil y quebradiza que he visto nunca. 

Pienso en quién está detrás de todo esto. Una mujer de la que no sé gran cosa. Periodista, filósofa, editora, dice su blog. Un blog donde cuenta peripecias, comparte su perplejidad con el mundo y en el que a veces se desnuda un poco. Y mientras leo, mientras esta mujer que no conozco me cuenta retazos de mi pasado sin saberlo, pienso en lo que le diría sobre sus personajes si la tuviera delante. 

Tus personajes, Laura. 

Tus personajes viven incomunicados, aislados de sus parejas y de sí mismos, incapaces de ponerse de acuerdo para tratar de construir un resquicio de felicidad, para sentar las bases de algo que dure y así volver a llenar esas piscinas siempre vacías, aunque sea un poco, lo suficiente para empezar a nadar y sentir el agua que llena el vacío y neutraliza el dolor. 

Tus personajes viven en la añoranza por volver a sus cuerpos cuando aún no tenían cicatrices, por recuperar la ilusión en meses menos crueles, por tiempos pasados tan inocentes y puros que parece que nunca existieron. Sus existencias transcurren en los márgenes de la vida, en horas detenidas, dedicadas a huir de la realidad para acabar constatando que no se puede huir de ella, que sólo pueden pactar con sus carencias y asumir la responsabilidad de sus flaquezas. 

Tus personajes sufren ausencias, muertes que llegan, y sin embargo la vida sigue, sin ofrecer el respiro de un minuto de inmovilidad. Nada cambia, los vecinos se van de vacaciones a la Costa Brava como todos los años, los cereales siguen incrustados en el bol del desayuno y el mundo permanece intacto, imperturbable, ignorante de la herida invisible que deja esa ausencia. 

Tus personajes miran por la ventana, como en un perpetuo viaje, e imaginan otras vidas. Quieren, querrían cambiar la suya, pero no saben cómo hacerlo. O sí saben, pero no se atreven. Viven vidas paralelas, amores clandestinos que se consumen poco a poco, ahogados por la culpa y los silencios. Descubren que no son felices a destiempo, cuando volver atrás supondría romper demasiadas cosas. El miedo les atenaza y se encarga de dejar su felicidad imaginada a una distancia inalcanzable. Transitan por la parte oculta de sus vidas, sus pensamientos permanentemente ocupados por aquello que no se deciden a perseguir. O que persiguen sin la ambición necesaria para reclamar. 

Tus personajes ceden. Ceden para construir una felicidad conjunta. Y durante un tiempo les funciona: se instalan en un presente que sabe a futuro. Pero a fuerza de vivir sin recuerdos, con los anhelos pasados sabiamente domesticados, al cabo de un tiempo ya ni siquiera son capaces de identificar lo que les falta. Y sus vidas se convierten en simulacros. Ausencias de lo que de verdad importa. Piscinas vacías. 

Tus personajes, Laura, aunque no queramos saberlo, somos todos. 




lunes, 6 de julio de 2015

PROMESAS DE ARENA

Laura Garzón acaba de obtener el Premio Internacional de Narrativa Marta de Mont Marçal 2015 con su novela "Promesas de arena", una amenísima narración situada en la franja de Gaza.

Un grupo de voluntarios llega allí con la altruista idea de ayudar a mejorar la vida de la gente tan castigada por los ataques desproporcionados que los israelíes lanzan tan a menudo.
Dentro el grupo, Lucía, la protagonista, acaba de terminar su carrera y, llena de ilusiones, viaja como asistente social a un campo de refugiados donde las cosas no siempre son como ella imagina. Junto a Fathia y Hamid, que se entregan sin límites con una generosidad contagiosa, se involucra incluso en el hospital ayudando al cirujano Hamid, codeándose con personajes oscuros que mezclan sus intereses personales poco confesables con la fuerza, el peligro y el atractivo que desprende el desierto.

En el trasfondo de esta historia se encuentran los intereses internacionales, que lanzan promesas en forma de dinero y materiales de subsistencia sin aportar soluciones al conflicto, y ponen en evidencia la situación insostenible de los palestinos. Y por encima de todo, una historia de amor apasionado que confronta la cultura occidental con la musulmana.

Un relato como los que acostumbran a pedirnos los clientes para las vacaciones de verano.

(Recomendado por Isabel). 


viernes, 3 de julio de 2015

NOCHES BLANCAS

A finales de junio, en San Petersburgo, el atardecer enlaza con el amanecer sin que la oscuridad se apropie completamente de la noche. Parece que los días son más largos, que el verano ha añadido más horas al tiempo para estar despiertos, para soñar o para recordar épocas mejores. O para pasear por la orilla del Neva, como la pareja protagonista de esta novela corta de Dostoievski, y, al amparo de la penumbra irreal de la noche, confesarse los más íntimos secretos. 

En el transcurso de cuatro noches, dos desconocidos comparten anhelos, zozobras y atormentadas visiones de la vida y terminan creando ese vínculo especial que nace al dejar de lado el pudor y compartir los miedos que pueblan sus noches. Ella, enamorada de un ausente, ha contado los días para volver a verle y cuando él parece que no llega, se muere de impaciencia y no puede soportar ni un momento más de duda. Él, atormentado por la soledad a la que le condenan los sueños incumplidos, le relata su vida entre risas nerviosas y discursos apasionados, sintiendo ya el dolor de estar amando a alguien obsesionado con un fantasma. 

Estas cuatro noches son como un sueño, un tiempo detenido, otorgado por la luminosidad irreal del verano polar que les lleva por caminos interiores nunca antes explorados. Los paseos nocturnos son propicios a las confidencias y nuestra joven pareja se entrega a ellas con las ganas de quienes están tanteando un comienzo cuando aún no han vivido de verdad ningún final. Probablemente sólo hayan sufrido lágrimas, celos y tristezas en su imaginación y nunca se hayan estrellado realmente contra nada, y aunque se sienten frágiles y lloran por los deseos insatisfechos, aún no han tenido que reconstruirse tras ningún desastre y anhelan una vida en presente, aquí y ahora, para vivirla y hacer que signifique algo importante. Anhelan una vida que redima sus flaquezas y no se convierta, a pesar de todo, en un recuerdo para la vitrina. Se miran a los ojos desde cerca, confiesan dolores desorbitados y se retan mutuamente con una sensualidad tímida y dispuesta a todo. 

Son dos amores que se abren y se relatan con una confianza abrumadora, sin ser muy conscientes de estar asomándose a sus propios abismos. Dos amores que chocan, divergen, se unen en un punto durante un brevísimo instante para después, una vez roto el encanto de la última noche blanca, volver a perderse para siempre.